2. La reforma solo ocurre cuando el
Espíritu Santo pone nuestros
pensamientos en armonía con los
pensamientos de Cristo. Cuando esto
sucede, nuestras acciones lo siguen.
¿En qué dirección debo
dirigir mis pensamientos?
¿En qué debo pensar?
¿Cómo puedo dominar
mis pensamientos?
¿Qué relación existe entre
mis pensamientos y mi
cuerpo?
¿Qué relación existe entre
mis pensamientos y mis
acciones?
3. “Si, pues, habéis resucitado con Cristo,
buscad las cosas de arriba, donde está
Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned
la mira en las cosas de arriba, no en las
de la tierra” (Colosenses 3:1-2)
Nuestros pensamientos deben ser dirigidos al Cielo, a Cristo.
Al mirar a Jesús, Él transforma nuestros pensamientos y guía nuestras acciones.
“Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un
espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria
en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:18)
4. El apóstol Pablo, en Filipenses
4:8, nos presenta un filtro
para nuestros pensamientos.
Según éste, nosotros
debemos pensar en:
Todo lo que es verdadero.
Todo lo honesto.
Todo lo Justo.
Todo lo puro.
Todo lo amable.
Todo lo que es de buen nombre. Y a esta enumeración se
aplica un segundo filtro:
Si hay virtud alguna.
Si hay algo digno de alabanza.
Si nuestros pensamientos, o lo que vemos, o lo que leemos, o los
lugares donde vamos no pueden pasar estos filtros, desechémoslos.
5. La respuesta es sencilla: con mis propias
fuerzas, NO PUEDO.
Necesito ayuda externa para dominar mis
pensamientos. Es Dios el que, si se lo
permitimos, guardará nuestros pensamientos.
La palabra de Dios nos invita a llevar “cautivo
todo pensamiento a la obediencia a Cristo”
(2ª de Corintios 10:5)
Si mantengo mis pensamientos sostenidos por
los principios positivos de la Palabra de Dios, la
mente estará salvaguardada y mantenida por la
gracia de Dios de los ataques del maligno.
“Y la paz de Dios, que sobrepasa todo
entendimiento, guardará vuestros corazones y
vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:7)
7. “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser,
espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro
Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5:23)
Dios nos llama a una reforma completa que
afecta a todo nuestro ser: lo físico, lo mental,
lo emocional y lo espiritual.
Dado que existe una estrecha relación entre
nuestra mente y nuestro cuerpo, una
reforma completa debe incluir:
La reforma de nuestra mente: “No os
conforméis a este siglo, sino
transformaos por medio de la
renovación de vuestro entendimiento,
para que comprobéis cuál sea la buena
voluntad de Dios, agradable y perfecta”
(Romanos 12:2)
La reforma de nuestro cuerpo: “Si,
pues, coméis o bebéis, o hacéis otra
cosa, hacedlo todo para la gloria de
Dios” (1ª de Corintios 10:31)
8. “Haced todo sin murmuraciones y
contiendas, para que seáis
irreprensibles y sencillos, hijos de
Dios sin mancha en medio de una
generación maligna y perversa, en
medio de la cual resplandecéis como
luminares en el mundo” (Filipenses 2:14-15)
Si mis pensamientos están dominados
por Cristo, mis acciones reflejarán la
luz de Cristo y seré luz del mundo
(Mateo 5:14-16)
Mi conducta y aspecto exteriores armonizarán con la
pureza de mis pensamientos.
“Vuestro atavío no sea el externo de peinados
ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos,
sino el interno, el del corazón, en el incorruptible
ornato de un espíritu afable y apacible, que es de
grande estima delante de Dios” (1 Pedro 3:3-4)
9. “Aunque estemos rodeados de una
atmósfera corrompida y mancillada, no
necesitamos respirar sus miasmas; antes
bien podemos vivir en el ambiente limpio
del cielo. Elevando el alma a Dios mediante
la oración sincera podemos cerrar la
entrada a toda imaginación impura y a
todo pensamiento impío. Aquellos cuyo
corazón esté abierto para recibir el apoyo y
la bendición de Dios andarán en una
atmósfera más santa que la del mundo y
tendrán constante comunión con el cielo”
Elena G. de White, El camino a Cristo, cap. 11, p. 99