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MUJERES
EN AMÉRICA LATINA
CIENCIAS SOCIALES
Introducción | Las mujeres en América antes de la llegada de los europeos | Las mujeres en la sociedad colonial
| Las mujeres de la Independencia | La participación femenina en las luchas políticas del período independiente |
Luchas y resistencias | Perspectivas
Autora: Mag. Fernanda Gil Lozano (UBA) | Coordinación Autoral: Dra. Patricia Funes (UBA y CONICET) y Dr. Áxel Lazzari (UBA)
PROGRAMA
DE CAPACITACIÓN
MULTIMEDIAL
EXPLORALAS CIENCIAS EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO
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2 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES
La participación de las mujeres en los
procesos sociales y políticos de América
Latina es el tema principal a desarrollar en
este fascículo. La mayoría de los trabajos
sobre Latinoamérica no relatan la historia
de sus mujeres en este espacio regional,
sino que son estudios particulares, centrados
en un país o en espacios menores, lo que
deja un vacío que compromete el abordaje
de una síntesis propia. Para construir una
historia de las mujeres latinoamericanas de-
bemos incorporar al análisis la variable étni-
ca, porque la matriz social estuvo determi-
nada por las etnias indígenas y negras, ade-
más de la blanca, con sus respectivos mes-
tizajes. Pensemos que las transformaciones
sociales y políticas realizadas en el siglo XX
no se hicieron desde la nada, y la participa-
ción de las mujeres en ellas debe entender-
se como una larga tradición que hunde sus
raíces en un proceso histórico controvertido
y desgarrado.
Las mujeres participaron en las sublevacio-
nes, conspiraciones y tumultos populares en
todos los períodos históricos de la región;
no obstante, fue durante las guerras de in-
dependencia cuando tuvieron la oportuni-
dad a gran escala de tomar parte en los
cambios políticos. Por eso, en este fascículo
hemos decidido poner ejemplos que sirven
para ilustrar la modalidad participativa que
llevaron adelante las mujeres en esa etapa.
En las transformaciones políticas determi-
nadas por estas guerras, las mujeres tuvie-
ron distintas maneras de protagonismo, des-
de el combate y el espionaje al seguimiento
de las tropas como soldaderas. Las primeras
lograban tener respeto y rango entre sus
compañeros y proyectaron una imagen de
liderazgo activo que modificaba su femini-
dad. Las soldaderas, por el contrario, de-
sempeñaban los trabajos que se esperaban
de una mujer. Solamente dejaron el anoni-
mato aquellas que actuaron como varones.
Esta situación confirma la suposición de que,
bajo ciertas circunstancias, la imitación de
la conducta de los varones logra el recono-
cimiento de las mujeres. Lo mismo sucede
con las que se destacan en tareas prejuicio-
samente consideradas como trabajos mas-
culinos, como el periodismo o las ciencias.
Es decir, la historia, cuanto mucho, recupe-
ra a las mujeres excepcionales. Muy por el
contrario, en este trabajo vamos a focalizar
las experiencias femeninas de muchas de
las que no sabemos sus nombres, y vamos a
tratar de superar la invisibilidad de aquellas
que día tras día ayudaron en los diferentes
procesos que formaron la región.
Pensemos que, condicionados cultural-
mente, cada sexo ha adquirido una conno-
tación social sobre la que se imprimen los
roles de cada uno. Nada de lo asignado tie-
ne que ver con un orden natural, sino que
cada sociedad forma los varones y las muje-
res que necesita. En tal sentido afirmamos
que no existe hasta el momento una histo-
ria universal de la opresión y emergencia de
las mujeres, sino sólo una historia europea y
etnocéntrica de ellas. La historia de las
mujeres latinoamericanas, asiáticas y africa-
nas ha sido enfocada desde la óptica euro-
pea. Y no sólo su historia, sino la teoría
para estudiar sus procesos de liberación.
Por lo tanto, pensamos que no puede
haber un sistema único de análisis, ya que
la historia no es unilineal. Justamente, lo
importante del feminismo fue recuperar una
mirada que retoma un sujeto-otra con las
especificidades históricas, étnicas y de clase
de estos grupos.
Algún día habrá muchachas y mujeres
cuyo nombre no significará ya sólo
un opuesto de lo masculino sino algo
en sí mismo, algo que no haga pen-
sar en complemento y límite, sino
solamente en vida y existencia:
el ser humano femenino.
Rainer María Rilke,
Cartas a un joven poeta.
MarciaAnunciaçao/AE
INTRODUCCIÓN
En 2005, hombres y mujeres marchan por las calles de Brasil en conmemoración
del Día Internacional de la Mujer.
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3MUJERES EN AMÉRICA LATINA
Representación de una mujer en una cerámica precolombina.
Según las teorías actuales, el poblamien-
to de América fue un proceso que se ini-
ció hace 45.000 años, desde el Norte hacia
el Sur. De acuerdo con la evidencia arqueo-
lógica, estos primeros americanos y america-
nas conformaban grupos de cazadores-re-
colectores. El lugar de las mujeres dentro de
esta organización social era muy diferente
del que tienen en la actualidad. No existían
clanes gentilicios ni lugares permanentes de
asentamiento, sino que un conjunto de indi-
viduos se reunía por afiliación. Incluso, la
crianza de los menores y el aprendizaje de
palabras eran asumidos por todo el grupo,
no sólo por las mujeres.
Para muchos autores, en esta etapa las
mujeres tuvieron una sensualidad sin auto-
rrepresiones o represiones masculinas. Esto
se desprende de algunos estudios antropo-
lógicos realizados, por ejemplo, con las
mujeres guajibas que saben el uso del clíto-
ris, lo que demuestra un conocimiento pro-
fundo del placer en la sexualidad como parte
de la vida femenina y no sólo como función
reproductora.
Entre los años 10000 y el 5000 a.C. sur-
gieron las culturas agroalfareras en algunos
puntos del continente que se caracterizaron
por lograr la domesticación de las plantas y
los animales, la confección de la cerámica
y cestería y la actividad metalúrgia. Estas
actividades impulsaron y a la vez fueron pro-
movidas por grupos más estables en sus
territorios, es decir, grupos sedentarios. Así,
las grandes artífices de la alfarería y la ceste-
ría en nuestro continente fueron las mujeres,
que trabajaron el barro con una técnica tan
depurada que actualmente resultaría difícil
de imitar, aun con un torno.
Otra manifestación de la importancia de
las mujeres en estas culturas se verifica en el
plano mágico-religioso, con el culto de las
diosas de la fertilidad. Por ejemplo, en la re-
gión del Lago de Valencia en Venezuela se
ha encontrado una gran variedad de figuras
humanas de arcilla, todas femeninas o sin
sexo definido, relacionadas con ritos de ferti-
lidad. Pero no sólo desde este punto de vista
su importancia es indiscutible, también lo es
desde el punto de vista de su inserción en la
actividad económica y social.
En América, se produjo la circulación de
mujeres entre diferentes grupos como una
necesidad para asegurar la reproducción de
la comunidad y esta práctica, a su vez, sentó
las bases objetivas del inicio de la opresión
de las mujeres. Por otra parte, los primeros
LAS MUJERES EN AMÉRICA ANTES DE LA LLEGADA DE LOS EUROPEOS
MinisteriodeEducaciónyCienciadeEspaña
Las mujeres indígenas no figuran en
los diccionarios biográficos. Se las
menciona lateralmente en los partes
militares tan sólo como integrantes de
la chusma, un vago conjunto de viejas
estrafalarias que resistieron la doctrina.
Norma Sosa,
Mujeres indígenas de la Pampa
y la Patagonia.
jeres.qxd 21/03/2007 04:29 p.m. PÆgina 3
4 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES
síntomas de dominación los advertimos en la
división sexual del trabajo. Hay que tener
presente que este primer sometimiento,
anterior a la propiedad y al surgimiento del
Estado, no fue el resultado directo de su con-
dición de reproductora de la vida, sino im-
puesta por la dominación de un sexo sobre
otro, donde la fuerza física debe haber juga-
do un papel importante. Incluso para el gru-
po de varones dominadores funcionó como
una práctica para implementar el someti-
miento sobre otros grupos foráneos de la
comunidad primitiva.
Esto implicó que, al momento del desem-
barco europeo en América, ya existieran
estructuras patriarcales. Claro que, a partir
del papel desempeñado en la economía, la
religiosidad y otros aspectos de la vida, las
mujeres estaban sometidas a una estruc-
tura patriarcal más laxa que la europea y
cargada de otros significados. También
implicó que, luego de la conquista, las mu-
jeres indígenas no sólo tuvieron que sopor-
tar la imposición de los parámetros cultu-
rales europeos en general sino la brutal
dominación de una estructura patriarcal
más agresiva y rígida, que no contempló
ámbitos de poder que las antiguas culturas
americanas todavía les otorgaban.
El primer período de transición de nuestra
historia transcurrió entre el modo de pro-
ducción comunal y el llamado modo de
producción asiático, que caracterizó las for-
maciones sociales de los grandes imperios,
como el inca y el azteca. Este modo de pro-
ducción se basaba en la existencia de comu-
nidades autosuficientes que se encontraban
bajo el dominio de un reino o imperio que
exigía ya sea tributo, o bien trabajo comuni-
tario para la realización de obras públicas,
ceremoniales, etc. Sin embargo, no todos los
pueblos aborígenes atravesaron por este
período de transición. En el momento de la
conquista hispanolusitana, gran número de
nuestras culturas indígenas estaba en la fase
agroalfarera y mantenían el modo de produc-
ción comunal, mientras que otros pueblos
seguían siendo cazadores y recolectores.
Este proceso fue desigual, tanto en tiempo
como en espacio, razón por la cual no puede
fijarse una época determinada para ese
período de transición. Mientras algunos pue-
blos atravesaron esa fase en el primer mile-
nio antes de nuestra era, otros la vivieron en
las primeras centurias y también hubo gru-
pos que comenzaron esa fase de transición
después del primer milenio. Estas formacio-
nes sociales continuaron basándose en el
modo de producción comunal y en la pose-
sión colectiva de la tierra. Sin embargo, ya se
daban los primeros pasos que incrementa-
rían la diferenciación social de estas comuni-
dades: los excedentes, que antes estaban
dispersos en todo el grupo, comenzaron a
ser concentrados en el ámbito regional por
los jefes y chamanes en un proceso de
adquisición de rangos y jerarquías.
Sin embargo, dentro de este proceso gene-
ral, en muchos casos las mujeres siguieron
participando activamente en el reparto co-
lectivo de las cosechas y en las decisiones de
la comunidad. Entre los quimbayas −aborí-
genes del centro de Colombia−, las mujeres
casadas y viudas tenían, poco antes de la lle-
gada de los españoles, voz y voto en las deci-
siones, además de derechos de sucesión en
el cacicazgo. Incluso en sociedades fuerte-
mente estratificadas, como la de los mayas,
las mujeres desempeñaban funciones de
importancia en la vida social y cotidiana,
Mujer realizando trabajos de cerámica en el norte argentino.
SecretaríadeTurismodelaNación
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5MUJERES EN AMÉRICA LATINA
LAS MUJERES EN LA SOCIEDAD COLONIAL
como lo demuestran muchísimas figurillas
de cerámica y esculturas que se han conser-
vado. Por ejemplo, en el mundo mitológico,
el Popol-Vuh recupera una teogonía maya
donde el esperma masculino no parece ser
necesario para la fecundación:
Una doncella llamada Ixquic escuchó la historia
de los frutos de un árbol que estaba en un sitio
llamado Pucbal-Chah. Al llegar al lugar, el árbol le
preguntó:
−¿Qué es lo que quieres? Estos objetos redon-
dos que cubren mis ramas no son más que
calaveras; por ventura ¿los quieres?
−Sí, los deseo −contestó la doncella.
−Muy bien −interrumpió la calavera.
−Extiende hacia acá tu mano derecha.
−Bien −replicó la joven, y aceptó la sugerencia.
En ese instante la calavera la escupió y su saliva
cayó directamente sobre la palma de la mano de
la doncella. Habiendo concebido dos hijos en su
Tlazolteotl, diosa azteca de la fertilidad
y la procreación (entre otros atributos)
(ca. 1300-1500).
vientre por la sola virtud de la saliva, la doncella
retornó de inmediato a su casa. Así fueron en-
gendrados Hunahpú e Ixbalanqué.
No obstante el acelerado proceso que lle-
vó hacia el patriarcado en los imperios incas
y aztecas, las mujeres todavía mantuvieron
roles importantes en estas culturas, aunque
las urgencias de mano de obra del imperio
colisionaban con las tradicionales necesida-
des de las mujeres en las comunidades base.
En relación inversa, mientras más aumenta-
ba la producción social y el poder público, la
participación y autoridad de las mujeres se
reducía. Pese a esta situación de creciente
sometimiento, no podemos dejar de señalar
que, aun bajo los incas y los aztecas, las
mujeres conservaban más relevancia social
que sus contemporáneas de la sociedad
feudal europea.
La posición y el papel históricos de las
mujeres durante la colonia fue el cáliz
donde se mezclaron los procesos propios
que se venían dando en la región y la vio-
lencia con que españoles y portugueses
impusieron una nueva normativa. Desde el
punto de vista de las relaciones intergénero,
fue un período de consolidación del patriar-
cado, tanto en la sociedad blanca como en
la mestiza, así como de transformación a ese
régimen de las comunidades originarias. Por
último, no debemos olvidar que apareció un
nuevo actor: los esclavos provenientes de
África.
La colonización separó la producción del
consumo, especialmente en los centros mi-
neros y agropecuarios desarrollados en fun-
ción de la economía de exportación. Si bien
dentro de las comunidades aborígenes se
mantuvo una economía de subsistencia,
donde las mujeres seguían desempeñando
un papel importante al mantener una estre-
cha relación entre producción y consumo,
en las principales áreas de la economía colo-
nial el fenómeno productivo se autonomizó,
separándose del consumo.
El trabajo doméstico en la población blan-
ca y mestiza empezó a ser funcional al régi-
men colonial de dominación, tanto en lo
referente a la producción de la fuerza de tra-
bajo como a su reposición diaria. El trabajo
de las mujeres fue asimilado al llamado tra-
bajo doméstico, y el de los hombres al nuevo
tipo de producción social para el mercado. El
papel de las mujeres como reproductoras de
la vida apareció entonces minimizado, cuan-
do siempre las culturas aborígenes lo habían
considerado como un acto sagrado genera-
dor de todo.
En la América colonial fue distinto el traba-
jo desempeñado por las mujeres de origen
blanco que el realizado por las indígenas, ne-
gras, mestizas y mulatas. Las primeras, reclui-
das en el hogar, educaron hijos e hijas que
consolidaron el sistema de dominación colo-
nial, aunque también sufrieron el peso del
patriarcado. Las mujeres indígenas también
tributaron sexualmente para los conquista-
dores, que se apropiaron así de su capacidad
reproductora, perdiendo paulatinamente su
capacidad erótica en esta función sexual-
reproductora, separada del placer.
Este proceso es medular para comprender
por qué las mujeres, especialmente las mes-
tizas, aceptaron a lo largo del tiempo la
subordinación en ese y en otros planos de
la existencia, proceso que las llevó a una
despersonalización o pérdida de identidad.
Cuando pudo, la mujer indígena utilizó a
sus hijos mestizos para presionar al padre
blanco, ya sea para no pagar tributos o
lograr una mayor movilidad social.
La mayoría de las mujeres negras, en su
calidad de esclavas, transfirió diferentes valo-
res con su trabajo: en primer lugar, a partir
de las tareas productivas en las plantaciones,
pero también trabajando en las tareas
domésticas, al servicio de los patrones, en las
casas señoriales del campo y la ciudad, y sólo
en pequeña medida y muy a regañadientes
reproduciendo la fuerza de trabajo esclava.
La mujer es confusión del hombre,
animal insaciable, angustia continua,
guerra incesante, morada de tempes-
tad, obstáculo de devoción.
The speculum of Vincent de Beauvoir
(siglo XVIII).
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6 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES
En su segunda confesión bajo tormento,
acusada de haber maleficiado en complici-
dad con otra india a una china de su pueblo
de Tuama, Lorenza admitió participar en
salamancas. Según sus palabras, allí había
aprendido el arte y también la habían sido
ofrecidos en ese lugar los ingredientes que
precisaba para preparar los encantos. Es
probable que la declaración de Lorenza no
tomara al juez por sorpresa. Ya existía una
leyenda hispana de la salamanca, que la
literatura barroca del siglo XVII había reco-
gido en obras célebres. Incluso, en el len-
guaje común, el término "salamanca" o
"infiernillo" evocaba a un tiempo magia,
aprendizaje y pacto diabólico.
La ciudad universitaria española, su mítica
cueva y sus estudiantes habían atravesado
el océano para llegar a una remota aldea
indígena de las fronteras del imperio espa-
ñol. Agreguemos que, además del océano,
la salamanca ha conseguido atravesar los
siglos: se mantiene en la cultura folclórica
de Santiago del Estero y, en general, de
todo el noroeste argentino. Mostrando lla-
mativas semejanzas con las salamancas de
Lorenza, la literatura folclórica las describe
como espacios mágicos (por lo general cue-
vas) donde el iniciado aprende el arte que le
interesa (domar, bailar, tocar la guitarra,
curar, maleficiar y demás) siguiendo las lec-
ciones del Zupay (el Demonio).
[...] si bien no faltan en el estereotipo
algunos clásicos motivos demonológicos
europeos, en la salamancas mestizas dicha
demonología tiene un papel visible pero
subordinado. La salamancas de Lorenza
estarían representando la resignificación
de rituales ligados a una cosmovisión indí-
gena antigua, cuyo atributos originarios
conocemos sólo aproximadamente. [...]
Las hechiceras de Tuama
Los dos procesos que han de ocuparnos se
inician en nuestro ya familiar pueblo de
indios de Tuama, sobre el río Dulce.
Además del entorno, los lazos de sangre
probablemente unieran entre sí a dos de
las tres reas principales: tenemos indicios
para suponer que Juana Pasteles era la
abuela o la madre Pancha, compañera de
Lorenza en el arte [...].
Como en todos los casos hasta ahora
expuestos, el disparador de los procesos es el
maleficio. Sin embargo, si a Juana Pasteles se
le endilgaban, para comenzar, cuatro vícti-
mas ya difuntas, Lorenza y Pancha eran acu-
sadas de mantener en su enfermedad a la
criada del alcalde indígena, la china María
Antonia. Aunque no declare en ningún
momento, un hecho central de este episodio
es que la víctima no abandona jamás el cen-
tro de la escena. Verbalmente o a través de
muecas y gestos, en una seguidilla de teatra-
les actuaciones, María Antonia selló la suer-
te de sus supuestas malefactoras y de otras
muchas personas que sucesivamente fueron
comprometidas en las posteriores confesio-
nes de las reas. [...]
Las tres mujeres que inicialmente son acu-
sadas entraban en el perfil típico de hechi-
cera [...]. Juana y Pancha tenían alrededor
de cincuenta años y Lorenza, cuarenta.
Todas eran viudas, se mantenían por sus
propios medios (como las demás, era hábi-
les en el telar, la alfarería y la cestería) y de
las dos primeras se sospechaba que habían
ultimado a sus maridos con arte mágico. [...]
Los alegatos del fiscal y la sentencia del
proceso de 1715 se encuentran por comple-
to despojados de los elementos demonoló-
gicos que Juana Pasteles fue forzada a
introducir en sus confesiones. Los delitos
que finalmente se consideraron "proba-
dos", y que le valieron a la rea el garrote y
la hoguera, fueron la muerte de su marido,
la de Pedro Isla de la ranchería de San
Francisco y la de Guinza, el indio de Guaipe.
Es probable que la manifestación de culpa-
bilidad más convincente para el tribunal
fuera la curación efectiva de la india
Ignacia, que se logró aplicando al pie de la
letra la receta indicada por la hechicera.
Tampoco corrió el juez a buscar a las
supuestas cómplices de la Pasteles. Así es
como, aunque lo "deseable" era que la rea
confesara encuentros cercanos con el demo-
nio, ósculos infames y terroríficos aquela-
rres, la preocupación concreta del tribunal
consistía en el daño que una serie de actos
simples y puramente empíricos era capaz de
movilizar. Insistimos, una lógica primaria,
adosada quizás a estereotipos más comple-
jos, como el del sabbat, pero conocidos
superficialmente, guiaba a los legos jueces.
No sabemos si la mención del demonio (o,
mejor dicho, de los demonios) con los que
confesaron tratar Lorenza y Pancha habrían
cambiado en algún modo la suerte de las
hechiceras, porque ambas murieron antes
de que se redactara la sentencia. Sin embar-
go, y muy significativamente, el último ges-
to que el juez le dedicó a la rea frente a su
séquito de notables fue el registro de sus
vestidos: buscaba el encanto que, se supo-
nía, impedía la recuperación de María
Antonia. En cambio, como habitualmente
lo hacían los inquisidores de la brujomanía
europea, sí se mandó a llamar a las compa-
ñeras de salamanca, las supuestas cómpli-
ces. Con ello se inauguraba un tercer tiem-
po del proceso [...] .
Judith Farberman, Las salamancas de Lorenza.
Magia, hechicería y curanderismo en el
Tucumán colonial, Buenos Aires, Siglo XXI.
2005.
LAS SALAMANCAS DE LORENZA
Durante la Inquisición, las mujeres acusadas de
brujas eran torturadas hasta la confesión.
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7MUJERES EN AMÉRICA LATINA
En algunas colonias, las libertas llegaron a
trabajar como asalariadas, pero ganando
menos que los jornaleros negros, como lo
muestran las Ordenanzas del Cabildo de
Santo Domingo en el siglo XVIII: "el jornal
de la negra ha de ser el tercio menos que el
del negro".
Las formas de luchas y resistencias de las
mujeres no siempre se encuentran en las
acciones que convencionalmente son toma-
das como tales. Casi siempre ha sido el cuer-
po el lugar donde las mujeres muestran y
confrontan la dominación. Por ejemplo, con
la llegada de los europeos se impuso a las cul-
turas americanas un nuevo criterio relativo al
concepto y el valor de la virginidad. Algu-
nos testimonios nos ilustran sobre el tema.
Fernández de Oviedo observó la siguiente
conducta entre los indígenas:
Es preguntado al padre o la madre de la novia si
viene virgen; e si dicen que sí, y el marido no la
halla tal, se la torna y el marido queda libre y ella
por mala mujer conocida; pero si no es virgen y
ellos son contentos, pasa el matrimonio, cuando
antes de consumar la cópula avisaron que no era
virgen, porque muchos hay que quieren más a las
corrompidas que no las vírgenes.
Resulta claro que la sanción social iba
sobre la mentira más que sobre el hecho en
sí de la virginidad. Es más, la virginidad sería
vista como un dato físico más y no en des-
medro moral de la implicada. Sabemos tam-
bién que en lugares como Nicaragua la vio-
lación era castigada con la reducción a la
esclavitud del culpable, en beneficio de los
padres de la víctima. El cronista López de
Gomara, refiriéndose a las mujeres de Me-
soamérica, escribía: "nada les importa la vir-
ginidad". Por otra parte, el aborto era prác-
tica habitual en la América precolombina,
especialmente entre las jóvenes, ya que no
era acto censurado. Los cronistas españoles
atribuyeron esta práctica al deseo de las
jóvenes indias de preservar sus cuerpos. Así,
el cronista Fernández de Oviedo afirma:
Las viejas han de parir, que ellas no quieren estar
ocupadas para dejar sus placeres ni preñarse para
que pariendo se les aflojen las tetas de las cuales
muchas se precian y las tienen muy buenas.
En los siglos de la dominación colonial, las
mujeres indígenas y negras recurrieron a for-
mas de resistencia quizá pasivas, oponiéndo- Representación de mestizos a finales del siglo XVIII en una pintura anónima.
se a la procreación. Esta forma de protesta
era más evidente en las esclavas africanas.
Cuando en el siglo XVIII, los esclavos subie-
ron de precio, se estimuló que las esclavas
tuvieran hijos; de esta forma, los dueños pro-
movieron matrimonios y reducían el tiempo
de trabajo de las embarazadas. A pesar de
todo, las esclavas no abandonaron las prácti-
cas abortivas, muy probablemente como
negativa a procrear hijos esclavos.
La maternidad siguió siendo un hecho
natural, pero durante la colonia la paterni-
dad se convirtió en un fenómeno social
inédito en América por cuanto, a diferencia
de las culturas precolombinas, hubo que
certificar la filiación de los hijos, estable-
ciendo claramente su origen étnico. A nin-
guna mujer indígena se le hubiera ocurrido
en el pasado presentar pruebas de su mater-
nidad. Con la implantación de costumbres
europeas, los varones establecieron la
monogamia obligatoria, para que no sur-
gieran dudas respecto de su paternidad.
Como consecuencia de estas modificacio-
nes, de la institucionalización de las relacio-
nes intersexuales y del complemento del
matrimonio monógamo, aparecería en
América la prostitución.
Por otra parte, interrumpiendo la milenaria
tradición de que la mujer es la creadora de la
vida, simbolizada en las diosas madres de los
pueblos agroalfareros, los españoles y portu-
gueses trajeron a América el concepto sexis-
ta, aristotélico, de que el verdadero genera-
dor de la vida es el varón, que provee con su
esperma la materia viva, mientras que las
mujeres son sólo el receptáculo pasivo. Para
Aristóteles, los varones con el esperma
depositaban en la mujer un hombre peque-
ño u homúnculo, que con los meses iba cre-
ciendo y desarrollándose. Si en la gestación
prevalecía lo femenino −que era la materia−
y no lo masculino −que era la forma−, ese
cuerpo pequeño "degeneraba" en mujer. Si
"todo iba bien" y predominaba lo masculi-
no, se formaría un varón. En esta concep-
ción, las mujeres son un recipiente cuya fun-
ción es contener y alimentar lo depositado
por los varones, asignándoles de esta mane-
ra un papel secundario.
Casi todas las concepciones sobre sexuali-
dad y conducta femenina correcta fueron
difundidas a través de la doctrina cristiana,
poniendo a la Virgen María como ejemplo a
seguir. Aunque la recepción por parte de las
mujeres americanas no fue la que los con-
quistadores esperaban, la figura de la madre
de Cristo dio origen a todos los procesos de
sincretismo de las antiguas diosas madres y
deidades africanas. Lo que no es sorpren-
dente, ya que la idea de "mujer sin man-
cha", virgen pero madre, fue una idea
moldeada durante siglos en la sociedad
europea, aceptada por los conquistadores,
pero extraña a las otras culturas constitu-
yentes de la sociedad colonial.
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8 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES
ColecciónBonifaciodelCarril
LAS MUJERES DE LA INDEPENDENCIA
L as mujeres participaron tan activamente
como los varones en el proceso eman-
cipador. Olvidadas en las narraciones his-
toriográficas tradicionales, sólo aparecen
aquellas mujeres de la elite como instru-
mento de los proyectos de sus maridos,
padres y hermanos.
Sin embargo, también las indígenas, las
negras y las mestizas fueron protagonistas y
contribuyeron para el triunfo de la revolución.
Las mujeres de pueblo no sólo realizaron ta-
reas de espionaje o de correo, también acom-
pañaron a los ejércitos patriotas y no dudaron
en tomar el fusil contra la dominación realista.
También es cierto que las mujeres de la eli-
te criolla jugaron un papel trascendente, en-
tre ellas, la ecuatoriana Manuela Cañizares.
Es digno de destacar que, en una época
en que la mayoría de las mujeres eran anal-
fabetas, Manuela conocía a los iluministas
franceses. En su casa se reunían personajes
importantes para debatir sobre la Revo-
lución Francesa y sus postulados de igual-
dad, libertad y fraternidad. Firmemente
embanderada con la causa independen-
tista, Manuela Cañizares consiguió adhe-
rentes y no pocas veces se enfrentó a los
indecisos.
El regreso de la cautiva, obra de Juan Mauricio Rugendas (1845).
Que el hombre aspire a la libertad y la
mujer a las buenas costumbres. ¿Y en
qué consisten las buenas costumbres?
En obedecer.
Última carta de amor de C. Von Gunderrode
a Bettina Brentano.
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9MUJERES EN AMÉRICA LATINA
Otro ejemplo es la colombiana Polonia
Salvatierra y Ríos; conocida bajo el seudóni-
mo de Policarpa, actuó como enlace de los
revolucionarios en el período de la recon-
quista española, enviando mensajes antico-
loniales camuflados en naranjas. Des-
cubierta su actividad de espionaje y contraes-
pionaje por los realistas, fue fusilada el 10
de noviembre de 1817, poco antes de la lle-
gada del ejército libertador comandado por
Simón Bolívar a Bogotá.
En Chile nos encontramos con Francisca
Javiera Carrera, hermana de José Miguel,
el presidente de la junta chilena de 1811 a
1814. Fue una infatigable y consecuente mi-
litante de los ideales libertarios, tanto en los
días de triunfo como en los de la reacción
realista que llevó a sus hermanos al exilio.
Cuando los dirigentes criollos más modera-
dos se aferraban a la fórmula de gobernar en
nombre de Fernando VII, Javiera sostuvo un
permanente repudio a la corona española.
Josefa Camejo, venezolana nacida en
1791, arengó a los jóvenes caraqueños
encabezados por José Félix Ribas. Combatió
junto a su compañero, Juan Nepomuceno
Briceño Méndez, en la campaña de los llanos
contra los realistas de José Boves. Cuando
los realistas reconquistaron Caracas, ellos
organizaban bailes para facilitar los contac-
tos clandestinos de los patriotas.
Junto a estas líderes, lucharon anónima-
mente decenas de miles de mestizas, indíge-
nas y negras, cuya tarea no fue menos efi-
caz. Incluso en las luchas guerrilleras lucha-
ron militarmente junto con los varones. El
caso más conocido es el de Juana Azurduy
de Padilla, quien a la muerte de su marido,
Manuel Ascencio Padilla, asumió las funcio-
nes de jefatura en la resistencia contra los
realistas en el Alto Perú.
Pero la presencia de la mujer en las gue-
rras de la independencia no se circunscribió
a aspectos políticos y militares. La mayoría de
las mujeres debió hacerse cargo de las tareas
productivas en el campo y en las ciudades
cuando los varones partían para incorporar-
se a los ejércitos libertadores. Esto también
implicaba la crianza de los hijos e hijas
pequeños que luego ocuparían el lugar de
los caídos en la lucha.
LA PARTICIPACIÓN FEMENINA
EN LAS LUCHAS POLÍTICAS
DEL PERÍODO INDEPENDIENTE
Al finalizar la guerra de la independencia
sobrevinieron en muchos países de América
luchas políticas que llevaron a verdaderas
guerras civiles.
Las mujeres no permanecieron ausentes de
este proceso. Aunque muchas veces a la zaga
de sus maridos, las mujeres campesinas tuvie-
ron una forma de realización en las guerras
civiles del siglo XIX. En Colombia, "las volun-
tarias, las vivanderas, las juanas" fueron inse-
parables de los ejércitos y el mejor sostén con
que podía contar el campesino soldado. Las
vivanderas no sólo hacían la comida, sino que
difundían falsas noticias en el campo enemi-
go, obtenían pólvora de sus cuarteles y tam-
bién participaron de episodios bélicos como
soldados. La participación y el compromiso
de las mujeres fueron testimoniados por mu-
chos contemporáneos en sus escritos, fun-
damentalmente los de aquellas que acompa-
ñaban a los ejércitos. El pueblo las llamaba
voluntarias, y se las veía agobiadas con sus
maletas y algunas con sus hijos, todo encima
de sus espaldas. Entre otras tareas, cocina-
ban, lavaban la ropa de los oficiales por una
escasa paga, asistían y cuidaban a los enfer-
mos y se prestaban a toda clase de sacrificios
para que las tolerasen y no les impidiesen
seguir a sus compañeros. En los combates, su
heroísmo las destacaba, se metían por entre
los caballos, apartando las lanzas enemigas.
Clemencia Celis y "la Loaiza" fueron mujeres
que se distinguieron en el campo de batalla.
En este caso, como ha ocurrido en muchas
guerras, las mujeres debieron adoptar vesti-
mentas masculinas para poder ser aceptadas
como soldados en las filas del ejército.
Con una forma de lucha diferente, la chile-
na Rosario Ortiz, conocida como "La Mon-
che", logró destacarse en las luchas sociales y
políticas. Nacida en Concepción, fue una de
las primeras periodistas de América Latina y
en este carácter integró la redacción del diario
El Amigo del Pueblo, principal órgano de
prensa de la oposición al gobierno conserva-
dor. Luego de una revolución fracasada en
1859, se refugió con los mapuches en sus tol-
derías, donde murió años más tarde pobre y
olvidada. En el cementerio de Concepción
todavía existe una modesta tumba donde se
encuentra grabado este sentido epitafio:
"Aquí descansa la Monche, vivió y murió por
la libertad. Un obrero".
Las mujeres argentinas, principalmente las
del interior, participaron activamente en las
guerras civiles de nuestro país desde 1820
hasta la década de 1870. Una de ellas fue
Eulalia Ares de Vildoza, catamarqueña, jefa
de una insurrección que depuso al goberna-
dor de Catamarca en 1862. Eulalia fue a
Santiago del Estero en busca de armas y al
regreso convocó a sus amigas a una reunión
en la que se convino atacar la sede de gobier-
no. Vestidas con ropas masculinas, el 18 de
agosto de 1862 veintitrés mujeres tomaron el
cuartel y luego, apoyadas por la gente adic-
ta, asaltaron la casa del gobernador, que se
negaba a entregar el mando al nuevo funcio-
nario electo, y lo hicieron huir de la provincia.
Eulalia se hizo cargo del gobierno interina-
mente, organizó un plebiscito y entregó el
mando al gobernador electo.
Sin embargo, esta participación de las muje-
res en las luchas populares no les brindó los
frutos esperados. La segunda parte del siglo
XIX estuvo signada por la formación de las
repúblicas liberales que terminaron de ocluir
la participación pública y militante de las
mujeres al equipararlas en los códigos con los
menores, los locos y los deficientes.
Francisca Javiera Carrera cumplió un
importante papel en el proceso de
independencia chileno.
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10 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES
El avance del Estado moderno con sus
códigos y leyes cristalizó para las muje-
res una situación de subordinación que, con
leves matices, se impuso en todos los países
de la región. Las normas legales de los paí-
ses latinoamericanos equipararon a las mu-
jeres con el mismo estatus jurídico que un
menor, es decir, una persona carente de
autonomía que debía depender de un suje-
to responsable que velara por ella.
Para ilustrar este avance sobre la autono-
mía de las mujeres referiremos uno de los
tantos ejemplos que tuvieron lugar en la
región que también demuestra que este
retroceso no fue aceptado pasivamente por
las mujeres. Un grupo de chilenas, aprove-
chando que la Constitución de 1833 no
establecía taxativamente la prohibición del
voto femenino, decidieron ejercer sus dere-
chos electorales en 1876. Hasta el momento
las mujeres no habían reclamado por este
ejercicio de ciudadanía. En aquel entonces,
las mujeres de San Felipe quisieron hacerlo
efectivo y se calificaron. En respuesta, los
políticos de Santiago interpelaron agresiva-
mente en la Cámara al ministro Zenteno,
quién, para asombro de todos, sostuvo que
a su juicio las mujeres podían y debían votar,
porque la Constitución y la ley de 1874 les
daba ese derecho. Así fue que un sector de
mujeres, apoyándose en la resolución del
ministro Zenteno, se inscribió para votar por
Benjamín Vicuña Mackenna en las elecciones
presidenciales. Al calor de la campaña antioli-
gárquica de este candidato, las mujeres recla-
maron el derecho a sufragio y, a pesar de la
negativa de las autoridades, alcanzaron a ins-
cribirse en La Serena. Este paso de las mujeres
chilenas, en momentos en que empezaba a
asomar el movimiento sufragista femenino
europeo y estadounidense, constituyó uno
de los primeros antecedentes en América
Latina de la lucha por los derechos igualita-
rios de las mujeres. Sin embargo, el epílogo
de este proceso fue una reforma introducida
por una ley de 1884 que negó de un modo
expreso el voto a las mujeres.
Esta no fue una excepción. En la Argen-
tina, Julieta Lanteri en la segunda década
del siglo XX protagonizó un episodio simi-
lar, ya que la Constitución de 1853 no pro-
híbe el voto femenino, pero la ley electoral
de 1912 exigió el enrolamiento, es decir, la
inscripción en el padrón. Esto llevó a la
sufragista argentina a inscribirse para cum-
plir con el servicio militar y así ejercer su
derecho ciudadano. Su solicitud fue recha-
LUCHAS Y RESISTENCIAS
Los movimientos sufragistas en América Latina fueron simultáneos a los de Europa y Estados Unidos: En la foto, mujeres sufragistas
marchan por las calles de Nueva York, en 1912.
Quedé muerto como mineral
y me convertí en planta.
Quedé muerto luego como planta
y tomé una forma sensible.
Quedé muerto luego como animal,
me puse atuendo humano.
¿Cuándo me hice menos por la muerte?
Rumi.
LibraryofCongress/EE.UU.
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11MUJERES EN AMÉRICA LATINA
La Voz de la Mujer fue un periódico comu-
nista-anárquico feminista del que se edita-
ron nueve números, entre el 8 de enero de
1896 y el 1º de enero de 1897. Este es el
editorial del segundo número, en el que La
Redacción responde a las críticas recibidas
luego de la aparición del primer número.
¡APARECIÓ AQUELLO!
(A LOS ESCARABAJOS DE LA IDEA)
Cuando nosotras (despreciables e ignoran-
tes mujeres) tomamos la iniciativa de
publicar La Voz de la Mujer, ya lo sospe-
chábamos ¡oh modernos cangrejos! que
vosotros recibiríais con vuestra macanística
y acostumbrada filosofía nuestra iniciativa
porque habéis de saber que nosotras las
torpes mujeres también tenemos iniciativa
y esta es producto del pensamiento;
¿sabéis?, también pensamos.
Apareció el primer número de La Voz de
la Mujer, y claro ¡allí fue Troya!, "nosotras
no somos dignas de tanto, ¡cá! no señor",
"¿emanciparse la mujer?", "¿para qué?"
"¿qué emancipación femenina ni que ocho
rábanos?" "¡la nuestra", "venga la nuestra
primero!, y luego, cuando nosotros 'los
hombres' estemos emancipados y seamos
libres, allá veremos".
Con tales humanitarias y libertadoras
ideas fue recibida nuestra iniciativa.
Por allá nos las guarden, pensamos
nosotras.
Ya teníamos la seguridad de que si por
nosotras mismas no tornábamos la iniciati-
va de nuestra emancipación, ya podíamos
tornarnos momias o algo por el estilo,
antes que el llamado Rey de la Tierra
(hombre) lo hiciese.
Pero es preciso señores cangrejos y no
anarquistas, como mal os llamáis, pues de
tales tenéis tanto como nosotras de frailes,
es preciso que sepáis de una vez que esta
máquina de vuestros placeres, este lindo
molde que vosotros corrompéis, esta sufre
dolores de humanidad, está ya hastiada de
ser un cero a vuestro lado, es preciso, ¡oh!,
¡falsos anarquistas! que comprendáis una
vez por todas que nuestra misión no se
reduce a criar vuestros hijos y lavaros la
roña, que nosotras también tenemos dere-
cho a emancipamos y ser libres de toda
clase de tutelaje, ya sea social,
económico o marital.
Para vosotros, ¿qué es una mujer fea
o bonita, joven o vieja? ¡una sierva, una
fregona!
Cuando vosotros, en la terrible y deses-
perada lucha por la vida inclináis abatidos
la cabeza sobre el lacerado pecho, si os
salís a disipar vuestro mal humor, cuando
en nosotras no lo hacéis, ahí quedan vues-
tras hembras (para vosotros no somos otra
cosa), vertiendo amargo lloro, esto os debe
hacer comprender que la diferencia de
sexo no nos impide de sentir y pensar.
Ya sabíamos señores infelices que para
vosotros una mujer no es más que un lindo
mueble, algo así como una cotorra que os
halaga, os cose, os trabaja, y lo que es más,
os obedece y teme.
¿Verdad señores maridos? ¿No es ver-
dad que es muy bonito tener una mujer a
la cual hablaréis de libertad, de anarquía,
de igualdad, de Revolución Social, de san-
gre, de muerte, para que esta, creyéndo-
os unos héroes os diga en tanto que
temiendo por vuestra vida (porque, claro,
vosotros os fingís exaltadísimos) os echa
al cuello los brazos para reteneros y casi
sollozando, murmura "¡Por Dios,
Perico!".
¡Ah! ¡Aquí es la vuestra! Echáis sobre
vuestra hembra una mirada de conmisera-
ción, de amor propio satisfecho de hidrópi-
ca vanidad [y] lo decís con teatral desenfa-
do: "Quita allá mujer, que es necesario que
yo vaya a la reunión de tal o cual, de lo
contrario los compañeros... vamos no
llores, que a mí no hay quien se atreva a
decirme, ni a hacerme nada".
Y, claro, con estas "paradas" vuestras
pobres compañeras os creen unos leones
(para el pan lo sois) y piensan que en vues-
tras manos está el porvenir social de este
valle de... anarquistas de macana.
Claro que con esto os dais una importan-
cia que no digo nada, y como vuestras
infelices compañeras os creen unos formi-
dables revolucionarios, claro que os admiran
intelectual y físicamente.
Es por esto que cuando tenéis algo que
hacer observar a vuestras compañeras os
basta con fijar en ellas vuestra fuerte e
irresistible mirada, para que estas agachen
tímidamente la cabeza y digan:
¡Es tan revolucionario!
Por esto, sí señores anarquistas cangreji-
les, es por esto que no queréis la emanci-
pación de la mujer porque os gusta ser
temidos y obedecidos, os gusta ser admira-
dos y alabados.
Pero, a pesar vuestro, ya lo veréis, hare-
mos que La Voz de la Mujer se introduzca
en vuestros hogares y que diga a vuestras
compañeras que no sois tales leones, ni
siquiera perros de presa; lo que sí sois es
un compuesto de gallinas y cangrejos
(extraño compuesto ¿eh?, pues tal sois)
que hablan de libertad y sólo la quieren
para sí, que hablan de anarquismo y ni
siquiera saben... pero dejemos eso, que
vosotros sabéis demasiado lo que sois y
nosotras también ¿eh?
Ya los sabéis, pues, vosotros los que
habláis de libertad y en el hogar queréis
ser unos zares, y queréis conservar dere-
cho de vida y muerte sobre cuanto os
rodea, ya lo sabéis vosotros los que os
creéis muy por encima de nuestra condi-
ción, ya no os tendremos más miedo, ya
no os admiraremos más, ya no obedece-
remos, ciega y tímidamente vuestras
órdenes, ya pronto os despreciaremos y si
a ello nos obligáis os diremos cuatro ver-
dades de a puño. Ojo, pues, macaneado-
res, ojo cangrejos.
Si vosotros queréis ser libres, con mucha
más razón nosotras; doblemente esclavas
de la sociedad y del hombre, ya se acabó
aquello de "Anarquía y libertad" y las
mujeres a fregar. ¡Salud!
La Voz de la Mujer, nº 2,
31 de enero de 1896.
LA VOZ DE LA MUJER
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12 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES
zada y las mujeres debieron seguir luchando
hasta 1951 para poder votar.
En Ecuador, aprovechando que la Cons-
titución de 1827 hablaba en general de los
derechos ciudadanos sin especificar ninguna
prohibición respecto del sexo femenino,
Matilde Hidalgo, primera doctora en Me-
dicina de ese país, se inscribió en los regis-
tros electorales. Jenny Estrada, su biógrafa
nos relata este suceso: "Ante la presencia de
Matilde, los miembros de la Junta Electoral
se desconciertan e indican que el voto en
Ecuador es únicamente para hombres; ella
no se arredra; reclama la igualdad, y el mis-
mo día 2 de mayo de 1924 queda empa-
dronada, con la reserva de someter su caso
a consulta ministerial. El doctor Francisco
Ochoa Ortiz responde el 8 de mayo, expre-
sando que no hay prohibición para que las
mujeres se inscriban, ya que la ley no especi-
fica el sexo". De esta manera, el 9 de junio de
1924 se aprobó el derecho al voto femenino,
convirtiéndose Ecuador en el primer país de
América Latina en otorgar este derecho igua-
litario. El último país de la región en obtener
esta conquista fue Paraguay en 1961.
Estos episodios tuvieron correlatos en mu-
chos países de la región, y pauta el valor de lo
no-dicho, ya que el menosprecio a las muje-
res fue tal que ni siquiera las constituciones
latinoamericanas del siglo XIX incluyeron ta-
xativamente en sus artículos que no podían
votar. La cultura y los grupos dominantes
dieron por supuesto que el calificativo de ciu-
dadano sólo les correspondía a los varones.
Cuando las mujeres demostraron su decisión
de votar, los sectores dominantes reformaron
las normativas, dejando expresamente esta-
blecido que no tenían derecho al voto.
Lo no-dicho fue la rendija que les permitió
a las mujeres entrar en la historia. La mirada
feminista resignifica estos episodios justa-
mente como el lugar de la “invisibilidad”
que debe ser revertido. Lo importante, a par-
tir de la historiografía feminista, fue romper
el grado de la excepcionalidad. Todos los
logros que las mujeres excepcionales consi-
guieron fueron importantes para hacer visi-
ble la dominación de género. El mayor
avance fue darnos cuenta de que tuvimos
derecho a hacer valer nuestras invisibilida-
des porque lo visible o invisible es también
una categoría como lo dicho y lo no-dicho.
Luego de tantas luchas, en el siglo XX
comenzaron a registrarse los primeros logros
en el orden de los derechos políticos. Las
leyes civiles que equiparaban a las mujeres
con los menores también comenzaron a
retroceder. Las primeras en obtener el dere-
cho al divorcio fueron las uruguayas en
1907; luego siguieron las cubanas en 1917,
que además lograron otra importante con-
quista en 1918: la patria potestad.
Estas conquistas difieren en cada país don-
de los derechos políticos, civiles y sociales
se abrieron camino de maneras particula-
res. Sin embargo, las luchas y reivindicacio-
nes femeninas no terminaron. Entre 1940 y
1970, las mujeres alcanzaron un importan-
te protagonismo social en toda la región y
accedieron a la vida pública como nunca
antes se había experimentado.
Pero las reivindicaciones femeninas no
abarcaron sólo aspectos civiles o políticos,
sino también reivindicaciones sociales espe-
cíficas de cada sector del colectivo de las
mujeres.
Desde los inicios del movimiento obrero en
América Latina, las mujeres estuvieron en el
centro de los debates generados en torno de
cuestiones sociales. En efecto, las obreras y
también los niños realizaban tareas similares
a las de los varones, pero recibían menores
salarios. Esto llevó a que los empleadores
privilegiaran la contratación de mujeres, lo
que fue tomado en cuenta por los primeros
sindicatos y las sociedades de resistencia,
que exigieron reglamentaciones especiales.
En la Argentina, en 1902, se incluyó un ar-
tículo relativo al trabajo de mujeres y me-
nores dentro de un frustrado proyecto de
Código de Trabajo y en 1907 se aprobó una
ley que fue la segunda norma obrera apro-
bada en este país en este sentido. Pero la
normativa específica relativa a mujeres tra-
bajadoras no terminaría con esta ley.
En efecto, la maternidad y las necesida-
des biológicas de las mujeres también tuvie-
ron que ser contempladas. Leyes que impe-
dían que las mujeres permanecieran largas
horas de pie en sus trabajos, la llamada
"Ley de las Sillas", licencias por maternidad
o, posteriormente, una ley estableciendo el
llamado "día femenino" también serían pro-
mulgadas. Incluso leyes más modernas, co-
mo aquellas que penan el "acoso sexual",
pueden entenderse dentro de estas reivin-
dicaciones sociales.
El mundo de trabajo es uno de los ámbi-
tos donde se visualizan en mayor medida
las desigualdades de género. La mayoría de
las mujeres reciben remuneraciones inferio-
res respecto de sus pares varones por el mis-
mo tipo de tarea. Existen muchas menos
AGN
Cola en el frente de un centro de votación durante las primeras elecciones argentinas en las
que las mujeres pudieron votar, 11 de noviembre de 1951.
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13MUJERES EN AMÉRICA LATINA
mujeres en puestos de dirección, y los
recortes de personal siempre empiezan por
ellas. Incluso la desocupación es visibilizada
en forma muy diferente entre varones y
mujeres. Aunque muchas mujeres son el
verdadero sostén económico de las fami-
lias, siempre se considera que el varón debe
proporcionar el sustento familiar y, en tal
sentido, la pérdida del trabajo es tomada en
forma claramente diferente por uno y otro
género.
Las mujeres campesinas no han recibido
un tratamiento demasiado exhaustivo por la
historiografía, aun por aquellas autoras que
se ocupan de género. Esto no significa que
no tengan particularidades específicas. En la
unidad de producción campesina, el trabajo
es esencialmente familiar con pocas dife-
renciaciones sexuales. Las mujeres siembran,
ordeñan, alimentan animales, cosechan y
acopian desde muy corta edad a la par de
sus hermanos y maridos, además de tener a
cargo las tareas domésticas. Han tenido par-
ticipación en las luchas por la tierra, enfren-
tando la voracidad de los terratenientes, pero
dentro de estos movimientos no han tenido
reivindicaciones propias. Incluso, en los movi-
mientos de lucha han participado activamen-
te, pero no en lugares de dirección.
Por último, debemos hacer mención al
surgimiento del movimiento feminista, es-
pecialmente el que se reconoce como "la
segunda ola". Es decir, un movimiento que
pone en tela de juicio todos los aspectos de
la sociedad patriarcal y no sólo reivindica-
ciones de igualdad en términos políticos,
civiles o sociales.
En la década de 1970 se inició la genera-
ción de grupos que, siguiendo y traduciendo
el material de otras mujeres de los países
centrales, teorizaron y configuraron un pro-
grama estratégico de emancipación para las
P.Krvithof/UNESCOPhotobank
BetoBarata/AE
mujeres, que combinan con acciones por
la despenalización del aborto y la lucha por
el divorcio vincular, por el reconocimiento
de los hijos llamados ilegítimos, por la patria
potestad, la denuncia pública de la viola-
ción, los golpes y el maltrato tolerado por el
machismo, por el libre uso del cuerpo y
contra la discriminación de la homosexuali-
dad, por un mayor reconocimiento de la
sexualidad femenina y una relación sin pre-
juicios con su cuerpo tendiente a mejorar su
autoimagen. Estos grupos no tienen una
producción teórica propia, pero con sus
experiencias prepararon el terreno para las
generaciones posteriores.
Esta nueva camada de feministas tam-
bién cuestionó el autoritarismo, tanto del
Estado como de los partidos políticos y la
educación. Iniciaron un rescate del pasado
de las luchas de las mujeres con el fin de
reconocerse en su propia historia, de apro-
piarse a través de la memoria histórica de
las diversas modalidades de la opresión,
probando que el feminismo tiene un basa-
mento que viene desde los principios de la
experiencia histórica.
En el nivel de organización se formaron
grupos autónomos de mujeres que pronto
chocaron con la estructura partidaria, por
derechas y por izquierdas, que de manera
antidemocrática se negaba a aceptar el
derecho de "las demás" a la autonomía.
Acto en favor de la despenalización del aborto en Brasil.
Mujeres y hombres, sin distinción de género en las tareas, preparan un terreno para la
labor agrícola en Bolivia.
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14 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES
MUJER Y DICTADURA. LAS MADRES DE PLAZA DE MAYO
Las dictaduras de los años setenta en los
países de América del Sur presentan cier-
tas particularidades con respecto a las
relaciones genéricas. En primer término,
porque la represión política tuvo poca
diferenciación en lo relativo a uno y otro
sexo. Hubo gran número de mujeres exi-
liadas, presas y detenidas-desaparecidas.
En efecto, bajo el terrorismo de Estado,
ni siquiera una de las funciones más
patriarcales que les reserva la sociedad, ser
madres, fue respetada. Las mujeres parie-
ron en centros clandestinos de detención y
sus hijos les fueron arrebatados inmedia-
tamente después del parto para ser entre-
gados a extraños o apropiados por los mis-
mos represores.
Es cierto que numéricamente los varones
sufrieron la represión en mayor medida
que las mujeres. En la Argentina, por
ejemplo, si tomamos las cifras que brinda
el informe emitido por la Comisión
Nacional de Desaparición de Personas, las
mujeres fueron el 30 % de los desapareci-
dos, en tanto que representan algo más
del 50% de la población. Pero aun con
esta salvedad es llamativa la cantidad de
mujeres que padecieron bajo el terrorismo
de Estado.
Una de las razones fue el grado de parti-
cipación política y social de las mujeres en
el período previo. En efecto, desde fines
de la década de 1950, las mujeres latino-
americanas comenzaron a ocupar un espa-
cio creciente dentro de las organizaciones
sociales y políticas en sus más variadas
expresiones, desde organizaciones popu-
lares de control del abastecimiento y los
precios de los productos de consumo hasta
ser cuadros militares en organizaciones
políticas que adoptaban la lucha armada.
Pero para que recibieran un trato tan
brutal tuvo que haber una redefinición de
las consideración de las mujeres por parte
de los represores. A este respecto, hay que
tener en cuenta que la familia dejó de ser
un lugar incontaminado para transformar-
se en responsable de las opciones políticas
de sus integrantes. De ahí que muchas
madres fueran increpadas "por no haber
sabido educar a sus hijos".
Como consecuencia, la mayor crueldad
de la sociedad moderna descargó, como
nunca antes, todo su poder represivo
sobre el colectivo de las mujeres.
Sin embargo, esta acción represiva reci-
biría sus respuestas con el surgimiento de
organismos de derechos humanos en los
que las mujeres fueron protagonistas.
Indudablemente, la experiencia más rele-
vante fue la de las Madres de Plaza de Mayo
en la Argentina, con singularidades que las
diferencian no sólo de otras experiencias
latinoamericanas sino también mundiales.
Es cierto que en casi todos los países sur-
gieron organizaciones de familiares de de-
saparecidos −por ejemplo, en Chile, la
Asociación de Familiares de Detenidos-
Desaparecidos nació en 1974, y en ella las
mujeres ocuparon roles protagonicos; en
Guatemala, Rigoberta Menchú, que recibió
el premio Nobel de la Paz en 1992, fue figu-
ra ejemplar en la lucha por los derechos de
los indígenas−, pero sólo en el caso argenti-
no las madres se organizaron en forma
diferenciada.
En este sentido, las Madres de Plaza de
Mayo, desde el punto de vista del género,
nos presentan una serie de desafíos. Ellas
no asumieron una posición feminista,
incluso se podría decir que en la lucha rea-
firmaron su papel de "madres" en su sen-
tido más tradicional, ya que desde ese
lugar era más fácil enfrentar la represión.
Sin embargo, durante sus años de lucha
siempre se reivindicaron como mujeres
que luchaban ocupando los lugares públi-
cos, espacios hasta entonces entendidos
como masculinos.
El otro caso singular lo presenta México
por más de una razón. En primer lugar,
porque quizá es el único caso en
Latinoamérica donde se produjo una
represión ilegal sin que, en ningún
momento, se quebrara la continuidad ins-
titucional, a la vez que asiló gran cantidad
de perseguidos políticos. A pesar de todo
ello, en México, entre 1968 y 1978 se pro-
dujeron más de 500 desapariciones ilega-
les. Como respuesta, en abril de 1977,
conformaron el Comité "Eureka" los
familiares de desaparecidos. Si bien en
este caso, no se trataba de una organiza-
ción separada, la presencia de las madres
fue preponderante, y dio origen a que se
las conociera como "las doñas". Más aun,
en uno de sus hechos culminantes, como
fue la huelga de hambre que tuvo lugar
en la catedral de Ciudad de México el 28
de agosto de 1977, participaron 84 muje-
res y sólo 4 varones.
La trayectoria de ambos movimientos
fue diferente, en parte, porque en México
el gobierno fue liberando más de cien de-
saparecidos y declaró una amnistía, lo que
llevó a que una fracción relevante del
movimiento abandonara la lucha, pero
también porque las madres mexicanas
asumieron de inmediato una posición
política que llevó a que la presidente del
movimiento, Rosario Ibarra, fuera candi-
data a presidenta del país por el Partido
Revolucionario de los Trabajadores en
1988. Sin embargo, en ambos casos se tra-
tó de mujeres que salieron de sus casas
para ocupar espacios públicos y llevaron a
que gobiernos que lograron desactivar
poderosas organizaciones políticas y polí-
tico-militares se vieran incapaces de articu-
lar una respuesta ante ellas.
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15MUJERES EN AMÉRICA LATINA
PERSPECTIVAS
Cuatro cosas tiene el mundo
que son las más testarudas:
las ovejas y las cabras,
las mujeres y las mulas.
Copla popular hispanoamericana.
Apartir de los años ochenta, dentro del
feminismo hubo una reorientación de
los estudios de la mujer hacia los sectores de
mujeres más explotadas y oprimidas: obre-
ras, campesinas, pobladoras de barrios. Esto
implicó un cambio de táctica, al entender
que los planteamientos tajantes y excluyen-
tes del feminismo chocaban con los prejui-
cios sociales y sexuales de muchas mujeres
latinoamericanas. Se comenzó a plantear la
necesidad de una propuesta social alternati-
va que superara tanto las contradicciones
del sistema capitalista como las del llamado
"socialismo real", en lo que a cuestiones de
género se refiere.
Movilización de mujeres durante el VIII Encuentro Nacional de Mujeres, en Rosario, parodiando la acusación de brujas que se les hacía
durante la Inquisición.
AgenciaTELAMAgenciaTELAM
Las experiencias socialistas latinoamerica-
nas tampoco proporcionaron la ansiada equi-
dad e igualdad de género prometida con la
superación de la lucha de clases.
El patriarcado, es decir, el régimen de do-
minación ejercido sobre las mujeres, que
son discriminadas y marginadas aun siendo
mayoría en el conjunto de la población, co-
loca a las feministas en una posición privile-
giada, ya que les permite comprender el
hondo significado de otros grupos oprimidos
y discriminados. Esta conciencia ha llevado al
feminismo latinoamericano a establecer ca-
da vez más alianzas con los grupos indige-
Casimira Rodríguez, ministra de Justicia de Bolivia nombrada por Evo Morales.
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16 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES
nistas, campesinos, obreros, a condición de
que estos también reconozcan como propias
las reivindicaciones del feminismo. Al mismo
tiempo, las ha abierto al diálogo con las mili-
tantes de partidos políticos, algunas de las
cuales también han madurado, integrándo-
se a los grupos feministas en una forma de
doble militancia, muchas veces conflictiva,
pero también fructífera. Esta puja entre las
mujeres militantes de partidos políticos que
intentan manipular a los grupos feministas
autónomos es uno de los desafíos a supe-
rar. Para ello, las militantes partidarias de-
berán comprender que, por encima de sus
partidos, están los intereses históricos de la
liberación de las mujeres.
En el marco de la llamada "globalización
neoliberal", que, por sus efectos exclu-
yentes, vuelve inaplicables buena parte
de los derechos obtenidos por la lucha de
las mujeres en estos últimos decenios,
también se impone como indispensable
proponer alternativas reales para encarar
las nuevas modalidades que adopta la de-
sigualdad entre los géneros. Por eso se
apunta a construir un relato de historia
social cuyo protagonismo esté encarnado
en las mujeres anónimas que participaron
en todos y cada uno de los procesos histó-
ricos latinoamericanos.
A partir de estas experiencias y de los apor-
tes que cada grupo de mujeres pueda reali-
zar, teniendo en cuenta que las realidades
de género están estrechamente entrelaza-
das con realidades de clase, de pertenencia a
etnias y culturas, de opciones individuales y
de inserción de cada grupo en los procesos
sociales, políticos, económicos y culturales
más amplios, se podrá reconstruir un relato
histórico sin exclusiones, no sólo de género,
sino de todos los sectores subalternos, opri-
midos y dejados de lado.
Bibliografía
Ansaldi, Waldo: Calidoscopio latinoamericano. Imágenes históricas para
un debate vigente, Ariel, Bs. As., 2004.
Argumedo, Alcira: Los silencios y las voces en América latina. Notas sobre
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Barrancos, Dora: Inclusión/exclusión. Historia con mujeres, E.C.E.
Bs. As., 2000.
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derismo en el Tucumán colonial, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005.
Funes, Patricia (comp.): Chile: de Frei a Frei, UDISHAL, Documento de
Trabajo/65 Serie II, CINAP, Buenos Aires, 1999.
Funes, Patricia y Wlado Ansaldi (comps.): Teorías de las revoluciones y revo-
luciones latinoamericanas, UDISHAL, Documento de Trabajo/58, Serie II,
Buenos Aires, 3ª edic., 1998. Edición en CD-ROM, Libros Digitales, Serie
del Nuevo Siglo, vol. 0/1, Buenos Aires, 2001 (2ª edic.).
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las mujeres en la Argentina, vol I y II, ed. Taururs, Bs. As., 2000.
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Madrid, 1998.
Luna, Lola: Mujeres y Sociedad. Nuevos enfoques teóricos y metodológicos,
Universidad de Barcelona, 1991.
Morant, Isabel: Historia de las Mujeres en España y América latina. Vol, I,
II, III, IV. Ed. Cátedra, Madrid, 2006.
Shua, Ana María: Cabras, Mujeres y Mulas, ed. Sudamericana, Bs. As., 1998.
Stolcke, Verena: Mujeres invadidas. La sangre de la conquista de América,
ed. Horas y Horas, Madrid, 1993.
Agradecimientos
El equipo de Publicaciones de la Dirección Nacional de Gestión Curricular y
Formación Docente agradece a las siguientes instituciones y personas por
permitirnos reproducir material fotográfico y colaborar en la documenta-
ción de imágenes: Ministerio de Educación y Ciencia de España, UNESCO
Photobank; Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos; Agencia Estado
(Brasil); Museo Histórico Nacional; Archivo General de la Nación, Renato
Luiz Ferreira, de Agencia Estado (Brasil); Julie Bergadá y Carlos Granatelli,
de la Secretaría de Turismo de la Nación, personal y directivos de Agencia
TELAM.
Coordinadora del Área de Ciencias
Sociales, Lic. Raquel Gurevich
Coordinadora del Área de Desarrollo
Profesional, Lic. Silvia Storino
Coordinadora del Programa de
Capacitación Explora, Lic. Viviana Celso
Coordinadora de Publicaciones,
Lic. Raquel Franco
Coordinación y documentación,
Lic. Rafael Blanco
Edición, Lic. Gonzalo Blanco
Diseño y diagramación,
DG María Eugenia Más
Corrección, Norma A. Sosa Pereyra
www.me.gov.ar
Ministro de Educación, Ciencia y Tecnología, Lic. Daniel Filmus
Secretario de Educación, Lic. Juan Carlos Tedesco
Subsecretaria de Equidad y Calidad, Lic. Alejandra Birgin
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Mujeres, en América Latina.

  • 1. MUJERES EN AMÉRICA LATINA CIENCIAS SOCIALES Introducción | Las mujeres en América antes de la llegada de los europeos | Las mujeres en la sociedad colonial | Las mujeres de la Independencia | La participación femenina en las luchas políticas del período independiente | Luchas y resistencias | Perspectivas Autora: Mag. Fernanda Gil Lozano (UBA) | Coordinación Autoral: Dra. Patricia Funes (UBA y CONICET) y Dr. Áxel Lazzari (UBA) PROGRAMA DE CAPACITACIÓN MULTIMEDIAL EXPLORALAS CIENCIAS EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO jeres.qxd 21/03/2007 04:28 p.m. PÆgina 1
  • 2. 2 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES La participación de las mujeres en los procesos sociales y políticos de América Latina es el tema principal a desarrollar en este fascículo. La mayoría de los trabajos sobre Latinoamérica no relatan la historia de sus mujeres en este espacio regional, sino que son estudios particulares, centrados en un país o en espacios menores, lo que deja un vacío que compromete el abordaje de una síntesis propia. Para construir una historia de las mujeres latinoamericanas de- bemos incorporar al análisis la variable étni- ca, porque la matriz social estuvo determi- nada por las etnias indígenas y negras, ade- más de la blanca, con sus respectivos mes- tizajes. Pensemos que las transformaciones sociales y políticas realizadas en el siglo XX no se hicieron desde la nada, y la participa- ción de las mujeres en ellas debe entender- se como una larga tradición que hunde sus raíces en un proceso histórico controvertido y desgarrado. Las mujeres participaron en las sublevacio- nes, conspiraciones y tumultos populares en todos los períodos históricos de la región; no obstante, fue durante las guerras de in- dependencia cuando tuvieron la oportuni- dad a gran escala de tomar parte en los cambios políticos. Por eso, en este fascículo hemos decidido poner ejemplos que sirven para ilustrar la modalidad participativa que llevaron adelante las mujeres en esa etapa. En las transformaciones políticas determi- nadas por estas guerras, las mujeres tuvie- ron distintas maneras de protagonismo, des- de el combate y el espionaje al seguimiento de las tropas como soldaderas. Las primeras lograban tener respeto y rango entre sus compañeros y proyectaron una imagen de liderazgo activo que modificaba su femini- dad. Las soldaderas, por el contrario, de- sempeñaban los trabajos que se esperaban de una mujer. Solamente dejaron el anoni- mato aquellas que actuaron como varones. Esta situación confirma la suposición de que, bajo ciertas circunstancias, la imitación de la conducta de los varones logra el recono- cimiento de las mujeres. Lo mismo sucede con las que se destacan en tareas prejuicio- samente consideradas como trabajos mas- culinos, como el periodismo o las ciencias. Es decir, la historia, cuanto mucho, recupe- ra a las mujeres excepcionales. Muy por el contrario, en este trabajo vamos a focalizar las experiencias femeninas de muchas de las que no sabemos sus nombres, y vamos a tratar de superar la invisibilidad de aquellas que día tras día ayudaron en los diferentes procesos que formaron la región. Pensemos que, condicionados cultural- mente, cada sexo ha adquirido una conno- tación social sobre la que se imprimen los roles de cada uno. Nada de lo asignado tie- ne que ver con un orden natural, sino que cada sociedad forma los varones y las muje- res que necesita. En tal sentido afirmamos que no existe hasta el momento una histo- ria universal de la opresión y emergencia de las mujeres, sino sólo una historia europea y etnocéntrica de ellas. La historia de las mujeres latinoamericanas, asiáticas y africa- nas ha sido enfocada desde la óptica euro- pea. Y no sólo su historia, sino la teoría para estudiar sus procesos de liberación. Por lo tanto, pensamos que no puede haber un sistema único de análisis, ya que la historia no es unilineal. Justamente, lo importante del feminismo fue recuperar una mirada que retoma un sujeto-otra con las especificidades históricas, étnicas y de clase de estos grupos. Algún día habrá muchachas y mujeres cuyo nombre no significará ya sólo un opuesto de lo masculino sino algo en sí mismo, algo que no haga pen- sar en complemento y límite, sino solamente en vida y existencia: el ser humano femenino. Rainer María Rilke, Cartas a un joven poeta. MarciaAnunciaçao/AE INTRODUCCIÓN En 2005, hombres y mujeres marchan por las calles de Brasil en conmemoración del Día Internacional de la Mujer. jeres.qxd 21/03/2007 04:29 p.m. PÆgina 2
  • 3. 3MUJERES EN AMÉRICA LATINA Representación de una mujer en una cerámica precolombina. Según las teorías actuales, el poblamien- to de América fue un proceso que se ini- ció hace 45.000 años, desde el Norte hacia el Sur. De acuerdo con la evidencia arqueo- lógica, estos primeros americanos y america- nas conformaban grupos de cazadores-re- colectores. El lugar de las mujeres dentro de esta organización social era muy diferente del que tienen en la actualidad. No existían clanes gentilicios ni lugares permanentes de asentamiento, sino que un conjunto de indi- viduos se reunía por afiliación. Incluso, la crianza de los menores y el aprendizaje de palabras eran asumidos por todo el grupo, no sólo por las mujeres. Para muchos autores, en esta etapa las mujeres tuvieron una sensualidad sin auto- rrepresiones o represiones masculinas. Esto se desprende de algunos estudios antropo- lógicos realizados, por ejemplo, con las mujeres guajibas que saben el uso del clíto- ris, lo que demuestra un conocimiento pro- fundo del placer en la sexualidad como parte de la vida femenina y no sólo como función reproductora. Entre los años 10000 y el 5000 a.C. sur- gieron las culturas agroalfareras en algunos puntos del continente que se caracterizaron por lograr la domesticación de las plantas y los animales, la confección de la cerámica y cestería y la actividad metalúrgia. Estas actividades impulsaron y a la vez fueron pro- movidas por grupos más estables en sus territorios, es decir, grupos sedentarios. Así, las grandes artífices de la alfarería y la ceste- ría en nuestro continente fueron las mujeres, que trabajaron el barro con una técnica tan depurada que actualmente resultaría difícil de imitar, aun con un torno. Otra manifestación de la importancia de las mujeres en estas culturas se verifica en el plano mágico-religioso, con el culto de las diosas de la fertilidad. Por ejemplo, en la re- gión del Lago de Valencia en Venezuela se ha encontrado una gran variedad de figuras humanas de arcilla, todas femeninas o sin sexo definido, relacionadas con ritos de ferti- lidad. Pero no sólo desde este punto de vista su importancia es indiscutible, también lo es desde el punto de vista de su inserción en la actividad económica y social. En América, se produjo la circulación de mujeres entre diferentes grupos como una necesidad para asegurar la reproducción de la comunidad y esta práctica, a su vez, sentó las bases objetivas del inicio de la opresión de las mujeres. Por otra parte, los primeros LAS MUJERES EN AMÉRICA ANTES DE LA LLEGADA DE LOS EUROPEOS MinisteriodeEducaciónyCienciadeEspaña Las mujeres indígenas no figuran en los diccionarios biográficos. Se las menciona lateralmente en los partes militares tan sólo como integrantes de la chusma, un vago conjunto de viejas estrafalarias que resistieron la doctrina. Norma Sosa, Mujeres indígenas de la Pampa y la Patagonia. jeres.qxd 21/03/2007 04:29 p.m. PÆgina 3
  • 4. 4 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES síntomas de dominación los advertimos en la división sexual del trabajo. Hay que tener presente que este primer sometimiento, anterior a la propiedad y al surgimiento del Estado, no fue el resultado directo de su con- dición de reproductora de la vida, sino im- puesta por la dominación de un sexo sobre otro, donde la fuerza física debe haber juga- do un papel importante. Incluso para el gru- po de varones dominadores funcionó como una práctica para implementar el someti- miento sobre otros grupos foráneos de la comunidad primitiva. Esto implicó que, al momento del desem- barco europeo en América, ya existieran estructuras patriarcales. Claro que, a partir del papel desempeñado en la economía, la religiosidad y otros aspectos de la vida, las mujeres estaban sometidas a una estruc- tura patriarcal más laxa que la europea y cargada de otros significados. También implicó que, luego de la conquista, las mu- jeres indígenas no sólo tuvieron que sopor- tar la imposición de los parámetros cultu- rales europeos en general sino la brutal dominación de una estructura patriarcal más agresiva y rígida, que no contempló ámbitos de poder que las antiguas culturas americanas todavía les otorgaban. El primer período de transición de nuestra historia transcurrió entre el modo de pro- ducción comunal y el llamado modo de producción asiático, que caracterizó las for- maciones sociales de los grandes imperios, como el inca y el azteca. Este modo de pro- ducción se basaba en la existencia de comu- nidades autosuficientes que se encontraban bajo el dominio de un reino o imperio que exigía ya sea tributo, o bien trabajo comuni- tario para la realización de obras públicas, ceremoniales, etc. Sin embargo, no todos los pueblos aborígenes atravesaron por este período de transición. En el momento de la conquista hispanolusitana, gran número de nuestras culturas indígenas estaba en la fase agroalfarera y mantenían el modo de produc- ción comunal, mientras que otros pueblos seguían siendo cazadores y recolectores. Este proceso fue desigual, tanto en tiempo como en espacio, razón por la cual no puede fijarse una época determinada para ese período de transición. Mientras algunos pue- blos atravesaron esa fase en el primer mile- nio antes de nuestra era, otros la vivieron en las primeras centurias y también hubo gru- pos que comenzaron esa fase de transición después del primer milenio. Estas formacio- nes sociales continuaron basándose en el modo de producción comunal y en la pose- sión colectiva de la tierra. Sin embargo, ya se daban los primeros pasos que incrementa- rían la diferenciación social de estas comuni- dades: los excedentes, que antes estaban dispersos en todo el grupo, comenzaron a ser concentrados en el ámbito regional por los jefes y chamanes en un proceso de adquisición de rangos y jerarquías. Sin embargo, dentro de este proceso gene- ral, en muchos casos las mujeres siguieron participando activamente en el reparto co- lectivo de las cosechas y en las decisiones de la comunidad. Entre los quimbayas −aborí- genes del centro de Colombia−, las mujeres casadas y viudas tenían, poco antes de la lle- gada de los españoles, voz y voto en las deci- siones, además de derechos de sucesión en el cacicazgo. Incluso en sociedades fuerte- mente estratificadas, como la de los mayas, las mujeres desempeñaban funciones de importancia en la vida social y cotidiana, Mujer realizando trabajos de cerámica en el norte argentino. SecretaríadeTurismodelaNación jeres.qxd 21/03/2007 04:29 p.m. PÆgina 4
  • 5. 5MUJERES EN AMÉRICA LATINA LAS MUJERES EN LA SOCIEDAD COLONIAL como lo demuestran muchísimas figurillas de cerámica y esculturas que se han conser- vado. Por ejemplo, en el mundo mitológico, el Popol-Vuh recupera una teogonía maya donde el esperma masculino no parece ser necesario para la fecundación: Una doncella llamada Ixquic escuchó la historia de los frutos de un árbol que estaba en un sitio llamado Pucbal-Chah. Al llegar al lugar, el árbol le preguntó: −¿Qué es lo que quieres? Estos objetos redon- dos que cubren mis ramas no son más que calaveras; por ventura ¿los quieres? −Sí, los deseo −contestó la doncella. −Muy bien −interrumpió la calavera. −Extiende hacia acá tu mano derecha. −Bien −replicó la joven, y aceptó la sugerencia. En ese instante la calavera la escupió y su saliva cayó directamente sobre la palma de la mano de la doncella. Habiendo concebido dos hijos en su Tlazolteotl, diosa azteca de la fertilidad y la procreación (entre otros atributos) (ca. 1300-1500). vientre por la sola virtud de la saliva, la doncella retornó de inmediato a su casa. Así fueron en- gendrados Hunahpú e Ixbalanqué. No obstante el acelerado proceso que lle- vó hacia el patriarcado en los imperios incas y aztecas, las mujeres todavía mantuvieron roles importantes en estas culturas, aunque las urgencias de mano de obra del imperio colisionaban con las tradicionales necesida- des de las mujeres en las comunidades base. En relación inversa, mientras más aumenta- ba la producción social y el poder público, la participación y autoridad de las mujeres se reducía. Pese a esta situación de creciente sometimiento, no podemos dejar de señalar que, aun bajo los incas y los aztecas, las mujeres conservaban más relevancia social que sus contemporáneas de la sociedad feudal europea. La posición y el papel históricos de las mujeres durante la colonia fue el cáliz donde se mezclaron los procesos propios que se venían dando en la región y la vio- lencia con que españoles y portugueses impusieron una nueva normativa. Desde el punto de vista de las relaciones intergénero, fue un período de consolidación del patriar- cado, tanto en la sociedad blanca como en la mestiza, así como de transformación a ese régimen de las comunidades originarias. Por último, no debemos olvidar que apareció un nuevo actor: los esclavos provenientes de África. La colonización separó la producción del consumo, especialmente en los centros mi- neros y agropecuarios desarrollados en fun- ción de la economía de exportación. Si bien dentro de las comunidades aborígenes se mantuvo una economía de subsistencia, donde las mujeres seguían desempeñando un papel importante al mantener una estre- cha relación entre producción y consumo, en las principales áreas de la economía colo- nial el fenómeno productivo se autonomizó, separándose del consumo. El trabajo doméstico en la población blan- ca y mestiza empezó a ser funcional al régi- men colonial de dominación, tanto en lo referente a la producción de la fuerza de tra- bajo como a su reposición diaria. El trabajo de las mujeres fue asimilado al llamado tra- bajo doméstico, y el de los hombres al nuevo tipo de producción social para el mercado. El papel de las mujeres como reproductoras de la vida apareció entonces minimizado, cuan- do siempre las culturas aborígenes lo habían considerado como un acto sagrado genera- dor de todo. En la América colonial fue distinto el traba- jo desempeñado por las mujeres de origen blanco que el realizado por las indígenas, ne- gras, mestizas y mulatas. Las primeras, reclui- das en el hogar, educaron hijos e hijas que consolidaron el sistema de dominación colo- nial, aunque también sufrieron el peso del patriarcado. Las mujeres indígenas también tributaron sexualmente para los conquista- dores, que se apropiaron así de su capacidad reproductora, perdiendo paulatinamente su capacidad erótica en esta función sexual- reproductora, separada del placer. Este proceso es medular para comprender por qué las mujeres, especialmente las mes- tizas, aceptaron a lo largo del tiempo la subordinación en ese y en otros planos de la existencia, proceso que las llevó a una despersonalización o pérdida de identidad. Cuando pudo, la mujer indígena utilizó a sus hijos mestizos para presionar al padre blanco, ya sea para no pagar tributos o lograr una mayor movilidad social. La mayoría de las mujeres negras, en su calidad de esclavas, transfirió diferentes valo- res con su trabajo: en primer lugar, a partir de las tareas productivas en las plantaciones, pero también trabajando en las tareas domésticas, al servicio de los patrones, en las casas señoriales del campo y la ciudad, y sólo en pequeña medida y muy a regañadientes reproduciendo la fuerza de trabajo esclava. La mujer es confusión del hombre, animal insaciable, angustia continua, guerra incesante, morada de tempes- tad, obstáculo de devoción. The speculum of Vincent de Beauvoir (siglo XVIII). jeres.qxd 21/03/2007 04:29 p.m. PÆgina 5
  • 6. 6 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES En su segunda confesión bajo tormento, acusada de haber maleficiado en complici- dad con otra india a una china de su pueblo de Tuama, Lorenza admitió participar en salamancas. Según sus palabras, allí había aprendido el arte y también la habían sido ofrecidos en ese lugar los ingredientes que precisaba para preparar los encantos. Es probable que la declaración de Lorenza no tomara al juez por sorpresa. Ya existía una leyenda hispana de la salamanca, que la literatura barroca del siglo XVII había reco- gido en obras célebres. Incluso, en el len- guaje común, el término "salamanca" o "infiernillo" evocaba a un tiempo magia, aprendizaje y pacto diabólico. La ciudad universitaria española, su mítica cueva y sus estudiantes habían atravesado el océano para llegar a una remota aldea indígena de las fronteras del imperio espa- ñol. Agreguemos que, además del océano, la salamanca ha conseguido atravesar los siglos: se mantiene en la cultura folclórica de Santiago del Estero y, en general, de todo el noroeste argentino. Mostrando lla- mativas semejanzas con las salamancas de Lorenza, la literatura folclórica las describe como espacios mágicos (por lo general cue- vas) donde el iniciado aprende el arte que le interesa (domar, bailar, tocar la guitarra, curar, maleficiar y demás) siguiendo las lec- ciones del Zupay (el Demonio). [...] si bien no faltan en el estereotipo algunos clásicos motivos demonológicos europeos, en la salamancas mestizas dicha demonología tiene un papel visible pero subordinado. La salamancas de Lorenza estarían representando la resignificación de rituales ligados a una cosmovisión indí- gena antigua, cuyo atributos originarios conocemos sólo aproximadamente. [...] Las hechiceras de Tuama Los dos procesos que han de ocuparnos se inician en nuestro ya familiar pueblo de indios de Tuama, sobre el río Dulce. Además del entorno, los lazos de sangre probablemente unieran entre sí a dos de las tres reas principales: tenemos indicios para suponer que Juana Pasteles era la abuela o la madre Pancha, compañera de Lorenza en el arte [...]. Como en todos los casos hasta ahora expuestos, el disparador de los procesos es el maleficio. Sin embargo, si a Juana Pasteles se le endilgaban, para comenzar, cuatro vícti- mas ya difuntas, Lorenza y Pancha eran acu- sadas de mantener en su enfermedad a la criada del alcalde indígena, la china María Antonia. Aunque no declare en ningún momento, un hecho central de este episodio es que la víctima no abandona jamás el cen- tro de la escena. Verbalmente o a través de muecas y gestos, en una seguidilla de teatra- les actuaciones, María Antonia selló la suer- te de sus supuestas malefactoras y de otras muchas personas que sucesivamente fueron comprometidas en las posteriores confesio- nes de las reas. [...] Las tres mujeres que inicialmente son acu- sadas entraban en el perfil típico de hechi- cera [...]. Juana y Pancha tenían alrededor de cincuenta años y Lorenza, cuarenta. Todas eran viudas, se mantenían por sus propios medios (como las demás, era hábi- les en el telar, la alfarería y la cestería) y de las dos primeras se sospechaba que habían ultimado a sus maridos con arte mágico. [...] Los alegatos del fiscal y la sentencia del proceso de 1715 se encuentran por comple- to despojados de los elementos demonoló- gicos que Juana Pasteles fue forzada a introducir en sus confesiones. Los delitos que finalmente se consideraron "proba- dos", y que le valieron a la rea el garrote y la hoguera, fueron la muerte de su marido, la de Pedro Isla de la ranchería de San Francisco y la de Guinza, el indio de Guaipe. Es probable que la manifestación de culpa- bilidad más convincente para el tribunal fuera la curación efectiva de la india Ignacia, que se logró aplicando al pie de la letra la receta indicada por la hechicera. Tampoco corrió el juez a buscar a las supuestas cómplices de la Pasteles. Así es como, aunque lo "deseable" era que la rea confesara encuentros cercanos con el demo- nio, ósculos infames y terroríficos aquela- rres, la preocupación concreta del tribunal consistía en el daño que una serie de actos simples y puramente empíricos era capaz de movilizar. Insistimos, una lógica primaria, adosada quizás a estereotipos más comple- jos, como el del sabbat, pero conocidos superficialmente, guiaba a los legos jueces. No sabemos si la mención del demonio (o, mejor dicho, de los demonios) con los que confesaron tratar Lorenza y Pancha habrían cambiado en algún modo la suerte de las hechiceras, porque ambas murieron antes de que se redactara la sentencia. Sin embar- go, y muy significativamente, el último ges- to que el juez le dedicó a la rea frente a su séquito de notables fue el registro de sus vestidos: buscaba el encanto que, se supo- nía, impedía la recuperación de María Antonia. En cambio, como habitualmente lo hacían los inquisidores de la brujomanía europea, sí se mandó a llamar a las compa- ñeras de salamanca, las supuestas cómpli- ces. Con ello se inauguraba un tercer tiem- po del proceso [...] . Judith Farberman, Las salamancas de Lorenza. Magia, hechicería y curanderismo en el Tucumán colonial, Buenos Aires, Siglo XXI. 2005. LAS SALAMANCAS DE LORENZA Durante la Inquisición, las mujeres acusadas de brujas eran torturadas hasta la confesión. jeres.qxd 21/03/2007 04:29 p.m. PÆgina 6
  • 7. 7MUJERES EN AMÉRICA LATINA En algunas colonias, las libertas llegaron a trabajar como asalariadas, pero ganando menos que los jornaleros negros, como lo muestran las Ordenanzas del Cabildo de Santo Domingo en el siglo XVIII: "el jornal de la negra ha de ser el tercio menos que el del negro". Las formas de luchas y resistencias de las mujeres no siempre se encuentran en las acciones que convencionalmente son toma- das como tales. Casi siempre ha sido el cuer- po el lugar donde las mujeres muestran y confrontan la dominación. Por ejemplo, con la llegada de los europeos se impuso a las cul- turas americanas un nuevo criterio relativo al concepto y el valor de la virginidad. Algu- nos testimonios nos ilustran sobre el tema. Fernández de Oviedo observó la siguiente conducta entre los indígenas: Es preguntado al padre o la madre de la novia si viene virgen; e si dicen que sí, y el marido no la halla tal, se la torna y el marido queda libre y ella por mala mujer conocida; pero si no es virgen y ellos son contentos, pasa el matrimonio, cuando antes de consumar la cópula avisaron que no era virgen, porque muchos hay que quieren más a las corrompidas que no las vírgenes. Resulta claro que la sanción social iba sobre la mentira más que sobre el hecho en sí de la virginidad. Es más, la virginidad sería vista como un dato físico más y no en des- medro moral de la implicada. Sabemos tam- bién que en lugares como Nicaragua la vio- lación era castigada con la reducción a la esclavitud del culpable, en beneficio de los padres de la víctima. El cronista López de Gomara, refiriéndose a las mujeres de Me- soamérica, escribía: "nada les importa la vir- ginidad". Por otra parte, el aborto era prác- tica habitual en la América precolombina, especialmente entre las jóvenes, ya que no era acto censurado. Los cronistas españoles atribuyeron esta práctica al deseo de las jóvenes indias de preservar sus cuerpos. Así, el cronista Fernández de Oviedo afirma: Las viejas han de parir, que ellas no quieren estar ocupadas para dejar sus placeres ni preñarse para que pariendo se les aflojen las tetas de las cuales muchas se precian y las tienen muy buenas. En los siglos de la dominación colonial, las mujeres indígenas y negras recurrieron a for- mas de resistencia quizá pasivas, oponiéndo- Representación de mestizos a finales del siglo XVIII en una pintura anónima. se a la procreación. Esta forma de protesta era más evidente en las esclavas africanas. Cuando en el siglo XVIII, los esclavos subie- ron de precio, se estimuló que las esclavas tuvieran hijos; de esta forma, los dueños pro- movieron matrimonios y reducían el tiempo de trabajo de las embarazadas. A pesar de todo, las esclavas no abandonaron las prácti- cas abortivas, muy probablemente como negativa a procrear hijos esclavos. La maternidad siguió siendo un hecho natural, pero durante la colonia la paterni- dad se convirtió en un fenómeno social inédito en América por cuanto, a diferencia de las culturas precolombinas, hubo que certificar la filiación de los hijos, estable- ciendo claramente su origen étnico. A nin- guna mujer indígena se le hubiera ocurrido en el pasado presentar pruebas de su mater- nidad. Con la implantación de costumbres europeas, los varones establecieron la monogamia obligatoria, para que no sur- gieran dudas respecto de su paternidad. Como consecuencia de estas modificacio- nes, de la institucionalización de las relacio- nes intersexuales y del complemento del matrimonio monógamo, aparecería en América la prostitución. Por otra parte, interrumpiendo la milenaria tradición de que la mujer es la creadora de la vida, simbolizada en las diosas madres de los pueblos agroalfareros, los españoles y portu- gueses trajeron a América el concepto sexis- ta, aristotélico, de que el verdadero genera- dor de la vida es el varón, que provee con su esperma la materia viva, mientras que las mujeres son sólo el receptáculo pasivo. Para Aristóteles, los varones con el esperma depositaban en la mujer un hombre peque- ño u homúnculo, que con los meses iba cre- ciendo y desarrollándose. Si en la gestación prevalecía lo femenino −que era la materia− y no lo masculino −que era la forma−, ese cuerpo pequeño "degeneraba" en mujer. Si "todo iba bien" y predominaba lo masculi- no, se formaría un varón. En esta concep- ción, las mujeres son un recipiente cuya fun- ción es contener y alimentar lo depositado por los varones, asignándoles de esta mane- ra un papel secundario. Casi todas las concepciones sobre sexuali- dad y conducta femenina correcta fueron difundidas a través de la doctrina cristiana, poniendo a la Virgen María como ejemplo a seguir. Aunque la recepción por parte de las mujeres americanas no fue la que los con- quistadores esperaban, la figura de la madre de Cristo dio origen a todos los procesos de sincretismo de las antiguas diosas madres y deidades africanas. Lo que no es sorpren- dente, ya que la idea de "mujer sin man- cha", virgen pero madre, fue una idea moldeada durante siglos en la sociedad europea, aceptada por los conquistadores, pero extraña a las otras culturas constitu- yentes de la sociedad colonial. jeres.qxd 21/03/2007 04:29 p.m. PÆgina 7
  • 8. 8 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES ColecciónBonifaciodelCarril LAS MUJERES DE LA INDEPENDENCIA L as mujeres participaron tan activamente como los varones en el proceso eman- cipador. Olvidadas en las narraciones his- toriográficas tradicionales, sólo aparecen aquellas mujeres de la elite como instru- mento de los proyectos de sus maridos, padres y hermanos. Sin embargo, también las indígenas, las negras y las mestizas fueron protagonistas y contribuyeron para el triunfo de la revolución. Las mujeres de pueblo no sólo realizaron ta- reas de espionaje o de correo, también acom- pañaron a los ejércitos patriotas y no dudaron en tomar el fusil contra la dominación realista. También es cierto que las mujeres de la eli- te criolla jugaron un papel trascendente, en- tre ellas, la ecuatoriana Manuela Cañizares. Es digno de destacar que, en una época en que la mayoría de las mujeres eran anal- fabetas, Manuela conocía a los iluministas franceses. En su casa se reunían personajes importantes para debatir sobre la Revo- lución Francesa y sus postulados de igual- dad, libertad y fraternidad. Firmemente embanderada con la causa independen- tista, Manuela Cañizares consiguió adhe- rentes y no pocas veces se enfrentó a los indecisos. El regreso de la cautiva, obra de Juan Mauricio Rugendas (1845). Que el hombre aspire a la libertad y la mujer a las buenas costumbres. ¿Y en qué consisten las buenas costumbres? En obedecer. Última carta de amor de C. Von Gunderrode a Bettina Brentano. jeres.qxd 21/03/2007 04:29 p.m. PÆgina 8
  • 9. 9MUJERES EN AMÉRICA LATINA Otro ejemplo es la colombiana Polonia Salvatierra y Ríos; conocida bajo el seudóni- mo de Policarpa, actuó como enlace de los revolucionarios en el período de la recon- quista española, enviando mensajes antico- loniales camuflados en naranjas. Des- cubierta su actividad de espionaje y contraes- pionaje por los realistas, fue fusilada el 10 de noviembre de 1817, poco antes de la lle- gada del ejército libertador comandado por Simón Bolívar a Bogotá. En Chile nos encontramos con Francisca Javiera Carrera, hermana de José Miguel, el presidente de la junta chilena de 1811 a 1814. Fue una infatigable y consecuente mi- litante de los ideales libertarios, tanto en los días de triunfo como en los de la reacción realista que llevó a sus hermanos al exilio. Cuando los dirigentes criollos más modera- dos se aferraban a la fórmula de gobernar en nombre de Fernando VII, Javiera sostuvo un permanente repudio a la corona española. Josefa Camejo, venezolana nacida en 1791, arengó a los jóvenes caraqueños encabezados por José Félix Ribas. Combatió junto a su compañero, Juan Nepomuceno Briceño Méndez, en la campaña de los llanos contra los realistas de José Boves. Cuando los realistas reconquistaron Caracas, ellos organizaban bailes para facilitar los contac- tos clandestinos de los patriotas. Junto a estas líderes, lucharon anónima- mente decenas de miles de mestizas, indíge- nas y negras, cuya tarea no fue menos efi- caz. Incluso en las luchas guerrilleras lucha- ron militarmente junto con los varones. El caso más conocido es el de Juana Azurduy de Padilla, quien a la muerte de su marido, Manuel Ascencio Padilla, asumió las funcio- nes de jefatura en la resistencia contra los realistas en el Alto Perú. Pero la presencia de la mujer en las gue- rras de la independencia no se circunscribió a aspectos políticos y militares. La mayoría de las mujeres debió hacerse cargo de las tareas productivas en el campo y en las ciudades cuando los varones partían para incorporar- se a los ejércitos libertadores. Esto también implicaba la crianza de los hijos e hijas pequeños que luego ocuparían el lugar de los caídos en la lucha. LA PARTICIPACIÓN FEMENINA EN LAS LUCHAS POLÍTICAS DEL PERÍODO INDEPENDIENTE Al finalizar la guerra de la independencia sobrevinieron en muchos países de América luchas políticas que llevaron a verdaderas guerras civiles. Las mujeres no permanecieron ausentes de este proceso. Aunque muchas veces a la zaga de sus maridos, las mujeres campesinas tuvie- ron una forma de realización en las guerras civiles del siglo XIX. En Colombia, "las volun- tarias, las vivanderas, las juanas" fueron inse- parables de los ejércitos y el mejor sostén con que podía contar el campesino soldado. Las vivanderas no sólo hacían la comida, sino que difundían falsas noticias en el campo enemi- go, obtenían pólvora de sus cuarteles y tam- bién participaron de episodios bélicos como soldados. La participación y el compromiso de las mujeres fueron testimoniados por mu- chos contemporáneos en sus escritos, fun- damentalmente los de aquellas que acompa- ñaban a los ejércitos. El pueblo las llamaba voluntarias, y se las veía agobiadas con sus maletas y algunas con sus hijos, todo encima de sus espaldas. Entre otras tareas, cocina- ban, lavaban la ropa de los oficiales por una escasa paga, asistían y cuidaban a los enfer- mos y se prestaban a toda clase de sacrificios para que las tolerasen y no les impidiesen seguir a sus compañeros. En los combates, su heroísmo las destacaba, se metían por entre los caballos, apartando las lanzas enemigas. Clemencia Celis y "la Loaiza" fueron mujeres que se distinguieron en el campo de batalla. En este caso, como ha ocurrido en muchas guerras, las mujeres debieron adoptar vesti- mentas masculinas para poder ser aceptadas como soldados en las filas del ejército. Con una forma de lucha diferente, la chile- na Rosario Ortiz, conocida como "La Mon- che", logró destacarse en las luchas sociales y políticas. Nacida en Concepción, fue una de las primeras periodistas de América Latina y en este carácter integró la redacción del diario El Amigo del Pueblo, principal órgano de prensa de la oposición al gobierno conserva- dor. Luego de una revolución fracasada en 1859, se refugió con los mapuches en sus tol- derías, donde murió años más tarde pobre y olvidada. En el cementerio de Concepción todavía existe una modesta tumba donde se encuentra grabado este sentido epitafio: "Aquí descansa la Monche, vivió y murió por la libertad. Un obrero". Las mujeres argentinas, principalmente las del interior, participaron activamente en las guerras civiles de nuestro país desde 1820 hasta la década de 1870. Una de ellas fue Eulalia Ares de Vildoza, catamarqueña, jefa de una insurrección que depuso al goberna- dor de Catamarca en 1862. Eulalia fue a Santiago del Estero en busca de armas y al regreso convocó a sus amigas a una reunión en la que se convino atacar la sede de gobier- no. Vestidas con ropas masculinas, el 18 de agosto de 1862 veintitrés mujeres tomaron el cuartel y luego, apoyadas por la gente adic- ta, asaltaron la casa del gobernador, que se negaba a entregar el mando al nuevo funcio- nario electo, y lo hicieron huir de la provincia. Eulalia se hizo cargo del gobierno interina- mente, organizó un plebiscito y entregó el mando al gobernador electo. Sin embargo, esta participación de las muje- res en las luchas populares no les brindó los frutos esperados. La segunda parte del siglo XIX estuvo signada por la formación de las repúblicas liberales que terminaron de ocluir la participación pública y militante de las mujeres al equipararlas en los códigos con los menores, los locos y los deficientes. Francisca Javiera Carrera cumplió un importante papel en el proceso de independencia chileno. jeres.qxd 21/03/2007 04:29 p.m. PÆgina 9
  • 10. 10 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES El avance del Estado moderno con sus códigos y leyes cristalizó para las muje- res una situación de subordinación que, con leves matices, se impuso en todos los países de la región. Las normas legales de los paí- ses latinoamericanos equipararon a las mu- jeres con el mismo estatus jurídico que un menor, es decir, una persona carente de autonomía que debía depender de un suje- to responsable que velara por ella. Para ilustrar este avance sobre la autono- mía de las mujeres referiremos uno de los tantos ejemplos que tuvieron lugar en la región que también demuestra que este retroceso no fue aceptado pasivamente por las mujeres. Un grupo de chilenas, aprove- chando que la Constitución de 1833 no establecía taxativamente la prohibición del voto femenino, decidieron ejercer sus dere- chos electorales en 1876. Hasta el momento las mujeres no habían reclamado por este ejercicio de ciudadanía. En aquel entonces, las mujeres de San Felipe quisieron hacerlo efectivo y se calificaron. En respuesta, los políticos de Santiago interpelaron agresiva- mente en la Cámara al ministro Zenteno, quién, para asombro de todos, sostuvo que a su juicio las mujeres podían y debían votar, porque la Constitución y la ley de 1874 les daba ese derecho. Así fue que un sector de mujeres, apoyándose en la resolución del ministro Zenteno, se inscribió para votar por Benjamín Vicuña Mackenna en las elecciones presidenciales. Al calor de la campaña antioli- gárquica de este candidato, las mujeres recla- maron el derecho a sufragio y, a pesar de la negativa de las autoridades, alcanzaron a ins- cribirse en La Serena. Este paso de las mujeres chilenas, en momentos en que empezaba a asomar el movimiento sufragista femenino europeo y estadounidense, constituyó uno de los primeros antecedentes en América Latina de la lucha por los derechos igualita- rios de las mujeres. Sin embargo, el epílogo de este proceso fue una reforma introducida por una ley de 1884 que negó de un modo expreso el voto a las mujeres. Esta no fue una excepción. En la Argen- tina, Julieta Lanteri en la segunda década del siglo XX protagonizó un episodio simi- lar, ya que la Constitución de 1853 no pro- híbe el voto femenino, pero la ley electoral de 1912 exigió el enrolamiento, es decir, la inscripción en el padrón. Esto llevó a la sufragista argentina a inscribirse para cum- plir con el servicio militar y así ejercer su derecho ciudadano. Su solicitud fue recha- LUCHAS Y RESISTENCIAS Los movimientos sufragistas en América Latina fueron simultáneos a los de Europa y Estados Unidos: En la foto, mujeres sufragistas marchan por las calles de Nueva York, en 1912. Quedé muerto como mineral y me convertí en planta. Quedé muerto luego como planta y tomé una forma sensible. Quedé muerto luego como animal, me puse atuendo humano. ¿Cuándo me hice menos por la muerte? Rumi. LibraryofCongress/EE.UU. jeres.qxd 21/03/2007 04:29 p.m. PÆgina 10
  • 11. 11MUJERES EN AMÉRICA LATINA La Voz de la Mujer fue un periódico comu- nista-anárquico feminista del que se edita- ron nueve números, entre el 8 de enero de 1896 y el 1º de enero de 1897. Este es el editorial del segundo número, en el que La Redacción responde a las críticas recibidas luego de la aparición del primer número. ¡APARECIÓ AQUELLO! (A LOS ESCARABAJOS DE LA IDEA) Cuando nosotras (despreciables e ignoran- tes mujeres) tomamos la iniciativa de publicar La Voz de la Mujer, ya lo sospe- chábamos ¡oh modernos cangrejos! que vosotros recibiríais con vuestra macanística y acostumbrada filosofía nuestra iniciativa porque habéis de saber que nosotras las torpes mujeres también tenemos iniciativa y esta es producto del pensamiento; ¿sabéis?, también pensamos. Apareció el primer número de La Voz de la Mujer, y claro ¡allí fue Troya!, "nosotras no somos dignas de tanto, ¡cá! no señor", "¿emanciparse la mujer?", "¿para qué?" "¿qué emancipación femenina ni que ocho rábanos?" "¡la nuestra", "venga la nuestra primero!, y luego, cuando nosotros 'los hombres' estemos emancipados y seamos libres, allá veremos". Con tales humanitarias y libertadoras ideas fue recibida nuestra iniciativa. Por allá nos las guarden, pensamos nosotras. Ya teníamos la seguridad de que si por nosotras mismas no tornábamos la iniciati- va de nuestra emancipación, ya podíamos tornarnos momias o algo por el estilo, antes que el llamado Rey de la Tierra (hombre) lo hiciese. Pero es preciso señores cangrejos y no anarquistas, como mal os llamáis, pues de tales tenéis tanto como nosotras de frailes, es preciso que sepáis de una vez que esta máquina de vuestros placeres, este lindo molde que vosotros corrompéis, esta sufre dolores de humanidad, está ya hastiada de ser un cero a vuestro lado, es preciso, ¡oh!, ¡falsos anarquistas! que comprendáis una vez por todas que nuestra misión no se reduce a criar vuestros hijos y lavaros la roña, que nosotras también tenemos dere- cho a emancipamos y ser libres de toda clase de tutelaje, ya sea social, económico o marital. Para vosotros, ¿qué es una mujer fea o bonita, joven o vieja? ¡una sierva, una fregona! Cuando vosotros, en la terrible y deses- perada lucha por la vida inclináis abatidos la cabeza sobre el lacerado pecho, si os salís a disipar vuestro mal humor, cuando en nosotras no lo hacéis, ahí quedan vues- tras hembras (para vosotros no somos otra cosa), vertiendo amargo lloro, esto os debe hacer comprender que la diferencia de sexo no nos impide de sentir y pensar. Ya sabíamos señores infelices que para vosotros una mujer no es más que un lindo mueble, algo así como una cotorra que os halaga, os cose, os trabaja, y lo que es más, os obedece y teme. ¿Verdad señores maridos? ¿No es ver- dad que es muy bonito tener una mujer a la cual hablaréis de libertad, de anarquía, de igualdad, de Revolución Social, de san- gre, de muerte, para que esta, creyéndo- os unos héroes os diga en tanto que temiendo por vuestra vida (porque, claro, vosotros os fingís exaltadísimos) os echa al cuello los brazos para reteneros y casi sollozando, murmura "¡Por Dios, Perico!". ¡Ah! ¡Aquí es la vuestra! Echáis sobre vuestra hembra una mirada de conmisera- ción, de amor propio satisfecho de hidrópi- ca vanidad [y] lo decís con teatral desenfa- do: "Quita allá mujer, que es necesario que yo vaya a la reunión de tal o cual, de lo contrario los compañeros... vamos no llores, que a mí no hay quien se atreva a decirme, ni a hacerme nada". Y, claro, con estas "paradas" vuestras pobres compañeras os creen unos leones (para el pan lo sois) y piensan que en vues- tras manos está el porvenir social de este valle de... anarquistas de macana. Claro que con esto os dais una importan- cia que no digo nada, y como vuestras infelices compañeras os creen unos formi- dables revolucionarios, claro que os admiran intelectual y físicamente. Es por esto que cuando tenéis algo que hacer observar a vuestras compañeras os basta con fijar en ellas vuestra fuerte e irresistible mirada, para que estas agachen tímidamente la cabeza y digan: ¡Es tan revolucionario! Por esto, sí señores anarquistas cangreji- les, es por esto que no queréis la emanci- pación de la mujer porque os gusta ser temidos y obedecidos, os gusta ser admira- dos y alabados. Pero, a pesar vuestro, ya lo veréis, hare- mos que La Voz de la Mujer se introduzca en vuestros hogares y que diga a vuestras compañeras que no sois tales leones, ni siquiera perros de presa; lo que sí sois es un compuesto de gallinas y cangrejos (extraño compuesto ¿eh?, pues tal sois) que hablan de libertad y sólo la quieren para sí, que hablan de anarquismo y ni siquiera saben... pero dejemos eso, que vosotros sabéis demasiado lo que sois y nosotras también ¿eh? Ya los sabéis, pues, vosotros los que habláis de libertad y en el hogar queréis ser unos zares, y queréis conservar dere- cho de vida y muerte sobre cuanto os rodea, ya lo sabéis vosotros los que os creéis muy por encima de nuestra condi- ción, ya no os tendremos más miedo, ya no os admiraremos más, ya no obedece- remos, ciega y tímidamente vuestras órdenes, ya pronto os despreciaremos y si a ello nos obligáis os diremos cuatro ver- dades de a puño. Ojo, pues, macaneado- res, ojo cangrejos. Si vosotros queréis ser libres, con mucha más razón nosotras; doblemente esclavas de la sociedad y del hombre, ya se acabó aquello de "Anarquía y libertad" y las mujeres a fregar. ¡Salud! La Voz de la Mujer, nº 2, 31 de enero de 1896. LA VOZ DE LA MUJER jeres.qxd 21/03/2007 04:29 p.m. PÆgina 11
  • 12. 12 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES zada y las mujeres debieron seguir luchando hasta 1951 para poder votar. En Ecuador, aprovechando que la Cons- titución de 1827 hablaba en general de los derechos ciudadanos sin especificar ninguna prohibición respecto del sexo femenino, Matilde Hidalgo, primera doctora en Me- dicina de ese país, se inscribió en los regis- tros electorales. Jenny Estrada, su biógrafa nos relata este suceso: "Ante la presencia de Matilde, los miembros de la Junta Electoral se desconciertan e indican que el voto en Ecuador es únicamente para hombres; ella no se arredra; reclama la igualdad, y el mis- mo día 2 de mayo de 1924 queda empa- dronada, con la reserva de someter su caso a consulta ministerial. El doctor Francisco Ochoa Ortiz responde el 8 de mayo, expre- sando que no hay prohibición para que las mujeres se inscriban, ya que la ley no especi- fica el sexo". De esta manera, el 9 de junio de 1924 se aprobó el derecho al voto femenino, convirtiéndose Ecuador en el primer país de América Latina en otorgar este derecho igua- litario. El último país de la región en obtener esta conquista fue Paraguay en 1961. Estos episodios tuvieron correlatos en mu- chos países de la región, y pauta el valor de lo no-dicho, ya que el menosprecio a las muje- res fue tal que ni siquiera las constituciones latinoamericanas del siglo XIX incluyeron ta- xativamente en sus artículos que no podían votar. La cultura y los grupos dominantes dieron por supuesto que el calificativo de ciu- dadano sólo les correspondía a los varones. Cuando las mujeres demostraron su decisión de votar, los sectores dominantes reformaron las normativas, dejando expresamente esta- blecido que no tenían derecho al voto. Lo no-dicho fue la rendija que les permitió a las mujeres entrar en la historia. La mirada feminista resignifica estos episodios justa- mente como el lugar de la “invisibilidad” que debe ser revertido. Lo importante, a par- tir de la historiografía feminista, fue romper el grado de la excepcionalidad. Todos los logros que las mujeres excepcionales consi- guieron fueron importantes para hacer visi- ble la dominación de género. El mayor avance fue darnos cuenta de que tuvimos derecho a hacer valer nuestras invisibilida- des porque lo visible o invisible es también una categoría como lo dicho y lo no-dicho. Luego de tantas luchas, en el siglo XX comenzaron a registrarse los primeros logros en el orden de los derechos políticos. Las leyes civiles que equiparaban a las mujeres con los menores también comenzaron a retroceder. Las primeras en obtener el dere- cho al divorcio fueron las uruguayas en 1907; luego siguieron las cubanas en 1917, que además lograron otra importante con- quista en 1918: la patria potestad. Estas conquistas difieren en cada país don- de los derechos políticos, civiles y sociales se abrieron camino de maneras particula- res. Sin embargo, las luchas y reivindicacio- nes femeninas no terminaron. Entre 1940 y 1970, las mujeres alcanzaron un importan- te protagonismo social en toda la región y accedieron a la vida pública como nunca antes se había experimentado. Pero las reivindicaciones femeninas no abarcaron sólo aspectos civiles o políticos, sino también reivindicaciones sociales espe- cíficas de cada sector del colectivo de las mujeres. Desde los inicios del movimiento obrero en América Latina, las mujeres estuvieron en el centro de los debates generados en torno de cuestiones sociales. En efecto, las obreras y también los niños realizaban tareas similares a las de los varones, pero recibían menores salarios. Esto llevó a que los empleadores privilegiaran la contratación de mujeres, lo que fue tomado en cuenta por los primeros sindicatos y las sociedades de resistencia, que exigieron reglamentaciones especiales. En la Argentina, en 1902, se incluyó un ar- tículo relativo al trabajo de mujeres y me- nores dentro de un frustrado proyecto de Código de Trabajo y en 1907 se aprobó una ley que fue la segunda norma obrera apro- bada en este país en este sentido. Pero la normativa específica relativa a mujeres tra- bajadoras no terminaría con esta ley. En efecto, la maternidad y las necesida- des biológicas de las mujeres también tuvie- ron que ser contempladas. Leyes que impe- dían que las mujeres permanecieran largas horas de pie en sus trabajos, la llamada "Ley de las Sillas", licencias por maternidad o, posteriormente, una ley estableciendo el llamado "día femenino" también serían pro- mulgadas. Incluso leyes más modernas, co- mo aquellas que penan el "acoso sexual", pueden entenderse dentro de estas reivin- dicaciones sociales. El mundo de trabajo es uno de los ámbi- tos donde se visualizan en mayor medida las desigualdades de género. La mayoría de las mujeres reciben remuneraciones inferio- res respecto de sus pares varones por el mis- mo tipo de tarea. Existen muchas menos AGN Cola en el frente de un centro de votación durante las primeras elecciones argentinas en las que las mujeres pudieron votar, 11 de noviembre de 1951. jeres.qxd 21/03/2007 04:29 p.m. PÆgina 12
  • 13. 13MUJERES EN AMÉRICA LATINA mujeres en puestos de dirección, y los recortes de personal siempre empiezan por ellas. Incluso la desocupación es visibilizada en forma muy diferente entre varones y mujeres. Aunque muchas mujeres son el verdadero sostén económico de las fami- lias, siempre se considera que el varón debe proporcionar el sustento familiar y, en tal sentido, la pérdida del trabajo es tomada en forma claramente diferente por uno y otro género. Las mujeres campesinas no han recibido un tratamiento demasiado exhaustivo por la historiografía, aun por aquellas autoras que se ocupan de género. Esto no significa que no tengan particularidades específicas. En la unidad de producción campesina, el trabajo es esencialmente familiar con pocas dife- renciaciones sexuales. Las mujeres siembran, ordeñan, alimentan animales, cosechan y acopian desde muy corta edad a la par de sus hermanos y maridos, además de tener a cargo las tareas domésticas. Han tenido par- ticipación en las luchas por la tierra, enfren- tando la voracidad de los terratenientes, pero dentro de estos movimientos no han tenido reivindicaciones propias. Incluso, en los movi- mientos de lucha han participado activamen- te, pero no en lugares de dirección. Por último, debemos hacer mención al surgimiento del movimiento feminista, es- pecialmente el que se reconoce como "la segunda ola". Es decir, un movimiento que pone en tela de juicio todos los aspectos de la sociedad patriarcal y no sólo reivindica- ciones de igualdad en términos políticos, civiles o sociales. En la década de 1970 se inició la genera- ción de grupos que, siguiendo y traduciendo el material de otras mujeres de los países centrales, teorizaron y configuraron un pro- grama estratégico de emancipación para las P.Krvithof/UNESCOPhotobank BetoBarata/AE mujeres, que combinan con acciones por la despenalización del aborto y la lucha por el divorcio vincular, por el reconocimiento de los hijos llamados ilegítimos, por la patria potestad, la denuncia pública de la viola- ción, los golpes y el maltrato tolerado por el machismo, por el libre uso del cuerpo y contra la discriminación de la homosexuali- dad, por un mayor reconocimiento de la sexualidad femenina y una relación sin pre- juicios con su cuerpo tendiente a mejorar su autoimagen. Estos grupos no tienen una producción teórica propia, pero con sus experiencias prepararon el terreno para las generaciones posteriores. Esta nueva camada de feministas tam- bién cuestionó el autoritarismo, tanto del Estado como de los partidos políticos y la educación. Iniciaron un rescate del pasado de las luchas de las mujeres con el fin de reconocerse en su propia historia, de apro- piarse a través de la memoria histórica de las diversas modalidades de la opresión, probando que el feminismo tiene un basa- mento que viene desde los principios de la experiencia histórica. En el nivel de organización se formaron grupos autónomos de mujeres que pronto chocaron con la estructura partidaria, por derechas y por izquierdas, que de manera antidemocrática se negaba a aceptar el derecho de "las demás" a la autonomía. Acto en favor de la despenalización del aborto en Brasil. Mujeres y hombres, sin distinción de género en las tareas, preparan un terreno para la labor agrícola en Bolivia. jeres.qxd 21/03/2007 04:30 p.m. PÆgina 13
  • 14. 14 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES MUJER Y DICTADURA. LAS MADRES DE PLAZA DE MAYO Las dictaduras de los años setenta en los países de América del Sur presentan cier- tas particularidades con respecto a las relaciones genéricas. En primer término, porque la represión política tuvo poca diferenciación en lo relativo a uno y otro sexo. Hubo gran número de mujeres exi- liadas, presas y detenidas-desaparecidas. En efecto, bajo el terrorismo de Estado, ni siquiera una de las funciones más patriarcales que les reserva la sociedad, ser madres, fue respetada. Las mujeres parie- ron en centros clandestinos de detención y sus hijos les fueron arrebatados inmedia- tamente después del parto para ser entre- gados a extraños o apropiados por los mis- mos represores. Es cierto que numéricamente los varones sufrieron la represión en mayor medida que las mujeres. En la Argentina, por ejemplo, si tomamos las cifras que brinda el informe emitido por la Comisión Nacional de Desaparición de Personas, las mujeres fueron el 30 % de los desapareci- dos, en tanto que representan algo más del 50% de la población. Pero aun con esta salvedad es llamativa la cantidad de mujeres que padecieron bajo el terrorismo de Estado. Una de las razones fue el grado de parti- cipación política y social de las mujeres en el período previo. En efecto, desde fines de la década de 1950, las mujeres latino- americanas comenzaron a ocupar un espa- cio creciente dentro de las organizaciones sociales y políticas en sus más variadas expresiones, desde organizaciones popu- lares de control del abastecimiento y los precios de los productos de consumo hasta ser cuadros militares en organizaciones políticas que adoptaban la lucha armada. Pero para que recibieran un trato tan brutal tuvo que haber una redefinición de las consideración de las mujeres por parte de los represores. A este respecto, hay que tener en cuenta que la familia dejó de ser un lugar incontaminado para transformar- se en responsable de las opciones políticas de sus integrantes. De ahí que muchas madres fueran increpadas "por no haber sabido educar a sus hijos". Como consecuencia, la mayor crueldad de la sociedad moderna descargó, como nunca antes, todo su poder represivo sobre el colectivo de las mujeres. Sin embargo, esta acción represiva reci- biría sus respuestas con el surgimiento de organismos de derechos humanos en los que las mujeres fueron protagonistas. Indudablemente, la experiencia más rele- vante fue la de las Madres de Plaza de Mayo en la Argentina, con singularidades que las diferencian no sólo de otras experiencias latinoamericanas sino también mundiales. Es cierto que en casi todos los países sur- gieron organizaciones de familiares de de- saparecidos −por ejemplo, en Chile, la Asociación de Familiares de Detenidos- Desaparecidos nació en 1974, y en ella las mujeres ocuparon roles protagonicos; en Guatemala, Rigoberta Menchú, que recibió el premio Nobel de la Paz en 1992, fue figu- ra ejemplar en la lucha por los derechos de los indígenas−, pero sólo en el caso argenti- no las madres se organizaron en forma diferenciada. En este sentido, las Madres de Plaza de Mayo, desde el punto de vista del género, nos presentan una serie de desafíos. Ellas no asumieron una posición feminista, incluso se podría decir que en la lucha rea- firmaron su papel de "madres" en su sen- tido más tradicional, ya que desde ese lugar era más fácil enfrentar la represión. Sin embargo, durante sus años de lucha siempre se reivindicaron como mujeres que luchaban ocupando los lugares públi- cos, espacios hasta entonces entendidos como masculinos. El otro caso singular lo presenta México por más de una razón. En primer lugar, porque quizá es el único caso en Latinoamérica donde se produjo una represión ilegal sin que, en ningún momento, se quebrara la continuidad ins- titucional, a la vez que asiló gran cantidad de perseguidos políticos. A pesar de todo ello, en México, entre 1968 y 1978 se pro- dujeron más de 500 desapariciones ilega- les. Como respuesta, en abril de 1977, conformaron el Comité "Eureka" los familiares de desaparecidos. Si bien en este caso, no se trataba de una organiza- ción separada, la presencia de las madres fue preponderante, y dio origen a que se las conociera como "las doñas". Más aun, en uno de sus hechos culminantes, como fue la huelga de hambre que tuvo lugar en la catedral de Ciudad de México el 28 de agosto de 1977, participaron 84 muje- res y sólo 4 varones. La trayectoria de ambos movimientos fue diferente, en parte, porque en México el gobierno fue liberando más de cien de- saparecidos y declaró una amnistía, lo que llevó a que una fracción relevante del movimiento abandonara la lucha, pero también porque las madres mexicanas asumieron de inmediato una posición política que llevó a que la presidente del movimiento, Rosario Ibarra, fuera candi- data a presidenta del país por el Partido Revolucionario de los Trabajadores en 1988. Sin embargo, en ambos casos se tra- tó de mujeres que salieron de sus casas para ocupar espacios públicos y llevaron a que gobiernos que lograron desactivar poderosas organizaciones políticas y polí- tico-militares se vieran incapaces de articu- lar una respuesta ante ellas. jeres.qxd 21/03/2007 04:30 p.m. PÆgina 14
  • 15. 15MUJERES EN AMÉRICA LATINA PERSPECTIVAS Cuatro cosas tiene el mundo que son las más testarudas: las ovejas y las cabras, las mujeres y las mulas. Copla popular hispanoamericana. Apartir de los años ochenta, dentro del feminismo hubo una reorientación de los estudios de la mujer hacia los sectores de mujeres más explotadas y oprimidas: obre- ras, campesinas, pobladoras de barrios. Esto implicó un cambio de táctica, al entender que los planteamientos tajantes y excluyen- tes del feminismo chocaban con los prejui- cios sociales y sexuales de muchas mujeres latinoamericanas. Se comenzó a plantear la necesidad de una propuesta social alternati- va que superara tanto las contradicciones del sistema capitalista como las del llamado "socialismo real", en lo que a cuestiones de género se refiere. Movilización de mujeres durante el VIII Encuentro Nacional de Mujeres, en Rosario, parodiando la acusación de brujas que se les hacía durante la Inquisición. AgenciaTELAMAgenciaTELAM Las experiencias socialistas latinoamerica- nas tampoco proporcionaron la ansiada equi- dad e igualdad de género prometida con la superación de la lucha de clases. El patriarcado, es decir, el régimen de do- minación ejercido sobre las mujeres, que son discriminadas y marginadas aun siendo mayoría en el conjunto de la población, co- loca a las feministas en una posición privile- giada, ya que les permite comprender el hondo significado de otros grupos oprimidos y discriminados. Esta conciencia ha llevado al feminismo latinoamericano a establecer ca- da vez más alianzas con los grupos indige- Casimira Rodríguez, ministra de Justicia de Bolivia nombrada por Evo Morales. jeres.qxd 21/03/2007 04:30 p.m. PÆgina 15
  • 16. 16 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES nistas, campesinos, obreros, a condición de que estos también reconozcan como propias las reivindicaciones del feminismo. Al mismo tiempo, las ha abierto al diálogo con las mili- tantes de partidos políticos, algunas de las cuales también han madurado, integrándo- se a los grupos feministas en una forma de doble militancia, muchas veces conflictiva, pero también fructífera. Esta puja entre las mujeres militantes de partidos políticos que intentan manipular a los grupos feministas autónomos es uno de los desafíos a supe- rar. Para ello, las militantes partidarias de- berán comprender que, por encima de sus partidos, están los intereses históricos de la liberación de las mujeres. En el marco de la llamada "globalización neoliberal", que, por sus efectos exclu- yentes, vuelve inaplicables buena parte de los derechos obtenidos por la lucha de las mujeres en estos últimos decenios, también se impone como indispensable proponer alternativas reales para encarar las nuevas modalidades que adopta la de- sigualdad entre los géneros. Por eso se apunta a construir un relato de historia social cuyo protagonismo esté encarnado en las mujeres anónimas que participaron en todos y cada uno de los procesos histó- ricos latinoamericanos. A partir de estas experiencias y de los apor- tes que cada grupo de mujeres pueda reali- zar, teniendo en cuenta que las realidades de género están estrechamente entrelaza- das con realidades de clase, de pertenencia a etnias y culturas, de opciones individuales y de inserción de cada grupo en los procesos sociales, políticos, económicos y culturales más amplios, se podrá reconstruir un relato histórico sin exclusiones, no sólo de género, sino de todos los sectores subalternos, opri- midos y dejados de lado. Bibliografía Ansaldi, Waldo: Calidoscopio latinoamericano. Imágenes históricas para un debate vigente, Ariel, Bs. As., 2004. Argumedo, Alcira: Los silencios y las voces en América latina. Notas sobre el pensamiento nacional y popular, ed. Colihue, Bs. As., 2004. Barrancos, Dora: Inclusión/exclusión. Historia con mujeres, E.C.E. Bs. As., 2000. Calvera, Leonor: Diosas brujas y Damas de la noche, ed. Nuevohacer, Bs. As., 2005 Farberman, Judith: Las salamancas de Lorenza, magia, hechizería y curan- derismo en el Tucumán colonial, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005. Funes, Patricia (comp.): Chile: de Frei a Frei, UDISHAL, Documento de Trabajo/65 Serie II, CINAP, Buenos Aires, 1999. Funes, Patricia y Wlado Ansaldi (comps.): Teorías de las revoluciones y revo- luciones latinoamericanas, UDISHAL, Documento de Trabajo/58, Serie II, Buenos Aires, 3ª edic., 1998. Edición en CD-ROM, Libros Digitales, Serie del Nuevo Siglo, vol. 0/1, Buenos Aires, 2001 (2ª edic.). Gil Lozano, Fernanda; Valeria Silvina Pita y María Gabriela Ini: Historia de las mujeres en la Argentina, vol I y II, ed. Taururs, Bs. As., 2000. Juliano, Dolores: Las que saben. Subcultura de mujeres, ed. Horas y Horas, Madrid, 1998. Luna, Lola: Mujeres y Sociedad. Nuevos enfoques teóricos y metodológicos, Universidad de Barcelona, 1991. Morant, Isabel: Historia de las Mujeres en España y América latina. Vol, I, II, III, IV. Ed. Cátedra, Madrid, 2006. Shua, Ana María: Cabras, Mujeres y Mulas, ed. Sudamericana, Bs. As., 1998. Stolcke, Verena: Mujeres invadidas. La sangre de la conquista de América, ed. Horas y Horas, Madrid, 1993. Agradecimientos El equipo de Publicaciones de la Dirección Nacional de Gestión Curricular y Formación Docente agradece a las siguientes instituciones y personas por permitirnos reproducir material fotográfico y colaborar en la documenta- ción de imágenes: Ministerio de Educación y Ciencia de España, UNESCO Photobank; Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos; Agencia Estado (Brasil); Museo Histórico Nacional; Archivo General de la Nación, Renato Luiz Ferreira, de Agencia Estado (Brasil); Julie Bergadá y Carlos Granatelli, de la Secretaría de Turismo de la Nación, personal y directivos de Agencia TELAM. Coordinadora del Área de Ciencias Sociales, Lic. Raquel Gurevich Coordinadora del Área de Desarrollo Profesional, Lic. Silvia Storino Coordinadora del Programa de Capacitación Explora, Lic. Viviana Celso Coordinadora de Publicaciones, Lic. Raquel Franco Coordinación y documentación, Lic. Rafael Blanco Edición, Lic. Gonzalo Blanco Diseño y diagramación, DG María Eugenia Más Corrección, Norma A. Sosa Pereyra www.me.gov.ar Ministro de Educación, Ciencia y Tecnología, Lic. Daniel Filmus Secretario de Educación, Lic. Juan Carlos Tedesco Subsecretaria de Equidad y Calidad, Lic. Alejandra Birgin Directora Nacional de Gestión Curricular y Formación Docente, Lic. Laura Pitman jeres.qxd 21/03/2007 04:30 p.m. PÆgina 16