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Indice
Dificultades con Nuestros Hermanos Protestantes
Sobre el Autor
Sobre el libro
1. HACIA UN SANO ECUMENISMO
Aunar fuerzas
Los buenos y los malos
Descubrir los valores del otro
Muchos Caminos
¿Qué hacer?
Los Tres Anillos
2. ¿CÓMO APARECIÓ EL PROTESTANTISMO?
Martín Lutero
El Concilio de Trento
En América Latina
Dura Lección
3. ¿BIBLIA CATÓLICA Y BIBLIA PROTESTANTE?
La Biblia de la Iglesia Primitiva
Los Libros Deuterocanónicos
El libre examen y el Fundamentalismo
El Peligroso «Iluminismo»
El Magisterio de la Iglesia
¿Yavé o Jehová?
Mi Biblia
4. ¿La BIBLIA sin la TRADICIÓN?
La tradición nos ayuda a interpretar la Biblia
Necesidad de la Tradición
El Magisterio
5. ¿IGLESIA o iglesias?
Jesús funda la Iglesia
El papel de Pedro
El Primado de Pedro
La Jerarquía
¿Infalible El Papa?
¿Fuera de la Iglesia no hay Salvación?
6. ¿NO V
ALE EL BAUTISMO DE LOS NIÑOS?
¿Qué es un Sacramento?
El Bautismo
Bautismo de niños
El Bautismo y la Confirmación
¿Sólo por Inmersión?
2
Palabra y Sacramentos
7. ¿Dónde dejaron la santa misa?
La Tradición
No se puede repetir
Ningún invento
El Sacerdote
8. ¿CONFESARSE CON UN HOMBRE?
Un regalo del Resucitado
Una larga tradición
¿Un Invento?
El corazón es engañoso
La Unción de los enfermos
9. ¿ADORAMOS A MARÍA?
Veneramos a la Virgen María
La siempre Virgen María
El magisterio de nuestra Iglesia
Hijo Primogénito
¿Y los hermanos de Jesús?
María en ambientes protestantes
Llevar a María a la propia vida
10. ¿Y EL PURGATORIO?
¿Qué es el Purgatorio?
Bases Bíblicas
Tradición y magisterio
Don de la misericordia
Los sufragios
11. ¿ADORAMOS A LOS SANTOS?
Un Dios de vivos
¿Hacen milagros los Santos?
Modelos para imitar
Nuestros amigos en el cielo
12. ¿ADORAMOS LAS IMÁGENES?
¿Qué significa adorar?
¿Prohibido hacer imágenes?
Nuestra Iglesia
¿Idólatras y Santos?
13. Examen de conciencia
Examen de Conciencia
1. Sentido de Comunidad
2. Liturgias más vivas
3. Evangelización
4. Un laico más Comprometido
3
5. La experiencia de Dios
6. Exceso de lo social
7. Medios de Comunicación
¿Dos clases de Iglesias?
4
P. Hugo Estrada, sdb
Dificultades con Nuestros Hermanos Protestantes
Ediciones San Pablo, Guatemala
5
NIHIL OBSTA
T
Pbro. Dr. Luis Mariotti, sdb
Puede Imprimirse
Pbro. Lic. José Manuel Guijo, sdb
Provincial de los Salesianos en Centroamérica
CON LICENCIAECLESIASTICA
6
Sobre el Autor
EL PADRE HUGO ESTRADA, s.d.b., es un sacerdote salesiano, egresado del Instituto Teológico Salesiano de
Guatemala. Obtuvo el título de Licenciado en Letras en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Tiene
programas por radio y televisión. Durante 18 años dirigió la revista internacional “Boletín Salesiano”.
Ha publicado 46 obras de tema religioso, cuyos títulos aparecen en la solapa de este libro. Además de las obras
de tema religioso, ha editado varias obras literarias: “V
eneno tropical” (narrativa), “Asimetría del alma” (poesía),
“La poesía de Rafael Arévalo Martínez” (crítica literaria), “Y
a somos una gran ciudad” (poesía), “Por el ojo de la
cerradura” (cuentos), “Selección de mis poesías” y “Selección de mis cuentos”.
7
Sobre el libro
DIFICULTADES CON NUESTROS HERMANOS PROTESTANTES. Desde hace tiempo, esperábamos este
libro del Padre Hugo Estrada, s.d.b. Muchas veces algunos católicos se encuentran desconcertados ante los
agresivos eslóganes, que los hermanos protestantes han aprendido a manejar con astucia para confundir a
muchos católicos, que desconocen los principios básicos de su religión. El libro del P. Estrada, toca puntos clave
que los hermanos protestantes le critican a la Iglesia católica; expone con altura y didáctica los puntos de vista de
la Iglesia católica; con bases sólidas en la Biblia, en la Tradición y en el Magisterio de la Iglesia. El Padre Estrada
no ataca a nadie. Simplemente expone lo que un católico debe conocer para no acomplejarse ante los insistentes
ataques de los hermanos protestantes. Creemos que muchos católicos encontrarán en este libro una respuesta
fácil, y bases sólidas para sus "Dificultades con nuestros hermanos protestantes". Este libro sencillo y claro
ayudará a muchos a despejar dudas y a disponer de argumentos seguros para saber en qué creen, por qué creen y
por qué pertenecen a la Iglesia en que se santificaron San Francisco, Santo Domingo, San Juan Bosco, San
Agustín y millares más de santos, que amaron y defendieron a la Iglesia católica.
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1. HACIA UN SANO ECUMENISMO
Ya es clásico en las campañas políticas que el «candidato» se presenta como un
personaje intachable. En cambio a su opositor le encuentra todos los defectos del mundo;
lo exhibe como el individuo más inepto para gobernar el país. Total ¿quién es el bueno y
quién es el malo? Con la religión puede suceder lo mismo. Hay en el mundo sinnúmero
de religiones: todas dicen que son las verdaderas . En una situación semejante, cómo es
de importante, desde un punto de vista cristiano, saber escuchar, ver, sintetizar, y, sobre
todo, respetar a los otros y evitar creernos los buenos y marginar a los otros como los
malos.
Aunar fuerzas
Moisés y Jesús -Antiguo y Nuevo Testamento- nos trazan pautas muy seguras al
respecto. Josué, alarmado, llega a donde Moisés, le informa que algunos, que no
pertenecen a su comitiva, están profetizando, que es necesario prohibírselo. Moisés,
sabiamente, responde: «¡Ojalá todos fueran profetas» (Núm. 11, 25-29). Juan, el celoso
apóstol, descubre que un individuo, que no pertenece al grupo de su Maestro, está
ejerciendo el ministerio de exorcista. Juan le dice a Jesús que se lo prohíba
terminantemente. Jesús, también sabiamente, le responde: «No se lo prohiban, porque el
que no está contra nosotros, está con nosotros» (Lc 9,50).
Moisés y Jesús no se dejaron dominar por los celos apostólicos. No quisieron poner
cortapisas a los que con la mejor buena voluntad estaban haciendo el bien. La ruta
trazada por Moisés y por Jesús es eminentemente «ecuménica». Un ejemplo maravilloso
a seguir.
Los buenos y los malos
Antes del Concilio Vaticano II, los católicos nos parecíamos mucho a los chicuelos
que, en la calle, juegan a policías y ladrones. Por supuesto, nosotros éramos los policías -
los buenos-; los demás eran los ladrones -los malos-. El Concilio nos hizo caer en la
cuenta que era un «escándalo» que los cristianos nos presentáramos divididos ante el
mundo. Por primera vez en la historia, el Concilio Vaticano II se atrevió a pedir perdón,
en nombre de la Iglesia católica, a los Protestantes por las ofensas inferidas por los
católicos a través de los siglos. También propuso que ya no se les llamara «Protestantes»
-un apodo que les habían puesto los católicos-, sino «Hermanos separados». Este nuevo
«nombre» no les agradó a los hermanos protestantes. Nunca ellos se llaman a sí mismos:
9
«Hermanos separados». Prefieren su nombre clásico de protestantes. La intención del
Concilio no era ofenderlos, sino hacernos ver a los católicos que ellos son «nuestros
hermanos» en Cristo. Que, a pesar de las diferencias, seguimos siendo hermanos, aunque
estamos separados.
El mismo Concilio nos invitó a descubrir los valores religiosos y morales de las demás
religiones. El mismo Concilio alabó a los hermanos protestantes por su amor a la Biblia, y
nos invitó a imitarlos en su dedicación a la Palabra de Dios. El Concilio afirmó que
debíamos emular las cosas buenas que ellos tenían.
Juan XXIII -el gran papa ecuménico- era de la teoría que debíamos buscar las cosas
que nos unen y no las que nos separan. Juan XXIII fue duramente criticado porque
apareció retratado a la par de Kruscev, primer mandatario de la Rusia comunista en ese
tiempo. Pablo VI siguió la misma línea. Lo fotografiaron abrazando a Atenágoras, el
pastor principal de la Iglesia Ortodoxa. En otra fotografía, se le ve con el Obispo
Ramsey, el pastor principal de la Iglesia Anglicana. Duras criticas recibió también el Papa
Juan Pablo II, cuando se reunió con los dirigentes de las principales religiones del mundo
para orar juntos a Dios. Lo cierto es que todos estos papas querían darnos un ejemplo de
lo que debe ser un «sano ecumenismo».
En algunos lugares se han dado pasos gigantescos en lo que respecta al ecumenismo.
En Estados Unidos se han realizado grandes concentraciones de católicos y hermanos
protestantes con la única intención de rezar juntos y meditar juntos en la Palabra de
Dios. En Londres y en Dublín pude conocer bellas iglesias antiguas que son compartidas
por católicos y hermanos protestantes, en horarios distintos. Los teólogos europeos han
podido realizar varios encuentros ecuménicos para profundizar en determinados aspectos
teológicos, con la finalidad de buscar un mayor acercamiento. Se han obtenido grandes
logros.
En América Latina, el ecumenismo no ha tenido muchos avances. Los católicos
pensamos que muchas de las sectas y denominaciones protestantes han tomado una
actitud sumamente agresiva contra todo lo católico. Todo lo encuentran malo. Hasta
satánico. A la Iglesia católica la llaman «la Gran Ramera», al Papa, lo identifican con el
«Anticristo». A los católicos nos llaman «idólatras», «depravados», «no salvos». Antes
del Concilio Vaticano II, nosotros, a los hermanos protestantes, les devolvíamos las
piedras que nos lanzaban. Después del Concilio, nuestros obispos nos han prohibido
terminantemente esos enfrentamientos, que son escándalo para cristianos y no cristianos.
La Iglesia nos pide buscar todos los medios adecuados para un «sano ecumenismo».
Los católicos, que todavía se muestren agresivos y violentos contra los hermanos
protestantes, no están siguiendo las directivas de nuestros pastores, ni mucho menos las
directivas de Jesús. En un ambiente sumamente agresivo, por parte de muchas sectas y
denominaciones protestantes, nuestro ecumenismo debe comenzar por no contestar por
las rimas; en no guardar rencor; en saber respetar al otro y en no extenderle visa y
pasaporte para el infierno. No es nada fácil hacerlo, en muchísimas circunstancias: pero
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es el único camino, que Jesús nos muestra en el Evangelio, y que nos exigen nuestros
pastores.
Respetar, tratar de comprender, no condenar, no quiere decir que el católico no se
instruya acerca de puntos básicos, que son cuestionados continuamente por los hermanos
protestantes. El católico debe «dar razón de su esperanza»: debe saber en qué cree y por
qué cree. Debe estar preparado sobre bases sólidas, que le dan la Biblia y la Tradición.
Muchas veces, el católico ha sido desestabilizado por haber descuidado instruirse en los
puntos básicos de su religión católica. Sin agresividad, sin pleitos callejeros, debemos
saber respetar al otro, no condenarlo, pero, al mismo tiempo tenemos que dar razón de
nuestra fe con competencia y con convicción. No se puede ser «ecuménico», si uno
antes no conoce la doctrina de su propia religión.
Descubrir los valores del otro
El candidato político, por lo general, procura no ver las virtudes de su opositor. Si las
conoce, se industria para ocultarlas. En cambio, se esfuerza en exhibir los defectos de su
opositor. Jesús, en el ambiente judío, sumamente tradicionalista y celoso de su primacía
mundial, resaltó los valores espirituales de los que no eran judíos. Alabó la fe de un
centurión romano, que con humildad le pidió la curación de su siervo paralítico; Jesús le
dijo: «En Israel no he encontrado tanta fe» (Mt 8,10). Puso como ejemplo de caridad
auténtica a un samaritano (Lc 10,33): los judíos odiaban a los samaritanos. En su primer
sermón, en Nazaret, resaltó la fe de muchos paganos que habían sido sanados por los
profetas Elías y Eliseo. (Lc 4, 24-27).
En el Libro de los Hechos de los Apóstoles, se pone de relieve el momento histórico
en que Pedro es llevado por Dios a la casa del pagano Cornelio, para evangelizar las
varias familias, que allí se reunían para orar. Pedro no sabía qué hacer: si un judío
ingresaba en la casa de un pagano, quedaba «impuro»: no podía participar en las
ceremonias del Templo. Mientras Pedro predicaba, los paganos recibieron el «bautismo
en el Espíritu Santo». Fue la señal de Dios para Pedro, para que bautizara a los paganos,
para que fueran admitidos en la Iglesia (Hch 10, 44-48).
Pablo, un hombre de avanzada, no tuvo miedo de meterse de lleno entre los paganos.
En una visión, Jesús mismo le había dado ese encargo. Pablo se convirtió en el gran
defensor de los paganos .Cuando Pablo les fue a predicar a los cultos atenienses,
comenzó citándoles a algunos de sus poetas, que se habían aproximado al «dios
desconocido», el único Dios (Hch 17,28). Jesús y los apóstoles se mostraron
eminentemente ecuménicos.
Muchos Caminos
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Fue Cervantes el que escribió que son muchos los caminos por los cuales Dios lleva al
cielo a los suyos. Jesús afirmó, taxativamente: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
Nadie va al Padre, sino por mí» (Jn 14,6) Todos los caminos de los de buena voluntad,
convergen en el camino de Jesús. Aunque, expresamente, no lo mencionen. Esto es lo
que de manera estupenda expone san Pablo en su Carta a los Romanos, cuando afirma
que los paganos, al seguir la ley escrita por Dios en sus corazones, están en el camino de
Jesús (Rm 2, 14-16).
Para llegar a un sano ecumenismo, es indispensable que nadie crea que sólo él tiene el
monopolio de la verdad. Nosotros tenemos la verdad, pero no la verdad total. Nadie
todavía ha visto a Dios cara a cara. Nosotros pertenecemos a la Iglesia católica y estamos
convencidos, por la Biblia y la Tradición, que es la Iglesia que fundó Jesús. Pero, al
mismo tiempo, tratamos de respetar y comprender a los que afirman que «su» Iglesia es
la verdadera. Ante una situación tan complicada, no nos queda sino conocer más lo que
nos dicen la Biblia y la Tradición, para conocer mejor nuestra Iglesia, para amarla, y
servirla. Sólo Dios conoce el corazón del otro. Y el nuestro. Jesús nos enseñó que en una
situación como ésta, no hay como ir por el camino de la caridad, el único que El nos
enseñó.
¿Qué hacer?
A nuestro alrededor nos encontramos con sinnúmero de religiones y movimientos
religiosos. Es peligroso optar por la actitud del político, y comenzar a lanzar lodo al rostro
del que no piensa como nosotros. La tentación es grande; sobre todo cuando se ataca lo
que para nosotros es más sagrado. Los criterios que nos dejaron Moisés y Jesús siguen
siendo válidos. «¡Ojalá que todos fueran profetas» (Núm. 11, 25-29), «El que no está
contra nosotros, está con nosotros» (Lc 9,50).
El apóstol san Juan, en la primera etapa de su vida, se caracterizó por su intransigencia
contra el que no pensaba como él. Fue Juan el que le propuso a Jesús que condenara a
los exorcistas que no eran de su grupo. Fue el mismo Juan, en compañía de su hermano
Santiago, el que invitó a Jesús para que «hiciera llover fuego» sobre los que no habían
aceptado su predicación (Lc 9,54). Cuando Juan se convirtió, llegó a ser el apóstol del
amor. Así se proyecta en su Evangelio y en sus Cartas.
No hay que olvidar que nosotros odiamos el pecado, pero no al pecador. Combatimos
tenazmente el aborto -asesinato de niños-; pero no odiamos a los que practican el aborto.
San Juan era el apóstol del amor; pero no por eso dejó de combatir a una de las primeras
sectas que apareció en los primeros tiempos: los Gnósticos. San Juan expuso que no
estaban acordes con lo que Jesús había enseñado. Juan amaba a todos, pero, como
pastor, tenía la obligación de defender a sus ovejas de los falsos pastores; Juan las
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defendía proclamando la Palabra de Dios con valentía.
Los Tres Anillos
Una leyenda oriental. Un papá tenía un anillo maravilloso: el que se lo ponía se
convertía en un hombre bondadoso. Cuando el padre estaba por morir, no sabía a quién
de sus tres hijos dejarle el anillo. A cada uno de sus hijos, en secreto, el papá le hizo
creer que el anillo que le entregaba era el auténtico, que el de sus hermanos era una
copia. Cada hijo creía que tenía el anillo auténtico. Hasta que se descubrió la estratagema
del padre. Los hijos se pelearon entre ellos; cada uno alegaba que tenía el anillo
verdadero. Tuvieron que acudir a un juez. El profesional sonrió y les dijo que ellos
mismos tenían la respuesta. Si el anillo convertía al que se lo ponía en un hombre
bondadoso, el que fuera más bondadoso entre ellos, era el que tenía el anillo
«verdadero».
En el mundo existe pluralismo de ideologías y de religiones. Las luchas por motivos
religiosos han sido las peores. El fanatismo engendra odio, violencia. Un caso que da
escalofrío: por motivos religiosos, un grupo de musulmanes «fundamentalistas» estrelló
dos aviones llenos de gente contra las Torres Gemelas, en Nueva York. Murieron miles
de personas inocentes. Según los religiosos musulmanes, que rezan cinco veces al día,
ellos eran mártires: les correspondía, automáticamente, el cielo. Jesús, por su parte, nos
da una pauta de oro; dice Jesús: «Toda la ley y los profetas se resumen en amar a Dios y
al prójimo» (Mt 22,40). Es decir, toda la Biblia se resume en una sola palabra: amor. El
que tenga ese anillo, lo tiene que demostrar con los hechos, no con palabras.
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2. ¿CÓMO APARECIÓ EL PROTESTANTISMO?
Finales del siglo XV y principios del XVI. La Iglesia católica estaba pasando por una
de sus crisis más profundas. Lo mundano se había introducido de lleno en la Iglesia:
tanto Papas como obispos, en lugar de dedicarse a la evangelización del pueblo ignorante
de las cosas religiosas, se habían metido de lleno en el renacentismo. Le daban más
importancia al arte, a lo mundano que a la vida espiritual y a la evangelización. Por
consiguiente los sacerdotes y el pueblo iban a la deriva en cuanto a su vida espiritual. El
ambiente pagano predominaba en todas partes.
Al mismo tiempo que se evidenciaba esta crisis espiritual en la Iglesia, se daba el caso
de muchos santos, que brillaban como estrellas de primera magnitud y que con gemidos
y lágrimas pedían una conversión inmediata, tanto de los pastores como de todos los
fieles. Entre esos santos estaban Santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, san
Cayetano, san Ignacio de Loyola, san Juan de Ávila, san Carlos Borromeo, san Felipe
Neri.
Martín Lutero
En medio de esta crisis espiritual de la Iglesia apareció, en Alemania, el sacerdote
Martín Lutero (1483-1546). Era muy inteligente y conocedor de las Escrituras. Martín
Lutero se contaba entre los que querían un cambio profundo en la espiritualidad de la
Iglesia. A Martín Lutero le chocó sobremanera que para concluir la Basílica de san
Pedro, en Roma, algunos predicadores le dieran excesiva importancia al dinero que se
debía dar para obtener las indulgencias. Comenzó por protestar enérgicamente contra las
autoridades eclesiásticas. Éste fue el primer paso. Luego, Lutero empezó a editar una
serie de panfletos contra ciertas doctrinas de la Iglesia católica. El carácter de Lutero no
brillaba por la mansedumbre. Todo lo contrario. Sus denuncias las hacía con altanería y
autosuficiencia e insultos. Se le llamó seriamente la atención de parte del Papa. La
respuesta fue intensificar sus virulentos ataques a la autoridad eclesiástica. Todo terminó
con la excomunión de Lutero. Martín Lutero se separó definitivamente de la Iglesia
católica y se casó con una monja.
En 1520, propiamente, se inicia lo que ahora llamamos el Protestantismo, que Lutero
y sus seguidores llamaron la Reforma. Es muy difícil definir el Protestantismo de Lutero.
Según los teólogos, Lutero no dejó una exposición sistemática y ordenada de lo que era
el Protestantismo. Puntos básicos del protestantismo de Lutero son: la justificación se
obtiene sólo por la fe sin las buenas obras. Sólo Cristo es el que nos salva sin necesidad
de la Iglesia y los sacramentos. Sólo nos debemos basar en la Escritura y no en la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia. El sobrenombre de “protestantes” a los seguidores
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de la Reforma se lo dieron los católicos ante su actitud constante de protestar contra la
Iglesia católica.
A Lutero, lo secundaron varios personajes importantes, que comenzaron a difundir,
internacionalmente, las ideas de Lutero. En Suiza se destacó Zuinglio. En Francia,
Calvino. En Inglaterra, el Rey Enrique VIII. Por motivos políticos, también muchos
gobernantes se unieron a Lutero en su antipatía contra Roma. Mucho ayudó a la
expansión de las ideas de Lutero su manera ágil y directa de exponer con frases sencillas
y penetrantes su pensamiento. El pueblo, que no estaba preparado bíblica y
teológicamente, lo aceptó con facilidad.
El Concilio de Trento
La Iglesia católica se sintió cuestionada como nunca por esta división en sus filas. Eran
muchos los santos y teólogos que a gritos pedían una reforma en todas las esferas de la
Iglesia. Ante lo que los seguidores del Protestantismo llamaron Reforma, la Iglesia
católica preparó la Contrarreforma por medio del Concilio de Trento, que duró desde el
año 1545 hasta el año 1564. Casi veinte años. El Concilio de Trento estudió
detenidamente los problemas teológicos que había planteado el Protestantismo. Además,
buscó por todos los medios la reforma en todas las áreas de la espiritualidad de la Iglesia.
Ante los puntos básicos de la fe, que el Protestantismo había cuestionado, el Concilio
de Trento reafirmó la autenticidad de todos los libros de la Biblia consignados en la
Vulgata, la traducción al latín que san Jerónimo había hecho de la Versión de los Setenta
(46 libros del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo). Se volvió a establecer que es al
Magisterio de la Iglesia al que le corresponde determinar el sentido verdadero de la
Biblia. También se proclamó el valor de la Tradición para comprender mejor la Biblia en
su entorno. Se volvió a recordar que por medio del bautismo se borra el pecado original.
Se subrayó el valor de las buenas obras que deben acompañar a la fe en Jesús. Se
presentó un amplio estudio sobre los siete Sacramentos.
Para que se pusieran en práctica estas determinaciones, que no eran el producto de la
“cabeza” de una sola persona, sino el sentir de un “concilio de la Iglesia”, se ordenó la
presencia permanente de los obispos como pastores responsables de su diócesis. Se
estructuró la formación intelectual y espiritual que debía impartirse en los seminarios
eclesiásticos. Se editó un Catecismo para que sirviera como síntesis de la doctrina
católica ante los ataques del Protestantismo.
Los historiadores dan razón de la maravillosa “renovación” espiritual que se proyectó a
toda la Iglesia por medio del Concilio de Trento. Hubo una floración de santos y de
nuevas congregaciones religiosas con el afán de evangelizar y renovar la vida espiritual de
la Iglesia. De esa floración de santos insignes podemos recordar a Santa Teresa de Jesús,
san Juan de la Cruz, san Juan de Ávila, san Carlos Borromeo, san Felipe Neri, san
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Cayetano. Entre las más famosas congregaciones religiosas que aparecieron en esta
época destacaron los jesuitas, los capuchinos, los teatinos.
En América Latina
En 1910, la Conferencia Mundial de Misiones (protestante) se propuso iniciar la
evangelización de América Latina. Los luteranos y anglicanos se opusieron, puesto que
ya la Iglesia católica había emprendido la evangelización de América Latina. A pesar de
esta oposición, los misioneros norteamericanos se lanzaron a la tarea de evangelizar
América Latina. Fue así como a nuestro continente no llegó lo mejor del protestantismo
de las iglesias históricas de la Reforma. A nuestro continente americano llegaron, más
bien, sectas de pocas bases teológicas y bíblicas, como los Adventistas, los Testigos de
Jehová y los Pentecostales en sus múltiples divisiones. Todos ellos con un marcado
resentimiento contra todo lo católico.
En su estudio sobre el Protestantismo, Ernesto Bravo, escribe muy acertadamente: “El
protestantismo norteamericano se ha caracterizado por su fraccionamiento; cualquier
persona un poco audaz, sin preparación cultural ni teológica, se ha lanzado a fundar una
nueva iglesia. Los europeos suelen quedar sorprendidos de ver cómo personas de ese
nivel humano hayan podido encontrar un auditorio y reclutar a millares de adeptos. Pero
éste es un fenómeno típicamente norteamericano. Tal es el origen de muchas sectas que
se exportan afanosamente a nuestra América. Y también hallan seguidores entre nuestra
gente sencilla y pobre”.
Dura Lección
La dura lección que podemos aprender de este incidente, tan deplorable en la Iglesia,
el Protestantismo, es que una Iglesia que se descuida en la evangelización, decae en su fe
y, automáticamente, se deja invadir por lo mundano. Además, es fácil presa de los falsos
profetas, que con inteligencia y sagacidad pueden introducir una doctrina que no es
conforme a la Biblia y a la Tradición.
Ciertamente, la Iglesia, en su terrible crisis espiritual por la que estaba pasando,
necesitaba una “reforma” muy profunda. Muchos santos y teólogos lo hacían ver
insistentemente. Que la Iglesia se dividiera, ciertamente, no era la voluntad de Dios.
Jesús, en la Ultima Cena rezó: “Padre, que todos sean UNO”. También Jesús expresó su
deseo de que todos sus discípulos fueran “UN SOLO REBAÑO BAJO UN SOLO
PASTOR” (Jn 10,16). Lutero tenía buena intención; pero su poca humildad y santidad lo
llevaron a dividir la Iglesia. Muchos santos y teólogos católicos buscaron la “reforma” de
la Iglesia, pero “desde adentro”, sin división, sin insubordinación. Sin sectarismo.
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Ante la situación actual, de insistente ataque del Protestantismo contra puntos básicos
de la doctrina de la Iglesia católica, ningún católico debe quedarse tranquilo, hasta que
haya adquirido la necesaria instrucción acerca de lo que cree y por qué cree. Un católico
ignorante es presa fácil del protestantismo, que presenta a los incautos una manera fácil
de ser cristiano, pero a costa de manipular la Biblia y amputar la sana doctrina que
durante 2000 años la Iglesia Católica ha conservado como la “enseñanza de los
Apóstoles”. Las directivas que nos dejó el Concilio de Trento con respecto a los
problemas teológicos, que continúa planteando el Protestantismo, pueden ser para
nosotros un punto de partida para fijar nuestra posición de católicos frente al sinnúmero
de sectas y denominaciones que, manipulando la Biblia, pretenden presentar una teología
diferente de la que enseña la Iglesia Católica.
Una persona que de corazón se ha encontrado con la Eucaristía, con cada uno de los
Sacramentos, con el Magisterio de la Iglesia, con la devoción a la Virgen María, nunca va
a abandonar la única Iglesia que fundó Jesús. La misma en la que se santificaron Santo
Tomás de Aquino, San Agustín, san Francisco de Asís, Santo Domingo, san Juan Bosco
y los millares y millares de santos que nos muestran con evidencia que siendo “piedras
vivas” en la Iglesia católica se puede vivir en plenitud el Evangelio de Jesús.
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3. ¿BIBLIA CATÓLICA Y BIBLIA PROTESTANTE?
Cuando hablamos de Biblia católica y Biblia protestante lo que, en esencia, queremos
afirmar es que entre ambas Biblias hay una diferencia con respecto al número de libros.
La Biblia católica tiene 73 libros. La Biblia protestante tiene siete libros menos, es decir,
66 libros. Esta diferencia sólo corresponde al Antiguo Testamento: el Antiguo Testamento
de la Biblia de los católicos tiene 46 libros. El Antiguo Testamento de la Biblia
protestante, consta de siete libros menos, es decir, de 39 libros. En cuanto al Nuevo
Testamento, las dos Biblias son iguales: constan de 27 libros cada una. ¿ Cuál es el
motivo de estas diferencias?
Desde un principio aparecieron dos cánones o listas de “libros inspirados por Dios”:
una lista era la de los judíos que habitaban en Palestina, y otra, correspondía a los judíos
que vivían en Alejandría, que habían tenido que hablar en griego, que en ese momento
era, por así decirlo, la lengua “internacional”. El canon o lista de libros inspirados de los
judíos, que vivían en Palestina, constaba de 39 libros. El canon o lista de libros
reconocidos como “inspirado por Dios”, que usaban los judíos dispersos en varias
regiones del mundo, sobre todo en Alejandría, constaba de 46 libros: siete libros más. Era
la traducción que habían hecho los judíos de Alejandría, del hebreo al griego, con la
anuencia de las autoridades judías de Jerusalén. A esta traducción se la llamó la Versión
de los Setenta o Septuaginta.
La Biblia de la Iglesia Primitiva
Cuando los apóstoles y la iglesia primitiva comenzaron a evangelizar a los no judíos,
que ellos llamaban “paganos” o “gentiles”, tuvieron que echar mano de la traducción de
la Biblia en griego, la versión de los Setenta, que constaba de 46 libros. Esta versión en
este tiempo, sólo comprendía el Antiguo Testamento; el Nuevo todavía no se había
escrito. Con esa Biblia predicaron Pedro, Pablo y los demás apóstoles y discípulos de la
iglesia primitiva.
Cuando los hermanos protestantes se separaron de la Iglesia católica, Lutero, fundador
del Protestantismo, optó por aceptar como libros inspirados sólo los del canon de los
judíos de Palestina. Por eso no admitió como inspirados los siete libros de más de la
versión griega de la Biblia, que la Iglesia católica llevaba usando como inspirados desde
hacía casi 1500 años. Los siete libros, que faltan en la Biblia protestante son: Tobías,
Judit, Eclesiástico, Sabiduría, 1 Macabeos, 2 Macabeos, Baruc. A estos siete libros en
discusión los hermanos protestantes los llaman “apócrifos”. Los católicos los llamamos
“deuterocanónicos”, que significa: del segundo “canon”, ya que durante algún tiempo,
se dudó acerca de que fueran inspirados por Dios. Más tarde se los aceptó como
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“canónicos”. A los libros que siempre fueron admitidos como inspirados, los llamamos
“protocanónicos”, es decir, de la primera lista que se hizo de libros inspirados.
¿Por qué motivo Lutero y sus seguidores no aceptaron como inspirados los siete libros
deuterocanónicos del Antiguo Testamento? Ellos alegaron que sólo aceptaban como
“inspirados” los libros que habían sido escritos en hebreo y no los que habían sido
escritos en griego. Los hermanos protestantes alegan que ni Jesús ni los Apóstoles citaron
ninguno de los libros “deuterocanónicos”. Pero, hay que recordar que tampoco citaron
Abdías, Nahúm, Cantar de los Cantares, Eclesiastés, Ester, Esdras, Nehemías y Rut. Si
el criterio de los hermanos protestantes fuera válido, también habría que eliminar del
canon de los libros inspirados, los libros que no fueron citados por Jesús y los Apóstoles.
Los hermanos protestantes admitieron como inspirados sólo los libros que los judíos
establecieron como inspirados en el sínodo de Jamnia, hacia el año 90 d.C. Hay que
hacer constar que en esa fecha el nuevo pueblo de Dios era la Iglesia católica, fundada
por Jesús. Sólo a ella le fue prometida la asistencia del Espíritu Santo para establecer la
lista de libros inspirados. Y así lo hizo en el Concilio de Hipona, en el año 393. Luego lo
confirmó en el Concilio de Trento, en 1546. Lutero no tenía autoridad “como Iglesia”
para decidir qué libros eran inspirados y cuáles no. Esto sólo se podía definir “en Iglesia”,
y no sólo con la autoridad de un teólogo y de sus seguidores. Lutero prefirió “la
Tradición de los judíos”, que en ese tiempo habían dejado de ser el “pueblo de Dios”, y
despreció la “Tradición de la Iglesia”, que era la única a la que se le había garantizado la
asistencia del Espíritu Santo para decidir cuáles eran los libros inspirados por Dios.
En el fondo, a Lutero y a sus seguidores, les estorbaban los libros deuterocanónicos
para su planteamiento de que “sólo la fe salva”. No hay que olvidar que Lutero eliminó la
Carta de Santiago a la que calificó de “pura paja”; por eso no la incluyó entre los libros
inspirados en su traducción de la Biblia al alemán. Ciertamente a Lutero le estorbó lo que
dice la Carta de Santiago, que afirma: “¿De qué le sirve, hermanos míos, que alguien
diga: ‘Tengo fe’ si no tiene obras?” (St 2,14). “La fe sin obras es muerta” (St 2,17).
Lo mismo sucedió con los libros deuterocanónicos: el Segundo libro de los Macabeos
recuerda que Judas Macabeo mandó ofrecer un sacrificio en el Templo por sus soldados
difuntos. El texto en cuestión dice: “Si él no hubiera creído en la resurrección de los
soldados muertos, hubiera sido innecesario e inútil orar por ellos” (2Mac 12,44). Los
hermanos protestantes no aceptan la existencia del Purgatorio ni la oración por los
difuntos. Esto lo expone, claramente, el especialista de la Biblia, D. S. Russell, cuando
escribe: “Los reformadores rechazaban los libros deuterocanónicos, en gran parte,
porque Roma los utilizaba en apoyo de doctrinas como la importancia de las buenas
obras para la salvación, la intercesión de los santos, la plegaria por los difuntos y la
doctrina del Purgatorio” (“Comentario Bíblico Internacional”, Verbo Divino, Navarra,
1999, pág. 173).
Los Libros Deuterocanónicos
19
Algunos hermanos protestantes, llevados del fanatismo, que les caracteriza a muchos
de ellos, toman la cita del Apocalipsis que dice: “Si alguno AÑADE algo sobre esto,
Dios echará sobre él las plagas que se describen en este libro” (Ap 22,18). Cuando
uno escucha este “biblazo”, no sabe si reírse o asombrarse de la ingenuidad de los que
hablan de esta manera. No saben esos hermanos protestantes que estos siete libros
estaban en la Biblia protestante que publicó Casiodoro de Reina en el año 1569. Cuando
Cipriano de Valera renovó la traducción de Casiodoro de Reina, en 1602, volvió a dejar
los mencionados siete libros, no como “inspirados”, pero sí como “muy útiles”. Según el
“Diccionario Ilustrado de la Biblia” (Protestante), fueron las Sociedades Bíblicas las que
en 1827 eliminaron definitivamente los siete libros deuterocanónicos.
Con sentido de humor, podríamos decir que si los católicos quisiéramos contestar por
las rimas a los hermanos protestantes que, con la Biblia en la mano nos ofrecen “plagas”
por tener siete libros más en nuestra Biblia, les podríamos mencionar la misma cita del
Apocalipsis que dice: “Y si alguno QUITA algo de las palabras de este libro profético,
Dios le quitará su parte en el árbol de la vida, y en la ciudad santa, que se describen
en este libro” (Ap 22,19) ¡Habrá plagas también para los que quitan algo de la Biblia;
Dios los quitará del libro de la vida!
La Iglesia católica optó por continuar incluyendo los siete libros deuterocanónicos del
Antiguo Testamento, como inspirados, porque fue la Biblia en griego la que empleó la
Iglesia dirigida por los mismos Apóstoles, para evangelizar a los paganos. Nuestros
especialistas de la Biblia nos informan que de las varias veces que Jesús menciona la
Biblia, sus citas corresponden al canon alejandrino, que usamos los católicos. Está
comprobado que los apóstoles emplearon la Biblia en griego para evangelizar a los
pueblos no judíos. Los Santos Padres, algunos de ellos discípulos de algún apóstol, en
sus obras citan la traducción de los Setenta. Por ejemplo san Clemente Romano, del siglo
primero. En la Didajé, libro del siglo primero, que recoge las enseñanzas de los apóstoles,
las citas de la Biblia son de la Versión de los Setenta, que contiene los 7 libros
deuterocanónicos.
San Jerónimo, al principio, dudó de que los libros deuterocanónicos fueran inspirados;
pero cuando se dio cuenta que el parecer de sus amigos y de la Iglesia era otro, dijo que
era mejor desagradar a los fariseos que a los obispos. Por eso san Jerónimo, en la
primera traducción que se hizo de la Biblia al latín, incluyó los libros deuterocanónicos.
La traducción al latín, que hizo san Jerónimo, se llama la “Vulgata”, es decir para el
“vulgo”, para el pueblo sencillo, que, en este tiempo, hablaba latín.
Cuando san Pablo escribió: “Toda la Escritura está divinamente inspirada” (2Tm 3,
15), estaba empleando, en ese tiempo, la biblia en griego para poder evangelizar a los
paganos. La Biblia que usaba san Pablo, que llama “inspirada”, es la misma que la Iglesia
católica continúa usando en la actualidad, traducida a los idiomas modernos.
Es de sumo interés lo que expone el especialista en la Biblia, Raymod Brown, con
20
respecto a los siete libros deuterocanónicos, cuando comenta: “Católicos y protestantes
estudian juntos la Biblia, y estos libros resultan sumamente importantes para la
comprensión del judaísmo primitivo (el judaísmo que comenzó tras el exilio en Babilonia
en el 587-539 A.C.) y del Nuevo Testamento. Se escribieron más cerca de la época de
Jesús que muchos libros del Antiguo Testamento aceptados por todos y contienen
ejemplos conceptuales y puntos de vista que él aceptó. (Por ejemplo, tanto los libros de
los Macabeos como el libro de la Sabiduría testimonian la creencia en la vida después de
la muerte). Así pues, estos libros SON NECESARIOS para el estudio de la Sagrada
Escritura. A medida que los lectores y estudiantes protestantes se familiarizan con los
escritos deuterocanónicos, algunos de sus viejos recelos empiezan a desaparecer y dejan
de ser contemplados como armas arrojadizas en manos del enemigo. Y a propósito,
resulta interesante comprobar que, junto a los Salmos, el Sirácida (el Eclesiástico) fue el
libro del que más se sirvieron los Padres de la Iglesia, ya que en él hallaron una mina de
enseñanza ética que les resultó útil para la formación cristiana” (101 Preguntas y
respuestas sobre la Biblia, Sígueme, Salamanca, 1996).
El libre examen y el Fundamentalismo
Algo que nos separa de una manera muy radical con los hermanos protestantes, en
cuanto a la interpretación de la Biblia, es lo que técnicamente se llama «Libre examen de
la Biblia». Cito la definición que del libre examen expone Piero Petrosillo, que escribe:
“El libre examen es un criterio personal de interpretación de la Sagrada Escritura, ajeno al
magisterio o a cualquier otra autoridad”. También apunta el mismo autor: “Tal doctrina
fue propia de los reformadores, quienes sostenían que el ‘libre examen’ era posible
gracias a la asistencia personal del Espíritu Santo, que garantiza la recta interpretación de
los textos sagrados”. (“El cristianismo de la A a la Z “, San Pablo, Madrid, 1996, pág.
250). Esta manera de interpretar la Biblia es sobre todo, propia de los grupos más
radicales del Protestantismo.
A esto habría que añadir lo que se llama el “Fundamentalismo”, que es común a
muchas denominaciones y sectas protestantes. El fundamentalismo, en todo el sentido de
la palabra, consiste, según el biblista R. Brown, en “una lectura literal de la Biblia como
apoyo de la doctrina cristiana”. El mismo escritor añade: “En mi opinión, una lectura
literal de la Biblia no se puede defender intelectualmente y no es necesaria para preservar
la doctrina cristiana básica” (R. Brown, “101 Preguntas y respuestas sobre la Biblia”,
pág. 51).
El “Libre examen” de la Biblia y el “Fundamentalismo” han servido para que el
Protestantismo se fraccionara en infinidad de sectas y denominaciones. Uno de los
biógrafos de Lutero, el famoso historiador Grisar, escribe: “El mismo Lutero, en 1525, a
los cuatro años de haber iniciado su movimiento reformador, escribió: ‘Hay tantas sectas
y opiniones como cabezas. Este niega el bautismo; aquél los sacramentos; unos dicen que
21
Jesucristo no es Dios; otros dicen lo que se les antoja. No hay palurdo ni patán que no
considere inspiración del cielo lo que no es más que un sueño y alucinación suya´”
(Grisar, LUTERO).
Habría que recordar también, que al poco tiempo de separarse de la Iglesia católica,
los de la Reforma, ya comenzaron a dividirse y subdividirse. Zuinglio no concordaba con
Lutero en muchos puntos de teología, sobre todo en lo referente a la Eucaristía. Calvino
enseñó la “Predestinación”. Según él, Dios creaba a unos para salvarse y a otros para
condenarse. Los demás protestantes no estuvieron de acuerdo con él. El Rey Enrique
VIII, conservó mucho de la Iglesia católica en lo que respecta a la liturgia, a los
Sacramentos. Todos ellos, con “interpretación personal” de la Biblia, expusieron
doctrinas diferentes.
Cuando se hace caso omiso del Magisterio de la Iglesia y de la Tradición, para
interpretar la Biblia, queda abierta la puerta para toda clase de sectas y divisiones, que,
con el pretexto de ser iluminadas directamente por el Espíritu Santo, exponen las
doctrinas más contradictorias y peregrinas. Esto impide la unidad de doctrina, de culto,
de jerarquía. Lo que san Pablo definía como: “Un solo Señor, una sola fe, un solo
bautismo, un solo Dios y Padre” (Ef 4,5).
Con la Biblia en la mano, los Testigos de Jehová niegan el misterio de la Santísima
Trinidad. Los Mormones, también con la Biblia en la mano, afirman que Jesús no es
Dios, sino el principal de los profetas, nada más. Los adventistas se basan en la Biblia
para sostener que se debe santificar el “sábado” y no el “domingo”. Los protestantes más
radicales, con un tremendo “fundamentalismo” y exceso de “libre examen”, afirman que
el Papa es la “Bestia”, el Anticristo del que habla el capítulo 17 del Apocalipsis. También,
basándose en el Apocalipsis, presentan a la Iglesia católica como la “Gran Ramera”, la
nueva Babilonia. Por supuesto que esta manera irregular de interpretar la Biblia, no tiene
nada que ver con la de los grandes comentaristas protestantes de la Biblia. Nunca se
encuentra algo parecido en Oscar Cullman, ni en Bultman, ni en Charles Dodd, ni en
Joaquín Jeremías, ni en el comentario popular del Apocalipsis de William Barclay. Nunca
ninguno de estos escritores famosos ha afirmado semejantes barbaridades teológicas y
bíblicas; hubieran perdido su prestigio a nivel internacional.
Cuando no existe el Magisterio de la Iglesia, es fácil que el individuo se crea el único
depositario de la revelación, con hilo directo con el Espíritu Santo. El mismo Lutero, que
se creía el “gran enviado de Dios”, no dudó en afirmar que la Carta de Santiago era
“pura paja”. Cualquier comentarista protestante sabe que esto no es “una mentira
católica”, sino algo totalmente histórico. Pero resulta que, ahora, la Carta de Santiago
pertenece al canon de los libros inspirados, tanto para católicos como para protestantes.
El “libre examen” de la Biblia, como el “fundamentalismo”, son antibíblicos. Esto se
aprecia, sobre todo, en la segunda Carta de san Pedro, en la que el apóstol, al referirse a
las cartas de san Pablo, apunta: “Hay algunas cosas difíciles de comprender, cuyo
sentido los indoctos e inconstantes pervierten de la misma manera que las demás
22
Escrituras para su propia perdición. Así que, hermanos, avisados ya, estad alerta”
(2Ped 3,16: traducción de Reina Valera, protestante). En las misma carta, san Pedro,
expresamente, prohíbe el “libre examen” de la Biblia, cuando afirma: “...entendiendo
primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es DE INTERPRETACIÓN
PRIV
ADA” (2 Ped 1,20: Traducción de Reina Valera, protestante).
El Peligroso «Iluminismo»
La “interpretación privada” lleva a un peligroso “iluminismo”. La persona llega a creer
que sólo a ella el Espíritu Santo le ha soplado la interpretación correcta de la Biblia.
Algunos casos curiosos los encontramos en el libro del escritor protestante Hank
Hanegraaff, titulado: “Cristianismo en crisis”, en donde denuncia múltiples abusos en la
interpretación de la Biblia. Cita el caso del famoso predicador por televisión, Benny
Himn, que, al hablar del dominio que Dios le dio a Adán sobre el universo, afirma: “Las
Escrituras declaran que él tiene el dominio de las aves en el aire, y de los peces en los
mares -lo que significa que él podía volar-. Desde luego ¿cómo podemos nosotros tener
dominio sobre las aves sin poder hacer lo que ellas hacen? La palabra “dominio”, en el
hebreo, claramente señala que si usted tiene dominio sobre un sujeto, entonces usted
puede hacer todo lo que ese sujeto hace. En otras palabras, si el sujeto hace algo que
usted no puede hacer, entonces usted no tiene dominio sobre ese sujeto. Yo probaré eso
más adelante. Adán no solamente podía volar, él podía volar en el espacio.
(“Cristianismo en crisis”, Editorial Unilit, Miami 1993, pág. 125). ¡Sin comentarios!
El mismo escritor recoge la afirmación de Benny Himn, que «sostiene que el Espíritu
Santo le reveló que las mujeres fueron creadas originalmente para dar a luz por la parte
lateral de su cuerpo», porque Dios creó a la mujer de la misma manera que Adán, y Eva
salió del costado de Adán. Después del pecado, todo esto cambió. ¡Sin comentarios,
nuevamente! (Obra citada, p. 364).
También es asombroso lo que el mismo Hank Hanegraaff trae a colación en el mismo
libro, acerca de Frederick Price, otro predicador famoso por televisión, que hace un
fantasioso comentario acerca de la situación económica de Jesús. El pastor Frederick
Price explica que Jesús nadaba en la abundancia, cuando afirma: “La Biblia dice que El
(Jesús) tenía un tesorero... llamado Judas Iscariote; y el muy canalla robaba de la bolsa
por un período de tres años y medio, y nadie llegó a notarlo ¿Sabe usted por qué?
Porque allí había mucho... Si El (Jesús) hubiera tenido tres naranjas en el fondo de la
bolsa y Judas le roba dos, no vaya a decirme que Jesús no iba a darse cuenta. Y, además,
¿si Jesús no tenía nada, para qué iba a querer un tesorero?”. El mismo predicador Price,
después de argumentar que Jesús y los apóstoles eran muy ricos, puntualiza: “La Biblia
dice que Jesús nos dejó un ejemplo para que siguiéramos sus pasos. Esta es la razón por
la cual yo manejo un Rolls Royce” (Obra citada, p. 410). Pero el asunto no termina aquí.
Price también dice: “Si tú tienes una fe de bicicleta, todo lo que vas a obtener es una
23
bicicleta”. Esto equivale a decir: “Si tienes una fe como la mía, vas a poder manejar un
Rolls Royce”.
Cuando uno, lleno de asombro, lee estos disparates bíblicos, se pregunta: «¿Cómo
interpretará Frederic Price lo que dice Jesús cuando, comenta: ‘Las aves tienen sus
nidos, las fieras sus madrigueras; sólo el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la
cabeza’ (Mt 8,20)? El mismo Hanegraaff apunta: «Sobre tales engañosos fundamentos
descansa una fantasía fundamental de la Fe: la de que Jesús fue rico, que vestía ropas
costosas y que sus discípulos vivían en medio del lujo» (Obra citada, pág. 371).
Éstos son casos clásicos de las aberraciones a las que se puede llegar por el «libre
examen de la Biblia» y el “Fundamentalismo”, tan “normal” en muchos hermanos
protestantes radicales . Hay que hacer constar que la gente, que quiere ser «entretenida»
con sermones fantásticos, se emociona al oír tales «barbaridades bíblicas», y los vemos
por televisión gritar jubilosos: “¡Gloria a Dios!”.
El Magisterio de la Iglesia
Dice el Concilio Vaticano II: “El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios
escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la iglesia”. Esto
ya lo había afirmado el Concilio de Trento (1546). El motivo de esta interpretación por
parte del Magisterio de la Iglesia lo explica muy bien el escriturista Raymond Brown,
cuando comenta que la Iglesia católica: «en cuestiones esenciales mantiene que el
Espíritu, que inspiró las Escrituras, no va a permitir que toda la comunidad de creyentes
se vea inducida a error en todo lo concerniente a la fe y a las costumbres. Algunos
individuos pueden llegar, tras su lectura de la Biblia, a conclusiones radicales, algunos
incluso han llegado a negar la divinidad de Cristo, la resurrección, la creación, y los diez
mandamientos. La Iglesia católica se dejará guiar en tales materias bíblicas por la
prolongada tradición de la enseñanza cristiana derivada de su reflexión sobre la Biblia»
(«101 Preguntas y respuestas sobre la Biblia», pág. 150).
La Iglesia católica está segura de que Jesús les dijo a sus apóstoles: «Quien a ustedes
los escucha, a mi me escucha» (Lc 10,16). A ellos, de manera especial, les prometió la
asistencia del Espíritu Santo para ser llevados a toda la Verdad (Jn 16,13). La Iglesia
católica, por eso, siempre se ha sentido instrumento del Espíritu Santo para preservar la
sana doctrina de la Biblia y para transmitirla a todo el mundo. La Biblia fue entregada a
la Iglesia y debe ser interpretada dentro del Magisterio de la Iglesia, que nos da seguridad,
pues sabemos que por medio del Magisterio vivo de la Iglesia, el Espíritu Santo nos sigue
hablando y conduciendo a toda la Verdad.
La manera de obrar de la Iglesia primitiva, fue siempre teniendo en cuenta el
Magisterio de la Iglesia. Así lo vemos maravillosamente cuando la Iglesia, en sus inicios
se enfrentó con el gravísimo problema de que algunos querían imponer la “circuncisión”
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como algo esencial para salvarse. Otro grupo de la iglesia opinaba que la circuncisión era
sólo para los judíos. La iglesia no solucionó el problema por medio de “una sola cabeza”.
Pedro no impuso su criterio, alegando que Jesús lo había dejado a él como su vicario.
Pablo no expuso que él era el más experto, de entre todos ellos, en la Escritura y que por
eso era la persona más capacitada para dar una respuesta al problema suscitado. Todos
dialogaron, se acaloraron, oraron muchísimo. Nadie dijo : «Sólo la Escritura y punto». Si
en ese momento se hubieran basado sólo en la Escritura, se hubieran encontrado con que
la Biblia, claramente, ordenaba que circuncidaran a los niños a los ocho días de nacidos
(Gn 17, 9-14). Por el contrario, todos expusieron su manera de pensar y de actuar: lo
que se estilaba en sus respectivas comunidades. De pronto experimentaron la presencia
viva del Espíritu Santo. Se acordaron que el Señor les había prometido Otro Paráclito
que los iba a llevar a toda la Verdad. En la carta pastoral, que los del primer concilio de la
Iglesia, el Concilio de Jerusalén (año 50), la Iglesia apostólica nos enseñó lo que significa
el Magisterio de la Iglesia para solucionar los problemas. Nadie de los participantes en el
Concilio dijo: «Sólo la Escritura». Cada uno expuso su manera de pensar y de actuar en
su comunidad. Por encima de todas las deficiencias humanas, que nunca faltan, se
impuso la presencia viva del Espíritu Santo. Por eso la Carta que enviaron a todas las
comunidades comenzaba diciendo: «Le ha parecido bien al Espíritu Santo y a
nosotros...» (Hch 15,28).
Si Martín Lutero, no se hubiera dejado llevar por su egocentrismo exacerbado, y
hubiera esperado con fe y paciencia, como lo hicieron los grandes santos católicos de la
Iglesia, para llevar a cabo la reforma desde adentro, la Iglesia no se habría dividido.
Todos seríamos uno, como Jesús lo expresó en la última Cena (Jn 17,21).
El Magisterio vivo de la Iglesia, al mismo tiempo que nos da seguridad, impide que
nuestra Iglesia, se divida en sectas y denominaciones. En nuestra Iglesia hay unidad de
doctrina, de culto, de jerarquía. En eso se cumple lo que dice san Pablo en su Carta a los
Efesios: «Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre» (Ef 4,5).
¿Yavé o Jehová?
Otra de las variantes con respecto a la Biblia protestante, es con respecto a la
pronunciación del nombre de Dios en la Biblia. En las Biblias católicas se le llama Yavé o
Señor. En las Biblias protestantes, Jehová. Al respecto, quiero citar la explicación que da
el comentarista protestante William Barclay acerca de la pronunciación del nombre de
Dios entre los judíos. Escribe Barclay: «Se ha sugerido que el nombre puede ser YHVH.
Este era el nombre que los judíos daban a Dios. En la Escritura hebrea no existen las
vocales. El lector debe saber cuáles son las vocales que corresponden a cada palabra, y
pronunciarlas aun cuando no estén escritas. Nadie sabe con exactitud cuáles eran las
vocales del nombre de Dios, YVHV
. Nosotros, por lo general, decimos JEHOVÁ, pero
esta vocalización en realidad toma prestadas las vocales de la palabra Adonai, que
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significa Señor, el término que los judíos utilizaban para referirse a Dios sin pronunciar su
nombre. El nombre de Dios no se pronunciaba al leer, por considerárselo demasiado
sagrado para que pudiera pasar por los labios de un ser humano. Por eso, cuando
aparecía en un texto, se leía: Adonai. Las letras YHVH se llaman el tetragrama sagrado o
las cuatro letras sagradas. Muchos eruditos piensan que la pronunciación correcta es
Yavé, o Yahvéh (Apocalipsis, Editorial La Aurora, Buenos Aires, 1975, p. 430). El
Diccionario Ilustrado de la Biblia (protestante), apunta: «Hay fundamentos para concluir
que la pronunciación original haya sido Yahveh, como escriben algunas traducciones
modernas» (Editorial Caribe, Miami, 1988, pág. 319). Cité, a propósito, el criterio de dos
especialistas de la Biblia, protestantes, para que los católicos no se acomplejen, cuando
se les acerquen algunos "fundamentalistas" echándoles en cara que hasta el nombre de
Dios han cambiado los católicos.
Mi Biblia
La Biblia, la Palabra de Dios es el gran regalo de Dios para que sea para nosotros
«lámpara a nuestros pies» (Sal 119), en el peregrinaje de la vida. Pero este regalo se
puede echar a perder, cuando, desobedeciendo la voluntad de Dios, comenzamos a
dejarnos llevar por una «interpretación privada» (2Ped 1,20).
Al respecto, es muy aleccionador el caso de san Pablo. En su carta a los Gálatas,
cuenta que sintió que Dios lo empujaba a rendir cuentas de su predicación a los dirigentes
de la Iglesia, que estaban en Jerusalén. Escribe Pablo: «Fui porque Dios me había
mostrado que tenía que ir. Y ya en Jerusalén, en una reunión que tuve en privado con
los que eran reconocidos como DIRIGENTES, les expliqué el mensaje de salvación que
predico entre los no judíos. Hice esto porque no quería que lo que había hecho y estaba
haciendo fuera trabajo perdido» (Ga 2, 2). Y continúa Pablo escribiendo : «Por eso
Santiago, Pedro y Juan, que eran tenidos por columnas de la iglesia, reconocieron que
Dios me había concedido este privilegio. Para confirmar que nos aceptaban como
compañeros, nos dieron la mano a mí y a Bernabé» (Ga 2, 9). Con qué humildad,
Pablo, que era mucho más versado en las Escrituras que los dirigentes de la Iglesia, se
presentó a ellos para recibir el visto bueno con respecto a lo que estaba predicando.
Pablo no se dejó llevar por una interpretación privada de la Biblia, alegando que sólo
obedecía al Espíritu Santo.
Muy impresionante también el caso de san Agustín y santo Tomás de Aquino,
hombres geniales, que expusieron con libertad y valentía sus puntos de vista en cuanto a
la teología, pero, que, como Pablo, se sometieron con humildad en todo al Magisterio de
la Iglesia.
El día domingo, en la Liturgia de la Palabra, se lee la Biblia; las lecturas son iguales
para todos, pero el Espíritu Santo, como cartero divino, se encarga de ir repartiendo a
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cada uno lo que Dios le quiere decir en ese momento. No se trata, aquí, de
«iluminismo», sino de la presencia viva del Espíritu Santo en medio de la comunidad,
reunida en nombre del Señor. Pero esto no nos da derecho para creer que pasajes, que
san Pedro llama «difíciles», puedan ser interpretados por cualquier fiel con el pretexto de
que el Espíritu Santo le habla directamente. Para estos casos especiales, Jesús dejó el
Magisterio de la Iglesia, al que nos sometemos con humildad y fe y con la que se
sometieron Pablo, Agustín, Tomás, los Santos Padres y todos los santos de la Iglesia.
Cuando tomo la Biblia católica en mis manos, estoy seguro que es la misma Biblia con
la que predicaron Pedro, Pablo, Juan, y todos los demás apóstoles y discípulos de la
iglesia primitiva y de la Iglesia católica a través de los tiempos.
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4. ¿La BIBLIA sin la TRADICIÓN?
«Sólo la Escritura», fue el lema de Martín Lutero, cuando se separó de la Iglesia
católica. Los católicos, en cambio, a través de los siglos, continuamos proclamando: «La
Escritura y la Tradición». Hay que hacer constar que existe mucho desconocimiento,
tanto en el ambiente protestante como en el católico, acerca de lo que significa la
Tradición. Por ejemplo, algunos hermanos protestantes, al contradecir a los católicos con
respecto a la Tradición, esgrimen la frase de Jesús a los fariseos : «Por sus tradiciones
ustedes han anulado el mandamiento de Dios» (Mc 7,9). Este versículo, los hermanos
protestantes, al tratar de llevarle la contraria a los católicos, lo citan fuera de su contexto.
No saben hacer la diferencia entre lo que eran las tradiciones de los fariseos y las
«tradiciones apostólicas». Los católicos no entendemos como Tradición el
tradicionalismo cerrado de los fariseos, que les impedía abrirse a la «buena nueva», que
Jesús proclamaba. Para nosotros la Tradición apostólica es algo muy distinto.
A veces, algunos confunden Tradición con «costumbrismo», con «folklor»; por eso es
básico saber qué significa la Tradición en la Teología católica. En su Diccionario de
términos religiosos y afines, Aquilino de Pedro, comenta: «(La Tradición) es un
elemento muy importante. Se aplica comúnmente a lo recibido que no pasó a constituir la
Sagrada Escritura». También añade el mismo autor: «Por otra parte, la Tradición
complementa a la Escritura, en la cual no cristalizó la totalidad de la enseñanza y de las
prácticas recibidas... A la enseñanza de los protestantes, que no aceptan sino la Escritura
(sola Scriptura), le falta, más que el complemento de lo no escrito, la seguridad de una
visión correcta de lo transmitido por escrito».
Me parece también muy adecuada la definición que de la Tradición da el famoso
teólogo de Tubinga, Johann A. Möhler, que afirma: «La Tradición, en sentido objetivo,
es la fe universal del la Iglesia a lo largo de los siglos, consignada en documentos
históricos externos; y en este sentido, la Tradición se llama ordinariamente norma de la
interpretación de la Escritura, regla de la fe» (Vea: Simbólica, Ediciones Cristiandad,
Madrid, 2000, p. 405). El mismo escritor añade: «La Tradición es la Palabra de Dios,
perpetuamente viva en el corazón de los creyentes» (Vea obra antes citada, p. 405).
San Juan en su Evangelio, nos pone sobre aviso al respecto, cuando escribe: «Jesús
realizó en presencia de los discípulos otros muchos signos que no están escritos en este
libro. Éstos han sido escritos para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y
para que creyendo tengan vida en su nombre» (Jn 20,30). Jesús y los Apóstoles dijeron
e hicieron muchas cosas que no constan en la Biblia. La Tradición nos ha conservado
«verdades importantes» que no están en la Biblia. Una de esas verdades esenciales es el
«canon» o lista de libros inspirados de la Biblia. En ninguna parte de la Biblia se detalla
cuáles son los libros inspirados por Dios. Fue la Tradición la que nos conservó el
pensamiento de la Iglesia a través de los tiempos hasta llegar a catalogar como
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«inspirados» los libros de los que consta en la actualidad la Biblia. La Tradición es uno
de los conductos por medio de los cuales nos llega la Revelación de Dios. Por eso el
Concilio Vaticano II lo especifica muy bien cuando dice: «La sagrada Tradición y la
Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la Palabra de Dios
encomendado a la Iglesia, al que se adhiere todo el pueblo santo unido a sus pastores, y
así persevera constantemente en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión, en la
fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2,42). (Divina Revelación, n. 10). Tiene razón
Piero Petrosillo al puntualizar: «El principio formal del catolicismo» no es, pues, la
Escritura, sino la Iglesia viva, apostólica, que transmite la Tradición, en la que la
Escritura tiene su lugar». Es por eso que los católicos no dejamos de proclamar como
verdad de fe: «Biblia y Tradición».
La tradición nos ayuda a interpretar la Biblia
Por medio de la Tradición logramos comprender mejor lo que la Biblia nos transmite.
Un caso concreto lo encontramos en el libro de Hechos, que, al referirse a los primeros
cristianos consigna: «Todos los días se reunían en el templo, y en las casas partían el
pan y comían juntos con alegría y sencillez de corazón» (Hch 2, 46). Cuando vamos a
la Tradición, a los escritos de los Padres Apostólicos (que vivieron en la época de los
Apóstoles), nos encontramos con que el primer nombre que se le dio a la Misa fue el de
«fracción del pan», en recuerdo de que Jesús había «partido» el pan en la última Cena.
Eso nos asegura que los primeros cristianos desde un principio, TODOS LOS DÍAS
celebraban la Misa (la fracción del Pan) en las casas particulares porque todavía no
disponían de templos.
Algo más. San Justino, en el año 150, nos deja un documento inigualable en el que
describe cómo era la Misa de ese tiempo. Escribe san Justino en su libro Apología: «El
día que se llama del sol, se celebra una reunión de todos los que habitan en las ciudades
o en los campos; allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, las memorias de los
Apóstoles o los escritos de los profetas; luego, cuando el lector termina, el presidente,
generalmente el obispo, hace una exhortación e invitación a que imitemos esos bellos
ejemplos. Seguidamente nos levantamos todos a una y elevamos nuestras plegarias.
Cuando termina, se ofrece pan y vino, y el presidente, según su inspiración, eleva
igualmente a Dios sus plegarias y Eucaristías, y todo el pueblo aclama diciendo: ‘Amén’.
Viene a continuación la distribución y participación de los alimentos eucarísticos y su
envío, por medio de los diáconos, a los ausentes».
Estos aportes de la Tradición son valiosísimos. En primer lugar, si san Justino escribió
este texto hacia el año 150, está transmitiendo la «tradición apostólica», lo que pensaban
los Apóstoles acerca de la Eucaristía. Si se piensa que el último de los Apóstoles, san
Juan, murió hacia el año 100, san Justino está íntimamente ligado con la tradición
apostólica. La Misa no es invento posterior de la Iglesia. Otra cosa interesantísima: en el
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texto de san Justino se detallan las partes esenciales de la Misa, que son las mismas que
nosotros conservamos en la actualidad: el acto penitencial, la liturgia de la Palabra, la
homilía, el ofertorio, la oración eucarística, la comunión. Otro dato, que no debemos
soslayar, es el «envió de la comunión a los ausentes», es decir, a los presos, a los
enfermos. ¿Por qué enviaban la comunión a los ausentes? Porque los cristianos del
tiempo apostólico creían en la «presencia real» de Jesús en la Hostia consagrada.
Estos datos, que nos proporciona la Tradición, nos ayudan a comprender qué quiere
decir la Biblia, cuando recuerda que los primeros cristianos «todos los días se reunían
para partir el pan» (Hch 2,46). En muchos casos, no basta «sólo la Biblia» para
comprender más detalladamente qué nos quiere decir la Biblia misma en determinados
pasajes, que, a veces, se interpretan de maneras diferentes entre los hermanos
protestantes y nosotros. En el caso de la Misa, a nosotros nos respalda la Tradición para
comprender, en detalle, qué nos dice la Biblia acerca de la Eucaristía.
A la luz de estos aportes de la Tradición, con respecto a la «fracción del pan», nos
preguntamos: ¿Por qué los hermanos protestantes no celebran la Misa todos los días
como los primeros cristianos? ¿Por qué muchas denominaciones no le dan importancia a
la celebración de la Eucaristía? ¿Por qué los hermanos protestantes no creen en la
«presencia real» de Jesús en la Hostia consagrada, como los primeros cristianos de los
tiempos apostólicos? ¿Por qué los hermanos protestantes no envían la comunión a los
enfermos como lo hacían los cristianos del año 150? Todas estas interrogantes nos llevan
a una conclusión muy evidente: Los hermanos protestantes se han separado de la Iglesia
que fundó Jesús. Por separarse perdieron algo esencial de la iglesia apostólica: la
Eucaristía, el culmen del culto de la Iglesia.
Algo más. En el Evangelio de san Juan se recuerdan las palabras que Jesús le dijo a
Pedro: «Cuando seas viejo, extenderás tus brazos y otro te ceñirá y te llevará a donde
tú no quieras» (Jn 21). San Juan hace su comentario a estas palabras, y escribe: «Con
esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió:
Sígueme» (Jn 21, 18-19). Si nos quedáramos sólo con lo que dice la Biblia, no sabríamos
de qué manera murió Pedro. Si tomamos en cuenta la Tradición, nos informamos que
Pedro murió crucificado, en el año 67, con la cabeza hacia abajo, porque él pidió morir
de esa manera, ya que no se consideraba digno de morir como Jesús. Eso es lo que hace
la Tradición apostólica: nos ayuda a comprender el sentido exacto de la Palabra de Dios.
Cuando los hermanos protestantes se encuentran con Mt 16, 18: «Tú eres Pedro y
sobre esta Piedra edificaré mi iglesia...», hacen acrobacias para explicar ese texto a su
manera. Si fueran sin prejuicios a la Tradición, se encontrarían, en primer lugar, con una
lista de 264 papas que dan razón de que la Iglesia apostólica, desde un principio,
consideró a Pedro como representante principal de Jesús en la tierra. Si los hermanos
protestantes consultaran lo que afirman los Padres apostólicos -los que estuvieron en
relación directa con los Apóstoles o con sus discípulos- se encontrarían con algo tan
sencillo y pacífico como es el primado de Pedro. Es por eso que san Pablo, en su carta a
los Gálatas (2, 2), nos cuenta cómo el Espíritu lo llevó a presentarse a Pedro y a los
30
dirigentes para darles cuenta de su predicación... Además, Pablo, en la misma carta,
comparte su alegría de que Pedro y los demás dirigentes le hubieran «dado la mano», en
señal de aprobación de lo que estaba enseñando (Ga 2, 9). Pablo era más instruido que
Pedro y que los demás dirigentes de la Iglesia en ese tiempo. Pero se presenta a Pedro y
permanece en su compañía durante 15 días, porque lo consideraba el primero de los
apóstoles dejado por Jesús (Ga 1,18). Se podría añadir una larga lista de citas de los
Padres Apostólicos (que conocieron a los apóstoles) o de sus discípulos (que aprendieron
su doctrina), que dan cuenta de lo que la Iglesia apostólica entendía cuando recordaban
que Jesús le había dicho a Pedro: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi
iglesia».
San Pablo les escribió a los tesalonicenses: «Así, pues, hermanos, manténganse firmes
y guarden LAS TRADICIONES que han aprendido de mí, ya sea DE PALABRA, ya sea
POR CARTA NUESTRA» (2 Ts 2, 15). Pablo no habla, de ninguna manera, de que
enseñen SOLO LO ESCRITO. Nuestros especialistas en la Biblia, nos hacen ver cómo la
Biblia protestante, Reina Valera, en este texto de san Pablo, no traduce la palabra griega
paradoseis, del original, por «tradiciones», sino por «doctrina». En cambio cuando el
mismo término «paradoseis», lo aplica Jesús a los fariseos, entonces, sí lo traduce como
«tradiciones». Hay que hacer constar que Casiodoro de Reina, en su edición original de
1569, sí traduce la palabra «paradoseis», como «tradición». Ahora, en cambio, en la
Biblia protestante, ya no aparece la palabra «tradiciones» en el texto mencionado de San
Pablo. Lógicamente a los hermanos protestantes la palabra «tradición», les molesta, les
estorba, porque, al encontrarse con la Tradición apostólica, se dan cuenta de que muchas
de sus enseñanzas no concuerdan con las tradiciones apostólicas.
Junto a los escritos de los Apóstoles, encontramos costumbres que se originaron en
aquellos tiempos, y que fueron aceptadas por la Iglesia. Por ejemplo, las oraciones por
los difuntos, la veneración de los Mártires, de las imágenes. La imagen del Buen Pastor
se descubrió en las Catacumbas de Santa Domitila. La imagen de la Virgen con el Niño,
fue encontrada en las Catacumbas de santa Priscila, en Roma.
Al encontrarnos con toda esta riqueza de la Tradición, los católicos pensamos: No es
posible que durante 15 siglos la Iglesia hubiera estado equivocada, abandonada por el
Espíritu Santo, y que, al fin, cuando apareció el sacerdote rebelde, Lutero, se hubiera
descubierto que la Iglesia había permanecido en las tinieblas durante tantos siglos. Pero la
Tradición apostólica viene a confirmamos lo contrario. Lutero y el Protestantismo
enseñaron algo contrario a lo que la Iglesia había enseñado, basándose en la Biblia y en la
Tradición apostólica durante muchos siglos.
Necesidad de la Tradición
Para nosotros los católicos, la Biblia y la Tradición son fuentes indispensables por
31
medio de las cuales nos llega la Revelación de Dios. Esto lo expone muy explícitamente
el gran teólogo Johann A. Möhler, cuando escribe: «Sin esa Tradición universal, no
puede determinarse nunca de manera firme, segura y con validez general cuál sea la
propia doctrina cristiana; sólo el individuo podría atreverse a afirmar: aquí está mi
opinión, ésta es mi interpretación de la Escritura. Con otras palabras: sin Tradición, no
hay doctrina de la Iglesia, ni Iglesia siquiera, sino sólo cristianos particulares; no hay
certeza ni seguridad, sino sólo duda y probabilidad» (Vea: Obra citada, p. 409).
Al respecto, es muy importante lo que pensaba acerca de la Tradición, John Newman,
que fue un famoso teólogo protestante, un gran pensador cristiano reconocido
internacionalmente. Cuando Newman se convirtió al catolicismo reflexionó al respecto de
la Tradición y escribió: «La opinión de un hombre no es mejor que la de otro. Pero no es
éste el caso en lo que respecta a los Padres de la Antigüedad. Ellos no hablan de sus
opiniones personales. No dicen: Esto es verdad porque nosotros lo vemos en la
Escritura (como dicen los evangélicos), sino que: Esto es verdad porque es afirmado y
fue siempre afirmado por todas las Iglesias desde el tiempo de los Apóstoles hasta
nuestros días sin interrupción» (Disc. ad Arg., 11,1). Esto se puede afirmar porque la
enseñanza de los Padres de la Antigüedad es la enseñanza que aprendieron de la
predicación de los Apóstoles. Esto es lo mismo que pensaba san Agustín, que llegó a
escribir: «Yo no creería en los Evangelios, si no me moviera la autoridad de la Iglesia»
(Epist. Man. 1,5). Esta afirmación de san Agustín demuestra hasta qué punto los Padres
de la Iglesia confiaban en la Tradición.
Sin la Tradición, queda abierta la Biblia a un sin número de interpretaciones
contradictorias que tienen como resultado multiplicidad de sectas. Éste ha sido el virus
que ha carcomido el Protestantismo y lo ha llevado a dividirse y subdividirse en
incontables sectas y denominaciones, que, con la Biblia en la mano, sostienen las
posturas teológicas más peregrinas y contradictorias. Podría recordarse el caso de
Calvino con su terrible teoría de la «predestinación». Según él, la Biblia revela que Dios
ha creado a unos para el cielo y a otros para el infierno. Algo tan «monstruoso», que ni
los mismos protestantes lo aceptan en la actualidad. Sin el Magisterio, como decía
Möhler, «no hay certeza ni seguridad, sino sólo duda y probabilidad» (Obra cit. pág.
409).
El famoso teólogo de la antigüedad Tertuliano (+222), también expuso cuál era el
sentir de la Iglesia de los primeros tiempos, cuando escribió: «La Escritura separada del
contexto de la Tradición de la Iglesia, sirve para destrozar el estómago y dar quebraderos
de cabeza» (De Praes. Her. 16, 3)
El Magisterio
La Carta a los Hebreos comienza recordando: «Muchas veces y de muchas maneras
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habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los Profetas. En estos últimos
tiempos nos ha hablado por medio del Hijo...» (Hb 1, 1-3). Dios siempre ha hablado a
sus hijos los hombres, pero ¿dónde están todos estos mensajes? En primer lugar en la
Biblia. Pero también los mensajes de Dios nos han llegado por medio de la predicación
de los apóstoles, de los Padres Apostólicos (discípulos de los Apóstoles) y de los que
llamamos Padres de la Iglesia, que, entre los años 150 y 600, brillaron por su vida santa,
por su sana doctrina y por la aprobación de la Iglesia. A ellos habría que añadir a los
Grandes Doctores de la Iglesia y los famosos Escritores eclesiásticos que recogieron la
predicación y las enseñanzas de la Iglesia apostólica. Todo éste es el gran tesoro de la
Iglesia, que nos ha conservado la Tradición, que nos ayuda a comprender mejor la Biblia
y a vivir según las enseñanzas y costumbres de la Iglesia apostólica.
Pero para que se preserve la sana doctrina y no se le añadan elementos fuera de la
ortodoxia, Jesús dejó el Magisterio de la Iglesia, que no está por encima la Biblia, sino a
su servicio para velar por su integridad, por su recta interpretación. El Magisterio de la
Iglesia también protege la pureza de la Tradición para que no se introduzcan doctrinas no
enseñadas por los apóstoles. Por eso muy bellamente dice el Concilio Vaticano II: «Es
pues evidente que la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia,
por designio sapientísimo de Dios se traban y asocian entre sí de manera que uno no
subsiste sin los otros, y todos juntos, cada uno a su modo, bajo la acción del único
Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salud de las almas» (Divina Revelación, n.
10).
Es muy consolador comprobar que nuestra Iglesia católica conserva la Tradición de
Pedro, de Pablo, de Juan, de los Apóstoles. Cuando Pedro escribía una carta era
aceptada por todas las iglesias particulares del mundo. Pablo escribía y su palabra era
autoridad para todas las iglesias particulares del mundo católico. En la actualidad,
también es lo mismo: escribe el Papa y su palabra es autoridad en todas las iglesias
católicas del mundo. Nos escribieron nuestros obispos y pastores desde el Concilio
Vaticano II y sus documentos son ley para todos los católicos del mundo. Esto mismo no
se puede apreciar en las iglesias protestantes. No tienen un centro de unidad y autoridad.
No tienen unidad de Jerarquía, ni de doctrina, ni de culto. Pero en la Iglesia apostólica, sí
había unidad de Jerarquía, de doctrina, de culto. Esto se puede apreciar en la Biblia, pero
más específicamente en la Tradición. Los hermanos protestantes con Lutero, dicen:
«Sólo la Escritura», porque le tienen miedo a la Tradición apostólica, que les echa por el
suelo muchas de sus enseñanzas y su falta de unidad de jerarquía, de doctrina y de culto.
Los hermanos protestantes tienen en común la Biblia, pero la interpretación de la misma
es muy diversa, según las distintas sectas y denominaciones.
La Tradición es el gran tesoro que nuestra Iglesia conserva. Nos ayuda a interpretar
mejor la Biblia. Nos enlaza con nuestro pasado apostólico y nos muestra con evidencia
que no somos una Iglesia improvisada, sino una Iglesia con una riquísima historia. Esto
nos lleva a conocer mejor a nuestra Iglesia, a amarla, a servirla y cuidarla, para que no se
eche a perder el inigualable tesoro que Jesús nos confió.
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5. ¿IGLESIA o iglesias?
Tanto los hermanos protestantes como los católicos, hablamos de la Iglesia a la luz de
la Biblia. Pero el concepto de Iglesia que tienen los hermanos protestantes es muy
distinto del que tenemos los católicos. Por allí hay que comenzar. Los hermanos
protestantes dicen que su Iglesia es la verdadera. Los católicos también afirmamos que la
nuestra es la verdadera. ¿Cuál es nuestro concepto acerca de la Iglesia?
Para comenzar, podemos anticipar que los católicos afirmamos que los hermanos
protestantes también pertenecen a la Iglesia de Jesús, porque creen en El y lo declaran su
Salvador y Señor. Cuando el Concilio Vaticano II propuso que, en lugar de llamarlos
protestantes, los consideráramos como «Hermanos separados», quería hacernos ver a los
católicos que no debíamos verlos como «enemigos», en cuanto a la religión, sino como
«hermanos» de una misma Iglesia. Hemos tenido serios conflictos: estamos «separados»;
pero pertenecemos a la Iglesia de Jesús.
A los hermanos protestantes, no les gusta para nada que se les llame «hermanos
separados» .Nunca ellos se autodenominan con ese nombre. Lo toman como algo
ofensivo. Muchos de sus escritores y teólogos prefieren seguir con su nombre clásico de
«protestantes». Algunas denominaciones protestantes se autodenominan «evangélicos»;
pero hay que hacer constar que no todos los que pertenecen al Protestantismo aceptan
que se les llame «evangélicos». Cuando el Concilio Vaticano II determinó que los
llamáramos «hermanos separados», no pensaba que les iba a chocar a los hermanos
protestantes . Más bien esperaba que aceptarían mejor ser llamados «hermanos
separados» y no «protestantes», que era un apodo que los católicos les habían puesto
por protestar contra el catolicismo.
El punto de partida es éste: los hermanos protestantes y los católicos tenemos
conceptos muy diferentes con respecto a lo que es la Iglesia de Jesús. Desde nuestro
punto de vista católico, pensamos que ellos, al separarse, han perdido elementos
esenciales de la Iglesia que fundó Jesús, como la Misa, los Siete Sacramentos (ellos
reconocen sólo dos: Bautismo y Santa Cena), la Jerarquía -el Papa, los obispos, los
sacerdotes-, la devoción a la Virgen María y a los Santos. Para los hermanos protestantes
todos estos elementos católicos les desagradan sobre manera, y no pocos de los
hermanos protestantes no pueden disimular su rencor que, en muchos casos, degenera en
verdadero odio.
En el fondo de todo esto, está el pensamiento de Martín Lutero, quien, al verse
confrontado con la Iglesia, que lo excomulgó, echó mano de un mecanismo de defensa:
construyó un nuevo concepto de Iglesia, con el que muchos de su seguidores no estaban
de acuerdo. En el nuevo concepto de iglesia, que armó Lutero, están excluidos el Papa,
los obispos y sacerdotes, que eran parte esencial y aceptada desde un principio en la
Iglesia apostólica. De allí la variedad de concepciones acerca de lo que es una Iglesia en
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las varias denominaciones protestantes. A los católicos nos impacta sobremanera de que
una persona pueda fundar su «propia iglesia» sin la autorización de una «jerarquía».
Nunca imaginamos a san Pablo, fundando su «propia iglesia» con el pretexto de que se
deja llevar por la Biblia y el Espíritu Santo. Con el carisma de líder, en grado superlativo,
que tenía san Pablo, muy bien hubiera podido arrastrar tras de sí una buena parte de la
Iglesia; pero Pablo se sometió a la jerarquía que Jesús había dejado. No nos explicamos
cómo un pastor protestante pueda imponer su propio criterio en «su iglesia», en cuanto a
la doctrina, las costumbres, la disciplina sin depender de una Jerarquía. El pastor alega
que se basa en la Biblia y que se deja guiar por el Espíritu Santo. Pero con esa misma
excusa, en el Protestantismo han pululado millares de «sectas», con las más dispares
teologías, que dicen basarse en la Biblia. Entre ellos no existe una autoridad que pueda
intentar, a nivel de todas sus iglesias, «aclarar» ciertos desvíos doctrinales o morales, no
acordes con la Biblia, con una sana teología.
Ante este panorama de centenares de iglesias, que con agresividad acusan
continuamente a la Iglesia católica, los católicos, debemos saber por qué creemos con
sinceridad que estamos en la Iglesia que fundó Jesús y que conservamos lo que los
Apóstoles nos enseñaron. Nosotros nos basamos en la Biblia y en la Tradición apostólica.
Respetamos a los hermanos protestantes, les reconocemos sus muchas cualidades, pero,
no podemos renunciar a los Siete Sacramentos, a la Jerarquía que nos dejaron los
Apóstoles. Tampoco podemos avergonzarnos de darles el lugar que les corresponde a la
Virgen María y a los Santos en la Iglesia católica.
Jesús funda la Iglesia
Jesús, desde un principio, comenzó a fundar la Iglesia como el «nuevo pueblo de
Dios». De entre muchos discípulos, que comenzaron a seguirlo, el Señor seleccionó sólo
a 12. Los llamó «Apóstoles», que significa «enviados». Los preparó debidamente, en la
teoría y en la práctica, y les dijo: «Vayan y proclamen la Buena Nueva a toda la
creación» (Mc 16,15). También les aclaró: «El que a ustedes los escucha, a mí me
escucha» (Lc 10,16). A sus Apóstoles no los envió desprotegidos. Les entregó poderes
espirituales para llevar a cabo su misión; les dio poder para «predicar», para «sanar a
enfermos» y para «expulsar espíritus malos» (Mt 10). Para que no se sintieran con
temor ante tan inmensa labor, les dijo: «Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin
del mundo» (Mt 28, 20). Para eso les garantizó que estaría dentro de ellos por medio del
Espíritu Santo, que les «recordaría» todo lo que les había enseñado, y «los llevaría a
toda la Verdad» (Jn 14, 16s).
Desde un principio se nota que el Señor está preparando una «jerarquía» para su
Iglesia. Además de los Apóstoles, el Señor también llamó a otros 72 discípulos. También
a ellos los preparó y los envió con poderes espirituales para realizar su misión. Los envió
a «predicar el Evangelio», a «sanar enfermos» y a «expulsar espíritus malos». Cuando
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estos discípulos cumplieron con una de sus misiones de evangelización, volvieron
gozosos diciendo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre» (Lc 10,17).
Con lenguaje católico podríamos decir que estos 72 discípulos representan a los «laicos»
en nuestra Iglesia, en la que todos somos un «pueblo de sacerdotes» por el Bautismo,
pero en la que hay un «sacerdocio ministerial», como el de los Apóstoles, y un
«sacerdocio común», como el de los 72 discípulos. Desde un principio, también se
aprecia cómo el Señor da una enseñanza especializada a los apóstoles, distinta de la que
ofrece a los setenta y dos discípulos. El sentido de la Jerarquía en la Iglesia lo expresa
muy bien san Pablo, cuando escribe: «No es que pretendamos controlarlos en su fe -ya
que, por lo demás, en la fe se mantienen firmes-, sino que queremos más bien
contribuir a su alegría» (2Cor 1,24). En el sentido evangélico gobernar es lavar los pies
a los otros (Jn 13,14).
El libro de Hechos exhibe una preciosa «fotografía» de la Iglesia fundada por Jesús.
Se encuentra en el cenáculo en un retiro espiritual al que la envió el Señor antes de
recibir la «promesa del Padre”, el don del Espíritu Santo. En esta fotografía de la Iglesia,
se menciona, en primer lugar, a Pedro; luego se dan los nombres de los apóstoles; hay
más de un centenar de discípulos. De manera especial, se menciona a la Madre del
Señor, que está en la Iglesia con la misión que Jesús le dejó junto a la cruz, ser la Madre
del Jesús místico, la Iglesia (Hch 1,13). Esa es la fotografía de la Iglesia de Jesús. De esa
fotografía no hay que sacar a ninguno de los personajes. De otra suerte, no sería la
Iglesia que fundó el Señor.
El papel de Pedro
De entre los Apóstoles, Jesús le dio un lugar de preeminencia a Pedro. En el Evangelio
es la figura que más se destaca. Este «primado» de Pedro en la Iglesia tiene su origen en
el poder especial que Jesús le entregó. Cuando Pedro, inspirado por Dios, le dijo a Jesús:
«Tú eres el Mesías el Hijo de Dios”, el Señor le contestó: «Tú eres Pedro y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia y las puertas de la muerte no podrán con ella. Te daré las
llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo
que desates en la tierra quedará desatado en el cielo» (Mt 16,18-19). El comentario de
este pasaje, que hace la Biblia de América, es muy enriquecedor para comprender el
alcance de las palabras de Jesús. Comenta la Biblia de América: «El cambio de nombre
indica el nuevo encargo que Jesús le confiere: ser piedra de cimiento para el nuevo Israel
que empieza a ser reunido. Este nuevo Israel es la Iglesia, asamblea de los elegidos,
nuevo pueblo de Dios, cuya misión será arrancar a los hombres del imperio de la muerte.
A través de esta Iglesia viene el reino de Dios, que es semejante a una ciudad, cuyas
llaves se entregan a Pedro. Es él quien recibe el encargo de ser mayordomo y supervisor,
con autoridad para interpretar la ley (esto significa entre los judíos la expresión «atar y
desatar»), y adaptarla a las nuevas situaciones».
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Los comentarios del los hermanos protestantes son muy diversos al expuesto por la
Biblia de América. Es impresionante cómo los hermanos protestantes hacen verdaderas
«acrobacias» para restar importancia, en este pasaje, al puesto de relevancia que Jesús le
dejó a Pedro en su Iglesia, y que le fue reconocido por los apóstoles y Padres de la
Iglesia. Los comentarios de los hermanos protestantes no concuerdan con los de los
Padres Apostólicos (que vivieron con los Apóstoles) ni con los de los Padres de la Iglesia
(que vivieron entre los años 150 y 600). Todos ellos aceptan, sin más, el primado que
Pedro ha recibido en la Iglesia. Entre los hermanos protestantes pesa sobremanera el
pensamiento de Lutero, que, al verse confrontado con la Iglesia y excomulgado, enfiló
toda su batería de resentimiento contra el Papado y la jerarquía eclesiástica. Pero el
pensamiento de Lutero no está acorde con lo que enseñaron los Padres Apostólicos y los
Padres de la Iglesia, santos y sabios escritores, que en sus escritos nos legaron lo que
habían aprendido de los Apóstoles y de los discípulos de los Apóstoles, con respecto al
primado de Pedro y de los sucesores de Pedro en la Iglesia.
Hoy día, hasta eminentes teólogos protestantes, al comentar el pasaje de Pedro como
Roca en la Iglesia, reconocen que la interpretación corriente y obvia es la más aceptable.
Por ejemplo, el famoso teólogo protestante, Gúnter Bomkamm, escribe: «En la
interpretación de las palabras sobre Pedro y la Iglesia, la teología romano-católica y la
protestante se han aproximado entre sí desde hace bastante tiempo. La «roca» no es ni
Cristo, como ya pensaba Agustín y tras él Lutero, ni la fe de Pedro ni el oficio de la
predicación, como lo entendieron los reformadores, sino el mismo Pedro como director
de la Iglesia».
El Primado de Pedro
El lugar que Jesús le dejó a Pedro, se aprecia con evidencia en el libro de Hechos de
los Apóstoles, que es la primera historia de la Iglesia. Allí se constata cómo es Pedro el
que, al no más bajar del monte de la Ascención, propone que se nombre un sustituto de
Judas. Es Pedro el que, en nombre de la Iglesia naciente en Pentecostés, toma la palabra
para ser el primero que proclame el «kerigma», lo básico acerca de Jesús. Es Pedro el
que es llamado milagrosamente por el Señor para que sea el que abra la puerta de la
Iglesia para bautizar a algunos paganos, que se encuentran en la casa del centurión
Cornelio. Es Pedro el que, en nombre de Jesús, obra el primer milagro, sanando a un
paralítico. Es Pedro el que en el primer Concilio de la Iglesia, en Jerusalén (año 50), se
levanta para calmar los ánimos y exponer su punto de vista con respecto al problema de
la circuncisión de los paganos.
Todos recordaban muy bien que, en la última Cena, Jesús le había dicho a Pedro: «Yo
he orado por ti para que tu fe no decaiga; y tú una vez convertido, confirma a tus
hermanos» (Lc 22, 32). También recordaban que después de la resurrección, el Señor,
en lugar de destituir a Pedro por sus «fallos», lo reconfirmó en su primado en la Iglesia;
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le dijo: «Apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos». Pedro había recibido la misión
de pastorear la Iglesia (ovejas y corderos). Se le había encargado como Pastor principal,
«confirmar a sus hermanos». Es muy impresionante ver en la Carta a los Gálatas, cómo
Pablo narra que, después de tres años de estar en Arabia, meditando y preparándose para
la misión que Jesús le había encomendado, fue a «conocer a Pedro» y estuvo con él
quince días. Varios años después, Pablo cuenta que volvió a Jerusalén a presentarse a los
dirigentes; escribe Pablo: «Fui porque Dios me había mostrado que tenía que ir. Y ya en
Jerusalén, en una reunión que tuve en privado con los que eran reconocidos como
dirigentes, les expliqué el mensaje de salvación que predico entre los no judíos. Hice
esto porque no quería que lo que había hecho y estaba haciendo fuera trabajo perdido»
(Ga 1,2). Además, añade Pablo: «Santiago, Pedro y Juan, que eran tenidos por
columnas de la Iglesia, reconocieron que Dios me había concedido este privilegio.
Para confirmar que nos aceptaban como compañeros, nos dieron la mano a mí y a
Bernabé» (Ga 2, 9).
La actitud de Pablo es muy ejemplar. Pablo era mucho más instruido en teología y
Biblia que todos los demás apóstoles. Sin embargo, Pablo con humildad, se presenta a la
Jerarquía de la Iglesia y le expone su manera de evangelizar. Todos le dan el visto bueno.
Pablo queda muy complacido de que le dieran la mano en señal de aprobación. Así
entendemos la Jerarquía en la Iglesia católica. Como la quiso Jesús. Una autoridad para
todas las «iglesias particulares». Hay un Pastor principal, Pedro; hay otros dirigentes que
colaboran con él. Pero la Iglesia es una. La autoridad de la Jerarquía es aceptada por
todos. Nunca a Pablo se le ocurrió fundar su «propia Iglesia», separarse de la Iglesia
encomendada a Pedro y los Apóstoles.
Los hermanos protestantes para negar el «primado de Pedro», aducen que Pablo le
llamó la atención a Pedro con relación a la actitud de Pedro de comenzar a frecuentar las
casas de los paganos de manera clandestina. Pablo le hizo ver que no era una manera
correcta de comportarse (Ga 2, 11-14). Pedro, en su manera de obrar, está intuyendo
que Dios lo llama a abrirse a los paganos. No sabe cómo obrar: el ambiente no estaba
preparado todavía para esa apertura. Eso se va a dilucidar más tarde en el Concilio de
Jerusalén. Lo cierto es que eso de «llamar la atención» al Pastor principal, no es ninguna
cosa nueva en la Iglesia. Varios santos y santas le escribieron o se presentaron a algún
Papa para hacerle ver sus errores y actitudes no convenientes. Eso para nosotros, los
católicos, no es algo «escandaloso». Lo vemos como algo natural, que se ha dado
muchas veces en la Iglesia. Eso no le resta nada al primado de Pedro. Más bien hace
resaltar la santidad de Pedro que acepta con humildad la «corrección fraterna» que le
hace Pablo. Este incidente ya se había comentado desde antiguo en la Iglesia. El famoso
escritor Tertuliano (+222) lo explicó diciendo: «El yerro de Pedro fue de
comportamiento, no de doctrina». De esta manera, el escritor antiguo recalcaba la
asistencia especial del Espíritu Santo para Pedro en asuntos de fe y moral.
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La Jerarquía
Entre los hermanos protestantes no existe la Jerarquía, que se aprecia en la Iglesia de
Jesús, en el Nuevo Testamento. No existen para ellos un sucesor de Pedro ni unos
sucesores de los Apóstoles -el Papa, los obispos-. No existe una autoridad que sea
aceptada en todas sus iglesias particulares. Eso de que se dejan guiar únicamente por la
Biblia y el Espíritu Santo, no es el lenguaje ni la práctica del Nuevo Testamento. Pablo
no alegó que no necesitaba presentarse a Pedro y a sus superiores, que le bastaba la
Biblia y el Espíritu Santo. Expresamente, Pablo afirma en su Carta a los Gálatas que fue
Dios el que lo impulsó a presentarse a la Jerarquía de la Iglesia, para recibir instrucciones
con respecto a su ministerio. (Ga 2,2).
Algo digno de recordarse. En una de sus visitas a la Jerarquía, Pablo se presenta a
Santiago, que en ese momento es el obispo de Jerusalén. Santiago y los ancianos le
notifican a Pablo que se dice que él enseña a no hacer caso de lo mandado por Moisés,
que afirma que no deben circuncidarse. Los dirigentes le indican a Pablo lo que debe
hacer para quitar de la gente esa mala impresión que tiene de él. Le dicen: «Lo mejor es
que hagas lo siguiente: Hay aquí, entre nosotros, cuatro hombres que tienen que
cumplir una promesa. Llévalos contigo, purifícate junto con ellos y paga sus gastos,
para que ellos puedan hacer cortar el cabello. Así todos verán que no es cierto lo que
les han dicho de ti, sino que, al contrario, tú también obedeces la ley» (Hch 21, 23-
24). Pablo dócil a la Jerarquía cumple al pie de la letra lo que le mandan. Ésa era la
manera de conducirse de los cristianos de los tiempos apostólicos . Ésa es la manera en
que los católicos seguimos siendo fieles a la Iglesia Jerárquica que Jesús fundó. Esta
actitud de Pablo me hace recordar lo que decía san Agustín con respecto al Magisterio de
la Iglesia: «Yo no creería en los Evangelios, si no me moviera la autoridad de la Iglesia».
Los hermanos protestantes sostienen que sólo se atienen a la Biblia con respecto a lo
que Jesús afirmó con respecto a Pedro : «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia», y lo concerniente a la entrega de las «llaves», y el significado de «atar y
desatar». A los hermanos protestantes no les conviene encontrarse con la Tradición
apostólica, en lo que respecta a la praxis de la Iglesia en cuanto al «primado de Pedro».
La Tradición apostólica en esto es muy concreta. Uno de sus documentos muy valiosos
para comprobar qué pensaba la Iglesia del tiempo de los Apóstoles, con respecto al
primado de Pedro, es la obra «Contra las herejías», de san Ireneo (año 202). Escribe
san Ireneo: «Nosotros podemos hacer una lista de todos los obispos establecidos por los
Apóstoles y sus sucesores hasta nuestros días. Mas, como sería excesivamente prolijo
enumerar en una obra como la presente, la sucesión de los Apóstoles en toda la Iglesia,
nos limitaremos a indicar la tradición apostólica y la predicación de la fe en la Iglesia más
grande, más antigua y conocida de todos, la cual fue fundada y establecida en Roma por
los Apóstoles más célebres, Pedro y Pablo. En ella perseveró hasta nuestros días la
sucesión de sus obispos. Después que los bienaventurados Apóstoles fundaron y
erigieron la Iglesia, transmitieron a Lino el Episcopado para el gobierno de la Iglesia .De
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este Lino hace mención Pablo en su carta a Timoteo (2Tm 4,21). A éste sucedió Cleto.
Después recibió el episcopado Clemente, el cual todavía vio a los Apóstoles y conversó
con ellos. A Clemente sucedió Evaristo, a Evaristo, Alejandro. El sexto después de los
Apóstoles, fue Sixto, nombrado así, precisamente, por ser el sexto. Después de él, siguió
Telésforo, mártir glorioso; luego Higinio, Pío, Aniceto. Después de Aniceto sucedió
Sotero y, actualmente, como duodécimo sucesor de los Apóstoles, posee el Episcopado
Eleuterio» (Contra las herejías, Libro III, c. 3, no. 13).
Con frecuencia nos encontramos con que los hermanos protestantes con aplomo
afirman que la Iglesia de Roma inició a autonombrarse o imponerse sobre las demás
Iglesias de Occidente, con el Emperador Constantino, que emitió el Edicto de Milán en el
año 313. El documento citado de san Ireneo echa por tierra esta acusación, pues san
Ireneo murió 120 años antes de Constantino. San Ireneo fue discípulo de san Policarpo
que, a su vez, tuvo como maestro al Apóstol san Juan. Para nosotros la Tradición
apostólica nos ayuda a interpretar en su contexto la Biblia. Si los hermanos protestantes
no tuvieran tanto miedo de la Tradición apostólica, comprenderían mejor muchos datos
de la Biblia, que ellos interpretan a su manera, fuera de su verdadero contexto.
Este primado de Pedro pasó luego a sus sucesores. Jesús había profetizado que su
Iglesia duraría hasta el fin del mundo. La Tradición y la Historia recogen abundancia de
datos acerca de los sucesores de Pedro como obispos de Roma. A fines del siglo 1 hubo
un conflicto en Corinto. El Papa San Clemente les envió una carta llamándolos al orden;
les decía: «Si alguien no obedece a lo que Dios manda por medio de nosotros, sepa que
incurre en falta grave y en grave peligro» (c. 69). Además comunica el Papa que enviará
delegados desde Roma para ayudarles a solucionar el problema. Este documento es muy
revelador. Hay que hacer constar que en ese tiempo vivía en Efeso el Apóstol san Juan.
Efeso estaba más cerca de Corinto que Roma. No es Juan el que interviene, sino el Papa
San Clemente. Juan nunca fue nombrado Papa. Entre los Apóstoles, sólo Pedro fue
Papa.
A finales del siglo II tuvo lugar una controversia con respecto a la celebración de la
Pascua. Algunos obispos de Asia Menor querían cambiar el calendario litúrgico con
respeto a la Pascua. El Papa san Víctor los amenazó con excomunión, si procedían sin la
autorización de Roma. Este documento muestra con claridad, cómo a nivel internacional
se reconocía el primado del Papa con respecto a todas las iglesias.
Con el paso de los años, se encuentran cada vez más documentos que comprueban la
tradición apostólica de reconocer el primado del sucesor de Pedro, como Jesús lo había
establecido.
¿Infalible El Papa?
Los hermanos protestantes consideran como una «aberración» que los católicos
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Dificultades con nuestros hermanos protestantes - p. Hugo Estrada

  • 1.
  • 2. Indice Dificultades con Nuestros Hermanos Protestantes Sobre el Autor Sobre el libro 1. HACIA UN SANO ECUMENISMO Aunar fuerzas Los buenos y los malos Descubrir los valores del otro Muchos Caminos ¿Qué hacer? Los Tres Anillos 2. ¿CÓMO APARECIÓ EL PROTESTANTISMO? Martín Lutero El Concilio de Trento En América Latina Dura Lección 3. ¿BIBLIA CATÓLICA Y BIBLIA PROTESTANTE? La Biblia de la Iglesia Primitiva Los Libros Deuterocanónicos El libre examen y el Fundamentalismo El Peligroso «Iluminismo» El Magisterio de la Iglesia ¿Yavé o Jehová? Mi Biblia 4. ¿La BIBLIA sin la TRADICIÓN? La tradición nos ayuda a interpretar la Biblia Necesidad de la Tradición El Magisterio 5. ¿IGLESIA o iglesias? Jesús funda la Iglesia El papel de Pedro El Primado de Pedro La Jerarquía ¿Infalible El Papa? ¿Fuera de la Iglesia no hay Salvación? 6. ¿NO V ALE EL BAUTISMO DE LOS NIÑOS? ¿Qué es un Sacramento? El Bautismo Bautismo de niños El Bautismo y la Confirmación ¿Sólo por Inmersión? 2
  • 3. Palabra y Sacramentos 7. ¿Dónde dejaron la santa misa? La Tradición No se puede repetir Ningún invento El Sacerdote 8. ¿CONFESARSE CON UN HOMBRE? Un regalo del Resucitado Una larga tradición ¿Un Invento? El corazón es engañoso La Unción de los enfermos 9. ¿ADORAMOS A MARÍA? Veneramos a la Virgen María La siempre Virgen María El magisterio de nuestra Iglesia Hijo Primogénito ¿Y los hermanos de Jesús? María en ambientes protestantes Llevar a María a la propia vida 10. ¿Y EL PURGATORIO? ¿Qué es el Purgatorio? Bases Bíblicas Tradición y magisterio Don de la misericordia Los sufragios 11. ¿ADORAMOS A LOS SANTOS? Un Dios de vivos ¿Hacen milagros los Santos? Modelos para imitar Nuestros amigos en el cielo 12. ¿ADORAMOS LAS IMÁGENES? ¿Qué significa adorar? ¿Prohibido hacer imágenes? Nuestra Iglesia ¿Idólatras y Santos? 13. Examen de conciencia Examen de Conciencia 1. Sentido de Comunidad 2. Liturgias más vivas 3. Evangelización 4. Un laico más Comprometido 3
  • 4. 5. La experiencia de Dios 6. Exceso de lo social 7. Medios de Comunicación ¿Dos clases de Iglesias? 4
  • 5. P. Hugo Estrada, sdb Dificultades con Nuestros Hermanos Protestantes Ediciones San Pablo, Guatemala 5
  • 6. NIHIL OBSTA T Pbro. Dr. Luis Mariotti, sdb Puede Imprimirse Pbro. Lic. José Manuel Guijo, sdb Provincial de los Salesianos en Centroamérica CON LICENCIAECLESIASTICA 6
  • 7. Sobre el Autor EL PADRE HUGO ESTRADA, s.d.b., es un sacerdote salesiano, egresado del Instituto Teológico Salesiano de Guatemala. Obtuvo el título de Licenciado en Letras en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Tiene programas por radio y televisión. Durante 18 años dirigió la revista internacional “Boletín Salesiano”. Ha publicado 46 obras de tema religioso, cuyos títulos aparecen en la solapa de este libro. Además de las obras de tema religioso, ha editado varias obras literarias: “V eneno tropical” (narrativa), “Asimetría del alma” (poesía), “La poesía de Rafael Arévalo Martínez” (crítica literaria), “Y a somos una gran ciudad” (poesía), “Por el ojo de la cerradura” (cuentos), “Selección de mis poesías” y “Selección de mis cuentos”. 7
  • 8. Sobre el libro DIFICULTADES CON NUESTROS HERMANOS PROTESTANTES. Desde hace tiempo, esperábamos este libro del Padre Hugo Estrada, s.d.b. Muchas veces algunos católicos se encuentran desconcertados ante los agresivos eslóganes, que los hermanos protestantes han aprendido a manejar con astucia para confundir a muchos católicos, que desconocen los principios básicos de su religión. El libro del P. Estrada, toca puntos clave que los hermanos protestantes le critican a la Iglesia católica; expone con altura y didáctica los puntos de vista de la Iglesia católica; con bases sólidas en la Biblia, en la Tradición y en el Magisterio de la Iglesia. El Padre Estrada no ataca a nadie. Simplemente expone lo que un católico debe conocer para no acomplejarse ante los insistentes ataques de los hermanos protestantes. Creemos que muchos católicos encontrarán en este libro una respuesta fácil, y bases sólidas para sus "Dificultades con nuestros hermanos protestantes". Este libro sencillo y claro ayudará a muchos a despejar dudas y a disponer de argumentos seguros para saber en qué creen, por qué creen y por qué pertenecen a la Iglesia en que se santificaron San Francisco, Santo Domingo, San Juan Bosco, San Agustín y millares más de santos, que amaron y defendieron a la Iglesia católica. 8
  • 9. 1. HACIA UN SANO ECUMENISMO Ya es clásico en las campañas políticas que el «candidato» se presenta como un personaje intachable. En cambio a su opositor le encuentra todos los defectos del mundo; lo exhibe como el individuo más inepto para gobernar el país. Total ¿quién es el bueno y quién es el malo? Con la religión puede suceder lo mismo. Hay en el mundo sinnúmero de religiones: todas dicen que son las verdaderas . En una situación semejante, cómo es de importante, desde un punto de vista cristiano, saber escuchar, ver, sintetizar, y, sobre todo, respetar a los otros y evitar creernos los buenos y marginar a los otros como los malos. Aunar fuerzas Moisés y Jesús -Antiguo y Nuevo Testamento- nos trazan pautas muy seguras al respecto. Josué, alarmado, llega a donde Moisés, le informa que algunos, que no pertenecen a su comitiva, están profetizando, que es necesario prohibírselo. Moisés, sabiamente, responde: «¡Ojalá todos fueran profetas» (Núm. 11, 25-29). Juan, el celoso apóstol, descubre que un individuo, que no pertenece al grupo de su Maestro, está ejerciendo el ministerio de exorcista. Juan le dice a Jesús que se lo prohíba terminantemente. Jesús, también sabiamente, le responde: «No se lo prohiban, porque el que no está contra nosotros, está con nosotros» (Lc 9,50). Moisés y Jesús no se dejaron dominar por los celos apostólicos. No quisieron poner cortapisas a los que con la mejor buena voluntad estaban haciendo el bien. La ruta trazada por Moisés y por Jesús es eminentemente «ecuménica». Un ejemplo maravilloso a seguir. Los buenos y los malos Antes del Concilio Vaticano II, los católicos nos parecíamos mucho a los chicuelos que, en la calle, juegan a policías y ladrones. Por supuesto, nosotros éramos los policías - los buenos-; los demás eran los ladrones -los malos-. El Concilio nos hizo caer en la cuenta que era un «escándalo» que los cristianos nos presentáramos divididos ante el mundo. Por primera vez en la historia, el Concilio Vaticano II se atrevió a pedir perdón, en nombre de la Iglesia católica, a los Protestantes por las ofensas inferidas por los católicos a través de los siglos. También propuso que ya no se les llamara «Protestantes» -un apodo que les habían puesto los católicos-, sino «Hermanos separados». Este nuevo «nombre» no les agradó a los hermanos protestantes. Nunca ellos se llaman a sí mismos: 9
  • 10. «Hermanos separados». Prefieren su nombre clásico de protestantes. La intención del Concilio no era ofenderlos, sino hacernos ver a los católicos que ellos son «nuestros hermanos» en Cristo. Que, a pesar de las diferencias, seguimos siendo hermanos, aunque estamos separados. El mismo Concilio nos invitó a descubrir los valores religiosos y morales de las demás religiones. El mismo Concilio alabó a los hermanos protestantes por su amor a la Biblia, y nos invitó a imitarlos en su dedicación a la Palabra de Dios. El Concilio afirmó que debíamos emular las cosas buenas que ellos tenían. Juan XXIII -el gran papa ecuménico- era de la teoría que debíamos buscar las cosas que nos unen y no las que nos separan. Juan XXIII fue duramente criticado porque apareció retratado a la par de Kruscev, primer mandatario de la Rusia comunista en ese tiempo. Pablo VI siguió la misma línea. Lo fotografiaron abrazando a Atenágoras, el pastor principal de la Iglesia Ortodoxa. En otra fotografía, se le ve con el Obispo Ramsey, el pastor principal de la Iglesia Anglicana. Duras criticas recibió también el Papa Juan Pablo II, cuando se reunió con los dirigentes de las principales religiones del mundo para orar juntos a Dios. Lo cierto es que todos estos papas querían darnos un ejemplo de lo que debe ser un «sano ecumenismo». En algunos lugares se han dado pasos gigantescos en lo que respecta al ecumenismo. En Estados Unidos se han realizado grandes concentraciones de católicos y hermanos protestantes con la única intención de rezar juntos y meditar juntos en la Palabra de Dios. En Londres y en Dublín pude conocer bellas iglesias antiguas que son compartidas por católicos y hermanos protestantes, en horarios distintos. Los teólogos europeos han podido realizar varios encuentros ecuménicos para profundizar en determinados aspectos teológicos, con la finalidad de buscar un mayor acercamiento. Se han obtenido grandes logros. En América Latina, el ecumenismo no ha tenido muchos avances. Los católicos pensamos que muchas de las sectas y denominaciones protestantes han tomado una actitud sumamente agresiva contra todo lo católico. Todo lo encuentran malo. Hasta satánico. A la Iglesia católica la llaman «la Gran Ramera», al Papa, lo identifican con el «Anticristo». A los católicos nos llaman «idólatras», «depravados», «no salvos». Antes del Concilio Vaticano II, nosotros, a los hermanos protestantes, les devolvíamos las piedras que nos lanzaban. Después del Concilio, nuestros obispos nos han prohibido terminantemente esos enfrentamientos, que son escándalo para cristianos y no cristianos. La Iglesia nos pide buscar todos los medios adecuados para un «sano ecumenismo». Los católicos, que todavía se muestren agresivos y violentos contra los hermanos protestantes, no están siguiendo las directivas de nuestros pastores, ni mucho menos las directivas de Jesús. En un ambiente sumamente agresivo, por parte de muchas sectas y denominaciones protestantes, nuestro ecumenismo debe comenzar por no contestar por las rimas; en no guardar rencor; en saber respetar al otro y en no extenderle visa y pasaporte para el infierno. No es nada fácil hacerlo, en muchísimas circunstancias: pero 10
  • 11. es el único camino, que Jesús nos muestra en el Evangelio, y que nos exigen nuestros pastores. Respetar, tratar de comprender, no condenar, no quiere decir que el católico no se instruya acerca de puntos básicos, que son cuestionados continuamente por los hermanos protestantes. El católico debe «dar razón de su esperanza»: debe saber en qué cree y por qué cree. Debe estar preparado sobre bases sólidas, que le dan la Biblia y la Tradición. Muchas veces, el católico ha sido desestabilizado por haber descuidado instruirse en los puntos básicos de su religión católica. Sin agresividad, sin pleitos callejeros, debemos saber respetar al otro, no condenarlo, pero, al mismo tiempo tenemos que dar razón de nuestra fe con competencia y con convicción. No se puede ser «ecuménico», si uno antes no conoce la doctrina de su propia religión. Descubrir los valores del otro El candidato político, por lo general, procura no ver las virtudes de su opositor. Si las conoce, se industria para ocultarlas. En cambio, se esfuerza en exhibir los defectos de su opositor. Jesús, en el ambiente judío, sumamente tradicionalista y celoso de su primacía mundial, resaltó los valores espirituales de los que no eran judíos. Alabó la fe de un centurión romano, que con humildad le pidió la curación de su siervo paralítico; Jesús le dijo: «En Israel no he encontrado tanta fe» (Mt 8,10). Puso como ejemplo de caridad auténtica a un samaritano (Lc 10,33): los judíos odiaban a los samaritanos. En su primer sermón, en Nazaret, resaltó la fe de muchos paganos que habían sido sanados por los profetas Elías y Eliseo. (Lc 4, 24-27). En el Libro de los Hechos de los Apóstoles, se pone de relieve el momento histórico en que Pedro es llevado por Dios a la casa del pagano Cornelio, para evangelizar las varias familias, que allí se reunían para orar. Pedro no sabía qué hacer: si un judío ingresaba en la casa de un pagano, quedaba «impuro»: no podía participar en las ceremonias del Templo. Mientras Pedro predicaba, los paganos recibieron el «bautismo en el Espíritu Santo». Fue la señal de Dios para Pedro, para que bautizara a los paganos, para que fueran admitidos en la Iglesia (Hch 10, 44-48). Pablo, un hombre de avanzada, no tuvo miedo de meterse de lleno entre los paganos. En una visión, Jesús mismo le había dado ese encargo. Pablo se convirtió en el gran defensor de los paganos .Cuando Pablo les fue a predicar a los cultos atenienses, comenzó citándoles a algunos de sus poetas, que se habían aproximado al «dios desconocido», el único Dios (Hch 17,28). Jesús y los apóstoles se mostraron eminentemente ecuménicos. Muchos Caminos 11
  • 12. Fue Cervantes el que escribió que son muchos los caminos por los cuales Dios lleva al cielo a los suyos. Jesús afirmó, taxativamente: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí» (Jn 14,6) Todos los caminos de los de buena voluntad, convergen en el camino de Jesús. Aunque, expresamente, no lo mencionen. Esto es lo que de manera estupenda expone san Pablo en su Carta a los Romanos, cuando afirma que los paganos, al seguir la ley escrita por Dios en sus corazones, están en el camino de Jesús (Rm 2, 14-16). Para llegar a un sano ecumenismo, es indispensable que nadie crea que sólo él tiene el monopolio de la verdad. Nosotros tenemos la verdad, pero no la verdad total. Nadie todavía ha visto a Dios cara a cara. Nosotros pertenecemos a la Iglesia católica y estamos convencidos, por la Biblia y la Tradición, que es la Iglesia que fundó Jesús. Pero, al mismo tiempo, tratamos de respetar y comprender a los que afirman que «su» Iglesia es la verdadera. Ante una situación tan complicada, no nos queda sino conocer más lo que nos dicen la Biblia y la Tradición, para conocer mejor nuestra Iglesia, para amarla, y servirla. Sólo Dios conoce el corazón del otro. Y el nuestro. Jesús nos enseñó que en una situación como ésta, no hay como ir por el camino de la caridad, el único que El nos enseñó. ¿Qué hacer? A nuestro alrededor nos encontramos con sinnúmero de religiones y movimientos religiosos. Es peligroso optar por la actitud del político, y comenzar a lanzar lodo al rostro del que no piensa como nosotros. La tentación es grande; sobre todo cuando se ataca lo que para nosotros es más sagrado. Los criterios que nos dejaron Moisés y Jesús siguen siendo válidos. «¡Ojalá que todos fueran profetas» (Núm. 11, 25-29), «El que no está contra nosotros, está con nosotros» (Lc 9,50). El apóstol san Juan, en la primera etapa de su vida, se caracterizó por su intransigencia contra el que no pensaba como él. Fue Juan el que le propuso a Jesús que condenara a los exorcistas que no eran de su grupo. Fue el mismo Juan, en compañía de su hermano Santiago, el que invitó a Jesús para que «hiciera llover fuego» sobre los que no habían aceptado su predicación (Lc 9,54). Cuando Juan se convirtió, llegó a ser el apóstol del amor. Así se proyecta en su Evangelio y en sus Cartas. No hay que olvidar que nosotros odiamos el pecado, pero no al pecador. Combatimos tenazmente el aborto -asesinato de niños-; pero no odiamos a los que practican el aborto. San Juan era el apóstol del amor; pero no por eso dejó de combatir a una de las primeras sectas que apareció en los primeros tiempos: los Gnósticos. San Juan expuso que no estaban acordes con lo que Jesús había enseñado. Juan amaba a todos, pero, como pastor, tenía la obligación de defender a sus ovejas de los falsos pastores; Juan las 12
  • 13. defendía proclamando la Palabra de Dios con valentía. Los Tres Anillos Una leyenda oriental. Un papá tenía un anillo maravilloso: el que se lo ponía se convertía en un hombre bondadoso. Cuando el padre estaba por morir, no sabía a quién de sus tres hijos dejarle el anillo. A cada uno de sus hijos, en secreto, el papá le hizo creer que el anillo que le entregaba era el auténtico, que el de sus hermanos era una copia. Cada hijo creía que tenía el anillo auténtico. Hasta que se descubrió la estratagema del padre. Los hijos se pelearon entre ellos; cada uno alegaba que tenía el anillo verdadero. Tuvieron que acudir a un juez. El profesional sonrió y les dijo que ellos mismos tenían la respuesta. Si el anillo convertía al que se lo ponía en un hombre bondadoso, el que fuera más bondadoso entre ellos, era el que tenía el anillo «verdadero». En el mundo existe pluralismo de ideologías y de religiones. Las luchas por motivos religiosos han sido las peores. El fanatismo engendra odio, violencia. Un caso que da escalofrío: por motivos religiosos, un grupo de musulmanes «fundamentalistas» estrelló dos aviones llenos de gente contra las Torres Gemelas, en Nueva York. Murieron miles de personas inocentes. Según los religiosos musulmanes, que rezan cinco veces al día, ellos eran mártires: les correspondía, automáticamente, el cielo. Jesús, por su parte, nos da una pauta de oro; dice Jesús: «Toda la ley y los profetas se resumen en amar a Dios y al prójimo» (Mt 22,40). Es decir, toda la Biblia se resume en una sola palabra: amor. El que tenga ese anillo, lo tiene que demostrar con los hechos, no con palabras. 13
  • 14. 2. ¿CÓMO APARECIÓ EL PROTESTANTISMO? Finales del siglo XV y principios del XVI. La Iglesia católica estaba pasando por una de sus crisis más profundas. Lo mundano se había introducido de lleno en la Iglesia: tanto Papas como obispos, en lugar de dedicarse a la evangelización del pueblo ignorante de las cosas religiosas, se habían metido de lleno en el renacentismo. Le daban más importancia al arte, a lo mundano que a la vida espiritual y a la evangelización. Por consiguiente los sacerdotes y el pueblo iban a la deriva en cuanto a su vida espiritual. El ambiente pagano predominaba en todas partes. Al mismo tiempo que se evidenciaba esta crisis espiritual en la Iglesia, se daba el caso de muchos santos, que brillaban como estrellas de primera magnitud y que con gemidos y lágrimas pedían una conversión inmediata, tanto de los pastores como de todos los fieles. Entre esos santos estaban Santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, san Cayetano, san Ignacio de Loyola, san Juan de Ávila, san Carlos Borromeo, san Felipe Neri. Martín Lutero En medio de esta crisis espiritual de la Iglesia apareció, en Alemania, el sacerdote Martín Lutero (1483-1546). Era muy inteligente y conocedor de las Escrituras. Martín Lutero se contaba entre los que querían un cambio profundo en la espiritualidad de la Iglesia. A Martín Lutero le chocó sobremanera que para concluir la Basílica de san Pedro, en Roma, algunos predicadores le dieran excesiva importancia al dinero que se debía dar para obtener las indulgencias. Comenzó por protestar enérgicamente contra las autoridades eclesiásticas. Éste fue el primer paso. Luego, Lutero empezó a editar una serie de panfletos contra ciertas doctrinas de la Iglesia católica. El carácter de Lutero no brillaba por la mansedumbre. Todo lo contrario. Sus denuncias las hacía con altanería y autosuficiencia e insultos. Se le llamó seriamente la atención de parte del Papa. La respuesta fue intensificar sus virulentos ataques a la autoridad eclesiástica. Todo terminó con la excomunión de Lutero. Martín Lutero se separó definitivamente de la Iglesia católica y se casó con una monja. En 1520, propiamente, se inicia lo que ahora llamamos el Protestantismo, que Lutero y sus seguidores llamaron la Reforma. Es muy difícil definir el Protestantismo de Lutero. Según los teólogos, Lutero no dejó una exposición sistemática y ordenada de lo que era el Protestantismo. Puntos básicos del protestantismo de Lutero son: la justificación se obtiene sólo por la fe sin las buenas obras. Sólo Cristo es el que nos salva sin necesidad de la Iglesia y los sacramentos. Sólo nos debemos basar en la Escritura y no en la Tradición y el Magisterio de la Iglesia. El sobrenombre de “protestantes” a los seguidores 14
  • 15. de la Reforma se lo dieron los católicos ante su actitud constante de protestar contra la Iglesia católica. A Lutero, lo secundaron varios personajes importantes, que comenzaron a difundir, internacionalmente, las ideas de Lutero. En Suiza se destacó Zuinglio. En Francia, Calvino. En Inglaterra, el Rey Enrique VIII. Por motivos políticos, también muchos gobernantes se unieron a Lutero en su antipatía contra Roma. Mucho ayudó a la expansión de las ideas de Lutero su manera ágil y directa de exponer con frases sencillas y penetrantes su pensamiento. El pueblo, que no estaba preparado bíblica y teológicamente, lo aceptó con facilidad. El Concilio de Trento La Iglesia católica se sintió cuestionada como nunca por esta división en sus filas. Eran muchos los santos y teólogos que a gritos pedían una reforma en todas las esferas de la Iglesia. Ante lo que los seguidores del Protestantismo llamaron Reforma, la Iglesia católica preparó la Contrarreforma por medio del Concilio de Trento, que duró desde el año 1545 hasta el año 1564. Casi veinte años. El Concilio de Trento estudió detenidamente los problemas teológicos que había planteado el Protestantismo. Además, buscó por todos los medios la reforma en todas las áreas de la espiritualidad de la Iglesia. Ante los puntos básicos de la fe, que el Protestantismo había cuestionado, el Concilio de Trento reafirmó la autenticidad de todos los libros de la Biblia consignados en la Vulgata, la traducción al latín que san Jerónimo había hecho de la Versión de los Setenta (46 libros del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo). Se volvió a establecer que es al Magisterio de la Iglesia al que le corresponde determinar el sentido verdadero de la Biblia. También se proclamó el valor de la Tradición para comprender mejor la Biblia en su entorno. Se volvió a recordar que por medio del bautismo se borra el pecado original. Se subrayó el valor de las buenas obras que deben acompañar a la fe en Jesús. Se presentó un amplio estudio sobre los siete Sacramentos. Para que se pusieran en práctica estas determinaciones, que no eran el producto de la “cabeza” de una sola persona, sino el sentir de un “concilio de la Iglesia”, se ordenó la presencia permanente de los obispos como pastores responsables de su diócesis. Se estructuró la formación intelectual y espiritual que debía impartirse en los seminarios eclesiásticos. Se editó un Catecismo para que sirviera como síntesis de la doctrina católica ante los ataques del Protestantismo. Los historiadores dan razón de la maravillosa “renovación” espiritual que se proyectó a toda la Iglesia por medio del Concilio de Trento. Hubo una floración de santos y de nuevas congregaciones religiosas con el afán de evangelizar y renovar la vida espiritual de la Iglesia. De esa floración de santos insignes podemos recordar a Santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, san Juan de Ávila, san Carlos Borromeo, san Felipe Neri, san 15
  • 16. Cayetano. Entre las más famosas congregaciones religiosas que aparecieron en esta época destacaron los jesuitas, los capuchinos, los teatinos. En América Latina En 1910, la Conferencia Mundial de Misiones (protestante) se propuso iniciar la evangelización de América Latina. Los luteranos y anglicanos se opusieron, puesto que ya la Iglesia católica había emprendido la evangelización de América Latina. A pesar de esta oposición, los misioneros norteamericanos se lanzaron a la tarea de evangelizar América Latina. Fue así como a nuestro continente no llegó lo mejor del protestantismo de las iglesias históricas de la Reforma. A nuestro continente americano llegaron, más bien, sectas de pocas bases teológicas y bíblicas, como los Adventistas, los Testigos de Jehová y los Pentecostales en sus múltiples divisiones. Todos ellos con un marcado resentimiento contra todo lo católico. En su estudio sobre el Protestantismo, Ernesto Bravo, escribe muy acertadamente: “El protestantismo norteamericano se ha caracterizado por su fraccionamiento; cualquier persona un poco audaz, sin preparación cultural ni teológica, se ha lanzado a fundar una nueva iglesia. Los europeos suelen quedar sorprendidos de ver cómo personas de ese nivel humano hayan podido encontrar un auditorio y reclutar a millares de adeptos. Pero éste es un fenómeno típicamente norteamericano. Tal es el origen de muchas sectas que se exportan afanosamente a nuestra América. Y también hallan seguidores entre nuestra gente sencilla y pobre”. Dura Lección La dura lección que podemos aprender de este incidente, tan deplorable en la Iglesia, el Protestantismo, es que una Iglesia que se descuida en la evangelización, decae en su fe y, automáticamente, se deja invadir por lo mundano. Además, es fácil presa de los falsos profetas, que con inteligencia y sagacidad pueden introducir una doctrina que no es conforme a la Biblia y a la Tradición. Ciertamente, la Iglesia, en su terrible crisis espiritual por la que estaba pasando, necesitaba una “reforma” muy profunda. Muchos santos y teólogos lo hacían ver insistentemente. Que la Iglesia se dividiera, ciertamente, no era la voluntad de Dios. Jesús, en la Ultima Cena rezó: “Padre, que todos sean UNO”. También Jesús expresó su deseo de que todos sus discípulos fueran “UN SOLO REBAÑO BAJO UN SOLO PASTOR” (Jn 10,16). Lutero tenía buena intención; pero su poca humildad y santidad lo llevaron a dividir la Iglesia. Muchos santos y teólogos católicos buscaron la “reforma” de la Iglesia, pero “desde adentro”, sin división, sin insubordinación. Sin sectarismo. 16
  • 17. Ante la situación actual, de insistente ataque del Protestantismo contra puntos básicos de la doctrina de la Iglesia católica, ningún católico debe quedarse tranquilo, hasta que haya adquirido la necesaria instrucción acerca de lo que cree y por qué cree. Un católico ignorante es presa fácil del protestantismo, que presenta a los incautos una manera fácil de ser cristiano, pero a costa de manipular la Biblia y amputar la sana doctrina que durante 2000 años la Iglesia Católica ha conservado como la “enseñanza de los Apóstoles”. Las directivas que nos dejó el Concilio de Trento con respecto a los problemas teológicos, que continúa planteando el Protestantismo, pueden ser para nosotros un punto de partida para fijar nuestra posición de católicos frente al sinnúmero de sectas y denominaciones que, manipulando la Biblia, pretenden presentar una teología diferente de la que enseña la Iglesia Católica. Una persona que de corazón se ha encontrado con la Eucaristía, con cada uno de los Sacramentos, con el Magisterio de la Iglesia, con la devoción a la Virgen María, nunca va a abandonar la única Iglesia que fundó Jesús. La misma en la que se santificaron Santo Tomás de Aquino, San Agustín, san Francisco de Asís, Santo Domingo, san Juan Bosco y los millares y millares de santos que nos muestran con evidencia que siendo “piedras vivas” en la Iglesia católica se puede vivir en plenitud el Evangelio de Jesús. 17
  • 18. 3. ¿BIBLIA CATÓLICA Y BIBLIA PROTESTANTE? Cuando hablamos de Biblia católica y Biblia protestante lo que, en esencia, queremos afirmar es que entre ambas Biblias hay una diferencia con respecto al número de libros. La Biblia católica tiene 73 libros. La Biblia protestante tiene siete libros menos, es decir, 66 libros. Esta diferencia sólo corresponde al Antiguo Testamento: el Antiguo Testamento de la Biblia de los católicos tiene 46 libros. El Antiguo Testamento de la Biblia protestante, consta de siete libros menos, es decir, de 39 libros. En cuanto al Nuevo Testamento, las dos Biblias son iguales: constan de 27 libros cada una. ¿ Cuál es el motivo de estas diferencias? Desde un principio aparecieron dos cánones o listas de “libros inspirados por Dios”: una lista era la de los judíos que habitaban en Palestina, y otra, correspondía a los judíos que vivían en Alejandría, que habían tenido que hablar en griego, que en ese momento era, por así decirlo, la lengua “internacional”. El canon o lista de libros inspirados de los judíos, que vivían en Palestina, constaba de 39 libros. El canon o lista de libros reconocidos como “inspirado por Dios”, que usaban los judíos dispersos en varias regiones del mundo, sobre todo en Alejandría, constaba de 46 libros: siete libros más. Era la traducción que habían hecho los judíos de Alejandría, del hebreo al griego, con la anuencia de las autoridades judías de Jerusalén. A esta traducción se la llamó la Versión de los Setenta o Septuaginta. La Biblia de la Iglesia Primitiva Cuando los apóstoles y la iglesia primitiva comenzaron a evangelizar a los no judíos, que ellos llamaban “paganos” o “gentiles”, tuvieron que echar mano de la traducción de la Biblia en griego, la versión de los Setenta, que constaba de 46 libros. Esta versión en este tiempo, sólo comprendía el Antiguo Testamento; el Nuevo todavía no se había escrito. Con esa Biblia predicaron Pedro, Pablo y los demás apóstoles y discípulos de la iglesia primitiva. Cuando los hermanos protestantes se separaron de la Iglesia católica, Lutero, fundador del Protestantismo, optó por aceptar como libros inspirados sólo los del canon de los judíos de Palestina. Por eso no admitió como inspirados los siete libros de más de la versión griega de la Biblia, que la Iglesia católica llevaba usando como inspirados desde hacía casi 1500 años. Los siete libros, que faltan en la Biblia protestante son: Tobías, Judit, Eclesiástico, Sabiduría, 1 Macabeos, 2 Macabeos, Baruc. A estos siete libros en discusión los hermanos protestantes los llaman “apócrifos”. Los católicos los llamamos “deuterocanónicos”, que significa: del segundo “canon”, ya que durante algún tiempo, se dudó acerca de que fueran inspirados por Dios. Más tarde se los aceptó como 18
  • 19. “canónicos”. A los libros que siempre fueron admitidos como inspirados, los llamamos “protocanónicos”, es decir, de la primera lista que se hizo de libros inspirados. ¿Por qué motivo Lutero y sus seguidores no aceptaron como inspirados los siete libros deuterocanónicos del Antiguo Testamento? Ellos alegaron que sólo aceptaban como “inspirados” los libros que habían sido escritos en hebreo y no los que habían sido escritos en griego. Los hermanos protestantes alegan que ni Jesús ni los Apóstoles citaron ninguno de los libros “deuterocanónicos”. Pero, hay que recordar que tampoco citaron Abdías, Nahúm, Cantar de los Cantares, Eclesiastés, Ester, Esdras, Nehemías y Rut. Si el criterio de los hermanos protestantes fuera válido, también habría que eliminar del canon de los libros inspirados, los libros que no fueron citados por Jesús y los Apóstoles. Los hermanos protestantes admitieron como inspirados sólo los libros que los judíos establecieron como inspirados en el sínodo de Jamnia, hacia el año 90 d.C. Hay que hacer constar que en esa fecha el nuevo pueblo de Dios era la Iglesia católica, fundada por Jesús. Sólo a ella le fue prometida la asistencia del Espíritu Santo para establecer la lista de libros inspirados. Y así lo hizo en el Concilio de Hipona, en el año 393. Luego lo confirmó en el Concilio de Trento, en 1546. Lutero no tenía autoridad “como Iglesia” para decidir qué libros eran inspirados y cuáles no. Esto sólo se podía definir “en Iglesia”, y no sólo con la autoridad de un teólogo y de sus seguidores. Lutero prefirió “la Tradición de los judíos”, que en ese tiempo habían dejado de ser el “pueblo de Dios”, y despreció la “Tradición de la Iglesia”, que era la única a la que se le había garantizado la asistencia del Espíritu Santo para decidir cuáles eran los libros inspirados por Dios. En el fondo, a Lutero y a sus seguidores, les estorbaban los libros deuterocanónicos para su planteamiento de que “sólo la fe salva”. No hay que olvidar que Lutero eliminó la Carta de Santiago a la que calificó de “pura paja”; por eso no la incluyó entre los libros inspirados en su traducción de la Biblia al alemán. Ciertamente a Lutero le estorbó lo que dice la Carta de Santiago, que afirma: “¿De qué le sirve, hermanos míos, que alguien diga: ‘Tengo fe’ si no tiene obras?” (St 2,14). “La fe sin obras es muerta” (St 2,17). Lo mismo sucedió con los libros deuterocanónicos: el Segundo libro de los Macabeos recuerda que Judas Macabeo mandó ofrecer un sacrificio en el Templo por sus soldados difuntos. El texto en cuestión dice: “Si él no hubiera creído en la resurrección de los soldados muertos, hubiera sido innecesario e inútil orar por ellos” (2Mac 12,44). Los hermanos protestantes no aceptan la existencia del Purgatorio ni la oración por los difuntos. Esto lo expone, claramente, el especialista de la Biblia, D. S. Russell, cuando escribe: “Los reformadores rechazaban los libros deuterocanónicos, en gran parte, porque Roma los utilizaba en apoyo de doctrinas como la importancia de las buenas obras para la salvación, la intercesión de los santos, la plegaria por los difuntos y la doctrina del Purgatorio” (“Comentario Bíblico Internacional”, Verbo Divino, Navarra, 1999, pág. 173). Los Libros Deuterocanónicos 19
  • 20. Algunos hermanos protestantes, llevados del fanatismo, que les caracteriza a muchos de ellos, toman la cita del Apocalipsis que dice: “Si alguno AÑADE algo sobre esto, Dios echará sobre él las plagas que se describen en este libro” (Ap 22,18). Cuando uno escucha este “biblazo”, no sabe si reírse o asombrarse de la ingenuidad de los que hablan de esta manera. No saben esos hermanos protestantes que estos siete libros estaban en la Biblia protestante que publicó Casiodoro de Reina en el año 1569. Cuando Cipriano de Valera renovó la traducción de Casiodoro de Reina, en 1602, volvió a dejar los mencionados siete libros, no como “inspirados”, pero sí como “muy útiles”. Según el “Diccionario Ilustrado de la Biblia” (Protestante), fueron las Sociedades Bíblicas las que en 1827 eliminaron definitivamente los siete libros deuterocanónicos. Con sentido de humor, podríamos decir que si los católicos quisiéramos contestar por las rimas a los hermanos protestantes que, con la Biblia en la mano nos ofrecen “plagas” por tener siete libros más en nuestra Biblia, les podríamos mencionar la misma cita del Apocalipsis que dice: “Y si alguno QUITA algo de las palabras de este libro profético, Dios le quitará su parte en el árbol de la vida, y en la ciudad santa, que se describen en este libro” (Ap 22,19) ¡Habrá plagas también para los que quitan algo de la Biblia; Dios los quitará del libro de la vida! La Iglesia católica optó por continuar incluyendo los siete libros deuterocanónicos del Antiguo Testamento, como inspirados, porque fue la Biblia en griego la que empleó la Iglesia dirigida por los mismos Apóstoles, para evangelizar a los paganos. Nuestros especialistas de la Biblia nos informan que de las varias veces que Jesús menciona la Biblia, sus citas corresponden al canon alejandrino, que usamos los católicos. Está comprobado que los apóstoles emplearon la Biblia en griego para evangelizar a los pueblos no judíos. Los Santos Padres, algunos de ellos discípulos de algún apóstol, en sus obras citan la traducción de los Setenta. Por ejemplo san Clemente Romano, del siglo primero. En la Didajé, libro del siglo primero, que recoge las enseñanzas de los apóstoles, las citas de la Biblia son de la Versión de los Setenta, que contiene los 7 libros deuterocanónicos. San Jerónimo, al principio, dudó de que los libros deuterocanónicos fueran inspirados; pero cuando se dio cuenta que el parecer de sus amigos y de la Iglesia era otro, dijo que era mejor desagradar a los fariseos que a los obispos. Por eso san Jerónimo, en la primera traducción que se hizo de la Biblia al latín, incluyó los libros deuterocanónicos. La traducción al latín, que hizo san Jerónimo, se llama la “Vulgata”, es decir para el “vulgo”, para el pueblo sencillo, que, en este tiempo, hablaba latín. Cuando san Pablo escribió: “Toda la Escritura está divinamente inspirada” (2Tm 3, 15), estaba empleando, en ese tiempo, la biblia en griego para poder evangelizar a los paganos. La Biblia que usaba san Pablo, que llama “inspirada”, es la misma que la Iglesia católica continúa usando en la actualidad, traducida a los idiomas modernos. Es de sumo interés lo que expone el especialista en la Biblia, Raymod Brown, con 20
  • 21. respecto a los siete libros deuterocanónicos, cuando comenta: “Católicos y protestantes estudian juntos la Biblia, y estos libros resultan sumamente importantes para la comprensión del judaísmo primitivo (el judaísmo que comenzó tras el exilio en Babilonia en el 587-539 A.C.) y del Nuevo Testamento. Se escribieron más cerca de la época de Jesús que muchos libros del Antiguo Testamento aceptados por todos y contienen ejemplos conceptuales y puntos de vista que él aceptó. (Por ejemplo, tanto los libros de los Macabeos como el libro de la Sabiduría testimonian la creencia en la vida después de la muerte). Así pues, estos libros SON NECESARIOS para el estudio de la Sagrada Escritura. A medida que los lectores y estudiantes protestantes se familiarizan con los escritos deuterocanónicos, algunos de sus viejos recelos empiezan a desaparecer y dejan de ser contemplados como armas arrojadizas en manos del enemigo. Y a propósito, resulta interesante comprobar que, junto a los Salmos, el Sirácida (el Eclesiástico) fue el libro del que más se sirvieron los Padres de la Iglesia, ya que en él hallaron una mina de enseñanza ética que les resultó útil para la formación cristiana” (101 Preguntas y respuestas sobre la Biblia, Sígueme, Salamanca, 1996). El libre examen y el Fundamentalismo Algo que nos separa de una manera muy radical con los hermanos protestantes, en cuanto a la interpretación de la Biblia, es lo que técnicamente se llama «Libre examen de la Biblia». Cito la definición que del libre examen expone Piero Petrosillo, que escribe: “El libre examen es un criterio personal de interpretación de la Sagrada Escritura, ajeno al magisterio o a cualquier otra autoridad”. También apunta el mismo autor: “Tal doctrina fue propia de los reformadores, quienes sostenían que el ‘libre examen’ era posible gracias a la asistencia personal del Espíritu Santo, que garantiza la recta interpretación de los textos sagrados”. (“El cristianismo de la A a la Z “, San Pablo, Madrid, 1996, pág. 250). Esta manera de interpretar la Biblia es sobre todo, propia de los grupos más radicales del Protestantismo. A esto habría que añadir lo que se llama el “Fundamentalismo”, que es común a muchas denominaciones y sectas protestantes. El fundamentalismo, en todo el sentido de la palabra, consiste, según el biblista R. Brown, en “una lectura literal de la Biblia como apoyo de la doctrina cristiana”. El mismo escritor añade: “En mi opinión, una lectura literal de la Biblia no se puede defender intelectualmente y no es necesaria para preservar la doctrina cristiana básica” (R. Brown, “101 Preguntas y respuestas sobre la Biblia”, pág. 51). El “Libre examen” de la Biblia y el “Fundamentalismo” han servido para que el Protestantismo se fraccionara en infinidad de sectas y denominaciones. Uno de los biógrafos de Lutero, el famoso historiador Grisar, escribe: “El mismo Lutero, en 1525, a los cuatro años de haber iniciado su movimiento reformador, escribió: ‘Hay tantas sectas y opiniones como cabezas. Este niega el bautismo; aquél los sacramentos; unos dicen que 21
  • 22. Jesucristo no es Dios; otros dicen lo que se les antoja. No hay palurdo ni patán que no considere inspiración del cielo lo que no es más que un sueño y alucinación suya´” (Grisar, LUTERO). Habría que recordar también, que al poco tiempo de separarse de la Iglesia católica, los de la Reforma, ya comenzaron a dividirse y subdividirse. Zuinglio no concordaba con Lutero en muchos puntos de teología, sobre todo en lo referente a la Eucaristía. Calvino enseñó la “Predestinación”. Según él, Dios creaba a unos para salvarse y a otros para condenarse. Los demás protestantes no estuvieron de acuerdo con él. El Rey Enrique VIII, conservó mucho de la Iglesia católica en lo que respecta a la liturgia, a los Sacramentos. Todos ellos, con “interpretación personal” de la Biblia, expusieron doctrinas diferentes. Cuando se hace caso omiso del Magisterio de la Iglesia y de la Tradición, para interpretar la Biblia, queda abierta la puerta para toda clase de sectas y divisiones, que, con el pretexto de ser iluminadas directamente por el Espíritu Santo, exponen las doctrinas más contradictorias y peregrinas. Esto impide la unidad de doctrina, de culto, de jerarquía. Lo que san Pablo definía como: “Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre” (Ef 4,5). Con la Biblia en la mano, los Testigos de Jehová niegan el misterio de la Santísima Trinidad. Los Mormones, también con la Biblia en la mano, afirman que Jesús no es Dios, sino el principal de los profetas, nada más. Los adventistas se basan en la Biblia para sostener que se debe santificar el “sábado” y no el “domingo”. Los protestantes más radicales, con un tremendo “fundamentalismo” y exceso de “libre examen”, afirman que el Papa es la “Bestia”, el Anticristo del que habla el capítulo 17 del Apocalipsis. También, basándose en el Apocalipsis, presentan a la Iglesia católica como la “Gran Ramera”, la nueva Babilonia. Por supuesto que esta manera irregular de interpretar la Biblia, no tiene nada que ver con la de los grandes comentaristas protestantes de la Biblia. Nunca se encuentra algo parecido en Oscar Cullman, ni en Bultman, ni en Charles Dodd, ni en Joaquín Jeremías, ni en el comentario popular del Apocalipsis de William Barclay. Nunca ninguno de estos escritores famosos ha afirmado semejantes barbaridades teológicas y bíblicas; hubieran perdido su prestigio a nivel internacional. Cuando no existe el Magisterio de la Iglesia, es fácil que el individuo se crea el único depositario de la revelación, con hilo directo con el Espíritu Santo. El mismo Lutero, que se creía el “gran enviado de Dios”, no dudó en afirmar que la Carta de Santiago era “pura paja”. Cualquier comentarista protestante sabe que esto no es “una mentira católica”, sino algo totalmente histórico. Pero resulta que, ahora, la Carta de Santiago pertenece al canon de los libros inspirados, tanto para católicos como para protestantes. El “libre examen” de la Biblia, como el “fundamentalismo”, son antibíblicos. Esto se aprecia, sobre todo, en la segunda Carta de san Pedro, en la que el apóstol, al referirse a las cartas de san Pablo, apunta: “Hay algunas cosas difíciles de comprender, cuyo sentido los indoctos e inconstantes pervierten de la misma manera que las demás 22
  • 23. Escrituras para su propia perdición. Así que, hermanos, avisados ya, estad alerta” (2Ped 3,16: traducción de Reina Valera, protestante). En las misma carta, san Pedro, expresamente, prohíbe el “libre examen” de la Biblia, cuando afirma: “...entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es DE INTERPRETACIÓN PRIV ADA” (2 Ped 1,20: Traducción de Reina Valera, protestante). El Peligroso «Iluminismo» La “interpretación privada” lleva a un peligroso “iluminismo”. La persona llega a creer que sólo a ella el Espíritu Santo le ha soplado la interpretación correcta de la Biblia. Algunos casos curiosos los encontramos en el libro del escritor protestante Hank Hanegraaff, titulado: “Cristianismo en crisis”, en donde denuncia múltiples abusos en la interpretación de la Biblia. Cita el caso del famoso predicador por televisión, Benny Himn, que, al hablar del dominio que Dios le dio a Adán sobre el universo, afirma: “Las Escrituras declaran que él tiene el dominio de las aves en el aire, y de los peces en los mares -lo que significa que él podía volar-. Desde luego ¿cómo podemos nosotros tener dominio sobre las aves sin poder hacer lo que ellas hacen? La palabra “dominio”, en el hebreo, claramente señala que si usted tiene dominio sobre un sujeto, entonces usted puede hacer todo lo que ese sujeto hace. En otras palabras, si el sujeto hace algo que usted no puede hacer, entonces usted no tiene dominio sobre ese sujeto. Yo probaré eso más adelante. Adán no solamente podía volar, él podía volar en el espacio. (“Cristianismo en crisis”, Editorial Unilit, Miami 1993, pág. 125). ¡Sin comentarios! El mismo escritor recoge la afirmación de Benny Himn, que «sostiene que el Espíritu Santo le reveló que las mujeres fueron creadas originalmente para dar a luz por la parte lateral de su cuerpo», porque Dios creó a la mujer de la misma manera que Adán, y Eva salió del costado de Adán. Después del pecado, todo esto cambió. ¡Sin comentarios, nuevamente! (Obra citada, p. 364). También es asombroso lo que el mismo Hank Hanegraaff trae a colación en el mismo libro, acerca de Frederick Price, otro predicador famoso por televisión, que hace un fantasioso comentario acerca de la situación económica de Jesús. El pastor Frederick Price explica que Jesús nadaba en la abundancia, cuando afirma: “La Biblia dice que El (Jesús) tenía un tesorero... llamado Judas Iscariote; y el muy canalla robaba de la bolsa por un período de tres años y medio, y nadie llegó a notarlo ¿Sabe usted por qué? Porque allí había mucho... Si El (Jesús) hubiera tenido tres naranjas en el fondo de la bolsa y Judas le roba dos, no vaya a decirme que Jesús no iba a darse cuenta. Y, además, ¿si Jesús no tenía nada, para qué iba a querer un tesorero?”. El mismo predicador Price, después de argumentar que Jesús y los apóstoles eran muy ricos, puntualiza: “La Biblia dice que Jesús nos dejó un ejemplo para que siguiéramos sus pasos. Esta es la razón por la cual yo manejo un Rolls Royce” (Obra citada, p. 410). Pero el asunto no termina aquí. Price también dice: “Si tú tienes una fe de bicicleta, todo lo que vas a obtener es una 23
  • 24. bicicleta”. Esto equivale a decir: “Si tienes una fe como la mía, vas a poder manejar un Rolls Royce”. Cuando uno, lleno de asombro, lee estos disparates bíblicos, se pregunta: «¿Cómo interpretará Frederic Price lo que dice Jesús cuando, comenta: ‘Las aves tienen sus nidos, las fieras sus madrigueras; sólo el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza’ (Mt 8,20)? El mismo Hanegraaff apunta: «Sobre tales engañosos fundamentos descansa una fantasía fundamental de la Fe: la de que Jesús fue rico, que vestía ropas costosas y que sus discípulos vivían en medio del lujo» (Obra citada, pág. 371). Éstos son casos clásicos de las aberraciones a las que se puede llegar por el «libre examen de la Biblia» y el “Fundamentalismo”, tan “normal” en muchos hermanos protestantes radicales . Hay que hacer constar que la gente, que quiere ser «entretenida» con sermones fantásticos, se emociona al oír tales «barbaridades bíblicas», y los vemos por televisión gritar jubilosos: “¡Gloria a Dios!”. El Magisterio de la Iglesia Dice el Concilio Vaticano II: “El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la iglesia”. Esto ya lo había afirmado el Concilio de Trento (1546). El motivo de esta interpretación por parte del Magisterio de la Iglesia lo explica muy bien el escriturista Raymond Brown, cuando comenta que la Iglesia católica: «en cuestiones esenciales mantiene que el Espíritu, que inspiró las Escrituras, no va a permitir que toda la comunidad de creyentes se vea inducida a error en todo lo concerniente a la fe y a las costumbres. Algunos individuos pueden llegar, tras su lectura de la Biblia, a conclusiones radicales, algunos incluso han llegado a negar la divinidad de Cristo, la resurrección, la creación, y los diez mandamientos. La Iglesia católica se dejará guiar en tales materias bíblicas por la prolongada tradición de la enseñanza cristiana derivada de su reflexión sobre la Biblia» («101 Preguntas y respuestas sobre la Biblia», pág. 150). La Iglesia católica está segura de que Jesús les dijo a sus apóstoles: «Quien a ustedes los escucha, a mi me escucha» (Lc 10,16). A ellos, de manera especial, les prometió la asistencia del Espíritu Santo para ser llevados a toda la Verdad (Jn 16,13). La Iglesia católica, por eso, siempre se ha sentido instrumento del Espíritu Santo para preservar la sana doctrina de la Biblia y para transmitirla a todo el mundo. La Biblia fue entregada a la Iglesia y debe ser interpretada dentro del Magisterio de la Iglesia, que nos da seguridad, pues sabemos que por medio del Magisterio vivo de la Iglesia, el Espíritu Santo nos sigue hablando y conduciendo a toda la Verdad. La manera de obrar de la Iglesia primitiva, fue siempre teniendo en cuenta el Magisterio de la Iglesia. Así lo vemos maravillosamente cuando la Iglesia, en sus inicios se enfrentó con el gravísimo problema de que algunos querían imponer la “circuncisión” 24
  • 25. como algo esencial para salvarse. Otro grupo de la iglesia opinaba que la circuncisión era sólo para los judíos. La iglesia no solucionó el problema por medio de “una sola cabeza”. Pedro no impuso su criterio, alegando que Jesús lo había dejado a él como su vicario. Pablo no expuso que él era el más experto, de entre todos ellos, en la Escritura y que por eso era la persona más capacitada para dar una respuesta al problema suscitado. Todos dialogaron, se acaloraron, oraron muchísimo. Nadie dijo : «Sólo la Escritura y punto». Si en ese momento se hubieran basado sólo en la Escritura, se hubieran encontrado con que la Biblia, claramente, ordenaba que circuncidaran a los niños a los ocho días de nacidos (Gn 17, 9-14). Por el contrario, todos expusieron su manera de pensar y de actuar: lo que se estilaba en sus respectivas comunidades. De pronto experimentaron la presencia viva del Espíritu Santo. Se acordaron que el Señor les había prometido Otro Paráclito que los iba a llevar a toda la Verdad. En la carta pastoral, que los del primer concilio de la Iglesia, el Concilio de Jerusalén (año 50), la Iglesia apostólica nos enseñó lo que significa el Magisterio de la Iglesia para solucionar los problemas. Nadie de los participantes en el Concilio dijo: «Sólo la Escritura». Cada uno expuso su manera de pensar y de actuar en su comunidad. Por encima de todas las deficiencias humanas, que nunca faltan, se impuso la presencia viva del Espíritu Santo. Por eso la Carta que enviaron a todas las comunidades comenzaba diciendo: «Le ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros...» (Hch 15,28). Si Martín Lutero, no se hubiera dejado llevar por su egocentrismo exacerbado, y hubiera esperado con fe y paciencia, como lo hicieron los grandes santos católicos de la Iglesia, para llevar a cabo la reforma desde adentro, la Iglesia no se habría dividido. Todos seríamos uno, como Jesús lo expresó en la última Cena (Jn 17,21). El Magisterio vivo de la Iglesia, al mismo tiempo que nos da seguridad, impide que nuestra Iglesia, se divida en sectas y denominaciones. En nuestra Iglesia hay unidad de doctrina, de culto, de jerarquía. En eso se cumple lo que dice san Pablo en su Carta a los Efesios: «Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre» (Ef 4,5). ¿Yavé o Jehová? Otra de las variantes con respecto a la Biblia protestante, es con respecto a la pronunciación del nombre de Dios en la Biblia. En las Biblias católicas se le llama Yavé o Señor. En las Biblias protestantes, Jehová. Al respecto, quiero citar la explicación que da el comentarista protestante William Barclay acerca de la pronunciación del nombre de Dios entre los judíos. Escribe Barclay: «Se ha sugerido que el nombre puede ser YHVH. Este era el nombre que los judíos daban a Dios. En la Escritura hebrea no existen las vocales. El lector debe saber cuáles son las vocales que corresponden a cada palabra, y pronunciarlas aun cuando no estén escritas. Nadie sabe con exactitud cuáles eran las vocales del nombre de Dios, YVHV . Nosotros, por lo general, decimos JEHOVÁ, pero esta vocalización en realidad toma prestadas las vocales de la palabra Adonai, que 25
  • 26. significa Señor, el término que los judíos utilizaban para referirse a Dios sin pronunciar su nombre. El nombre de Dios no se pronunciaba al leer, por considerárselo demasiado sagrado para que pudiera pasar por los labios de un ser humano. Por eso, cuando aparecía en un texto, se leía: Adonai. Las letras YHVH se llaman el tetragrama sagrado o las cuatro letras sagradas. Muchos eruditos piensan que la pronunciación correcta es Yavé, o Yahvéh (Apocalipsis, Editorial La Aurora, Buenos Aires, 1975, p. 430). El Diccionario Ilustrado de la Biblia (protestante), apunta: «Hay fundamentos para concluir que la pronunciación original haya sido Yahveh, como escriben algunas traducciones modernas» (Editorial Caribe, Miami, 1988, pág. 319). Cité, a propósito, el criterio de dos especialistas de la Biblia, protestantes, para que los católicos no se acomplejen, cuando se les acerquen algunos "fundamentalistas" echándoles en cara que hasta el nombre de Dios han cambiado los católicos. Mi Biblia La Biblia, la Palabra de Dios es el gran regalo de Dios para que sea para nosotros «lámpara a nuestros pies» (Sal 119), en el peregrinaje de la vida. Pero este regalo se puede echar a perder, cuando, desobedeciendo la voluntad de Dios, comenzamos a dejarnos llevar por una «interpretación privada» (2Ped 1,20). Al respecto, es muy aleccionador el caso de san Pablo. En su carta a los Gálatas, cuenta que sintió que Dios lo empujaba a rendir cuentas de su predicación a los dirigentes de la Iglesia, que estaban en Jerusalén. Escribe Pablo: «Fui porque Dios me había mostrado que tenía que ir. Y ya en Jerusalén, en una reunión que tuve en privado con los que eran reconocidos como DIRIGENTES, les expliqué el mensaje de salvación que predico entre los no judíos. Hice esto porque no quería que lo que había hecho y estaba haciendo fuera trabajo perdido» (Ga 2, 2). Y continúa Pablo escribiendo : «Por eso Santiago, Pedro y Juan, que eran tenidos por columnas de la iglesia, reconocieron que Dios me había concedido este privilegio. Para confirmar que nos aceptaban como compañeros, nos dieron la mano a mí y a Bernabé» (Ga 2, 9). Con qué humildad, Pablo, que era mucho más versado en las Escrituras que los dirigentes de la Iglesia, se presentó a ellos para recibir el visto bueno con respecto a lo que estaba predicando. Pablo no se dejó llevar por una interpretación privada de la Biblia, alegando que sólo obedecía al Espíritu Santo. Muy impresionante también el caso de san Agustín y santo Tomás de Aquino, hombres geniales, que expusieron con libertad y valentía sus puntos de vista en cuanto a la teología, pero, que, como Pablo, se sometieron con humildad en todo al Magisterio de la Iglesia. El día domingo, en la Liturgia de la Palabra, se lee la Biblia; las lecturas son iguales para todos, pero el Espíritu Santo, como cartero divino, se encarga de ir repartiendo a 26
  • 27. cada uno lo que Dios le quiere decir en ese momento. No se trata, aquí, de «iluminismo», sino de la presencia viva del Espíritu Santo en medio de la comunidad, reunida en nombre del Señor. Pero esto no nos da derecho para creer que pasajes, que san Pedro llama «difíciles», puedan ser interpretados por cualquier fiel con el pretexto de que el Espíritu Santo le habla directamente. Para estos casos especiales, Jesús dejó el Magisterio de la Iglesia, al que nos sometemos con humildad y fe y con la que se sometieron Pablo, Agustín, Tomás, los Santos Padres y todos los santos de la Iglesia. Cuando tomo la Biblia católica en mis manos, estoy seguro que es la misma Biblia con la que predicaron Pedro, Pablo, Juan, y todos los demás apóstoles y discípulos de la iglesia primitiva y de la Iglesia católica a través de los tiempos. 27
  • 28. 4. ¿La BIBLIA sin la TRADICIÓN? «Sólo la Escritura», fue el lema de Martín Lutero, cuando se separó de la Iglesia católica. Los católicos, en cambio, a través de los siglos, continuamos proclamando: «La Escritura y la Tradición». Hay que hacer constar que existe mucho desconocimiento, tanto en el ambiente protestante como en el católico, acerca de lo que significa la Tradición. Por ejemplo, algunos hermanos protestantes, al contradecir a los católicos con respecto a la Tradición, esgrimen la frase de Jesús a los fariseos : «Por sus tradiciones ustedes han anulado el mandamiento de Dios» (Mc 7,9). Este versículo, los hermanos protestantes, al tratar de llevarle la contraria a los católicos, lo citan fuera de su contexto. No saben hacer la diferencia entre lo que eran las tradiciones de los fariseos y las «tradiciones apostólicas». Los católicos no entendemos como Tradición el tradicionalismo cerrado de los fariseos, que les impedía abrirse a la «buena nueva», que Jesús proclamaba. Para nosotros la Tradición apostólica es algo muy distinto. A veces, algunos confunden Tradición con «costumbrismo», con «folklor»; por eso es básico saber qué significa la Tradición en la Teología católica. En su Diccionario de términos religiosos y afines, Aquilino de Pedro, comenta: «(La Tradición) es un elemento muy importante. Se aplica comúnmente a lo recibido que no pasó a constituir la Sagrada Escritura». También añade el mismo autor: «Por otra parte, la Tradición complementa a la Escritura, en la cual no cristalizó la totalidad de la enseñanza y de las prácticas recibidas... A la enseñanza de los protestantes, que no aceptan sino la Escritura (sola Scriptura), le falta, más que el complemento de lo no escrito, la seguridad de una visión correcta de lo transmitido por escrito». Me parece también muy adecuada la definición que de la Tradición da el famoso teólogo de Tubinga, Johann A. Möhler, que afirma: «La Tradición, en sentido objetivo, es la fe universal del la Iglesia a lo largo de los siglos, consignada en documentos históricos externos; y en este sentido, la Tradición se llama ordinariamente norma de la interpretación de la Escritura, regla de la fe» (Vea: Simbólica, Ediciones Cristiandad, Madrid, 2000, p. 405). El mismo escritor añade: «La Tradición es la Palabra de Dios, perpetuamente viva en el corazón de los creyentes» (Vea obra antes citada, p. 405). San Juan en su Evangelio, nos pone sobre aviso al respecto, cuando escribe: «Jesús realizó en presencia de los discípulos otros muchos signos que no están escritos en este libro. Éstos han sido escritos para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en su nombre» (Jn 20,30). Jesús y los Apóstoles dijeron e hicieron muchas cosas que no constan en la Biblia. La Tradición nos ha conservado «verdades importantes» que no están en la Biblia. Una de esas verdades esenciales es el «canon» o lista de libros inspirados de la Biblia. En ninguna parte de la Biblia se detalla cuáles son los libros inspirados por Dios. Fue la Tradición la que nos conservó el pensamiento de la Iglesia a través de los tiempos hasta llegar a catalogar como 28
  • 29. «inspirados» los libros de los que consta en la actualidad la Biblia. La Tradición es uno de los conductos por medio de los cuales nos llega la Revelación de Dios. Por eso el Concilio Vaticano II lo especifica muy bien cuando dice: «La sagrada Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la Palabra de Dios encomendado a la Iglesia, al que se adhiere todo el pueblo santo unido a sus pastores, y así persevera constantemente en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2,42). (Divina Revelación, n. 10). Tiene razón Piero Petrosillo al puntualizar: «El principio formal del catolicismo» no es, pues, la Escritura, sino la Iglesia viva, apostólica, que transmite la Tradición, en la que la Escritura tiene su lugar». Es por eso que los católicos no dejamos de proclamar como verdad de fe: «Biblia y Tradición». La tradición nos ayuda a interpretar la Biblia Por medio de la Tradición logramos comprender mejor lo que la Biblia nos transmite. Un caso concreto lo encontramos en el libro de Hechos, que, al referirse a los primeros cristianos consigna: «Todos los días se reunían en el templo, y en las casas partían el pan y comían juntos con alegría y sencillez de corazón» (Hch 2, 46). Cuando vamos a la Tradición, a los escritos de los Padres Apostólicos (que vivieron en la época de los Apóstoles), nos encontramos con que el primer nombre que se le dio a la Misa fue el de «fracción del pan», en recuerdo de que Jesús había «partido» el pan en la última Cena. Eso nos asegura que los primeros cristianos desde un principio, TODOS LOS DÍAS celebraban la Misa (la fracción del Pan) en las casas particulares porque todavía no disponían de templos. Algo más. San Justino, en el año 150, nos deja un documento inigualable en el que describe cómo era la Misa de ese tiempo. Escribe san Justino en su libro Apología: «El día que se llama del sol, se celebra una reunión de todos los que habitan en las ciudades o en los campos; allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, las memorias de los Apóstoles o los escritos de los profetas; luego, cuando el lector termina, el presidente, generalmente el obispo, hace una exhortación e invitación a que imitemos esos bellos ejemplos. Seguidamente nos levantamos todos a una y elevamos nuestras plegarias. Cuando termina, se ofrece pan y vino, y el presidente, según su inspiración, eleva igualmente a Dios sus plegarias y Eucaristías, y todo el pueblo aclama diciendo: ‘Amén’. Viene a continuación la distribución y participación de los alimentos eucarísticos y su envío, por medio de los diáconos, a los ausentes». Estos aportes de la Tradición son valiosísimos. En primer lugar, si san Justino escribió este texto hacia el año 150, está transmitiendo la «tradición apostólica», lo que pensaban los Apóstoles acerca de la Eucaristía. Si se piensa que el último de los Apóstoles, san Juan, murió hacia el año 100, san Justino está íntimamente ligado con la tradición apostólica. La Misa no es invento posterior de la Iglesia. Otra cosa interesantísima: en el 29
  • 30. texto de san Justino se detallan las partes esenciales de la Misa, que son las mismas que nosotros conservamos en la actualidad: el acto penitencial, la liturgia de la Palabra, la homilía, el ofertorio, la oración eucarística, la comunión. Otro dato, que no debemos soslayar, es el «envió de la comunión a los ausentes», es decir, a los presos, a los enfermos. ¿Por qué enviaban la comunión a los ausentes? Porque los cristianos del tiempo apostólico creían en la «presencia real» de Jesús en la Hostia consagrada. Estos datos, que nos proporciona la Tradición, nos ayudan a comprender qué quiere decir la Biblia, cuando recuerda que los primeros cristianos «todos los días se reunían para partir el pan» (Hch 2,46). En muchos casos, no basta «sólo la Biblia» para comprender más detalladamente qué nos quiere decir la Biblia misma en determinados pasajes, que, a veces, se interpretan de maneras diferentes entre los hermanos protestantes y nosotros. En el caso de la Misa, a nosotros nos respalda la Tradición para comprender, en detalle, qué nos dice la Biblia acerca de la Eucaristía. A la luz de estos aportes de la Tradición, con respecto a la «fracción del pan», nos preguntamos: ¿Por qué los hermanos protestantes no celebran la Misa todos los días como los primeros cristianos? ¿Por qué muchas denominaciones no le dan importancia a la celebración de la Eucaristía? ¿Por qué los hermanos protestantes no creen en la «presencia real» de Jesús en la Hostia consagrada, como los primeros cristianos de los tiempos apostólicos? ¿Por qué los hermanos protestantes no envían la comunión a los enfermos como lo hacían los cristianos del año 150? Todas estas interrogantes nos llevan a una conclusión muy evidente: Los hermanos protestantes se han separado de la Iglesia que fundó Jesús. Por separarse perdieron algo esencial de la iglesia apostólica: la Eucaristía, el culmen del culto de la Iglesia. Algo más. En el Evangelio de san Juan se recuerdan las palabras que Jesús le dijo a Pedro: «Cuando seas viejo, extenderás tus brazos y otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieras» (Jn 21). San Juan hace su comentario a estas palabras, y escribe: «Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: Sígueme» (Jn 21, 18-19). Si nos quedáramos sólo con lo que dice la Biblia, no sabríamos de qué manera murió Pedro. Si tomamos en cuenta la Tradición, nos informamos que Pedro murió crucificado, en el año 67, con la cabeza hacia abajo, porque él pidió morir de esa manera, ya que no se consideraba digno de morir como Jesús. Eso es lo que hace la Tradición apostólica: nos ayuda a comprender el sentido exacto de la Palabra de Dios. Cuando los hermanos protestantes se encuentran con Mt 16, 18: «Tú eres Pedro y sobre esta Piedra edificaré mi iglesia...», hacen acrobacias para explicar ese texto a su manera. Si fueran sin prejuicios a la Tradición, se encontrarían, en primer lugar, con una lista de 264 papas que dan razón de que la Iglesia apostólica, desde un principio, consideró a Pedro como representante principal de Jesús en la tierra. Si los hermanos protestantes consultaran lo que afirman los Padres apostólicos -los que estuvieron en relación directa con los Apóstoles o con sus discípulos- se encontrarían con algo tan sencillo y pacífico como es el primado de Pedro. Es por eso que san Pablo, en su carta a los Gálatas (2, 2), nos cuenta cómo el Espíritu lo llevó a presentarse a Pedro y a los 30
  • 31. dirigentes para darles cuenta de su predicación... Además, Pablo, en la misma carta, comparte su alegría de que Pedro y los demás dirigentes le hubieran «dado la mano», en señal de aprobación de lo que estaba enseñando (Ga 2, 9). Pablo era más instruido que Pedro y que los demás dirigentes de la Iglesia en ese tiempo. Pero se presenta a Pedro y permanece en su compañía durante 15 días, porque lo consideraba el primero de los apóstoles dejado por Jesús (Ga 1,18). Se podría añadir una larga lista de citas de los Padres Apostólicos (que conocieron a los apóstoles) o de sus discípulos (que aprendieron su doctrina), que dan cuenta de lo que la Iglesia apostólica entendía cuando recordaban que Jesús le había dicho a Pedro: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia». San Pablo les escribió a los tesalonicenses: «Así, pues, hermanos, manténganse firmes y guarden LAS TRADICIONES que han aprendido de mí, ya sea DE PALABRA, ya sea POR CARTA NUESTRA» (2 Ts 2, 15). Pablo no habla, de ninguna manera, de que enseñen SOLO LO ESCRITO. Nuestros especialistas en la Biblia, nos hacen ver cómo la Biblia protestante, Reina Valera, en este texto de san Pablo, no traduce la palabra griega paradoseis, del original, por «tradiciones», sino por «doctrina». En cambio cuando el mismo término «paradoseis», lo aplica Jesús a los fariseos, entonces, sí lo traduce como «tradiciones». Hay que hacer constar que Casiodoro de Reina, en su edición original de 1569, sí traduce la palabra «paradoseis», como «tradición». Ahora, en cambio, en la Biblia protestante, ya no aparece la palabra «tradiciones» en el texto mencionado de San Pablo. Lógicamente a los hermanos protestantes la palabra «tradición», les molesta, les estorba, porque, al encontrarse con la Tradición apostólica, se dan cuenta de que muchas de sus enseñanzas no concuerdan con las tradiciones apostólicas. Junto a los escritos de los Apóstoles, encontramos costumbres que se originaron en aquellos tiempos, y que fueron aceptadas por la Iglesia. Por ejemplo, las oraciones por los difuntos, la veneración de los Mártires, de las imágenes. La imagen del Buen Pastor se descubrió en las Catacumbas de Santa Domitila. La imagen de la Virgen con el Niño, fue encontrada en las Catacumbas de santa Priscila, en Roma. Al encontrarnos con toda esta riqueza de la Tradición, los católicos pensamos: No es posible que durante 15 siglos la Iglesia hubiera estado equivocada, abandonada por el Espíritu Santo, y que, al fin, cuando apareció el sacerdote rebelde, Lutero, se hubiera descubierto que la Iglesia había permanecido en las tinieblas durante tantos siglos. Pero la Tradición apostólica viene a confirmamos lo contrario. Lutero y el Protestantismo enseñaron algo contrario a lo que la Iglesia había enseñado, basándose en la Biblia y en la Tradición apostólica durante muchos siglos. Necesidad de la Tradición Para nosotros los católicos, la Biblia y la Tradición son fuentes indispensables por 31
  • 32. medio de las cuales nos llega la Revelación de Dios. Esto lo expone muy explícitamente el gran teólogo Johann A. Möhler, cuando escribe: «Sin esa Tradición universal, no puede determinarse nunca de manera firme, segura y con validez general cuál sea la propia doctrina cristiana; sólo el individuo podría atreverse a afirmar: aquí está mi opinión, ésta es mi interpretación de la Escritura. Con otras palabras: sin Tradición, no hay doctrina de la Iglesia, ni Iglesia siquiera, sino sólo cristianos particulares; no hay certeza ni seguridad, sino sólo duda y probabilidad» (Vea: Obra citada, p. 409). Al respecto, es muy importante lo que pensaba acerca de la Tradición, John Newman, que fue un famoso teólogo protestante, un gran pensador cristiano reconocido internacionalmente. Cuando Newman se convirtió al catolicismo reflexionó al respecto de la Tradición y escribió: «La opinión de un hombre no es mejor que la de otro. Pero no es éste el caso en lo que respecta a los Padres de la Antigüedad. Ellos no hablan de sus opiniones personales. No dicen: Esto es verdad porque nosotros lo vemos en la Escritura (como dicen los evangélicos), sino que: Esto es verdad porque es afirmado y fue siempre afirmado por todas las Iglesias desde el tiempo de los Apóstoles hasta nuestros días sin interrupción» (Disc. ad Arg., 11,1). Esto se puede afirmar porque la enseñanza de los Padres de la Antigüedad es la enseñanza que aprendieron de la predicación de los Apóstoles. Esto es lo mismo que pensaba san Agustín, que llegó a escribir: «Yo no creería en los Evangelios, si no me moviera la autoridad de la Iglesia» (Epist. Man. 1,5). Esta afirmación de san Agustín demuestra hasta qué punto los Padres de la Iglesia confiaban en la Tradición. Sin la Tradición, queda abierta la Biblia a un sin número de interpretaciones contradictorias que tienen como resultado multiplicidad de sectas. Éste ha sido el virus que ha carcomido el Protestantismo y lo ha llevado a dividirse y subdividirse en incontables sectas y denominaciones, que, con la Biblia en la mano, sostienen las posturas teológicas más peregrinas y contradictorias. Podría recordarse el caso de Calvino con su terrible teoría de la «predestinación». Según él, la Biblia revela que Dios ha creado a unos para el cielo y a otros para el infierno. Algo tan «monstruoso», que ni los mismos protestantes lo aceptan en la actualidad. Sin el Magisterio, como decía Möhler, «no hay certeza ni seguridad, sino sólo duda y probabilidad» (Obra cit. pág. 409). El famoso teólogo de la antigüedad Tertuliano (+222), también expuso cuál era el sentir de la Iglesia de los primeros tiempos, cuando escribió: «La Escritura separada del contexto de la Tradición de la Iglesia, sirve para destrozar el estómago y dar quebraderos de cabeza» (De Praes. Her. 16, 3) El Magisterio La Carta a los Hebreos comienza recordando: «Muchas veces y de muchas maneras 32
  • 33. habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los Profetas. En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo...» (Hb 1, 1-3). Dios siempre ha hablado a sus hijos los hombres, pero ¿dónde están todos estos mensajes? En primer lugar en la Biblia. Pero también los mensajes de Dios nos han llegado por medio de la predicación de los apóstoles, de los Padres Apostólicos (discípulos de los Apóstoles) y de los que llamamos Padres de la Iglesia, que, entre los años 150 y 600, brillaron por su vida santa, por su sana doctrina y por la aprobación de la Iglesia. A ellos habría que añadir a los Grandes Doctores de la Iglesia y los famosos Escritores eclesiásticos que recogieron la predicación y las enseñanzas de la Iglesia apostólica. Todo éste es el gran tesoro de la Iglesia, que nos ha conservado la Tradición, que nos ayuda a comprender mejor la Biblia y a vivir según las enseñanzas y costumbres de la Iglesia apostólica. Pero para que se preserve la sana doctrina y no se le añadan elementos fuera de la ortodoxia, Jesús dejó el Magisterio de la Iglesia, que no está por encima la Biblia, sino a su servicio para velar por su integridad, por su recta interpretación. El Magisterio de la Iglesia también protege la pureza de la Tradición para que no se introduzcan doctrinas no enseñadas por los apóstoles. Por eso muy bellamente dice el Concilio Vaticano II: «Es pues evidente que la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, por designio sapientísimo de Dios se traban y asocian entre sí de manera que uno no subsiste sin los otros, y todos juntos, cada uno a su modo, bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salud de las almas» (Divina Revelación, n. 10). Es muy consolador comprobar que nuestra Iglesia católica conserva la Tradición de Pedro, de Pablo, de Juan, de los Apóstoles. Cuando Pedro escribía una carta era aceptada por todas las iglesias particulares del mundo. Pablo escribía y su palabra era autoridad para todas las iglesias particulares del mundo católico. En la actualidad, también es lo mismo: escribe el Papa y su palabra es autoridad en todas las iglesias católicas del mundo. Nos escribieron nuestros obispos y pastores desde el Concilio Vaticano II y sus documentos son ley para todos los católicos del mundo. Esto mismo no se puede apreciar en las iglesias protestantes. No tienen un centro de unidad y autoridad. No tienen unidad de Jerarquía, ni de doctrina, ni de culto. Pero en la Iglesia apostólica, sí había unidad de Jerarquía, de doctrina, de culto. Esto se puede apreciar en la Biblia, pero más específicamente en la Tradición. Los hermanos protestantes con Lutero, dicen: «Sólo la Escritura», porque le tienen miedo a la Tradición apostólica, que les echa por el suelo muchas de sus enseñanzas y su falta de unidad de jerarquía, de doctrina y de culto. Los hermanos protestantes tienen en común la Biblia, pero la interpretación de la misma es muy diversa, según las distintas sectas y denominaciones. La Tradición es el gran tesoro que nuestra Iglesia conserva. Nos ayuda a interpretar mejor la Biblia. Nos enlaza con nuestro pasado apostólico y nos muestra con evidencia que no somos una Iglesia improvisada, sino una Iglesia con una riquísima historia. Esto nos lleva a conocer mejor a nuestra Iglesia, a amarla, a servirla y cuidarla, para que no se eche a perder el inigualable tesoro que Jesús nos confió. 33
  • 34. 5. ¿IGLESIA o iglesias? Tanto los hermanos protestantes como los católicos, hablamos de la Iglesia a la luz de la Biblia. Pero el concepto de Iglesia que tienen los hermanos protestantes es muy distinto del que tenemos los católicos. Por allí hay que comenzar. Los hermanos protestantes dicen que su Iglesia es la verdadera. Los católicos también afirmamos que la nuestra es la verdadera. ¿Cuál es nuestro concepto acerca de la Iglesia? Para comenzar, podemos anticipar que los católicos afirmamos que los hermanos protestantes también pertenecen a la Iglesia de Jesús, porque creen en El y lo declaran su Salvador y Señor. Cuando el Concilio Vaticano II propuso que, en lugar de llamarlos protestantes, los consideráramos como «Hermanos separados», quería hacernos ver a los católicos que no debíamos verlos como «enemigos», en cuanto a la religión, sino como «hermanos» de una misma Iglesia. Hemos tenido serios conflictos: estamos «separados»; pero pertenecemos a la Iglesia de Jesús. A los hermanos protestantes, no les gusta para nada que se les llame «hermanos separados» .Nunca ellos se autodenominan con ese nombre. Lo toman como algo ofensivo. Muchos de sus escritores y teólogos prefieren seguir con su nombre clásico de «protestantes». Algunas denominaciones protestantes se autodenominan «evangélicos»; pero hay que hacer constar que no todos los que pertenecen al Protestantismo aceptan que se les llame «evangélicos». Cuando el Concilio Vaticano II determinó que los llamáramos «hermanos separados», no pensaba que les iba a chocar a los hermanos protestantes . Más bien esperaba que aceptarían mejor ser llamados «hermanos separados» y no «protestantes», que era un apodo que los católicos les habían puesto por protestar contra el catolicismo. El punto de partida es éste: los hermanos protestantes y los católicos tenemos conceptos muy diferentes con respecto a lo que es la Iglesia de Jesús. Desde nuestro punto de vista católico, pensamos que ellos, al separarse, han perdido elementos esenciales de la Iglesia que fundó Jesús, como la Misa, los Siete Sacramentos (ellos reconocen sólo dos: Bautismo y Santa Cena), la Jerarquía -el Papa, los obispos, los sacerdotes-, la devoción a la Virgen María y a los Santos. Para los hermanos protestantes todos estos elementos católicos les desagradan sobre manera, y no pocos de los hermanos protestantes no pueden disimular su rencor que, en muchos casos, degenera en verdadero odio. En el fondo de todo esto, está el pensamiento de Martín Lutero, quien, al verse confrontado con la Iglesia, que lo excomulgó, echó mano de un mecanismo de defensa: construyó un nuevo concepto de Iglesia, con el que muchos de su seguidores no estaban de acuerdo. En el nuevo concepto de iglesia, que armó Lutero, están excluidos el Papa, los obispos y sacerdotes, que eran parte esencial y aceptada desde un principio en la Iglesia apostólica. De allí la variedad de concepciones acerca de lo que es una Iglesia en 34
  • 35. las varias denominaciones protestantes. A los católicos nos impacta sobremanera de que una persona pueda fundar su «propia iglesia» sin la autorización de una «jerarquía». Nunca imaginamos a san Pablo, fundando su «propia iglesia» con el pretexto de que se deja llevar por la Biblia y el Espíritu Santo. Con el carisma de líder, en grado superlativo, que tenía san Pablo, muy bien hubiera podido arrastrar tras de sí una buena parte de la Iglesia; pero Pablo se sometió a la jerarquía que Jesús había dejado. No nos explicamos cómo un pastor protestante pueda imponer su propio criterio en «su iglesia», en cuanto a la doctrina, las costumbres, la disciplina sin depender de una Jerarquía. El pastor alega que se basa en la Biblia y que se deja guiar por el Espíritu Santo. Pero con esa misma excusa, en el Protestantismo han pululado millares de «sectas», con las más dispares teologías, que dicen basarse en la Biblia. Entre ellos no existe una autoridad que pueda intentar, a nivel de todas sus iglesias, «aclarar» ciertos desvíos doctrinales o morales, no acordes con la Biblia, con una sana teología. Ante este panorama de centenares de iglesias, que con agresividad acusan continuamente a la Iglesia católica, los católicos, debemos saber por qué creemos con sinceridad que estamos en la Iglesia que fundó Jesús y que conservamos lo que los Apóstoles nos enseñaron. Nosotros nos basamos en la Biblia y en la Tradición apostólica. Respetamos a los hermanos protestantes, les reconocemos sus muchas cualidades, pero, no podemos renunciar a los Siete Sacramentos, a la Jerarquía que nos dejaron los Apóstoles. Tampoco podemos avergonzarnos de darles el lugar que les corresponde a la Virgen María y a los Santos en la Iglesia católica. Jesús funda la Iglesia Jesús, desde un principio, comenzó a fundar la Iglesia como el «nuevo pueblo de Dios». De entre muchos discípulos, que comenzaron a seguirlo, el Señor seleccionó sólo a 12. Los llamó «Apóstoles», que significa «enviados». Los preparó debidamente, en la teoría y en la práctica, y les dijo: «Vayan y proclamen la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16,15). También les aclaró: «El que a ustedes los escucha, a mí me escucha» (Lc 10,16). A sus Apóstoles no los envió desprotegidos. Les entregó poderes espirituales para llevar a cabo su misión; les dio poder para «predicar», para «sanar a enfermos» y para «expulsar espíritus malos» (Mt 10). Para que no se sintieran con temor ante tan inmensa labor, les dijo: «Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Para eso les garantizó que estaría dentro de ellos por medio del Espíritu Santo, que les «recordaría» todo lo que les había enseñado, y «los llevaría a toda la Verdad» (Jn 14, 16s). Desde un principio se nota que el Señor está preparando una «jerarquía» para su Iglesia. Además de los Apóstoles, el Señor también llamó a otros 72 discípulos. También a ellos los preparó y los envió con poderes espirituales para realizar su misión. Los envió a «predicar el Evangelio», a «sanar enfermos» y a «expulsar espíritus malos». Cuando 35
  • 36. estos discípulos cumplieron con una de sus misiones de evangelización, volvieron gozosos diciendo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre» (Lc 10,17). Con lenguaje católico podríamos decir que estos 72 discípulos representan a los «laicos» en nuestra Iglesia, en la que todos somos un «pueblo de sacerdotes» por el Bautismo, pero en la que hay un «sacerdocio ministerial», como el de los Apóstoles, y un «sacerdocio común», como el de los 72 discípulos. Desde un principio, también se aprecia cómo el Señor da una enseñanza especializada a los apóstoles, distinta de la que ofrece a los setenta y dos discípulos. El sentido de la Jerarquía en la Iglesia lo expresa muy bien san Pablo, cuando escribe: «No es que pretendamos controlarlos en su fe -ya que, por lo demás, en la fe se mantienen firmes-, sino que queremos más bien contribuir a su alegría» (2Cor 1,24). En el sentido evangélico gobernar es lavar los pies a los otros (Jn 13,14). El libro de Hechos exhibe una preciosa «fotografía» de la Iglesia fundada por Jesús. Se encuentra en el cenáculo en un retiro espiritual al que la envió el Señor antes de recibir la «promesa del Padre”, el don del Espíritu Santo. En esta fotografía de la Iglesia, se menciona, en primer lugar, a Pedro; luego se dan los nombres de los apóstoles; hay más de un centenar de discípulos. De manera especial, se menciona a la Madre del Señor, que está en la Iglesia con la misión que Jesús le dejó junto a la cruz, ser la Madre del Jesús místico, la Iglesia (Hch 1,13). Esa es la fotografía de la Iglesia de Jesús. De esa fotografía no hay que sacar a ninguno de los personajes. De otra suerte, no sería la Iglesia que fundó el Señor. El papel de Pedro De entre los Apóstoles, Jesús le dio un lugar de preeminencia a Pedro. En el Evangelio es la figura que más se destaca. Este «primado» de Pedro en la Iglesia tiene su origen en el poder especial que Jesús le entregó. Cuando Pedro, inspirado por Dios, le dijo a Jesús: «Tú eres el Mesías el Hijo de Dios”, el Señor le contestó: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas de la muerte no podrán con ella. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo» (Mt 16,18-19). El comentario de este pasaje, que hace la Biblia de América, es muy enriquecedor para comprender el alcance de las palabras de Jesús. Comenta la Biblia de América: «El cambio de nombre indica el nuevo encargo que Jesús le confiere: ser piedra de cimiento para el nuevo Israel que empieza a ser reunido. Este nuevo Israel es la Iglesia, asamblea de los elegidos, nuevo pueblo de Dios, cuya misión será arrancar a los hombres del imperio de la muerte. A través de esta Iglesia viene el reino de Dios, que es semejante a una ciudad, cuyas llaves se entregan a Pedro. Es él quien recibe el encargo de ser mayordomo y supervisor, con autoridad para interpretar la ley (esto significa entre los judíos la expresión «atar y desatar»), y adaptarla a las nuevas situaciones». 36
  • 37. Los comentarios del los hermanos protestantes son muy diversos al expuesto por la Biblia de América. Es impresionante cómo los hermanos protestantes hacen verdaderas «acrobacias» para restar importancia, en este pasaje, al puesto de relevancia que Jesús le dejó a Pedro en su Iglesia, y que le fue reconocido por los apóstoles y Padres de la Iglesia. Los comentarios de los hermanos protestantes no concuerdan con los de los Padres Apostólicos (que vivieron con los Apóstoles) ni con los de los Padres de la Iglesia (que vivieron entre los años 150 y 600). Todos ellos aceptan, sin más, el primado que Pedro ha recibido en la Iglesia. Entre los hermanos protestantes pesa sobremanera el pensamiento de Lutero, que, al verse confrontado con la Iglesia y excomulgado, enfiló toda su batería de resentimiento contra el Papado y la jerarquía eclesiástica. Pero el pensamiento de Lutero no está acorde con lo que enseñaron los Padres Apostólicos y los Padres de la Iglesia, santos y sabios escritores, que en sus escritos nos legaron lo que habían aprendido de los Apóstoles y de los discípulos de los Apóstoles, con respecto al primado de Pedro y de los sucesores de Pedro en la Iglesia. Hoy día, hasta eminentes teólogos protestantes, al comentar el pasaje de Pedro como Roca en la Iglesia, reconocen que la interpretación corriente y obvia es la más aceptable. Por ejemplo, el famoso teólogo protestante, Gúnter Bomkamm, escribe: «En la interpretación de las palabras sobre Pedro y la Iglesia, la teología romano-católica y la protestante se han aproximado entre sí desde hace bastante tiempo. La «roca» no es ni Cristo, como ya pensaba Agustín y tras él Lutero, ni la fe de Pedro ni el oficio de la predicación, como lo entendieron los reformadores, sino el mismo Pedro como director de la Iglesia». El Primado de Pedro El lugar que Jesús le dejó a Pedro, se aprecia con evidencia en el libro de Hechos de los Apóstoles, que es la primera historia de la Iglesia. Allí se constata cómo es Pedro el que, al no más bajar del monte de la Ascención, propone que se nombre un sustituto de Judas. Es Pedro el que, en nombre de la Iglesia naciente en Pentecostés, toma la palabra para ser el primero que proclame el «kerigma», lo básico acerca de Jesús. Es Pedro el que es llamado milagrosamente por el Señor para que sea el que abra la puerta de la Iglesia para bautizar a algunos paganos, que se encuentran en la casa del centurión Cornelio. Es Pedro el que, en nombre de Jesús, obra el primer milagro, sanando a un paralítico. Es Pedro el que en el primer Concilio de la Iglesia, en Jerusalén (año 50), se levanta para calmar los ánimos y exponer su punto de vista con respecto al problema de la circuncisión de los paganos. Todos recordaban muy bien que, en la última Cena, Jesús le había dicho a Pedro: «Yo he orado por ti para que tu fe no decaiga; y tú una vez convertido, confirma a tus hermanos» (Lc 22, 32). También recordaban que después de la resurrección, el Señor, en lugar de destituir a Pedro por sus «fallos», lo reconfirmó en su primado en la Iglesia; 37
  • 38. le dijo: «Apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos». Pedro había recibido la misión de pastorear la Iglesia (ovejas y corderos). Se le había encargado como Pastor principal, «confirmar a sus hermanos». Es muy impresionante ver en la Carta a los Gálatas, cómo Pablo narra que, después de tres años de estar en Arabia, meditando y preparándose para la misión que Jesús le había encomendado, fue a «conocer a Pedro» y estuvo con él quince días. Varios años después, Pablo cuenta que volvió a Jerusalén a presentarse a los dirigentes; escribe Pablo: «Fui porque Dios me había mostrado que tenía que ir. Y ya en Jerusalén, en una reunión que tuve en privado con los que eran reconocidos como dirigentes, les expliqué el mensaje de salvación que predico entre los no judíos. Hice esto porque no quería que lo que había hecho y estaba haciendo fuera trabajo perdido» (Ga 1,2). Además, añade Pablo: «Santiago, Pedro y Juan, que eran tenidos por columnas de la Iglesia, reconocieron que Dios me había concedido este privilegio. Para confirmar que nos aceptaban como compañeros, nos dieron la mano a mí y a Bernabé» (Ga 2, 9). La actitud de Pablo es muy ejemplar. Pablo era mucho más instruido en teología y Biblia que todos los demás apóstoles. Sin embargo, Pablo con humildad, se presenta a la Jerarquía de la Iglesia y le expone su manera de evangelizar. Todos le dan el visto bueno. Pablo queda muy complacido de que le dieran la mano en señal de aprobación. Así entendemos la Jerarquía en la Iglesia católica. Como la quiso Jesús. Una autoridad para todas las «iglesias particulares». Hay un Pastor principal, Pedro; hay otros dirigentes que colaboran con él. Pero la Iglesia es una. La autoridad de la Jerarquía es aceptada por todos. Nunca a Pablo se le ocurrió fundar su «propia Iglesia», separarse de la Iglesia encomendada a Pedro y los Apóstoles. Los hermanos protestantes para negar el «primado de Pedro», aducen que Pablo le llamó la atención a Pedro con relación a la actitud de Pedro de comenzar a frecuentar las casas de los paganos de manera clandestina. Pablo le hizo ver que no era una manera correcta de comportarse (Ga 2, 11-14). Pedro, en su manera de obrar, está intuyendo que Dios lo llama a abrirse a los paganos. No sabe cómo obrar: el ambiente no estaba preparado todavía para esa apertura. Eso se va a dilucidar más tarde en el Concilio de Jerusalén. Lo cierto es que eso de «llamar la atención» al Pastor principal, no es ninguna cosa nueva en la Iglesia. Varios santos y santas le escribieron o se presentaron a algún Papa para hacerle ver sus errores y actitudes no convenientes. Eso para nosotros, los católicos, no es algo «escandaloso». Lo vemos como algo natural, que se ha dado muchas veces en la Iglesia. Eso no le resta nada al primado de Pedro. Más bien hace resaltar la santidad de Pedro que acepta con humildad la «corrección fraterna» que le hace Pablo. Este incidente ya se había comentado desde antiguo en la Iglesia. El famoso escritor Tertuliano (+222) lo explicó diciendo: «El yerro de Pedro fue de comportamiento, no de doctrina». De esta manera, el escritor antiguo recalcaba la asistencia especial del Espíritu Santo para Pedro en asuntos de fe y moral. 38
  • 39. La Jerarquía Entre los hermanos protestantes no existe la Jerarquía, que se aprecia en la Iglesia de Jesús, en el Nuevo Testamento. No existen para ellos un sucesor de Pedro ni unos sucesores de los Apóstoles -el Papa, los obispos-. No existe una autoridad que sea aceptada en todas sus iglesias particulares. Eso de que se dejan guiar únicamente por la Biblia y el Espíritu Santo, no es el lenguaje ni la práctica del Nuevo Testamento. Pablo no alegó que no necesitaba presentarse a Pedro y a sus superiores, que le bastaba la Biblia y el Espíritu Santo. Expresamente, Pablo afirma en su Carta a los Gálatas que fue Dios el que lo impulsó a presentarse a la Jerarquía de la Iglesia, para recibir instrucciones con respecto a su ministerio. (Ga 2,2). Algo digno de recordarse. En una de sus visitas a la Jerarquía, Pablo se presenta a Santiago, que en ese momento es el obispo de Jerusalén. Santiago y los ancianos le notifican a Pablo que se dice que él enseña a no hacer caso de lo mandado por Moisés, que afirma que no deben circuncidarse. Los dirigentes le indican a Pablo lo que debe hacer para quitar de la gente esa mala impresión que tiene de él. Le dicen: «Lo mejor es que hagas lo siguiente: Hay aquí, entre nosotros, cuatro hombres que tienen que cumplir una promesa. Llévalos contigo, purifícate junto con ellos y paga sus gastos, para que ellos puedan hacer cortar el cabello. Así todos verán que no es cierto lo que les han dicho de ti, sino que, al contrario, tú también obedeces la ley» (Hch 21, 23- 24). Pablo dócil a la Jerarquía cumple al pie de la letra lo que le mandan. Ésa era la manera de conducirse de los cristianos de los tiempos apostólicos . Ésa es la manera en que los católicos seguimos siendo fieles a la Iglesia Jerárquica que Jesús fundó. Esta actitud de Pablo me hace recordar lo que decía san Agustín con respecto al Magisterio de la Iglesia: «Yo no creería en los Evangelios, si no me moviera la autoridad de la Iglesia». Los hermanos protestantes sostienen que sólo se atienen a la Biblia con respecto a lo que Jesús afirmó con respecto a Pedro : «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia», y lo concerniente a la entrega de las «llaves», y el significado de «atar y desatar». A los hermanos protestantes no les conviene encontrarse con la Tradición apostólica, en lo que respecta a la praxis de la Iglesia en cuanto al «primado de Pedro». La Tradición apostólica en esto es muy concreta. Uno de sus documentos muy valiosos para comprobar qué pensaba la Iglesia del tiempo de los Apóstoles, con respecto al primado de Pedro, es la obra «Contra las herejías», de san Ireneo (año 202). Escribe san Ireneo: «Nosotros podemos hacer una lista de todos los obispos establecidos por los Apóstoles y sus sucesores hasta nuestros días. Mas, como sería excesivamente prolijo enumerar en una obra como la presente, la sucesión de los Apóstoles en toda la Iglesia, nos limitaremos a indicar la tradición apostólica y la predicación de la fe en la Iglesia más grande, más antigua y conocida de todos, la cual fue fundada y establecida en Roma por los Apóstoles más célebres, Pedro y Pablo. En ella perseveró hasta nuestros días la sucesión de sus obispos. Después que los bienaventurados Apóstoles fundaron y erigieron la Iglesia, transmitieron a Lino el Episcopado para el gobierno de la Iglesia .De 39
  • 40. este Lino hace mención Pablo en su carta a Timoteo (2Tm 4,21). A éste sucedió Cleto. Después recibió el episcopado Clemente, el cual todavía vio a los Apóstoles y conversó con ellos. A Clemente sucedió Evaristo, a Evaristo, Alejandro. El sexto después de los Apóstoles, fue Sixto, nombrado así, precisamente, por ser el sexto. Después de él, siguió Telésforo, mártir glorioso; luego Higinio, Pío, Aniceto. Después de Aniceto sucedió Sotero y, actualmente, como duodécimo sucesor de los Apóstoles, posee el Episcopado Eleuterio» (Contra las herejías, Libro III, c. 3, no. 13). Con frecuencia nos encontramos con que los hermanos protestantes con aplomo afirman que la Iglesia de Roma inició a autonombrarse o imponerse sobre las demás Iglesias de Occidente, con el Emperador Constantino, que emitió el Edicto de Milán en el año 313. El documento citado de san Ireneo echa por tierra esta acusación, pues san Ireneo murió 120 años antes de Constantino. San Ireneo fue discípulo de san Policarpo que, a su vez, tuvo como maestro al Apóstol san Juan. Para nosotros la Tradición apostólica nos ayuda a interpretar en su contexto la Biblia. Si los hermanos protestantes no tuvieran tanto miedo de la Tradición apostólica, comprenderían mejor muchos datos de la Biblia, que ellos interpretan a su manera, fuera de su verdadero contexto. Este primado de Pedro pasó luego a sus sucesores. Jesús había profetizado que su Iglesia duraría hasta el fin del mundo. La Tradición y la Historia recogen abundancia de datos acerca de los sucesores de Pedro como obispos de Roma. A fines del siglo 1 hubo un conflicto en Corinto. El Papa San Clemente les envió una carta llamándolos al orden; les decía: «Si alguien no obedece a lo que Dios manda por medio de nosotros, sepa que incurre en falta grave y en grave peligro» (c. 69). Además comunica el Papa que enviará delegados desde Roma para ayudarles a solucionar el problema. Este documento es muy revelador. Hay que hacer constar que en ese tiempo vivía en Efeso el Apóstol san Juan. Efeso estaba más cerca de Corinto que Roma. No es Juan el que interviene, sino el Papa San Clemente. Juan nunca fue nombrado Papa. Entre los Apóstoles, sólo Pedro fue Papa. A finales del siglo II tuvo lugar una controversia con respecto a la celebración de la Pascua. Algunos obispos de Asia Menor querían cambiar el calendario litúrgico con respeto a la Pascua. El Papa san Víctor los amenazó con excomunión, si procedían sin la autorización de Roma. Este documento muestra con claridad, cómo a nivel internacional se reconocía el primado del Papa con respecto a todas las iglesias. Con el paso de los años, se encuentran cada vez más documentos que comprueban la tradición apostólica de reconocer el primado del sucesor de Pedro, como Jesús lo había establecido. ¿Infalible El Papa? Los hermanos protestantes consideran como una «aberración» que los católicos 40