Este documento discute la importancia de la conversión para los agentes de pastoral y la renovación de la iglesia. Explica que el pecado aleja a las personas de Dios y causa fracasos en el trabajo pastoral. Sin embargo, Dios siempre responde al pecado con amor, enviando a Jesús para salvarnos. Jesús nos invita a la conversión para vivir como discípulos misioneros. El documento concluye que los agentes de pastoral deben comprometerse a una conversión personal y comunitaria para avanzar fielmente como discípulos.
1. TEMA 4
LA CONVERSIÓN,
UN PASO OBLIGADO PARA ENTRAR AL REINO
“Conviértanse y crean en el Evangelio…”
Mc. 2,15
OBJETIVO:
Impulsar en los Agentes de Pastoral un proceso de conversión personal y
comunitario orientado a vivir, como discípulos misioneros los valores del Reino,
ya que sin una conversión auténtica será imposible potenciar y renovar la
acción pastoral de la Iglesia de Torreón.
ORACIÓN:
“Nos has hecho para Ti y nuestro corazón estará siempre inquieto hasta que
repose en Ti”. (San Agustín). Oremos a Dios para que seamos semillas del
Reino y hagamos crecer otra forma de vivir nuestra fe.
VER:
Al llegar a este momento en nuestro proceso de renovación pastoral es
indispensable afirmar que para que la Iglesia de Torreón se renueve en su
praxis pastoral, es obligatorio que todos los Agentes de Pastoral asuman una
permanente actitud de profunda conversión personal y comunitaria en función
de los valores del Reino.
En el fondo, la causa de muchos de los fracasos de nuestra pastoral no está
fundamentalmente en el uso equivocado de métodos pastorales, sino en las
realidades de pecado y en la falta de conversión de quienes hemos sido
llamados a ser discípulos misioneros de Jesucristo el Señor. Por eso,
contemplando el amor de Dios, tratemos de abrir el corazón para escuchar su
Palabra que es una invitación constante y permanente a la conversión.
Responde las siguientes preguntas:
¿Qué es el pecado?
¿Cómo afecta el pecado la vida de la persona y sus relaciones con los
demás y con el mundo? ¿Tiene algo que ver la situación de pecado de
los Agentes de Pastoral con la eficacia de su tarea evangelizadora?
Observando tu propia vida y no la de los demás, ¿has experimentado
que el pecado ha obstaculizado o hecho fracasar algún trabajo pastoral
que hayas emprendido?
Haz una lista de las actitudes o acciones que personal y
comunitariamente, pueden entorpecer y hacer fracasar el esfuerzo de la
Iglesia por construir el Reino de Dios.
JUZGAR:
2. “A imagen tuya creaste al hombre
y le encomendaste el universo entero,
para que sirviéndote sólo a ti, su Creador,
dominara todo lo creado.
Y cuando por desobediencia perdió tu amistad,
no lo abandonaste al poder de la muerte,
sino que compadecido, tendiste la mano a todos,
para que te encuentre el que te busca”
Plegaria Eucarística IV.
No podemos ignorar la presencia del pecado en la vida de las personas. Pero
para entender su gravedad, necesitamos contemplar primero el amor y la unión
en la que Dios quiere vivir con los hombres pues, pecar es rechazar a Dios,
que es el Padre bueno que quiere la felicidad para sus hijos.
El pecado es una desobediencia y una ofensa a Dios; una falta de confianza en
su bondad. Pecar es despreciar a Dios y preferir a las criaturas, ya sea alguna
cosa material, alguna persona o incluso a sí mismo. Pecar es desobedecer,
ofender y despreciar a Dios que nos ama. Al pecar, la persona se elige a sí
misma y se pone en contra de Dios.
El sentido del pecado.
En la Biblia conocemos el amor de Dios y vemos que Dios creó al ser humano
con gran amor. Pero el hombre se aparta de Dios y prefiere vivir su vida sin Él
(Gn. 3,1-7). Desde ese momento, descrito poéticamente en el Libro del
Génesis, el pecado se va convirtiendo en una realidad en la vida de todos los
hombres; el asesinato de Abel por su hermano Caín (Gn. 4,1-8); Israel que
adora al becerro de oro en el desierto después de que ha sido liberado de
Egipto por la intervención de Dios (Ex. 32, 1-6); la narración del pecado de
David que se queda con la mujer de su amigo Urías (2Sam. 11), son ejemplos
de cómo el pecado ha alcanzado a todos los hombres.
Consecuencias del pecado.
Para el ser humano, elegir libremente actuar en contra de la voluntad de Dios
tiene sus consecuencias y las sufre. El pecado aparta al hombre de Dios, que
es la única fuente de felicidad verdadera.
Al pecar el hombre no sufre solamente en su persona las consecuencias de su
acción, ya que además se convierte él mismo en un esclavo (Jn. 8,34). Al
apartar su corazón de Dios, lesiona la unidad que Dios quiere para toda la
humanidad y atenta contra la solidaridad, de manera que, mientras permanece
en el pecado, nada puede hacer realmente bueno para sí mismo, ni para sus
hermanos. Al vivir en esta situación, la persona se orienta con más facilidad al
pecado, lo cual va haciendo que los daños que se producen por el pecado en la
vida de otras personas sean cada vez mayores.
Dios nunca abandona al hombre en su pecado.
3. Dios llama al hombre a una vida plenamente feliz, pero el pecado le impide
alcanzarla. Para liberarse del pecado y de sus consecuencias, el hombre
necesita de la acción de Dios, pues no puede con sus propias fuerzas vencer el
pecado en su vida y alcanzar la vida eterna junto a Dios.
Ante el pecado del hombre, la respuesta de Dios es sorprendente: no ha
querido dejar al hombre a su suerte sino que lo salva. El profeta Oseas nos
enseña cómo trata Dios al pecador, comparándolo con una esposa infiel. Dios
hace todo por conquistar su amor (Os. 2, 16-19). Ante el pecado del hombre,
Dios siempre responde con un mayor acto de amor.
Ante el pecado de Adán, Dios hace la promesa de un Salvador (Gn. 3,15).
Posteriormente cuando parece que el mundo se ha corrompido totalmente
decide acabar con los hombres por medio del diluvio, pero salva a Noé y a su
familia para que la humanidad no sea exterminada de la tierra. Los hombres
continúan en el pecado y Dios decide establecer una Alianza llamando a
Abraham, del cual formará un pueblo que será de su propiedad. Este pueblo,
Israel, peca y se aleja de Dios y Él, por medio de los profetas, les recuerda la
esperanza de la salvación. El pueblo experimenta el dolor y el sufrimiento cada
vez que se aparta de Dios. Y Él, nuevamente sale en su auxilio hasta que,
llegada la plenitud de los tiempos, decide enviar a su Hijo como Salvador de la
humanidad (Gal. 4, 4).
Jesús nos llama a la conversión.
Jesucristo nos muestra la misericordia de Dios por los pecadores: “Donde
abundó el pecado sobreabundó la gracia” (Rm. 5,20); Jesucristo murió para
remisión de los pecados y salvación de todos.
La respuesta definitiva de Dios ante nuestro pecado es Jesucristo, quien, por el
misterio de su encarnación, pasión, muerte y resurrección, borró la ofensa
cometida contra Dios y nos devolvió la gracia que habíamos perdido. Nos
reconcilia con Dios y con nuestros hermanos.
Esta respuesta de Dios, requiere de una nueva respuesta del hombre.
Jesucristo nos invita a romper definitivamente la relación con el pecado: “El
tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en
la Buena Nueva” (Mc. 1, 15). En las palabras que dirige a la mujer adúltera,
podemos escuchar lo que nos pide con relación al pecado: “No peques más”
(Jn 8, 11). Después de encontrarnos con Jesús tenemos necesidad de un
cambio de actitudes y conductas.
Cuando hablamos del mal que existe en el mundo, no podemos olvidar que el
mal procede del pecado, y que para acabar con el mal y con el sufrimiento,
debemos luchar por acabar con el pecado empezando por nuestra vida
personal pues, Dios ama al pecador pero aborrece el pecado. Él se acerca a
nuestra vida y a nuestra comunidad para devolvernos la gracia y con ella, la
esperanza de la felicidad verdadera, la vida eterna.
4. Ante el pecado en el mundo y en mi propia persona tengo que reafirmar mi fe
en Dios; Él me sigue amando y me demuestra su amor enviando a Jesucristo
para que yo pueda tener vida (1Jn. 4, 9). Debo creer que a pesar de mi pecado,
Dios me sigue amando y sigue llamándome a ser su discípulo misionero,
Agente de Pastoral en esta Iglesia diocesana, continuador de su obra
evangelizadora y mediador de su gracia para muchas personas.
Leemos la curación del paralítico (Mc. 2,1-12)
A manera de Lectio Divina, responder las siguientes preguntas:
¿A qué población llega Jesús?
¿Qué les anunciaba?
¿Qué tuvieron que hacer los que llevaban al paralítico con tal de
colocarlo frente a Jesús para que lo sanara?
Que vio Jesús en los que cargaban al paralítico?
¿Qué le dijo Jesús al paralítico?
¿Qué pensaban los escribas?
¿Qué les replicó Jesús a ellos?
La orden de Jesús al paralítico es para que sus adversarios sepan que…
¿Cómo quedó la gente ante aquel signo?
¿Qué decían?
Anselm Grün en su libro “JESÚS, CAMINO HACIA LA LIBERTAD. El Evangelio
de Marcos” Pág. 34 ofrece estas pistas para profundizar en el texto que
acabamos de leer.
Para que el paralítico sea curado, los cuatro hombres abren un agujero
en el techo de la casa; tienen que destruir algo de la casa para alcanzar
la salud. No se dejan vencer por los obstáculos.
En muchas circunstancias de la vida, el miedo se convierte en el causa
de muchas parálisis. El miedo bloquea, detiene, paraliza. “Tengo miedo
de decir algo ante los demás”; “tengo miedo a la opinión de los demás”;
“tengo miedo ante situaciones difíciles”; “tengo miedo ante los
poderosos”; “tengo miedo ante un peligro”; “tengo miedo a la propia
culpa”; “tengo miedo a que mi culpa sea descubierta…”
Jesús ve la fe de los cuatro hombres que cargan al paralítico y no la fe
del enfermo.
El enfermo quiere sanar, quiere caminar, pero Jesús primero le perdona
los pecados.
La parálisis tiene que ver con una actitud interna; el paralítico malogra su
ser humano porque piensa que debe ser perfecto, que no debe mostrar
ninguna debilidad. Como no quiere ser débil, no se arriesga a levantarse
en su debilidad, sino que permanece, por esta misma debilidad, atado a
su camilla. El que se levanta sabe que puede volver a caer; el que evita
cualquier caída permanece siempre en la tumba de su miedo y de su
parálisis.
El enfermo, supuestamente no ha incumplido ningún mandamiento, pero
ha negado la vida. Y la verdadera culpa consiste en no vivir la vida que
Dios nos ha confiado. Jesús le habla al enfermo de esa vida no vivida;
5. de su actitud de negación de la vida. Le habla del perdón de sus
pecados, de la dulzura y de la confianza incondicional de Dios, y le
posibilita un nuevo comienzo. Le da el perdón de sus pecados, le da la
posibilidad de romper con sus culpas y errores, de abandonar su actitud
de rechazo de la Vida en plenitud. Le invita a tener el valor de ser él
mismo, de levantarse con sus defectos, errores y debilidades. Le ordena
abandonar su negación a vivir y le exige confiar en la vida.
Cuando el alma ha sido curada por el perdón y la paz, entonces también
el cuerpo puede ser curado y es posible vencer las parálisis y caminar.
Cuando el paralítico se levanta muestra que el perdón de los pecados ha
sido eficaz. Ya no se aferra a sí mismo, ni a su miedo. Ya no rechaza la
novedad de la vida que Jesús le ofrece. Las Palabras de Jesús,
pronunciadas con un poder absoluto, le dan fuerza para levantarse.
Jesús lo pone en contacto con su propia fuerza y con esta puede
levantarse. Ya no le dan miedo sus limitaciones porque ya no le
mantienen atado; ahora al ser perdonado, se puede levantar sobre sus
propios pies y sólo así puede caminar, cargando con su propia camilla,
con sus propias limitaciones que serán un constante reto por transformar
la fragilidad de su propia persona.
ACTUAR:
¿Cómo ilumina todo lo anterior mi situación personal y comunitaria?
¿Qué puedo hacer para transformar mi forma de ser, de pensar y de
actuar para avanzar con fidelidad por el camino del discípulo misionero?
¿En qué signos concretos se manifestará mi auténtica y profunda actitud
de conversión?
¿Con qué signos se expresará la conversión de la comunidad eclesial en
la que participo?
CELEBREMOS NUESTRA FE:
El coordinador del grupo entregará una hoja de papel a todos los asistentes, y
les pedirá que escriban, brevemente, sus compromisos para lograr una
conversión personal.
Cada participante se pondrá de pie. Y si gusta, leerá sus compromisos y los
depositará en una canasta, al pie de un crucifijo.
Terminamos nuestra oración con un canto: Yo tengo fe.