2. En el pueblo de Canfranc, en pleno pirineo aragonés,
vivía hace muchos años Damián, llamado el Cucharero.
Formaba parte del
grupo de pastores de la
comarca que bajaban a
Tierra Plana en cuanto
asomaban los primeros
fríos, para proteger al
ganado y darle pastos en
los campos situados más
al sur, donde la nieve
desaparecía antes.
3. Aunque Damián quiso cambiar su vida. Ese año, había sido
padre de un niño y decidió que quería celebrar esa Navidad con
su mujer y su hijo, como hacían los de los pueblos de Tierra
Plana, y después vivir en su casa, no en el monte.
Para conseguir su propósito, había pasado muchas horas
tallando madera de boj fabricando cientos de cucharas, cazos y
cucharones mientras los demás dormían.
Sólo quedaba ahora recorrer los pueblos del Valle y vender la
mercancía. Así ganaría el dinero suficiente para sobrevivir al
invierno, y la primavera siguiente ya se vería.
Pero llegó el 24 de diciembre y Damián apenas había
vendido algo. Tenía que pasar a Francia y probar allí suerte.
4. Damián partió hacia las montañas del Puerto aquella
fría mañana de la Nueibuena, sin hacer caso de las
habladurías de su mujer y de su suegra: contaban que en
los ibones de Puerto habitaban seres malignos que
acababan con los caminantes, si se atrevían a pasar por
allí en los días mágicos de los solsticios.
5. Las ventas no le fueron mal del todo, pero apuró el
tiempo todo lo que pudo y la noche se le echó
encima. Conocía muy bien el camino, y confiaba en
las estrellas, como tantas otras noches de pastoreo.
Sin embargo, la cima del puerto le sobrecogió. La
nieve amortiguaba el sonido de las pisadas. El viento
estaba calmado y el silencio era absoluto. Hasta que
escuchó una voz que provenía del ibón: Al principio
no se lo creyó. Pero al poco tiempo, a la primera voz
se unieron otras, y todas parecían voces de mujer.
6. A Damián le temblaban las piernas y las manos,
pero comenzó a andar hacia el lago. Su nombre
formó parte del coro de aquellas voces angelicales:
-Damián, Damián, ven, ven...
El hechizo de las Fadas de los Ibons de Puerto
volvía a elevarse por encima de las aguas heladas, y
su poder arrancaba de esta vida al pobre Damián y
le obligaba a arrojarse en los brazos glaciales de los
lagos de la montaña.
La profundidad de un ibón fue su tumba.
7. Pasados los años, todas
las Nueibuenas, un
joven montañés
llamado Fabián sube
a Puerto y arroja una
rama de boj, de
bucho, a las calmas
aguas del ibón.