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Dolor y sufrimiento humano
La vida no se entiende sin el hombre. Lo humano inunda todos los rincones de
nuestro mundo.
Todos nacemos vulnerables y desprotegidos, pero revestidos de dignidad.
Estrenamos libertad y aceptamos nuestra obligación de vivir. Todos fuimos
premiados con la misma suerte: la de ser hombres.
Los conceptos de libertad y dignidad humana son claves para poder
acercarnos al dolor y el sufrimiento humanos. Son dos de nuestros grandes
tesoros.
Nuestra libertad necesita el servicio de nuestra voluntad para aspirar a ser más
humano. El hombre sólo se reconoce libre, y cuando se siente cautivo de
alguien o algo, se revela en lo más intimo de él. Así le decía Don Quijote a
Sancho: “la libertad es uno de los más preciosos dones que los cielos dieron a
los hombres, con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni
el mar; por la libertad como por la honra se puede y debe aventurar la vida”.
Por conocernos sujetos libres, no podemos modificar las condiciones o reglas
de nuestra partida en la vida. Nadie por nosotros podrá vivir nuestra propia vida
y por tanto enfrentarse a la provocación del dolor y a la prueba del sufrimiento.
El precio de nuestra libertad es que podremos ser felices, pero de igual
manera, podremos sufrir.
La dignidad es el atributo primero de cualquier hombre. Es la joya que
encerramos cada uno de nosotros. Nadie puede renunciar a la dignidad que le
ha sido regalada. Es triste observar cómo la mancillamos en tantas ocasiones.
En estos malos tiempos para la dignidad humana es más preciso, si cabe, su
defensa y admiración. Por ella somos capaces de lo mejor. En palabras del
filósofo Kant: “la humanidad misma es dignidad: porque el hombre no puede
ser utilizado únicamente como medio por ningún hombre (ni por otros, ni
siquiera por sí mismo), sino siempre a la vez como fin, y en esto consiste
precisamente su dignidad en virtud de la cual se eleva sobre todas las cosas ”1.
En tanto que somos dignos podemos vivir todo lo que le es propio al hombre,
incluido el dolor y el sufrimiento. Ningún hombre pierde su dignidad por sufrir.




         1
            KANT, Metafísica de las Costumbres, Segunda parte. Principios de la doctrina de la virtud, Tecnos, trad. de
Cortina, A., Madrid, 1989.
Hemos sido afortunados habiendo sido invitados a vivir. Los dones que se nos
han concedido han sido muchos. Pero la vida humana no sería como es, si no
tuviéramos la certeza de nuestra propia muerte. “El miedo a la muerte es un
miedo universal aunque creamos que lo hemos dominado en muchos niveles”.2
Morimos porque hemos vivido y no al contrario como algunos agoreros
pregonan. Somos conocedores que el dolor y el sufrimiento nos aguardan. Sus
ecos nos recuerdan lo inevitable de nuestra muerte y eso nos aterra de inicio.
El dolor y sufrimiento son universales, inevitables, caprichosos,
incomprensibles, pero fundamentalmente humanos.
La dignidad, el amor, la libertad, la justicia, la solidaridad, la alegría, la felicidad
son humanas, pero de igual manera lo son el dolor, el sufrimiento, la amargura,
la pena. El hombre sólo puede vivir una vida auténtica si conoce por igual la
caricia del amor y el zarpazo del sufrimiento. Distorsionamos la verdad sobre el
hombre si pretendemos excluir las experiencias que siendo humanas no nos
son agradables o placenteras. Empequeñeceríamos al hombre y lo haríamos
cautivo de una gran mentira.
Nos interesamos en estos momentos por el dolor y sufrimiento humanos con
mayor detalle.
Según la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (AIED), éste se
define como “una experiencia sensitiva y emocional desagradable asociada a
una lesión tisular real o potencial o descrita en términos de daño”. De esta
definición se desprenden varios conceptos importantes. El primero, que el dolor
es una experiencia subjetiva y personal; el segundo es la existencia o no de
una lesión tisular real, es decir no es necesaria la presencia de una lesión
morfológica que justifique el dolor de una persona.3
Como vemos esta definición de dolor tiene mucho que ver con la biología
humana. Hay un grado moderado de dolor físico que de ningún modo podemos
denominar sufrimiento, pues tiene, en la coherencia total de la vida, un sentido
claramente conocido, una función biológica, y lo aceptamos sin objeción.
El dolor no es sinónimo de sufrimiento. Puede existir dolor sin sufrimiento, y
sufrimiento sin dolor. Es frecuente encontrarlos asociados, pero
indudablemente hablamos de conceptos que describen realidades diferentes. 4
De ahí la pertinencia de encontrar una buena definición de sufrimiento. Para mi,
la mejor es la que formularon los autores Chapman y Gravin: “el sufrimiento es
un estado afectivo, cognitivo y negativo complejo caracterizado por la
sensación que experimenta la persona de encontrarse amenazada en su
integridad, por su sentimiento de impotencia de hacer frente a esta amenaza y
por el agotamiento de los recursos personales y psicosociales que le
permitirían afrontarla”5. La amenaza a su integridad y el agotamiento de los
recursos para afrontarla por parte de la persona, son las características que
mejor definen al sufrimiento humano.



2
  Elisabeth Kübler-Ross. Sobre la muerte y los moribundos. Editorial Mondadori. Barcelona 1975.
3
  Melzack R. y Katz J. Pain assessment in adult patients. En P.D. Wall y R. Melzack (Eds). Text of pain.
5th Edition. Elsevier Churchill Livingstone. Edinburg 2006.
4
  Ramón Bayés. “Psicología del sufrimiento y de la muerte”. Editorial Martínez Roca. Barcelona 2001.
5
  CR Chapman y J Garvin. “Suffering: the contributions of persistent pain” The Lancet 353, 2233-2237.
1999.
Titán “Atlas”

De una forma muy bella el santo de Hipona, describe de forma magistral el
sufrimiento que padeció por la pérdida de un amigo y que claramente se
diferencia de lo que entendemos por dolor físico: “¡Qué terrible dolor para mi
corazón! Cuanto miraba era muerte para mí: la ciudad se me hacía
inaguantable, mi casa insufrible y cuanto había compartido con él se me volvía
sin él en un cruelísimo suplicio. Lo buscaba por todas partes y no aparecía; y
llegué a odiar todas las cosas, porque no podían decirme como antes, cuando
venía después de una ausencia:”he aquí que ya viene” (…). Sólo el llanto me
era dulce y ocupaba el lugar de mi amigo en las delicias de mi corazón (…). Me
maravillaba que la gente siguiera viviendo, muerto aquél a quien yo había
amado como si nunca hubiera de morir; y más me maravillaba aún que, muerto
él, siguiera yo viviendo, que era otro él. Bien dijo el poeta Horacio de su amigo
que era la “mitad de su alma”, porque yo sentí también, como Ovidio, que “mi
alma y la suya no eran más que una en dos cuerpos”; y por eso me producía
tedio el vivir, porque no quería vivir a medias, y a la vez temía quizá mi propia
muerte, para que no muriera del todo aquél a quien yo tanto amaba”.6




                                                          San Agustín




6
    San Agustín. “Confesiones”. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid 1970.
El hombre siempre ha encontrado soluciones para el dolor y el sufrimiento, y
también en algunas ocasiones respuestas. Comenzaremos un recorrido por
las mismas.
Dependiendo de las diferentes concepciones que se tienen del hombre y de la
época histórica a que nos refiramos, podemos encontrar estas diferentes
respuestas.
Así para un materialista, el sentido de las cosas está ligado al obrar del
hombre. El sentido termina allí donde la praxis llega a su término. En ese
momento sólo le queda al hombre la resignación.
Para el estoico actual que acepta desde el principio voluntariamente lo que no
puede cambiar, no puede entender que le pueda suceder nada que le obligue a
sufrir, ya que no ha podido intervenir sobre su generación.
Nietzsche, defensor de la “Teoría moderna del caos y del azar”, afirma: “he
encontrado que en las cosas esta feliz certidumbre: prefieren danzar con los
pies del azar”. ¿Qué necesidad existe de encontrar ningún sentido a nada si
nos gobierna el imperio del azar?
El nuevo pensador occidental influenciado por las corrientes budistas, tan de
moda en nuestra sociedad, nos invita a apartar la conciencia del lugar donde se
sufre. A través de la meditación desaparece el yo, se anula nuestra conciencia
y por tanto nuestra posibilidad de sufrir.
La sociedad actual concentra sus esfuerzos en la evitación y supresión del
dolor, así como en la disminución del sufrimiento. En muchas ocasiones elude
el acercamiento a ambos fenómenos, por considerarlo un proceso penoso y
duro.
Vivimos en una sociedad dinámica que a diferencia de las sociedades
primitivas, tiende a la abolición del sufrimiento cuando puede, y a la ocultación
del mismo cuando no lo consigue. Cuando no puede plantarle cara desde un
punto de vista de manejo y control del mismo, y por tanto no lo puede hacer
desaparecer, esta sociedad moderna se queda sin saber que decir.7
Si se cae en el error de rechazar sistemáticamente el sufrimiento y el sacrificio
que inevitablemente la realidad nos demanda, se puede conseguir al precio de
aceptar una vida falseada en sus cimientos, que al precio de deshumanizarse
paulatinamente, engendra personalidades afectivamente débiles e inestables.
El hombre se revela ante esta visión desnaturalizada de su esencia y aspira a
encontrar un sentido.
La pregunta acerca del sentido del sufrimiento es, ante todo, una pregunta
paradójica. Ella misma es expresión de sufrimiento, de ausencia indudable del
sentido del actuar, de falta de control del mismo y de desesperación ante tan
gravosa situación. Posiblemente busquemos lo que el psiquiatra austriaco
Victor Frankl, superviviente del holocausto nazi, escribíó: “cualquier tipo de
sufrimiento y de sacrificio que la vida nos depara, será aceptado con fortaleza
por el ser humano, si sabe que detrás de él hay un sentido que puede iluminar
su significado”8
Finalmente, muchos pensadores consideran que la cuestión sobre el sentido
del sufrimiento es específicamente una cuestión religiosa. Nuestra sociedad
occidental de tradición judeo–cristiana, sitúa la pregunta frente a un Dios
omnipotente y justo. Sólo a Él es posible preguntarle: ¿cómo se armoniza el


7
    Robert Spaemann. “Distintas actitudes frente al dolor humano”. Revista Atlántida. Número 15.
8
    Victor Frankl. “El hombre en busca de sentido”. Editorial Herder. Barcelona 1979.
hecho de la existencia de un Dios bondadoso con la existencia de sufrimiento
en el mundo?

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Dolor y sufrimiento humano

  • 2. La vida no se entiende sin el hombre. Lo humano inunda todos los rincones de nuestro mundo. Todos nacemos vulnerables y desprotegidos, pero revestidos de dignidad. Estrenamos libertad y aceptamos nuestra obligación de vivir. Todos fuimos premiados con la misma suerte: la de ser hombres. Los conceptos de libertad y dignidad humana son claves para poder acercarnos al dolor y el sufrimiento humanos. Son dos de nuestros grandes tesoros. Nuestra libertad necesita el servicio de nuestra voluntad para aspirar a ser más humano. El hombre sólo se reconoce libre, y cuando se siente cautivo de alguien o algo, se revela en lo más intimo de él. Así le decía Don Quijote a Sancho: “la libertad es uno de los más preciosos dones que los cielos dieron a los hombres, con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar; por la libertad como por la honra se puede y debe aventurar la vida”. Por conocernos sujetos libres, no podemos modificar las condiciones o reglas de nuestra partida en la vida. Nadie por nosotros podrá vivir nuestra propia vida y por tanto enfrentarse a la provocación del dolor y a la prueba del sufrimiento. El precio de nuestra libertad es que podremos ser felices, pero de igual manera, podremos sufrir. La dignidad es el atributo primero de cualquier hombre. Es la joya que encerramos cada uno de nosotros. Nadie puede renunciar a la dignidad que le ha sido regalada. Es triste observar cómo la mancillamos en tantas ocasiones. En estos malos tiempos para la dignidad humana es más preciso, si cabe, su defensa y admiración. Por ella somos capaces de lo mejor. En palabras del filósofo Kant: “la humanidad misma es dignidad: porque el hombre no puede ser utilizado únicamente como medio por ningún hombre (ni por otros, ni siquiera por sí mismo), sino siempre a la vez como fin, y en esto consiste precisamente su dignidad en virtud de la cual se eleva sobre todas las cosas ”1. En tanto que somos dignos podemos vivir todo lo que le es propio al hombre, incluido el dolor y el sufrimiento. Ningún hombre pierde su dignidad por sufrir. 1 KANT, Metafísica de las Costumbres, Segunda parte. Principios de la doctrina de la virtud, Tecnos, trad. de Cortina, A., Madrid, 1989.
  • 3. Hemos sido afortunados habiendo sido invitados a vivir. Los dones que se nos han concedido han sido muchos. Pero la vida humana no sería como es, si no tuviéramos la certeza de nuestra propia muerte. “El miedo a la muerte es un miedo universal aunque creamos que lo hemos dominado en muchos niveles”.2 Morimos porque hemos vivido y no al contrario como algunos agoreros pregonan. Somos conocedores que el dolor y el sufrimiento nos aguardan. Sus ecos nos recuerdan lo inevitable de nuestra muerte y eso nos aterra de inicio. El dolor y sufrimiento son universales, inevitables, caprichosos, incomprensibles, pero fundamentalmente humanos. La dignidad, el amor, la libertad, la justicia, la solidaridad, la alegría, la felicidad son humanas, pero de igual manera lo son el dolor, el sufrimiento, la amargura, la pena. El hombre sólo puede vivir una vida auténtica si conoce por igual la caricia del amor y el zarpazo del sufrimiento. Distorsionamos la verdad sobre el hombre si pretendemos excluir las experiencias que siendo humanas no nos son agradables o placenteras. Empequeñeceríamos al hombre y lo haríamos cautivo de una gran mentira. Nos interesamos en estos momentos por el dolor y sufrimiento humanos con mayor detalle. Según la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (AIED), éste se define como “una experiencia sensitiva y emocional desagradable asociada a una lesión tisular real o potencial o descrita en términos de daño”. De esta definición se desprenden varios conceptos importantes. El primero, que el dolor es una experiencia subjetiva y personal; el segundo es la existencia o no de una lesión tisular real, es decir no es necesaria la presencia de una lesión morfológica que justifique el dolor de una persona.3 Como vemos esta definición de dolor tiene mucho que ver con la biología humana. Hay un grado moderado de dolor físico que de ningún modo podemos denominar sufrimiento, pues tiene, en la coherencia total de la vida, un sentido claramente conocido, una función biológica, y lo aceptamos sin objeción. El dolor no es sinónimo de sufrimiento. Puede existir dolor sin sufrimiento, y sufrimiento sin dolor. Es frecuente encontrarlos asociados, pero indudablemente hablamos de conceptos que describen realidades diferentes. 4 De ahí la pertinencia de encontrar una buena definición de sufrimiento. Para mi, la mejor es la que formularon los autores Chapman y Gravin: “el sufrimiento es un estado afectivo, cognitivo y negativo complejo caracterizado por la sensación que experimenta la persona de encontrarse amenazada en su integridad, por su sentimiento de impotencia de hacer frente a esta amenaza y por el agotamiento de los recursos personales y psicosociales que le permitirían afrontarla”5. La amenaza a su integridad y el agotamiento de los recursos para afrontarla por parte de la persona, son las características que mejor definen al sufrimiento humano. 2 Elisabeth Kübler-Ross. Sobre la muerte y los moribundos. Editorial Mondadori. Barcelona 1975. 3 Melzack R. y Katz J. Pain assessment in adult patients. En P.D. Wall y R. Melzack (Eds). Text of pain. 5th Edition. Elsevier Churchill Livingstone. Edinburg 2006. 4 Ramón Bayés. “Psicología del sufrimiento y de la muerte”. Editorial Martínez Roca. Barcelona 2001. 5 CR Chapman y J Garvin. “Suffering: the contributions of persistent pain” The Lancet 353, 2233-2237. 1999.
  • 4. Titán “Atlas” De una forma muy bella el santo de Hipona, describe de forma magistral el sufrimiento que padeció por la pérdida de un amigo y que claramente se diferencia de lo que entendemos por dolor físico: “¡Qué terrible dolor para mi corazón! Cuanto miraba era muerte para mí: la ciudad se me hacía inaguantable, mi casa insufrible y cuanto había compartido con él se me volvía sin él en un cruelísimo suplicio. Lo buscaba por todas partes y no aparecía; y llegué a odiar todas las cosas, porque no podían decirme como antes, cuando venía después de una ausencia:”he aquí que ya viene” (…). Sólo el llanto me era dulce y ocupaba el lugar de mi amigo en las delicias de mi corazón (…). Me maravillaba que la gente siguiera viviendo, muerto aquél a quien yo había amado como si nunca hubiera de morir; y más me maravillaba aún que, muerto él, siguiera yo viviendo, que era otro él. Bien dijo el poeta Horacio de su amigo que era la “mitad de su alma”, porque yo sentí también, como Ovidio, que “mi alma y la suya no eran más que una en dos cuerpos”; y por eso me producía tedio el vivir, porque no quería vivir a medias, y a la vez temía quizá mi propia muerte, para que no muriera del todo aquél a quien yo tanto amaba”.6 San Agustín 6 San Agustín. “Confesiones”. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid 1970.
  • 5. El hombre siempre ha encontrado soluciones para el dolor y el sufrimiento, y también en algunas ocasiones respuestas. Comenzaremos un recorrido por las mismas. Dependiendo de las diferentes concepciones que se tienen del hombre y de la época histórica a que nos refiramos, podemos encontrar estas diferentes respuestas. Así para un materialista, el sentido de las cosas está ligado al obrar del hombre. El sentido termina allí donde la praxis llega a su término. En ese momento sólo le queda al hombre la resignación. Para el estoico actual que acepta desde el principio voluntariamente lo que no puede cambiar, no puede entender que le pueda suceder nada que le obligue a sufrir, ya que no ha podido intervenir sobre su generación. Nietzsche, defensor de la “Teoría moderna del caos y del azar”, afirma: “he encontrado que en las cosas esta feliz certidumbre: prefieren danzar con los pies del azar”. ¿Qué necesidad existe de encontrar ningún sentido a nada si nos gobierna el imperio del azar? El nuevo pensador occidental influenciado por las corrientes budistas, tan de moda en nuestra sociedad, nos invita a apartar la conciencia del lugar donde se sufre. A través de la meditación desaparece el yo, se anula nuestra conciencia y por tanto nuestra posibilidad de sufrir. La sociedad actual concentra sus esfuerzos en la evitación y supresión del dolor, así como en la disminución del sufrimiento. En muchas ocasiones elude el acercamiento a ambos fenómenos, por considerarlo un proceso penoso y duro. Vivimos en una sociedad dinámica que a diferencia de las sociedades primitivas, tiende a la abolición del sufrimiento cuando puede, y a la ocultación del mismo cuando no lo consigue. Cuando no puede plantarle cara desde un punto de vista de manejo y control del mismo, y por tanto no lo puede hacer desaparecer, esta sociedad moderna se queda sin saber que decir.7 Si se cae en el error de rechazar sistemáticamente el sufrimiento y el sacrificio que inevitablemente la realidad nos demanda, se puede conseguir al precio de aceptar una vida falseada en sus cimientos, que al precio de deshumanizarse paulatinamente, engendra personalidades afectivamente débiles e inestables. El hombre se revela ante esta visión desnaturalizada de su esencia y aspira a encontrar un sentido. La pregunta acerca del sentido del sufrimiento es, ante todo, una pregunta paradójica. Ella misma es expresión de sufrimiento, de ausencia indudable del sentido del actuar, de falta de control del mismo y de desesperación ante tan gravosa situación. Posiblemente busquemos lo que el psiquiatra austriaco Victor Frankl, superviviente del holocausto nazi, escribíó: “cualquier tipo de sufrimiento y de sacrificio que la vida nos depara, será aceptado con fortaleza por el ser humano, si sabe que detrás de él hay un sentido que puede iluminar su significado”8 Finalmente, muchos pensadores consideran que la cuestión sobre el sentido del sufrimiento es específicamente una cuestión religiosa. Nuestra sociedad occidental de tradición judeo–cristiana, sitúa la pregunta frente a un Dios omnipotente y justo. Sólo a Él es posible preguntarle: ¿cómo se armoniza el 7 Robert Spaemann. “Distintas actitudes frente al dolor humano”. Revista Atlántida. Número 15. 8 Victor Frankl. “El hombre en busca de sentido”. Editorial Herder. Barcelona 1979.
  • 6. hecho de la existencia de un Dios bondadoso con la existencia de sufrimiento en el mundo?