1) Una chica llamada Gabrielle fue secuestrada por terroristas y se le encargó la misión de ser una bomba humana, pero decidió renunciar y acudir a la policía para evitar un atentado planeado para el 20 de mayo. 2) Fue asesinada antes de poder contar su historia a la policía. 3) La detective Lana descubre que las cámaras de seguridad de la comisaría fueron desconectadas la noche del asesinato de Gabrielle y sospecha que su compañero Charles está involucrado.
1. “Una nueva bomba”
París, 18 de mayo de 2015
Era de noche y una chica pelirroja y pequeña se acercaba con paso tembloroso a la comisaría
de policía. De repente se detuvo. Ella sabía que era lo correcto, pero se hacía muy difícil confesar
ya que corría peligro. Toda su vida había sido destruida en una misión militar en Siria hacía dos
años. El secuestro había sido duro, las torturas y los castigos habían conseguido su fin: ser una
bomba. Ella se había convertido al islam, había hecho todo lo que aquellos terroristas le pedían, lo
había intentado todo por llegar a ese estado de felicidad inalcanzable. Pero todo era una mentira, y
esas semanas de vuelta en su hogar, Francia, se lo habían demostrado. Lo que iba a hacer no le
conduciría a la felicidad, sino que la haría más miserable. Estaba decidida, iba a contar la verdad a
la policía y afrontaría las consecuencias. La vida de miles de personas estaba en sus manos.
Con paso, ahora firme, se encaminó hacia las puertas de lo que podría ser el comienzo de
una relativa felicidad. Al entrar todo estaba oscuro, excepto por unas luces al final de un pasillo que
conducía a una oficina.
– Perdone señorita, ¿busca a alguien? - preguntó por su espalda un atractivo detective. -
No puede estar aquí a estas horas a menos que sea una urgencia.
La chica quedó paralizada sin saber que responder. Un silencio de al menos un minuto
siguió a ese momento, hasta que, al fin, ella habló.
– Me llamo Gabrielle Lombard. - dijo con voz decidida. - Vengo a hablarle sobre un futuro
crimen. Mire, hace unos años fui secuestrada y se me ha encargado la misión de hacer de
bomba. Renunciaré mañana a la misión y desapareceré, pero debe saber que a estos
terroristas no les costará buscar otra persona, ellos...
– Estás hablando demasiado, ¿no crees? Te mandaron esta misión y la piensas echar a
perder por algún capricho. ¡No! ¡Eres chica muerta cuando se lo cuente al jefe!
Gabrielle había cometido un gran error. ¡Cómo había podido ser tan tonta! ¡Por supuesto que
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el jefe tenía espías en todas partes!
A la mañana siguiente...
Lana Fiquet, una hermosa detective de cabellos rubios recogidos en una coleta y ojos verdes
como esmeraldas, entraba por las puertas de la comisaría. Siempre le había gustado su trabajo,
llevar la mente y el cuerpo al límite, pero había casos que, simplemente, eran difíciles de llevar,
como el que le tocaba aquel día.
– Buenos días, Lana. - saludó su compañero, el detective Charles Assayag.
– Buenos días, Charles. ¿Tenemos algo interesante hoy? - preguntó con energía.
– Pues, una chica recibió siete disparos ayer en el abdomen. Esta mañana se ha encontrado
su cadáver e inmediatamente lo he relacionado con un loco que apareció gritando de
madrugada que él la había matado. Es más que evidente que él es el culpable. -
respondió notando la cara de interés de Lana. - Ahora está en el psiquiátrico, pero
cuando salga, le llevarán a la cárcel. Caso cerrado.
– Eh, esto todavía no está cerrado. - dijo con decisión la joven rubia. - Aún no se saben sus
motivos ni si hay alguien detrás de todo. Vamos a hablar con el culpable ya¡.
Lana y Charles salieron de la comisaría con rapidez y se dirigieron en coche hacia el
Hospital Psiquiátrico Saint Anne. Aquellos lugares no le gustaban mucho a nuestra detective, pero
el trabajo era el trabajo, por lo que buscó las oficinas de dirección y, rápidamente, al ver su placa de
policía, le dejaron entrar a la habitación del paciente más reciente.
El hombre era poco mayor que ella, tendría unos treinta y cinco años como mucho, pero se
veía mucho mayor. La situación era un poco extraña y siniestra ya que él no paraba de dar vueltas
en su silla.
– Perdone, ¿es usted el señor Marcel Allain? - preguntó Charles, a lo que siguió un
profundo silencio.
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3. “Una nueva bomba”
– Señor Allain, necesitamos que colabore en la investigación policial del asesinato de
Gabrielle Lombard. Usted apareció a altas horas de la madrugada gritando que era el
culpable, pero necesitamos que colabore dando detalles sobre lo que ha ocurrido en
realidad. - adjuntó la detective Fiquet.
El hombre levantó la mirada del suelo y dejó de dar vueltas. Fijó su mirada en la chica y, por
fin, habló.
– He matado a una bomba. - empezó a decir Marcel. - Me han obligado. Yo he matado a
una bomba, pero ellos no tardarán en encontrar una nueva. - siguió. - Si la encuentran,
no habrá nadie que se salve el 20 de mayo.
Acto seguido, el hombre comenzó a llorar y a gritar “he matado a una bomba” rompiendo
todo lo que se encontraba en la habitación. Estaba claro que no iban a conseguir mucha más
información de aquel hombre, por lo que decidieron marcharse y buscar nuevas fuentes, aunque
solo después de haber llamado a una enfermera para que se ocupara de Marcel.
Una vez que los dos detectives llegaron a la comisaría, se separaron. Charles intentaba hacer
entrar en razón a Lana y le quitaba importancia al caso, para él no se trataba más que de un chiflado
que había matado a una chica. Pero la joven policía estaba convencida de que había algo más, de
que aquellas palabras del hombre debían tener algún significado. Por ello, Charles decidió dedicarse
al papeleo de la oficina, mientras que Lana seguía investigando aquel caso tan raro.
No sabía por donde empezar, así que comenzó por lo más sencillo: conocer a la víctima,
meterse en su piel. No tardó mucho en encontrar la ficha de la pobre Gabrielle Lombard. Por lo
visto había sido militar hacía unos años, pero un secuestro en Siria a manos de una banda terrorista
arruinó su carrera y también su vida. La joven había sido reencontrada hacía unas semanas y había
vuelto a París con su familia. ¿Qué podría haber pasado para que Marcel acabase con la vida de la
chica? Éste había argumentado que le habían obligado, es decir, alguien estaba detrás de todo esto.
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4. “Una nueva bomba”
¿Quién podría ser? Quizás sus secuestradores habían vuelto a por ella y se había resistido. Pero si
Marcel había dicho que él mismo había matado a una bomba, ¿significaba eso que Gabrielle iba a
ser una bomba en algún momento? Si iba a ser la mujer-bomba que los terroristas necesitaban, ¿por
qué acabar con ella?
Lana estaba sumida en un mar de dudas y confusión, no sabía qué hacer con aquel caso.
Justo en el momento en el que se disponía a levantarse de su escritorio para visitar a los familiares
de la víctima, apareció por la comisaría una pelirroja de unos dieciséis años roja de la rabia y con
las mejillas y los ojos hinchados de haber estado llorando. Aquella adolescente se dirigía con paso
decidido al despacho del jefe de policía, sin duda debía de necesitar hablar con él de algo muy
importante. Lana no pudo evitar fijarse en la chica y en pensar si podría conocer a Gabrielle. Así
que, cuando ésta entró en el despacho de su superior, Lana se acercó a la mesa donde trabajaba
Charles para preguntarle sobre la chica.
– ¡Eh, Charles! - dijo la detective intentando llamar la atención de su compañero, pero éste
no contestaba. - Mira, sé que estás molesto porque me entrometa tanto en tu caso, pero
es simple y pura curiosidad de detective. No estorbaré más, te lo prometo. - dijo, a lo que
el detective Assayag levantó la mirada de los folios en los que estaba escribiendo. - Sólo
dime quién es esa chica, por favor. - pidió Lana un poco más esperanzada por el gesto de
su amigo.
– Está bien, te lo diré. Pero recuerda que has prometido dejar de meterte en mis asuntos. -
contestó.
– Sí, sí, claro. No me meteré más en el caso. - respondió con una sonrisa victoriosa la
detective.
– Se trata de Lila Lombard, la hermana pequeña de la víctima. Al parecer no está contenta
con que el culpable haya sido enviado a un psiquiátrico, le quiere entre rejas ya. - dijo
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Charles. - Aún no sé que le dirá el jefe para calmarla, lleva toda la mañana como loca
pidiendo explicaciones.
– Y no es para menos, acaban de matar a su hermana. - dijo Lana.
En ese momento, la joven Lila Lombard salía del despacho en el que se había encontrado
hacía unos instantes, y no parecía muy contenta. No debía de haber conseguido nada de lo que
buscaba, pero quizás Lana si podría encontrar algunas respuestas a todas las dudas que le carcomían
la cabeza por esa chica. Fue entonces cuando decidió acabar aquella conversación con su
compañero para intentar conocer algo más sobre la vida de Gabrielle.
– Seguro que se merecía morir. - carraspeó en voz bajita Charles.
– ¿Qué? - dijo sobresaltada Lana.
– Bueno, ya sabes. Si Gabrielle era en realidad una mujer-bomba como dice Marcel, no
merecía la pena que viviese si iban a morir otras personas a su costa. - intentó excusarse
el detective con voz temblorosa.
– Eh, sí claro. Bueno me marcho. Acabo de recordar que... que le prometí a mi madre que
cenaría con ella hoy, y llego un poco tarde. ¡Adiós! - dijo la joven como excusa para
poder ir a hablar con la hermana de la víctima.
Salió corriendo de la comisaría de policía pensando en la posibilidad de que la chica ya se
hubiese marchado, pero, afortunadamente, la pelirroja estaba sentada en un banco del parque
situado enfrente de la comisaría, mirando un charco con cara de tristeza y nostalgia.
– Lo siento, no he podido evitar verte allí dentro. - dijo Lana señalando el edificio donde
trabajaba. - Estoy al tanto de lo que te ha ocurrido y... bueno, me gustaría ayudar de
alguna manera.
– Ya no sé ni siquiera si deseo ver a ese hombre entre rejas... - dijo sollozando Lila. - Tan
sólo quiero tener a mi hermana de vuelta. Por fin la había recuperado, y ahora ha vuelto
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6. “Una nueva bomba”
a desaparecer, pero esta vez es para siempre. - terminó de decir rompiendo a llorar y
abrazándose al cuerpo de la detective Fiquet.
– Lo sé, sé que es difícil, pero este dolor se pasará. - dijo intentando consolar a la
jovencita. - ¿Recuerdas cómo estaba tu hermana el último día que la vistes? Es decir, su
estado de ánimo. ¿Se encontraba bien?
– La verdad es que no. Estas semanas desde que regresó de su secuestro estaba más fuera
de casa que dentro de ella. Decía que necesitaba ver el mundo, acostumbrarse a la vida
otra vez. - dijo Lila incorporándose e intentando que las lágrimas parasen. - Creo que no
era feliz.
– ¿Y recuerdas algún comportamiento extraño o algo que te dijera fuera de lo normal? -
preguntó.
– Ayer, después de cenar, subió a su habitación como todas las noches. Pero esta vez fue
distinto, la vi llorando y mirando viejos álbumes de fotos. Creo que sabía que iba a
morir. - respondió con tristeza. - Cuando entré en su habitación ella se giró para
mirarme y me dijo que no quería explotar, que no iba a explotar. Luego me dio un beso y
salió a la calle para dar un paseo nocturno.
A Lana se le encendió la bombilla. ¡Ahora todo cuadraba! La pobre Gabrielle iba a rebelarse
contra sus captores, ella iba a renunciar a su cargo de ser la mujer-bomba que los terroristas
necesitaban para llevar a cabo cualquiera que fuese su plan. ¡Por eso le ordenaron a Marcel que la
matase! Pero, si aquel hombre había dicho que nadie se salvaría el 20 de mayo, eso significaba que
otra persona sería la bomba y que solo quedaba un día para que muchas personas fuesen
asesinadas... ¡Necesitaba averiguar quién era la persona-bomba y dónde sería el atentado!
Nuestra detective se despidió de la pequeña Lila y salió corriendo hacia su puesto de trabajo
para contárselo todo a Charles, pero un guardia de vigilancia de la comisaría le agarró del brazo y le
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pidió que la acompañase. Éste la llevó a la sala de las cámaras de vigilancia y le pidió que tomara
asiento.
– Mire, sé que se está interesando por el caso de la chica asesinada anoche, y yo... tengo
que mostrarle algo. - dijo con seguridad el chico. - Ayer, mi compañero encargado de
hacer guardia se quedó dormido y no advirtió nada, pero esta mañana, al revisar las
grabaciones de anoche, encontramos algo raro. - continuó el guardia. - La joven
Gabrielle entró en la comisaría hacia las once y media, y acto seguido, todas las cámaras
fueron desconectadas, hasta esta mañana.
Lana no daba crédito a lo que sus ojos estaban viendo. Gabrielle se había acercado a la
comisaría, y tras unos minutos parada como sin saber qué hacer, había entrado. Pero, ¿qué había
pasado con las cámaras? Esa noche, Lana se quedó en la oficina buscando respuestas, intentando
averiguar algo sobre lo ocurrido, pero nada parecía suficiente. Era evidente que alguien había
desconectado las únicas pruebas que le podrían decir algo de lo que había pasado aquella noche con
Gabrielle. Eran las tres de la mañana y se estaba desesperando. Debía hacer algo, y debía hacerlo
ya, si no, moriría mucha gente. Fue entonces, cuando se fijó en el horario colgado en el corcho
enfrente de ella. En él se indicaba que su turno de trabajo acababa a las siete de la tarde, justo
cuando empezaba el de su compañero Charles, quien debía quedarse allí hasta las doce de la noche.
Eso significaba que Charles había hablado con Gabrielle la noche en que ella murió. Él lo sabía
todo y había dos opciones por las que no había contado nada de esto a nadie: 1. Charles había
matado a Gabrielle por alguna razón y había inculpado a Marcel (opción poco probable pues el
hombre no paraba de gritar traumatizado que él la había matado). 2. Charles era el próximo hombre-
bomba y no quería que nada entorpeciese la operación.
En ese momento, la detective se dispuso a contactar con su jefe para contarle todas sus
sospechas y, hacia las cinco de la mañana, ya había patrullas policiales buscando a Charles por
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todas partes. Ella acompañó a una de las patrullas con más policías a la casa de su compañero pero
no había nadie allí. Había debido abandonar la casa rápido al escuchar las sirenas, ya que las luces
estaban encendidas, el ordenador estaba funcionando y la puerta estaba abierta de par en par.
Cuando se aseguraron de que la casa era segura y de que se encontraba vacía se pusieron a
explorarla. En el dormitorio de Charles estaba la luz del flexo encendida, un lápiz tirado en el suelo
y en su mesa de escritorio había una carta.
“Querida mamá,
Cuando leas esto yo ya no estaré, pero te habré conseguido más tiempo, habré dado mi
vida para alargar la tuya. No quise elegir hacer esto, sé que no es lo correcto pero, ¿qué podía
hacer? Ellos me ofrecían un corazón sano para ti a cambio de ser un simple espía en el
departamento de policía. Parecía fácil y tenía que hacerlo por ti. Cuando la chica murió ayer,
cambiaron las reglas. Si quería conseguir ese corazón para ti, tenía que ser yo la bomba. Ojalá
pudiera estar a tu lado y secarte las lágrimas cuando leas esto, pero no cambiaría lo que voy a
hacer, porque voy a salvarte la vida.
Se despide por última vez tu hijo,
Charles.”
No cabía duda de lo que iba a pasar. Ahora sí había pruebas de que Charles iba a ser el
hombre-bomba. ¿Cómo había podido pasar esto del espionaje tanto tiempo sin darse cuenta? ¿Cómo
podría ser capaz de tal atrocidad su mejor amigo? Lana se encontraba mareada, solo tenía ganas de
llorar y esconderse y no aparecer nunca más. Pero antes, debía salvar a muchos inocentes. Debía
averiguar dónde y a qué hora iba a ocurrir todo.
Rápidamente, salió de la casa del que había sido su mejor amigo y compañero, y condujo en
un coche patrulla de la policía hasta el psiquiátrico Saint Anne. Iba a conseguir respuestas de
Marcel, quisiese él o no. Cuando entró por las puertas a aquel putrefacto y siniestro lugar se dirgió,
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sin vacilar en el camino, hacia la habitación del asesino.
– ¡Marcel! Necesito que hables y lo necesito ya¡. Dime dónde va a ocurrir el atentado. -
pidió angustiada Lana.
– He matado a una bomba. He matado a una bomba. He matado a una bomba. He matado
a una bomba. - decía sin parar el loco. - He matado a una bomba. He matado a una
bomba. He matado a una bomba. He matado a una bomba. He matado a una bomba.
– ¿¡No te das cuenta!? ¡Ya eres hombre encarcelado! Esa mujer que mataste, ¡nunca más
vivirá! Pero, si colaboras y ayudas a la policía, evitarás que mueran muchas personas y
tu condena se reducirá notablemente. - gritó desesperada la joven policía. - ¡Necesito tu
ayuda, por favor!
– En el extremo del Campo de Marte, bajo la Torre Eiffel. A las nueve debes estar allí para
evitarlo. - dijo con lágrimas Marcel. - Salva a esa gente, por favor.
– Lo haré, muchas gracias. - dijo Lana, cogiendo carrerilla para salir corriendo. Pero
Marcel la agarró del brazo y la detuvo.
– Antes de que te vayas, debes saber que Gabrielle, Charles y yo... solo somos víctimas de
la manipulación de estos terroristas. No nos estoy excusando, merecemos castigo todos
menos la pobre Gabrielle... - dijo Marcel antes de soltarla y romper a llorar de nuevo.
Lo primero que hizo Lana al salir del hospital fue avisar a todas las unidades para que se
dirgiesen hacia la Torre Eiffel. Eran las ocho y media, debían de darse prisa todos.
La detective Fiquet fue la primera en llegar de todos sus compañeros de la comisaría. Dejó
el coche aparcado y se acercó corriendo hasta el lugar donde debía ocurrir todo. Allí estaba su
compañero, su amigo, su apoyo más grande día a día, sentado en un banco esperando hasta las
nueve para convertirse en un asesino. Desde la lejanía todo lo que estaba ocurriendo parecía menos
real por lo que se mantuvo quieta en su sitio. Además, no podía hacer nada sin un arma que la
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protegiese. En unos minutos todo se puso patas arriba. La policía llegó por todas partes y desalojó la
zona, mientras un tembloroso y asustado Charles se mantenía quieto en el mismo lugar en el que
estaba cuando Lana llegó.
Le dieron una pistola a Lana y poco a poco se fue acercando a Charles.
– No hagas esto, por favor. - pidió con lágrimas en los ojos.
– No quiero hacerlo, pero debo hacerlo. - contestó Charles sin mirarla a los ojos.
Justo cuando se disponía a pulsar el botón, el joven detective recibió un balazo en el pecho.
Lana se acercó corriendo a recoger el detonador de la bomba y unos especialistas se encargaron de
desactivarla. El equipo médico montó a Charles rápidamente en una ambulancia y se lo llevaron al
hospital.
Unos días más tarde, todo le segúia pareciendo a Lana una historia inventada. Había
conseguido un ascenso en el trabajo y numerosas felicitaciones de todos sus compañeros de la
comisaría, pero había perdido a su amigo. Aquello iba a ser difícil de superar.
Una vez que Charles y Marcel se hubieron recuperado fueron juzgados por sus actos y, a
pesar de que el primero no había conseguido detonar la bomba, cumpliría varios años de condena
por intento de múltiple asesinato y destrucción de patrimonio histórico.
Lila consiguió saber la verdad sobre lo que había ocurrido con su hermana y pudo enterrarla
como la pobre Gabrielle se merecía. El entierro fue muy triste y emotivo, pero al menos, Gabrielle
ya podría encontrar su ansiada felicidad y descansar de tanto dolor como había habido en su vida.
– ¿Qué hará ahora, detective Fiquet? - preguntó con tristeza Lila.
– Ahora voy a meter entre rejas a los que secuestraron a tu hermana, a los que me quitaron
a mi mejor amigo.
FIN
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