1. La familia cristiana es una iglesia doméstica
Hno. Sidney Iván Linares
A través de la educación cristiana, los padres, ayudan a sus hijos a ser más conscientes de su
fe
"Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad
de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba
sobre él" (Lc 2,39-40).
La familia, es una comunidad de fe, esperanza y caridad. Por eso le podemos llamar Iglesia
doméstica.
La familia cristiana es una comunión de personas, que reflejan la comunión que existe en Dios
entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Así como Dios es creador, la familia comparte con Él esa obra, al procrear y educar a los hijos.
¡Qué gran dignidad tiene la familia que se asemeja a Dios en su obra creadora!.
La familia cristiana, como Jesús, que cuando vino al mundo se dedicó a llevar la palabra de su
Padre a todos los hombres, así, la familia tiene la misión de seguir sus pasos, de
evangelizar; primero que nada, a sus propios hijos y a todos cuantos le rodean. La familia
cristiana también es misionera, pues querrá que otras personas también conozcan a Dios, y
serán testimonio del amor de Dios por todos.
También, la familia cristiana esta llamada a la oración. A orar juntos a Dios, quien ha creado a
la familia. Así, una familia que reza unida, permanecerá unida, pues juntos, los miembros de
la familia se ayudarán mutuamente a vivir como auténticos cristianos.
Con la oración diaria, es decir, platicando con Dios en todo momento, contándole todo lo que
pasa entre la familia para así estar más cerca de Él, es como se va a fortalecer la unión y el
amor que existe entre los miembros familiares. Y, si una familia está unida con Dios por
medio de la oración común, el respeto a todas las personas (que somos imagen y semejanza
de Dios) se vivirá continuamente, como Dios lo ha planeado.
Es muy bueno el que todos los días, en familia se lea la Palabra de Dios. Si Dios está
presente en las conversaciones, el comportamiento de los miembros de la familia será reflejo
del amor de Dios. Si únicamente se habla de fútbol, chismes, envidias,..., el comportamiento de
la familia será de la misma manera.
La familia cristiana es privilegiada entre las que no son cristianas, ya que es llamada por Dios
nuestro Padre a ser en donde se dé la educación en los valores cristianos como el amor, la
ayuda mutua, el servicio a los demás y sobre todo, a seguir a Cristo como lo hicieron sus
apóstoles.
¡Qué hermoso es encontrar familias que viven ese amor por los demás! ¡Qué felicidad se ve en
los rostros de aquéllos que aman a Dios!
Cuando Dios habita en una familia, la felicidad abunda en todos sus miembros.
2. IGLESIA: MISTERIO COMUNIÓN, MISIÓN.
Estas tres palabras hacen perfecta síntesis de toda la rica eclesiología vivida en el post
Concilio.
La Iglesia es MISTERIO porque procede de Cristo Jesús y hace presente al Señor Jesús.
Podemos encontrar un texto muy significativo que nos resume este pensamiento: Efesios 1, 3-
14. La Iglesia es el ámbito de estas bendiciones que, desde toda eternidad, nos regala el
Padre, Dios.
La Iglesia es COMUNIÓN porque en ella se vive y expresa la unidad de cada uno con Cristo
Jesús y con los hermanos (Cf. 1 Corintios capítulos 12 y 13. “Casa y escuela de comunión” la
llamó el Papa Juan Pablo II1. .
La Iglesia es MISION porque recoge y vive la voluntad de Cristo Jesús en el momento de
culminar Él mismo la misión que había recibido del Padre. (Cf. Mateo 28, 16 – 20)
LA FAMILIA EXPRESIÓN DE LA IGLESIA MISTERIO.
El Papa Juan Pablo II escribió la Carta a las familias el 2 de febrero de 1994.La familia es el camino de la
Iglesia porque es el camino que ha de recorrer el hombre; éste “viene al mundo en el seno de una familia,
por lo cual puede decirse que debe a ella el hecho mismo de existir como hombre. Cuando falta la familia,
se crea en la persona que viene al mundo una carencia preocupante y dolorosa que pesará posteriormente
durante toda la vida”2
LA FAMILIA, TESTIMONIO DE LA IGLESIA COMUNIÓN.
“Así como Dios se realiza en el amor recíproco de las tres Personas de la Santísima Trinidad, así también
el matrimonio y la familia deben ser comunidad de amor entre los cónyuges y los hijos. De un
matrimonio, de una familia fuerte y unida, donde esté presente el amor cristiano en toda su riqueza (cf.
Col 3,16), cabe esperar una contribución efectiva a la civilización del amor: de un amor que tiene
primariamente en una comunidad familiar en la cual se vive como un solo corazón y una sola alma (cf.
Act 2,44): de un amor que es como el vino nuevo para la vocación de los esposos. Si todos están
volcados en el amor, alimentado en la conversación con Dios y revestido de compasión, de bondad de
dulzura y longanimidad (cf. Col 3,12) existirá también alegría, serena, profunda y madura.Se puede decir
por tanto que, ´desde el principio´y más aún en conformidad con el mensaje de Cristo, la familia ha sido
querida por Dios para ser radicalmente una comunidad al servicio del amor y de la vida.”3
En fin, la misión de la familia se comprende muy bien cuando meditamos el cuarto mandamiento. Se trata
de “honrar”, es decir de vivir actitudes de entrega desinteresada. Es una honra recíproca de todos en la
familia. Además es una actitud de toda la sociedad hacia la familia y de la familia a la sociedad. (cf Ex
20,12; Dt 20,1-16)4 Es muy importante anotar el alcance que el Catecismo de la Iglesia Católica da al
estudio del CUARTO MANDAMIENTO, cuando menciona en su contexto los deberes de la autoridad
civil y de los ciudadanos5
En la misión de la familia merece especial mención la educación. Ella es competencia fundamental de los
padres: “ son educadores por ser padres”. Se trata de una tarea para la cual han de contar con la
subsidiariedad del Estado. Se trata de una educación que ponga las bases para una futura autoeducación.
Es importante subrayar la educación religiosa y la educación para el discernimiento de la propia
vocación.6
1
JUAN PABLO II, Carta Apostólica NOVO MILLENNIO INEUNTE, n. 43
2
JUAN PABLO II, CARTA A LAS FAMILIAS, n. 2 ( en adelante citaremos CARTA)
3
Juan Pablo II, DICURSO A LAS FAMILIAS, Cali 4 de julio de 1986, n.4.
4
CARTA, n.15
5
Cfr. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, ns. 2234 - 2246
6
CARTA, n.16
3. Familia: Diez mandamientos para ser buenos padres
1. Demuéstrale lo mucho que le quieres.
Todos los padres quieren a sus hijos pero ¿se lo demuestran cada día?, ¿les dicen que ellos son lo más
importante que tienen, lo mejor que les ha pasado en la vida? No es suficiente con atender cada una de sus
necesidades: acudir a consolarle siempre que llore, preocuparse por su sueño, por su alimentación; los cariños y
los mimos también son imprescindibles. Está demostrado; los padres que no escatiman besos y caricias tienen
hijos más felices que se muestran cariñosos con los demás y son más pacientes con sus compañeros de juegos.
Hacerles ver que nuestro amor es incondicional y que no está supeditado a las circunstancias, sus acciones o su
manera de comportarse será vital también para el futuro. Sólo quien recibe amor es capaz de transmitirlo. No se
van a malcriar porque reciban muchos mimos. Eso no implica que dejen de respetarse las normas de convivencia.
2. Mantén un buen clima familiar.
Para los niños, sus padres son el punto de referencia que les proporciona seguridad y confianza. Aunque sean
pequeños, perciben enseguida un ambiente tenso o violento. Es mejor evitar discusiones en su presencia, pero
cuando sean inevitables, hay que explicarles, en la medida que puedan comprenderlo, qué es lo que sucede. Si
nos callamos, podrían pensar que ellos tienen la culpa. Si presencian frecuentes disputas entre sus padres,
pueden asumir que la violencia es una fórmula válida para resolver las discrepancias.
3. Educa en la confianza y el diálogo.
Para que se sientan queridos y respetados, es imprescindible fomentar el diálogo. Una explicación adecuada a su
edad, con actitud abierta y conciliadora, puede hacer milagros. Y, por supuesto, ¡nada de amenazas! Tampoco
debemos prometerles nada que luego no podamos cumplir; se sentirían engañados y su confianza en nosotros se
vería seriamente dañada. Si, por ejemplo, nos ha surgido un problema y no podemos ir con ellos al parque o al
cine, tal como les habíamos prometido, tendremos que aplazarlo, pero nunca anular esa promesa.
4. Debes predicar con el ejemplo.
Existen muchos modos de decirles a nuestros hijos lo que deben o no deben hacer, pero, sin duda, ninguno tan
eficaz como poner en práctica aquello que se predica. Es un proceso a largo plazo, porque los niños necesitan
tiempo para comprender y asimilar cada actuación nuestra, pero dará excelentes resultados. No olvidemos que
ellos nos observan constantemente y "toman nota". No está de más que, de vez en cuando, reflexionemos sobre
nuestras reacciones y el modo de encarar los problemas. Los niños imitan los comportamientos de sus mayores,
tanto los positivos como los negativos, por eso, delante de ellos, hay que poner especial cuidado en lo que se dice
y cómo se dice.
5. Comparte con ellos el máximo de tiempo.
Hablar con ellos, contestar sus preguntas, enseñarles cosas nuevas, contarles cuentos, compartir sus juegos... es
una excelente manera de acercarse a nuestros hijos y ayudarles a desarrollar sus capacidades. Cuanto más
pequeño sea el niño, más fácil resulta establecer con él unas relaciones de amistad y confianza que sienten las
bases de un futuro entendimiento óptimo. Por eso, tenemos que reservarles un huequecito diario, exclusivamente
dedicado a ellos; sin duda, será tan gratificante para nuestros hijos como para nosotros. A ellos les da seguridad
saber que siempre pueden contar con nosotros. Si a diario queda poco tiempo disponible, habrá que aprovechar al
máximo los fines de semana.
6. Acepta a tu hijo tal y como es.
Cada hijo posee una personalidad propia que hay que aprender a respetar. A veces los padres se sienten
defraudados porque su hijo no parece mostrar esas cualidades que ellos ansiaban ver reflejadas en él; entonces
se ponen nerviosos y experimentan una cierta sensación de rechazo, que llega a ser muy frustrante para todos.
Pero el niño debe ser aceptado y querido tal y como es, sin tratar de cambiar sus aptitudes. No hay que crear
demasiadas expectativas con respecto a los hijos ni hacer planes de futuro. Nuestros deseos no tienen por qué
coincidir con sus preferencias.
7. Enséñale a valorar y respetar lo que le rodea.
Un niño es lo suficientemente inteligente como para asimilar a la perfección los hábitos que le enseñan sus
padres. No es preciso mantener un ambiente de disciplina exagerada, sino una buena dosis de constancia y
naturalidad. Si se le enseña a respetar las pequeñas cosas -ese jarrón de porcelana que podría romper y hacerse
daño con él, por ejemplo-, irá aprendiendo a respetar su entorno y a las personas que le rodean. Muchos niños
tienen tantos juguetes que acaban por no valorar ninguno. A menudo son los propios padres quienes, como
respuesta a las carencias que ellos tuvieron, fomentan esa cultura de la abundancia. Lo ideal sería que poseyeran
sólo aquellos juguetes con los que sean capaces de jugar y mantener cierto interés. Guardar algunos juguetes
para más adelante puede ser una buena medida para que no se vea desbordado y aprenda a valorarlos.
8. Los castigos no le sirven para nada.
Los niños suelen recordar muy bien los castigos, pero olvidan qué hicieron para "merecerlos". Aunque estas
pequeñas penalizaciones estén adecuadas a su edad, si se convierten en técnica educativa habitual, nuestros
hijos pueden volverse increíblemente imaginativos. Disfrazarán sus actos negativos y tratarán de ocultarlos.
Podemos ofrecerles una conducta aceptable con otras alternativas.
9. Prohíbele menos, elógiale más.
Para un hijo es tremendamente estimulante saber que sus padres son conscientes de sus progresos y que
además se sienten orgullosos de él. No hay que escatimar piropos cuando el caso lo requiera, sino decirle que lo
está haciendo muy bien y que siga por ese camino. Reconocer y alabar es mucho mejor que lo que se suele hacer
habitualmente: intervenir sólo para regañar. Siempre mencionamos sus pequeñas trastadas de cada día. ¿Por qué
4. no hacemos lo contrario? Si, con un gesto cariñoso o un ratito de atención resaltamos todo lo positivo que
nuestros hijos hayan realizado, obtendremos mejores resultados.
10. No pierdas nunca la paciencia.
Difícil, pero no imposible, Por más que parezcan estar desafiándote con sus gestos, sus palabras o sus negativas,
nuestro objetivo prioritario ha de ser no perder jamás los estribos. En esos momentos, el daño que podemos
hacerles es muy grande. Decirles: "No te aguanto"; "Qué tonto eres"; "Por qué no habrás salido como tu hermano"
merman terriblemente su autoestima. Al igual que sucede con los adultos, los niños están muy interesados en
conocer su nivel de competencia personal, y una descalificación que provenga de los mayores echa por tierra su
auto confianza. Contar hasta diez, salir de la habitación..., cualquier técnica es válida antes de reaccionar con
agresividad ante una de sus trastadas. En caso de que se nos escape un insulto o una frase descalificadora,
debemos pedirles perdón de inmediato. Reconocer nuestros errores también es positivo para ellos.
Conclusión
La familia es “Iglesia doméstica”. En ella aprendemos y vivimos lo que significa vivir en la
Iglesia que vive de la fe en Cristo Jesús. En la familia experimentamos lo que significa vivir en
el amor como Cristo Jesús nos lo ha enseñado: porque papá y mamá me han amado podemos
comprender que “Dios nos ama primero”. En la familia vamos aprendiendo lo que significa salir
de nosotros mismos y entregarnos al bien de los demás con actitudes de solidaridad, respeto,
servicio.
No olvidemos que estamos celebrando el año de la paz y la convivencia. Me parece
interesante recoger un planteamiento hecho por el Papa Juan Pablo II cuando, en el contexto
del año internacional de la familia nos entregó el mensaje para la Jornada de la Paz cn este
título: “De la familia nace la paz para la familia humana”. Termino esta platica con las palabras
finales del Papa en aquella ocasión.
“«Familia, ¡sé lo que eres!», he escrito en la exhortación apostólica Familiaris consortio (n. 17).
Es decir, ¡sé «una íntima comunidad de vida y amor conyugal» (Gaudium et spes, 48), llamada
a dar amor y a transmitir la vida!...Familia, tú tienes una misión de importancia primordial:
contribuir a la construcción de la paz, que es un bien indispensable para el respeto y el
desarrollo de la misma vida humana (cf. Catecismo de la Iglesia católicas24 , n. 2.304).
Consciente de que la paz no se obtiene de una vez para siempre (cf. Gaudium et spes, 78),
¡nunca debes cansarte de buscarla! Jesús, con su muerte en la cruz, ha dejado su paz a la
humanidad, asegurando su presencia perenne (cf. Jn 14, 27; 20, 19-21; Mt 28, 20). ¡Exige esta
paz, reza por esta paz, trabaja por ella!...Vosotros, padres, tenéis la responsabilidad de formar
y educar a vuestros hijos para que sean personas de paz: para ello, sed vosotros los primeros
constructores de paz…Vosotros, hijos, abiertos hacia el futuro con el ardor de vuestra juventud,
llena de proyectos e ilusiones, apreciad el don de la familia, preparaos para la responsabilidad
de construirla o promoverla, según las respectivas vocaciones que Dios os conceda. Fomentad
el bien y pensamientos de paz…Vosotros, abuelos, que con los demás parientes representáis
en la familia unos vínculos insustituibles y preciosos entre las generaciones, aportad
generosamente vuestra experiencia y el testimonio para unir el pasado con el futuro en un
presente de paz…Familia, ¡vive de manera concorde y plena tu misión!”
Y agregó el Papa: “Finalmente, ¿cómo olvidar a tantas personas que, por varios motivos, se
sienten sin familia? A ellas quiero decir que tienen también una familia: La Iglesia es casa y
familia para todos (cf. Familiaris consortio, 85). La misma Iglesia abre de par en par las puertas
y acoge a cuantos están solos o abandonados; en ellos ve a los hijos predilectos de Dios,
cualquiera que sea su edad, cualesquiera que sean sus aspiraciones, dificultades y
esperanzas…¡Que la familia pueda vivir en paz, de tal manera que de ella brote la paz para
toda la familia humana! Esta es la súplica que por intercesión de María, Madre de Cristo y de la
Iglesia, elevo a Aquel «de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra» (Ef 3, 15). 7
7
JUAN PABLO II, Mensaje para la Jornada de la Paz, 1994, n.6