The Translation Of Proper Names And Institutional Andop
Spanish Inquisition
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“¡Nadie espera a la inquisición española!” (Monty). Así dice Monty Python en su serie
Monty Python’s Flying Circus y de veras es la pura verdad. En 1480, bajo los Reyes Católicos
Fernando V1 e Isabel, la Santa Inquisición empezó sus operaciones en Sevilla. Un año después,
el primer auto de fe fue celebrado en esa misma ciudad donde diez personas fueron quemadas
vivas. En 1484, la Inquisición mandó que se quemaran vivas otras treinta personas; en 1492,
unos dos mil de judíos fueron expulsados de España. En 1545 se fundió el Concilio de Trento; en
1609, los moriscos fueron expulsados de España. En 1611 Felipe III las decretó las primeras
Leyes suntuarias, las cuales son leyes que regularon la ropa y los lujos según la clase social o la
religión. En 1614 se abolió la tortura como método de extraer confesiones. En 1781, la última
víctima de la Inquisición fue quemada viva, en 1826 la última persona estuvo condenada a
muerte por la Inquisición, y en 1834 se abolió la Inquisición (Anderson xii-xvii). Las
infracciones con que se ocupó la Inquisición incluyeron: ser judío, ser morisco, ser luterano, ser
alumbrado, supersticiones, propuestas heréticas, bigamia e infracciones contra el Santa Oficio
de la Inquisición (64). Durante el reino de la Inquisición, las personas de España fueron
animadas entregar personas que cometieron dichas infracciones. Estas personas fueron detenidas
por la Inquisición y tuvieron que confesarse. En su confesión, una confesión inquisitorial, la
persona tuvo que contar todos los detalles de su estado familiar (genealogía, edad, domicilio,
profesión, y estado civil), y confesar todo lo que pudiera que había hecho, dicho, u oído que
pudiera ser inferido como herético (Gitlitz 65). Existe muchas semejanzas entre estas
confesiones y las novelas picarescas como Lazarillo de Tormes y El Buscón que son
autobiografías escrito a un vuestra merced sobre sus casos.
Es importante tener un poco de información sobre el tratamiento de los reos por la
Inquisición. La primera parte es sacar una confesión; los reos tenían que prestar juramento de
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responder a todas las preguntas con la pura verdad. Después del juramento, el reo tenía que
someter a un interrogatorio sin abogado, conocimiento de las acusaciones, o los nombres de los
acusadores (Cardew 69). Los interrogadores trataban de pillarle al reo en una contradicción o
engañarle para que confesara. Durante el interrogatorio, muchas veces traían la familia del reo a
la celda o daban al reo una celda más cómoda y entonces amenazar a quitarla y reenviarle a la
celda deprimente si no confesara (70). A veces usaban un hereje converso para ganar la
confianza del reo; el hereje se quedaba después del tiempo asignado para que se cerraba en la
celda con el reo, luego se hablaban y un notario y otros testigos les podían oír y apuntaban lo que
decía el reo (71). Cuando no lograban en sacarle una confesión, sólo le guardaban en su celda
por muchísimo más tiempo, a veces unos diez años en confinamiento solitario. Le quitaban la
comida y otras necesidades y en la mayoridad de los casos, se confesaban los reos (72). En los
pocos casos que no lograban sacar una confesión a este punto, usaban la tortura. La tortura más
usada es la garrucha2 en que se las ataban las manos del reo detrás de la espalda, se las sujetaban
a una ropa que estaba echada sobre una viga del cielo, y le tiraban por arriba para suspenderle
allí por mucho rato; a veces usaban pesas atadas a los pies del reo. Otra forma de tortura popular
era el borceguí, en que los tobillos del reo se los ponían entre dos trozos de metal y se los
apretaban los trozos contra los tobillos hasta tal punto que aplastaban los tobillos (Peters 72). En
otra forma, se las ataban las manos juntas muy apretadamente, las quitaban, y las ataban otra vez.
A veces quemaban los pies o le privaban de dormir. Usaban el potro para estirarse lentamente al
reo (73). La toca, o el tormento de agua era un método en que se fijaban la boca arriba y las
ventanas de la nariz tapadas y se corría agua en un tira de lino sobre la que, por el peso del agua,
se entraba en la boca hasta tal punto que se atragantaba el reo. Cuando tragaba el reo, se corría
más agua en la boca y por eso siempre estaba al punto de asfixiarse (Cardew 75).
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La segunda parte del tratamiento de los reos era el auto de fe que era la manifestación
pública de la Inquisición. Después de confesarse, los reos se agrupaban en la catedral y hacían
una procesión guiada por soldados hacia el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición. Los reos
caminaban en orden de su fechoría, ignorantes de sus castigos. Primero, los que cometieron la
blasfemia, seguido por las brujas, los bígamos, y finalmente los judíos (Flynn 282). Los
presidiarios quienes hayan escapado de la Inquisición estaban representados en efigie. Sus
maniquíes les parecían a los presidiarios tan mucho que la muchedumbre casi siempre sabía a
quién representaba. Si el reo estaba muerte, se traían los restos en cajas al auto (284). En el auto
de fe, el alma humano estaba expuesto a la investigación de un juez transcendental, y el cuerpo
era objeto de la mirada de otros. Al ser deshumanizado de esta manera, la mayoridad de los reos
expresaban arrepentimiento por las fechorías. A los que no se arrepentían se llamaban relajados
porque estarían relajados a la iglesia para ser quemados vivos. Los relajados llevaban insignias
para mostrar al público sus delitos y sus penitencias. Sobre los hombros llevaban sambenitos y
sobre las cabezas llevaban una coroza pintada con llamas para simbolizar su castigo. Al lado de
los reos caminaban frailes quienes amonestaban arrepentimiento por al alma (286). Se quedaban
de pie uno por uno frente de la muchedumbre y oirían las sentencias. Algunos eran indultados,
otros condenados, todo como en la Biblia, los a la derecha eran indultados, los a la izquierda eran
condenados (288). Si los relajados confesaban antes de la declaración de la sentencia, no se
quemaban vivos; si confesaban después, les daban el garrote o les estrangulaban
compasivamente antes de quemarse; si no confesaban, les quemaban vivos (292).
En las confesiones inquisitoriales, el yo del caso tiene que adoptar una persona narrativa
y representar un protagonista que está diseñado persuadir a los Inquisidores hacerle tan poco
daño como sea posible. Los reporteros autobiográficos hablan a los Inquisidores en la misma
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manera que Lazarillo habla a Vuestra Merced, con respeto por su autoridad. Cada confesor se
hace Lázaro y les quiere satisfacer, engatusar, e instar a los Inquisidores para que se hagan poco
castigo (Gitlitz 71). Según David Gitlitz, en su artículo “Inquisition Confessions and Lazarillo
de Tormes,” todas las novelas picarescas son, antes de nada, informes; aunque todas tienen
aspectos literarios (53). Sus convenciones retóricas fueron formuladas por el género ubicuo del
siglo XVI de la relación oficial. En este contexto, los autores respondieron a una petición
institucional (que no siempre era explícita, sino implícita) de un informe de las circunstancias de
las experiencias del autor (54). En el prólogo de La vida de Lazarillo de Tormes y de sus
fortunas y adversidades, esta esperanza se hace muy claro: “Vuestra merced escribe se le escribe
y relato el caso muy por extenso” (Anónimo 89). Además la responsabilidad del autor cuando
esté enfrentado con esta petición se pone muy claro también; el escritor tiene que convertirse en
un reportero: “por que se tenga entera noticia de mi persona” (89). El reportero tiene una
posición de subordinación al destinatario y esta desigualdad del poder y el resultado dependencia
del autor en el lector, deja al narrador en un estado precario. Este es más claro en las confesiones
a los tribunales de la inquisición en las décadas que preceden el auge del género autobiográfico.
Durante dos siglos, decenas de miles de confesiones eran narradas a los investigadores de la
Inquisición española. Aunque no son documentos literarios, tienen algunos aspectos semejantes a
las otras formas de informe/autobiografía con las que son contemporáneas. Es posible que el
estrés de vivir la vida en un estado policial-religioso, en lo que en cualquier momento cualquier
persona sería mandado contar en forma de un caso todas las detalles de su vida, fue un estímulo
para el desarrollo del género autobiográfico en la España del siglo XVI. Es decir que la
probabilidad de ser convocado contar su caso se hace a la persona más consciente de cómo se
parece a otros y se hace preparado para contar la versión editada de su vida en cualquier
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momento a un poder más alto que es su adverso (Gitlitz 54). Con este ambiente, las técnicas
retóricas de revelación y evasión, las estrategias de auto-fomentación y vindicación, y hábitos de
auto-observación constante con el asociado híper-consciencia de su propia identidad como una
voz de un reportero; y los géneros autobiográficos encontraron su lugar en este ambiente de
España (55). Además de las semejanzas ya citadas arriba, las confesiones inquisitoriales y las
novelas picarescas son autobiográficas, escritas sobre sus casos, describen la genealogía del
narrador y la narración es de primera persona (54, 65). También, en ambas se puede ver que los
narradores interpretan acontecimientos recordados con un propósito y el propósito es no ser
castigado (71). Finalmente, en ambas se relatan los detalles de la vida de un individuo a una
autoridad quien ha encargado el informe (61).
Con la tortura que se puede sufrir, es indudable que las personas de España durante la
Inquisición tenías que vivir las vidas muy cuidadosamente, y en cada minuto pensar en su caso,
editando la vida por todo el tiempo. Creo que es posible que las novelas picarescas escritas a una
Vuestra Merced como El Buscón y Lazarillo de Tormes, sean una preparación por parte de los
autores para sus confesiones inquisitoriales. Si no la son, son sin duda una parodia de estas
confesiones. Concluyo con una cita de Monty Python. “¡Nadie espera a la Inquisición española!
Nuestra arma principal es la sorpresa… la sorpresa y el temor… el temor y la sorpresa…
Nuestras dos armas son el temor y la sorpresa… y la eficiencia despiadada… Nuestras tres armas
son el temor, la sorpresa, y la eficiencia despiadada… y una devoción casi fanática al Papa…
Nuestras cuatro… no… Entre nuestras armas… Entre nuestro armamento… son el temor, la
sorpresa… (Monty).