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La Ilustración en Europa
La Ilustración fue también un movimiento cosmopolita y antinacionalista con numerosos
representantes en otros países.
Desde Francia, la Ilustración se extendió por gran parte de Europa. En Gran Bretaña apareció una
doble corriente, idealista y empirista, reflejadas en obras como Robinson Crusoe, de Daniel
Defoe(1719) David Hume en Escocia, Kant en Alemania y Cristian Wolff que hizo un gran
proyecto de difusión de los principios de la filosofía y la ciencia, con una concepción naturalista y
racionalista de la cultura, Cesare Beccaria en Italia y Benjamín Franklin y Thomas Jefferson en las
colonias británicas mantuvieron un estrecho contacto con los ilustrados franceses, pero fueron
importantes exponentes del movimiento.
La Ilustración penetró tanto en España como en los dominios españoles de América.
Durante el reinado de Carlos III, el ‘rey ilustrado’ por excelencia, las obras de los escritores
franceses se leían en español, generalmente en traducciones más o menos retocadas, pero
también directamente en francés.
Fueron muchos los españoles e hispanoamericanos que viajaban a Francia por motivos de
estudio e instrucción, en las artes y las ciencias y los dirigentes políticos de la época, conde de
Aranda, conde de Campomanes, conde de Floridablanca, duque de Almodóvar, promovieron y
frecuentaron el trato con los pensadores y filósofos de las nuevas ideas.
Las vías de expresión fueron los periódicos, las universidades y las florecientes Sociedades de
Amigos del País.
Entre los españoles ‘ilustrados’, se puede citar a Isidoro de Antillón, geógrafo e historiador;
Francisco Cabarrús, crítico y cronista de su tiempo; Juan Meléndez Valdés, que hizo de la
Universidad de Salamanca un polo de atracción ‘ilustrada’; Gaspar Melchor de Jovellanos,
político y reformador; Valentín de Foronda, embajador y economista, entre otros.
Durante la primera mitad del siglo XVIII, los líderes de la Ilustración libraron una ardua lucha
contra fuerzas considerables. Muchos fueron encarcelados por sus escritos, y la mayoría sufrió
persecución y penas por parte de la censura gubernamental, así como descalificaciones y
condenas de la Iglesia. En muchos aspectos, sin embargo, las últimas décadas del siglo marcaron
un triunfo del movimiento en Europa y en toda América.
Hacia 1770, la segunda generación de ilustrados recibió pensiones del gobierno y asumió la
dirección de academias intelectuales establecidas. El enorme incremento en la publicación de
periódicos y libros aseguró una amplia difusión de sus ideas.
Los experimentos científicos y los escritos filosóficos llegaron a estar de moda en amplios
círculos de la sociedad, incluidos los miembros de la nobleza y del clero.
Algunos monarcas europeos adoptaron también ideas o al menos el vocabulario de la
Ilustración. Voltaire y otros ilustrados quienes gustaban del concepto del rey-filósofo,
difundiendo sus creencias gracias a sus relaciones con la aristocracia, acogieron complacientes la
aparición del llamado despotismo ilustrado, del que Federico II de Prusia, Catalina la Grande de
Rusia, José II de Austria y Carlos III de España fueron los ejemplos más célebres.
Desde una visión retrospectiva, sin embargo, la mayoría de estos monarcas aparece
manipulando el movimiento, en gran parte con propósitos propagandísticos y fueron, con
mucho, más despóticos que ilustrados.
A finales del siglo XVIII surgieron algunos cambios en el pensamiento de la Ilustración. Bajo la
influencia de Rousseau, el sentimiento y la emoción llegaron a ser tan respetables como la
razón. En la década de 1770 los escritores ensancharon su campo de crítica para englobar
materias políticas y económicas.
De mayor importancia en este aspecto fue la experiencia de la guerra de la Independencia
estadounidense (en las colonias británicas). A los ojos de los europeos, la Declaración de
Independencia y la guerra revolucionaria anunciaron que, por primera vez, algunas personas
iban más allá de la mera discusión de ideas ilustradas y las estaban aplicando. Es probable que la
guerra alentara los ataques y críticas contra los regímenes europeos existentes.
Suele decirse que el Siglo de las Luces concluyó con la Revolución Francesa de 1789, pero no son
pocos los que contemplan e interpretan la inquietud política y social de este periodo como causa
desencadenante de la Revolución. Al incorporar muchas de las ideas de los ilustrados, la
Revolución, en sus etapas más difíciles, entre 1792 y 1794, sirvió para desacreditar estas ideas a
los ojos de muchos europeos contemporáneos.
El enorme impacto que la Revolución Francesa causó en España, tras la muerte de Luis XVI, así
como en los dominios españoles de América, provocó una violenta persecución de las personas
más representativas de las nuevas ideas. Se estableció una censura total y se cerraron las
fronteras, prohibiéndose el paso de todo tipo de libros y folletos, o su embarque hacia América.
Aunque se produjo un repunte de interés modernizado y progresista bajo el gobierno de Manuel
Godoy con la ayuda de Jovellanos, el miedo a la contaminación revolucionaria favoreció la
represión más absoluta, tanto en la metrópoli como en los dominios de la América española. La
existencia de numerosas Sociedades de Amigos del País en los virreinatos favoreció la
implantación y extensión de la ‘ilustración’ en América Latina.
De lo que no cabe duda es que la Ilustración dejó una herencia perdurable en los siglos XIX y XX.
Marcó un paso clave en el declinar de la Iglesia y en el crecimiento del secularismo actual. Sirvió
como modelo para el liberalismo político y económico y para la reforma humanitaria a través del
mundo occidental del siglo XIX. Fue el momento decisivo para la creencia en la posibilidad y la
necesidad de progreso que pervivió, de una forma moderada, en el siglo XX
LAS REFORMAS BORBÓNICAS
Las 'Reformas Borbónicas' fueron los cambios introducidos por los monarcas de la dinastía
borbónica de la Corona Española: Felipe V, Fernando VI y, especialmente Carlos III; durante el
siglo XVIII, en materias económicas, políticas y administrativas, aplicadas en el territorio
peninsular y en sus posesiones ultramarinas en América y las Filipinas.
Veamos algunas de estas reformas:
En el plano militar
Se planificó la creación de una armada fuerte, con barcos construidos y equipados con
manufacturas de España para no seguir dependiendo del abastecimiento de otras potencias
como hasta entonces.
Armada española
En los dominios americanos la estrategia militar consistió en proveer una fuerza que controlara
las rebeliones y los disturbios populares que eran muy reiterados. Además se buscaba poner
freno a los ataques extranjeros y al contrabando. Por tal motivo, los ejércitos en el Virreinato de
Nueva España y en el de Perú eran muy numerosos y estaban dirigidos por profesionales de
carrera.
Renovación de la burocracia
Se procuró una burocracia profesional nombrando hombres de carrera tanto militares como
civiles, sujetos a la evaluación periódica y a la promoción de cargos. Se estableció una salario fijo
en lugar de las acostumbradas bonificaciones o beneficios que cada cual se atribuía.
La figura del Intendente
A nivel provincial estos funcionarios fueron una pieza clave como representantes del nuevo
orden que se buscaba imponer. Las intendencias era una institución francesa que fue aplicada en
todas las regiones de España y luego en América para achicar las jurisdicciones y aumentar la
posibilidad de controlar la recaudación tributaria.
incremento de la recaudación fiscal
Lograr el incremento de la recaudación del fisco era uno de los objetivos centrales de las
reformas aplicadas. El nombramiento de una burocracia profesional y asalariada junto con un
ejército de carrera sumado a la reactivación de los mercados permitió aumentar los ingresos
fiscales de forma muy notoria repuntando la economía general de la Corona. .
La reactivación de la minería
El resurgimiento de la industria de la minería de la plata fue una gran obra borbónica logrando
superar la depresión que había sufrido esta actividad en el siglo anterior. Los nuevos
descubrimientos, los incentivos fiscales y los créditos fomentaron este cambio.
La relación con la iglesia
La monarquía reivindicó el poder sobre la iglesia enfatizando la necesidad de obediencia
absoluta. Era importante que los asuntos eclesiásticos estuvieran bajo el dominio del rey por lo
que se eliminaron ciertos fueros clericales y se reforzó el control sobre el pago del diezmo que
los cleros debían pagar.
La expulsión de los jesuitas
Se produjo en 1767 por orden de Carlos III. Todos los miembros de la Orden Jesuítica que se
encontraban en los dominios americanos debieron exiliarse. Esta medida mostró la fuerte
decisión de la corona por controlar la Iglesia.
Misiones Jesuíticas Guaraníes
Los pueblos guaraníticos del Paraguay son un buen ejemplo de la capacidad de acción de los
jesuitas. Suele decirse que establecieron un “estado dentro de otro estado” debido a la
independencia con la que se movían y la autosubsistencia que lograron.
Frenar las rebeliones.
El caso de Tupac Amaru II
A lo largo del siglo XVIII se sucedieron varias rebeliones y resistencias en las que se expresaron
los distintos grupos sociales de la compleja sociedad colonial.
Tupac Amaru II Un caso resonante fue el de Tupac Amaru II quien fuera el líder de la mayor
rebelión social llevada a cabo en los dominios hispanos contra las medidas del absolutismo
borbónico.
El nuevo Virreinato del Río de la Plata
En 1739 se había creado el Virreinato de Nueva Granada pero fue recién con Carlos III (17591788) las renovaciones políticas resultaron efectivas como para transformar sustancialmente la
relación metrópoli- colonias.
La expansión del comercio colonial
Dispuestos a revertir la declinación económica de España y la presencia constante de las
potencias enemigas incursionando por sus dominios, los Borbones apuntaron a fortalecer el
sistema monopólico ahora con la Casa de Contratación en Cádiz en lugar de Sevilla.Esta reforma
se complementaba con algunos cambios básicos, como la desarticulación del comercio
intercolonial para evitar competencia a los productos europeos y la configuración de las
intendencias para perfeccionar la administración pública y descentralizar poderes locales.
Una de las principales instituciones afectadas por el despotismo ilustrado español fue la Iglesia
Católica, ya que la Corona pretendió afirmar el poder secular sobre el religioso. Esto incluía la
restricción de los privilegios y exoneraciones fiscales que gozaban las órdenes religiosas. Fueron
los jesuitas los que más se opusieron al proyecto centralizador de los borbones, por lo que
fueron expulsados de España y sus posesiones ultramarinas en 1767. En este año, Carlos III
decretó la expulsión de la Compañía de Jesús. Las reformas borbónicas llegaron del exterior,
concretamente de la corte imperial de Madrid; llegaron de fuera como llegó la conquista en el
siglo XVI. Afectaron todo el imperio, pues no eran sólo para la Nueva España y el Perú. El
objetivo último de los monarcas de Borbón era la sujeción de las colonias para beneficio
económico de la metrópolis: corregir las fugas fiscales y promover la producción para aumentar
así la recaudación de impuestos. Para lograrlo se necesitaba reformar instituciones y
procedimientos viciados —a juicio de los reformadores— que se habían incrustado en las
sociedades coloniales y con los que ciertos grupos de privilegiados medraban al amparo de la
debilidad de los gobernantes de la casa de Habsburgo. El Consulado de Comerciantes, algunas
corporaciones religiosas como la Compañía de Jesús y la misma institución del virreinato fueron
el blanco de los golpes de los reformadores.
Descontento contra las reformas borbónicas
Antes de tomar medidas para la Nueva España, el gobierno español decidió, primero que nada,
organizar una inspección militar (1769) y una visita general a las oficinas virreinales (1765),
aunque estas dos medidas provocaron una división entre las autoridades coloniales.
Con la llegada de José de Gálvez, con carácter de visitador general las tensiones aumentaron,
hasta que sale en 1771 de la Nueva España. De su visita resultó la nueva división política del
territorio en intendencias y comandancias de provincias internas, el aumento al triple de las
rentas públicas, la reducción de restricciones al comercio, la fundación del obispado de Sonora y
la Academia de Bellas Artes. El visitador inicia una segunda reorganización del ejército e intenta
establecer una nueva modalidad en las milicias provinciales. Toma medidas intrascendentes que
fracasan y sólo hacen perder dinero. La economía de la Nueva España es cargada con los
cuantiosos gastos que provocaban los preparativos militares para el conflicto en América del
Norte. La recuperación de La Habana (1763) y las medidas para modernizar sus defensas se
transformarían en la insaciable boca que engulle Nueva España no se basta para producir:
dinero, hombres, pólvora, carne, maíz, arroz, habas y harina. En Veracruz enfermaban los
cientos de reos que esperaban para ser llevados a trabajar en la isla. Se calcula que las obras de
fortificación de la isla requirieron del envío de más de 5 mil trabajadores novohispanos. La
quiebra del erario se fue agudizando debido al aumento de los gastos, provocados por el
mantenimiento de las tropas y trabajadores en La Habana. Ante esto, las tensiones sociales
aumentan y comienza a organizarse la oposición. El Gobierno de Carlos III recibe desde 1766
noticias, las que considera sin fundamento, sobre el supuesto espíritu de rebeldía existente en la
nueva España, y sobre un plan de insurgencia que contaba con el apoyo de Inglaterra.
Efectos socioeconómicos de las reformas borbónicas
Como es de suponerse, las reformas económicas trajeron consigo múltiples efectos y
consecuencias, tanto positivas como negativas. El gobierno español tomó diversas medidas para
explotar al máximo los recursos de la colonia, con el propósito de generar mucha más materia
prima para la metrópoli. Con las reformas borbónicas se tocaron todas las áreas principales en la
Nueva España, entre ellas se encontraba la minería. También estaban la agricultura, el comercio
(pequeño) y algunas empresas de manufactura. Obviamente hubo beneficios, se permitió
ampliar los negocios entre ciertas colonias (Trinidad, Margarita, Cuba, Puerto Rico).
La medida que mayores desajustes provocó en la Nueva España fue la real cédula de 1804 sobre
la enajenación de bienes raíces de las corporaciones eclesiásticas, que desató reacciones
violentas en contra del gobierno español. Esto se debió a que, con excepción de los
comerciantes más ricos, aquella disposición afectó a los principales sectores productivos del
virreinato (agricultura, minería, manufacturas y pequeño comercio), y en particular a los
agricultores, pues la mayoría de los ranchos y haciendas estaban gravados con hipotecas y
censos eclesiásticos, que los propietarios se vieron obligados a cubrir en un plazo corto, a fin de
que ese capital fuera enviado a España. De esta manera, no sólo la Iglesia se vio afectada por la
real cédula, sino también casi toda la clase propietaria y empresarial de la Nueva España, así
como los trabajadores vinculados con sus actividades productivas. Por ello, se levantó un
reclamo y por primera vez en la historia del virreinato todos los sectores afectados expusieron al
monarca por escrito sus críticas contra el decreto en cuestión. A pesar de todo, la cédula se
aplicó desde septiembre de 1805 hasta enero de 1809, produciendo un ingreso de alrededor de
12 millones de pesos para la Corona, que supusieron el 70 % de lo recaudado en todo el
territorio hispanoamericano.
Para la Nueva España, la aplicación de la cédula, aparte de provocar una severa crisis de capital,
agrietó considerablemente las relaciones entre la Iglesia y el Estado; desde entonces esos dos
poderes no sólo rompieron los lazos de unión que tuvieron en el pasado, sino que se
convirtieron en facciones antagónicas.
Las reformas borbónicas también afectaron al Consulado de Comerciantes de la ciudad de
México; esta corporación, que había acaparado el comercio exterior e interior del virreinato por
medio del sistema de flotas y del control de los puertos, perdió su enorme monopolio con la
expedición de las leyes sobre la libertad de comercio. Al mismo tiempo, la supresión de los
alcaldes mayores, agentes comerciales del Consulado en los municipios del país y en las zonas
indígenas, acabó con la red de comercialización interna y rompió el lazo político que permitía a
los comerciantes de la capital controlar los productos indígenas de mayor demanda en el
mercado exterior e interior.
Al parecer los reformadores borbónicos, encabezados por Gálvez, no tenían una visión completa
del funcionamiento del sistema económico en la Nueva España. Aunque es cierto que muchos
alcaldes mayores eran corruptos y abusaban de su autoridad, el repartimiento del comercio era
mucho más que un mero mecanismo de explotación; constituía el más importante sistema de
crédito para las comunidades indígenas y los pequeños agricultores. Los alcaldes mayores se
beneficiaban porque proporcionaban a crédito servicios necesarios: distribuían semillas,
herramientas y otros bienes agrícolas básicos; facilitaban la compra o la venta de ganado, y con
frecuencia vendían los productos de algunos grupos que quizá no hubieran encontrado otra
forma de colocar su producción. Todo esto fue interrumpido con el decreto que suprimía las
funciones de los alcaldes mayores. También crearon escuelas e instituciones para ayudar y
enseñar a los caciques y criollos.
Militar
La reforma administrativa se complementó con cambios en la esfera militar para asegurar la
defensa del territorio colonial. Así, se emprendió la construcción y la reparación de
fortificaciones, y se puso en marcha la formación de un ejército compuesto por dos elementos
de importancia desigual: el ejército regular y las milicias. El primero estaba formado por
soldados permanentes y tropas de apoyo que procedian de España. Las milicias estaban
integradas por los vecinos obligados a recibir instrucción militar para la defensa de su territorio,
que a diferencia de quienes integraban el ejército regular, no recibían paga por ello. El mismo
esfuerzo renovador se dio en la Marina, añadiendo a viejos centros de poder naval, el
surgimiento de otros nuevos, como fue el caso de Montevideo
Reformas económicas y mercantiles
El comercio con América fue una de las áreas a la que los borbones le dedicaron mayor atención,
ya que la consideraban como el principal motor de la recuperación de la economía española.
Una de las primeras medidas fue el traslado de la Casa de Contratación de Indias, de Sevilla a
Cádiz (1717), lo cual legalizaba una situación de hecho, ya que desde fines del siglo anterior la
bahía gaditana fue ocupando un lugar cada vez más preponderante en el comercio con América.
La Casa de Contratación debía fomentar y regular la navegación entre España y América.
CREACION DEL VIRREINATO DEL RIO DE LA PLATA
El virreinato del Río de la Plata, virreinato de las Provincias del Río de la Plata o virreinato de
Buenos Aires fue una entidad territorial que estableció la Corona española en América como
parte integrante del Imperio español.
Fue creado provisionalmente el 1 de agosto de 1776, y en forma definitiva el 27 de octubre de
1777, por orden del rey Carlos III de España a propuesta de su ministro de Indias José de Gálvez y
Gallardo.
El virreinato del Río de la Plata nació de una escisión del virreinato del Perú e integró los
territorios de las gobernaciones de Buenos Aires, Paraguay, Tucumán y Santa Cruz de la Sierra, el
corregimiento de Cuyo de la Capitanía General de Chile y los corregimientos de la provincia de
Charcas. Esos territorios integran en la actualidad las repúblicas de Argentina, Uruguay,
Paraguay, Bolivia y partes del sur de Brasil, del norte de Chile, del sureste de Perú así como
también las disputadas islas Malvinas. Además incluyó nominalmente las islas africanas de
Fernando Poo (hoy Bioko) y Annobón en la actual Guinea Ecuatorial, cedidas por Portugal en
1777, aunque el intento por colonizarlas fracasó. El virreinato se situaba en el Cono Sur de
América del Sur sobre el océano Atlántico y se disputa si poseía costas en el océano Pacífico sur.
La triunfante Revolución de Mayo en 1810, ocurrida en la ciudad de Buenos Aires, la capital
virreinal, -que había sido precedida por las fracasadas revoluciones de Chuquisaca y La Paz,
ambas de 1809 en la provincia de Charcas,- desató el inicio de la guerra de la Independencia
Argentina que culminó con la segregación del virreinato respecto del poder español y su
posterior división.
El 18 de noviembre de 1811 abandonó el cargo último virrey, Francisco Javier de Elío, dejando el
mando al entonces gobernador de Montevideo, Gaspar de Vigodet, quien pasó a ser la máxima
autoridad española como capitán general y gobernador de las provincias del Río de la Plata.
Vigodet continuó en su cargo hasta que la rendición de Montevideo el 23 de junio de 1814
supuso el final del dominio español en el Río de la Plata
Razones para la creación del virreinato
La enorme superficie que abarcaba el virreinato del Perú dificultaba las tareas de gobierno, lo
cual fue un poderoso motivo para la división del territorio. Otras causas que influyeron en la
decisión de efectuar esa separación fueron: la ambición de Portugal sobre la Banda Oriental, en
donde se hallaban la Colonia del Sacramento y las Misiones Orientales, así como el constante
avance lusitano sobre toda la frontera hispano-portuguesa en América del Sur; la creciente
importancia que iba cobrando Buenos Aires como centro comercial; el valor del estuario del Río
de la Plata como entrada hacia el interior del continente y la defensa de los puertos de Buenos
Aires y Montevideo; y las sucesivas expediciones del Reino Unido y de Francia sobre las costas de
la Patagonia.
La Ruta del Galeón
El itinerario implantado por el monopolio comercial español en sus colonias fue, desde 1573,
llamado oficialmente la "Ruta del Galeón". Esta ruta fue utilizada para el intercambio comercial
entre España y las Indias en dos flotas anuales destinadas a los puertos de Veracruz -Flota de
Nueva España- en Nueva España y Portobelo, en Panamá, -Flota de Tierra Firme-. Las remesas de
plata, oro, esmeraldas, perlas y demás bienes que salían desde el virreinato del Perú iban
regularmente desde el puerto del Callao hasta la ciudad de Panamá. Desde allí los cargamentos
de riquezas eran llevados por tierra a Portobelo y desde ese puerto las armadas de galeones
surcaban el mar Caribe tocando los puertos de Cartagena de Indias, Santa Marta y Santo
Domingo, para luego cruzar el océano Atlántico hasta el puerto de Sevilla, que fue el único
puerto habilitado de embarque y desembarque hasta 1765. En el sentido inverso los productos
de España llegaban al Callao y de allí se los llevaba a lomo de mula a Potosí, desde donde
seguían hasta Buenos Aires. Portobelo, Cartagena de Indias y La Habana, eran los baluartes
principales para la protección de la Ruta del Galeón, y en Portobelo se realizaban las ferias de
intercambio comercial.
El 21 de noviembre de 1739 fuerzas británicas capturaron, saquearon y destruyeron Portobelo,
lo que demostró paulatinamente a las autoridades españolas que convenía oficializar una ruta
más segura, pensándose en la hasta entonces usada para el "contrabando ejemplar": la que
desde el Alto Perú transportaba clandestinamente las riquezas por el "Camino Real", pasando
por Salta y Córdoba hasta llegar al puerto de Buenos Aires, puerto que había crecido
precisamente por el "contrabando ejemplar". El Río de la Plata era la principal alternativa a la
Ruta del Galeón, lo que lo convertía en vulnerable a ataques enemigos y hacía necesario un
fortalecimiento de la presencia española en él. Desde 1662 existía la Aduana Seca de Córdoba
que aplicaba impuestos del 50% a los productos que del Río de la Plata pasaban al Perú, sin
distinguir si su origen era legal o del contrabando.
En 1778 el rey Carlos III promulgó el Reglamento para el Comercio Libre de España e Indias que
puso fin a la ruta monopólica abriendo al comercio recíproco 14 puertos de España y 25 de las
Indias, entre ellos Buenos Aires y Montevideo. En cada uno de ellos debían crearse consulados
de comercio, pero solo los navíos matriculados en España podían utilizar esos puertos. En 1795
el rey habilitó el comercio con las colonias no españolas y permitió que los navíos matriculados
en las Indias pudieran comerciar con puertos españoles.
Todas estas reformas borbónicas modificaron sustancialmente los poderes y factores
económicos tanto peninsulares como hispanoamericanos pero no fueron suficientes para
revertir el impulso independentista en la América española.
El proyecto del virreinato austral
El 8 de octubre de 1773 el rey Carlos III pidió informes al virrey del Perú, a la Real Audiencia de
Lima, y al gobernador de Buenos Aires, respecto de la posible creación de una audiencia en el
Tucumán. El virrey Manuel de Amat y Juniet le respondió el 22 de enero de 1775 expresando los
motivos por los que creía debía reinstalarse una audiencia en Buenos Aires y crearse un
virreinato con capital en Chile que abarcara el Río de la Plata.4 El 18 de noviembre de 1775
fueron repedidos los pedidos de informes a la Real Audiencia de Lima y al gobernador de Buenos
Aires, que no los habían remitido. Cuando el proyecto aún estaba en estudio, el 1 de abril de
1776 el comandante general portugués de São José do Norte, el alemán Johann Heinrich Bohm,
atacó los fuertes de Santa Bárbara y Trindade y recuperó la villa de Río Grande, que había sido
conquistada por Pedro de Cevallos el 12 de mayo de 1763, cuando era gobernador de Buenos
Aires. Este conflicto con Portugal precipitó la decisión del rey de crear un virreinato basado en el
Río de la Plata y no en Chile.
MANUEL BELGRANO Y LA ILUSTRACION
Fue un liberal que durante los primeros años del siglo XIX impulsó fuertemente la educación y la
economía en las Provincias Unidas del Río de la Plata. Con una nutrida formación académica que
adquirió de la Ilustración española, Belgrano estaba convencido de que a través de la instrucción
se elevaba el nivel económico de las personas.
Por eso apostó a la agricultura, para promover la economía, y a la educación, sobre todo de la
mujer, para avanzar en la estructura social. Sí, también fue el creador de la Bandera Nacional, tal
vez su obra más reconocida. Pero por sobre esto estuvo el intelectual, con ideas muy claras
acerca del rol del Estado para asegurar las libertades y derechos del ciudadano y crear las
condiciones necesarias para el progreso general teniendo en cuenta el bien común.

Vivió entre el 3 de junio de 1770 y el 20 de junio de 1820, era hijo de un comerciante colonial,
autorizado por el Rey de España para trasladarse a América, y de una mujer nacida en Buenos
Aires. El éxito económico de la familia permitió que tanto Manuel como su hermano Francisco
estudiaran en Europa. Su excelente desempeño académico hizo que el papa Pío VI le otorgara
una autorización para leer la bibliografía prohibida de la época.
Así llegaron a sus manos los textos de Montesquieu, Rousseau y Filangieri y las tesis fisiocráticas
de Quesnay. También leyó a los escritores españoles de tendencia ilustrada, como Jovellanos y
Campomanes.
Belgrano estuvo junto con la elite intelectual de España y en aquellos años se discutía mucho
sobre la reciente Revolución Francesa. Se cuestionaba el derecho divino de los reyes, los
principios de igualdad ante la ley y de libertad, y la aplicación universal de la Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano.
Crear el símbolo de la Escarapela y de la Bandera es mucho más que un asunto de colores o de
inspiración. Se trata de una iniciativa para diferenciar a dos ejércitos que combaten en nombre
del mismo monarca y por lo tanto, una forma de reconocer: "Queremos ser independientes". Así
fue interpretada la creación de la Bandera por los jefes realistas.
MARIANO MORENO
En la Universidad de Chuquisaca y para hacerle estudiar allí bajo la conducción del canónigo
Terrazas; en Chuquisaca (hoy Sucre, Bolivia) Mariano estuvo inmerso en las ideas de la
Ilustración y fue imbuido del deseo de ver a la Argentina progresar a tono con los lineamientos
indicados por Adam Smith y Rousseau; se graduó en la Universidad con una tesis rememorativa
de la sublevación de Tupac Amaru unos años antes, condenando las prácticas legales españolas
de exigir servicios personales a los indios.
Moreno volvió a Buenos Aires alrededor de 1805 y pronto se comprometió en escritos y asuntos
de interés público al principio se mostró inclinado a unirse al grupo liberal español actuando
como relator legal para la Audiencia y finalmente alineándose con el grupo conducido por
Martín de Álzaga
En 1809 el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros le solicitó que redactara un memorial para los
hacendados y trabajadores criollos para contrarrestar las demandas de los comerciantes
españoles monopolistas en el sentido de aplicar restricciones al comercio.
Su Representación de los hacendados proponía inequívocamente la apertura del Río de la Plata
para el libre comercio durante un período de dos años; era una clara declaración de lo que
llegaría a ser la política económica de Argentina después de la independencia e implicó para
Moreno el apoyo de los criollos con la caída del gobierno de España durante la invasión de
Napoleón.
Moreno mostró gran actividad en el grupo patriótico, exigiendo que el virrey llamase a cabildo
abierto, con el fin de tratar la crisis política. En su carácter de miembro del cabildo abierto apoyó
vigorosamente la deposición del virrey y el establecimiento de una junta elegida por el cabildo
abierto, en representación del pueblo.
En el gobierno de la nueva junta, formada luego de la Revolución de Mayo, con Cornelio
Saavedra como presidente, Moreno fue nombrado secretario, con responsabilidad ejecutiva en
asuntos políticos y militares; durante los siete meses en los que mantuvo este cargo, actuó
rápida y firmemente para llevar a cabo sus claros objetivos: mantener todo el virreinato leal al
gobierno patrio en Buenos Aires, establecer una economía sana y libre, y elaborar una
constitución que pudiera establecer legalmente instituciones para preservar las libertades
personales, políticas y económicas de una nueva sociedad.
Fundó y fue editor de la Gazeta de Buenos Ayres, estableció una oficina de censos y una escuela
militar y planificó la formación de una biblioteca pública nacional; reabrió Maldonado, Ensenada
y Patagones (Río Negro) como puertos, liberando el comercio y las explotaciones mineras de las
antiguas restricciones; equipó y envió ejércitos a diversas partes del virreinato, especialmente al
Alto Perú, para luchar contra los realistas. Persuadió a la Junta de que le permitiera obrar
firmemente en la represión de la conspiración de Córdoba.
Cuando la influencia de Moreno había comenzado a decaer; los críticos aludían a su rudeza
contra la oposición, su hábito de usar la intriga para cumplir sus propósitos; muchos creían que
Moreno y sus jóvenes y progresistas seguidores criollos representaban solamente los intereses
políticos y económicos de la capital en detrimento de las provincias. Saavedra y su grupo
preferían un cambio más moderado, antes que el rápido paso revolucionario impreso por
Moreno.
Los escritos de Moreno han sido publicarlos por su hermano Manuel Moreno, Arengas y escritos
(Londres, 1836); editados por Norberto Piñero, Escritos de Mariano Moreno (Buenos Aires,
1896.
BERNARDINO MONTEAGUDO
Monteagudo defendió de libertad, igualdad, justicia social, rebeldía, unidad continental,
anticolonialismo.
A los 19, siendo simple estudiante en Chuquisaca, aportó al naciente movimiento insurreccional
el libelo protorrevolucionario Diálogo del Inca Atahualpa y Fernando VII, en el que impugnó con
contundencia los pretendidos derechos de España a la dominación de América, demostrando
que se trataba de una usurpacion basada en la violencia y la crueldad. Este libelo, que circuló
manuscrito porque no se podía imprimir en ninguna imprenta, fue muy popular y se propagó por
todo el continente, dándole un enorme prestigio, a pesar de su anonimato.
Al año siguiente, con veinte años, lo vemos como uno de los cabecillas de la revolución de
Chuquisaca del 25 de mayo de 1809, junto a los hermanos Zudañez, el comandante Alvarez de
Arenales, Lemoine, Moldes y otros patriotas, algunos que lo doblaban en edad. Conspirador y
agitador de masas, en Sucre todavía se recuerda que Monteagudo no solo era ideólogo sino
tambien activista repartiendo aguardiente mezclado con pólvora en la plaza para exaltar los
ánimos. Por acciones como esta y por su recurrente apelación al pueblo bajo, a las orillas, la
historia oficial de Mitre lo llamaría “demagogo”.
Habiendo escapado de una condena a muerte y de la cárcel, lo vemos al año siguiente como
secretario político de Castelli durante la primera expedición al Alto Perú, redactando y leyendo
el decreto revolucionario que proclamaba en Tiwanacu -ruinas milenarias de una civilización
anterior a la incaica, bajo la invocación del “Sol de América” y a orillas del mítico lago Titicaca- la
emancipación de los pueblos aborígenes.
En los dos años siguientes se convierte en el jefe del partido jacobino en Buenos Aires, nuclea a
los viejos morenistas, publica fogosos artículos en La Gazeta, lanza el incendiario periódico
Mártir o Libre (primero de media docena de periódicos que fundó a lo largo de toda América),
preside la Sociedad Patriótica, se une a la Logia Lautaro, de la cual se convierte en uno de los
cabecillas, y prepara con San Martin y Alvear el levantamiento que volteó al Primer Triunvirato y
la convocatoria a la Asamblea del Año XIII.
Durante esta histórica Asamblea, dominada por la Logia Lautaro, Monteagudo es el cerebro
detrás de las tentativas de declaración de independencia y dictado de una constitución, y de las
normas que promueven la libertad de vientres, la abolición de la Inquisición, la prohibición de la
tortura y la quema de sus instrumentos en la Plaza Mayor, la abolición de títulos y blasones, etc.
En 1817 lo encontramos ya en Chile, siguiendo los pasos de San Martín, ganándose la confianza
de O’ Higgins y escribiendo el Acta de Independencia de ese país (aunque la historiografía
chilena, por un nacionalismo mal entendido, pretende negarlo)
Acompaña a San Martín al Perú como su brazo derecho político, y es un creador y ejecutor de
estratagemas de la guerra psicológica que condujo al derrumbamiento del poder colonial en
Lima: una guerra sin balas, librada con una imprenta y con astucia, y que Rojas bautizó la “guerra
mágica del Perú”. Ingresa con San Martín en Lima -el objetivo soñado por Castelli y por los
patriotas de Buenos Aires y Caracas-, en medio de un terremoto metafórico –político- y un
terremoto real que parecía evocar aquel verso del Himno Nacional Argentino: “se conmueven
del Inca las tumbas”. Allí, es el superministro de San Martín, el alma del Protectorado y el
artífice, desde la conduccion de dos ministerios, de la transformación revolucionaria de la
sociedad peruana, hasta entonces centro de la contrarrevolución españolista. Se vanagloria de
haber expulsado en pocos meses a casi diez mil españoles ultrarreaccionarios que
monopolizaban el poder y las riquezas, porque “no se puede hacer la revolución con los mismos
elementos que se oponen a ella”.
Retirado San Martín, no tarda en ser hombre de confianza de Bolívar, consejero e inspirador del
Congreso de Panamá. Aún sabiendo el peligro que corría su vida, acepta acompañar a Bolívar al
Perú, donde es asesinado por la daga de dos sicarios, pagados por sectores de la oligarquía
peruana, a los 35 años de edad, cumpliéndose lo que él mismo había vaticinado: “Los que sirven
a la Patria deben contarse satisfechos si antes de erigirles estatuas no les levantan cadalsos.”
Toda esta increíble actividad, siempre en primera fila revolucionaria, exponiendo su vida, la
cumplió como vemos a una edad muy temprana. Y no provenía, como otros grandes hombres de
la época –Bolivar, Belgrano, Alvear, Pueyrredon, O”Higgins-, de familias pudientes o prestigiosas
que le allanaran el camino. Su padre era un militar de segundo órden, su madre una mujer de
condición humilde; se atribuía a Monteagudo ser hijo ilegítimo o adoptivo y tener sangre
indígena o negra: descalificación racista con la que tuvo que luchar toda su vida y que podría
haberle impedido hasta realizar sus estudios. Alcanzó posiciones de tanta preponderancia, no
por recomendaciones o parentesco sino por su talento extraordinario y firme decisión política.
En 1812 los artículos de Monteagudo muestran constantes apelaciones a los americanos del Sud,
como también lo hace Belgrano al enarbolar la bandera, no para una Argentina inexistente, sino
para que América del Sud sea el “templo de la Independencia y la Libertad”.
En la Asamblea del año XIII se ve con claridad la pugna de las visiones localista y continentalista,
a través de los dos proyectos de Constitución que encarga el Gobierno. El oficial es para las
Provincias Unidas. El de la Sociedad Patriótica, que confecciona Monteagudo, es una
CONSTITUCION PARA LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA DEL SUR.
En 1822 se celebran los tratados peru-colombianos, expresión de alianza entre las naciones que
comandaban Bolívar y San Martín. En su confección intervienen Monteagudo y Joaquin
Mosquera. Consagran la unión militar de ambos países y la intención de convocar al resto a una
alianza superior.
Monteagudo, luego de afinar sus ideas continentalistas con la lectura de los escritos del patriota
centroamericano José Cecilio del Valle, las expone a Bolívar, a quien ve como único posible
factótum de este gran proyecto. Por encargo de Bolívar escribe su famoso “Ensayo de una
Federacion General de Estados hispanoamericanos y Plan para su organización”, el que se
encuentra inconcluso en su escritorio a su muerte.
Como inspirador y promotor del Congreso de Panamá, al cual no llegó a asistir a causa de su
asesinato, comprendió la importancia estratégica de la unión de los pueblos hispanoamericanos.
LA COLONIA HACIA PRINCIPIO DEL SIGLO XIX
El virreinato del Río de la Plata fue una división política y administrativa que España estableció
en sus colonias de América. Se creó en 1776, y lo formaban los siguientes territorios: Buenos
Aires, Paraguay, Tucumán, Potosí, Santa Cruz de la Sierra, Charcas (Alto Perú) y Cuyo. Era una
zona muy extensa de América del Sur. Para que te hagas una idea aproximada, el espacio del
virreinato del Río de la Plata era el que en la actualidad ocupan Argentina, Uruguay, Paraguay,
Bolivia y parte de Brasil y Chile.
Hasta 1776, toda esa extensa zona había formado parte de otro virreinato español, el del Perú,
que, lógicamente, desde ese momento se redujo no solo en tamaño, sino también en
importancia. El virreinato del Río de la Plata duró hasta que sus territorios lograron
independizarse de España, ya en el siglo XIX.
¿CÓMO SE ORGANIZÓ EL VIRREINATO DEL RÍO DE LA PLATA?
El rey español Carlos III envió a la zona del Río de la Plata una gran expedición. Su misión era
acabar con las disputas fronterizas entre los territorios que eran colonias españolas y los que
pertenecían a Portugal. El jefe de aquella expedición, Pedro Antonio de Cevallos, fue el primer
virrey del Río de la Plata. El nuevo virreinato se organizó en intendencias y gobernaciones
militares:
Las intendencias eran: Buenos Aires, Córdoba del Tucumán, Salta de Tucumán, Potosí, Paraguay,
Cochabamba, Chuquisaca, Charcas y La Paz. Las gobernaciones militares eran: Montevideo,
Misiones, Moxos y Chiquitos.
¿Cuáles eran las principales autoridades virreinales? Recuerda las tres siguientes...
La máxima autoridad en el virreinato era el virrey, que representaba a la autoridad real (es decir,
al rey de España) en el territorio. Al frente de las intendencias había un intendente. La
administración de cada gobernación estaba a cargo de un gobernador.
Las audiencias se ocupaban de la administración de justicia, y también tenían atribuciones en el
campo eclesiástico (como el control y cobro de un impuesto llamado diezmo). La audiencia de
Buenos Aires se creó en 1783. Los cabildos eran los órganos de gobierno de las ciudades. Tenían
funciones administrativas y judiciales; las administrativas eran ejercidas por los regidores, que
tenían bajo su responsabilidad la salud, las obras públicas, la inspección de los mercados y de los
precios, el control de la policía y de las cárceles, y la organización de las festividades; las
funciones de tipo judicial estaba en manos de los alcaldes, que eran dos. Los miembros del
cabildo eran elegidos cada año entre los vecinos de la ciudad.
La capital del virreinato del Río de la Plata era Buenos Aires, que, al independizarse de Lima,
consolidó su predominio como centro económico, político y administrativo sobre el resto del
territorio rioplatense. En torno al puerto de esta ciudad se desarrolló un activo comercio. Por
ello, la zona del litoral adquirió mayor importancia que los territorios del interior del virreinato.
LA INDEPENDENCIA
En 1806, los británicos quisieron conquistar Buenos Aires. Fracasaron, ya que la ciudad fue
reconquistada por Santiago Liniers y Bremond. Los británicos volvieron a intentarlo en 1807;
pero nuevamente fueron derrotados. La intervención de los criollos fue decisiva para la defensa
de Buenos Aires.
En 1808, los ejércitos franceses de Napoleón Bonaparte invadieron España, y el rey español,
Fernando VII, perdió su corona. En el Río de la Plata siguió existiendo un virrey (Baltasar Hidalgo
de Cisneros sustituyó a Liniers en 1809), pero muchas personas creyeron (no solo en el Río de la
Plata, sino también en el resto de la América española) que había llegado el momento de luchar
por la independencia. En Buenos Aires, la revolución comenzó en 1810. El 9 de julio de 1816, tras
seis años de guerra, el Congreso de Tucumán proclamó la independencia de las Provincias
Unidas del Río de la Plata.

INVASION INGLESA 1 Y 2
Preparativos para la defensa
Rafael de Sobremonte, III marqués de Sobremonte y virrey del Río de la Plata.
Hacia fines de 1805 la posibilidad de una invasión inglesa ya recorría Buenos Aires. Esta capital
sudamericana, con sus 45.000 habitantes, era uno de los puertos más prósperos del Nuevo
Mundo (Nueva York, la ciudad más grande por entonces en la América anglosajona, contaba con
unos 85.000 habitantes). El virrey del Río de la Plata, Rafael de Sobremonte, III marqués de
Sobremonte, había solicitado refuerzos militares a España en varias oportunidades. Los cuerpos
militares del virreinato habían sufrido muchas bajas en los últimos tiempos, en particular,
durante la sublevación indígena liderada por Túpac Amaru II. Sin embargo, la única respuesta
que obtuvo fueron unos cuantos cañones y la sugerencia de armar al pueblo para la defensa.
Pero el virrey entendía que dar armas a los criollos, muchos de ellos influenciados por ideas
revolucionarias, era una estrategia peligrosa para los intereses de la corona.
Ocupación británica de Buenos Aires
La flota británica fue avistada frente a Montevideo el 8 de junio. El 24 de junio Beresford amagó
un desembarco en Ensenada, realizando maniobras frente a Punta Lara y abriendo fuego contra
las fortificaciones.
El 25 de junio una fuerza de unos 1.600 hombres al mando de Beresford, entre ellos el
Regimiento 71 de Highlanders, desembarcó en las costas de Quilmes sin ser molestados. Recién
al día siguiente se dispuso en Buenos Aires marchar hacia ellos, bajo el mando del nuevo
Subinspector del Ejército, coronel Pedro de Arce. Cuando se estuvo frente al enemigo, se rompió
fuego, aunque la carga posterior de las tropas invasoras forzó a una retirada general de los
defensores.
Sobremonte intentó una estrategia de defensa, armando a la población y apostando a sus
hombres en la ribera norte del Riachuelo, confiando en poder atacar a los británicos de flanco.
Pero el reparto de armas fue un caos, y las tropas no pudieron detener el rápido avance inglés,
de modo que el virrey quedó fuera de la ciudad, sin posibilidad de intentar nada.
La rendición
El 27 de junio las autoridades virreinales aceptaron la intimación de Beresford y entregaron
Buenos Aires a los británicos. En la tarde de ese mismo día, las tropas británicas desfilaron por la
Plaza Mayor (la actual Plaza de Mayo) y enarbolaron la bandera del Reino Unido, que
permanecería allí por 46 días. El territorio bajo dominio británico fue rebautizado bajo el nombre
de Nueva Arcadia, en alusión a la tierra pastoril griega de tanto peso en las fábulas neoclásicas.
Manuel Belgrano, secretario del Consulado de Buenos Aires (y de todo el virreinato) y Capitán
Honorario de Milicias Urbanas, manifestó la necesidad de reubicar el Consulado en el lugar en
donde el virrey estuviese y se dirigió ante Beresford a presentar la solicitud. Mientras tanto, los
demás miembros del Consulado juraron el reconocimiento a la dominación británica. Belgrano
prefirió retirarse "casi fugado", según sus propias palabras, a la Banda Oriental del Río de la
Plata, a vivir en la capilla de Mercedes, dejando en claro su postura al pronunciar su célebre
frase: "Queremos al antiguo amo o a ninguno".
El virrey abandonó la capital en la mañana del 27 de junio y se retiró a Córdoba junto con
algunos centenares de milicianos que no tardaron en desertar: contrariamente a una persistente
leyenda, no llevaba consigo los caudales, ya que los mismos habían sido evacuados dos días
antes de acuerdo a un plan trazado el año anterior. Beresford demandó la entrega de los
caudales del Estado y advirtió a los comerciantes porteños que en caso contrario retendría las
embarcaciones de cabotaje capturadas e impondría contribuciones. El Cabildo no vaciló en
enviar una comisión a Sobremonte rogándole entregara el tesoro a un destacamento inglés
enviado en persecución del mismo. Este tesoro fue trasladado a Londres y paseado como trofeo
de guerra, antes de ser depositado en un banco.
El 14 de julio, Sobremonte declaró a Córdoba la capital provisoria del virreinato. Asimismo, instó
a que se desobedecieran todas las órdenes provenientes de Buenos Aires mientras durara la
ocupación. Se dedicó a organizar un ejército con el que reconquistar la capital, pero la tarea
tropezó con toda clase de dificultades, y sólo dos meses más tarde estuvo listo.

Los porteños estaban, en general, descontentos con la metrópoli y, por tanto, en un primer
momento los británicos fueron recibidos con entusiasmo. Sin embargo, los grupos partidarios de
la independencia reconocieron la amenaza latente en la ayuda británica. La ocupación era la
excusa perfecta para establecer el dominio que el Reino Unido anhelaba sobre la región. Una de
las primeras medidas que tomó Beresford fue decretar la libertad de comercio y la reducción de
aranceles. Al darse cuenta de que los ocupantes no tenían otros planes, sino convertir al Plata en
una colonia británica, los porteños comenzaron a agruparse para preparar una rebelión.
La Reconquista de Buenos Aires
Martín de Álzaga, el rico comerciante español de notoria actuación durante las Invasiones
Inglesas.
Ante la inmovilidad de las autoridades virreinales, los vecinos de la ciudad, criollos y españoles
por igual, comenzaron a armarse para defenderse por sus propias manos. Se organizaron varios
grupos clandestinos que planeaban atacar el Fuerte, residencia temporal de Beresford, con
explosivos caseros. Estos movimientos tuvieron el apoyo de los monopolistas como el rico y
poderoso comerciante español Martín de Álzaga, que se veían severamente perjudicados con el
libre comercio decretado por el representante de Jorge III de Inglaterra (y que fuera aprobado
por este soberano cuando los británicos ya no gobernaban el Río de la Plata).
A fines de julio partieron unos 450 hombres comandados por José Ignacio Garmendia y Alurralde
desde Tucumán. Al llegar a Santiago del Estero, recibieron una comunicación del virrey pidiendo
que una compañía fuera a marcha forzada para llegar cuanto antes a Buenos Aires. Salvador
Alberdi, a cargo de unos doscientos hombres, fue el encargado de hacerlo.
El 1 de agosto una guerrilla amparada por Martín de Álzaga en los Caseríos de Perdriel, fuera del
casco urbano (la actual Chacra Pueyrredón, en el partido de General San Martín),16 dirigida por
Juan Martín de Pueyrredón, fue derrotada por una fuerza inglesa de 550 hombres. Pero la mayor
parte de las tropas quedaron intactas para reconquistar la ciudad.
Plano del movimiento de las fuerzas durante la Reconquista.
Antes de que los rebeldes porteños pudieran llevar a cabo su plan, nuevas tropas arribaron a
Buenos Aires: estaban comandadas por Liniers, que había abandonado su posición en Ensenada
y cruzado el Plata para organizar las tropas para la reconquista. Desde Montevideo, y con la
ayuda de Pascual Ruiz Huidobro, gobernador de esa ciudad, el francés organizó un ejército que
partió el 23 de julio para Colonia y el 3 de agosto fue embarcado en una flota de 23 naves hacia
Buenos Aires para iniciar la Reconquista.
Cruzó el Río de la Plata aprovechando una sudestada, tempestad que dejó inmóviles a los
buques británicos y en medio de la niebla. Avanzando desde el Puerto de las Conchas, en Tigre,
se sumaron a este ejército miles de hombres entusiasmados.

La Reconquista de Buenos Aires. William CarrBeresford se rindió ante Santiago de Liniers.
El 12 de agosto, Liniers avanzó sobre la ciudad desatando una batalla campal en distintas calles
de Buenos Aires, hasta acorralar a los británicos en el Fuerte de la ciudad. Primero fue tomada la
Iglesia de la Merced, ubicada a pocos metros de la Plaza Mayor, y desde el atrio del templo se
lanzó la ofensiva al Fuerte. También salieron a la calle centenares de voluntarios organizados y
entrenados por Álzaga. Cerca de doscientos prisioneros ingleses fueron custodiados y llevados
por las tropas de Garmendia hasta la ciudad de Tucumán, que debía encargarse de alojar,
alimentar y custodiar.
Beresford se rindió y firmó la capitulación el 20 de agosto, en la que se acordaba el intercambio
de prisioneros entre ambos bandos. Temiendo un segundo ataque, el Cabildo presionó para que
los prisioneros británicos fueran enviados al interior, anulando así los términos de la rendición.
Retomada la ciudad, la Real Audiencia de Buenos Aires asumió el gobierno civil y decidió
entregar la Capitanía General a Liniers. Asimismo, la corona española le agregó el título "La muy
fiel y reconquistadora" a la ciudad de Montevideo y en el escudo de dicha ciudad se agregaron
banderas británicas caídas, indicando la derrota de los británicos frente a Montevideo.
Popham fue juzgado por una corte marcial británica por haber abandonado su misión en Cabo
de Buena Esperanza pero su castigo se limitó a ser "severamente amonestado". La ciudad de
Londres le otorgaría luego una espada de honor por sus esfuerzos por abrir nuevos mercados; la
sentencia nunca llegó a afectarlo.
Creación de las milicias urbanas
Tras la capitulación de Beresford y ante la posibilidad de una nueva invasión, Liniers emitió el 6
de septiembre de 1806 un documento instando al pueblo a organizarse en cuerpos separados
según su origen. Este documento contenía una proclama acerca de la creación de diversos
cuerpos urbanos, y una segunda orden de convocatoria fue emitida el 9 de septiembre. La
mayor parte de los hombres adultos se enlistó como miliciano de alguno de los diferentes
cuerpos y regimientos que se organizaron.
EL PROYECTO DE ARTIGAS
El proyecto de Artigas era organizar a las Provincias Unidas bajo el sistema federal. No incluía la
idea de la independencia de una parte de las Provincias Unidas, es decir, no quería separar a la
Banda Oriental de aquellas.
Es por eso que rechaza las propuestas de Alvear de independizar a la Banda Oriental y Entre Ríos
tomando como línea divisoria el Paraná.

Artigas fue fiel a las ideas revolucionarias de la época, que seguían la línea de libertad, igualdad,
prosperidad, felicidad y seguridad. Dentro de la idea de libertad estaba la religiosa.
El Congreso de Tres Cruces fue lugar para que declare la importancia de una Constitución que
ponga freno al despotismo y abuso de poder los gobiernos.
El Cabildo fue órgano de representación de los pueblos, a los que el caudillo oriental reconocía
derecho de rebelión ante el abuso de los gobernantes.

Durante la guerra creyó necesario la unión defensiva-ofensiva para enfrentarla, luego pensaba
en la federación.
El caudilo de los orientales y Protector de los Pueblos Libres llevó una politica opuesta al
centralismo porteño y rechazó las gestiones conciliadores del Directorio.

Conclusión: Artigas quería la independencia de España, la libertad de los pueblos que debían ser
gobernados bajo la forma federativa y la sanción de una Constitución.
Su proyecto era integrador y feder
LA INDEPENDENCIAY LA MILITARIZACION
Hacia 1808, el papel de los militares en el mundo hispanoamericano colonial se hallaba limitado
a su función específica: la defensa de las posesiones ultramarinas del rey. En la parte meridional,
las principales posiciones estaban dadas por las necesidades estratégicas del imperio: en Chile, la
frontera del Biobío y la latente amenaza mapuche, a pesar de que hacía más de un siglo no se
protagonizaba un enfrentamiento grave entre indígenas e hispanos, obligaban a la presencia de
un ejército permanente; en el Río de la Plata, el enclave portugués de Colonia del Sacramento y
la creación del Virreinato rioplatense justificaban la presencia de 20% del contingente militar
español en América[1].

Las reformas impulsadas por la corona borbónica en España, sumado a las crecientes
necesidades para financiar al Ejército indiano, tuvieron por consecuencia la americanización del
contingente. El flujo de militares profesionales se detuvo, y solamente llegaban aquellos que
contaban con un destino fijo. Por otro lado, desde la perspectiva de la elite hispanoamericana,
resultaba más atractiva la obtención de un grado miliciano, por el significado social que tenía,
sumado a los privilegios que les eran inherentes, entre los cuales se contaba el uso y goce del
fuero. La carrera militar, en cambio, implicaba un servicio permanente, una situación de vida
precaria, y una lenta dinámica en los ascensos[2]. En este sentido es que Tulio HalperínDonghi
nos señala que en el virreinato rioplatense existían solamente dos empleos militares de
importancia: el de Inspector General de Armas y Subinspector General de Armas, cuyos altos
sueldos y altas dignidades resultaban atractivos para el establecimiento de alianzas
matrimoniales con la elite burocrática y mercantil: un caso ejemplar fue el enlace entre Antonio
José de Escalada y Sarría, miembro del cabildo, del Real Consulado de Comercio y Canciller de la
Real Audiencia, con Tomasa de la Quintana y Aoiz, hija del Brigadier General de la Real Armada y
Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos José Ignacio de la Quintana[3]. En cambio, el resto de
la jerarquía militar llevó a cabo una práctica de alianzas matrimoniales entre familias de
militares, lo que contribuyó a un notorio aislamiento de este segmento en la sociedad colonial
hispanoamericana[4].

Pero el rol político y social de los militares cambió ostensiblemente con el desarrollo de las
revoluciones norteamericanas y francesas. En el primer caso, la independencia de Estados
Unidos de Norteamérica se logró sobre la base de milicias provinciales y voluntarios, lo cual
redundaba en una tropa y oficialidad inexperimentada. Esta guerra significó la primera aparición
de una guerra popular, con participación de una gran cantidad de población masculina de
manera voluntaria y con un claro compromiso político[5]. Por otro lado, la Revolución Francesa
hizo posible que la guerra dejara de ser una “forma ampliada del complot aristocrático”,
abriendo la carrera militar a la totalidad de la población, dando inicio al concepto de la nación en
armas: eran los ciudadanos los que defendían a la patria en peligro. Pero con el advenimiento de
Napoleón, la oficialidad se iba a convertir en una elite, donde no primaba la calidad social, sino
que el honor, el mérito y la virtud: tal es el caso de los mariscales Michel Ney y JoachimMurat,
hijos de un panadero y un posadero respectivamente. Además, en el servicio al Estado, la carrera
militar se transformaba en la clave para lograr la preeminenciasocial[6].

Y, en efecto, bajo la influencia de la disputa generada por la revolución francesa es que se
producirán las invasiones inglesas, que tendrán una importancia para la revalorización del papel
de los militares en la vida política y social del Conosur hispanoamericano. La reacción a la
invasión liderada por el general británico Beresford provino de los vecinos notables y del cabildo
bonaerense, ante el repliegue del virrey Sobremonte hacia Córdoba. Se organizaron cuerpos
milicianos, algunos de ellos en sus denominaciones indicaban el origen de sus miembros: el
cuerpo de Patricios tenía relación con las familias de los principales vecinos bonaerenses,
mientras que el cuerpo de Arribeños aglutinaba a la población de las provincias del interior del
virreinato. También los peninsulares tuvieron representación en los tercios de gallegos,
catalanes, andaluces, etc. Hubo prácticas al interior de los cuerpos que permitieron el
perfilamiento de liderazgos, que resultarían importantes en el escenario posterior al 25 de
mayo, como lo fue la elección de los comandantes y oficiales en estos cuerpos, lo cual también
se traduciría en algunas rivalidades de implicancias políticas en el periodo independentista.

Las dos victorias sobre los ingleses pusieron de manifiesto la debilidad del sistema defensivo
español y reafirmó el valor de la actividad militar: el vecino había logrado derrotar a un ejército
profesional enemigo. A la vez que introdujo un importante factor identitario, que tendrá
relevancia en el debate sobre la soberanía y la instalación de una junta de gobierno. Los mismos
cuerpos armados lograrán sofocar el movimiento del capitular Martín de Álzaga para deponer al
héroe de la defensa, el virrey Santiago de Liniers. En menos de dos años, la mutación ideológica
llevaría a un cambio en las lealtades políticas, ya que sería la misma junta liderada por Cornelio
Saavedra la que ordenaría el fusilamiento de Liniers, lo que se verificó el 25 de agosto de 1810
en Córdoba. Como señalan acertadamente VictorGayol y Gabriela Tío Vallejos, el proceso
revolucionario del Río de la Plata “convirtió a los líderes civiles en militares a la fuerza y a los
militares en gobernantes forzados”[7].

Desde el 25 de mayo de 1810, la expansión de las ideas políticas fue de la mano del avance de
las sucesivas expediciones enviadas por la Junta. Este hecho evidenció que la guerra se convirtió
en el elemento transformador del orden colonial y de la realidad cotidiana (el caso de la
transformación de la provincia de Cuyo en un verdadero campo militar a gran escala, incluyendo
un cambio en las orientaciones que tenía la economía agroganadera de dicha provincia); la
oficialidad del ejército desplazó en términos de prestigio a la clase burocrática, destruyendo las
jerarquías tradicionales, aunque hubo una simbiosis entre las jerarquías y estructuras
clientelares tradicionales con la jerarquía de mando, solidaridades y prestigio que imponían los
nuevos ejércitos revolucionarios. En el plano cultural, se generó una cultura bélica que
acompañó al cambio en la visión que tenía la sociedad entera sobre la actividad militar[8].

Políticamente, la carrera militar abrió el camino para que los oficiales comenzaran a ocupar
empleos administrativos: a nivel estatal, la presencia de altos oficiales en el mando supremo de
las Provincias Unidas del Río de la Plata: al brigadier Carlos María de Alvear (1815); brigadier
Ignacio Álvarez Thomas (1815-1816); brigadier Juan Martín de Pueyrredón (1816-1819);
brigadier José Casimiro Rondeau (1819-1820). Mientras que a nivel provincial podemos citar el
caso del coronel José de San Martín en la provincia de Cuyo (1814-1815); al coronel Antonio
González Balcarce en Buenos Aires (1812-1814). En el caso del Ejército de los Andes durante su
permanencia en Chile, también se proyectó esta tendencia, ya que mientras San Martín se
hallaba en Buenos Aires negociando las bases para la expedición libertadora del Perú, y
O’Higgins asumía el mando de las operaciones contra el bastión realista en Talcahuano, quedaba
de manera interina a cargo de la dirección política de Chile el coronel Hilarión de la Quintana,
mientras que asumieron empleos de gobernador y comandante general de armas en Valparaíso
el teniente coronel Rudecindo Alvarado (1817) y el coronel José Matías Zapiola (1819); y en
Talca, los comandantes Francisco de Montes y Larrea (1817), Enrique Martínez (1817-1818) y el
coronel José Matías Zapiola (1818).

En cuanto a los aspectos sociales de la militarización, un caso paradigmático es el de José de San
Martín. El futuro libertador había nacido en el pueblo de Yapeyú, en 1778, hijo de dos españoles,
del Capitán Juan de San Martín y Gregoria Matorras, ambos de origen peninsular. El capitán San
Martín y su familia debieron regresar a España conforme a los ajustes realizados a la política
defensiva del imperio, que retiraba a los cuerpos profesionales de América. José de San Martín
comenzó en España una carrera militar, no teniendo mayores opciones conforme a ser hijo de
un oficial que había comenzado como soldado y había llegado al tope de sus posibilidades como
oficial. Cuando San Martín vuelve a América, en marzo de 1812, su inserción en la vida
bonaerense fue de la mano del desempeño profesional como militar: a poco de haber llegado se
le encomendó la creación de un escuadrón de caballería conforme a la táctica francesa. En
octubre del mismo año, su posición política se consolidaba al ser parte de los militares que, en
conjunto con los civiles de la Sociedad Patriótica, depusieron al triunvirato compuesto por Juan
Martín de Pueyrredón, Feliciano Chiclana y Manuel de Sarratea. Inclusive, el nuevo gobierno lo
dotó del empleo de Comandante General de Armas de Buenos Aires. En 1813 fue destinado
como General del Ejército del Norte. El ascenso de San Martín no se detendría, ya que en agosto
de 1814 se le destinaría como Gobernador Intendente de la Provincia de Mendoza y, en 1816,
como General en Jefe del Ejército de los Andes y la calidad de Capitán General de la Provincia de
Cuyo para efectos de la organización de la expedición de Chile. Sin embargo, la rápida carrera de
San Martín también implicó su incorporación a la sociedad porteña. De la mano de Carlos María
de Alvear, cuya amistad trabó en España y compañero de lides en el establecimiento de la Logia
Lautaro en Buenos Aires, fue presentado a la hija de Antonio José de Escalada y Tomasa de la
Quintana, hija de un encumbrado militar del periodo tardocolonial rioplatense. María Remedios
de Escalada, quien a la sazón tenía 15 años, se casó en septiembre de 1812 con José de San
Martín. En este sentido, el matrimonio le reportó a San Martín un importante capital familiar[9],
del cual se valdría para llevar a cabo su actividad político-militar por el Conosur
hispanoamericano: sus cuñados, Manuel y Mariano Escalada, se incorporarían al Regimiento de
Granaderos a Caballo, que comandaba San Martín, del cual llegarían a ser encumbrados
oficiales, coronel y teniente coronel, hasta su retiro, en 1819. También formaría parte de este
regimiento un primo de los hermanos Escalada, Rufino Guido. Por su parte, el abogado Tomás
Guido, quien se desempeñaría en el Despacho de Guerra de las Provincias Unidas del Río de la
Plata, como oficial primero, posteriormente se transformaría en el consejero de San Martín, y
redactor del proyecto de la expedición hacia Chile en 1816, y lo tendría a su lado durante la
campaña de Chile, al haber sido nombrado con calidad de representante del gobierno porteño
en Chile entre 1817 y 1820. También tendrían importancia en la aventura sanmartiniana hacia
Chile los tíos maternos de los Escalada Quintana: el brigadier Matías de Irigoyen, Secretario del
Despacho de Guerra de Pueyrredón y Rondeau, y el coronel Hilarión de la Quintana, oficial
agregado al Estado Mayor, y que como ya vimos sustituyó a O’Higgins en el año 1817. Inclusive,
un primo más lejano, Mariano de Larrazábal y Aspiazú, sería en Chile director interino de la
Academia Militar entre 1817 y 1818, y posteriormente, pasado al Ejército de Chile, acompañaría
a San Martín en la Expedición Libertadora al Perú, en calidad de Comandante del Regimiento N°4
de Chile
EL PLAN CONTINENTAL DE SAN MARTIN
En 1817 San Martín inicia una guerra contra los españoles desde Chile. Su plan se denominó
'Plan Continental', por medio del cual debía liberar a Chile, cruzando los Andes, y desde allí por
barco se dirigiría hasta el Perú donde también los libertaría.

En Mendoza armó su ejército con el apoyo de toda la ciudadanía. Obtuvo gran ayuda y
colaboración de Martín de Pueyrredón en el Directorio. Le enviaron dinero, armas , ponchos,
frazadas, hombres negros (esclavos).

En enero de 1817 comenzó la travesía con un ejército de 5,000 soldados y unos 1,000 animales
entre caballos y mulas. Cruzó la cordillera por el paso de los Patos y Uspallata. Las tropas
estaban a cargo de Soler, O'Higgins, San Martín y Las Heras.

Otras tropas menores (unos 800 soldados) cruzaron los Andes por otros sitios, para tratar de
confundir al enemigo.
Al llegar a Chile tuvo una importante victoria, la de Chacabuco, que le permitió entrar en
Santiago, allí O'Higgins fue nombrado Director de Chile (San Martín había rehusado
anteriormente el mismo cargo).

Luego fue derrotado por los realistas en Cancha Rayada, pero más tarde venció al enemigo en la
batalla de Maipú. Con el apoyo de O'Higgins armó una flota naval con barcos ingleses y con la
jefatura de militares irlandeses como Cochrane.

En junio de 1820 partió hacia Perú, desde Valparaíso con 4,500 hombres, 14 barcos y 8 naves de
guerra. En 1821 San Martín proclamó la independencia del Perú, donde fue nombrado Protector.

En 1822 renuncia a su cargo de Protector, regresa a Chile y permanece allí 3 meses para
restablecerse de su salud, después va a Mendoza, donde es informado de la muerte de su
esposa en Buenos Aires.

Como la situación del país era bastante grave, y los caudillos provinciales iban tomando día a día
mayor poder, San Martín decide alejarse de la patria.

Se fue a vivir con su hija Merceditas a Francia, y permaneció allí hasta su muerte, el 17 de agosto
de 1850. Treinta años más tarde sus restos fueron repatriados por el gobierno argentino y
depositados en el mausoleo de la Catedral de Buenos Aires.
SALTA Y LA REGION DURANTE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA
En junio de 1810, el cabildo de Salta se sumó a la Revolución de Mayo, llegando en 1811 el
primer contingente del Ejército del Norte.

Durante la guerra de la Independencia Argentina, la ciudad de Salta fue invadida varias veces por
los realistas: 29 de enero-10 de marzo de 1812; 15 de abril-4 de mayo de 1817, por José de la
Serna (Invasión de De la Serna a Jujuy y Salta); 31 de mayo-fines de junio de 1820, por Juan
Ramírez Orozco; 7 de junio-14 de julio de 1821 por Pedro Antonio de Olañeta.3 Durante estas
ocupaciones, el caudillo Martín Miguel de Güemes organizó la resistencia y las ofensivas
patriotas, y lanzó una guerra de guerrillas popularmente llamada guerra gaucha, hasta su
asesinato, en 1821.
Con la decisiva batalla de Salta (20 de febrero de 1813), Manuel Belgrano logró que todo el
noroeste quedase libre, aunque se mantuvieron esporádicos ataques realistas desde el Alto Perú
hasta 1826.

Consolidada la independencia, Salta se hundió, junto con el resto del país, en el torbellino de
luchas entre unitarios y federales, siendo alternativamente gobernada por ambos bandos.

[editar]Formación del territorio de la Provincia de Salta (1814-1943)
Muy poco tiempo después de la Revolución de Mayo, en 1814, la antigua Intendencia de Salta
del Tucumán empezó a desintegrarse, y se inició un largo proceso durante el cual la provincia de
Salta fue formando su territorio, en medio de disputas con provincias vecinas, disputas entre la
Argentina y países vecinos, guerras con las tribus del Chaco, hasta que en 1943 la provincia
adquirió la forma y los límites que actualmente tiene.

Por decreto del 8 de octubre de 1814, el Director Supremo Gervasio Posadas dividió la
Intendencia de Salta del Tucumán en dos:

La Provincia de Salta, al norte (la actual Provincia de Salta, más Tarija con Chichas y Lípez, Jujuy y
el litoral de Antofagasta-Atacama).
La Gobernación Intendencia del Tucumán, al sur (actuales provincias de Tucumán, Catamarca y
Santiago del Estero)
El 26 de agosto de 1826 un golpe de estado separó a Tarija no sólo de Salta sino de toda la
Argentina, anexándola a Bolivia. Facilitaron ello la Guerra argentino brasileña, las luchas civiles
en Argentina y los intentos de ciertos gobernantes salteños por mantener a Tarija como
sufragánea de Salta. El Congreso nacional, por ley del 30 de noviembre de 1826, elevó a Tarija a
la categoría de provincia, aunque no volvió ya a territorio argentino.

Mapa de la Argentina, de mediados del siglo XIX, donde aún aparecen Salta y Jujuy como una
sola provincia.
El 22 de noviembre de 1834, Jujuy se separa de Salta y se transforma en una nueva provincia
argentina. Pero la región de Orán, al noreste de Jujuy, (actuales departamentos de Orán, Santa
Victoria, Iruya, Rivadavia y San Martín) se mantuvo unida a Salta, aunque hubo un intento (1881)
de separarla y transformarla en una nueva provincia argentina, con capital en San Ramón de la
Nueva Orán, que nunca prosperó. La unión de Orán con Salta explica la curiosa forma de
herradura que tiene actualmente la provincia.

En 1879 el ejército argentino lanzó una campaña militar en el Chaco, a fin de someter y a los
indígenas de la región. Como resultado de la misma, el Chaco Central y Austral fueron puestos
bajo la órbita del Estado Nacional. En la ofensiva fueron muertos millares de indígenas, y a las
tribus sobrevivientes se les despojó de sus tierras, que fueron entregadas a colonos, origen del
actual conflicto entre criollos y aborígenes en el Chaco salteño. Posteriormente, por Ley N° 1.532
de Organización de los Territorios Nacionales (16 de octubre de 1884), el Estado Nacional
estableció los límites entre Salta y los Territorios Nacionales del Chaco y de Formosa. La
provincia se ensancha hacia el este.

Por el tratado del 10 de mayo de 1889 con Bolivia, Argentina renunciaba a su reclamo sobre
Tarija. En compensación, Bolivia cedía la Puna de Atacama —territorio que, por otra parte, había
sido incorporado a Salta ya en 1818 por Martín Miguel de Güemes—, que se encontraba en
poder de Chile luego de la Guerra del Pacífico (1879-1880). Esta maniobra boliviana le otorgaba
a la Argentina un territorio que formó parte del Virreinato del Río de la Plata, pero que de hecho
estaba en manos de Chile, buscando forzar una guerra entre Chile y Argentina. Como Chile se
negara a entregar los territorios cedidos por Bolivia, se decidió someter la cuestión al arbitraje
del estadounidense William Buchanan, que en 1899 otorgó a Argentina el 75% del territorio en
disputa y el resto a Chile. También por el tratado de 1889 Argentina cedía un territorio que se
consideraba hasta entonces salteño: las Juntas de San Antonio. Las concesiones argentinas
favorables a Bolivia prosiguieron con las rectificaciones de 1904 (Esmoraca y Estarca) y Yacuiba,
Yacuiba recién fue aceptada como boliviana (en territorio tarijeño) por el el Tratado de límites
Carrillo-Díez de Medina (julio de 1925);4 en gran medida estos ajustes de límites que
beneficiaron a Bolivia se debían a que Argentina debía enfrentar otros litigios con Brasil
(Misiones Orientales) y con Chile motivos por los cuales el estado argentino trató de reducir al
máximo las fricciones con varios países limítrofes al mismo tiempo, reduciendo con ello los
riesgos de una guerra desventajosa en tres frentes y los riesgos de un mal intercambio de bienes
entre los distintos estados.

Por la Ley N° 3.906 (9 de enero de 1900) se creó el Territorio de Los Andes. Por decreto del 12 de
mayo de 1900, el Poder Ejecutivo Nacional dividió al Territorio de Los Andes en tres
departamentos administrativos: Susques (norte), que limitaba con la Provincia de Jujuy; Pastos
Grandes (centro), lindante con la Provincia de Salta; y Antofagasta de la Sierra (sur), limítrofe con
la Provincia de Catamarca.
En 1902, la Provincia de Salta cedió el pequeño departamento de San Antonio de los Cobres
(aproximadamente 5.500 km²) por Ley N° 4.059, para ser la capital del territorio, formándose
con ella un cuarto departamento en el Territorio de los Andes.

En 1925 la Argentina cede la soberanía de la localidad de Yacuiba a Bolivia, a pesar de estar al
sur del paralelo que porta el límite internacional acordado, debido a que Bolivia necesitaba
conservar una población en el área del Chaco.

En 1943 el Gobierno Nacional resolvió disolver el Territorio Nacional de Los Andes. Los
departamentos de San Antonio de Los Cobres y Pastos Grandes fueron fusionados y reintegrados
a la provincia de Salta, constituyendo el actual Departamento Los Andes. (Susques pasó a
pertenecer a la Jujuy y Antofagasta de la Sierra a la Catamarca).

El límite con la Provincia de Tucumán fue fijado mediante la Ley Nacional N° 22264 dictada por el
gobierno militar y publicada en el Boletín Oficial el 12 de agosto de 1980.
LA ACCION DE GUEMES
vastedad del escenario geográfico donde desplegó su lucha el general salteño Martín Miguel de
Güemes, fue proporcional a la magnitud de su empresa. Nacido en Salta 1785 y muerto 1821 en
una emboscada nocturna de tropas realistas, Güemes consagró veintidós años, de los treinta y
seis que vivió, a las armas.

Hijo de un funcionario borbónico santanderino enviado a América como Tesorero de la Real
Hacienda, y de una descendiente de vascos, a los 14 años se incorporó como cadete al
Regimiento Fijo, participó en la reconquista de Buenos Aires durante la primera invasión inglesa
y adhirió al movimiento independista inmediatamente después de llegada a Salta la noticia del
pronunciamiento del Cabildo de Buenos Aires.

En abril de 1814 San Martín le confió la comandancia de las fuerzas patriotas de avanzada
formada por gauchos de Salta y de Jujuy que operaban en el Alto Perú. Desde mayo de 1815, y
hasta su muerte, ejerció esas funciones y las de gobernador de su provincia que, desde 1784,
fuera sede de la Intendencia de Salta del Tucumán la que abarcaba las actuales provincias de
Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Jujuy y Catamarca, a las que se añadía Tarija.

El escenario de la lucha librada por Güemes se extendía, al norte, hasta la Intendencia de Potosí,
y al este, hasta la Capitanía General de Chile. En ese extenso territorio Salta fue un nudo de
caminos y senderos por donde, desde el siglo XVI, fluía el tráfico de hombres, de animales y de
mercancías. En Salta termina la planicie argentina y comienza a dibujarse una enmarañada y, a
veces, áspera y desafiante geografía de altura, con temperaturas extremas, con sus valles, ríos y
quebradas.

Controlar el Alto Perú, para realistas y patriotas, era controlar la llave del largo corredor que
enlazaba a la capital virreinal de Lima con la rebelde Buenos Aires. Entre 1810 y 1821 ese
territorio será ocupado, alternativamente, por realistas y patriotas. Siete, según unos, y once, de
acuerdo a otros, fueron esas incursiones realistas, llamadas “invasiones” por nuestros
historiadores. Las más importantes que rechazó Güemes fueron seis: la cuarta del brigadier
Joaquín de la Pezuela en 1815; la quinta, de La Serna en 1817; dos de Pedro Antonio de Olañeta
también en 1817; la de Canterac en 1820 y la de Olañata en 1821, que le cuesta la vida.

En 1812, intentando abrirse paso hacia Buenos Aires, el general español Pío Tristán llegó hasta
Tucumán, donde fue derrotado y se vio forzado a replegarse a Salta donde sufrió un nuevo revés
frente a Belgrano en la batalla del 20 de febrero de 1813. La suerte de las armas oscilará de un
extremo al otro de ese tenso arco.

Por momentos, las tropas del Rey tienen el control de un territorio que, en otros momentos,
escapa de sus manos por la acción de las fuerzas patriotas irregulares altoperuanas que libran la
guerra de las republiquetas y por el constante asedio de las guerrillas de Güemes que las
someten a una extenuante guerra de recursos. La tierra debía ser hostil a un enemigo que
desesperaba por la falta de caballos, de forraje, de alimentos y hasta de agua en las acequias
que los gauchos obstruían y secaban.

La inferioridad de recursos materiales debía compensarse con la superioridad que otorgaba el
conocimiento del terreno, la adhesión popular a la independencia, el controlar los caballos
necesarios para los milicianos y el disponer del ganado para su alimentación. Güemes conocía a
sus paisanos. Ellos son, explicó al gobierno porteño, “habitantes de toda clase de terrenos y
climas y desde su tierna edad están acostumbrados a viajar en los Andes y serranías del Perú.
Son hombres más cauterizados con los trabajos más ásperos y penosos. Más breve: son propio
para militares”.
¿Quiénes eran esos gauchos que dejaban la labranza y montaban a caballo, armados con
machete o rifle, para seguir a Güemes? Estos hombres de la tierra eran criollos de entre 15 y 45
años. Ellos eran, dice Miguel Solá, pastores, arrieros, labradores y artesanos. San Martín los
designó como gauchos, sinónimo de hombres curtidos que conocían la tierra como la palma de
sus manos; de jinetes diestros, hábiles con el lazo con el que atrapaban a los godos, y valientes
hasta la temeridad. Esas cualidades, anotó el general español García Camba, “admiraban a los
militares europeos”.

¿Cómo organizó sus fuerzas Güemes? Lo hizo mediante una red de milicias que cubría un amplio
espacio, desde Humahuaca –con ramificaciones en Potosí-, pasando por Jujuy, la ciudad de Salta
y las poblaciones aledañas del Valle de Lerma, el Chaco salteño y el Valle Calchaquí. Los
milicianos fueron organizados en unidades de 20 a 30, bajo el mando de jefes locales, llamados
“capitanes de Güemes”, muchos de ellos estancieros. Estos grupos, explica Roger Haigh, “eran
parte de cuatro divisiones” comandadas por militares conducidos por Güemes.

¿Qué retribución recibían esos milicianos? Güemes combinó el pago en moneda con la
aplicación de una norma que se usó en España durante la invasión napoleónica y que consistía
en eximir a los gauchos del pago de arriendos y otras contribuciones, institución conocida como
“Fuero Gaucho”, que no implicó un reparto de tierras, sino un transitorio perdón de las deudas.
El fuerte componente popular de las milicias no sólo no trastornó sino que tampoco redujo los
vínculos de lealtad que unían a los gauchos y los peones con sus patrones.

San Martín integró a Güemes dentro de su plan estratégico y acordó modificar el diseño de la
guerra, ante las sucesivas derrotas de las fuerzas patriotas en el norte comandadas por
porteños. Ambos coincidieron en que las características del territorio, las posibilidades de las
fuerzas realistas, los recursos disponibles y la idiosincrasia de los habitantes, imponían la
necesidad de potenciar la guerra irregular, combinándola con acciones regulares. Según la
relación de fuerzas esas acciones debían adoptar, en un momento, un carácter defensivo y, en
otros, desplegarse en acciones ofensivas.

La derrota patriota en Sipe-Sipe imponía revisar el esquema aplicado por Buenos Aires desde
1810. Mientras las maltrechas fuerzas patriotas tenían en el norte 2.500 hombres, el realista
Pezuela tenía 6.000 soldados “aguerridos” y mejor equipados con los que controlaba “las cuatro
provincias más ricas y pobladas” del país. San Martín pensaba que el asedio de Lima por el norte
argentino era más incierto y costoso, y que resultaría más rápido y más eficaz si se reforzaban las
fuerzas que concentraba en Mendoza para pasar a Chile.

Gaucho del Regimiento de Infernales 1815

Por un lado, el primer movimiento era detener el avance realista no permitiéndole traspasar
territorio salteño. El segundo, aprovechar las ventajas que tenía San Martín en Mendoza, flanco
vulnerable de los realistas. Si los generales realistas trabajaban para doblegar a los independistas
por esos dos flancos, San Martín, Belgrano y Güemes trabajaban para construir un sistema de
pinzas capaz de derrotarlos.

Güemes, que había provocado los recelos y desconfianzas de los porteños, debió revalidar sus
títulos ante Belgrano, quien lo había castigado trasladándolo a Buenos Aires, y conquistar la
confianza de San Martín que lo integró como parte principal de su plan estratégico. Superadas
las diferencias con Rondeau, Güemes se convirtió en uno de los garantes del Congreso de
Tucumán cuando la restauración del Rey en España parecía condenar al fracaso a la empresa
independista. A partir de allí, elegido gobernador de Salta, Güemes fue también garante de una
autoridad nacional inestable, errática y sometida a luchas intestinas.

En mayo de 1815 Güemes es elegido Gobernador. Lo eligieron los miembros de la elite, los
“hombres educados y ricos” unidos entre sí por fuertes lazos de parentesco. Es también
Comandante General de Avanzadas. La guerra impone un combate tan arduo como el militar: la
lucha por los recursos para alimentar, vestir, armar y mover las milicias gauchas.

El campo, el forraje para el engorde de las vacas y también de las mulas que se vendían en el
Alto Perú y el Perú, habían dado a Salta cierta prosperidad. Si Buenos Aires retaceaba los fondos,
ellos saldrían de ese campo, de los aportes voluntarios de los hacendados y de las
contribuciones forzosas a los comerciantes, mucho de ellos españoles.
¿Con qué armas combatiremos?, preguntó un gaucho a uno de sus jefes. “Con las que le
tomemos al enemigo”, respondió. A miles de kilómetros de la península, esos jefes españoles
que habían enfrentado a las tropas napoleónicas con la guerra irregular resultaban víctimas de
esa misma táctica mortífera. El activo contrabando no alcanzó a compensar la clausura de la ruta
comercial con Potosí y con Lima.

Pero ésta es un arma de doble filo: no sólo hiere a los godos, también desangra la precaria
economía local que, por momentos, apenas puede asegurar la subsistencia. Una sola de esas
familias encumbradas, en un año donó 20.000 de los 26.000 pesos aportados por particulares. Y
en cinco años, 5.000 cabezas de ganado y más de 1.300 caballos. Hacia 1819 las necesidades
materiales crecieron a la misma velocidad que decrecían las posibilidades de satisfacerlas.
Güemes se disponía abrir una brecha en la muralla realista altoperuana para intentar cerrar la
pinza sobre Lima.

La prolongación de la guerra y la cada vez menor contribución económica por parte del gobierno
de Buenos Aires, colocó a la provincia al borde de la ruina y a sus comerciantes en la quiebra.
Parte del sector más rico de la sociedad comenzó a mostrar su descontento con el gobierno de
Güemes. Algunos, incluso, comenzaron a tramar una conjura contra él en alianza con militares
realistas.

Asediado por las tropas realistas, resistido por algunos jujeños, enemistado con el gobernador
de Tucumán (Bernabé Aráoz), aislado por las luchas entre los caudillos del Litoral y Buenos Aires,
abandonado de la mano del gobierno porteño y rechazado por parte de algunos comerciantes,
hacendados y hombres ilustrados, Güemes comenzó a sentir los efectos de esa combinación de
factores adversos.

El apoyo de una parte importante de la elite local se transformó en encono y hostilidad. Sus
opositores internos comenzaron a demandar el fin de la guerra o, al menos, la apertura de
negociaciones con algunos de los generales españoles liberales que se sentían –a su vezamenazados por las duras posiciones de los generales absolutistas. También demandaron la
fijación de límites al ejercicio de un poder que les parecía arbitrario y hasta despótico.

Güemes anteponía la independencia y la unidad a otros objetivos cuya prematura búsqueda
podía malograr el propósito central de la lucha independista. “Contra Buenos Aires, jamás”,
repetía Güemes mientras hacía enormes esfuerzos por armonizar la defensa del interés local con
el del conjunto nacional. Si aquel rasgo lo acerca al federalismo integrador, éste otro lo distancia
de los caudillos que irrumpieron en 1820. Junto a San Martín y a Belgrano, Güemes conforma el
pequeño grupo de hombres públicos argentinos cuyo patriotismo y entereza pocos discuten.
EL PROCESO SOCIAL Y ECONOMICO DE LA REVOLUCION
Cuando el virrey del Río de la Plata fue derrocado, la Junta revolucionaria de Buenos Aires
adoptó una política económica radicalizada. Se levantó la prohibición de comerciar con
extranjeros y de exportar lingotes de plata y oro. (1) Cuando en 1811 llegó al poder un nuevo
gobierno, denominado el Triunvirato, que era aún más radical en términos de política
económica, los impuestos de importación se redujeron enormemente. (2) La política
librecambista adoptada operó como un imán para los comerciantes extranjeros y
particularmente para los británicos. Por su parte, los comerciantes criollos y españoles que no
podían competir ventajosamente con los nuevos comerciantes de negocios de importaciónexportación británicos quedaron limitados al comercio interior.(3)
La política enfáticamente librecambista adoptada por las autoridades porteñas, cuyo sesgo
más pronunciado fue el desequilibrio de la balanza comercial por el peso avasallante de las
importaciones, generó particularmente en Buenos Aires una extensión del consumo a los
sectores populares, que se convertiría en otra fuente de recursos para el fisco del Estado
revolucionario, a pesar de la mencionada reducción de los impuestos a la importación y
exportación. En 1812 se establecieron las contribuciones extraordinarias para costear la guerra
revolucionaria, que hasta 1815 extrajeron del comercio (y por ende, del consumidor porteño)
una suma de 598.875 $, de la cual una parte importante debió ser costeada por los sectores
populares. (4) Los impuestos aduaneros tales como las alcabalas de distintas clases, la
contribución de hospital o la contribución patriótica registraron un sensible incremento: entre
1806 y 1810 totalizaban 839.284 $; entre 1811 y 1815, 2.086.037, 1 ½ $. Por su parte, los
ingresos vinculados a derechos de Aduana (que figuran como rubro "Aduana" en el período
1806-1810 y como "Derechos al comercio exterior" para el de 1811 a 1815) conocieron un salto
de 2.338.062,1(3/4) $ para el primer período a un monto de 6.453.318,2 ¼ $ para el segundo. (5)
La expansión de los ingresos vinculados con impuestos al comercio exterior será la base del
ordenamiento financiero porteño de aquí en adelante.
Si bien en expansión, la moderación que caracterizó a los gravámenes a la importación y
exportación en el primer quinquenio posterior a la Revolución de Mayo facilitó enormemente la
penetración del comercio británico hacia el Interior, del comercio "aventurero" de los hermanos
Robertson. (6) Los productos manufacturados británicos, competitivos y baratos, desplazaron a
la producción artesanal del Interior. Como consecuencia de la radical apertura económica
implantada desde Buenos Aires, la industria del ganado, que era la más competitiva por la
presencia de ventajas comparativas "naturales", eclipsó a las demás. Pero aquí debe
puntualizarse una distinción. Vera BlinnReber destaca el mecanismo de trueque como el que le
permitió a los hermanos Robertson acceder a los productos del Litoral e Interior y ganar dichos
mercados en el primer decenio posterior a la Revolución de Mayo, al permitir a los productores y
comerciantes locales el ahorro del desembolso de dinero. En cambio, Tulio HalperínDonghi
subraya que el empleo de metálico por parte de los comerciantes ingleses creó nuevos grupos
con capacidad de compra. (7)
Como se dijo antes en 1808 Gran Bretaña hizo la paz con España y al año siguiente se convirtió
en su aliada contra Napoleón. Por consiguiente, la política británica se tornó ambigua frente al
tema de la independencia sudamericana. Oficialmente, se suponía que Gran Bretaña apoyaba a
España, pero los intereses entre ambos Estados divergían fuertemente respecto del tradicional
monopolio comercial español. En 1813 el envío de un cónsul británico no oficial al Río de la Plata
simbolizaría esta ambigüedad.
A principios de 1811 llegó a Montevideo Francisco Javier de Elío nombrado por el Consejo de
Regencia como nuevo virrey del Río de la Plata. De inmediato declaró a dicha ciudad capital del
virreinato e intimó a la Junta porteña el acatamiento de su autoridad. Como su pretensión fue
rechazada, Elío declaró a Buenos Aires ciudad rebelde y decretó el bloqueo de su puerto. En esas
circunstancias pidió ayuda británica. A pesar de que inicialmente no supieron qué hacer, frente a
la insistencia de Elío las fuerzas británicas apoyaron el bloqueo. Esta actitud coincidía con la
política proclamada del Reino Unido, pero era en el fondo contraria a las intenciones más sutiles
(y secretas) del gabinete británico. Por ello, el gobierno inglés envió un almirante a Buenos Aires
con el objeto de asegurarse que el bloqueo no impidiera el legítimo comercio británico con
Buenos Aires. Por otra parte, la comunidad británica en Buenos Aires, libre de estas
ambigüedades, presionaba permanentemente por el reconocimiento del nuevo gobierno. Una
vez que Fernando VII fue restituido en su trono, Gran Bretaña se rehusó a darle el apoyo naval
que necesitaba para recuperar su imperio, y tampoco permitió a otras potencias ayudarlo. Sin
embargo, a pesar de estos factores y ambigüedades, la política británica fue de mediación y no
de apoyo directo a la independencia. Recién hacia 1820, cuando esa política de mediación se
había vuelto anacrónica, algunas potencias, incluyendo los Estados Unidos, comenzaron a
competir por la amistad de los nuevos Estados.
Por otro lado, la revolución en la América hispana fue extremadamente problemática. Los
primeros pasos hacia la revolución se llevaron a cabo pacíficamente en los cabildos, y
especialmente en su forma más inclusiva que fueron los cabildos abiertos, los cuales
establecieron las juntas que reemplazaron a las autoridades designadas por el gobierno español.
Así sucedió en Caracas en abril de 1810, en Buenos Aires el 25 de mayo, y en Santiago de Chile el
18 de septiembre. Las autoridades coloniales se inclinaron ante las nuevas autoridades. En
Buenos Aires, el virrey primero aprobó la reunión del cabildo abierto y luego apareció
encabezando la junta que finalmente fue rechazada. En Chile la junta fue presidida por el mismo
oficial al que se reemplazaba, aunque con otro carácter: el Conde de la Conquista, que era el
gobernandor interino designado por la Audiencia. De tal manera, se hizo todo lo posible para
preservar algún vestigio de legitimidad, y esto no resulta sorpresivo si tenemos en cuenta que
los revolucionarios eran abogados, oficiales y comerciantes prósperos que se habían visto
forzados a convertirse en oficiales militares. Lo que menos querían estos revolucionarios era el
caos y la anarquía típica de las revoluciones. Por otra parte, la revolución en América del Sur se
inició como una revuelta de una elite contra otra, la de los criollos blancos contra los españoles
peninsulares por tener intereses opuestos, pero en los catorce años que llevó la guerra de la
Independencia hubo otros factores que entraron a jugar en el proceso -la oposición de
absolutismo y liberalismo, la evolución del proceso económico iniciado con la revolución
perjudicial para algunas regiones, etc. que llevaron a reacciones y contrarreacciones y
produjeron situaciones peculiares, como el caso de militares nacidos en América que lucharon
para el ejército español.
Las autoridades revolucionarias además no lograron atraer automáticamente la lealtad de sus
subordinados. En una primera instancia Chile fue la excepción: en 1810 la revolución no
encontró oposición allí. Pero en el Río de la Plata la situación fue muy diferente. En el capítulo
siguiente se verá la costosa acción militar que debieron emprender los sucesivos gobiernos de
Buenos Aires para consolidar su autoridad, aunque con poco resultado en las regiones más
alejadas.
Por cierto debe señalarse también que hubo importantes divisiones dentro del movimiento
revolucionario. Por ejemplo en Buenos Aires la Primera Junta fue presidida por el moderado
Cornelio Saavedra, un próspero comerciante boliviano convertido en militar y que estaba en
desacuerdo con el secretario del cuerpo, Mariano Moreno. Este era un abogado relativamente
radicalizado cuya influencia crecía. Saavedra comenzó a tener mayor protagonismo por ser a la
vez presidente de la Junta y jefe del regimiento de Patricios, lo que le generó cierta oposición.
Moreno, por su parte, quería imitar a la Francia revolucionaria, un proyecto que gozaba de
escasas perspectivas de éxito. Cuando la Junta, que sólo representaba a Buenos Aires, fue
forzada a expandirse para permitir la representación a los cabildos del Interior, creció el poder
de los conservadores y Moreno se vio obligado a renunciar. Los conservadores partidarios de
Saavedra dominaron en la Junta Grande, pero fueron forzados a tomar medidas extremas contra
elementos que eran aún más conservadores.
En este contexto, y debido a la inestabilidad y a los fracasos militares de la Junta,
aprovechados por la oposición morenista, en septiembre de 1811 se debió crear un gobierno
más restringido, el Primer Triunvirato, que liberalizó la economía aún más, pero fue derrocado el
8 de octubre de 1812 por un golpe militar de los oficiales del ejército regular, los que ganaron
predominio sobre la milicia urbana (creada como consecuencia de las invasiones inglesas). Con
este golpe la Logia Masónica Lautaro, que tendría una gran influencia política hasta fines de la
década de 1810, apareció en escena, y con ella dos oficiales recién llegados de España se
volvieron prominentes: Carlos María de Alvear y José de San Martín.
Los revolucionarios de octubre de 1812 exigieron la convocatoria de una Asamblea General en
el término de noventa días. El 31 de enero de 1813 la Asamblea inició sus sesiones y eligió a
Carlos de Alvear como su presidente. Se declaró soberana, abolió los títulos nobiliarios, eliminó
el mayorazgo, declaró la libertad de vientres, prohibió los tributos y servicios personales de los
indios y oficializó el escudo de armas y el himno nacional, pero no declaró la independencia. Esto
último fue consecuencia del triunfo de la tendencia alvearista, que opuestamente a lo que
postulaba la sanmartiniana, no consideraba oportuna dicha declaración por consejo británico. En
realidad la situación se había vuelto crítica para las colonias americanas emancipadas y
especialmente para Buenos Aires. Los acontecimientos europeos anunciaban el próximo retorno
de Fernando VII al trono y había evidencia de que el monarca restaurado no tardaría en enviar
una expedición armada al Río de la Plata para sofocar la revolución con la colaboración de los
realistas de Montevideo. Esto empeoraba considerablemente la ya vulnerable situación a raíz
de los reveses militares sufridos por Belgrano en el Alto Perú en los últimos meses de 1813. En
vista de ello, la Asamblea decretó a fines de enero de 1814 la concentración del poder ejecutivo
en una sola persona, creando el cargo de director supremo del Río de la Plata que recayó en
Gervasio Antonio de Posadas.
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  • 1. La Ilustración en Europa La Ilustración fue también un movimiento cosmopolita y antinacionalista con numerosos representantes en otros países. Desde Francia, la Ilustración se extendió por gran parte de Europa. En Gran Bretaña apareció una doble corriente, idealista y empirista, reflejadas en obras como Robinson Crusoe, de Daniel Defoe(1719) David Hume en Escocia, Kant en Alemania y Cristian Wolff que hizo un gran proyecto de difusión de los principios de la filosofía y la ciencia, con una concepción naturalista y racionalista de la cultura, Cesare Beccaria en Italia y Benjamín Franklin y Thomas Jefferson en las colonias británicas mantuvieron un estrecho contacto con los ilustrados franceses, pero fueron importantes exponentes del movimiento. La Ilustración penetró tanto en España como en los dominios españoles de América. Durante el reinado de Carlos III, el ‘rey ilustrado’ por excelencia, las obras de los escritores franceses se leían en español, generalmente en traducciones más o menos retocadas, pero también directamente en francés. Fueron muchos los españoles e hispanoamericanos que viajaban a Francia por motivos de estudio e instrucción, en las artes y las ciencias y los dirigentes políticos de la época, conde de Aranda, conde de Campomanes, conde de Floridablanca, duque de Almodóvar, promovieron y frecuentaron el trato con los pensadores y filósofos de las nuevas ideas. Las vías de expresión fueron los periódicos, las universidades y las florecientes Sociedades de Amigos del País. Entre los españoles ‘ilustrados’, se puede citar a Isidoro de Antillón, geógrafo e historiador; Francisco Cabarrús, crítico y cronista de su tiempo; Juan Meléndez Valdés, que hizo de la Universidad de Salamanca un polo de atracción ‘ilustrada’; Gaspar Melchor de Jovellanos, político y reformador; Valentín de Foronda, embajador y economista, entre otros. Durante la primera mitad del siglo XVIII, los líderes de la Ilustración libraron una ardua lucha contra fuerzas considerables. Muchos fueron encarcelados por sus escritos, y la mayoría sufrió persecución y penas por parte de la censura gubernamental, así como descalificaciones y condenas de la Iglesia. En muchos aspectos, sin embargo, las últimas décadas del siglo marcaron un triunfo del movimiento en Europa y en toda América. Hacia 1770, la segunda generación de ilustrados recibió pensiones del gobierno y asumió la dirección de academias intelectuales establecidas. El enorme incremento en la publicación de periódicos y libros aseguró una amplia difusión de sus ideas. Los experimentos científicos y los escritos filosóficos llegaron a estar de moda en amplios círculos de la sociedad, incluidos los miembros de la nobleza y del clero. Algunos monarcas europeos adoptaron también ideas o al menos el vocabulario de la Ilustración. Voltaire y otros ilustrados quienes gustaban del concepto del rey-filósofo, difundiendo sus creencias gracias a sus relaciones con la aristocracia, acogieron complacientes la
  • 2. aparición del llamado despotismo ilustrado, del que Federico II de Prusia, Catalina la Grande de Rusia, José II de Austria y Carlos III de España fueron los ejemplos más célebres. Desde una visión retrospectiva, sin embargo, la mayoría de estos monarcas aparece manipulando el movimiento, en gran parte con propósitos propagandísticos y fueron, con mucho, más despóticos que ilustrados. A finales del siglo XVIII surgieron algunos cambios en el pensamiento de la Ilustración. Bajo la influencia de Rousseau, el sentimiento y la emoción llegaron a ser tan respetables como la razón. En la década de 1770 los escritores ensancharon su campo de crítica para englobar materias políticas y económicas. De mayor importancia en este aspecto fue la experiencia de la guerra de la Independencia estadounidense (en las colonias británicas). A los ojos de los europeos, la Declaración de Independencia y la guerra revolucionaria anunciaron que, por primera vez, algunas personas iban más allá de la mera discusión de ideas ilustradas y las estaban aplicando. Es probable que la guerra alentara los ataques y críticas contra los regímenes europeos existentes. Suele decirse que el Siglo de las Luces concluyó con la Revolución Francesa de 1789, pero no son pocos los que contemplan e interpretan la inquietud política y social de este periodo como causa desencadenante de la Revolución. Al incorporar muchas de las ideas de los ilustrados, la Revolución, en sus etapas más difíciles, entre 1792 y 1794, sirvió para desacreditar estas ideas a los ojos de muchos europeos contemporáneos. El enorme impacto que la Revolución Francesa causó en España, tras la muerte de Luis XVI, así como en los dominios españoles de América, provocó una violenta persecución de las personas más representativas de las nuevas ideas. Se estableció una censura total y se cerraron las fronteras, prohibiéndose el paso de todo tipo de libros y folletos, o su embarque hacia América. Aunque se produjo un repunte de interés modernizado y progresista bajo el gobierno de Manuel Godoy con la ayuda de Jovellanos, el miedo a la contaminación revolucionaria favoreció la represión más absoluta, tanto en la metrópoli como en los dominios de la América española. La existencia de numerosas Sociedades de Amigos del País en los virreinatos favoreció la implantación y extensión de la ‘ilustración’ en América Latina. De lo que no cabe duda es que la Ilustración dejó una herencia perdurable en los siglos XIX y XX. Marcó un paso clave en el declinar de la Iglesia y en el crecimiento del secularismo actual. Sirvió como modelo para el liberalismo político y económico y para la reforma humanitaria a través del mundo occidental del siglo XIX. Fue el momento decisivo para la creencia en la posibilidad y la necesidad de progreso que pervivió, de una forma moderada, en el siglo XX LAS REFORMAS BORBÓNICAS Las 'Reformas Borbónicas' fueron los cambios introducidos por los monarcas de la dinastía borbónica de la Corona Española: Felipe V, Fernando VI y, especialmente Carlos III; durante el siglo XVIII, en materias económicas, políticas y administrativas, aplicadas en el territorio peninsular y en sus posesiones ultramarinas en América y las Filipinas.
  • 3. Veamos algunas de estas reformas: En el plano militar Se planificó la creación de una armada fuerte, con barcos construidos y equipados con manufacturas de España para no seguir dependiendo del abastecimiento de otras potencias como hasta entonces. Armada española En los dominios americanos la estrategia militar consistió en proveer una fuerza que controlara las rebeliones y los disturbios populares que eran muy reiterados. Además se buscaba poner freno a los ataques extranjeros y al contrabando. Por tal motivo, los ejércitos en el Virreinato de Nueva España y en el de Perú eran muy numerosos y estaban dirigidos por profesionales de carrera. Renovación de la burocracia Se procuró una burocracia profesional nombrando hombres de carrera tanto militares como civiles, sujetos a la evaluación periódica y a la promoción de cargos. Se estableció una salario fijo en lugar de las acostumbradas bonificaciones o beneficios que cada cual se atribuía. La figura del Intendente A nivel provincial estos funcionarios fueron una pieza clave como representantes del nuevo orden que se buscaba imponer. Las intendencias era una institución francesa que fue aplicada en todas las regiones de España y luego en América para achicar las jurisdicciones y aumentar la posibilidad de controlar la recaudación tributaria. incremento de la recaudación fiscal Lograr el incremento de la recaudación del fisco era uno de los objetivos centrales de las reformas aplicadas. El nombramiento de una burocracia profesional y asalariada junto con un ejército de carrera sumado a la reactivación de los mercados permitió aumentar los ingresos fiscales de forma muy notoria repuntando la economía general de la Corona. . La reactivación de la minería El resurgimiento de la industria de la minería de la plata fue una gran obra borbónica logrando superar la depresión que había sufrido esta actividad en el siglo anterior. Los nuevos descubrimientos, los incentivos fiscales y los créditos fomentaron este cambio. La relación con la iglesia La monarquía reivindicó el poder sobre la iglesia enfatizando la necesidad de obediencia absoluta. Era importante que los asuntos eclesiásticos estuvieran bajo el dominio del rey por lo que se eliminaron ciertos fueros clericales y se reforzó el control sobre el pago del diezmo que los cleros debían pagar.
  • 4. La expulsión de los jesuitas Se produjo en 1767 por orden de Carlos III. Todos los miembros de la Orden Jesuítica que se encontraban en los dominios americanos debieron exiliarse. Esta medida mostró la fuerte decisión de la corona por controlar la Iglesia. Misiones Jesuíticas Guaraníes Los pueblos guaraníticos del Paraguay son un buen ejemplo de la capacidad de acción de los jesuitas. Suele decirse que establecieron un “estado dentro de otro estado” debido a la independencia con la que se movían y la autosubsistencia que lograron. Frenar las rebeliones. El caso de Tupac Amaru II A lo largo del siglo XVIII se sucedieron varias rebeliones y resistencias en las que se expresaron los distintos grupos sociales de la compleja sociedad colonial. Tupac Amaru II Un caso resonante fue el de Tupac Amaru II quien fuera el líder de la mayor rebelión social llevada a cabo en los dominios hispanos contra las medidas del absolutismo borbónico. El nuevo Virreinato del Río de la Plata En 1739 se había creado el Virreinato de Nueva Granada pero fue recién con Carlos III (17591788) las renovaciones políticas resultaron efectivas como para transformar sustancialmente la relación metrópoli- colonias. La expansión del comercio colonial Dispuestos a revertir la declinación económica de España y la presencia constante de las potencias enemigas incursionando por sus dominios, los Borbones apuntaron a fortalecer el sistema monopólico ahora con la Casa de Contratación en Cádiz en lugar de Sevilla.Esta reforma se complementaba con algunos cambios básicos, como la desarticulación del comercio intercolonial para evitar competencia a los productos europeos y la configuración de las intendencias para perfeccionar la administración pública y descentralizar poderes locales. Una de las principales instituciones afectadas por el despotismo ilustrado español fue la Iglesia Católica, ya que la Corona pretendió afirmar el poder secular sobre el religioso. Esto incluía la restricción de los privilegios y exoneraciones fiscales que gozaban las órdenes religiosas. Fueron los jesuitas los que más se opusieron al proyecto centralizador de los borbones, por lo que fueron expulsados de España y sus posesiones ultramarinas en 1767. En este año, Carlos III decretó la expulsión de la Compañía de Jesús. Las reformas borbónicas llegaron del exterior, concretamente de la corte imperial de Madrid; llegaron de fuera como llegó la conquista en el siglo XVI. Afectaron todo el imperio, pues no eran sólo para la Nueva España y el Perú. El objetivo último de los monarcas de Borbón era la sujeción de las colonias para beneficio económico de la metrópolis: corregir las fugas fiscales y promover la producción para aumentar así la recaudación de impuestos. Para lograrlo se necesitaba reformar instituciones y
  • 5. procedimientos viciados —a juicio de los reformadores— que se habían incrustado en las sociedades coloniales y con los que ciertos grupos de privilegiados medraban al amparo de la debilidad de los gobernantes de la casa de Habsburgo. El Consulado de Comerciantes, algunas corporaciones religiosas como la Compañía de Jesús y la misma institución del virreinato fueron el blanco de los golpes de los reformadores. Descontento contra las reformas borbónicas Antes de tomar medidas para la Nueva España, el gobierno español decidió, primero que nada, organizar una inspección militar (1769) y una visita general a las oficinas virreinales (1765), aunque estas dos medidas provocaron una división entre las autoridades coloniales. Con la llegada de José de Gálvez, con carácter de visitador general las tensiones aumentaron, hasta que sale en 1771 de la Nueva España. De su visita resultó la nueva división política del territorio en intendencias y comandancias de provincias internas, el aumento al triple de las rentas públicas, la reducción de restricciones al comercio, la fundación del obispado de Sonora y la Academia de Bellas Artes. El visitador inicia una segunda reorganización del ejército e intenta establecer una nueva modalidad en las milicias provinciales. Toma medidas intrascendentes que fracasan y sólo hacen perder dinero. La economía de la Nueva España es cargada con los cuantiosos gastos que provocaban los preparativos militares para el conflicto en América del Norte. La recuperación de La Habana (1763) y las medidas para modernizar sus defensas se transformarían en la insaciable boca que engulle Nueva España no se basta para producir: dinero, hombres, pólvora, carne, maíz, arroz, habas y harina. En Veracruz enfermaban los cientos de reos que esperaban para ser llevados a trabajar en la isla. Se calcula que las obras de fortificación de la isla requirieron del envío de más de 5 mil trabajadores novohispanos. La quiebra del erario se fue agudizando debido al aumento de los gastos, provocados por el mantenimiento de las tropas y trabajadores en La Habana. Ante esto, las tensiones sociales aumentan y comienza a organizarse la oposición. El Gobierno de Carlos III recibe desde 1766 noticias, las que considera sin fundamento, sobre el supuesto espíritu de rebeldía existente en la nueva España, y sobre un plan de insurgencia que contaba con el apoyo de Inglaterra. Efectos socioeconómicos de las reformas borbónicas Como es de suponerse, las reformas económicas trajeron consigo múltiples efectos y consecuencias, tanto positivas como negativas. El gobierno español tomó diversas medidas para explotar al máximo los recursos de la colonia, con el propósito de generar mucha más materia prima para la metrópoli. Con las reformas borbónicas se tocaron todas las áreas principales en la Nueva España, entre ellas se encontraba la minería. También estaban la agricultura, el comercio (pequeño) y algunas empresas de manufactura. Obviamente hubo beneficios, se permitió ampliar los negocios entre ciertas colonias (Trinidad, Margarita, Cuba, Puerto Rico). La medida que mayores desajustes provocó en la Nueva España fue la real cédula de 1804 sobre la enajenación de bienes raíces de las corporaciones eclesiásticas, que desató reacciones violentas en contra del gobierno español. Esto se debió a que, con excepción de los comerciantes más ricos, aquella disposición afectó a los principales sectores productivos del virreinato (agricultura, minería, manufacturas y pequeño comercio), y en particular a los agricultores, pues la mayoría de los ranchos y haciendas estaban gravados con hipotecas y
  • 6. censos eclesiásticos, que los propietarios se vieron obligados a cubrir en un plazo corto, a fin de que ese capital fuera enviado a España. De esta manera, no sólo la Iglesia se vio afectada por la real cédula, sino también casi toda la clase propietaria y empresarial de la Nueva España, así como los trabajadores vinculados con sus actividades productivas. Por ello, se levantó un reclamo y por primera vez en la historia del virreinato todos los sectores afectados expusieron al monarca por escrito sus críticas contra el decreto en cuestión. A pesar de todo, la cédula se aplicó desde septiembre de 1805 hasta enero de 1809, produciendo un ingreso de alrededor de 12 millones de pesos para la Corona, que supusieron el 70 % de lo recaudado en todo el territorio hispanoamericano. Para la Nueva España, la aplicación de la cédula, aparte de provocar una severa crisis de capital, agrietó considerablemente las relaciones entre la Iglesia y el Estado; desde entonces esos dos poderes no sólo rompieron los lazos de unión que tuvieron en el pasado, sino que se convirtieron en facciones antagónicas. Las reformas borbónicas también afectaron al Consulado de Comerciantes de la ciudad de México; esta corporación, que había acaparado el comercio exterior e interior del virreinato por medio del sistema de flotas y del control de los puertos, perdió su enorme monopolio con la expedición de las leyes sobre la libertad de comercio. Al mismo tiempo, la supresión de los alcaldes mayores, agentes comerciales del Consulado en los municipios del país y en las zonas indígenas, acabó con la red de comercialización interna y rompió el lazo político que permitía a los comerciantes de la capital controlar los productos indígenas de mayor demanda en el mercado exterior e interior. Al parecer los reformadores borbónicos, encabezados por Gálvez, no tenían una visión completa del funcionamiento del sistema económico en la Nueva España. Aunque es cierto que muchos alcaldes mayores eran corruptos y abusaban de su autoridad, el repartimiento del comercio era mucho más que un mero mecanismo de explotación; constituía el más importante sistema de crédito para las comunidades indígenas y los pequeños agricultores. Los alcaldes mayores se beneficiaban porque proporcionaban a crédito servicios necesarios: distribuían semillas, herramientas y otros bienes agrícolas básicos; facilitaban la compra o la venta de ganado, y con frecuencia vendían los productos de algunos grupos que quizá no hubieran encontrado otra forma de colocar su producción. Todo esto fue interrumpido con el decreto que suprimía las funciones de los alcaldes mayores. También crearon escuelas e instituciones para ayudar y enseñar a los caciques y criollos. Militar La reforma administrativa se complementó con cambios en la esfera militar para asegurar la defensa del territorio colonial. Así, se emprendió la construcción y la reparación de fortificaciones, y se puso en marcha la formación de un ejército compuesto por dos elementos de importancia desigual: el ejército regular y las milicias. El primero estaba formado por soldados permanentes y tropas de apoyo que procedian de España. Las milicias estaban integradas por los vecinos obligados a recibir instrucción militar para la defensa de su territorio, que a diferencia de quienes integraban el ejército regular, no recibían paga por ello. El mismo esfuerzo renovador se dio en la Marina, añadiendo a viejos centros de poder naval, el surgimiento de otros nuevos, como fue el caso de Montevideo
  • 7. Reformas económicas y mercantiles El comercio con América fue una de las áreas a la que los borbones le dedicaron mayor atención, ya que la consideraban como el principal motor de la recuperación de la economía española. Una de las primeras medidas fue el traslado de la Casa de Contratación de Indias, de Sevilla a Cádiz (1717), lo cual legalizaba una situación de hecho, ya que desde fines del siglo anterior la bahía gaditana fue ocupando un lugar cada vez más preponderante en el comercio con América. La Casa de Contratación debía fomentar y regular la navegación entre España y América. CREACION DEL VIRREINATO DEL RIO DE LA PLATA El virreinato del Río de la Plata, virreinato de las Provincias del Río de la Plata o virreinato de Buenos Aires fue una entidad territorial que estableció la Corona española en América como parte integrante del Imperio español. Fue creado provisionalmente el 1 de agosto de 1776, y en forma definitiva el 27 de octubre de 1777, por orden del rey Carlos III de España a propuesta de su ministro de Indias José de Gálvez y Gallardo. El virreinato del Río de la Plata nació de una escisión del virreinato del Perú e integró los territorios de las gobernaciones de Buenos Aires, Paraguay, Tucumán y Santa Cruz de la Sierra, el corregimiento de Cuyo de la Capitanía General de Chile y los corregimientos de la provincia de Charcas. Esos territorios integran en la actualidad las repúblicas de Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia y partes del sur de Brasil, del norte de Chile, del sureste de Perú así como también las disputadas islas Malvinas. Además incluyó nominalmente las islas africanas de Fernando Poo (hoy Bioko) y Annobón en la actual Guinea Ecuatorial, cedidas por Portugal en 1777, aunque el intento por colonizarlas fracasó. El virreinato se situaba en el Cono Sur de América del Sur sobre el océano Atlántico y se disputa si poseía costas en el océano Pacífico sur. La triunfante Revolución de Mayo en 1810, ocurrida en la ciudad de Buenos Aires, la capital virreinal, -que había sido precedida por las fracasadas revoluciones de Chuquisaca y La Paz, ambas de 1809 en la provincia de Charcas,- desató el inicio de la guerra de la Independencia Argentina que culminó con la segregación del virreinato respecto del poder español y su posterior división. El 18 de noviembre de 1811 abandonó el cargo último virrey, Francisco Javier de Elío, dejando el mando al entonces gobernador de Montevideo, Gaspar de Vigodet, quien pasó a ser la máxima autoridad española como capitán general y gobernador de las provincias del Río de la Plata. Vigodet continuó en su cargo hasta que la rendición de Montevideo el 23 de junio de 1814 supuso el final del dominio español en el Río de la Plata Razones para la creación del virreinato La enorme superficie que abarcaba el virreinato del Perú dificultaba las tareas de gobierno, lo cual fue un poderoso motivo para la división del territorio. Otras causas que influyeron en la decisión de efectuar esa separación fueron: la ambición de Portugal sobre la Banda Oriental, en donde se hallaban la Colonia del Sacramento y las Misiones Orientales, así como el constante avance lusitano sobre toda la frontera hispano-portuguesa en América del Sur; la creciente
  • 8. importancia que iba cobrando Buenos Aires como centro comercial; el valor del estuario del Río de la Plata como entrada hacia el interior del continente y la defensa de los puertos de Buenos Aires y Montevideo; y las sucesivas expediciones del Reino Unido y de Francia sobre las costas de la Patagonia. La Ruta del Galeón El itinerario implantado por el monopolio comercial español en sus colonias fue, desde 1573, llamado oficialmente la "Ruta del Galeón". Esta ruta fue utilizada para el intercambio comercial entre España y las Indias en dos flotas anuales destinadas a los puertos de Veracruz -Flota de Nueva España- en Nueva España y Portobelo, en Panamá, -Flota de Tierra Firme-. Las remesas de plata, oro, esmeraldas, perlas y demás bienes que salían desde el virreinato del Perú iban regularmente desde el puerto del Callao hasta la ciudad de Panamá. Desde allí los cargamentos de riquezas eran llevados por tierra a Portobelo y desde ese puerto las armadas de galeones surcaban el mar Caribe tocando los puertos de Cartagena de Indias, Santa Marta y Santo Domingo, para luego cruzar el océano Atlántico hasta el puerto de Sevilla, que fue el único puerto habilitado de embarque y desembarque hasta 1765. En el sentido inverso los productos de España llegaban al Callao y de allí se los llevaba a lomo de mula a Potosí, desde donde seguían hasta Buenos Aires. Portobelo, Cartagena de Indias y La Habana, eran los baluartes principales para la protección de la Ruta del Galeón, y en Portobelo se realizaban las ferias de intercambio comercial. El 21 de noviembre de 1739 fuerzas británicas capturaron, saquearon y destruyeron Portobelo, lo que demostró paulatinamente a las autoridades españolas que convenía oficializar una ruta más segura, pensándose en la hasta entonces usada para el "contrabando ejemplar": la que desde el Alto Perú transportaba clandestinamente las riquezas por el "Camino Real", pasando por Salta y Córdoba hasta llegar al puerto de Buenos Aires, puerto que había crecido precisamente por el "contrabando ejemplar". El Río de la Plata era la principal alternativa a la Ruta del Galeón, lo que lo convertía en vulnerable a ataques enemigos y hacía necesario un fortalecimiento de la presencia española en él. Desde 1662 existía la Aduana Seca de Córdoba que aplicaba impuestos del 50% a los productos que del Río de la Plata pasaban al Perú, sin distinguir si su origen era legal o del contrabando. En 1778 el rey Carlos III promulgó el Reglamento para el Comercio Libre de España e Indias que puso fin a la ruta monopólica abriendo al comercio recíproco 14 puertos de España y 25 de las Indias, entre ellos Buenos Aires y Montevideo. En cada uno de ellos debían crearse consulados de comercio, pero solo los navíos matriculados en España podían utilizar esos puertos. En 1795 el rey habilitó el comercio con las colonias no españolas y permitió que los navíos matriculados en las Indias pudieran comerciar con puertos españoles. Todas estas reformas borbónicas modificaron sustancialmente los poderes y factores económicos tanto peninsulares como hispanoamericanos pero no fueron suficientes para revertir el impulso independentista en la América española. El proyecto del virreinato austral
  • 9. El 8 de octubre de 1773 el rey Carlos III pidió informes al virrey del Perú, a la Real Audiencia de Lima, y al gobernador de Buenos Aires, respecto de la posible creación de una audiencia en el Tucumán. El virrey Manuel de Amat y Juniet le respondió el 22 de enero de 1775 expresando los motivos por los que creía debía reinstalarse una audiencia en Buenos Aires y crearse un virreinato con capital en Chile que abarcara el Río de la Plata.4 El 18 de noviembre de 1775 fueron repedidos los pedidos de informes a la Real Audiencia de Lima y al gobernador de Buenos Aires, que no los habían remitido. Cuando el proyecto aún estaba en estudio, el 1 de abril de 1776 el comandante general portugués de São José do Norte, el alemán Johann Heinrich Bohm, atacó los fuertes de Santa Bárbara y Trindade y recuperó la villa de Río Grande, que había sido conquistada por Pedro de Cevallos el 12 de mayo de 1763, cuando era gobernador de Buenos Aires. Este conflicto con Portugal precipitó la decisión del rey de crear un virreinato basado en el Río de la Plata y no en Chile. MANUEL BELGRANO Y LA ILUSTRACION Fue un liberal que durante los primeros años del siglo XIX impulsó fuertemente la educación y la economía en las Provincias Unidas del Río de la Plata. Con una nutrida formación académica que adquirió de la Ilustración española, Belgrano estaba convencido de que a través de la instrucción se elevaba el nivel económico de las personas. Por eso apostó a la agricultura, para promover la economía, y a la educación, sobre todo de la mujer, para avanzar en la estructura social. Sí, también fue el creador de la Bandera Nacional, tal vez su obra más reconocida. Pero por sobre esto estuvo el intelectual, con ideas muy claras acerca del rol del Estado para asegurar las libertades y derechos del ciudadano y crear las condiciones necesarias para el progreso general teniendo en cuenta el bien común. Vivió entre el 3 de junio de 1770 y el 20 de junio de 1820, era hijo de un comerciante colonial, autorizado por el Rey de España para trasladarse a América, y de una mujer nacida en Buenos Aires. El éxito económico de la familia permitió que tanto Manuel como su hermano Francisco estudiaran en Europa. Su excelente desempeño académico hizo que el papa Pío VI le otorgara una autorización para leer la bibliografía prohibida de la época. Así llegaron a sus manos los textos de Montesquieu, Rousseau y Filangieri y las tesis fisiocráticas de Quesnay. También leyó a los escritores españoles de tendencia ilustrada, como Jovellanos y Campomanes. Belgrano estuvo junto con la elite intelectual de España y en aquellos años se discutía mucho sobre la reciente Revolución Francesa. Se cuestionaba el derecho divino de los reyes, los principios de igualdad ante la ley y de libertad, y la aplicación universal de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Crear el símbolo de la Escarapela y de la Bandera es mucho más que un asunto de colores o de inspiración. Se trata de una iniciativa para diferenciar a dos ejércitos que combaten en nombre del mismo monarca y por lo tanto, una forma de reconocer: "Queremos ser independientes". Así fue interpretada la creación de la Bandera por los jefes realistas.
  • 10. MARIANO MORENO En la Universidad de Chuquisaca y para hacerle estudiar allí bajo la conducción del canónigo Terrazas; en Chuquisaca (hoy Sucre, Bolivia) Mariano estuvo inmerso en las ideas de la Ilustración y fue imbuido del deseo de ver a la Argentina progresar a tono con los lineamientos indicados por Adam Smith y Rousseau; se graduó en la Universidad con una tesis rememorativa de la sublevación de Tupac Amaru unos años antes, condenando las prácticas legales españolas de exigir servicios personales a los indios. Moreno volvió a Buenos Aires alrededor de 1805 y pronto se comprometió en escritos y asuntos de interés público al principio se mostró inclinado a unirse al grupo liberal español actuando como relator legal para la Audiencia y finalmente alineándose con el grupo conducido por Martín de Álzaga En 1809 el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros le solicitó que redactara un memorial para los hacendados y trabajadores criollos para contrarrestar las demandas de los comerciantes españoles monopolistas en el sentido de aplicar restricciones al comercio. Su Representación de los hacendados proponía inequívocamente la apertura del Río de la Plata para el libre comercio durante un período de dos años; era una clara declaración de lo que llegaría a ser la política económica de Argentina después de la independencia e implicó para Moreno el apoyo de los criollos con la caída del gobierno de España durante la invasión de Napoleón. Moreno mostró gran actividad en el grupo patriótico, exigiendo que el virrey llamase a cabildo abierto, con el fin de tratar la crisis política. En su carácter de miembro del cabildo abierto apoyó vigorosamente la deposición del virrey y el establecimiento de una junta elegida por el cabildo abierto, en representación del pueblo. En el gobierno de la nueva junta, formada luego de la Revolución de Mayo, con Cornelio Saavedra como presidente, Moreno fue nombrado secretario, con responsabilidad ejecutiva en asuntos políticos y militares; durante los siete meses en los que mantuvo este cargo, actuó rápida y firmemente para llevar a cabo sus claros objetivos: mantener todo el virreinato leal al gobierno patrio en Buenos Aires, establecer una economía sana y libre, y elaborar una constitución que pudiera establecer legalmente instituciones para preservar las libertades personales, políticas y económicas de una nueva sociedad. Fundó y fue editor de la Gazeta de Buenos Ayres, estableció una oficina de censos y una escuela militar y planificó la formación de una biblioteca pública nacional; reabrió Maldonado, Ensenada y Patagones (Río Negro) como puertos, liberando el comercio y las explotaciones mineras de las antiguas restricciones; equipó y envió ejércitos a diversas partes del virreinato, especialmente al Alto Perú, para luchar contra los realistas. Persuadió a la Junta de que le permitiera obrar firmemente en la represión de la conspiración de Córdoba. Cuando la influencia de Moreno había comenzado a decaer; los críticos aludían a su rudeza contra la oposición, su hábito de usar la intriga para cumplir sus propósitos; muchos creían que Moreno y sus jóvenes y progresistas seguidores criollos representaban solamente los intereses políticos y económicos de la capital en detrimento de las provincias. Saavedra y su grupo
  • 11. preferían un cambio más moderado, antes que el rápido paso revolucionario impreso por Moreno. Los escritos de Moreno han sido publicarlos por su hermano Manuel Moreno, Arengas y escritos (Londres, 1836); editados por Norberto Piñero, Escritos de Mariano Moreno (Buenos Aires, 1896. BERNARDINO MONTEAGUDO Monteagudo defendió de libertad, igualdad, justicia social, rebeldía, unidad continental, anticolonialismo. A los 19, siendo simple estudiante en Chuquisaca, aportó al naciente movimiento insurreccional el libelo protorrevolucionario Diálogo del Inca Atahualpa y Fernando VII, en el que impugnó con contundencia los pretendidos derechos de España a la dominación de América, demostrando que se trataba de una usurpacion basada en la violencia y la crueldad. Este libelo, que circuló manuscrito porque no se podía imprimir en ninguna imprenta, fue muy popular y se propagó por todo el continente, dándole un enorme prestigio, a pesar de su anonimato. Al año siguiente, con veinte años, lo vemos como uno de los cabecillas de la revolución de Chuquisaca del 25 de mayo de 1809, junto a los hermanos Zudañez, el comandante Alvarez de Arenales, Lemoine, Moldes y otros patriotas, algunos que lo doblaban en edad. Conspirador y agitador de masas, en Sucre todavía se recuerda que Monteagudo no solo era ideólogo sino tambien activista repartiendo aguardiente mezclado con pólvora en la plaza para exaltar los ánimos. Por acciones como esta y por su recurrente apelación al pueblo bajo, a las orillas, la historia oficial de Mitre lo llamaría “demagogo”. Habiendo escapado de una condena a muerte y de la cárcel, lo vemos al año siguiente como secretario político de Castelli durante la primera expedición al Alto Perú, redactando y leyendo el decreto revolucionario que proclamaba en Tiwanacu -ruinas milenarias de una civilización anterior a la incaica, bajo la invocación del “Sol de América” y a orillas del mítico lago Titicaca- la emancipación de los pueblos aborígenes. En los dos años siguientes se convierte en el jefe del partido jacobino en Buenos Aires, nuclea a los viejos morenistas, publica fogosos artículos en La Gazeta, lanza el incendiario periódico Mártir o Libre (primero de media docena de periódicos que fundó a lo largo de toda América), preside la Sociedad Patriótica, se une a la Logia Lautaro, de la cual se convierte en uno de los cabecillas, y prepara con San Martin y Alvear el levantamiento que volteó al Primer Triunvirato y la convocatoria a la Asamblea del Año XIII. Durante esta histórica Asamblea, dominada por la Logia Lautaro, Monteagudo es el cerebro detrás de las tentativas de declaración de independencia y dictado de una constitución, y de las normas que promueven la libertad de vientres, la abolición de la Inquisición, la prohibición de la tortura y la quema de sus instrumentos en la Plaza Mayor, la abolición de títulos y blasones, etc. En 1817 lo encontramos ya en Chile, siguiendo los pasos de San Martín, ganándose la confianza de O’ Higgins y escribiendo el Acta de Independencia de ese país (aunque la historiografía chilena, por un nacionalismo mal entendido, pretende negarlo)
  • 12. Acompaña a San Martín al Perú como su brazo derecho político, y es un creador y ejecutor de estratagemas de la guerra psicológica que condujo al derrumbamiento del poder colonial en Lima: una guerra sin balas, librada con una imprenta y con astucia, y que Rojas bautizó la “guerra mágica del Perú”. Ingresa con San Martín en Lima -el objetivo soñado por Castelli y por los patriotas de Buenos Aires y Caracas-, en medio de un terremoto metafórico –político- y un terremoto real que parecía evocar aquel verso del Himno Nacional Argentino: “se conmueven del Inca las tumbas”. Allí, es el superministro de San Martín, el alma del Protectorado y el artífice, desde la conduccion de dos ministerios, de la transformación revolucionaria de la sociedad peruana, hasta entonces centro de la contrarrevolución españolista. Se vanagloria de haber expulsado en pocos meses a casi diez mil españoles ultrarreaccionarios que monopolizaban el poder y las riquezas, porque “no se puede hacer la revolución con los mismos elementos que se oponen a ella”. Retirado San Martín, no tarda en ser hombre de confianza de Bolívar, consejero e inspirador del Congreso de Panamá. Aún sabiendo el peligro que corría su vida, acepta acompañar a Bolívar al Perú, donde es asesinado por la daga de dos sicarios, pagados por sectores de la oligarquía peruana, a los 35 años de edad, cumpliéndose lo que él mismo había vaticinado: “Los que sirven a la Patria deben contarse satisfechos si antes de erigirles estatuas no les levantan cadalsos.” Toda esta increíble actividad, siempre en primera fila revolucionaria, exponiendo su vida, la cumplió como vemos a una edad muy temprana. Y no provenía, como otros grandes hombres de la época –Bolivar, Belgrano, Alvear, Pueyrredon, O”Higgins-, de familias pudientes o prestigiosas que le allanaran el camino. Su padre era un militar de segundo órden, su madre una mujer de condición humilde; se atribuía a Monteagudo ser hijo ilegítimo o adoptivo y tener sangre indígena o negra: descalificación racista con la que tuvo que luchar toda su vida y que podría haberle impedido hasta realizar sus estudios. Alcanzó posiciones de tanta preponderancia, no por recomendaciones o parentesco sino por su talento extraordinario y firme decisión política. En 1812 los artículos de Monteagudo muestran constantes apelaciones a los americanos del Sud, como también lo hace Belgrano al enarbolar la bandera, no para una Argentina inexistente, sino para que América del Sud sea el “templo de la Independencia y la Libertad”. En la Asamblea del año XIII se ve con claridad la pugna de las visiones localista y continentalista, a través de los dos proyectos de Constitución que encarga el Gobierno. El oficial es para las Provincias Unidas. El de la Sociedad Patriótica, que confecciona Monteagudo, es una CONSTITUCION PARA LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA DEL SUR. En 1822 se celebran los tratados peru-colombianos, expresión de alianza entre las naciones que comandaban Bolívar y San Martín. En su confección intervienen Monteagudo y Joaquin Mosquera. Consagran la unión militar de ambos países y la intención de convocar al resto a una alianza superior. Monteagudo, luego de afinar sus ideas continentalistas con la lectura de los escritos del patriota centroamericano José Cecilio del Valle, las expone a Bolívar, a quien ve como único posible factótum de este gran proyecto. Por encargo de Bolívar escribe su famoso “Ensayo de una Federacion General de Estados hispanoamericanos y Plan para su organización”, el que se encuentra inconcluso en su escritorio a su muerte.
  • 13. Como inspirador y promotor del Congreso de Panamá, al cual no llegó a asistir a causa de su asesinato, comprendió la importancia estratégica de la unión de los pueblos hispanoamericanos. LA COLONIA HACIA PRINCIPIO DEL SIGLO XIX El virreinato del Río de la Plata fue una división política y administrativa que España estableció en sus colonias de América. Se creó en 1776, y lo formaban los siguientes territorios: Buenos Aires, Paraguay, Tucumán, Potosí, Santa Cruz de la Sierra, Charcas (Alto Perú) y Cuyo. Era una zona muy extensa de América del Sur. Para que te hagas una idea aproximada, el espacio del virreinato del Río de la Plata era el que en la actualidad ocupan Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia y parte de Brasil y Chile. Hasta 1776, toda esa extensa zona había formado parte de otro virreinato español, el del Perú, que, lógicamente, desde ese momento se redujo no solo en tamaño, sino también en importancia. El virreinato del Río de la Plata duró hasta que sus territorios lograron independizarse de España, ya en el siglo XIX. ¿CÓMO SE ORGANIZÓ EL VIRREINATO DEL RÍO DE LA PLATA? El rey español Carlos III envió a la zona del Río de la Plata una gran expedición. Su misión era acabar con las disputas fronterizas entre los territorios que eran colonias españolas y los que pertenecían a Portugal. El jefe de aquella expedición, Pedro Antonio de Cevallos, fue el primer virrey del Río de la Plata. El nuevo virreinato se organizó en intendencias y gobernaciones militares: Las intendencias eran: Buenos Aires, Córdoba del Tucumán, Salta de Tucumán, Potosí, Paraguay, Cochabamba, Chuquisaca, Charcas y La Paz. Las gobernaciones militares eran: Montevideo, Misiones, Moxos y Chiquitos. ¿Cuáles eran las principales autoridades virreinales? Recuerda las tres siguientes... La máxima autoridad en el virreinato era el virrey, que representaba a la autoridad real (es decir, al rey de España) en el territorio. Al frente de las intendencias había un intendente. La administración de cada gobernación estaba a cargo de un gobernador. Las audiencias se ocupaban de la administración de justicia, y también tenían atribuciones en el campo eclesiástico (como el control y cobro de un impuesto llamado diezmo). La audiencia de Buenos Aires se creó en 1783. Los cabildos eran los órganos de gobierno de las ciudades. Tenían funciones administrativas y judiciales; las administrativas eran ejercidas por los regidores, que tenían bajo su responsabilidad la salud, las obras públicas, la inspección de los mercados y de los precios, el control de la policía y de las cárceles, y la organización de las festividades; las funciones de tipo judicial estaba en manos de los alcaldes, que eran dos. Los miembros del cabildo eran elegidos cada año entre los vecinos de la ciudad. La capital del virreinato del Río de la Plata era Buenos Aires, que, al independizarse de Lima, consolidó su predominio como centro económico, político y administrativo sobre el resto del territorio rioplatense. En torno al puerto de esta ciudad se desarrolló un activo comercio. Por ello, la zona del litoral adquirió mayor importancia que los territorios del interior del virreinato.
  • 14. LA INDEPENDENCIA En 1806, los británicos quisieron conquistar Buenos Aires. Fracasaron, ya que la ciudad fue reconquistada por Santiago Liniers y Bremond. Los británicos volvieron a intentarlo en 1807; pero nuevamente fueron derrotados. La intervención de los criollos fue decisiva para la defensa de Buenos Aires. En 1808, los ejércitos franceses de Napoleón Bonaparte invadieron España, y el rey español, Fernando VII, perdió su corona. En el Río de la Plata siguió existiendo un virrey (Baltasar Hidalgo de Cisneros sustituyó a Liniers en 1809), pero muchas personas creyeron (no solo en el Río de la Plata, sino también en el resto de la América española) que había llegado el momento de luchar por la independencia. En Buenos Aires, la revolución comenzó en 1810. El 9 de julio de 1816, tras seis años de guerra, el Congreso de Tucumán proclamó la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. INVASION INGLESA 1 Y 2 Preparativos para la defensa Rafael de Sobremonte, III marqués de Sobremonte y virrey del Río de la Plata. Hacia fines de 1805 la posibilidad de una invasión inglesa ya recorría Buenos Aires. Esta capital sudamericana, con sus 45.000 habitantes, era uno de los puertos más prósperos del Nuevo Mundo (Nueva York, la ciudad más grande por entonces en la América anglosajona, contaba con unos 85.000 habitantes). El virrey del Río de la Plata, Rafael de Sobremonte, III marqués de Sobremonte, había solicitado refuerzos militares a España en varias oportunidades. Los cuerpos militares del virreinato habían sufrido muchas bajas en los últimos tiempos, en particular, durante la sublevación indígena liderada por Túpac Amaru II. Sin embargo, la única respuesta que obtuvo fueron unos cuantos cañones y la sugerencia de armar al pueblo para la defensa. Pero el virrey entendía que dar armas a los criollos, muchos de ellos influenciados por ideas revolucionarias, era una estrategia peligrosa para los intereses de la corona. Ocupación británica de Buenos Aires La flota británica fue avistada frente a Montevideo el 8 de junio. El 24 de junio Beresford amagó un desembarco en Ensenada, realizando maniobras frente a Punta Lara y abriendo fuego contra las fortificaciones. El 25 de junio una fuerza de unos 1.600 hombres al mando de Beresford, entre ellos el Regimiento 71 de Highlanders, desembarcó en las costas de Quilmes sin ser molestados. Recién al día siguiente se dispuso en Buenos Aires marchar hacia ellos, bajo el mando del nuevo Subinspector del Ejército, coronel Pedro de Arce. Cuando se estuvo frente al enemigo, se rompió fuego, aunque la carga posterior de las tropas invasoras forzó a una retirada general de los defensores.
  • 15. Sobremonte intentó una estrategia de defensa, armando a la población y apostando a sus hombres en la ribera norte del Riachuelo, confiando en poder atacar a los británicos de flanco. Pero el reparto de armas fue un caos, y las tropas no pudieron detener el rápido avance inglés, de modo que el virrey quedó fuera de la ciudad, sin posibilidad de intentar nada. La rendición El 27 de junio las autoridades virreinales aceptaron la intimación de Beresford y entregaron Buenos Aires a los británicos. En la tarde de ese mismo día, las tropas británicas desfilaron por la Plaza Mayor (la actual Plaza de Mayo) y enarbolaron la bandera del Reino Unido, que permanecería allí por 46 días. El territorio bajo dominio británico fue rebautizado bajo el nombre de Nueva Arcadia, en alusión a la tierra pastoril griega de tanto peso en las fábulas neoclásicas. Manuel Belgrano, secretario del Consulado de Buenos Aires (y de todo el virreinato) y Capitán Honorario de Milicias Urbanas, manifestó la necesidad de reubicar el Consulado en el lugar en donde el virrey estuviese y se dirigió ante Beresford a presentar la solicitud. Mientras tanto, los demás miembros del Consulado juraron el reconocimiento a la dominación británica. Belgrano prefirió retirarse "casi fugado", según sus propias palabras, a la Banda Oriental del Río de la Plata, a vivir en la capilla de Mercedes, dejando en claro su postura al pronunciar su célebre frase: "Queremos al antiguo amo o a ninguno". El virrey abandonó la capital en la mañana del 27 de junio y se retiró a Córdoba junto con algunos centenares de milicianos que no tardaron en desertar: contrariamente a una persistente leyenda, no llevaba consigo los caudales, ya que los mismos habían sido evacuados dos días antes de acuerdo a un plan trazado el año anterior. Beresford demandó la entrega de los caudales del Estado y advirtió a los comerciantes porteños que en caso contrario retendría las embarcaciones de cabotaje capturadas e impondría contribuciones. El Cabildo no vaciló en enviar una comisión a Sobremonte rogándole entregara el tesoro a un destacamento inglés enviado en persecución del mismo. Este tesoro fue trasladado a Londres y paseado como trofeo de guerra, antes de ser depositado en un banco. El 14 de julio, Sobremonte declaró a Córdoba la capital provisoria del virreinato. Asimismo, instó a que se desobedecieran todas las órdenes provenientes de Buenos Aires mientras durara la ocupación. Se dedicó a organizar un ejército con el que reconquistar la capital, pero la tarea tropezó con toda clase de dificultades, y sólo dos meses más tarde estuvo listo. Los porteños estaban, en general, descontentos con la metrópoli y, por tanto, en un primer momento los británicos fueron recibidos con entusiasmo. Sin embargo, los grupos partidarios de la independencia reconocieron la amenaza latente en la ayuda británica. La ocupación era la excusa perfecta para establecer el dominio que el Reino Unido anhelaba sobre la región. Una de las primeras medidas que tomó Beresford fue decretar la libertad de comercio y la reducción de aranceles. Al darse cuenta de que los ocupantes no tenían otros planes, sino convertir al Plata en una colonia británica, los porteños comenzaron a agruparse para preparar una rebelión. La Reconquista de Buenos Aires
  • 16. Martín de Álzaga, el rico comerciante español de notoria actuación durante las Invasiones Inglesas. Ante la inmovilidad de las autoridades virreinales, los vecinos de la ciudad, criollos y españoles por igual, comenzaron a armarse para defenderse por sus propias manos. Se organizaron varios grupos clandestinos que planeaban atacar el Fuerte, residencia temporal de Beresford, con explosivos caseros. Estos movimientos tuvieron el apoyo de los monopolistas como el rico y poderoso comerciante español Martín de Álzaga, que se veían severamente perjudicados con el libre comercio decretado por el representante de Jorge III de Inglaterra (y que fuera aprobado por este soberano cuando los británicos ya no gobernaban el Río de la Plata). A fines de julio partieron unos 450 hombres comandados por José Ignacio Garmendia y Alurralde desde Tucumán. Al llegar a Santiago del Estero, recibieron una comunicación del virrey pidiendo que una compañía fuera a marcha forzada para llegar cuanto antes a Buenos Aires. Salvador Alberdi, a cargo de unos doscientos hombres, fue el encargado de hacerlo. El 1 de agosto una guerrilla amparada por Martín de Álzaga en los Caseríos de Perdriel, fuera del casco urbano (la actual Chacra Pueyrredón, en el partido de General San Martín),16 dirigida por Juan Martín de Pueyrredón, fue derrotada por una fuerza inglesa de 550 hombres. Pero la mayor parte de las tropas quedaron intactas para reconquistar la ciudad. Plano del movimiento de las fuerzas durante la Reconquista. Antes de que los rebeldes porteños pudieran llevar a cabo su plan, nuevas tropas arribaron a Buenos Aires: estaban comandadas por Liniers, que había abandonado su posición en Ensenada y cruzado el Plata para organizar las tropas para la reconquista. Desde Montevideo, y con la ayuda de Pascual Ruiz Huidobro, gobernador de esa ciudad, el francés organizó un ejército que partió el 23 de julio para Colonia y el 3 de agosto fue embarcado en una flota de 23 naves hacia Buenos Aires para iniciar la Reconquista. Cruzó el Río de la Plata aprovechando una sudestada, tempestad que dejó inmóviles a los buques británicos y en medio de la niebla. Avanzando desde el Puerto de las Conchas, en Tigre, se sumaron a este ejército miles de hombres entusiasmados. La Reconquista de Buenos Aires. William CarrBeresford se rindió ante Santiago de Liniers. El 12 de agosto, Liniers avanzó sobre la ciudad desatando una batalla campal en distintas calles de Buenos Aires, hasta acorralar a los británicos en el Fuerte de la ciudad. Primero fue tomada la Iglesia de la Merced, ubicada a pocos metros de la Plaza Mayor, y desde el atrio del templo se lanzó la ofensiva al Fuerte. También salieron a la calle centenares de voluntarios organizados y entrenados por Álzaga. Cerca de doscientos prisioneros ingleses fueron custodiados y llevados por las tropas de Garmendia hasta la ciudad de Tucumán, que debía encargarse de alojar, alimentar y custodiar.
  • 17. Beresford se rindió y firmó la capitulación el 20 de agosto, en la que se acordaba el intercambio de prisioneros entre ambos bandos. Temiendo un segundo ataque, el Cabildo presionó para que los prisioneros británicos fueran enviados al interior, anulando así los términos de la rendición. Retomada la ciudad, la Real Audiencia de Buenos Aires asumió el gobierno civil y decidió entregar la Capitanía General a Liniers. Asimismo, la corona española le agregó el título "La muy fiel y reconquistadora" a la ciudad de Montevideo y en el escudo de dicha ciudad se agregaron banderas británicas caídas, indicando la derrota de los británicos frente a Montevideo. Popham fue juzgado por una corte marcial británica por haber abandonado su misión en Cabo de Buena Esperanza pero su castigo se limitó a ser "severamente amonestado". La ciudad de Londres le otorgaría luego una espada de honor por sus esfuerzos por abrir nuevos mercados; la sentencia nunca llegó a afectarlo. Creación de las milicias urbanas Tras la capitulación de Beresford y ante la posibilidad de una nueva invasión, Liniers emitió el 6 de septiembre de 1806 un documento instando al pueblo a organizarse en cuerpos separados según su origen. Este documento contenía una proclama acerca de la creación de diversos cuerpos urbanos, y una segunda orden de convocatoria fue emitida el 9 de septiembre. La mayor parte de los hombres adultos se enlistó como miliciano de alguno de los diferentes cuerpos y regimientos que se organizaron. EL PROYECTO DE ARTIGAS El proyecto de Artigas era organizar a las Provincias Unidas bajo el sistema federal. No incluía la idea de la independencia de una parte de las Provincias Unidas, es decir, no quería separar a la Banda Oriental de aquellas. Es por eso que rechaza las propuestas de Alvear de independizar a la Banda Oriental y Entre Ríos tomando como línea divisoria el Paraná. Artigas fue fiel a las ideas revolucionarias de la época, que seguían la línea de libertad, igualdad, prosperidad, felicidad y seguridad. Dentro de la idea de libertad estaba la religiosa. El Congreso de Tres Cruces fue lugar para que declare la importancia de una Constitución que ponga freno al despotismo y abuso de poder los gobiernos. El Cabildo fue órgano de representación de los pueblos, a los que el caudillo oriental reconocía derecho de rebelión ante el abuso de los gobernantes. Durante la guerra creyó necesario la unión defensiva-ofensiva para enfrentarla, luego pensaba en la federación.
  • 18. El caudilo de los orientales y Protector de los Pueblos Libres llevó una politica opuesta al centralismo porteño y rechazó las gestiones conciliadores del Directorio. Conclusión: Artigas quería la independencia de España, la libertad de los pueblos que debían ser gobernados bajo la forma federativa y la sanción de una Constitución. Su proyecto era integrador y feder LA INDEPENDENCIAY LA MILITARIZACION Hacia 1808, el papel de los militares en el mundo hispanoamericano colonial se hallaba limitado a su función específica: la defensa de las posesiones ultramarinas del rey. En la parte meridional, las principales posiciones estaban dadas por las necesidades estratégicas del imperio: en Chile, la frontera del Biobío y la latente amenaza mapuche, a pesar de que hacía más de un siglo no se protagonizaba un enfrentamiento grave entre indígenas e hispanos, obligaban a la presencia de un ejército permanente; en el Río de la Plata, el enclave portugués de Colonia del Sacramento y la creación del Virreinato rioplatense justificaban la presencia de 20% del contingente militar español en América[1]. Las reformas impulsadas por la corona borbónica en España, sumado a las crecientes necesidades para financiar al Ejército indiano, tuvieron por consecuencia la americanización del contingente. El flujo de militares profesionales se detuvo, y solamente llegaban aquellos que contaban con un destino fijo. Por otro lado, desde la perspectiva de la elite hispanoamericana, resultaba más atractiva la obtención de un grado miliciano, por el significado social que tenía, sumado a los privilegios que les eran inherentes, entre los cuales se contaba el uso y goce del fuero. La carrera militar, en cambio, implicaba un servicio permanente, una situación de vida precaria, y una lenta dinámica en los ascensos[2]. En este sentido es que Tulio HalperínDonghi nos señala que en el virreinato rioplatense existían solamente dos empleos militares de importancia: el de Inspector General de Armas y Subinspector General de Armas, cuyos altos sueldos y altas dignidades resultaban atractivos para el establecimiento de alianzas matrimoniales con la elite burocrática y mercantil: un caso ejemplar fue el enlace entre Antonio José de Escalada y Sarría, miembro del cabildo, del Real Consulado de Comercio y Canciller de la Real Audiencia, con Tomasa de la Quintana y Aoiz, hija del Brigadier General de la Real Armada y Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos José Ignacio de la Quintana[3]. En cambio, el resto de la jerarquía militar llevó a cabo una práctica de alianzas matrimoniales entre familias de militares, lo que contribuyó a un notorio aislamiento de este segmento en la sociedad colonial hispanoamericana[4]. Pero el rol político y social de los militares cambió ostensiblemente con el desarrollo de las revoluciones norteamericanas y francesas. En el primer caso, la independencia de Estados Unidos de Norteamérica se logró sobre la base de milicias provinciales y voluntarios, lo cual redundaba en una tropa y oficialidad inexperimentada. Esta guerra significó la primera aparición
  • 19. de una guerra popular, con participación de una gran cantidad de población masculina de manera voluntaria y con un claro compromiso político[5]. Por otro lado, la Revolución Francesa hizo posible que la guerra dejara de ser una “forma ampliada del complot aristocrático”, abriendo la carrera militar a la totalidad de la población, dando inicio al concepto de la nación en armas: eran los ciudadanos los que defendían a la patria en peligro. Pero con el advenimiento de Napoleón, la oficialidad se iba a convertir en una elite, donde no primaba la calidad social, sino que el honor, el mérito y la virtud: tal es el caso de los mariscales Michel Ney y JoachimMurat, hijos de un panadero y un posadero respectivamente. Además, en el servicio al Estado, la carrera militar se transformaba en la clave para lograr la preeminenciasocial[6]. Y, en efecto, bajo la influencia de la disputa generada por la revolución francesa es que se producirán las invasiones inglesas, que tendrán una importancia para la revalorización del papel de los militares en la vida política y social del Conosur hispanoamericano. La reacción a la invasión liderada por el general británico Beresford provino de los vecinos notables y del cabildo bonaerense, ante el repliegue del virrey Sobremonte hacia Córdoba. Se organizaron cuerpos milicianos, algunos de ellos en sus denominaciones indicaban el origen de sus miembros: el cuerpo de Patricios tenía relación con las familias de los principales vecinos bonaerenses, mientras que el cuerpo de Arribeños aglutinaba a la población de las provincias del interior del virreinato. También los peninsulares tuvieron representación en los tercios de gallegos, catalanes, andaluces, etc. Hubo prácticas al interior de los cuerpos que permitieron el perfilamiento de liderazgos, que resultarían importantes en el escenario posterior al 25 de mayo, como lo fue la elección de los comandantes y oficiales en estos cuerpos, lo cual también se traduciría en algunas rivalidades de implicancias políticas en el periodo independentista. Las dos victorias sobre los ingleses pusieron de manifiesto la debilidad del sistema defensivo español y reafirmó el valor de la actividad militar: el vecino había logrado derrotar a un ejército profesional enemigo. A la vez que introdujo un importante factor identitario, que tendrá relevancia en el debate sobre la soberanía y la instalación de una junta de gobierno. Los mismos cuerpos armados lograrán sofocar el movimiento del capitular Martín de Álzaga para deponer al héroe de la defensa, el virrey Santiago de Liniers. En menos de dos años, la mutación ideológica llevaría a un cambio en las lealtades políticas, ya que sería la misma junta liderada por Cornelio Saavedra la que ordenaría el fusilamiento de Liniers, lo que se verificó el 25 de agosto de 1810 en Córdoba. Como señalan acertadamente VictorGayol y Gabriela Tío Vallejos, el proceso revolucionario del Río de la Plata “convirtió a los líderes civiles en militares a la fuerza y a los militares en gobernantes forzados”[7]. Desde el 25 de mayo de 1810, la expansión de las ideas políticas fue de la mano del avance de las sucesivas expediciones enviadas por la Junta. Este hecho evidenció que la guerra se convirtió en el elemento transformador del orden colonial y de la realidad cotidiana (el caso de la transformación de la provincia de Cuyo en un verdadero campo militar a gran escala, incluyendo un cambio en las orientaciones que tenía la economía agroganadera de dicha provincia); la
  • 20. oficialidad del ejército desplazó en términos de prestigio a la clase burocrática, destruyendo las jerarquías tradicionales, aunque hubo una simbiosis entre las jerarquías y estructuras clientelares tradicionales con la jerarquía de mando, solidaridades y prestigio que imponían los nuevos ejércitos revolucionarios. En el plano cultural, se generó una cultura bélica que acompañó al cambio en la visión que tenía la sociedad entera sobre la actividad militar[8]. Políticamente, la carrera militar abrió el camino para que los oficiales comenzaran a ocupar empleos administrativos: a nivel estatal, la presencia de altos oficiales en el mando supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata: al brigadier Carlos María de Alvear (1815); brigadier Ignacio Álvarez Thomas (1815-1816); brigadier Juan Martín de Pueyrredón (1816-1819); brigadier José Casimiro Rondeau (1819-1820). Mientras que a nivel provincial podemos citar el caso del coronel José de San Martín en la provincia de Cuyo (1814-1815); al coronel Antonio González Balcarce en Buenos Aires (1812-1814). En el caso del Ejército de los Andes durante su permanencia en Chile, también se proyectó esta tendencia, ya que mientras San Martín se hallaba en Buenos Aires negociando las bases para la expedición libertadora del Perú, y O’Higgins asumía el mando de las operaciones contra el bastión realista en Talcahuano, quedaba de manera interina a cargo de la dirección política de Chile el coronel Hilarión de la Quintana, mientras que asumieron empleos de gobernador y comandante general de armas en Valparaíso el teniente coronel Rudecindo Alvarado (1817) y el coronel José Matías Zapiola (1819); y en Talca, los comandantes Francisco de Montes y Larrea (1817), Enrique Martínez (1817-1818) y el coronel José Matías Zapiola (1818). En cuanto a los aspectos sociales de la militarización, un caso paradigmático es el de José de San Martín. El futuro libertador había nacido en el pueblo de Yapeyú, en 1778, hijo de dos españoles, del Capitán Juan de San Martín y Gregoria Matorras, ambos de origen peninsular. El capitán San Martín y su familia debieron regresar a España conforme a los ajustes realizados a la política defensiva del imperio, que retiraba a los cuerpos profesionales de América. José de San Martín comenzó en España una carrera militar, no teniendo mayores opciones conforme a ser hijo de un oficial que había comenzado como soldado y había llegado al tope de sus posibilidades como oficial. Cuando San Martín vuelve a América, en marzo de 1812, su inserción en la vida bonaerense fue de la mano del desempeño profesional como militar: a poco de haber llegado se le encomendó la creación de un escuadrón de caballería conforme a la táctica francesa. En octubre del mismo año, su posición política se consolidaba al ser parte de los militares que, en conjunto con los civiles de la Sociedad Patriótica, depusieron al triunvirato compuesto por Juan Martín de Pueyrredón, Feliciano Chiclana y Manuel de Sarratea. Inclusive, el nuevo gobierno lo dotó del empleo de Comandante General de Armas de Buenos Aires. En 1813 fue destinado como General del Ejército del Norte. El ascenso de San Martín no se detendría, ya que en agosto de 1814 se le destinaría como Gobernador Intendente de la Provincia de Mendoza y, en 1816, como General en Jefe del Ejército de los Andes y la calidad de Capitán General de la Provincia de Cuyo para efectos de la organización de la expedición de Chile. Sin embargo, la rápida carrera de San Martín también implicó su incorporación a la sociedad porteña. De la mano de Carlos María de Alvear, cuya amistad trabó en España y compañero de lides en el establecimiento de la Logia
  • 21. Lautaro en Buenos Aires, fue presentado a la hija de Antonio José de Escalada y Tomasa de la Quintana, hija de un encumbrado militar del periodo tardocolonial rioplatense. María Remedios de Escalada, quien a la sazón tenía 15 años, se casó en septiembre de 1812 con José de San Martín. En este sentido, el matrimonio le reportó a San Martín un importante capital familiar[9], del cual se valdría para llevar a cabo su actividad político-militar por el Conosur hispanoamericano: sus cuñados, Manuel y Mariano Escalada, se incorporarían al Regimiento de Granaderos a Caballo, que comandaba San Martín, del cual llegarían a ser encumbrados oficiales, coronel y teniente coronel, hasta su retiro, en 1819. También formaría parte de este regimiento un primo de los hermanos Escalada, Rufino Guido. Por su parte, el abogado Tomás Guido, quien se desempeñaría en el Despacho de Guerra de las Provincias Unidas del Río de la Plata, como oficial primero, posteriormente se transformaría en el consejero de San Martín, y redactor del proyecto de la expedición hacia Chile en 1816, y lo tendría a su lado durante la campaña de Chile, al haber sido nombrado con calidad de representante del gobierno porteño en Chile entre 1817 y 1820. También tendrían importancia en la aventura sanmartiniana hacia Chile los tíos maternos de los Escalada Quintana: el brigadier Matías de Irigoyen, Secretario del Despacho de Guerra de Pueyrredón y Rondeau, y el coronel Hilarión de la Quintana, oficial agregado al Estado Mayor, y que como ya vimos sustituyó a O’Higgins en el año 1817. Inclusive, un primo más lejano, Mariano de Larrazábal y Aspiazú, sería en Chile director interino de la Academia Militar entre 1817 y 1818, y posteriormente, pasado al Ejército de Chile, acompañaría a San Martín en la Expedición Libertadora al Perú, en calidad de Comandante del Regimiento N°4 de Chile EL PLAN CONTINENTAL DE SAN MARTIN En 1817 San Martín inicia una guerra contra los españoles desde Chile. Su plan se denominó 'Plan Continental', por medio del cual debía liberar a Chile, cruzando los Andes, y desde allí por barco se dirigiría hasta el Perú donde también los libertaría. En Mendoza armó su ejército con el apoyo de toda la ciudadanía. Obtuvo gran ayuda y colaboración de Martín de Pueyrredón en el Directorio. Le enviaron dinero, armas , ponchos, frazadas, hombres negros (esclavos). En enero de 1817 comenzó la travesía con un ejército de 5,000 soldados y unos 1,000 animales entre caballos y mulas. Cruzó la cordillera por el paso de los Patos y Uspallata. Las tropas estaban a cargo de Soler, O'Higgins, San Martín y Las Heras. Otras tropas menores (unos 800 soldados) cruzaron los Andes por otros sitios, para tratar de confundir al enemigo.
  • 22. Al llegar a Chile tuvo una importante victoria, la de Chacabuco, que le permitió entrar en Santiago, allí O'Higgins fue nombrado Director de Chile (San Martín había rehusado anteriormente el mismo cargo). Luego fue derrotado por los realistas en Cancha Rayada, pero más tarde venció al enemigo en la batalla de Maipú. Con el apoyo de O'Higgins armó una flota naval con barcos ingleses y con la jefatura de militares irlandeses como Cochrane. En junio de 1820 partió hacia Perú, desde Valparaíso con 4,500 hombres, 14 barcos y 8 naves de guerra. En 1821 San Martín proclamó la independencia del Perú, donde fue nombrado Protector. En 1822 renuncia a su cargo de Protector, regresa a Chile y permanece allí 3 meses para restablecerse de su salud, después va a Mendoza, donde es informado de la muerte de su esposa en Buenos Aires. Como la situación del país era bastante grave, y los caudillos provinciales iban tomando día a día mayor poder, San Martín decide alejarse de la patria. Se fue a vivir con su hija Merceditas a Francia, y permaneció allí hasta su muerte, el 17 de agosto de 1850. Treinta años más tarde sus restos fueron repatriados por el gobierno argentino y depositados en el mausoleo de la Catedral de Buenos Aires. SALTA Y LA REGION DURANTE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA En junio de 1810, el cabildo de Salta se sumó a la Revolución de Mayo, llegando en 1811 el primer contingente del Ejército del Norte. Durante la guerra de la Independencia Argentina, la ciudad de Salta fue invadida varias veces por los realistas: 29 de enero-10 de marzo de 1812; 15 de abril-4 de mayo de 1817, por José de la Serna (Invasión de De la Serna a Jujuy y Salta); 31 de mayo-fines de junio de 1820, por Juan Ramírez Orozco; 7 de junio-14 de julio de 1821 por Pedro Antonio de Olañeta.3 Durante estas ocupaciones, el caudillo Martín Miguel de Güemes organizó la resistencia y las ofensivas patriotas, y lanzó una guerra de guerrillas popularmente llamada guerra gaucha, hasta su asesinato, en 1821.
  • 23. Con la decisiva batalla de Salta (20 de febrero de 1813), Manuel Belgrano logró que todo el noroeste quedase libre, aunque se mantuvieron esporádicos ataques realistas desde el Alto Perú hasta 1826. Consolidada la independencia, Salta se hundió, junto con el resto del país, en el torbellino de luchas entre unitarios y federales, siendo alternativamente gobernada por ambos bandos. [editar]Formación del territorio de la Provincia de Salta (1814-1943) Muy poco tiempo después de la Revolución de Mayo, en 1814, la antigua Intendencia de Salta del Tucumán empezó a desintegrarse, y se inició un largo proceso durante el cual la provincia de Salta fue formando su territorio, en medio de disputas con provincias vecinas, disputas entre la Argentina y países vecinos, guerras con las tribus del Chaco, hasta que en 1943 la provincia adquirió la forma y los límites que actualmente tiene. Por decreto del 8 de octubre de 1814, el Director Supremo Gervasio Posadas dividió la Intendencia de Salta del Tucumán en dos: La Provincia de Salta, al norte (la actual Provincia de Salta, más Tarija con Chichas y Lípez, Jujuy y el litoral de Antofagasta-Atacama). La Gobernación Intendencia del Tucumán, al sur (actuales provincias de Tucumán, Catamarca y Santiago del Estero) El 26 de agosto de 1826 un golpe de estado separó a Tarija no sólo de Salta sino de toda la Argentina, anexándola a Bolivia. Facilitaron ello la Guerra argentino brasileña, las luchas civiles en Argentina y los intentos de ciertos gobernantes salteños por mantener a Tarija como sufragánea de Salta. El Congreso nacional, por ley del 30 de noviembre de 1826, elevó a Tarija a la categoría de provincia, aunque no volvió ya a territorio argentino. Mapa de la Argentina, de mediados del siglo XIX, donde aún aparecen Salta y Jujuy como una sola provincia. El 22 de noviembre de 1834, Jujuy se separa de Salta y se transforma en una nueva provincia argentina. Pero la región de Orán, al noreste de Jujuy, (actuales departamentos de Orán, Santa Victoria, Iruya, Rivadavia y San Martín) se mantuvo unida a Salta, aunque hubo un intento (1881)
  • 24. de separarla y transformarla en una nueva provincia argentina, con capital en San Ramón de la Nueva Orán, que nunca prosperó. La unión de Orán con Salta explica la curiosa forma de herradura que tiene actualmente la provincia. En 1879 el ejército argentino lanzó una campaña militar en el Chaco, a fin de someter y a los indígenas de la región. Como resultado de la misma, el Chaco Central y Austral fueron puestos bajo la órbita del Estado Nacional. En la ofensiva fueron muertos millares de indígenas, y a las tribus sobrevivientes se les despojó de sus tierras, que fueron entregadas a colonos, origen del actual conflicto entre criollos y aborígenes en el Chaco salteño. Posteriormente, por Ley N° 1.532 de Organización de los Territorios Nacionales (16 de octubre de 1884), el Estado Nacional estableció los límites entre Salta y los Territorios Nacionales del Chaco y de Formosa. La provincia se ensancha hacia el este. Por el tratado del 10 de mayo de 1889 con Bolivia, Argentina renunciaba a su reclamo sobre Tarija. En compensación, Bolivia cedía la Puna de Atacama —territorio que, por otra parte, había sido incorporado a Salta ya en 1818 por Martín Miguel de Güemes—, que se encontraba en poder de Chile luego de la Guerra del Pacífico (1879-1880). Esta maniobra boliviana le otorgaba a la Argentina un territorio que formó parte del Virreinato del Río de la Plata, pero que de hecho estaba en manos de Chile, buscando forzar una guerra entre Chile y Argentina. Como Chile se negara a entregar los territorios cedidos por Bolivia, se decidió someter la cuestión al arbitraje del estadounidense William Buchanan, que en 1899 otorgó a Argentina el 75% del territorio en disputa y el resto a Chile. También por el tratado de 1889 Argentina cedía un territorio que se consideraba hasta entonces salteño: las Juntas de San Antonio. Las concesiones argentinas favorables a Bolivia prosiguieron con las rectificaciones de 1904 (Esmoraca y Estarca) y Yacuiba, Yacuiba recién fue aceptada como boliviana (en territorio tarijeño) por el el Tratado de límites Carrillo-Díez de Medina (julio de 1925);4 en gran medida estos ajustes de límites que beneficiaron a Bolivia se debían a que Argentina debía enfrentar otros litigios con Brasil (Misiones Orientales) y con Chile motivos por los cuales el estado argentino trató de reducir al máximo las fricciones con varios países limítrofes al mismo tiempo, reduciendo con ello los riesgos de una guerra desventajosa en tres frentes y los riesgos de un mal intercambio de bienes entre los distintos estados. Por la Ley N° 3.906 (9 de enero de 1900) se creó el Territorio de Los Andes. Por decreto del 12 de mayo de 1900, el Poder Ejecutivo Nacional dividió al Territorio de Los Andes en tres departamentos administrativos: Susques (norte), que limitaba con la Provincia de Jujuy; Pastos Grandes (centro), lindante con la Provincia de Salta; y Antofagasta de la Sierra (sur), limítrofe con la Provincia de Catamarca.
  • 25. En 1902, la Provincia de Salta cedió el pequeño departamento de San Antonio de los Cobres (aproximadamente 5.500 km²) por Ley N° 4.059, para ser la capital del territorio, formándose con ella un cuarto departamento en el Territorio de los Andes. En 1925 la Argentina cede la soberanía de la localidad de Yacuiba a Bolivia, a pesar de estar al sur del paralelo que porta el límite internacional acordado, debido a que Bolivia necesitaba conservar una población en el área del Chaco. En 1943 el Gobierno Nacional resolvió disolver el Territorio Nacional de Los Andes. Los departamentos de San Antonio de Los Cobres y Pastos Grandes fueron fusionados y reintegrados a la provincia de Salta, constituyendo el actual Departamento Los Andes. (Susques pasó a pertenecer a la Jujuy y Antofagasta de la Sierra a la Catamarca). El límite con la Provincia de Tucumán fue fijado mediante la Ley Nacional N° 22264 dictada por el gobierno militar y publicada en el Boletín Oficial el 12 de agosto de 1980. LA ACCION DE GUEMES vastedad del escenario geográfico donde desplegó su lucha el general salteño Martín Miguel de Güemes, fue proporcional a la magnitud de su empresa. Nacido en Salta 1785 y muerto 1821 en una emboscada nocturna de tropas realistas, Güemes consagró veintidós años, de los treinta y seis que vivió, a las armas. Hijo de un funcionario borbónico santanderino enviado a América como Tesorero de la Real Hacienda, y de una descendiente de vascos, a los 14 años se incorporó como cadete al Regimiento Fijo, participó en la reconquista de Buenos Aires durante la primera invasión inglesa y adhirió al movimiento independista inmediatamente después de llegada a Salta la noticia del pronunciamiento del Cabildo de Buenos Aires. En abril de 1814 San Martín le confió la comandancia de las fuerzas patriotas de avanzada formada por gauchos de Salta y de Jujuy que operaban en el Alto Perú. Desde mayo de 1815, y hasta su muerte, ejerció esas funciones y las de gobernador de su provincia que, desde 1784, fuera sede de la Intendencia de Salta del Tucumán la que abarcaba las actuales provincias de Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Jujuy y Catamarca, a las que se añadía Tarija. El escenario de la lucha librada por Güemes se extendía, al norte, hasta la Intendencia de Potosí, y al este, hasta la Capitanía General de Chile. En ese extenso territorio Salta fue un nudo de caminos y senderos por donde, desde el siglo XVI, fluía el tráfico de hombres, de animales y de
  • 26. mercancías. En Salta termina la planicie argentina y comienza a dibujarse una enmarañada y, a veces, áspera y desafiante geografía de altura, con temperaturas extremas, con sus valles, ríos y quebradas. Controlar el Alto Perú, para realistas y patriotas, era controlar la llave del largo corredor que enlazaba a la capital virreinal de Lima con la rebelde Buenos Aires. Entre 1810 y 1821 ese territorio será ocupado, alternativamente, por realistas y patriotas. Siete, según unos, y once, de acuerdo a otros, fueron esas incursiones realistas, llamadas “invasiones” por nuestros historiadores. Las más importantes que rechazó Güemes fueron seis: la cuarta del brigadier Joaquín de la Pezuela en 1815; la quinta, de La Serna en 1817; dos de Pedro Antonio de Olañeta también en 1817; la de Canterac en 1820 y la de Olañata en 1821, que le cuesta la vida. En 1812, intentando abrirse paso hacia Buenos Aires, el general español Pío Tristán llegó hasta Tucumán, donde fue derrotado y se vio forzado a replegarse a Salta donde sufrió un nuevo revés frente a Belgrano en la batalla del 20 de febrero de 1813. La suerte de las armas oscilará de un extremo al otro de ese tenso arco. Por momentos, las tropas del Rey tienen el control de un territorio que, en otros momentos, escapa de sus manos por la acción de las fuerzas patriotas irregulares altoperuanas que libran la guerra de las republiquetas y por el constante asedio de las guerrillas de Güemes que las someten a una extenuante guerra de recursos. La tierra debía ser hostil a un enemigo que desesperaba por la falta de caballos, de forraje, de alimentos y hasta de agua en las acequias que los gauchos obstruían y secaban. La inferioridad de recursos materiales debía compensarse con la superioridad que otorgaba el conocimiento del terreno, la adhesión popular a la independencia, el controlar los caballos necesarios para los milicianos y el disponer del ganado para su alimentación. Güemes conocía a sus paisanos. Ellos son, explicó al gobierno porteño, “habitantes de toda clase de terrenos y climas y desde su tierna edad están acostumbrados a viajar en los Andes y serranías del Perú. Son hombres más cauterizados con los trabajos más ásperos y penosos. Más breve: son propio para militares”.
  • 27. ¿Quiénes eran esos gauchos que dejaban la labranza y montaban a caballo, armados con machete o rifle, para seguir a Güemes? Estos hombres de la tierra eran criollos de entre 15 y 45 años. Ellos eran, dice Miguel Solá, pastores, arrieros, labradores y artesanos. San Martín los designó como gauchos, sinónimo de hombres curtidos que conocían la tierra como la palma de sus manos; de jinetes diestros, hábiles con el lazo con el que atrapaban a los godos, y valientes hasta la temeridad. Esas cualidades, anotó el general español García Camba, “admiraban a los militares europeos”. ¿Cómo organizó sus fuerzas Güemes? Lo hizo mediante una red de milicias que cubría un amplio espacio, desde Humahuaca –con ramificaciones en Potosí-, pasando por Jujuy, la ciudad de Salta y las poblaciones aledañas del Valle de Lerma, el Chaco salteño y el Valle Calchaquí. Los milicianos fueron organizados en unidades de 20 a 30, bajo el mando de jefes locales, llamados “capitanes de Güemes”, muchos de ellos estancieros. Estos grupos, explica Roger Haigh, “eran parte de cuatro divisiones” comandadas por militares conducidos por Güemes. ¿Qué retribución recibían esos milicianos? Güemes combinó el pago en moneda con la aplicación de una norma que se usó en España durante la invasión napoleónica y que consistía en eximir a los gauchos del pago de arriendos y otras contribuciones, institución conocida como “Fuero Gaucho”, que no implicó un reparto de tierras, sino un transitorio perdón de las deudas. El fuerte componente popular de las milicias no sólo no trastornó sino que tampoco redujo los vínculos de lealtad que unían a los gauchos y los peones con sus patrones. San Martín integró a Güemes dentro de su plan estratégico y acordó modificar el diseño de la guerra, ante las sucesivas derrotas de las fuerzas patriotas en el norte comandadas por porteños. Ambos coincidieron en que las características del territorio, las posibilidades de las fuerzas realistas, los recursos disponibles y la idiosincrasia de los habitantes, imponían la necesidad de potenciar la guerra irregular, combinándola con acciones regulares. Según la relación de fuerzas esas acciones debían adoptar, en un momento, un carácter defensivo y, en otros, desplegarse en acciones ofensivas. La derrota patriota en Sipe-Sipe imponía revisar el esquema aplicado por Buenos Aires desde 1810. Mientras las maltrechas fuerzas patriotas tenían en el norte 2.500 hombres, el realista Pezuela tenía 6.000 soldados “aguerridos” y mejor equipados con los que controlaba “las cuatro
  • 28. provincias más ricas y pobladas” del país. San Martín pensaba que el asedio de Lima por el norte argentino era más incierto y costoso, y que resultaría más rápido y más eficaz si se reforzaban las fuerzas que concentraba en Mendoza para pasar a Chile. Gaucho del Regimiento de Infernales 1815 Por un lado, el primer movimiento era detener el avance realista no permitiéndole traspasar territorio salteño. El segundo, aprovechar las ventajas que tenía San Martín en Mendoza, flanco vulnerable de los realistas. Si los generales realistas trabajaban para doblegar a los independistas por esos dos flancos, San Martín, Belgrano y Güemes trabajaban para construir un sistema de pinzas capaz de derrotarlos. Güemes, que había provocado los recelos y desconfianzas de los porteños, debió revalidar sus títulos ante Belgrano, quien lo había castigado trasladándolo a Buenos Aires, y conquistar la confianza de San Martín que lo integró como parte principal de su plan estratégico. Superadas las diferencias con Rondeau, Güemes se convirtió en uno de los garantes del Congreso de Tucumán cuando la restauración del Rey en España parecía condenar al fracaso a la empresa independista. A partir de allí, elegido gobernador de Salta, Güemes fue también garante de una autoridad nacional inestable, errática y sometida a luchas intestinas. En mayo de 1815 Güemes es elegido Gobernador. Lo eligieron los miembros de la elite, los “hombres educados y ricos” unidos entre sí por fuertes lazos de parentesco. Es también Comandante General de Avanzadas. La guerra impone un combate tan arduo como el militar: la lucha por los recursos para alimentar, vestir, armar y mover las milicias gauchas. El campo, el forraje para el engorde de las vacas y también de las mulas que se vendían en el Alto Perú y el Perú, habían dado a Salta cierta prosperidad. Si Buenos Aires retaceaba los fondos, ellos saldrían de ese campo, de los aportes voluntarios de los hacendados y de las contribuciones forzosas a los comerciantes, mucho de ellos españoles.
  • 29. ¿Con qué armas combatiremos?, preguntó un gaucho a uno de sus jefes. “Con las que le tomemos al enemigo”, respondió. A miles de kilómetros de la península, esos jefes españoles que habían enfrentado a las tropas napoleónicas con la guerra irregular resultaban víctimas de esa misma táctica mortífera. El activo contrabando no alcanzó a compensar la clausura de la ruta comercial con Potosí y con Lima. Pero ésta es un arma de doble filo: no sólo hiere a los godos, también desangra la precaria economía local que, por momentos, apenas puede asegurar la subsistencia. Una sola de esas familias encumbradas, en un año donó 20.000 de los 26.000 pesos aportados por particulares. Y en cinco años, 5.000 cabezas de ganado y más de 1.300 caballos. Hacia 1819 las necesidades materiales crecieron a la misma velocidad que decrecían las posibilidades de satisfacerlas. Güemes se disponía abrir una brecha en la muralla realista altoperuana para intentar cerrar la pinza sobre Lima. La prolongación de la guerra y la cada vez menor contribución económica por parte del gobierno de Buenos Aires, colocó a la provincia al borde de la ruina y a sus comerciantes en la quiebra. Parte del sector más rico de la sociedad comenzó a mostrar su descontento con el gobierno de Güemes. Algunos, incluso, comenzaron a tramar una conjura contra él en alianza con militares realistas. Asediado por las tropas realistas, resistido por algunos jujeños, enemistado con el gobernador de Tucumán (Bernabé Aráoz), aislado por las luchas entre los caudillos del Litoral y Buenos Aires, abandonado de la mano del gobierno porteño y rechazado por parte de algunos comerciantes, hacendados y hombres ilustrados, Güemes comenzó a sentir los efectos de esa combinación de factores adversos. El apoyo de una parte importante de la elite local se transformó en encono y hostilidad. Sus opositores internos comenzaron a demandar el fin de la guerra o, al menos, la apertura de negociaciones con algunos de los generales españoles liberales que se sentían –a su vezamenazados por las duras posiciones de los generales absolutistas. También demandaron la fijación de límites al ejercicio de un poder que les parecía arbitrario y hasta despótico. Güemes anteponía la independencia y la unidad a otros objetivos cuya prematura búsqueda podía malograr el propósito central de la lucha independista. “Contra Buenos Aires, jamás”, repetía Güemes mientras hacía enormes esfuerzos por armonizar la defensa del interés local con el del conjunto nacional. Si aquel rasgo lo acerca al federalismo integrador, éste otro lo distancia
  • 30. de los caudillos que irrumpieron en 1820. Junto a San Martín y a Belgrano, Güemes conforma el pequeño grupo de hombres públicos argentinos cuyo patriotismo y entereza pocos discuten. EL PROCESO SOCIAL Y ECONOMICO DE LA REVOLUCION Cuando el virrey del Río de la Plata fue derrocado, la Junta revolucionaria de Buenos Aires adoptó una política económica radicalizada. Se levantó la prohibición de comerciar con extranjeros y de exportar lingotes de plata y oro. (1) Cuando en 1811 llegó al poder un nuevo gobierno, denominado el Triunvirato, que era aún más radical en términos de política económica, los impuestos de importación se redujeron enormemente. (2) La política librecambista adoptada operó como un imán para los comerciantes extranjeros y particularmente para los británicos. Por su parte, los comerciantes criollos y españoles que no podían competir ventajosamente con los nuevos comerciantes de negocios de importaciónexportación británicos quedaron limitados al comercio interior.(3) La política enfáticamente librecambista adoptada por las autoridades porteñas, cuyo sesgo más pronunciado fue el desequilibrio de la balanza comercial por el peso avasallante de las importaciones, generó particularmente en Buenos Aires una extensión del consumo a los sectores populares, que se convertiría en otra fuente de recursos para el fisco del Estado revolucionario, a pesar de la mencionada reducción de los impuestos a la importación y exportación. En 1812 se establecieron las contribuciones extraordinarias para costear la guerra revolucionaria, que hasta 1815 extrajeron del comercio (y por ende, del consumidor porteño) una suma de 598.875 $, de la cual una parte importante debió ser costeada por los sectores populares. (4) Los impuestos aduaneros tales como las alcabalas de distintas clases, la contribución de hospital o la contribución patriótica registraron un sensible incremento: entre 1806 y 1810 totalizaban 839.284 $; entre 1811 y 1815, 2.086.037, 1 ½ $. Por su parte, los ingresos vinculados a derechos de Aduana (que figuran como rubro "Aduana" en el período 1806-1810 y como "Derechos al comercio exterior" para el de 1811 a 1815) conocieron un salto de 2.338.062,1(3/4) $ para el primer período a un monto de 6.453.318,2 ¼ $ para el segundo. (5) La expansión de los ingresos vinculados con impuestos al comercio exterior será la base del ordenamiento financiero porteño de aquí en adelante. Si bien en expansión, la moderación que caracterizó a los gravámenes a la importación y exportación en el primer quinquenio posterior a la Revolución de Mayo facilitó enormemente la penetración del comercio británico hacia el Interior, del comercio "aventurero" de los hermanos Robertson. (6) Los productos manufacturados británicos, competitivos y baratos, desplazaron a la producción artesanal del Interior. Como consecuencia de la radical apertura económica implantada desde Buenos Aires, la industria del ganado, que era la más competitiva por la presencia de ventajas comparativas "naturales", eclipsó a las demás. Pero aquí debe puntualizarse una distinción. Vera BlinnReber destaca el mecanismo de trueque como el que le permitió a los hermanos Robertson acceder a los productos del Litoral e Interior y ganar dichos mercados en el primer decenio posterior a la Revolución de Mayo, al permitir a los productores y comerciantes locales el ahorro del desembolso de dinero. En cambio, Tulio HalperínDonghi subraya que el empleo de metálico por parte de los comerciantes ingleses creó nuevos grupos con capacidad de compra. (7)
  • 31. Como se dijo antes en 1808 Gran Bretaña hizo la paz con España y al año siguiente se convirtió en su aliada contra Napoleón. Por consiguiente, la política británica se tornó ambigua frente al tema de la independencia sudamericana. Oficialmente, se suponía que Gran Bretaña apoyaba a España, pero los intereses entre ambos Estados divergían fuertemente respecto del tradicional monopolio comercial español. En 1813 el envío de un cónsul británico no oficial al Río de la Plata simbolizaría esta ambigüedad. A principios de 1811 llegó a Montevideo Francisco Javier de Elío nombrado por el Consejo de Regencia como nuevo virrey del Río de la Plata. De inmediato declaró a dicha ciudad capital del virreinato e intimó a la Junta porteña el acatamiento de su autoridad. Como su pretensión fue rechazada, Elío declaró a Buenos Aires ciudad rebelde y decretó el bloqueo de su puerto. En esas circunstancias pidió ayuda británica. A pesar de que inicialmente no supieron qué hacer, frente a la insistencia de Elío las fuerzas británicas apoyaron el bloqueo. Esta actitud coincidía con la política proclamada del Reino Unido, pero era en el fondo contraria a las intenciones más sutiles (y secretas) del gabinete británico. Por ello, el gobierno inglés envió un almirante a Buenos Aires con el objeto de asegurarse que el bloqueo no impidiera el legítimo comercio británico con Buenos Aires. Por otra parte, la comunidad británica en Buenos Aires, libre de estas ambigüedades, presionaba permanentemente por el reconocimiento del nuevo gobierno. Una vez que Fernando VII fue restituido en su trono, Gran Bretaña se rehusó a darle el apoyo naval que necesitaba para recuperar su imperio, y tampoco permitió a otras potencias ayudarlo. Sin embargo, a pesar de estos factores y ambigüedades, la política británica fue de mediación y no de apoyo directo a la independencia. Recién hacia 1820, cuando esa política de mediación se había vuelto anacrónica, algunas potencias, incluyendo los Estados Unidos, comenzaron a competir por la amistad de los nuevos Estados. Por otro lado, la revolución en la América hispana fue extremadamente problemática. Los primeros pasos hacia la revolución se llevaron a cabo pacíficamente en los cabildos, y especialmente en su forma más inclusiva que fueron los cabildos abiertos, los cuales establecieron las juntas que reemplazaron a las autoridades designadas por el gobierno español. Así sucedió en Caracas en abril de 1810, en Buenos Aires el 25 de mayo, y en Santiago de Chile el 18 de septiembre. Las autoridades coloniales se inclinaron ante las nuevas autoridades. En Buenos Aires, el virrey primero aprobó la reunión del cabildo abierto y luego apareció encabezando la junta que finalmente fue rechazada. En Chile la junta fue presidida por el mismo oficial al que se reemplazaba, aunque con otro carácter: el Conde de la Conquista, que era el gobernandor interino designado por la Audiencia. De tal manera, se hizo todo lo posible para preservar algún vestigio de legitimidad, y esto no resulta sorpresivo si tenemos en cuenta que los revolucionarios eran abogados, oficiales y comerciantes prósperos que se habían visto forzados a convertirse en oficiales militares. Lo que menos querían estos revolucionarios era el caos y la anarquía típica de las revoluciones. Por otra parte, la revolución en América del Sur se inició como una revuelta de una elite contra otra, la de los criollos blancos contra los españoles peninsulares por tener intereses opuestos, pero en los catorce años que llevó la guerra de la Independencia hubo otros factores que entraron a jugar en el proceso -la oposición de absolutismo y liberalismo, la evolución del proceso económico iniciado con la revolución perjudicial para algunas regiones, etc. que llevaron a reacciones y contrarreacciones y produjeron situaciones peculiares, como el caso de militares nacidos en América que lucharon para el ejército español.
  • 32. Las autoridades revolucionarias además no lograron atraer automáticamente la lealtad de sus subordinados. En una primera instancia Chile fue la excepción: en 1810 la revolución no encontró oposición allí. Pero en el Río de la Plata la situación fue muy diferente. En el capítulo siguiente se verá la costosa acción militar que debieron emprender los sucesivos gobiernos de Buenos Aires para consolidar su autoridad, aunque con poco resultado en las regiones más alejadas. Por cierto debe señalarse también que hubo importantes divisiones dentro del movimiento revolucionario. Por ejemplo en Buenos Aires la Primera Junta fue presidida por el moderado Cornelio Saavedra, un próspero comerciante boliviano convertido en militar y que estaba en desacuerdo con el secretario del cuerpo, Mariano Moreno. Este era un abogado relativamente radicalizado cuya influencia crecía. Saavedra comenzó a tener mayor protagonismo por ser a la vez presidente de la Junta y jefe del regimiento de Patricios, lo que le generó cierta oposición. Moreno, por su parte, quería imitar a la Francia revolucionaria, un proyecto que gozaba de escasas perspectivas de éxito. Cuando la Junta, que sólo representaba a Buenos Aires, fue forzada a expandirse para permitir la representación a los cabildos del Interior, creció el poder de los conservadores y Moreno se vio obligado a renunciar. Los conservadores partidarios de Saavedra dominaron en la Junta Grande, pero fueron forzados a tomar medidas extremas contra elementos que eran aún más conservadores. En este contexto, y debido a la inestabilidad y a los fracasos militares de la Junta, aprovechados por la oposición morenista, en septiembre de 1811 se debió crear un gobierno más restringido, el Primer Triunvirato, que liberalizó la economía aún más, pero fue derrocado el 8 de octubre de 1812 por un golpe militar de los oficiales del ejército regular, los que ganaron predominio sobre la milicia urbana (creada como consecuencia de las invasiones inglesas). Con este golpe la Logia Masónica Lautaro, que tendría una gran influencia política hasta fines de la década de 1810, apareció en escena, y con ella dos oficiales recién llegados de España se volvieron prominentes: Carlos María de Alvear y José de San Martín. Los revolucionarios de octubre de 1812 exigieron la convocatoria de una Asamblea General en el término de noventa días. El 31 de enero de 1813 la Asamblea inició sus sesiones y eligió a Carlos de Alvear como su presidente. Se declaró soberana, abolió los títulos nobiliarios, eliminó el mayorazgo, declaró la libertad de vientres, prohibió los tributos y servicios personales de los indios y oficializó el escudo de armas y el himno nacional, pero no declaró la independencia. Esto último fue consecuencia del triunfo de la tendencia alvearista, que opuestamente a lo que postulaba la sanmartiniana, no consideraba oportuna dicha declaración por consejo británico. En realidad la situación se había vuelto crítica para las colonias americanas emancipadas y especialmente para Buenos Aires. Los acontecimientos europeos anunciaban el próximo retorno de Fernando VII al trono y había evidencia de que el monarca restaurado no tardaría en enviar una expedición armada al Río de la Plata para sofocar la revolución con la colaboración de los realistas de Montevideo. Esto empeoraba considerablemente la ya vulnerable situación a raíz de los reveses militares sufridos por Belgrano en el Alto Perú en los últimos meses de 1813. En vista de ello, la Asamblea decretó a fines de enero de 1814 la concentración del poder ejecutivo en una sola persona, creando el cargo de director supremo del Río de la Plata que recayó en Gervasio Antonio de Posadas.