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CAMINOS REALES DE COLOMBIA
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PARTE I:
LAS RUTAS DE LA HERENCIA PREHISPÁNICA
CAPITULO 1:
LOS CAMINOS ABORÍGENES
Caminos, mercaderes y cacicazgos: circuitos de comunicación antes de la invasión española en
Colombia
CARL HENRIK LANGEBAEK RUEDA
Los arqueólogos que han estudiado cacicazgos colombianos se encuentran ante una aparente paradoja con respecto
a la escala de las redes de comunicación en que estaban inmersos. Por un lado, algunos plantean la existencia de
sistemas muy grandes, en los cuales cada comunidad actuaba como un eslabón en una cadena de amplias
relaciones culturales. Por otro, se sabe que la región estaba ocupada por cacicazgos, los cuales por definición son
entidades pequeñas, que aunque pueden participar en redes de intercambio a corta y larga distancia, funcionan
autónomamente, tanto en lo político como en lo económico. Un artículo sobre redes de caminos prehispánicos
ofrece un valioso punto de partida para dar comienzo al escrutinio de ambas posiciones.
Modo de viajar (Tomado de: Viaje por la
República de Colombia, por G. T. Mollien, 1823.
En: Nuevo Viajero Universal, Enciclopedia de
viajes modernos. Célebres viajeros del siglo XIX,
tomo III: América. Ordenada y arreglada por
Nemesio Fernández Cuesta, Madrid, 1861.
Biblioteca particular de Pilar Moreno de Ángel).
Ante todo debo explicar en qué consisten las diferencias entre las dos posiciones arriba esbozadas. En su sentido
más tradicional, quienes enfatizan la primera posición arguyen que los cacicazgos de amplias zonas del país
compartían una «cultura». La coparticipación en esa cultura se mide básicamente por la elaboración de artefactos
similares. Por eso, basándose en la elaboración de objetos parecidos se pasa a hablar de «tradiciones»,
«horizontes», «cadenas o áreas culturales» que reflejan un modo de pensar común debido a un origen también
común y a activas redes de interacción social. En una versión matizada, y que se refiere más a la gente
prehispánica y no tanto a sus manifestaciones culturales, algunos autores destacan la importancia de las redes de
intercambio para demostrar que las sociedades indígenas constituían sistemas abiertos, dependientes de otras. El
caso mejor conocido, quizás, corresponde a la célebre hipótesis de Reichel-Dolmatoff (1961) sobre la dependencia
que tenían los muiscas de las comunidades de tierra templada para abastecerse de alimentos.
Los partidarios de la segunda posición no niegan la existencia de redes de intercambio —por el contrario, las han
estudiado en profundidad (Gnecco, 1992; Langebaek, 1992)— pero le asignan un contenido bien diferente. En
primer lugar tienden a minimizar la importancia del intercambio de alimentos, sosteniendo que no pudo haber
implicado la circulación de productos sobre distancias muy largas ni el transporte de volúmenes considerables. En
segunda medida, aunque admiten la circulación de objetos de lujo a larga distancia —y que esos productos se
copiaban en amplias áreas del país— no ven cómo eso se pueda tomar como el rompimiento de la autonomía de los
cacicazgos ni como prueba de la coparticipación de las sociedades prehispánicas en una misma «cultura». Por el
contrario, enfatizan que la elaboración de objetos similares se dio en contextos culturales distintos y obedeció a una
estrategia de las elites de los cacicazgos colombianos de manipular información esotérica inspirada en elementos
foráneos.
La información sobre caminos puede contribuir en mucho a enriquecer el debate y ayudar así a comprender cómo
surgieron y cómo funcionaban los cacicazgos colombianos que los españoles encontraron en el siglo XVI. Al fin y al
cabo, por definición, los caminos sirven para comunicar. Si entendemos qué regiones interconectaban, quiénes los
usaban y con qué fin, entonces habremos dado un paso adelante en el lento pero fascinante proceso de estudio de
las sociedades prehispánicas. A partir de información arqueológica y etnohistórica sobre los caminos prehispánicos
de Colombia quiero sugerir que las comunicaciones entre las diferentes subregiones del país antes de la llegada de
los españoles tenían poca importancia en la formación de redes amplias de interacción económica. Quiero enfatizar
aquí el caso de los muiscas y su supuesta relación con grupos muy alejados. Al igual que lo planteado por Earle
(1987a) con respecto a sociedades complejas del Perú y el Pacífico, en Colombia prehispánica fuertes diferencias de
medio ambiente resultaron en contrastes en sistemas productivos, no en el desarrollo de simbiosis entre regiones
muy apartadas. Los cacicazgos colombianos tendieron a ser unidades de producción de comida autosuficientes.
Eventualmente, se puede documentar que el intercambio de materias primas por objetos elaborados alcanzó cierta
importancia en algunas partes del país —como por ejemplo el altiplano cundiboyacense y el piedemonte llanero— y
en muchas partes pequeñas cantidades de artículos de lujo producidos en áreas alejadas jugaban un papel
importante para resaltar el prestigio y poder de la elite local, sobre todo en las épocas más tempranas. Sin
embargo, aun en este caso, el tamaño de los circuitos de intercambio fue más reducido de lo que usualmente se
piensa.
La información sobre caminos quiero complementarla con otros aspecios también relevantes para entender la
amplitud de los circuitos de intercambio. En las siguientes páginas paso a discutir aspectos que esperaría encontrar
si la idea de un sistema de intercambio muy amplio se hubiera desarrollado en Colombia prehispánica; primero,
caminos que facilitaran la comunicación a lo largo de considerables distancias; segundo, mercados regulares
conectados por esas redes de caminos y, tercero, especialistas encargados de la circulación de bienes de una región
a otra. Si en verdad los cacicazgos colombianos estaban involucrados en intercambios con regiones alejadas,
entonces se deberían encontrar evidencias de estos elementos. En caso contrario, habría pocas bases para pensar
en un gran sistema económico integrado o que el intercambio a largo distancia fuera verdaderamente importante
para los cacicazgos colombianos.
CAMINOS PREHISPÁNICOS
Las evidencias sobre caminos dan una idea del desarrollo de sistemas de transporte y del tamaño> de las redes de
intercambio (Schreiber, 1962; Trombold, 1991). Una sociedad como la inca se basaba en un eficiente sistema de
caminos que comunicaba los centros de poder con las distintas áreas del Imperio (Iribarren y Bergholz, 1971; Beck,
1975; Hyslop, 1984). Este sistema de comunicaciones permitía movilizar excedentes hacia el centro de poder
(Earle, 1987; Patterson, 1988) y ejércitos a las áreas de frontera militar (Hyslop, 19894). Como resultado de su
importancia estratégica, los caminos incas frecuentemente comunicaban lugares muy apartados dentro del Imperio
y su uso era controlado por el estado (Hyslop, 1984: 2 y 337).
Numerosos documentos mencionan la existencia de sistemas de caminos indígenas en Colombia; lo que no se ha
discutido es cuál era su extensión o cuál su importancia en términos de intercambio a larga distancia. Es claro que
en los primeros años de la Conquista y durante la Colonia existía una enorme dificultad en comunicar las diversas
regiones del país. A mediados del siglo XVI los funcionarios españoles se quejaban continuamente de que la Colonia
Mapa del siglo XVII con la localización de algunas estancias en la
jurisdicción del pueblo de Soacha. Año de 1627. (AGN, Mapoteca
4, mapa 444 A).
estaba prácticamente aislada en sus comunicaciones por tierra (Friede, 1960, 9: 205). A lo largo del siglo XVI había
falta de caminos en el occidente del país (Friede, 1960, 10: 96, 108 y 140-144); la comunicación entre la costa y el
altiplano cundiboyacense era muy difícil (Friede, 1960, 10: 335) y aun en los alrededores de Santafé de Bogotá los
caminos eran malos incluso para el paso de caballos (Friede, 1960, 8: 242).
Es factible que las quejas españolas sobre las vías de comunicación probablemente no hagan justicia a las redes de
caminos indígenas. Como los caminos necesitaban un mantenimiento más o menos constante, parece que muchos
se hicieron intransitables al poco tiempo de llegados los españoles (Anónimo, 1990: 50). Sin embargo, quiero
demostrar que muchos caminos prehispánicos tenían un carácter más ceremonial que práctico. Además, aquellos
caminos prehispánicos que no se pueden clasificar como ceremoniales generalmente no comunicaban regiones
aportadas ni servían redes de intercambio a larga distancia. Más bien, unían áreas culturales relativamente
cercanas, con fines de intercambio a corta distancia o el control autónomo de ecologías separadas por distancias
cortas.
TERRITORIO MUISCA
En el altiplano muisca los crónicas describen caminos que salían desde las tierras altas hacia el piedemonte llanero
(Simón, 1981, 2: 81; Piedrahíta 1973 1: 63). Tres documentos de fines del siglo XVI mencionan caminos muiscas;
dos hablan de «caminillos» en Teusacá (ANC V.C 37 f413r) y en Simijaca (ANC T.C 34f 48v); otro habla sobre un
camino que comunicaba el valle de Gachetá con Súnuba y Somondoco, cerca de los Llanos (ANC Enc 19: 380r; en
Perea, 1989: 48). Según el documento, los caminos que iban a Súnuba y Somondoco eran muy pequeños y se
utilizaban para «contratar unos con otros».
Otras referencias mantienen que había «carreras» que comunicaban las aldeas muiscas con santuarios (Castellanos,
1955: 187, y Simón, 1981, 3: 188). «Carreras» que cumplían con una función estrictamente ceremonial se
describen, por ejemplo, en Guasca y Siecha (ANC T.C 32: f55r y 57r). Castellanos (1955, 4:187) nos deja lo
siguiente impresión sobre las «carreras» muiscas:
«...y de cualquier cercado procedía/una niveladísima carrera/en longitud de larga media legua/y en latitud podía sin
estorbo/ir caminando dos grandes carretas/».
Las evidencias arqueológicos de caminos o «carreras» en el altiplano son muy pocas. Ancízar (1983: 322), a
mediados del siglo XIX, describe en el valle de Samacá restos de una «larga calzada». Además, Silva (1946: 34)
reporta una «trocha angosta y profunda» que interpreta como un camino prehispánico en La Belleza (Santander)
pero no brinda detalles. Aparte de las «carreras», que sólo parecen haber servido para la comunicación entre aldeas
y santuarios, los caminos muiscas unían regiones en dominios étnicos de los pueblos de lengua chibcha en el
altiplano, y no regiones más apartadas. Aquellos que comunicaban las tierras altas con el piedemonte llegaban a
pueblos como Súnuba o Somondoco, comunidades muiscas que suministraban algodón y coco a los grupos de su
misma etnia que ocupaban pisos térmicos más altos (Langebaek, 1987: 82-87). No hay indicios de que llevaron al
llano propiamente dicho, o que penetraran profundamente en territorio de etnias distintas de la muisca; por el
contrario, una vez por fuera de los dominios muiscas, las comunicaciones con el llano se describen como muy
deficientes (Castellanos, 1955, 4:2 18).
Aguado (1956, 1:236) describe una situación similar a la del piedemonte llanero en el flanco occidental de la
cordillera; según el cronista, había caminillos por los cuales circulaban los indígenas que intercambiaban sal con los
poblaciones del valle del Magdalena; sin embargo, el caminillo entre las tierras altas y bajas era tan estrecho que
los españoles debieron abrirse paso a las tierras altas «a pura fuerza.. .de brazos» (Aguado, 1956, 1:233). Sólo
más adelante, una vez en tierra fría y en territorio muisca propiamente dicho, los españoles se pusieron contentos
«Grabado de la idea verdadera y
genuina...», Teodoro de Bry, 1602.
Una expresión artística inspirada
en historias primigenias de
América. Los indios que no tienen
lanchas ni barcas ni puertos cómo
se ingenian para cruzar los ríos.
Théodore de Bry, Liége 1528-1598.
(Tomado de la edición facsimilar
del Instituto Caro y Cuervo,
Bogotá, 1988).
«por los muchos caminos» que encontraron (Aguado, 1956, 1:235). En efecto, al llegara tierra fría los
conquistadores encontraron «por allí muchos caminos que atraviesan de unos pueblos a otros» (AGI Santa Fe 49
Ramo 3 No. 10).
SIERRA NEVADA DE SANTA MARTA
Hay un buen cúmulo de datos sobre caminos indígenas en la Sierra Nevada de Santa Marta. Las crónicas y
documentos describen caminos enlosados que comunicaban no sólo distintas estructuras en las aldeas (Serje, 1984;
Groot, 1985: 62), sino también aldeas entre sí (Reichel-Dolmatoff, 1951: 78-79; Serje, 1984; Cadavid y Herrera,
1985: 27-30); por cierto, estos caminos prehispánicos de la Sierra han sido utilizados por viajeros de los siglos XIX
y XX (Mason, 1940: 223; Cabot, 1939: 593; Reclús, 1990: 167) y colonos contemporáneos (Cadavid y Herrera,
1985: 27). Según los investigaciones de Serje (1984) los caminos generalmente comunican aldeas grandes con
aldeas pequeñas en cada valle, así como a los diferentes valles entre sí. De acuerdo con Cabot (1939), los caminos
prehispánicos de las tierras altas llegaban hasta cerca de los picos nevados y de allí descendían a las aldeas
indígenas más importantes. Aunque resulta obvio que los caminos facilitaban el intercambio de sal y pescado del
litoral por artículos de oro y tejidos de la Sierra, también es probable que sirvieran para comunicar a las aldeas de
la Sierra con parcelas en pisos térmicos más bajos o con áreas para la explotación pesquera (Bischof,1971 ;
Oberem, 1981). En 1563, por ejemplo, se describen en las faldas de la Sierra «caminos que los naturales siguen a
sus labranzas y haciendas y a las pesquerías de la mar» (AGI Santa Fe 49 Ramo 6-15 1r).
Algunas referencias etnohistóricas sugieren, en efecto, que la población de la Sierra practicaba un patrón de
poblamiento similar al de microverticalidad (Langebaek, 1987a: 64). Este concepto, planteado para los Andes
ecuatorianos, implica el desplazamiento a lo largo de distancias supremamente cortas orientado a que cada
comunidad solucionara de manera autónoma el acceso a recursos básicos (Oberem, 1981; Salomon, 1986). Los
caminos de la Sierra corren generalmente a lo largo de los valles que descienden de las montañas (Serje, 1984),
comunicando distancias más bien cortas pero ricas en contrastes medioambientales lo cual sugeriría que al menos
parte de su función podía estar relacionada con prácticas de microverticalidod. La referencia de Cabot también da
pie para pensar que los caminos servían para comunicar a las aldeas más importantes con los páramos, sitios con
una importancia ceremonial para la población aborigen. No hay referencias sobre sistemas de caminos que
comuniquen la Sierra con áreas alejadas de La Guajira o del Bajo Magdalena, y mucho menos con el territorio
muisca.
LLANOS Y OCCIDENTE DE VENEZUELA
En el occidente de Venezuela, las crónicas y algunas evidencias arqueológicas indican la existencia de caminos
prehispánicos. Kauman (1989) resume algunos datos de cronistas sobre caminos indígenas en la Serranía de Mérida
y sugiere que el camino real que recorre los Andes sigue al menos en parte el trazado de caminos prehispánicos. En
los llanos se reportan calzadas de hasta varios kilómetros de largo, que rodean sitios arqueológicos y comunican
centros primarios con aldeas satélites (Zucchi, 1975; Redmond y Spencer, 1990: 19). Según Zucchi (1975: 78-80),
los calzadas de los llanos habrían sido construidas entre los siglos V y X d.C. Redmond y Spencer (1990: 19)
sugieren una datación entre 1095 y 1372 d.C.
Las calzadas constituyen un sistema de comunicación ideal en los llanos en período de invierno cuando las tierras
más bajas se inundan. Curiosamente, sin embargo, los datos de crónicas y archivo coinciden en que el verano, no el
invierno, constituía el período activo para intercambios, mientras que los meses de lluvia se dedicaban a actividades
de subsistencia y descanso (Morey, 1975). Durante el período seco, diversas comunidades de los llanos
aprovechaban para hacer «visitas» a grupos de aliados con el fin de intercambiar productos y reforzar lasos de
amistad (Morey, 1975: 272-276). En fin, las calzadas habrían sido más útiles en los meses en que las redes de
intercambio intercomunal eran menos activas. Probablemente, el uso de las calzadas en los llanos tenía que ver con
Pintoresco diseño de un mapa de 1764 que
muestra la localización de las estancias,
caminos y doctrinas indígenas de la región
de Ráquira y Villa de Leiva. (AGN,
Mapoteca 4, mapa 378 A).
la comunicación entre aldeas y campos de cultivo, como los que se reportan muchas veces asociados a ellas
(Zucchi, 1975; Redmond y Spencer, 1990), más que con la comunicación a larga distancia.
SUR Y OCCIDENTE DE COLOMBIA
Existen numerosas referencias sobre caminos indígenas en la cordillera Central y el valle del río Cauca (Trimborn,
1949: 66; Romoli, 1976: 30-32; Friede, 1982: 34-37). White (1884) y Schenck (1880) reportan vías de
comunicación terrestres que interpretan como prehispánicas en Yolombó y Rionegro respectivamente (citados en
Pérez de Barradas, 1958: 344). Las evidencias arqueológicas más confiables, sin embargo, provienen del Alto
Magdalena y de la región Calima (Herrera, 1984). En el Alto Magdalena se describe un sistema de caminos que
comunicaba terrazas de vivienda y canales de desagüe en los poblados de Morelia, con una fecha entre 800-1500
d.C. (Llanos, 1988: 39, 58-62 y 111) y de Quinchana (Llanos y Durán de Gómez, 1983: 105), datado en una fecha
similar. En otro caso, Lleras (1985) describe un camino de unos centenares de metros que comunica las Mesitas B y
D en el Parque Arqueológico de San Agustín y le asigna una fecha correspondiente al siglo VII d.C. Las referencias
sobre caminos en San Agustín indican que o bien los caminos probablemente cumplían una función ceremonial o
unían plataformas y otras estructuras en un asentamiento nucleado, cubriendo distancias muy cortas. En Calima,
por su parte, Pineda (1945: 498) reseño caminos en el municipio de Restrepo que descienden unos al Valle y otros
al litoral pacífico; más recientemente, se describe red de caminos de hasta 8 y 16 metros de ancho que atraviesa
los cerros en línea recta y que «se extiende desde la zona selvática de la vertiente occidental de la cordillera
[Occidental] hasta el valle del río Cauca, y según datos no confirmados, lo cruza» (Herrera, Cardale y Bray, 1983:
395 y 396). Salgado (1986: 65-79) describe caminos entre 4 y 8 metros de ancho en el noroccidente del Valle del
Cauca, desde donde, según informantes de la región, se dirigen hacia las selvas del occidente. Salgado y Stemper
(1990) reportan un camino probablemente prehispánico de por lo menos 10 kilómetros de largo entre Cali y
Buenaventura.
Aunque no hay dataciones muy claras, parece que los caminos reportados en Calima tendrían una cronología de
finales del primer milenio d.C (Bray, Herrera y Cardale, 1981: 8). Salgado (1986: 75) sugiere que caminos
encontrados en el noroccidente del Valle del Cauca, corresponden a una fecha del siglo VII d.C. No es claro si la red
de caminos estaba en funcionamiento en el siglo XVI; Romoli (1976: 30-32) piensa que al menos parte de la red de
caminos no se usaba a la llegada de los españoles, lo cual coincide con los fechamientos hasta ahora reportados,
tanto en Calima como en el Alto Magdalena. En apoyo a la cronología estimada para los caminos Calima se puede
anotar la representación que se hace de ellos en vasijas de los períodos llama y Yotoco (Salgado, Rodríguez y
Bashilov, 1993: 98).
Los datos sobre Calima son ciertamente intrigantes. Sin embargo, aunque se habla de una red de 100 o más
kilómetros de intercambio, se específica que únicamente se ha verificado la existencia de caminos a lo largo de 10 ó
15 km. (sólo hora y media de viaje) los cuales descienden al Valle desde la cordillera (Bray, Herrera y Cardale,
1981: 8; Salgado y Stemper, (1990).
No es claro si a lo largo de todo su recorrido los caminos principales Calima tienen varios metros de ancho, aunque
parece poco probable. En todo caso, es legitimo preguntarse si se necesitan caminos de esas dimensiones para
cumplir funciones puramente económicas. En el caso de «caminos» de 16 metros de ancho quizás se podría pensar
en una función más similar a la de las «calzadas» muiscas, antes de llegar a conclusiones sobre su importancia en
términos de intercambio.
Por otra parte, aunque la red de caminos reportada en Calima cumpliera funciones puramente económicas, la mayor
parte comunica áreas muy diferentes en términos geográficos, pero no muy alejadas entre ellas. Si aceptamos las
versiones, no confirmadas, sobre la extensión de las redes de caminos Calima, éstas habrían comunicado el Valle
del Cauca, la cordillera Occidental y su vertiente hacia el Pacífico. Según Romoli (1976: 32-36) existían vínculos
económicos muy estrechos entre los habitantes de estas regiones en el siglo XVI. En el valle del río Cauca, la
población daba énfasis al intercambio de pescado y al cultivo de maíz, frutales y algodón, mientras que en las
montañas de la cordillera se producían excedentes de fríjol y papa, a la vez que se extraía cabuya y se exportaban
vasijas de barro; de las selvas del occidente provenían esteras de junco (AGI Justicia 639f 34v, 40v y 55v) y
probablemente oro para los orfebres Calima (Romoli, 1976:31).
Las distancias comprendidas entre la vertiente pacífica de la cordillera Occidental y el Valle del Cauca abarcarían tan
sólo unos 50 km., o menos, distancia que corresponde a redes de intercambio sobre áreas contiguas y no a
extensos circuitos de comunicación a larga distancia con el territorio muisca.
MERCADERES ESPECIALIZADOS Y MERCADOS
La existencia de mercaderes especializados da una idea sobre el grado de desarrollo institucional de la circulación de
productos; cuando el intercambio a larga distancia requiere un complejo sistema de comunicaciones, usualmente
también necesita de especialistas mercaderes encargados del acceso a frutos producidos en áreas alejadas. Un caso
bien conocido es el de los pochteca en el estado azteca (Chapman, 1971). Cuando los mercados se orientan al
abastecimiento de objetos que circulan gracias a redes de intercambio a larga distancia, su misma existencia se
puede tomar como medida de la importancia que conseguir estos productos tenía en la economía indígena (Neale,
1976). En Colombia, como paso a sugerir, el desarrollo de mercados con importancia más allá de ciertos límites
étnicos o políticos estrechos fue muy limitado.
Tan sólo se tienen bases firmes para pensar en la existencia de mercados entre los muiscas y en el sur del país,
aunque se poseen algunas referencias sueltas para la Sierra Nevada de Santa Marta (Langebaek, 1987: 143), el
Valle del Cauca (Trimborn, 1949), el valle del Magdalena y los Llanos Orientales (Morey, 1975). En el sur del país
los pastos tenían mercados regulares y especialistas en el intercambio a media y larga distancia (Romoli, 1978: 29).
Los mindaláes del Ecuador son descritos por Oberem (1981) y Salomon (1986) como especialistas patrocinados por
los caciques para que los suplieran con productos exóticos de diversas ecologías y fomentaran la formación de lazos
de intercambio entre diversas comunidades, a veces manteniendo una residencia extraterritorial (Salomon,
1986:111). Cuán extensas podían ser las redes de intercambio en las que participaban mindaláes pasto, no es
claro. Lo que se sabe, sin embargo, es que no hay evidencia arqueológica de bienes obtenidos desde grandes
distancias —más allá del litoral pacífico y el piedemonte amazónico— en lo que fue su territorio (Uribe, 1978).
En numerosas aldeas muiscas se realizaban mercados cada cuatro días (AGI Santa Fé 56 12v). Sin embargo, el
acceso a mercados estaba limitado a miembros de la etnia muisca, o cuando más a comunidades de lengua chibcha
vecinas, como guanes y laches, pero no a grupos más alejados. Únicamente en las márgenes de los cacicazgos
muiscas, como en Sorocotá, individuos de otras etnias podían entrar en dominios muiscas para realizar
intercambios; sin embargo, no está claro qué tan regular era el mercado en Sorocotá (Langebaek 1987: 123-124).
Por lo demás, en el territorio muisca no hay evidencias sobre la existencia de especialistas mercaderes (Langebaek,
1987: 133-134).
En la Sierra Nevada de Santa Marta se habla de que los españoles encontraron un tianguis en Pocigüeica y un
mercado en Ciénaga (Langebaek, 1987: 143). Algunos autores sostienen que entre los taironas había especialistas
mercaderes similares a los mindaláes de Pasto. Sin embargo no hay ninguna evidencia seria que respalde tal
suposición. Muchas veces, los españoles llamaron «mercaderes» a cualquier indígena dedicado al intercambio; ello
no significa la presencia de especialistas como tales, y mucho menos de mindaláes como en Ecuador. Por cierto,
aunque la existencia de mindaláes en Ecuador posiblemente sea una tradición preincaica, parece probable que su
posición se viera reforzada por el interés incaico de forjar lazos de intercambio con grupos de la periferia imperial
(Salomon, 1986; Patterson, 1988). En el sur de Colombia, únicamente entre los pastos se describen mindaláes,
mientras que otros grupos vecinos no los tenían (Romoli, 1978: 29). Así, la situación difícilmente puede ser
comparada con la de la Sierra Nevada.
Ahora bien, por lo que respecta a los mercados en la Sierra se imponen algunas observaciones. La referencia sobre
el tianguis en Pocigüeica es aislada. No hay ninguna otra que la corrobore o la contradiga. La referencia en cuestión
no describe ningún mercado como tal, sólo dice que había un tianguis (Langebaek, 1987: 147). Esta palabra puede
significar la presencia de un mercado, pero es lo suficientemente ambigua como para que pueda por sí sola indicar
la existencia de un grupo grande de gente participando en una ceremonia común (Martínez, 1985). Por lo demás,
las referencias sobre un mercado en Ciénaga son relativamente tardías, y no hay bases para pensar en su
funcionamiento antes de la llegada de los españoles (Langebaek, 1992). Sin embargo, incluso si funcionaban
mercados en Pocigüeica y en Ciénaga, no tenemos idea de qué tan frecuentes e importantes pudieron ser. Resulta
extraño que no se hicieran más referencias a la existencia de ferias de intercambio, si es que ellas eran cosa común,
pese a que las fuentes son más o menos generosas en menciones sobre trueque entre las comunidades de la Sierra
y del litoral (Reichel-Dolmatoff, 1951: 89-90; Cárdenas, 1983: 159-171). Por otra parte, no se sabe si indígenas de
regiones alejadas de la Sierra participaran en los «mercados» de Ciénaga o de Pocigüeica. Por el contrario, se indica
que básicamente habrían participado indígenas de la Sierra interesados en conseguir bienes típicos del litoral (sal y
pescado principalmente) así como comunidades del litoral deseosas de adquirir objetos producidos en la Sierra, pero
no comunidades más alejadas.
Otra región de la cual se habla con frecuencia de mercados es la de los Llanos Orientales. Según Morey (1975) se
podrían definir como mercados reuniones que se mantenían en diversas «pesquerías» y «playas de tortuga» una
vez al año. La impresión que se tiene al leer las crónicas es que los indígenas se reunían a explotar recursos como
la pesca o la recolección de huevos de tortuga en ciertos lugares donde esos recursos se concentraban cada cierto
tiempo, en los meses de verano; simultáneamente, los grupos aprovechaban para cambiar sus excedentes por
bienes exóticos y procuraban forjar alianzas (Morey, 1975). Es difícil pensar que «mercados» que tenían lugar
apenas una vez al año jugaran un papel importante en la circulación de grandes cantidades de bienes. Lo que es
claro es su importancia social: el intercambio de objetos con el fin de establecer relaciones políticas. Por cierto, es
interesante comentar que mientras las crónicas mencionan que los objetos de oro de los Andes colombianos eran
populares en los Llanos, únicamente un objeto de oro, de procedencia dudosa, se reporta en la región (Zucchi,
1975). Mora y Cavelier (1985) hacen énfasis en la ausencia de material de origen muisca en los sitios del
piedemonte. Ciertamente, existen evidencias de plumas de aves tropicales, drogas narcóticas y algodón que
llegaban del piedemonte a las tierras frías, pero los datos sólo permiten pensar en contactos sobre distancias
relativamente cortas, no en vínculos entre los muiscas y grupos muy alejados de la cordillera (Langebaek, 1991).
CONSIDERACIONES FINALES
Una descripción de aspectos que usualmente se esperaría encontrar asociados al desarrollo de las redes de
intercambio a larga distancia entre los muiscas y otras comunidades indígenas de Colombia prehispánica permite
aclarar algunos puntos. Por lo pronto, no hay evidencias firmes de que los cacicazgos colombianos participaran
activamente en circuitos de intercambio de gran tamaño que hicieran interdependientes entre sí a sociedades muy
alejadas. Los sistemas de caminos parecen limitados en extensión y muchas veces cumplían una función
estrictamente ceremonial. Por orden de fechas las redes de caminos que se construyeron en el suroccidente
corresponden a los primeros siglos de la era cristiana, pero los datos no son tan firmes para épocas más tardías.
Estos caminos parecen haber cumplido, en muchos casos funciones que eventualmente se podrían relacionar con la
circulación de pequeñas cantidades de objetos de lujo (orfebrería, por ejemplo). Es precisamente para los primeros
siglos de la era cristiana que se detecta la circulación de objetos de lujo a larga distancia que quizás resultaban
importantes para el mantenimiento de las elites de la región. Es muy posible que estos artículos circularan de mano
en mano, sin necesidad de especialistas de tiempo completo, ni de complejas redes de intercambio directo a larga
distancia.
Así mismo, muchos de los caminos reportados en sociedades más tardías, particularmente aquellas de la Sierra
Nevada de Santa Marta y los Andes orientales, parecen haber tenido una función relacionada con la comunicación
entre las áreas ecológicas contrastantes, separadas por más distancias más bien cortas; esta comunicación habría
implicado en algunos casos el intercambio de productos entre sociedades, por ejemplo el algodón del llano por
mantas muiscas, en un típico intercambio de materias primas por objetos terminados. Por lo demás, en muchos
casos los caminos tenían una función más doméstica, vinculada con el movimiento de gente de un mismo cacicazgo
a través de diferentes ecologías, aprovechando un patrón de poblamiento disperso que les permitía explotar
autónomamente un rango de ecologías diversas.
El desarrollo de mercados periódicos y regulares se dio en pocos lugares y de todas maneras éstos no parecen
haber funcionado en el contexto de redes de intercambio a larga distancia sino, como en el caso de muchos
caminos, en el de intercambio entre sociedades con dominio sobre ecologías diferentes pero separadas por
distancias relativamente cortas. Tal es el caso del litoral y Sierra en Santa Marta, el altiplano y el piedemonte
llanero y el Valle del Cauca con la cordillera Occidental y las selvas del Pacífico.
Por otra parte, a excepción del caso de mindaláes entre los pastos, no hay evidencias firmes sobre la existencia de
especialistas en el intercambio a larga distancia. Más aún, incluso entre los pastos no es claro qué tan grande pudo
ser su esfera de acción, o qué tan importantes sus actividades para los caciques y comunidades que los
patrocinaban.
En las distintas excavaciones que se vienen realizando en el altiplano cundiboyacense —y en realidad en cualquier
parte del país—, no sorprende la cantidad de evidencias de intercambio a larga distancia: la gran mayoría de los
objetos de uso diario parecen haber sido elaborados con materias primas y por artesanos locales. El problema es
que usualmente unos pocos artículos exóticos reciben más atención en los reportes arqueológicos que cientos de
objetos, restos de fauna y flora locales. Al fin y al cabo ningún arqueólogo pasa a la fama por encontrar cerámica
muisca en el territorio muisca, aunque más de uno cree que su trabajo será más importante si encuentra objetos
foráneos, ojalá de áreas bien alejadas. A pesar de lo atractivo que pueda parecer poblar la Sierra Nevada de Santa
Marta con mindaláes, o pensar que los cacicazgos del sur del país vivían pendientes de los últimos desarrollos de la
moda ecuatoriana, los datos en que esas afirmaciones se basan son muy débiles.
Las evidencias etnohistóricas disponibles sugieren que los cacicazgos en Colombia aspiraban al dominio de diversas
ecologías para el acceso a recursos básicos, minimizando así lazos de interdependencia económica. En esta medida
se sugiere que el fenómeno de una Colombia integrada como un sistema económico global es producto de la
conquista española. Por lo tanto, en vez de enfatizar conexiones con sociedades alejadas, generalmente basadas en
parecidos en cultura material, es más productivo estudiar el desarrollo de los muiscas —y en general de las
comunidades indígenas del país— en términos de interacción con su medio ambiente y de su entorno social
inmediato. En vez de especular sobre los parecidos de la cultura material muisca, calima o tairona con la de
regiones muy alejadas, se deben enfatizar preguntas sobre cuál era la dimensión real de los circuitos de intercambio
que implicaban interacción social y económica real. Es paradójico que resulte más importante preguntarse por qué
ciertas piezas de orfebrería muisca son similares a objetos que elaboraban grupos de Costa Rica a quienes los
muiscas nunca vieron, en lugar de entender los procesos de interacción con los grupos limítrofes con quienes sin
duda intercambiaban y guerreaban con frecuencia. Aquí se ha descrito buena parte del material existente y se ha
defendido una posición. Es obvio que futuras investigaciones deben continuar. Pero para ello será necesario que los
arqueólogos piensen más en términos de gente y procesos sociales que en tiestos y piezas de orfebrería. Por lo
pronto, ni aun con las evidencias etnohistóricas disponibles, las mismas con las cuales los arqueólogos han
permitido volar su imaginación, se puede hablar de amplios sistemas de intercambio a larga distancia que cubrieran
extensas porciones del territorio nacional creando lazos de interdependencia económica entre sociedades distantes.
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Caminos prehispanicos

  • 1. CAMINOS REALES DE COLOMBIA © Derechos Reservados de Autor PARTE I: LAS RUTAS DE LA HERENCIA PREHISPÁNICA CAPITULO 1: LOS CAMINOS ABORÍGENES Caminos, mercaderes y cacicazgos: circuitos de comunicación antes de la invasión española en Colombia CARL HENRIK LANGEBAEK RUEDA Los arqueólogos que han estudiado cacicazgos colombianos se encuentran ante una aparente paradoja con respecto a la escala de las redes de comunicación en que estaban inmersos. Por un lado, algunos plantean la existencia de sistemas muy grandes, en los cuales cada comunidad actuaba como un eslabón en una cadena de amplias relaciones culturales. Por otro, se sabe que la región estaba ocupada por cacicazgos, los cuales por definición son entidades pequeñas, que aunque pueden participar en redes de intercambio a corta y larga distancia, funcionan autónomamente, tanto en lo político como en lo económico. Un artículo sobre redes de caminos prehispánicos ofrece un valioso punto de partida para dar comienzo al escrutinio de ambas posiciones. Modo de viajar (Tomado de: Viaje por la República de Colombia, por G. T. Mollien, 1823. En: Nuevo Viajero Universal, Enciclopedia de viajes modernos. Célebres viajeros del siglo XIX, tomo III: América. Ordenada y arreglada por Nemesio Fernández Cuesta, Madrid, 1861. Biblioteca particular de Pilar Moreno de Ángel). Ante todo debo explicar en qué consisten las diferencias entre las dos posiciones arriba esbozadas. En su sentido más tradicional, quienes enfatizan la primera posición arguyen que los cacicazgos de amplias zonas del país compartían una «cultura». La coparticipación en esa cultura se mide básicamente por la elaboración de artefactos similares. Por eso, basándose en la elaboración de objetos parecidos se pasa a hablar de «tradiciones», «horizontes», «cadenas o áreas culturales» que reflejan un modo de pensar común debido a un origen también común y a activas redes de interacción social. En una versión matizada, y que se refiere más a la gente prehispánica y no tanto a sus manifestaciones culturales, algunos autores destacan la importancia de las redes de intercambio para demostrar que las sociedades indígenas constituían sistemas abiertos, dependientes de otras. El caso mejor conocido, quizás, corresponde a la célebre hipótesis de Reichel-Dolmatoff (1961) sobre la dependencia que tenían los muiscas de las comunidades de tierra templada para abastecerse de alimentos. Los partidarios de la segunda posición no niegan la existencia de redes de intercambio —por el contrario, las han estudiado en profundidad (Gnecco, 1992; Langebaek, 1992)— pero le asignan un contenido bien diferente. En primer lugar tienden a minimizar la importancia del intercambio de alimentos, sosteniendo que no pudo haber implicado la circulación de productos sobre distancias muy largas ni el transporte de volúmenes considerables. En
  • 2. segunda medida, aunque admiten la circulación de objetos de lujo a larga distancia —y que esos productos se copiaban en amplias áreas del país— no ven cómo eso se pueda tomar como el rompimiento de la autonomía de los cacicazgos ni como prueba de la coparticipación de las sociedades prehispánicas en una misma «cultura». Por el contrario, enfatizan que la elaboración de objetos similares se dio en contextos culturales distintos y obedeció a una estrategia de las elites de los cacicazgos colombianos de manipular información esotérica inspirada en elementos foráneos. La información sobre caminos puede contribuir en mucho a enriquecer el debate y ayudar así a comprender cómo surgieron y cómo funcionaban los cacicazgos colombianos que los españoles encontraron en el siglo XVI. Al fin y al cabo, por definición, los caminos sirven para comunicar. Si entendemos qué regiones interconectaban, quiénes los usaban y con qué fin, entonces habremos dado un paso adelante en el lento pero fascinante proceso de estudio de las sociedades prehispánicas. A partir de información arqueológica y etnohistórica sobre los caminos prehispánicos de Colombia quiero sugerir que las comunicaciones entre las diferentes subregiones del país antes de la llegada de los españoles tenían poca importancia en la formación de redes amplias de interacción económica. Quiero enfatizar aquí el caso de los muiscas y su supuesta relación con grupos muy alejados. Al igual que lo planteado por Earle (1987a) con respecto a sociedades complejas del Perú y el Pacífico, en Colombia prehispánica fuertes diferencias de medio ambiente resultaron en contrastes en sistemas productivos, no en el desarrollo de simbiosis entre regiones muy apartadas. Los cacicazgos colombianos tendieron a ser unidades de producción de comida autosuficientes. Eventualmente, se puede documentar que el intercambio de materias primas por objetos elaborados alcanzó cierta importancia en algunas partes del país —como por ejemplo el altiplano cundiboyacense y el piedemonte llanero— y en muchas partes pequeñas cantidades de artículos de lujo producidos en áreas alejadas jugaban un papel importante para resaltar el prestigio y poder de la elite local, sobre todo en las épocas más tempranas. Sin embargo, aun en este caso, el tamaño de los circuitos de intercambio fue más reducido de lo que usualmente se piensa. La información sobre caminos quiero complementarla con otros aspecios también relevantes para entender la amplitud de los circuitos de intercambio. En las siguientes páginas paso a discutir aspectos que esperaría encontrar si la idea de un sistema de intercambio muy amplio se hubiera desarrollado en Colombia prehispánica; primero, caminos que facilitaran la comunicación a lo largo de considerables distancias; segundo, mercados regulares conectados por esas redes de caminos y, tercero, especialistas encargados de la circulación de bienes de una región a otra. Si en verdad los cacicazgos colombianos estaban involucrados en intercambios con regiones alejadas, entonces se deberían encontrar evidencias de estos elementos. En caso contrario, habría pocas bases para pensar en un gran sistema económico integrado o que el intercambio a largo distancia fuera verdaderamente importante para los cacicazgos colombianos. CAMINOS PREHISPÁNICOS Las evidencias sobre caminos dan una idea del desarrollo de sistemas de transporte y del tamaño> de las redes de intercambio (Schreiber, 1962; Trombold, 1991). Una sociedad como la inca se basaba en un eficiente sistema de caminos que comunicaba los centros de poder con las distintas áreas del Imperio (Iribarren y Bergholz, 1971; Beck, 1975; Hyslop, 1984). Este sistema de comunicaciones permitía movilizar excedentes hacia el centro de poder (Earle, 1987; Patterson, 1988) y ejércitos a las áreas de frontera militar (Hyslop, 19894). Como resultado de su importancia estratégica, los caminos incas frecuentemente comunicaban lugares muy apartados dentro del Imperio y su uso era controlado por el estado (Hyslop, 1984: 2 y 337). Numerosos documentos mencionan la existencia de sistemas de caminos indígenas en Colombia; lo que no se ha discutido es cuál era su extensión o cuál su importancia en términos de intercambio a larga distancia. Es claro que en los primeros años de la Conquista y durante la Colonia existía una enorme dificultad en comunicar las diversas regiones del país. A mediados del siglo XVI los funcionarios españoles se quejaban continuamente de que la Colonia Mapa del siglo XVII con la localización de algunas estancias en la jurisdicción del pueblo de Soacha. Año de 1627. (AGN, Mapoteca 4, mapa 444 A).
  • 3. estaba prácticamente aislada en sus comunicaciones por tierra (Friede, 1960, 9: 205). A lo largo del siglo XVI había falta de caminos en el occidente del país (Friede, 1960, 10: 96, 108 y 140-144); la comunicación entre la costa y el altiplano cundiboyacense era muy difícil (Friede, 1960, 10: 335) y aun en los alrededores de Santafé de Bogotá los caminos eran malos incluso para el paso de caballos (Friede, 1960, 8: 242). Es factible que las quejas españolas sobre las vías de comunicación probablemente no hagan justicia a las redes de caminos indígenas. Como los caminos necesitaban un mantenimiento más o menos constante, parece que muchos se hicieron intransitables al poco tiempo de llegados los españoles (Anónimo, 1990: 50). Sin embargo, quiero demostrar que muchos caminos prehispánicos tenían un carácter más ceremonial que práctico. Además, aquellos caminos prehispánicos que no se pueden clasificar como ceremoniales generalmente no comunicaban regiones aportadas ni servían redes de intercambio a larga distancia. Más bien, unían áreas culturales relativamente cercanas, con fines de intercambio a corta distancia o el control autónomo de ecologías separadas por distancias cortas. TERRITORIO MUISCA En el altiplano muisca los crónicas describen caminos que salían desde las tierras altas hacia el piedemonte llanero (Simón, 1981, 2: 81; Piedrahíta 1973 1: 63). Tres documentos de fines del siglo XVI mencionan caminos muiscas; dos hablan de «caminillos» en Teusacá (ANC V.C 37 f413r) y en Simijaca (ANC T.C 34f 48v); otro habla sobre un camino que comunicaba el valle de Gachetá con Súnuba y Somondoco, cerca de los Llanos (ANC Enc 19: 380r; en Perea, 1989: 48). Según el documento, los caminos que iban a Súnuba y Somondoco eran muy pequeños y se utilizaban para «contratar unos con otros». Otras referencias mantienen que había «carreras» que comunicaban las aldeas muiscas con santuarios (Castellanos, 1955: 187, y Simón, 1981, 3: 188). «Carreras» que cumplían con una función estrictamente ceremonial se describen, por ejemplo, en Guasca y Siecha (ANC T.C 32: f55r y 57r). Castellanos (1955, 4:187) nos deja lo siguiente impresión sobre las «carreras» muiscas: «...y de cualquier cercado procedía/una niveladísima carrera/en longitud de larga media legua/y en latitud podía sin estorbo/ir caminando dos grandes carretas/». Las evidencias arqueológicos de caminos o «carreras» en el altiplano son muy pocas. Ancízar (1983: 322), a mediados del siglo XIX, describe en el valle de Samacá restos de una «larga calzada». Además, Silva (1946: 34) reporta una «trocha angosta y profunda» que interpreta como un camino prehispánico en La Belleza (Santander) pero no brinda detalles. Aparte de las «carreras», que sólo parecen haber servido para la comunicación entre aldeas y santuarios, los caminos muiscas unían regiones en dominios étnicos de los pueblos de lengua chibcha en el altiplano, y no regiones más apartadas. Aquellos que comunicaban las tierras altas con el piedemonte llegaban a pueblos como Súnuba o Somondoco, comunidades muiscas que suministraban algodón y coco a los grupos de su misma etnia que ocupaban pisos térmicos más altos (Langebaek, 1987: 82-87). No hay indicios de que llevaron al llano propiamente dicho, o que penetraran profundamente en territorio de etnias distintas de la muisca; por el contrario, una vez por fuera de los dominios muiscas, las comunicaciones con el llano se describen como muy deficientes (Castellanos, 1955, 4:2 18). Aguado (1956, 1:236) describe una situación similar a la del piedemonte llanero en el flanco occidental de la cordillera; según el cronista, había caminillos por los cuales circulaban los indígenas que intercambiaban sal con los poblaciones del valle del Magdalena; sin embargo, el caminillo entre las tierras altas y bajas era tan estrecho que los españoles debieron abrirse paso a las tierras altas «a pura fuerza.. .de brazos» (Aguado, 1956, 1:233). Sólo más adelante, una vez en tierra fría y en territorio muisca propiamente dicho, los españoles se pusieron contentos «Grabado de la idea verdadera y genuina...», Teodoro de Bry, 1602. Una expresión artística inspirada en historias primigenias de América. Los indios que no tienen lanchas ni barcas ni puertos cómo se ingenian para cruzar los ríos. Théodore de Bry, Liége 1528-1598. (Tomado de la edición facsimilar del Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1988).
  • 4. «por los muchos caminos» que encontraron (Aguado, 1956, 1:235). En efecto, al llegara tierra fría los conquistadores encontraron «por allí muchos caminos que atraviesan de unos pueblos a otros» (AGI Santa Fe 49 Ramo 3 No. 10). SIERRA NEVADA DE SANTA MARTA Hay un buen cúmulo de datos sobre caminos indígenas en la Sierra Nevada de Santa Marta. Las crónicas y documentos describen caminos enlosados que comunicaban no sólo distintas estructuras en las aldeas (Serje, 1984; Groot, 1985: 62), sino también aldeas entre sí (Reichel-Dolmatoff, 1951: 78-79; Serje, 1984; Cadavid y Herrera, 1985: 27-30); por cierto, estos caminos prehispánicos de la Sierra han sido utilizados por viajeros de los siglos XIX y XX (Mason, 1940: 223; Cabot, 1939: 593; Reclús, 1990: 167) y colonos contemporáneos (Cadavid y Herrera, 1985: 27). Según los investigaciones de Serje (1984) los caminos generalmente comunican aldeas grandes con aldeas pequeñas en cada valle, así como a los diferentes valles entre sí. De acuerdo con Cabot (1939), los caminos prehispánicos de las tierras altas llegaban hasta cerca de los picos nevados y de allí descendían a las aldeas indígenas más importantes. Aunque resulta obvio que los caminos facilitaban el intercambio de sal y pescado del litoral por artículos de oro y tejidos de la Sierra, también es probable que sirvieran para comunicar a las aldeas de la Sierra con parcelas en pisos térmicos más bajos o con áreas para la explotación pesquera (Bischof,1971 ; Oberem, 1981). En 1563, por ejemplo, se describen en las faldas de la Sierra «caminos que los naturales siguen a sus labranzas y haciendas y a las pesquerías de la mar» (AGI Santa Fe 49 Ramo 6-15 1r). Algunas referencias etnohistóricas sugieren, en efecto, que la población de la Sierra practicaba un patrón de poblamiento similar al de microverticalidad (Langebaek, 1987a: 64). Este concepto, planteado para los Andes ecuatorianos, implica el desplazamiento a lo largo de distancias supremamente cortas orientado a que cada comunidad solucionara de manera autónoma el acceso a recursos básicos (Oberem, 1981; Salomon, 1986). Los caminos de la Sierra corren generalmente a lo largo de los valles que descienden de las montañas (Serje, 1984), comunicando distancias más bien cortas pero ricas en contrastes medioambientales lo cual sugeriría que al menos parte de su función podía estar relacionada con prácticas de microverticalidod. La referencia de Cabot también da pie para pensar que los caminos servían para comunicar a las aldeas más importantes con los páramos, sitios con una importancia ceremonial para la población aborigen. No hay referencias sobre sistemas de caminos que comuniquen la Sierra con áreas alejadas de La Guajira o del Bajo Magdalena, y mucho menos con el territorio muisca. LLANOS Y OCCIDENTE DE VENEZUELA En el occidente de Venezuela, las crónicas y algunas evidencias arqueológicas indican la existencia de caminos prehispánicos. Kauman (1989) resume algunos datos de cronistas sobre caminos indígenas en la Serranía de Mérida y sugiere que el camino real que recorre los Andes sigue al menos en parte el trazado de caminos prehispánicos. En los llanos se reportan calzadas de hasta varios kilómetros de largo, que rodean sitios arqueológicos y comunican centros primarios con aldeas satélites (Zucchi, 1975; Redmond y Spencer, 1990: 19). Según Zucchi (1975: 78-80), los calzadas de los llanos habrían sido construidas entre los siglos V y X d.C. Redmond y Spencer (1990: 19) sugieren una datación entre 1095 y 1372 d.C. Las calzadas constituyen un sistema de comunicación ideal en los llanos en período de invierno cuando las tierras más bajas se inundan. Curiosamente, sin embargo, los datos de crónicas y archivo coinciden en que el verano, no el invierno, constituía el período activo para intercambios, mientras que los meses de lluvia se dedicaban a actividades de subsistencia y descanso (Morey, 1975). Durante el período seco, diversas comunidades de los llanos aprovechaban para hacer «visitas» a grupos de aliados con el fin de intercambiar productos y reforzar lasos de amistad (Morey, 1975: 272-276). En fin, las calzadas habrían sido más útiles en los meses en que las redes de intercambio intercomunal eran menos activas. Probablemente, el uso de las calzadas en los llanos tenía que ver con Pintoresco diseño de un mapa de 1764 que muestra la localización de las estancias, caminos y doctrinas indígenas de la región de Ráquira y Villa de Leiva. (AGN, Mapoteca 4, mapa 378 A).
  • 5. la comunicación entre aldeas y campos de cultivo, como los que se reportan muchas veces asociados a ellas (Zucchi, 1975; Redmond y Spencer, 1990), más que con la comunicación a larga distancia. SUR Y OCCIDENTE DE COLOMBIA Existen numerosas referencias sobre caminos indígenas en la cordillera Central y el valle del río Cauca (Trimborn, 1949: 66; Romoli, 1976: 30-32; Friede, 1982: 34-37). White (1884) y Schenck (1880) reportan vías de comunicación terrestres que interpretan como prehispánicas en Yolombó y Rionegro respectivamente (citados en Pérez de Barradas, 1958: 344). Las evidencias arqueológicas más confiables, sin embargo, provienen del Alto Magdalena y de la región Calima (Herrera, 1984). En el Alto Magdalena se describe un sistema de caminos que comunicaba terrazas de vivienda y canales de desagüe en los poblados de Morelia, con una fecha entre 800-1500 d.C. (Llanos, 1988: 39, 58-62 y 111) y de Quinchana (Llanos y Durán de Gómez, 1983: 105), datado en una fecha similar. En otro caso, Lleras (1985) describe un camino de unos centenares de metros que comunica las Mesitas B y D en el Parque Arqueológico de San Agustín y le asigna una fecha correspondiente al siglo VII d.C. Las referencias sobre caminos en San Agustín indican que o bien los caminos probablemente cumplían una función ceremonial o unían plataformas y otras estructuras en un asentamiento nucleado, cubriendo distancias muy cortas. En Calima, por su parte, Pineda (1945: 498) reseño caminos en el municipio de Restrepo que descienden unos al Valle y otros al litoral pacífico; más recientemente, se describe red de caminos de hasta 8 y 16 metros de ancho que atraviesa los cerros en línea recta y que «se extiende desde la zona selvática de la vertiente occidental de la cordillera [Occidental] hasta el valle del río Cauca, y según datos no confirmados, lo cruza» (Herrera, Cardale y Bray, 1983: 395 y 396). Salgado (1986: 65-79) describe caminos entre 4 y 8 metros de ancho en el noroccidente del Valle del Cauca, desde donde, según informantes de la región, se dirigen hacia las selvas del occidente. Salgado y Stemper (1990) reportan un camino probablemente prehispánico de por lo menos 10 kilómetros de largo entre Cali y Buenaventura. Aunque no hay dataciones muy claras, parece que los caminos reportados en Calima tendrían una cronología de finales del primer milenio d.C (Bray, Herrera y Cardale, 1981: 8). Salgado (1986: 75) sugiere que caminos encontrados en el noroccidente del Valle del Cauca, corresponden a una fecha del siglo VII d.C. No es claro si la red de caminos estaba en funcionamiento en el siglo XVI; Romoli (1976: 30-32) piensa que al menos parte de la red de caminos no se usaba a la llegada de los españoles, lo cual coincide con los fechamientos hasta ahora reportados, tanto en Calima como en el Alto Magdalena. En apoyo a la cronología estimada para los caminos Calima se puede anotar la representación que se hace de ellos en vasijas de los períodos llama y Yotoco (Salgado, Rodríguez y Bashilov, 1993: 98). Los datos sobre Calima son ciertamente intrigantes. Sin embargo, aunque se habla de una red de 100 o más kilómetros de intercambio, se específica que únicamente se ha verificado la existencia de caminos a lo largo de 10 ó 15 km. (sólo hora y media de viaje) los cuales descienden al Valle desde la cordillera (Bray, Herrera y Cardale, 1981: 8; Salgado y Stemper, (1990). No es claro si a lo largo de todo su recorrido los caminos principales Calima tienen varios metros de ancho, aunque parece poco probable. En todo caso, es legitimo preguntarse si se necesitan caminos de esas dimensiones para cumplir funciones puramente económicas. En el caso de «caminos» de 16 metros de ancho quizás se podría pensar en una función más similar a la de las «calzadas» muiscas, antes de llegar a conclusiones sobre su importancia en términos de intercambio. Por otra parte, aunque la red de caminos reportada en Calima cumpliera funciones puramente económicas, la mayor parte comunica áreas muy diferentes en términos geográficos, pero no muy alejadas entre ellas. Si aceptamos las versiones, no confirmadas, sobre la extensión de las redes de caminos Calima, éstas habrían comunicado el Valle del Cauca, la cordillera Occidental y su vertiente hacia el Pacífico. Según Romoli (1976: 32-36) existían vínculos económicos muy estrechos entre los habitantes de estas regiones en el siglo XVI. En el valle del río Cauca, la población daba énfasis al intercambio de pescado y al cultivo de maíz, frutales y algodón, mientras que en las montañas de la cordillera se producían excedentes de fríjol y papa, a la vez que se extraía cabuya y se exportaban vasijas de barro; de las selvas del occidente provenían esteras de junco (AGI Justicia 639f 34v, 40v y 55v) y probablemente oro para los orfebres Calima (Romoli, 1976:31). Las distancias comprendidas entre la vertiente pacífica de la cordillera Occidental y el Valle del Cauca abarcarían tan sólo unos 50 km., o menos, distancia que corresponde a redes de intercambio sobre áreas contiguas y no a extensos circuitos de comunicación a larga distancia con el territorio muisca. MERCADERES ESPECIALIZADOS Y MERCADOS La existencia de mercaderes especializados da una idea sobre el grado de desarrollo institucional de la circulación de productos; cuando el intercambio a larga distancia requiere un complejo sistema de comunicaciones, usualmente también necesita de especialistas mercaderes encargados del acceso a frutos producidos en áreas alejadas. Un caso bien conocido es el de los pochteca en el estado azteca (Chapman, 1971). Cuando los mercados se orientan al abastecimiento de objetos que circulan gracias a redes de intercambio a larga distancia, su misma existencia se puede tomar como medida de la importancia que conseguir estos productos tenía en la economía indígena (Neale, 1976). En Colombia, como paso a sugerir, el desarrollo de mercados con importancia más allá de ciertos límites étnicos o políticos estrechos fue muy limitado.
  • 6. Tan sólo se tienen bases firmes para pensar en la existencia de mercados entre los muiscas y en el sur del país, aunque se poseen algunas referencias sueltas para la Sierra Nevada de Santa Marta (Langebaek, 1987: 143), el Valle del Cauca (Trimborn, 1949), el valle del Magdalena y los Llanos Orientales (Morey, 1975). En el sur del país los pastos tenían mercados regulares y especialistas en el intercambio a media y larga distancia (Romoli, 1978: 29). Los mindaláes del Ecuador son descritos por Oberem (1981) y Salomon (1986) como especialistas patrocinados por los caciques para que los suplieran con productos exóticos de diversas ecologías y fomentaran la formación de lazos de intercambio entre diversas comunidades, a veces manteniendo una residencia extraterritorial (Salomon, 1986:111). Cuán extensas podían ser las redes de intercambio en las que participaban mindaláes pasto, no es claro. Lo que se sabe, sin embargo, es que no hay evidencia arqueológica de bienes obtenidos desde grandes distancias —más allá del litoral pacífico y el piedemonte amazónico— en lo que fue su territorio (Uribe, 1978). En numerosas aldeas muiscas se realizaban mercados cada cuatro días (AGI Santa Fé 56 12v). Sin embargo, el acceso a mercados estaba limitado a miembros de la etnia muisca, o cuando más a comunidades de lengua chibcha vecinas, como guanes y laches, pero no a grupos más alejados. Únicamente en las márgenes de los cacicazgos muiscas, como en Sorocotá, individuos de otras etnias podían entrar en dominios muiscas para realizar intercambios; sin embargo, no está claro qué tan regular era el mercado en Sorocotá (Langebaek 1987: 123-124). Por lo demás, en el territorio muisca no hay evidencias sobre la existencia de especialistas mercaderes (Langebaek, 1987: 133-134). En la Sierra Nevada de Santa Marta se habla de que los españoles encontraron un tianguis en Pocigüeica y un mercado en Ciénaga (Langebaek, 1987: 143). Algunos autores sostienen que entre los taironas había especialistas mercaderes similares a los mindaláes de Pasto. Sin embargo no hay ninguna evidencia seria que respalde tal suposición. Muchas veces, los españoles llamaron «mercaderes» a cualquier indígena dedicado al intercambio; ello no significa la presencia de especialistas como tales, y mucho menos de mindaláes como en Ecuador. Por cierto, aunque la existencia de mindaláes en Ecuador posiblemente sea una tradición preincaica, parece probable que su posición se viera reforzada por el interés incaico de forjar lazos de intercambio con grupos de la periferia imperial (Salomon, 1986; Patterson, 1988). En el sur de Colombia, únicamente entre los pastos se describen mindaláes, mientras que otros grupos vecinos no los tenían (Romoli, 1978: 29). Así, la situación difícilmente puede ser comparada con la de la Sierra Nevada. Ahora bien, por lo que respecta a los mercados en la Sierra se imponen algunas observaciones. La referencia sobre el tianguis en Pocigüeica es aislada. No hay ninguna otra que la corrobore o la contradiga. La referencia en cuestión no describe ningún mercado como tal, sólo dice que había un tianguis (Langebaek, 1987: 147). Esta palabra puede significar la presencia de un mercado, pero es lo suficientemente ambigua como para que pueda por sí sola indicar la existencia de un grupo grande de gente participando en una ceremonia común (Martínez, 1985). Por lo demás, las referencias sobre un mercado en Ciénaga son relativamente tardías, y no hay bases para pensar en su funcionamiento antes de la llegada de los españoles (Langebaek, 1992). Sin embargo, incluso si funcionaban mercados en Pocigüeica y en Ciénaga, no tenemos idea de qué tan frecuentes e importantes pudieron ser. Resulta extraño que no se hicieran más referencias a la existencia de ferias de intercambio, si es que ellas eran cosa común, pese a que las fuentes son más o menos generosas en menciones sobre trueque entre las comunidades de la Sierra y del litoral (Reichel-Dolmatoff, 1951: 89-90; Cárdenas, 1983: 159-171). Por otra parte, no se sabe si indígenas de regiones alejadas de la Sierra participaran en los «mercados» de Ciénaga o de Pocigüeica. Por el contrario, se indica que básicamente habrían participado indígenas de la Sierra interesados en conseguir bienes típicos del litoral (sal y pescado principalmente) así como comunidades del litoral deseosas de adquirir objetos producidos en la Sierra, pero no comunidades más alejadas. Otra región de la cual se habla con frecuencia de mercados es la de los Llanos Orientales. Según Morey (1975) se podrían definir como mercados reuniones que se mantenían en diversas «pesquerías» y «playas de tortuga» una vez al año. La impresión que se tiene al leer las crónicas es que los indígenas se reunían a explotar recursos como la pesca o la recolección de huevos de tortuga en ciertos lugares donde esos recursos se concentraban cada cierto tiempo, en los meses de verano; simultáneamente, los grupos aprovechaban para cambiar sus excedentes por bienes exóticos y procuraban forjar alianzas (Morey, 1975). Es difícil pensar que «mercados» que tenían lugar apenas una vez al año jugaran un papel importante en la circulación de grandes cantidades de bienes. Lo que es claro es su importancia social: el intercambio de objetos con el fin de establecer relaciones políticas. Por cierto, es interesante comentar que mientras las crónicas mencionan que los objetos de oro de los Andes colombianos eran populares en los Llanos, únicamente un objeto de oro, de procedencia dudosa, se reporta en la región (Zucchi, 1975). Mora y Cavelier (1985) hacen énfasis en la ausencia de material de origen muisca en los sitios del piedemonte. Ciertamente, existen evidencias de plumas de aves tropicales, drogas narcóticas y algodón que llegaban del piedemonte a las tierras frías, pero los datos sólo permiten pensar en contactos sobre distancias relativamente cortas, no en vínculos entre los muiscas y grupos muy alejados de la cordillera (Langebaek, 1991). CONSIDERACIONES FINALES Una descripción de aspectos que usualmente se esperaría encontrar asociados al desarrollo de las redes de intercambio a larga distancia entre los muiscas y otras comunidades indígenas de Colombia prehispánica permite aclarar algunos puntos. Por lo pronto, no hay evidencias firmes de que los cacicazgos colombianos participaran activamente en circuitos de intercambio de gran tamaño que hicieran interdependientes entre sí a sociedades muy alejadas. Los sistemas de caminos parecen limitados en extensión y muchas veces cumplían una función estrictamente ceremonial. Por orden de fechas las redes de caminos que se construyeron en el suroccidente corresponden a los primeros siglos de la era cristiana, pero los datos no son tan firmes para épocas más tardías. Estos caminos parecen haber cumplido, en muchos casos funciones que eventualmente se podrían relacionar con la
  • 7. circulación de pequeñas cantidades de objetos de lujo (orfebrería, por ejemplo). Es precisamente para los primeros siglos de la era cristiana que se detecta la circulación de objetos de lujo a larga distancia que quizás resultaban importantes para el mantenimiento de las elites de la región. Es muy posible que estos artículos circularan de mano en mano, sin necesidad de especialistas de tiempo completo, ni de complejas redes de intercambio directo a larga distancia. Así mismo, muchos de los caminos reportados en sociedades más tardías, particularmente aquellas de la Sierra Nevada de Santa Marta y los Andes orientales, parecen haber tenido una función relacionada con la comunicación entre las áreas ecológicas contrastantes, separadas por más distancias más bien cortas; esta comunicación habría implicado en algunos casos el intercambio de productos entre sociedades, por ejemplo el algodón del llano por mantas muiscas, en un típico intercambio de materias primas por objetos terminados. Por lo demás, en muchos casos los caminos tenían una función más doméstica, vinculada con el movimiento de gente de un mismo cacicazgo a través de diferentes ecologías, aprovechando un patrón de poblamiento disperso que les permitía explotar autónomamente un rango de ecologías diversas. El desarrollo de mercados periódicos y regulares se dio en pocos lugares y de todas maneras éstos no parecen haber funcionado en el contexto de redes de intercambio a larga distancia sino, como en el caso de muchos caminos, en el de intercambio entre sociedades con dominio sobre ecologías diferentes pero separadas por distancias relativamente cortas. Tal es el caso del litoral y Sierra en Santa Marta, el altiplano y el piedemonte llanero y el Valle del Cauca con la cordillera Occidental y las selvas del Pacífico. Por otra parte, a excepción del caso de mindaláes entre los pastos, no hay evidencias firmes sobre la existencia de especialistas en el intercambio a larga distancia. Más aún, incluso entre los pastos no es claro qué tan grande pudo ser su esfera de acción, o qué tan importantes sus actividades para los caciques y comunidades que los patrocinaban. En las distintas excavaciones que se vienen realizando en el altiplano cundiboyacense —y en realidad en cualquier parte del país—, no sorprende la cantidad de evidencias de intercambio a larga distancia: la gran mayoría de los objetos de uso diario parecen haber sido elaborados con materias primas y por artesanos locales. El problema es que usualmente unos pocos artículos exóticos reciben más atención en los reportes arqueológicos que cientos de objetos, restos de fauna y flora locales. Al fin y al cabo ningún arqueólogo pasa a la fama por encontrar cerámica muisca en el territorio muisca, aunque más de uno cree que su trabajo será más importante si encuentra objetos foráneos, ojalá de áreas bien alejadas. A pesar de lo atractivo que pueda parecer poblar la Sierra Nevada de Santa Marta con mindaláes, o pensar que los cacicazgos del sur del país vivían pendientes de los últimos desarrollos de la moda ecuatoriana, los datos en que esas afirmaciones se basan son muy débiles. Las evidencias etnohistóricas disponibles sugieren que los cacicazgos en Colombia aspiraban al dominio de diversas ecologías para el acceso a recursos básicos, minimizando así lazos de interdependencia económica. En esta medida se sugiere que el fenómeno de una Colombia integrada como un sistema económico global es producto de la conquista española. Por lo tanto, en vez de enfatizar conexiones con sociedades alejadas, generalmente basadas en parecidos en cultura material, es más productivo estudiar el desarrollo de los muiscas —y en general de las comunidades indígenas del país— en términos de interacción con su medio ambiente y de su entorno social inmediato. En vez de especular sobre los parecidos de la cultura material muisca, calima o tairona con la de regiones muy alejadas, se deben enfatizar preguntas sobre cuál era la dimensión real de los circuitos de intercambio que implicaban interacción social y económica real. Es paradójico que resulte más importante preguntarse por qué ciertas piezas de orfebrería muisca son similares a objetos que elaboraban grupos de Costa Rica a quienes los muiscas nunca vieron, en lugar de entender los procesos de interacción con los grupos limítrofes con quienes sin duda intercambiaban y guerreaban con frecuencia. Aquí se ha descrito buena parte del material existente y se ha defendido una posición. Es obvio que futuras investigaciones deben continuar. Pero para ello será necesario que los arqueólogos piensen más en términos de gente y procesos sociales que en tiestos y piezas de orfebrería. Por lo pronto, ni aun con las evidencias etnohistóricas disponibles, las mismas con las cuales los arqueólogos han permitido volar su imaginación, se puede hablar de amplios sistemas de intercambio a larga distancia que cubrieran extensas porciones del territorio nacional creando lazos de interdependencia económica entre sociedades distantes.
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