2. Espiritualidad viene de
espíritu. Para entender qué
sea espíritu necesitamos
desarrollar una concepción
del ser humano que sea
más fecunda que aquella
convencional, transmitida por la
cultura dominante.
3. Esta afirma que el ser
humano está compuesto de
cuerpo y alma o de materia
y espíritu. En vez de
entender esta afirmación de
una manera integrada y
globalizante, lo entendió de
forma dualista, fragmentada
y yuxtapuesta.
4. Así surgieron los muchos
saberes ligados al cuerpo o a
la materia – ciencias de
la naturaleza y los
vinculados al espíritu, al
alma – ciencias
humanas. Se perdió la
unidad sagrada del ser
humano vivo que es la
convivencia dinámica
de materia y de espíritu
entrelazados e inter – retro –
conectados.
5. Espiritualidad, en esta segmentación, significa cultivar un
lado del ser humano: ser espíritu, por la meditación, la interiorización,
el encuentro consigo mismo y con Dios. Esto implica un cierto
distanciamiento de la dimensión de la materia o el cuerpo.
6. Aún así la espiritualidad constituye
una tarea, seguramente importante,
pero al lado de otras mas. La
vemos como un parte y no como
un todo.
7. Como vivimos en una sociedad altamente
acelerada en sus procesos histórico-sociales, el
cultivo de la espiritualidad, en esta
dirección, nos obliga a buscar lugares donde
encontramos condiciones de silencio, calma y paz
adecuados a la interiorización.
8. Esta comprensión no es errónea. Contiene mucha verdad
pues es reduccionista. No explora las riquezas
presentes en el ser humano entendido de manera más
globalizante. Entonces aparece la espiritualidad como
modo de ser de la persona y no tan solo como un
9. Ante todo es importante enfatizar el hecho de que, tomando concretamente
el ser humano constituye una totalidad compleja. Cuando
decimos “totalidad” estamos afirmando que en el no existen partes
yuxtapuestas. Todo en el está articulado y armonizado. Cuando decimos
“complejo” estamos afirmando que el ser humano no es simple, sino una
sinfonía de muchas dimensiones. Entre otras, la exterioridad, la interioridad
y la profundidad.
10. Se entiende por
exterioridad todo lo que
tiene que ver al conjunto
de relaciones que el ser
humano mantiene con el
universo, con la naturaleza,
con la sociedad, con los otros
y con su propia realidad
concreta en términos de
cuidado con el aire que
respira, con los alimentos
que consume, con el agua
que bebe, con las ropas que
viste, con las energías que
vitalizan su corporeidad.
Normalmente se entiende está
dimensión como cuerpo.
11. El cuerpo no es un cadáver. Es el propio ser
humano todo entero metido en el tiempo y la
materia, cuerpo vivo, dotado de inteligencia, de
sentimiento, de compasión, de amor y de éxtasis.
Este cuerpo total vive en una trama de relaciones
para fuera y para más allá de sí mismo. Tomado en
esta acepción se habla hoy de corporeidad y no
simplemente de cuerpo.
12. La interioridad está constituida por el universo de la psique, tan
complejo como el mundo exterior, habitado por instintos, por deseos, por
pasiones, por imágenes poderosas y por arquetipos ancestrales.
13. El deseo constituye, probablemente, la
estructura básica de la psique
humana su dinámica es ilimitada.
Como seres que desean no deseamos solo
esto o aquello. Deseamos todo y el todo.
El oscuro y permanente objeto del deseo es
el ser en su totalidad.
14. La tentación está en identificar el ser
con alguna de sus manifestaciones,
como la belleza, el poder, el dinero, la salud, la
carrera profesional, la novia o el novio, los hijos
y así sucesivamente …
15. Cuando esto ocurre surge el fetichismo por el objeto deseado.
Significa la ilusoria identificación de lo absoluto como algo relativo,
del ser ilimitado con el limitado.
16. El resultado de esto es la frustración, porque la
dinámica del deseo de querer el todo y no la parte se ve
contrariada. De ahí predomina el sentimiento de
irrealización y consecuentemente el vacío existencial.
17. El ser humano debe siempre cuidar y
orientar su deseo para que al pasar por
los varios objetos de su realización – es
inevitable que pase – no pierda la memoria
bienaventurada del único gran objetivo
que lo hace descansar: el ser, el absoluto,
la realidad plena que llamamos Dios.
18. El Dios que aquí emerge no es el Dios de las
religiones, sino el Dios de la caminada
personal, aquella instancia de valor
supremo, aquella dimensión sagrada que
hay en nosotros, irrenunciable,
innegociable e intransferible. Estas
cualificaciones configuran aquello que,
existencialmente, llamamos de Dios.
19. La interioridad es llamada
también mente humana,
entendida como la totalidad
del ser humano volcada
hacia adentro, captando
todas las resonancias que el mundo
de la exterioridad provoca dentro de
él.
20. El ser humano posee profundidad. Tiene la capacidad de captar lo que está
más allá de las apariencias, de aquello que se ve, se escucha, se piensa y se
ama. Aprende el otro lado de las cosas su profundidad.
21. Las cosas todas no son tan
solo cosas. Son símbolos y
metáforas de otra realidad que
las ultrapasa y que ellas
recuerdan, hacen presente y a
ella reenvían.
22. “Así la montaña no es solo
montaña. Siendo montaña, traduce
lo que significa la majestad. El
mar evoca la grandiosidad; el
cielo estrellado, la infinitud;
los ojos profundos de un
niño, el misterio de la vida humana
y del universo.
23. El ser humano capta valores y significados
y no solo hechos y acontecimientos. Lo
que definitivamente cuenta no son las
cosas que nos suceden, sino lo que
ellas significan para nuestra
vida y la experiencia que nos
dan.
24. Las cosas pasan a tener carácter
simbólico y sacramental: nos
recuerdan lo vivido y alimentan nuestra
interioridad no es sin razón que llenamos
nuestra casa y nuestro cuarto de fotos y objetos
queridos de los padres, de los abuelos, de los
amigos, de aquellos que entran en nuestra vida
y significan mucho.
25. Puede ser el último cigarrillo del papá que murió de
infarto o la carta emocionada del enamorado que
reveló su amor. Aquellos objetos dejan de ser
objetos. Son sacramento, pues hablan,
recuerdan, hacen presente significados
gratos al corazón.
26. Captar, de esta manera, la profundidad del mundo, de si
mismo y de cada cosa constituye lo que se llamó espíritu. El
espíritu no es una parte del ser humano. Es aquel momento de la
conciencia mediante el cual captamos el significado y el
valor de las cosas. Mas aún, es aquel estado de
conciencia por el cual captamos el todo y a nosotros mismos
como parte y parcela de este todo.
27. El espíritu nos permite hacer
una experiencia de no-dualidad.
“Tu eres todo esto” dicen los
upamishads de la India, mirando
hacia el universo. O “Tu eres el
todo” dicen los yojis o “el Reino
de Dios está dentro de
vosotros” proclama Jesús.
28. Estas afirmaciones nos remiten a una
experiencia vivida y no a una
doctrina. La experiencia está en que
estamos ligados y re-legados unos a otros y
todos a la fuente originante. Un filo de
energía, de vida y de sentido atraviesa a
todos los seres, organizados en cosmos y
no en caos. En sinfonía y no en disfonía.
29. La planta no está delante de mí. Ella está como resonancia, símbolo y valor
dentro de mí. Existe en mi una dimensión montaña, vegetal, animal,
humana y divina. La espiritualidad no consiste en saber esto, sino en
vivenciar y hacer de esto todo un contenido de experiencia. Bien decía
Pascal: “Creer en Dios no es pensar en Dios sino sentir a
Dios” a partir de la experiencia todo se transfigura. Todo viene cargado
de veneración y de sacralidad.
30. La singularidad del ser humano
consiste en experimentar su
propia profundidad.
Auscultándose a sí mismo
percibe que emerge de su ser
profundo anhelos de
compasión, de amor y de
identificación con los otros y con
el grande Otro, Dios.
31. Pertenece al proceso de individualización acoger esta
energía, crear espacio para ese centro y auscultar
estos llamados, integrándolos al proyecto de vida.
Es la espiritualidad en su sentido antropológico de base.
32. Para tener y alimentar la espiritualidad la
persona no necesita profesar un credo o
adherirse a una institución religiosa. La
espiritualidad no es monopolio
de nadie, se encuentra en cada persona
y en todas las fases de la vida. Esa
profundidad en nosotros representa
la condición humana espiritual,
aquello que designamos como
espiritualidad.
33. Obviamente para las personas
religiosas ese centro es
Dios y los llamamientos que de
el se derivan y de su Palabra.
Las religiones viven de
esta experiencia. Se
articulan con doctrinas, en ritos,
celebraciones y en caminos éticos
y espirituales. Su función
principal reside en crear y
ofrecer condiciones para que cada
persona humana y las
comunidades puedan sumergirse
en la realidad divina y hacer su
experiencia personal de Dios.
34. Esta experiencia por que
es experiencia y no
doctrina tiene como
efecto la irradiación de
serenidad, de profunda paz
y de ausencia de miedo. La
persona se siente
amada, acogida y en
un útero divino. Lo
que le acontezca sucede en
el amor de esta realidad
amorosa.
35. Hasta la muerte es exorcizada
en su carácter de supresión de vida.
Es vivida como parte de la vida
como el momento de gran
transformación, para poder estar, de
hecho en el todo y en corazón de
Dios.
36. Esta espiritualidad es un modo de ser, una actitud de base a ser
vivida en cada momento y en todas las circunstancias, aún dentro de las
tareas diarias de la casa, trabajando en la fabrica, manejando el carro,
conversando con los amigos, viviendo la intimidad con la persona amada,
la persona que ha creado espacio para la profundidad y para lo
espiritual esta centrada, serena e invadida de paz. Irradia vitalidad y
entusiasmo, porque carga a Dios dentro de sí. Dios habita
en ella. Este Dios es amor que en el decir del poeta Dante mueve el
cielo, todas las estrellas y nuestro propio corazón.
37. Esta espiritualidad tan olvidada y tan necesaria es
condición para una vida integrada y
sencillamente feliz. Ella exorciza el complejo más
difícil de ser integrado: el envejecimiento y la muerte.
38. Para la persona espiritual el envejecer y
morir pertenecen a la vida, no matan la
vida sino que la transforman,
permitiendo una mirada nueva para la
vida.
39. Así como al nacer, no tuvimos que preocuparnos, pues, la naturaleza
actuó sabiamente y el cuidado humano fue celoso de que ese curso natural
se diese, así analógicamente con la muerte: pasamos por otro
estado de conciencia sin darnos cuenta de este paso. Cuando “nos
despertamos” estamos en los brazos acogedores del Padre y
Madre de infinita bondad y misericordia que desde siempre nos
esperaban. Caeremos en sus brazos y entonces nos perderemos dentro del
amor y de la fuente de la vida.