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Libertad y política en los escritos de san Josemaría Escrivá
Artículo de Jean Luc Chabot, Profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Mendès France
(Grenoble - Francia). Publicado en las Actas del Congreso "La grandeza de la vida ordinaria"
celebrado en Roma del 8 al 11 de enero de 2002. Volumen III. La dignidad de la persona
humana, Edizioni Universitá della Santa Croce, 2003, pp. 143-167.
1. Introducción
“El Opus Dei no interviene para nada en política; es absolutamente ajeno a cualquier
tendencia, grupo o régimen político, económico, cultural o ideológico. Sus fines –
repito- son exclusivamente espirituales y apostólicos. De sus socios exige sólo que
vivan en cristiano, que se esfuercen por ajustar sus vidas al ideal del Evangelio. No se
inmiscuye, pues, de ningún modo en las cuestiones temporales. No sólo nos asociamos
exclusivamente para fines sobrenaturales, sino porque si alguna vez un miembro del
Opus Dei intentara imponer, directa o indirectamente, un criterio temporal a los demás
socios, o servirse de ellos para fines humanos, saldría expulsado sin miramientos,
porque los demás socios se rebelarían legítimamente, santamente”1. Estas palabras
concretas y claras de S. Josemaría Escrivá resumen una afirmación permanente y
reiterada desde el 2 de octubre de 1928 de parte de aquel que fundó el Opus Dei, así
como por sus sucesores al frente de la Prelatura; están acompañadas hoy de una
realidad perceptible y comprobable a escala planetaria, ya que los fieles y cooperadores
de la Prelatura2 se cuentan por centenares de miles, de prácticamente todas las culturas
humanas existentes y de cerca de un centenar de países diferentes: esta universalidad
efectiva, pacífica y duradera sólo puede ser la expresión de un soplo religioso, aquel
mismo que lleva el nombre de universal, a saber la Iglesia católica.
La persistencia en ciertos medios de comunicación de una mitomanía que intenta a
toda costa asociar a tal o cual tendencia política esta institución aprobada
definitivamente por la Santa Sede desde hace más de cincuenta años 3, es para muchos
uno de los mayores defectos del siglo que ha terminado; y es que éste no ha cesado de
confundir religión y política, transponiendo en el orden político lo que compete al
religioso y, recíprocamente, abordando la religión con criterios y categorías tomadas de
lo político: ideologías totalitarias y secularización. El Opus Dei ha nacido y ha crecido
en el apogeo del fenómeno de las “religiones seculares” 4, esos sustitutos
inmanentizados de la fe cristiana, mesianismos materialistas cuyos intentos de
realizaciones destructivas de la humanidad han prosperado en el contexto de un
proceso antiguo de descristianización de las instancias dirigentes de las sociedades
occidentales. Desde entonces, no puede más que contrariar a los que son hostiles a la fe
cristiana verdaderamente vivida y a aquellos que se han forjado unos “cristianismos
imaginarios”, formas atrofiadas y desnaturalizadas de la plenitud del mensaje de
Cristo.
¿Es por ello que la política no tiene ningún sitio en los escritos de San Josemaría? El
concepto de política refiriéndose a una parte de la antropología humana en su
dimensión social no puede ser objeto de un total desinterés por parte de aquel cuya
espiritualidad reside principalmente en “la santificación del trabajo ordinario”; esta
espiritualidad, que pretende la sobrenaturalización de la vida ordinaria y corriente a
imitación de los primeros cristianos, concierne al hombre “normal” que es a la vez
ciudadano de tal o tal sociedad humana. S. Josemaría Escrivá ha predicado siempre el
terminar lo mejor posible todas las tareas como forma laica de alabanza a Dios y a
imagen del divino maestro “qui coepit facere et docere”5. Por ello, en su propia formación,
y aún6 antes de saber a qué le llamaba Dios exactamente, y luego más aún, intentó
estudiar a fondo todas las disciplinas eclesiásticas y profanas por las cuales se ponía al
servicio de Dios y de los hombres: la filosofía, la teología, la historia y el derecho7. Sus
enseñanzas y sus escritos ulteriores reflejan un conocimiento pleno y profundo del
magisterio de la Iglesia, especialmente de esta parte de la teología moral relacionada
con otras disciplinas eclesiásticas y profanas que se llama “la doctrina social de la
Iglesia”.
Entre varias definiciones que la misma Iglesia ha proporcionado de su enseñanza sobre
la dimensión social de la actuación humana, la que sigue parece muy completa:
“La enseñanza social de la Iglesia nació del encuentro del mensaje evangélico y de sus
exigencias resumidas en el mandamiento supremo del amor de Dios y del prójimo y en
la justicia con los problemas procedentes de la vida de la sociedad. Esta enseñanza que
se ha constituido como una doctrina, utilizando recursos de la sabiduría y de las
ciencias humanas, se refiere al aspecto ético de esta vida, y tiene en cuenta los aspectos
técnicos de los problemas, pero siempre para juzgarlos bajo el ángulo moral” 8.
Ahora bien, entre los elementos que constituyen la dimensión social del actuar
humano, se encuentra el político, que fue objeto, por parte del magisterio de la Iglesia
universal, de una enseñanza sistemáticamente retomada a partir del pontificado de
León XIII dentro de una perspectiva teológica y pedagógica, frente a un mundo
moderno desconcertado9.
Desde los años treinta, San Josemaría está persuadido de que una de las causas de la
descristianización de la vida pública en numerosos países europeos, y del declive de la
Iglesia, es la pasividad de los católicos frente a las responsabilidades sociales y
políticas. Es lo que le lleva a poner por escrito aquello que es objeto, simultáneamente,
de sus consejos pastorales y de su predicación, y que se publicará mucho más tarde en
Surco y Forja, siguiendo el estilo de Camino; se trata de crear una amplia movilización
de los cristianos, insistiendo de manera constante y repetida sobre el deber de
participación e intervención de estos “ciudadanos cristianos”, como les llama, en las
tareas de la sociedad: “No podemos cruzarnos de brazos, cuando una sutil persecución
condena a la Iglesia a morir de inedia, relegándola fuera de la vida pública y, sobre
todo, impidiéndole intervenir en la educación, en la cultura, en la vida familiar. No son
derechos nuestros: son de Dios, y a nosotros, los católicos, Él los ha confiado...¡para que
los ejercitemos!” 10.
Esta movilización pretende difundir la doctrina social de la Iglesia y practicarla: “Hoy
se ataca a nuestra Madre la Iglesia en lo social y desde el gobierno de los pueblos. Por
eso envía Dios a sus hijos -¡a ti!- a luchar, y a difundir la verdad en esas tareas” 11. Pero
como siempre en los escritos del Santo, la referencia es Cristocéntrica; es Cristo,
plenitud de la humanidad la medida y el modelo de esta implicación social y política
del cristiano: “Sería lamentable que alguno concluyera, al ver desenvolverse a los
católicos en la vida social, que se mueven con encogimiento y capitidisminución. No
cabe olvidar que nuestro Maestro era -¡es!- perfectus Homo –perfecto Hombre” 12..
En su profundo conocimiento de la enseñanza pontificia sobre las cuestiones sociales y
políticas, que se trasluce en sus escritos, San Josemaría parece subrayar muy
particularmente dos aspectos: volver a poner en su sitio a la esfera de lo político
restaurando la ética cristiana como instancia esencial determinante de la suerte
individual y colectiva de la humanidad, por una parte; volver a poner en su sitio a los
actores de lo político, otorgándoles más responsabilidad, limitativa para los
gobernantes y participativa para los gobernados, por otra parte.
2. El lugar de lo político en la vida humana: subsidiariedad con relación a los fines
últimos y a la ética vivida
a) Política de los Evangelios
Desde hace veinte siglos, el pensamiento político no ha dejado de buscar en esos cuatro
relatos de la vida de Cristo que son los Evangelios los elementos de una “política
cristiana”, de una concepción cristiana de la política. La atención se ha focalizado
principalmente en algunos breves pasajes de la vida de Cristo, especialmente el
“Reddite Caesari” 13. (la paga del impuesto) y el “omnis potestas a Deo” 14 (el recurso a
la pena capital) en el momento de la Pasión, con interpretaciones a veces discutibles
hechas por autores que no han leído el conjunto de los Evangelios, y sobre todo, que no
han intentado vivir verdaderamente su contenido. Los comentarios de San Josemaría
sobre estos textos vuelven a tomar los del magisterio de la Iglesia15, introduciendo la
especificidad de una mentalidad laica que ama al mundo apasionadamente16. En
cuanto al “Dad pues al Cesar...” la explicación reside en la no-contradicción entre
servir a Dios y servir a los hombres constituidos en autoridad política: “Ya veis que el
dilema es antiguo, como clara e inequívoca es la respuesta del Maestro. No hay –no
existe- una contradicción entre el servicio a Dios y el servicio a los hombres; entre el
ejercicio de nuestros deberes y derechos cívicos, y los religiosos; entre el empeño por
construir y mejorar la ciudad temporal, y el convencimiento de que pasamos por este
mundo como camino que nos lleva a la patria celeste” 17.
El concepto original que resume el hecho de que toda realidad humana –incluso las
estructuras políticas inventadas por los hombres- ha salido de las manos de Dios y
mantenida en el ser, es el de “la unidad de vida”: “También aquí se manifiesta esa
unidad de vida –no me cansaré de repetirlo- es una condición esencial para los que
intentan santificarse en medio de las circunstancias ordinarias de su trabajo, de sus
relaciones familiares y sociales... La elección exclusiva que de Dios hace un cristiano,
cuando responde con plenitud a su llamada, le empuja a dirigir todo al Señor y, al
mismo tiempo, a dar también al prójimo todo lo que en justicia le corresponde” 18.
El cumplimiento de los derechos y deberes cívicos forma parte del servicio a Dios, es
una parte del todo que es debido a Dios, y sólo a Dios, tanto individual como
colectivamente: “Cierta mentalidad laicista y otras maneras de pensar que podríamos
llamar pietistas, coinciden en no considerar al cristiano como hombre entero y pleno.
Para los primeros, las exigencias del Evangelio sofocarían las cualidades humanas;
para los otros, la naturaleza caída pondría en peligro la pureza de la fe. El resultado es
el mismo: desconocer la hondura de la Encarnación de Cristo, ignorar que el Verbo se
hizo carne, hombre, y habitó en medio de nosotros” 19; no es ni el laicismo que ignora
los derechos legítimos de la Iglesia, ni el clericalismo que subordina los derechos,
también tan legítimos, del Estado: “No es verdad que haya oposición entre ser buen
católico y servir fielmente a la sociedad civil. Como no tienen por qué chocar la Iglesia
y el Estado, en el ejercicio legítimo de su autoridad respectiva, cara a la misión que
Dios les ha confiado. Mienten -¡así: mienten!- los que afirman lo contrario. Son los
mismos que, en aras de una falsa libertad, querrían “amablemente” que los católicos
volviéramos a las catacumbas” 20.
Ese rechazo del dualismo, que implicaría colocar al Cesar al nivel de Dios, nos ha
aportado, gracias a San Josemaría, a la vez una definición de la política como servicio y
la llamada a la necesaria intersección entre la política y la ética en la definición jurídica
y social de los derechos fundamentales de la persona humana: “Igual que al hombre,
cuando la mujer haya de ocuparse en una actividad política, su fe cristiana le confiere
la responsabilidad de realizar un auténtico apostolado, es decir, un servicio cristiano a
toda la sociedad. No se trata de representar oficial u oficiosamente a la Iglesia en la
vida pública, y menos aún de servirse de la Iglesia para la propia carrera personal o
para intereses de partido. Al contrario, se trata de formar con libertad las propias
opiniones en todos estos asuntos temporales donde los cristianos son libres, y de
asumir la responsabilidad personal de su pensamiento y de su actuación, siendo
siempre consecuente con la fe que se profesa” 21.
El comentario sobre la contestación de Cristo a Pilatos respecto al poder político que
tiene, subraya no solamente su origen divino, pero también su bondad ontológica y el
carácter santificable de su ejercicio, como el de toda actividad humana noble,
rechazando una vez más la tentación dicotómica que consiste en confundir el mundo
en sí mismo con la actitud mundana: “Un hombre sabedor de que el mundo –y no sólo
el templo- es el lugar de su encuentro con Cristo, ama ese mundo, procura adquirir una
buena preparación intelectual y profesional, va formando –con plena libertad- sus
propios criterios sobre los problemas del medio en que se desenvuelve; y toma, en
consecuencia, sus propias decisiones que, por ser decisiones de un cristiano, proceden
además de una reflexión personal, que intenta humildemente captar la voluntad de
Dios en esos detalles pequeños y grandes de la vida” 22. De este texto de 1967 se hace
eco la exhortación apostólica “Evangelii nuntiandi” de Pablo VI que confirmará
algunos años más tarde, en eco a la Constitución Gaudium et spes23 de Vaticano II, estos
“caminos divinos de la tierra” 24 para la inmensa mayoría de los laicos: “el propio
campo de la actividad evangelizadora de los laicos es el mundo, amplio y complicado,
de la política, de la realidad social, de la economía; como también el de la cultura, de la
ciencia y del arte, de la vida internacional, de los instrumentos de comunicación
social... Cuantos más laicos haya, llenos de espíritu evangélico, responsables de estas
realidades y explícitamente entregados a ellas, competentes en la tarea de su desarrollo
y conscientes de la obligación que les incumbe de desarrollar toda su capacidad
cristiana, hasta ese momento mantenida escondida y sofocada tan frecuentemente,
entonces estas realidades, sin perder nada ni sacrificar nada de su coeficiente humano,
sino revelando una dimensión trascendente a menudo ignorada, se encontrarán al
servicio de la edificación del Reino de Dios, y de la Salvación en Jesucristo, 25 pues.”
Más allá de estas dos referencias al pago del impuesto y al ejercicio de una justicia de
sangre, el lugar conferido a lo político por el comportamiento y las enseñanzas de
Cristo demuestra una actividad humana entre otras, dotada de cierta importancia, pero
que no debe en ningún caso ser sacralizada o deseada de manera que sustituya la
Divinidad. Toda la vida de Cristo manifiesta la voluntad divina de la normalidad, de
seguir las leyes físicas, morales y humanas legítimas de las que Él mismo es autor, de
“adoptar” la naturaleza humana en todo menos en el pecado, de pasar desapercibido a
través de una condición social humilde: el nacimiento en el pesebre de Belén, los
treinta años de vida como hijo y modesto trabajador manual en Egipto y en Nazaret.
Todo salvo la teatralidad, el espectáculo, la búsqueda de notoriedad, el poder y la
gloria que acompañan habitualmente el ejercicio de poder político, para Él que era
verdaderamente rey26, pero de un reino que no es de este mundo27: “Cristo fue humilde
de corazón. A lo largo de su vida no quiso para Él ninguna cosa especial, ningún
privilegio. Comienza estando en el seno de su Madre nueve meses, como todo hombre,
con una naturalidad extrema... La Navidad está rodeada también de sencillez
admirable: el Señor viene sin aparato, desconocido de todos. En la tierra sólo María y
José participan en la aventura divina. Y luego aquellos pastores, a los que avisan los
ángeles. Y más tarde aquellos sabios de Oriente. Así se verifica el hecho trascendental,
con el que se unen el cielo y la tierra, Dios y el hombre” 28.
b) “El gigante de las falsas ideologías”
La matriz cristiana que forjó la historia de la civilización europea conoció períodos de
aplazamientos y de desnaturalización: lo que se ha acordado llamar la “modernidad” a
partir de los siglos XVI y XVII ha engendrado este fenómeno ya mencionado de
“religiones seculares” 30, de idolatría de elementos de la vida humana, en lugares y
sitios de la adoración divina. Es en el ámbito de lo político precisamente que este
proyecto de transformación del hombre por sí mismo en una salvación colectiva31, se
ha desarrollado desde los pensamientos de Maquiavelo y de Hobbes hasta el deterioro
de estas “ideas políticas” en los dos últimos decenios del siglo XX. La doctrina social de
la Iglesia, desde Pío VI, contemporáneo de la Revolución francesa, hasta Juan Pablo II,
contemporáneo de la caída del comunismo, no ha cesado de denunciar los errores y los
peligros de tal gestión; paradójicamente, cierto humanismo engendró exactamente lo
contrario, el formidable anti-humanismo de los sistemas totalitarios nacidos de las
aplicaciones de estas ideologías políticas: el tema de Nietzsch de la “muerte de Dios” 32
anunciado por Feuerbach33, arrastró el de la muerte del hombre; de ello da testimonio
la suma difícilmente calculable de las matanzas del siglo XX.
San Josemaría acompaña esta denuncia de las ideologías anti-cristianas y anti-humanas
haciendo la distinción entre los dos sentidos habitualmente otorgados al concepto: un
primer sentido refiriéndose a la construcción cultural de una representación del mundo
que procede del genio natural del hombre34; un segundo sentido que equivale a la idea
de “sucedáneo religioso” 35, dando lugar a un “culto idolátrico” 36. Por ello, en escritos
que tienen por objeto fomentar en el lector un celo interior y apostólico, habla de las
“falsas ideologías”: “Los enemigos de Jesús –y algunos que se dicen sus amigos -,
cubiertos con la armadura de la ciencia humana, empuñando la espada del poder, se
ríen de los cristianos como el filisteo se reía de David, despreciándole. También ahora
caerá por tierra el Goliat del odio, de la falsía, de la prepotencia, del laicismo, del
indiferentismo...; y entonces, herido el gigantón de esas falsas ideologías por las armas
aparentemente débiles del espíritu cristiano –oración, expiación, acción -, le
despojaremos de la armadura de sus erróneas doctrinas, para revestir a nuestros
hermanos los hombres con la verdadera ciencia: la cultura y la práctica cristiana” 37.
Estas ideologías políticas que se han apoderado del campo de las postrimerías atentan
contra la fe, hipertrofiando tal o cual segmento de la realidad de la sociedad: “...el
fanatismo de los sectarios –porque no guarda relación con la verdad- cambia en cada
tiempo de vestidura, alzando contra la Santa Iglesia el espantajo de meras palabras,
vacías de contenido por sus hechos: “libertad”, que encadena; “progreso”, que
devuelve a la selva; “ciencia”, que esconde ignorancia... Siempre un pabellón que
encubre vieja mercancía averiada” 38Ahora bien, estas mercancías averiadas se
denominan marxismo, liberalismo individualista, transformándose con terminología
contemporánea en hedonismo, progresismo, nacionalismo, laicismo.
El marxismo y el hedonismo39 son en primer lugar profundamente negadores de la
persona humana y de sus derechos más elementales: “Una ola sucia y podrida –roja y
verde- se empeña en sumergir la tierra, escupiendo su puerca saliva sobre la Cruz del
Redentor... Y Él quiere que de nuestras almas salga otra oleada –blanca y poderosa,
como la diestra del Señor -, que anegue, con su pureza, la podredumbre de todo
materialismo y neutralice la corrupción, que ha inundado el Orbe: a eso vienen –y a
más- los hijos de Dios” 40. La intransigencia41 con respecto a las doctrinas, que la fuerza
de estas palabras demuestra, es a la vez acompañada de una total comprensión con
respecto a las personas que pueden profesarlas42. En conformidad con la enseñanza
constante de la Iglesia desde mediados del siglo XIX43; el marxismo es rechazado por
su incompatibilidad con la fe cristiana: “¿Existe algo más opuesto a la fe que un sistema
que todo lo basa en eliminar del alma la presencia amorosa de Dios? Gritadlo muy
fuerte, de modo que se oiga claramente vuestra voz: para practicar la justicia, no
precisamos del marxismo para nada” 44; este texto tiene fecha de noviembre de 1963, en
el apogeo del prestigio intelectual del marxismo y del poder del comunismo mundial.
Lo mismo ocurre con el nacionalismo: “Rechaza el nacionalismo, que dificulta la
comprensión y la convivencia: es una de las barreras más perniciosas de muchos
momentos históricos” 45; “...si el patriotismo se convierte en un nacionalismo que lleva
a mirar con desapego, con desprecio –sin caridad cristiana ni justicia- a otros pueblos, a
otras naciones, es un pecado” 46. “No es patriotismo justificar delitos... y desconocer los
derechos de los demás pueblos” 47. Esta denuncia es, con mayor motivo, más fuerte
aún en cuanto al nazismo, que es una mezcla de racismo y nacionalismo, por parte de
aquel que siempre ha proclamado que: “No hay más que una raza en la tierra: la raza
de los hijos de Dios” 48.
Ideologías con pretensiones menos totalitarias, no por ello atentan menos contra la fe y
los derechos fundamentales de la persona humana, ya que es en Cristo que reside la
plenitud de la humanidad y que, como varios Papas lo han afirmado, “el Evangelio es
la declaración más acabada de todos los derechos del hombre” 49. Se trata en primer
lugar del progresismo, tal como Condorcet o Auguste Comte50 lo han promovido en la
era moderna: “No podemos dejarnos engañar por el mito del progreso continuo e
irreversible. El progreso rectamente ordenado es bueno y querido por Dios. Pero aquel
del que más se habla es ese falso progreso que ciega a tantos hombres, porque a
menudo, no se da uno cuenta de que, en ciertos ámbitos, la humanidad retrocede y
pierde aquello que había adquirido anteriormente” 51.
Este progresismo se asemeja a veces al laicismo, que intenta hacer creer, en nombre de
una neutralidad antropocéntrica y racionalista imaginaria, que no es él mismo un
cuerpo de doctrina ideológica con tendencia a negar la realidad de Dios y de la
religión: “Aconfesionalismo. Neutralidad. – Viejos mitos que intentan siempre
remozarse. ¿Te has molestado en meditar lo absurdo que es dejar de ser católico, al
entrar en la Universidad o el la Asociación profesional o en la Asamblea sabia o en el
Parlamento, como quien deja el sombrero en la puerta?” 52; el indiferentismo del siglo
de las luces no es ajeno a ello: “...parece mentira que aún haya gente empeñada en creer
que es buen medio de locomoción la diligencia... –Esto, para los que renuevan
volterianismos de peluca empolvada, o liberalismos desacreditados del XIX” 53. El
objetivo buscado por San Josemaría Escrivá, al destacar el carácter ilusorio de estos
falsos mesianismos que han invadido el campo de la vida social y política de las
sociedades modernas, es sobre todo el de volver a centrar los espíritus en la única
instancia verdaderamente decisiva de la salvación individual y colectiva de la
humanidad que es la fe cristiana vivida: veritas liberabit vos 54.
c) Primacía revolucionaria de lo espiritual
La religión en sí es una rebeldía, “la mayor rebeldía del hombre que no tolera vivir
como una bestia, que no se conforma –no se aquieta- si no trata y conoce al Creador” 55.
Esta rebeldía del hombre natural es la revolución del ciudadano cristiano: “Si los
cristianos viviéramos de veras conforme a nuestra fe, se produciría la más grande
revolución de todos los tiempos... ¡La eficacia de la corredención depende también de
cada uno de nosotros! –Medítalo” 56. Pero para eso, no basta ser bueno, hay que
entregarse en la búsqueda efectiva de la santidad: “Hoy no bastan mujeres u hombres
buenos. –Además, no es suficientemente bueno el que sólo se contenta con ser casi...
bueno: es preciso ser “revolucionario”. Ante el hedonismo, ante la carga pagana y
materialista que nos ofrecen, Cristo quiere ¡anticonformistas!, ¡rebeldes de Amor!” 57.
Como lo han presentido numerosos autores, incluso no cristianos, las revoluciones
políticas no son más que representaciones teatrales colectivas y exteriores de una
carencia de conversión y de luchas interiores, único campo real de transformación de
los hombres y del mundo: “Tomé nota de las palabras de aquel obrero, que comentaba
entusiasmado después de participar en esa reunión, que promoviste: “nunca había
oído hablar, como se hace aquí, de nobleza, de honradez, de amabilidad, de
generosidad...” –Y concluía asombrado: frente al materialismo de izquierdas o de
derechas, ¡esto es la verdadera revolución!” 58. Esta revolución rechaza toda violencia
que no parezca “apta ni para convencer ni para vencer” 59. Se fundamenta en el
ejercicio de una libertad personal que acepta la idea de que la vida en la tierra es un
combate, una lucha entendida “como Cristo nos ha enseñado: como guerra de cada
uno consigo mismo, como esfuerzo siempre renovado de amar más a Dios, de desterrar
el egoísmo, de servir a todos los hombres” 60.
La afirmación recurrente de San Josemaría es el enunciado de una ley real y
sobrenatural a la vez, experimentalmente vivida: el considerable alcance social y
político de los actos individuales moralmente buenos, o también, los efectos sociales
exteriores de una vida cristiana interior auténtica: “Inculcad en las almas el heroísmo
de hacer con perfección las pequeñas cosas de cada día: como si de cada una de esas
acciones dependiera la salvación del mundo” 61. Es lo que expresa de manera
sumamente sintética uno de los puntos más célebres de Camino: “Un secreto. – Un
secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos. –Dios quiere un puñado de
hombres “suyos” en cada actividad humana. –Después... pax Christi in regno Christi – la
paz de Cristo en el reino de Cristo” 62; y el autor confirmará treinta años más tarde este
mismo diagnóstico: “En esta época de desmoronamiento general, de cesiones y
desánimos, o de libertinaje y anarquía, me parece todavía más actual aquella sencilla y
profunda convicción que, en los comienzos de mi labor sacerdotal, y siempre, me ha
consumido en deseos de comunicar a la humanidad entera: estas crisis mundiales son
crisis de santos” 63.
Así, la transformación del mundo y el perfeccionamiento de la humanidad están al
alcance de cada hijo de vecino, y no dependen principalmente de estructuras lejanas e
inaccesibles al simple ciudadano: “¡Qué afán tienen muchos de reformar! ¿No sería
mejor que nos reformáramos todos, cada uno, para cumplir fielmente lo que está
mandado?” 64; “Siempre están los hombres haciendo paces, y siempre andan
enzarzados con guerras, porque han olvidado el consejo de luchar por dentro, de
acudir al auxilio de Dios, para que Él venza, y conseguir así la paz en el propio yo, en
el propio hogar, en la sociedad y en el mundo” 65. Es por lo que el consejo ascético
adquiere una dimensión política, en el sentido amplio y noble del término, en el
sentido de la enseñanza social de la Iglesia; “El fundamento de toda nuestra actividad
como ciudadanos –como ciudadanos católicos- está en una intensa vida interior: en ser,
eficaz y realmente, hombres y mujeres que hacen de su jornada un diálogo
ininterrumpido con Dios” 66. Este volver a centrarse la política en la responsabilidad
espiritual y moral personal de los ciudadanos, nos conduce a examinar de nuevo el
lugar y las funciones respectivas de los dos grandes actores de lo político: los
ciudadanos gobernantes y los ciudadanos gobernados.
3. El lugar de los actores de lo político: al servicio de la persona humana y de su
realización por el ejercicio de una libertad responsable
Lo que más choca en las enseñanzas escritas y orales, como en el comportamiento de S.
Josemaría Escrivá, es su apego fuera de lo corriente a la libertad de la persona humana
y, simultáneamente, a una fe viva en Cristo poco común, y cuyo celo ardiente era
comunicativo: esta fusión entre fe y libertad, entre cristianismo integral y pluralismo
fraternal constituyen innegablemente uno de los rasgos más sorprendentes de su
personalidad, y le hacen precursor de una nueva cristiandad dentro del pluralismo de
las sociedades abiertas y democráticas. Es lo que expresa esta confesión espontánea
que surge en el seno de su predicación: “...llevo toda mi vida predicando la libertad
personal, con personal responsabilidad. La he buscado y la busco por toda la tierra,
como Diógenes buscaba un hombre. Y cada día la amo más, la amo sobre todas las
cosas terrenas: es un tesoro que no apreciaremos nunca bastante” 67. El goce de este
tesoro en su vertiente política implica también aquí volver a definir las funciones
respectivas de los gobernantes y de los gobernados.
a) “Detestamos la tiranía, que es contraria a la dignidad humana”68
Las formas tiránicas del ejercicio del poder por los gobernantes políticos son múltiples;
se refieren tanto a su actitud con respecto a los gobernados, como la manera de
administrar el poder entre ellos. En el primer caso, la tiranía puede presentarse bajo
formas graduadas de intolerancia, desde el comportamiento totalitario hasta el
dogmatismo en materia de opinión, pasando por la mentalidad de partido único,
incluso en nombre de la fe. El totalitarismo, realidad contemporánea ligada a los
fenómenos anteriormente descritos de las “religiones seculares”, procede de la
voluntad de erigir en verdad absoluta aquello que depende de la relatividad plural de
lo político, y necesariamente pues, atenta gravemente contra una de las libertades
esenciales, la de creer y pensar según su conciencia. Esta consideración tan llena de fe
va dirigida a algunos regímenes políticos: “Esas medidas que toman algunos gobiernos
para asegurarse de la muerte de la fe en sus países, me recuerdan los sellos del
Sanedrín en el Sepulcro de Jesús. Él, que no estaba sujeto a nada ni a nadie, a pesar de
esas trabas, ¡resucitó!” 69.
San Josemaría, en su trabajo de fundación de la Obra que Dios le había confiado, tuvo
que hacer frente a situaciones semejantes en la España de los años treinta y cuarenta
del siglo XX; sólo varios años más tarde, contestando a un periodista newyorkino, se
hizo eco de ello públicamente: “(La Obra) cuando apenas había nacido, encontró ya la
oposición de los enemigos de la libertad individual y de personas tan aferradas a las
ideas tradicionales que no podían entender la vida de los socios del Opus Dei:
ciudadanos corrientes, que se esfuerzan por vivir plenamente su vocación cristiana sin
dejar el mundo. (...) Luego están algunas personas que no entienden el pluralismo, que
adoptan actitud de grupo, cuando no caen en una mentalidad estrecha y totalitaria, y
que se sirven del nombre de católico para hacer política” 70.
La defensa de la fe cristiana no puede por sí misma justificar la creación de un partido
único religioso, que no haría más que alargar esta lamentable confusión entre religión y
política, e iría en contra de la misma actitud de Dios con respecto a los hombres de no
ejercer nunca la menor coerción71: “No pienso en el cometido de los cristianos en la
tierra como en el brotar de una corriente político-religiosa –sería una locura -, ni
siquiera aunque tenga el buen propósito de infundir el espíritu de Cristo en todas las
actividades de los hombres” 72, porque “nada más lejos de la fe cristiana que el
fanatismo, con el que se presentan los extraños maridajes entre lo profano y lo
espiritual sean del signo que sean” 73. Es pues un rechazo de la mentalidad de partido
único, o de cualquier otra forma monolítica de ejercer el poder, la que preconiza S.
Josemaría Escrivá: “¡Qué empeño el de algunos en masificar!: convierten la unidad en
uniformidad amorfa, ahogando la libertad” 74. Son aquellos: “que tienen mentalidad de
partido único, en lo político o en lo espiritual. Los que tienen esta mentalidad y
pretenden que todos opinen lo mismo que ellos, encuentran difícil creer que otros sean
capaces de respetar la libertad de los demás” 75.
Una de las formas contemporáneas de la tiranía procede de la subversión de la relación
entre lo que depende, en sentido estricto, del dogma en el marco de la religión
cristiana, y lo que depende del inmenso campo de las opiniones y de la libre elección:
dogmatizar en materia de opinión y relativizar en materia de dogma, introducir “un
políticamente correcto”, e invocar el “pluralismo” en materia de fe dentro mismo de la
Iglesia. La libertad de todos, y de los cristianos en particular, queda herida tanto por
“aquellos que pretenden imponer como dogmas sus opiniones temporales”, como por
aquellos “que degradan al hombre al negar el valor de la fe colocándola a merced de
los errores más brutales” 76. Muy solemnemente S. Josemaría proclama repetidas veces
que no hay dogmas en las cuestiones temporales: “No hago, ni quiero, ni puedo hacer
política; pero mi mentalidad de jurista y de teólogo –mi fe cristiana también- me llevan
a estar siempre al lado de la legítima libertad de todos los hombres. Nadie puede
pretender en cuestiones temporales imponer dogmas, que no existen. Ante un
problema concreto, sea cual sea, la solución es: estudiarlo bien y, después, actuar en
conciencia, con libertad personal y con responsabilidad también personal” 77. Recuerda
a los cristianos que “sólo en la fe y en la moral hay un criterio indiscutible: el de
nuestra Madre la Iglesia” 78; y añade: “ los cristianos gozáis de la más plena libertad,
con la consecuente personal responsabilidad, para intervenir como mejor os plazca en
cuestiones de índole política, social, cultural, etcétera, sin más límites que los que
marca el Magisterio de la Iglesia. Únicamente me preocuparía –por el bien de vuestras
almas -, si saltarais esos linderos, ya que habríais creado una neta oposición entre la fe
que afirmáis profesar y vuestras obras, y entonces os lo advertiría con claridad” 79. La
consecuencia práctica de esto es el respeto efectivo a la libertad personal que va mucho
más allá de la simple tolerancia para alcanzar una benevolencia universal con respecto
al prójimo: “El hecho de que alguno piense de distinta manera que yo –especialmente
cuando se trata de cosas que son objeto de la libertad de opinión- no justifica de
ninguna manera una actitud de enemistad personal, ni siquiera de frialdad o de
indiferencia... Cuando se comprende a fondo el valor de la libertad, cuando se ama
apasionadamente este don divino del alma, se ama el pluralismo que la libertad lleva
consigo” 80. De ello la proclamación de este empeño personal ejemplar por parte de San
Josemaría Escrivá: “...respetaré siempre cualquier opción temporal, tomada por un
hombre que se esfuerza por obrar según su conciencia” 81.
La tiranía política puede provenir del modo de gobierno mismo; el poder político no es
más que una modalidad del fenómeno del poder, lo que significa que existen
elementos comunes entre las diferentes formas de poderes (poder parental, económico,
religioso, político, etc.) así como elementos específicos de cada tipo de poder. Las
palabras de San Josemaría Escrivá sobre la importancia de la colegialidad en el ejercicio
de gobernar apuntan todas las formas del poder al juntar las lecciones más antiguas de
la filosofía moral con la virtud de la prudencia: “Qué triste cosa es tener una
mentalidad cesarista, y no comprender la libertad de los demás ciudadanos, en las
cosas que Dios ha dejado al juicio de los hombres” 82. La colegialidad permite
desbaratar la tiranía de la decisión solitaria: “Cuando el que manda es negativo y
desconfiado, fácilmente cae en la tiranía” 83 porque ha olvidado que el hecho de asumir
el poder es un servicio84. Esta no-colegialidad simultánea corre el fuerte peligro de
arrastrar a una segunda que, a su vez, depende de la que le sigue: la tiranía se prolonga
y se complica con el tiempo: “Si la autoridad se convierte en autoritarismo dictatorial y
esta situación se prolonga en el tiempo, se pierde la continuidad histórica, mueren o
envejecen los hombres de gobierno, llegan a la edad madura personas sin experiencia
para dirigir, y la juventud –inexperta y excitada- quiere tomar las riendas: ¡cuántos
males!, ¡y cuántas ofensas a Dios –propias y ajenas- recaen sobre quien usa tan mal de
la autoridad!” 85.
El ejercicio del poder exige igualmente cierto saber, es decir una formación, un
aprendizaje y una transmisión del saber, una colegialidad inter-generacional: “No
basta el deseo de querer trabajar por el bien común; el camino, para que este deseo sea
eficaz, es formar hombres y mujeres capaces de conseguir una buena preparación, y
capaces de dar a los demás el fruto de esa plenitud que han alcanzado” 86.
El corolario de esta sabiduría práctica consiste a evitar la falta de preparación: “No es
prudente elevar a hombres inéditos hasta una labor importante de dirección, para ver
qué sale. -¡Como si el bien común pudiera depender de una caja de sorpresas!” 87.
Consiste también en distribuir los poderes en el espacio en torno al principio de
subsidiaridad que el Papa Pío XI tan bien ha definido, y que S. Josemaría Escrivá aplica
a una de esas “materias mixtas” que es la libertad de enseñanza88: “La libertad de
enseñanza no es sino un aspecto de la libertad en general. Considero la libertad
personal necesaria para todos y en todo lo moralmente lícito. Libertad de enseñanza,
por tanto, en todos los niveles y para todas las personas. Es decir, que toda persona o
asociación capacitada, tenga la posibilidad de fundar centros de enseñanza en igualdad
de condiciones y sin trabas innecesarias (...) El Estado tiene evidentes funciones de
promoción, de control, de vigilancia. Y eso exige igualdad de oportunidades entre la
iniciativa privada y la del Estado: vigilar no es poner obstáculos, ni impedir o coartar la
libertad” 89.
b) La cuestión de la democracia
La doctrina social de la Iglesia en sus análisis sobre el tema político ha adoptado una
postura sobre el concepto de “democracia” que merece precisarse. Por una parte, el
magisterio pontificio ha considerado siempre que “la determinación de los regímenes
políticos, como la determinación de sus dirigentes, deben dejarse a la libre voluntad de
los ciudadanos” 90; pero, al mismo tiempo, y especialmente desde el pontificado de Pío
XII91, este mismo magisterio utiliza el concepto de “Democracia” en un sentido amplio
que parece abarcar los cuatro elementos siguientes: la garantía de la dignidad y de los
derechos fundamentales del hombre, la capacidad de impedir las tiranías y el recurso a
la violencia social y política, la participación activa de los ciudadanos y la capacidad
del pueblo a elegir libremente su régimen político92. Es en este mismo sentido que el
Papa Juan Pablo II en 1991, en la encíclica Centesimus agnus declara que: “la Iglesia
aprecia el sistema democrático, como sistema que asegura la participación de los
ciudadanos en las elecciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de
elegir y controlar a sus gobernantes o de sustituirlos de forma pacífica cuando esto se
ve oportuno” 93.
Se trata pues de una utilización del término en un sentido equivalente a la colocación
de principios y estructuras que tienen por objeto garantizar y promover los derechos
fundamentales de la persona humana dada su dignidad de hijo de Dios redimido por
la sangre de Cristo en la Cruz94; en la línea de los elogios del magisterio de la Iglesia
con respecto a los textos jurídicos internacionales proclamando y protegiendo los
derechos fundamentales de la persona humana95, no se trata en modo alguno de
imponer tal o cual forma de régimen político, sino de apoyar sistemas respetuosos con
los criterios de una antropología cristiana.
Las enseñanzas del fundador del Opus Dei manifiestan abundantemente su apego a
este primer sentido contemporáneo de la palabra “democracia” en consonancia con el
magisterio pontifical; aunque ya lo hayamos enunciado en parte en líneas anteriores,
recordamos en primer lugar su apego, raras veces tan afirmado en un autor espiritual
de su envergadura, a un concepto laico y responsable de la libertad, diciendo al
referirse a ella: “cada día la amo más, la amo sobre todas las cosas terrenas: es un
tesoro que no apreciaremos nunca bastante” 96; es por ello que aconsejaba: “Pensad lo
que prefiráis en todo lo que la Providencia ha dejado a la libre y legítima discusión de
los hombres” 97. Evidentemente en su pluma, este himno a la libertad se acompaña de
una llamada igual de fuerte a la responsabilidad que toma la forma de una expresión
inédita en la cultura contemporánea de los hombres de Iglesia, aquella de “ciudadano
cristiano” 98 o de “ciudadano católico” 99. Todo el capítulo “ciudadanía” de Surco
refleja este espíritu eminentemente laico en el corazón mismo de consideraciones de
profunda vida interior.
En cuanto a la defensa de la dignidad de la persona humana y de sus derechos
fundamentales, sería un fastidio intentar enumerar las referencias, siendo tan
numerosas, relativas tanto a la afirmación de la incorporación de todo ser humano a
Cristo, plenitud y cumbre de la humanidad, que a la de la misma dignidad del hombre
y de la mujer, y su puesta en práctica, del respeto a la persona y a su libertad, de la
libertad religiosa, del reconocimiento de los derechos económicos, sociales y culturales:
“Hemos de sostener el derecho de todos los hombres a vivir, a poseer lo necesario para
llevar una existencia digna, a trabajar y a descansar, a elegir estado, a formar un hogar,
a traer hijos al mundo dentro del matrimonio y poder educarlos, a pasar serenamente
el tiempo de la enfermedad o de la vejez, a acceder a la cultura, a asociarse con los
demás ciudadanos para alcanzar fines lícitos, y, en primer término, a conocer y amar a
Dios con plena libertad, porque la conciencia –si es recta- descubrirá las huellas del
Creador en todas las cosas” 100.
Contestando en 1967 a una pregunta hecha por el periodista de una revista
universitaria, sobre si la Universidad puede admitir dentro de ella una actividad
política, S. Josemaría hizo una distinción entre dos sentidos de la palabra “política”;
después de haber precisado que en esto exponía su “modo personal de ver esta
cuestión, y no el del Opus Dei que, en todas las cosas temporales y discutibles, no
quiere ni puede tener opción alguna”, añadía: “me parece que sería preciso, en primer
lugar, ponerse de acuerdo sobre lo que significa política. Si por política se entiende
interesarse y trabajar a favor de la paz, de la justicia social, de la libertad de todos, en
ese caso, todos en la Universidad, y la Universidad como corporación, tienen
obligación de sentir esos ideales y de fomentar la preocupación por resolver los
grandes problemas de la vida humana. Si por política se entiende, en cambio, la
solución concreta a un determinado problema, al lado de otras soluciones posibles y
legítimas, en concurrencia con los que sostienen lo contrario, pienso que la Universidad
no es la sede que haya de decidir sobre esto” 101.
El concepto de “democracia” conlleva también esta dualidad de sentido, el segundo de
ellos refiriéndose a “democratismo” o a la ideología democrática; la ley de mayoría
viene a ser entonces el único criterio de determinación, no solamente del actuar, sino
también del ser del hombre, especialmente sus derechos fundamentales, según la
concepción materialista implícita del positivismo sociológico102. Como lo anota San
Josemaría en 1972, “las verdades de fe o de moral no se determinan por la mayoría de
las voces” 103.
Efectivamente, los dos principales problemas planteados por la puesta en práctica de
una democracia verdadera, a saber el respeto a los derechos fundamentales de la
persona humana, y el objetivo que consiste en procurar que, en cierta manera, los
gobernados se vuelvan gobernantes, chocan con prácticas regresivas en la mayoría de
los Estados contemporáneos. Como siempre lo ha subrayado el magisterio de la Iglesia,
el principio democrático debe someterse a la verdad esencial ontológica y moral del
hombre: dicho de otro modo, la democracia debe estar subordinada a los derechos del
hombre, y no al revés; ahora bien, nuestras sociedades contemporáneas multiplican la
referencia a los derechos humanos así como su extensión bajo formas jurídicas
perfeccionadas como modo de legitimación de su acción política, a la vez que atentan
contra algunos de sus derechos, como el respeto a la vida humana y a la dignidad de la
persona: “Así se llega a una vuelta a las consecuencias trágicas en un largo proceso
histórico que, después del descubrimiento de la idea de los “derechos humanos” –
como derechos innatos de toda persona, anteriores a cualquier constitución y a
cualquier legislación de los Estados -, se encuentra hoy ante una contradicción
sorprendente: en un tiempo en el que se proclama solemnemente los derechos
inviolables de la persona y en el que se afirma públicamente el valor de la vida, el
mismo derecho a la vida es prácticamente denegado y violado, especialmente en
aquellos momentos más significativos de la existencia que son el nacimiento y la
muerte” 104.
Este análisis de la realidad ética y política contemporánea realizada en 1995 por el papa
Juan Pablo II termina con la puesta en evidencia de la contradicción entre los dos
conceptos de la democracia: “Es el nefasto resultado de un relativismo que reina sin
encontrar oposición: el “derecho” deja de serlo porque ya no está fundado sólidamente
sobre la dignidad inviolable de la persona, sino que se le hace depender de la voluntad
del más fuerte. Así la democracia, a pesar de sus principios, se encamina hacia un
totalitarismo caracterizado. El Estado ya no es la “casa común” donde todos pueden
vivir según los principios de la igualdad fundamental, pero se transforma en Estado
tirano que pretende poder disponer de la vida de los más débiles y de los seres
indefensos, desde el niño aún no nacido hasta el anciano, en nombre de una utilidad
pública que no es, en realidad, otra cosa que el interés de algunos” 105. Así, el otro
objetivo de la democracia tampoco es alcanzado, a saber la participación más activa
posible de los ciudadanos gobernados a la responsabilidad de lo político.
c) La responsabilidad libre y activa de los ciudadanos
En efecto, la verdadera democracia nunca fue tanto un problema de estructuras
exteriores sino, más bien, problema de motivación y de movilización interior de los
ciudadanos. Ahora bien, la mayor preocupación de San Josemaría Escrivá sobre este
punto concierne al comportamiento de los católicos en la vida pública, como
ciudadanos. Es lo que le llevó a multiplicar en sus escritos, gran parte de ellos muy
anteriores al Concilio Vaticano II, exhortaciones dirigidas principalmente a laicos
cristianos para hacerles sentir la responsabilidad activa que deben asumir en su vida
social y política, como elemento fundamental de la fe y de la moral que profesan:
“Observa todos tus deberes cívicos, sin querer sustraerte al cumplimiento de ninguna
obligación; y ejercita todos tus derechos, en bien de la colectividad, sin exceptuar
imprudentemente ninguno. –También has de dar ahí testimonio cristiano” 106;
“cristiano: estás obligado a ser ejemplar en todos los terrenos, también como
ciudadano, en el cumplimiento de las leyes encaminadas al bien común” 107.
A la llamada a la ejemplaridad cara a los hombres, añade las obligaciones cara a Dios:
“Como cristiano, , tienes el deber de actuar, de no abstenerte, de prestar tu propia
colaboración para servir con lealtad, y con libertad personal, al bien común” 108; “los
hijos de Dios, ciudadanos de la misma categoría que los otros, hemos de participar “sin
miedo” en todas las actividades y organizaciones honestas de los hombres, para que
Cristo esté presente allí. Nuestro Señor nos pedirá cuenta estrecha si, por dejadez o
comodidad, cada uno de nosotros, libremente, no procura intervenir en las obras y en
las decisiones humanas, de las que dependen el presente y el futuro de la sociedad” 109.
Esta actuación ciudadana no se limita a una participación activa que consiste en prestar
ayuda al funcionamiento de las instituciones políticas, a la confección de las normas
públicas y de su difusión; puede también exigir la oposición, por medios legítimos, a
leyes contrarias a la moral natural y cristiana110, siempre que se haga bien la distinción
entre el amplio campo de las opiniones y aquel de las verdades fundamentales: “No
me olvides que, en los asuntos humanos, también los otros pueden tener razón: ven la
misma cuestión que tú, pero desde distinto punto de vista, con otra luz, con otra
sombra, con otro contorno. –Sólo en la fe y en la moral hay un criterio indiscutible: el
de nuestra Madre la Iglesia” 111.
Haciendo eco a estos textos del fundador del Opus Dei, un pasaje célebre de la
Constitución pastoral Gaudium el spes del Concilio Vaticano II indica en ciertos
cristianos “el divorcio entre la fe de la que se valen y el comportamiento diario de un
gran número de ellos” constituyendo uno de “los más graves errores de nuestro
tiempo”: “Se alejan de la verdad aquellos que, sabiendo que no disponemos aquí abajo
de ciudad permanente, sino que caminamos hacia la ciudad futura, creen poder, por
ello, descuidar sus tareas humanas, sin percibir que la misma fe, teniendo en cuenta la
vocación de cada uno, hace que sean un deber más apremiante aún. Pero no se
engañan menos aquellos que, al revés, creen poder entregarse de lleno a actividades
terrestres como si fueran enteramente ajenas a su vida religiosa –limitándose entonces
ésta, para ellos, al ejercicio del culto y a algunas obligaciones morales determinadas”
112.
Estos deberes morales no son únicamente obligaciones, pero llevan consigo un
atractivo natural que permiten al hombre dar gloria a Dios: “Ha querido el Señor que
sus hijos, los que hemos recibido el don de la fe, manifestemos la original visión
optimista de la creación, el “amor al mundo” que late en el cristianismo. –Por tanto, no
debe faltar nunca ilusión en tu trabajo profesional, ni en tu empeño por construir la
ciudad temporal” 113; este entusiasmo es también sobrenatural por el hecho de querer
participar en la redención de todas las realidades terrenas: “Muchas realidades
materiales, técnicas, económicas, sociales, políticas, culturales..., abandonadas a sí
mismas, o en manos de quienes carecen de la luz de nuestra fe, se convierten en
obstáculos formidables para la vida sobrenatural: forman como un coto cerrado y hostil
a la Iglesia. Tú, por cristiano –investigador, literato, científico, político, trabajador...-,
tienes el deber de santificar esas realidades. Recuerda que el universo entero –escribe el
Apóstol- está gimiendo como en dolores de parto, esperando la liberación de los hijos
de Dios” 114.
Este ciudadano cristiano “no es un apátrida” 115; igual que los otros hombres, pertenece
a una patria terrenal en su dimensión política, que debe amar porque es vivir una
virtud cristiana116 sin caer en el exceso ya denunciado del nacionalismo: “Ser “católico”
es amar a la Patria, sin ceder a nadie mejora en ese amor. Y, a la vez, tener por míos los
afanes nobles de todos los países. (...)¡Católico!; corazón grande, espíritu abierto” 117.
Esta fraternidad en el seno de la patria no se encierra en ella misma; abarca a la
humanidad entera para expresar la pertenencia a una familia de un mismo padre que
es Dios: “No en vano existe en el fondo del hombre una aspiración fuerte hacia la paz,
hacia la unión con sus semejantes, hacia el mutuo respeto de los derechos de la
persona, de manera que ese miramiento se transforme en fraternidad. Refleja una
huella de lo más valioso de nuestra condición humana: si todos somos hijos de Dios, la
fraternidad no se reduce a un tópico, ni resulta un ideal ilusorio: resalta como meta
difícil, pero real” 118.
Conclusión
“En realidad el misterio del hombre no se ilumina verdaderamente más que en el
misterio del Verbo encarnado. Adán, en efecto, el primer hombre, era la figura de
Aquel que debía venir, Cristo Señor. Nuevo Adán, Cristo, en la revelación misma del
misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre a sí mismo, y le
descubre la sublimidad de su vocación (...) Imagen del Dios invisible (Col. 1, 15), es el
Hombre perfecto que ha restaurado en la descendencia de Adán la semejanza divina,
alterada desde el primer pecado. Porque en Él la naturaleza humana ha sido asumida,
no absorbida; por el mismo hecho, esta naturaleza ha sido elevada en nosotros también
a una dignidad inigualable. Pues, por su Encarnación, el Hijo de Dios se ha unido, por
así decir, Él mismo, a todo hombre119. (...) Este pasaje de la Gaudium et spes, tan querido
de Juan Pablo II por su Cristocentrismo, ilumina bien el acercamiento de la actuación
social y política del hombre según San Josemaría Escrivá: no se trata tanto de
multiplicar un activismo estructural, sino más bien de producir un vuelco del
acercamiento? de lo político.
Se trata de volver a una revolución interior –la de los primeros cristianos- que no
puede ser animada más que por el encuentro de la libertad humana con la gracia
divina; se trata de colocar a Cristo en la cumbre de las actividades humanas120 para
transformar la sociedad, porque, es en una vida cristiana auténtica que hay que buscar
los efectos sociales esperados: “El fundamento de toda nuestra actividad como
ciudadanos –como ciudadanos católicos- está en una intensa vida interior: en ser, eficaz
y realmente, hombres y mujeres que hacen de su jornada un diálogo ininterrumpido
con Dios” 121. Si, como decía Pablo VI, “para conocer al hombre, al verdadero hombre,
al hombre integral, hay que conocer a Dios” 122, el objetivo de la promoción de cada
hombre y de todos los hombres, que constituye la finalidad del bien común, pasa por la
extensión libre, progresiva y pacífica de una concepción cristiana de la vida a escala de
la humanidad: “Esfuérzate para que las instituciones y las estructuras humanas en las
que trabajas y te mueves con pleno derecho de ciudadano, se conformen con los
principios que rigen una concepción cristiana de la vida. Así, no lo dudes, aseguras a
los hombres los medios para vivir de acuerdo con su dignidad, y facilitarás a muchas
almas que, con la gracia de Dios, puedan responder personalmente a la vocación
cristiana” (Forja, n. 718). He aquí algo que se asemeja mucho a la “civilización del
amor” 123 anunciada por Juan Pablo II.
Jean Luc Chabot
1. J. ESCRIVÁ, Conversaciones n. 28 y n. 39
2. A. del Portillo, “Entrevista sobre el fundador del Opus Dei”
3. El 16 de junio de 1950, fiesta del corazón sagrado de Jesús, Pío XII concede la
aprobación final del opus Dei.
4. El concepto de “religiones seculares” fue forjado por Raymond ARON desde 1945 en
su trabajo “la edad de los imperios y el futuro de Francia” en los términos siguientes:
“Propongo llamar “religiones seculares” las doctrinas que admiten los corazones de
nuestros contemporáneos …”
5. ACTOS, I, 1.
6. Sobre la formación doctrinal e intelectual del joven Josémaria ver a Andrès
VÁZQUEZ de PRADA, el Fundador del Opus Dei, Vida de Josémaria Escriva,
Volumen 1.
7. J. ESCRIVA, Forja, París, 1988, n. 633: La fidelidad al Romano Pontífice implica una
obligación clara y determinada: la de conocer el pensamiento del Papa, manifestado en
Encíclicas o en otros documentos, haciendo cuanto esté de nuestra parte para que todos
los católicos atiendan al magisterio del Padre Santo, y acomoden a esas enseñanzas su
actuación en la vida.Esta cita ilustra muy bien lo que El mismo SAN Josemaria había
practicado desde su infancia.
8. “Congregación para la doctrina de la fe”, Instrucción "Libertatis conscientia", 22 de
marzo de 1986, n. 72.
9. Ver particularmente la tesis reciente de E. GOYON, la política en el discurso
pontifical de la iglesia católica, Grenoble, 2000.
10 J. ESCRIVA, Surco Paris, 1987, n. 310.
11 J. ESCRIVA, Forja, Paris, 1988, n. 722.
12 J. ESCRIVA, Surco, Paris, 1987, n. 421.
13. S. Mateo, XXII, 21: "Reddite ergo, quae sunt Caesaris, Caesari, et, quae sunt Dei,
Deo".
14. S. Juan, XIX, 11: "Respondit Iesus:" "non haberes potestatem adversus me ullam, nisi
tibi esset datum desuper".
15. El magisterio de la Iglesia retiró, a la voluntad de las circunstancias que se
presentaban, consideraciones ontológicas, teológicas y éticas sobre la política y en la
historia contemporánea, el esfuerzo de síntesis está representado por tres encíclicas de
León XIII (Diuturnum, 1881; Immortale Dei, 1885; Libertas praestantissimum, 1888) y
por la Constitución Gaudium et spes, ya citada, del Concilio Vaticano II.
16.J. ESCRIVA, Surco, Paris, 1987, n. 290.
17 J. ESCRIVA, Amigos de Dios, Paris, 2000, 3° ed., n. 165
18 J. ESCRIVA, Id.
19 J. ESCRIVA, Amigos de Dios, n. 74 ;
20 J. ESCRIVA, Surco, Paris, 1987, n. 301.
21 J. ESCRIVA, Conversaciones, Paris, 1987, n. 90.
22 J. ESCRIVA, Conversaciones, Paris, 1987, n. 116.
23. CONCILIO VATICANO II, Gaudium et spes, n. 43 y 75.
24. J. ESCRIVA, Conversaciones, n. 26: "Desde el principio de la Obra, en 1928,
prediqué que la santidad no se reserva a privilegiados, sino que todos los caminos de la
tierra pueden ser divinos."
25. PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, (1976), n. 70; citado
posteriormente por Juan Pablo II en la exhortación apostólica Christfideles laici, (1988),
n. 23.
26 Juan, 18, 37.
27 Juan, 18, 36.
28 J. ESCRIVA, Es Cristo que pasa, Paris, 1975, n. 18.
29 J. ESCRIVA, Forja, Paris, 1988, n. 974.
30. Juan Pablo II reanuda la expresión de Raymond ARON en Centesimus annus, n. 25:
"la política se convierte en entonces una" religión secular "que cree construir el paraíso
en este mundo." Pero ninguna sociedad política, que posee su propia autonomía y sus
propias leyes, podrá nunca ser confundida con el Reino de Dios "."
31. K. MARX, El capital. La Pléyade, 1982: "el proceso de producción constituye el
proceso de creación y reproducción de la vida humana".
32. F. NIETZSCHE, El alegre conocimiento, Gallimard, París, 1967.
33. L. FEUERBACH, La esencia del cristianismo, 1840, trad. José Roy, 1864, p 27: "Es la
esencia del hombre que es el ser supremo..." El cambio de dirección de la historia será
el momento en que el hombre tomará conciencia de que el único Dios del hombre es el
hombre mismo. ¡Homo homini Deus! ".
34. J. ESCRIVA, Amar la Iglesia, París, 1993, pp 70 y 71: "Sucederá frecuentemente que
la parte de verdad defendida por toda ideología humana encuentra un eco o un
fundamento en la enseñanza tradicional de la Iglesia..." La Iglesia no es ni un partido
político, ni una ideología social, ni una organización mundial para la concordia o el
progreso material, aunque estas actividades y de otro de la misma clase tienen su
nobleza "." El magisterio de la Iglesia hace también esta misma distinción: PABLO VI
en Octogesima adveniens (1971) habla de la ideología como que puede basar en "una
doctrina verdadera y orgánica" mientras que JUAN XXIII, algunos años antes parece
utilizar por primera vez en Someter y Magistra (1961) el término en su sentido
"pesado" de doctrina que tiene la pretensión que salvar el hombre sin Dios.
35 Pio XII, Radio-message, 1941.
36 Pio XI, Mit brennender sorge, 14 mars 1937.
37 J. ESCRIVA, Forja, n. 974.
38 J. ESCRIVA, Surco, n. 933.
39. J. ESCRIVA, Conversaciones, París, 1987, n. 94: El hedonismo inspira hoy "las
teorías que hacen la limitación de los nacimientos un ideal o un deber universal o
simplemente general", teorías que el autor no duda en calificar "criminales,
anticristianas e infrahumanas..." Se llega a esta paradoja, que los países donde se hace
más el de propaganda en favor del control de natalidad - y de ahí se impone esta
práctica a otros países - se es los precisamente que alcanzaron el nivel de vida más
elevado ", lo que el Santo Escrivà no duda en calificar" neocolonialismo demográfico”
40. J. ESCRIVA, Forja, n. 23.
41. J. ESCRIVA, Camino, n. 395
42. ESCRIVA, Camino, n. 463
43. J-L. CACHO, Marxismo y papado, Diccionario histórico del papado bajo el dir. De
Philippe LEVILLAIN, Haya, París, 1994.
44 J. ESCRIVA, Amigos de Dios, n. 171.
45 J. ESCRIVA, Forja, n. 879.
46 J. ESCRIVA, Surco, n. 315.
47 J. ESCRIVA, Surco, n. 316.
48 J. ESCRIVA, Es Cristo que pasa, n. 13; ver también la universalidad de la caridad en
Amigos de Dios, n. 230: "El amor del que hablamos no tiene nada que ver con una
actitud sentimental ni con el simple compañerismo, o con la intención un tanto
ambigua de ayudar a los otros nos para probar a nosotros mismos que suyo somos
superiores." Consiste en vivir con nuestro próximo, en venerar, insisto, la imagen de
Dios él mismo que se encuentra en cada hombre, ayudándolo a contemplarlo, para que
a su vez sepa ir dirigido al Cristo ".
49. Juan Pablo II.
50. H. de LUBAC, El drama del humanismo ateo, ED Spes, París, 1945: en particular, el
2° parte titulada "Auguste Comte y el cristianismo". Ver también los capítulos XI y XII
de J. MARITAIN, la filosofía moral, Examen histórico y crítico los grandes sistemas,
Gallimard, París, 1960. Una reflexión filosófica profunda sobre el pensamiento del
marqués de Condorcet puede encontrarse en J-A. RIESTRA, Condorcet: Esbozo de un
cuadro historico de los progresos del espiritu humano, E.M.E.S.A., Madrid, 1978.
51 J. ESCRIVA, Es Cristo que pasa, n. 123.
52 J. ESCRIVA, Camino, n. 353.
53 J. ESCRIVA, Camino, n. 849.
54 S. Juan, 8, 32.
55. J. ESCRIVA, Amigos de Dios, n. 38; ver también en una formulación idéntica
Conversaciones n. 73: "de ahí se sigue que el estudio de la religión es una necesidad
fundamental."
56 J. ESCRIVA, Surco, n. 945.
57 J. ESCRIVA, Surco, n. 128.
58 J. ESCRIVA, Surco n. 754.
59 J. ESCRIVA, Conversaciones, n. 44.
60 J. ESCRIVA, Es Cristo que pasa, n. 74.
61 J. ESCRIVA, Forja, n. 85.
62 J. ESCRIVA, Camino, n. 301.
63 J. ESCRIVA, Amigos de Dios, n. 4.
64 J. ESCRIVA, Surco, n. 131.
65 J. ESCRIVA, Forge, n. 102.
66 J. ESCRIVA, Forja, n. 572.
67 J. ESCRIVA, Es Cristo que pasa, n. 184.
68 J. ESCRIVA, Conversaciones, n. 53.
69 J. ESCRIVA, Forja, n. 259.
70 J. ESCRIVA, Conversaciones, n. 33.
71. CONCILIO VATICANO II, Gaudium y spes, n. 17: "... la verdadera libertad está en
el hombre una señal privilegiada de la imagen divina." Ya que Dios quiso "dejarlo a su
propio consejo" (si 15, 14) para que pueda de sí mismo buscar su Creador y,
adhiriéndose libremente él, acabarse en una bienaventurada plenitud. "Ver también
Juan- PABLO II, Veritatis splendor, n. 38."
72 J. ESCRIVA, Es Cristo que pasa, n. 183.
73 J. ESCRIVA, Es Cristo que pasa, n. 74.
74 J. ESCRIVA, Surco, n. 401.
75 J. ESCRIVA, Conversaciones, n. 50.
76 J. ESCRIVA, Amigos de Dios n. 11.
77 J. ESCRIVA, Conversaciones, n. 77.
78 J. ESCRIVA, Surco, n. 275.
79 J. ESCRIVA, Amigos de Dios, n. 11.
80 J. ESCRIVA, Conversaciones, n. 98.
81 J. ESCRIVA, Conversaciones, n. 48.
82 J. ESCRIVA, Surco, n. 313.
83 J. ESCRIVA, Surco, n. 398.
84. J. ESCRIVA, Forja, n. 1045: "No es de mejor soberanía que de saberse al servicio de
algún uno:" ¡al servicio voluntario de todos los almas! - Por ello se obtienen los grandes
honores: los de la tierra y los del Cielo. "
85 J. ESCRIVA, Surco, n. 397.
86 J. ESCRIVA, Conversaciones, n. 73.
87 J. ESCRIVA, Surco, n. 969.
88. PIE XI, (1931): "así como no se pueden retirar a los particulares, para transferirlos a
la comunidad, las atribuciones de las cuales son capaces de pagarse de su sola
iniciativa y por sus propios medios, así sería cometer una injusticia, al mismo tiempo
que perturbar de manera muy perjudicial el orden social, que de retirarse a las
agrupaciones de carácter inferior, para confiarlos a una colectividad más extensa y de
una fila más elevada, las funciones que ellos mismos están en condiciones de llenar."
89 J. ESCRIVA, Conversaciones, n. 79.
90 CONCILIO VATICANO II, Gaudium y spes, n. 74; citado también en el Catecismo
de la Iglesia Católica, n. 1901.
91 de PIO XII, Mensaje del 24 de diciembre de 1944 a Juan Pablo II, entre otras cosas
referencias: Discurso parlamentarios peregrinos del año santo, 10-XI-1983, Alocución a
Presidentes de los Parlamentos de la Comunidad Europea, 26-XI-1983 o también,
Alocución ante el Tribunal europeo de los derechos humanos, Estrasburgo, 8-X-1988.
92 J-L. CACHO.
93. Juan Pablo II, Centesimus annus, n. 46.
94. J. ESCRIVA, Via Crucis, París, 1983: "... para que, quienes no se hacen de un puñado
de lodo, puedan finalmente vivir en libertatem gloriae filiorum Dei, en la libertad y la
gloria de los niños de Dios", Prólogo, p. 17.
95. Se trata sobre todo de la Declaración universal de los derechos humanos de 1' ONU
de 1948 y del Convenio europeo de los derechos humanos de 1950: para más detalle
ver J-L. CACHO, la doctrina social de la Iglesia y los derechos humanos, Anales
Theologici, Vol. 13, anno 1999, fasc. 1. p. 189 y s.
96 J. ESCRIVA, Es Cristo que pasa, n. 184.
97 J. ESCRIVA, Amigos de Dios, n. 170.
98 Par exemple, J. ESCRIVA, Surco, n. 302.
99 Par exemple, J. ESCRIVA, Forja, n. 152.
100 J. ESCRIVA, Amigos de Dios, n. 171.
101 J. ESCRIVA, Conversaciones, n. 76.
102. Por "positivismo sociológico" se entiende la concepción del hombre y la sociedad
según la cual el evolucionismo presidiría a todos los órdenes de la vida humana,
incluida la moral, y las leyes de la sociedad deberían adaptarse constantemente a esta
evolución, legitimada por la simple comercialización cronológica del tiempo según una
perspectiva de progreso indefinido y regular.
103 J. ESCRIVA, Amar a la Iglesia, el Laurel, París, 1993..
104 Juan- PABLO II, Carta encíclica Evangelium v, n. 18..
105 Juan- PABLO II, Evangelium v, n. 20.
106 J. ESCRIVA, Forja, n. 697.
107 J. ESCRIVA, Forja, n. 695.
108 J. ESCRIVA, Forja, n. 714.
109 J. ESCRIVA, Forja, n. 715.
110 J. ESCRIVA, Forja, n. 465
111 J. ESCRIVA, Surco, n. 275.
112 CONCILE VATICAN II, Gaudium et spes, n. 43.
113 J. ESCRIVA, Forja, n. 703.
114 J. ESCRIVA, Surco, n. 311.
115 J. ESCRIVA, Es Cristo que pasa, n. 99.
116 J. ESCRIVA, Surco, n. 315.
117 J. ESCRIVA, Camino, n. 525.
118 J. ESCRIVA, Amigos de Dios, n. 233.
119 CONCILIO VATICANO II, Gaudium et spes, n. 22.
120 J. ESCRIVA, Amigos de Dios, n. 58.
121 J. ESCRIVA, Forja, n. 572.
122 Cita de PABLO VI recogida por Juan- PABLO II en Centesimus annus, n. 55.
123 J. ESCRIVA, Forja, n. 718.

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Libertad y politica en los escritos de san josemaria escriva

  • 1. Libertad y política en los escritos de san Josemaría Escrivá Artículo de Jean Luc Chabot, Profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Mendès France (Grenoble - Francia). Publicado en las Actas del Congreso "La grandeza de la vida ordinaria" celebrado en Roma del 8 al 11 de enero de 2002. Volumen III. La dignidad de la persona humana, Edizioni Universitá della Santa Croce, 2003, pp. 143-167. 1. Introducción “El Opus Dei no interviene para nada en política; es absolutamente ajeno a cualquier tendencia, grupo o régimen político, económico, cultural o ideológico. Sus fines – repito- son exclusivamente espirituales y apostólicos. De sus socios exige sólo que vivan en cristiano, que se esfuercen por ajustar sus vidas al ideal del Evangelio. No se inmiscuye, pues, de ningún modo en las cuestiones temporales. No sólo nos asociamos exclusivamente para fines sobrenaturales, sino porque si alguna vez un miembro del Opus Dei intentara imponer, directa o indirectamente, un criterio temporal a los demás socios, o servirse de ellos para fines humanos, saldría expulsado sin miramientos, porque los demás socios se rebelarían legítimamente, santamente”1. Estas palabras concretas y claras de S. Josemaría Escrivá resumen una afirmación permanente y reiterada desde el 2 de octubre de 1928 de parte de aquel que fundó el Opus Dei, así como por sus sucesores al frente de la Prelatura; están acompañadas hoy de una realidad perceptible y comprobable a escala planetaria, ya que los fieles y cooperadores de la Prelatura2 se cuentan por centenares de miles, de prácticamente todas las culturas humanas existentes y de cerca de un centenar de países diferentes: esta universalidad efectiva, pacífica y duradera sólo puede ser la expresión de un soplo religioso, aquel mismo que lleva el nombre de universal, a saber la Iglesia católica. La persistencia en ciertos medios de comunicación de una mitomanía que intenta a toda costa asociar a tal o cual tendencia política esta institución aprobada definitivamente por la Santa Sede desde hace más de cincuenta años 3, es para muchos uno de los mayores defectos del siglo que ha terminado; y es que éste no ha cesado de confundir religión y política, transponiendo en el orden político lo que compete al religioso y, recíprocamente, abordando la religión con criterios y categorías tomadas de lo político: ideologías totalitarias y secularización. El Opus Dei ha nacido y ha crecido en el apogeo del fenómeno de las “religiones seculares” 4, esos sustitutos inmanentizados de la fe cristiana, mesianismos materialistas cuyos intentos de realizaciones destructivas de la humanidad han prosperado en el contexto de un proceso antiguo de descristianización de las instancias dirigentes de las sociedades occidentales. Desde entonces, no puede más que contrariar a los que son hostiles a la fe cristiana verdaderamente vivida y a aquellos que se han forjado unos “cristianismos imaginarios”, formas atrofiadas y desnaturalizadas de la plenitud del mensaje de Cristo. ¿Es por ello que la política no tiene ningún sitio en los escritos de San Josemaría? El concepto de política refiriéndose a una parte de la antropología humana en su dimensión social no puede ser objeto de un total desinterés por parte de aquel cuya espiritualidad reside principalmente en “la santificación del trabajo ordinario”; esta espiritualidad, que pretende la sobrenaturalización de la vida ordinaria y corriente a imitación de los primeros cristianos, concierne al hombre “normal” que es a la vez ciudadano de tal o tal sociedad humana. S. Josemaría Escrivá ha predicado siempre el
  • 2. terminar lo mejor posible todas las tareas como forma laica de alabanza a Dios y a imagen del divino maestro “qui coepit facere et docere”5. Por ello, en su propia formación, y aún6 antes de saber a qué le llamaba Dios exactamente, y luego más aún, intentó estudiar a fondo todas las disciplinas eclesiásticas y profanas por las cuales se ponía al servicio de Dios y de los hombres: la filosofía, la teología, la historia y el derecho7. Sus enseñanzas y sus escritos ulteriores reflejan un conocimiento pleno y profundo del magisterio de la Iglesia, especialmente de esta parte de la teología moral relacionada con otras disciplinas eclesiásticas y profanas que se llama “la doctrina social de la Iglesia”. Entre varias definiciones que la misma Iglesia ha proporcionado de su enseñanza sobre la dimensión social de la actuación humana, la que sigue parece muy completa: “La enseñanza social de la Iglesia nació del encuentro del mensaje evangélico y de sus exigencias resumidas en el mandamiento supremo del amor de Dios y del prójimo y en la justicia con los problemas procedentes de la vida de la sociedad. Esta enseñanza que se ha constituido como una doctrina, utilizando recursos de la sabiduría y de las ciencias humanas, se refiere al aspecto ético de esta vida, y tiene en cuenta los aspectos técnicos de los problemas, pero siempre para juzgarlos bajo el ángulo moral” 8. Ahora bien, entre los elementos que constituyen la dimensión social del actuar humano, se encuentra el político, que fue objeto, por parte del magisterio de la Iglesia universal, de una enseñanza sistemáticamente retomada a partir del pontificado de León XIII dentro de una perspectiva teológica y pedagógica, frente a un mundo moderno desconcertado9. Desde los años treinta, San Josemaría está persuadido de que una de las causas de la descristianización de la vida pública en numerosos países europeos, y del declive de la Iglesia, es la pasividad de los católicos frente a las responsabilidades sociales y políticas. Es lo que le lleva a poner por escrito aquello que es objeto, simultáneamente, de sus consejos pastorales y de su predicación, y que se publicará mucho más tarde en Surco y Forja, siguiendo el estilo de Camino; se trata de crear una amplia movilización de los cristianos, insistiendo de manera constante y repetida sobre el deber de participación e intervención de estos “ciudadanos cristianos”, como les llama, en las tareas de la sociedad: “No podemos cruzarnos de brazos, cuando una sutil persecución condena a la Iglesia a morir de inedia, relegándola fuera de la vida pública y, sobre todo, impidiéndole intervenir en la educación, en la cultura, en la vida familiar. No son derechos nuestros: son de Dios, y a nosotros, los católicos, Él los ha confiado...¡para que los ejercitemos!” 10. Esta movilización pretende difundir la doctrina social de la Iglesia y practicarla: “Hoy se ataca a nuestra Madre la Iglesia en lo social y desde el gobierno de los pueblos. Por eso envía Dios a sus hijos -¡a ti!- a luchar, y a difundir la verdad en esas tareas” 11. Pero como siempre en los escritos del Santo, la referencia es Cristocéntrica; es Cristo, plenitud de la humanidad la medida y el modelo de esta implicación social y política del cristiano: “Sería lamentable que alguno concluyera, al ver desenvolverse a los católicos en la vida social, que se mueven con encogimiento y capitidisminución. No cabe olvidar que nuestro Maestro era -¡es!- perfectus Homo –perfecto Hombre” 12.. En su profundo conocimiento de la enseñanza pontificia sobre las cuestiones sociales y políticas, que se trasluce en sus escritos, San Josemaría parece subrayar muy particularmente dos aspectos: volver a poner en su sitio a la esfera de lo político
  • 3. restaurando la ética cristiana como instancia esencial determinante de la suerte individual y colectiva de la humanidad, por una parte; volver a poner en su sitio a los actores de lo político, otorgándoles más responsabilidad, limitativa para los gobernantes y participativa para los gobernados, por otra parte. 2. El lugar de lo político en la vida humana: subsidiariedad con relación a los fines últimos y a la ética vivida a) Política de los Evangelios Desde hace veinte siglos, el pensamiento político no ha dejado de buscar en esos cuatro relatos de la vida de Cristo que son los Evangelios los elementos de una “política cristiana”, de una concepción cristiana de la política. La atención se ha focalizado principalmente en algunos breves pasajes de la vida de Cristo, especialmente el “Reddite Caesari” 13. (la paga del impuesto) y el “omnis potestas a Deo” 14 (el recurso a la pena capital) en el momento de la Pasión, con interpretaciones a veces discutibles hechas por autores que no han leído el conjunto de los Evangelios, y sobre todo, que no han intentado vivir verdaderamente su contenido. Los comentarios de San Josemaría sobre estos textos vuelven a tomar los del magisterio de la Iglesia15, introduciendo la especificidad de una mentalidad laica que ama al mundo apasionadamente16. En cuanto al “Dad pues al Cesar...” la explicación reside en la no-contradicción entre servir a Dios y servir a los hombres constituidos en autoridad política: “Ya veis que el dilema es antiguo, como clara e inequívoca es la respuesta del Maestro. No hay –no existe- una contradicción entre el servicio a Dios y el servicio a los hombres; entre el ejercicio de nuestros deberes y derechos cívicos, y los religiosos; entre el empeño por construir y mejorar la ciudad temporal, y el convencimiento de que pasamos por este mundo como camino que nos lleva a la patria celeste” 17. El concepto original que resume el hecho de que toda realidad humana –incluso las estructuras políticas inventadas por los hombres- ha salido de las manos de Dios y mantenida en el ser, es el de “la unidad de vida”: “También aquí se manifiesta esa unidad de vida –no me cansaré de repetirlo- es una condición esencial para los que intentan santificarse en medio de las circunstancias ordinarias de su trabajo, de sus relaciones familiares y sociales... La elección exclusiva que de Dios hace un cristiano, cuando responde con plenitud a su llamada, le empuja a dirigir todo al Señor y, al mismo tiempo, a dar también al prójimo todo lo que en justicia le corresponde” 18. El cumplimiento de los derechos y deberes cívicos forma parte del servicio a Dios, es una parte del todo que es debido a Dios, y sólo a Dios, tanto individual como colectivamente: “Cierta mentalidad laicista y otras maneras de pensar que podríamos llamar pietistas, coinciden en no considerar al cristiano como hombre entero y pleno. Para los primeros, las exigencias del Evangelio sofocarían las cualidades humanas; para los otros, la naturaleza caída pondría en peligro la pureza de la fe. El resultado es el mismo: desconocer la hondura de la Encarnación de Cristo, ignorar que el Verbo se hizo carne, hombre, y habitó en medio de nosotros” 19; no es ni el laicismo que ignora los derechos legítimos de la Iglesia, ni el clericalismo que subordina los derechos, también tan legítimos, del Estado: “No es verdad que haya oposición entre ser buen católico y servir fielmente a la sociedad civil. Como no tienen por qué chocar la Iglesia y el Estado, en el ejercicio legítimo de su autoridad respectiva, cara a la misión que Dios les ha confiado. Mienten -¡así: mienten!- los que afirman lo contrario. Son los mismos que, en aras de una falsa libertad, querrían “amablemente” que los católicos volviéramos a las catacumbas” 20.
  • 4. Ese rechazo del dualismo, que implicaría colocar al Cesar al nivel de Dios, nos ha aportado, gracias a San Josemaría, a la vez una definición de la política como servicio y la llamada a la necesaria intersección entre la política y la ética en la definición jurídica y social de los derechos fundamentales de la persona humana: “Igual que al hombre, cuando la mujer haya de ocuparse en una actividad política, su fe cristiana le confiere la responsabilidad de realizar un auténtico apostolado, es decir, un servicio cristiano a toda la sociedad. No se trata de representar oficial u oficiosamente a la Iglesia en la vida pública, y menos aún de servirse de la Iglesia para la propia carrera personal o para intereses de partido. Al contrario, se trata de formar con libertad las propias opiniones en todos estos asuntos temporales donde los cristianos son libres, y de asumir la responsabilidad personal de su pensamiento y de su actuación, siendo siempre consecuente con la fe que se profesa” 21. El comentario sobre la contestación de Cristo a Pilatos respecto al poder político que tiene, subraya no solamente su origen divino, pero también su bondad ontológica y el carácter santificable de su ejercicio, como el de toda actividad humana noble, rechazando una vez más la tentación dicotómica que consiste en confundir el mundo en sí mismo con la actitud mundana: “Un hombre sabedor de que el mundo –y no sólo el templo- es el lugar de su encuentro con Cristo, ama ese mundo, procura adquirir una buena preparación intelectual y profesional, va formando –con plena libertad- sus propios criterios sobre los problemas del medio en que se desenvuelve; y toma, en consecuencia, sus propias decisiones que, por ser decisiones de un cristiano, proceden además de una reflexión personal, que intenta humildemente captar la voluntad de Dios en esos detalles pequeños y grandes de la vida” 22. De este texto de 1967 se hace eco la exhortación apostólica “Evangelii nuntiandi” de Pablo VI que confirmará algunos años más tarde, en eco a la Constitución Gaudium et spes23 de Vaticano II, estos “caminos divinos de la tierra” 24 para la inmensa mayoría de los laicos: “el propio campo de la actividad evangelizadora de los laicos es el mundo, amplio y complicado, de la política, de la realidad social, de la economía; como también el de la cultura, de la ciencia y del arte, de la vida internacional, de los instrumentos de comunicación social... Cuantos más laicos haya, llenos de espíritu evangélico, responsables de estas realidades y explícitamente entregados a ellas, competentes en la tarea de su desarrollo y conscientes de la obligación que les incumbe de desarrollar toda su capacidad cristiana, hasta ese momento mantenida escondida y sofocada tan frecuentemente, entonces estas realidades, sin perder nada ni sacrificar nada de su coeficiente humano, sino revelando una dimensión trascendente a menudo ignorada, se encontrarán al servicio de la edificación del Reino de Dios, y de la Salvación en Jesucristo, 25 pues.” Más allá de estas dos referencias al pago del impuesto y al ejercicio de una justicia de sangre, el lugar conferido a lo político por el comportamiento y las enseñanzas de Cristo demuestra una actividad humana entre otras, dotada de cierta importancia, pero que no debe en ningún caso ser sacralizada o deseada de manera que sustituya la Divinidad. Toda la vida de Cristo manifiesta la voluntad divina de la normalidad, de seguir las leyes físicas, morales y humanas legítimas de las que Él mismo es autor, de “adoptar” la naturaleza humana en todo menos en el pecado, de pasar desapercibido a través de una condición social humilde: el nacimiento en el pesebre de Belén, los treinta años de vida como hijo y modesto trabajador manual en Egipto y en Nazaret. Todo salvo la teatralidad, el espectáculo, la búsqueda de notoriedad, el poder y la gloria que acompañan habitualmente el ejercicio de poder político, para Él que era verdaderamente rey26, pero de un reino que no es de este mundo27: “Cristo fue humilde
  • 5. de corazón. A lo largo de su vida no quiso para Él ninguna cosa especial, ningún privilegio. Comienza estando en el seno de su Madre nueve meses, como todo hombre, con una naturalidad extrema... La Navidad está rodeada también de sencillez admirable: el Señor viene sin aparato, desconocido de todos. En la tierra sólo María y José participan en la aventura divina. Y luego aquellos pastores, a los que avisan los ángeles. Y más tarde aquellos sabios de Oriente. Así se verifica el hecho trascendental, con el que se unen el cielo y la tierra, Dios y el hombre” 28. b) “El gigante de las falsas ideologías” La matriz cristiana que forjó la historia de la civilización europea conoció períodos de aplazamientos y de desnaturalización: lo que se ha acordado llamar la “modernidad” a partir de los siglos XVI y XVII ha engendrado este fenómeno ya mencionado de “religiones seculares” 30, de idolatría de elementos de la vida humana, en lugares y sitios de la adoración divina. Es en el ámbito de lo político precisamente que este proyecto de transformación del hombre por sí mismo en una salvación colectiva31, se ha desarrollado desde los pensamientos de Maquiavelo y de Hobbes hasta el deterioro de estas “ideas políticas” en los dos últimos decenios del siglo XX. La doctrina social de la Iglesia, desde Pío VI, contemporáneo de la Revolución francesa, hasta Juan Pablo II, contemporáneo de la caída del comunismo, no ha cesado de denunciar los errores y los peligros de tal gestión; paradójicamente, cierto humanismo engendró exactamente lo contrario, el formidable anti-humanismo de los sistemas totalitarios nacidos de las aplicaciones de estas ideologías políticas: el tema de Nietzsch de la “muerte de Dios” 32 anunciado por Feuerbach33, arrastró el de la muerte del hombre; de ello da testimonio la suma difícilmente calculable de las matanzas del siglo XX. San Josemaría acompaña esta denuncia de las ideologías anti-cristianas y anti-humanas haciendo la distinción entre los dos sentidos habitualmente otorgados al concepto: un primer sentido refiriéndose a la construcción cultural de una representación del mundo que procede del genio natural del hombre34; un segundo sentido que equivale a la idea de “sucedáneo religioso” 35, dando lugar a un “culto idolátrico” 36. Por ello, en escritos que tienen por objeto fomentar en el lector un celo interior y apostólico, habla de las “falsas ideologías”: “Los enemigos de Jesús –y algunos que se dicen sus amigos -, cubiertos con la armadura de la ciencia humana, empuñando la espada del poder, se ríen de los cristianos como el filisteo se reía de David, despreciándole. También ahora caerá por tierra el Goliat del odio, de la falsía, de la prepotencia, del laicismo, del indiferentismo...; y entonces, herido el gigantón de esas falsas ideologías por las armas aparentemente débiles del espíritu cristiano –oración, expiación, acción -, le despojaremos de la armadura de sus erróneas doctrinas, para revestir a nuestros hermanos los hombres con la verdadera ciencia: la cultura y la práctica cristiana” 37. Estas ideologías políticas que se han apoderado del campo de las postrimerías atentan contra la fe, hipertrofiando tal o cual segmento de la realidad de la sociedad: “...el fanatismo de los sectarios –porque no guarda relación con la verdad- cambia en cada tiempo de vestidura, alzando contra la Santa Iglesia el espantajo de meras palabras, vacías de contenido por sus hechos: “libertad”, que encadena; “progreso”, que devuelve a la selva; “ciencia”, que esconde ignorancia... Siempre un pabellón que encubre vieja mercancía averiada” 38Ahora bien, estas mercancías averiadas se denominan marxismo, liberalismo individualista, transformándose con terminología contemporánea en hedonismo, progresismo, nacionalismo, laicismo.
  • 6. El marxismo y el hedonismo39 son en primer lugar profundamente negadores de la persona humana y de sus derechos más elementales: “Una ola sucia y podrida –roja y verde- se empeña en sumergir la tierra, escupiendo su puerca saliva sobre la Cruz del Redentor... Y Él quiere que de nuestras almas salga otra oleada –blanca y poderosa, como la diestra del Señor -, que anegue, con su pureza, la podredumbre de todo materialismo y neutralice la corrupción, que ha inundado el Orbe: a eso vienen –y a más- los hijos de Dios” 40. La intransigencia41 con respecto a las doctrinas, que la fuerza de estas palabras demuestra, es a la vez acompañada de una total comprensión con respecto a las personas que pueden profesarlas42. En conformidad con la enseñanza constante de la Iglesia desde mediados del siglo XIX43; el marxismo es rechazado por su incompatibilidad con la fe cristiana: “¿Existe algo más opuesto a la fe que un sistema que todo lo basa en eliminar del alma la presencia amorosa de Dios? Gritadlo muy fuerte, de modo que se oiga claramente vuestra voz: para practicar la justicia, no precisamos del marxismo para nada” 44; este texto tiene fecha de noviembre de 1963, en el apogeo del prestigio intelectual del marxismo y del poder del comunismo mundial. Lo mismo ocurre con el nacionalismo: “Rechaza el nacionalismo, que dificulta la comprensión y la convivencia: es una de las barreras más perniciosas de muchos momentos históricos” 45; “...si el patriotismo se convierte en un nacionalismo que lleva a mirar con desapego, con desprecio –sin caridad cristiana ni justicia- a otros pueblos, a otras naciones, es un pecado” 46. “No es patriotismo justificar delitos... y desconocer los derechos de los demás pueblos” 47. Esta denuncia es, con mayor motivo, más fuerte aún en cuanto al nazismo, que es una mezcla de racismo y nacionalismo, por parte de aquel que siempre ha proclamado que: “No hay más que una raza en la tierra: la raza de los hijos de Dios” 48. Ideologías con pretensiones menos totalitarias, no por ello atentan menos contra la fe y los derechos fundamentales de la persona humana, ya que es en Cristo que reside la plenitud de la humanidad y que, como varios Papas lo han afirmado, “el Evangelio es la declaración más acabada de todos los derechos del hombre” 49. Se trata en primer lugar del progresismo, tal como Condorcet o Auguste Comte50 lo han promovido en la era moderna: “No podemos dejarnos engañar por el mito del progreso continuo e irreversible. El progreso rectamente ordenado es bueno y querido por Dios. Pero aquel del que más se habla es ese falso progreso que ciega a tantos hombres, porque a menudo, no se da uno cuenta de que, en ciertos ámbitos, la humanidad retrocede y pierde aquello que había adquirido anteriormente” 51. Este progresismo se asemeja a veces al laicismo, que intenta hacer creer, en nombre de una neutralidad antropocéntrica y racionalista imaginaria, que no es él mismo un cuerpo de doctrina ideológica con tendencia a negar la realidad de Dios y de la religión: “Aconfesionalismo. Neutralidad. – Viejos mitos que intentan siempre remozarse. ¿Te has molestado en meditar lo absurdo que es dejar de ser católico, al entrar en la Universidad o el la Asociación profesional o en la Asamblea sabia o en el Parlamento, como quien deja el sombrero en la puerta?” 52; el indiferentismo del siglo de las luces no es ajeno a ello: “...parece mentira que aún haya gente empeñada en creer que es buen medio de locomoción la diligencia... –Esto, para los que renuevan volterianismos de peluca empolvada, o liberalismos desacreditados del XIX” 53. El objetivo buscado por San Josemaría Escrivá, al destacar el carácter ilusorio de estos falsos mesianismos que han invadido el campo de la vida social y política de las sociedades modernas, es sobre todo el de volver a centrar los espíritus en la única instancia verdaderamente decisiva de la salvación individual y colectiva de la humanidad que es la fe cristiana vivida: veritas liberabit vos 54.
  • 7. c) Primacía revolucionaria de lo espiritual La religión en sí es una rebeldía, “la mayor rebeldía del hombre que no tolera vivir como una bestia, que no se conforma –no se aquieta- si no trata y conoce al Creador” 55. Esta rebeldía del hombre natural es la revolución del ciudadano cristiano: “Si los cristianos viviéramos de veras conforme a nuestra fe, se produciría la más grande revolución de todos los tiempos... ¡La eficacia de la corredención depende también de cada uno de nosotros! –Medítalo” 56. Pero para eso, no basta ser bueno, hay que entregarse en la búsqueda efectiva de la santidad: “Hoy no bastan mujeres u hombres buenos. –Además, no es suficientemente bueno el que sólo se contenta con ser casi... bueno: es preciso ser “revolucionario”. Ante el hedonismo, ante la carga pagana y materialista que nos ofrecen, Cristo quiere ¡anticonformistas!, ¡rebeldes de Amor!” 57. Como lo han presentido numerosos autores, incluso no cristianos, las revoluciones políticas no son más que representaciones teatrales colectivas y exteriores de una carencia de conversión y de luchas interiores, único campo real de transformación de los hombres y del mundo: “Tomé nota de las palabras de aquel obrero, que comentaba entusiasmado después de participar en esa reunión, que promoviste: “nunca había oído hablar, como se hace aquí, de nobleza, de honradez, de amabilidad, de generosidad...” –Y concluía asombrado: frente al materialismo de izquierdas o de derechas, ¡esto es la verdadera revolución!” 58. Esta revolución rechaza toda violencia que no parezca “apta ni para convencer ni para vencer” 59. Se fundamenta en el ejercicio de una libertad personal que acepta la idea de que la vida en la tierra es un combate, una lucha entendida “como Cristo nos ha enseñado: como guerra de cada uno consigo mismo, como esfuerzo siempre renovado de amar más a Dios, de desterrar el egoísmo, de servir a todos los hombres” 60. La afirmación recurrente de San Josemaría es el enunciado de una ley real y sobrenatural a la vez, experimentalmente vivida: el considerable alcance social y político de los actos individuales moralmente buenos, o también, los efectos sociales exteriores de una vida cristiana interior auténtica: “Inculcad en las almas el heroísmo de hacer con perfección las pequeñas cosas de cada día: como si de cada una de esas acciones dependiera la salvación del mundo” 61. Es lo que expresa de manera sumamente sintética uno de los puntos más célebres de Camino: “Un secreto. – Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos. –Dios quiere un puñado de hombres “suyos” en cada actividad humana. –Después... pax Christi in regno Christi – la paz de Cristo en el reino de Cristo” 62; y el autor confirmará treinta años más tarde este mismo diagnóstico: “En esta época de desmoronamiento general, de cesiones y desánimos, o de libertinaje y anarquía, me parece todavía más actual aquella sencilla y profunda convicción que, en los comienzos de mi labor sacerdotal, y siempre, me ha consumido en deseos de comunicar a la humanidad entera: estas crisis mundiales son crisis de santos” 63. Así, la transformación del mundo y el perfeccionamiento de la humanidad están al alcance de cada hijo de vecino, y no dependen principalmente de estructuras lejanas e inaccesibles al simple ciudadano: “¡Qué afán tienen muchos de reformar! ¿No sería mejor que nos reformáramos todos, cada uno, para cumplir fielmente lo que está mandado?” 64; “Siempre están los hombres haciendo paces, y siempre andan enzarzados con guerras, porque han olvidado el consejo de luchar por dentro, de acudir al auxilio de Dios, para que Él venza, y conseguir así la paz en el propio yo, en el propio hogar, en la sociedad y en el mundo” 65. Es por lo que el consejo ascético
  • 8. adquiere una dimensión política, en el sentido amplio y noble del término, en el sentido de la enseñanza social de la Iglesia; “El fundamento de toda nuestra actividad como ciudadanos –como ciudadanos católicos- está en una intensa vida interior: en ser, eficaz y realmente, hombres y mujeres que hacen de su jornada un diálogo ininterrumpido con Dios” 66. Este volver a centrarse la política en la responsabilidad espiritual y moral personal de los ciudadanos, nos conduce a examinar de nuevo el lugar y las funciones respectivas de los dos grandes actores de lo político: los ciudadanos gobernantes y los ciudadanos gobernados. 3. El lugar de los actores de lo político: al servicio de la persona humana y de su realización por el ejercicio de una libertad responsable Lo que más choca en las enseñanzas escritas y orales, como en el comportamiento de S. Josemaría Escrivá, es su apego fuera de lo corriente a la libertad de la persona humana y, simultáneamente, a una fe viva en Cristo poco común, y cuyo celo ardiente era comunicativo: esta fusión entre fe y libertad, entre cristianismo integral y pluralismo fraternal constituyen innegablemente uno de los rasgos más sorprendentes de su personalidad, y le hacen precursor de una nueva cristiandad dentro del pluralismo de las sociedades abiertas y democráticas. Es lo que expresa esta confesión espontánea que surge en el seno de su predicación: “...llevo toda mi vida predicando la libertad personal, con personal responsabilidad. La he buscado y la busco por toda la tierra, como Diógenes buscaba un hombre. Y cada día la amo más, la amo sobre todas las cosas terrenas: es un tesoro que no apreciaremos nunca bastante” 67. El goce de este tesoro en su vertiente política implica también aquí volver a definir las funciones respectivas de los gobernantes y de los gobernados. a) “Detestamos la tiranía, que es contraria a la dignidad humana”68 Las formas tiránicas del ejercicio del poder por los gobernantes políticos son múltiples; se refieren tanto a su actitud con respecto a los gobernados, como la manera de administrar el poder entre ellos. En el primer caso, la tiranía puede presentarse bajo formas graduadas de intolerancia, desde el comportamiento totalitario hasta el dogmatismo en materia de opinión, pasando por la mentalidad de partido único, incluso en nombre de la fe. El totalitarismo, realidad contemporánea ligada a los fenómenos anteriormente descritos de las “religiones seculares”, procede de la voluntad de erigir en verdad absoluta aquello que depende de la relatividad plural de lo político, y necesariamente pues, atenta gravemente contra una de las libertades esenciales, la de creer y pensar según su conciencia. Esta consideración tan llena de fe va dirigida a algunos regímenes políticos: “Esas medidas que toman algunos gobiernos para asegurarse de la muerte de la fe en sus países, me recuerdan los sellos del Sanedrín en el Sepulcro de Jesús. Él, que no estaba sujeto a nada ni a nadie, a pesar de esas trabas, ¡resucitó!” 69. San Josemaría, en su trabajo de fundación de la Obra que Dios le había confiado, tuvo que hacer frente a situaciones semejantes en la España de los años treinta y cuarenta del siglo XX; sólo varios años más tarde, contestando a un periodista newyorkino, se hizo eco de ello públicamente: “(La Obra) cuando apenas había nacido, encontró ya la oposición de los enemigos de la libertad individual y de personas tan aferradas a las ideas tradicionales que no podían entender la vida de los socios del Opus Dei: ciudadanos corrientes, que se esfuerzan por vivir plenamente su vocación cristiana sin dejar el mundo. (...) Luego están algunas personas que no entienden el pluralismo, que adoptan actitud de grupo, cuando no caen en una mentalidad estrecha y totalitaria, y
  • 9. que se sirven del nombre de católico para hacer política” 70. La defensa de la fe cristiana no puede por sí misma justificar la creación de un partido único religioso, que no haría más que alargar esta lamentable confusión entre religión y política, e iría en contra de la misma actitud de Dios con respecto a los hombres de no ejercer nunca la menor coerción71: “No pienso en el cometido de los cristianos en la tierra como en el brotar de una corriente político-religiosa –sería una locura -, ni siquiera aunque tenga el buen propósito de infundir el espíritu de Cristo en todas las actividades de los hombres” 72, porque “nada más lejos de la fe cristiana que el fanatismo, con el que se presentan los extraños maridajes entre lo profano y lo espiritual sean del signo que sean” 73. Es pues un rechazo de la mentalidad de partido único, o de cualquier otra forma monolítica de ejercer el poder, la que preconiza S. Josemaría Escrivá: “¡Qué empeño el de algunos en masificar!: convierten la unidad en uniformidad amorfa, ahogando la libertad” 74. Son aquellos: “que tienen mentalidad de partido único, en lo político o en lo espiritual. Los que tienen esta mentalidad y pretenden que todos opinen lo mismo que ellos, encuentran difícil creer que otros sean capaces de respetar la libertad de los demás” 75. Una de las formas contemporáneas de la tiranía procede de la subversión de la relación entre lo que depende, en sentido estricto, del dogma en el marco de la religión cristiana, y lo que depende del inmenso campo de las opiniones y de la libre elección: dogmatizar en materia de opinión y relativizar en materia de dogma, introducir “un políticamente correcto”, e invocar el “pluralismo” en materia de fe dentro mismo de la Iglesia. La libertad de todos, y de los cristianos en particular, queda herida tanto por “aquellos que pretenden imponer como dogmas sus opiniones temporales”, como por aquellos “que degradan al hombre al negar el valor de la fe colocándola a merced de los errores más brutales” 76. Muy solemnemente S. Josemaría proclama repetidas veces que no hay dogmas en las cuestiones temporales: “No hago, ni quiero, ni puedo hacer política; pero mi mentalidad de jurista y de teólogo –mi fe cristiana también- me llevan a estar siempre al lado de la legítima libertad de todos los hombres. Nadie puede pretender en cuestiones temporales imponer dogmas, que no existen. Ante un problema concreto, sea cual sea, la solución es: estudiarlo bien y, después, actuar en conciencia, con libertad personal y con responsabilidad también personal” 77. Recuerda a los cristianos que “sólo en la fe y en la moral hay un criterio indiscutible: el de nuestra Madre la Iglesia” 78; y añade: “ los cristianos gozáis de la más plena libertad, con la consecuente personal responsabilidad, para intervenir como mejor os plazca en cuestiones de índole política, social, cultural, etcétera, sin más límites que los que marca el Magisterio de la Iglesia. Únicamente me preocuparía –por el bien de vuestras almas -, si saltarais esos linderos, ya que habríais creado una neta oposición entre la fe que afirmáis profesar y vuestras obras, y entonces os lo advertiría con claridad” 79. La consecuencia práctica de esto es el respeto efectivo a la libertad personal que va mucho más allá de la simple tolerancia para alcanzar una benevolencia universal con respecto al prójimo: “El hecho de que alguno piense de distinta manera que yo –especialmente cuando se trata de cosas que son objeto de la libertad de opinión- no justifica de ninguna manera una actitud de enemistad personal, ni siquiera de frialdad o de indiferencia... Cuando se comprende a fondo el valor de la libertad, cuando se ama apasionadamente este don divino del alma, se ama el pluralismo que la libertad lleva consigo” 80. De ello la proclamación de este empeño personal ejemplar por parte de San Josemaría Escrivá: “...respetaré siempre cualquier opción temporal, tomada por un hombre que se esfuerza por obrar según su conciencia” 81.
  • 10. La tiranía política puede provenir del modo de gobierno mismo; el poder político no es más que una modalidad del fenómeno del poder, lo que significa que existen elementos comunes entre las diferentes formas de poderes (poder parental, económico, religioso, político, etc.) así como elementos específicos de cada tipo de poder. Las palabras de San Josemaría Escrivá sobre la importancia de la colegialidad en el ejercicio de gobernar apuntan todas las formas del poder al juntar las lecciones más antiguas de la filosofía moral con la virtud de la prudencia: “Qué triste cosa es tener una mentalidad cesarista, y no comprender la libertad de los demás ciudadanos, en las cosas que Dios ha dejado al juicio de los hombres” 82. La colegialidad permite desbaratar la tiranía de la decisión solitaria: “Cuando el que manda es negativo y desconfiado, fácilmente cae en la tiranía” 83 porque ha olvidado que el hecho de asumir el poder es un servicio84. Esta no-colegialidad simultánea corre el fuerte peligro de arrastrar a una segunda que, a su vez, depende de la que le sigue: la tiranía se prolonga y se complica con el tiempo: “Si la autoridad se convierte en autoritarismo dictatorial y esta situación se prolonga en el tiempo, se pierde la continuidad histórica, mueren o envejecen los hombres de gobierno, llegan a la edad madura personas sin experiencia para dirigir, y la juventud –inexperta y excitada- quiere tomar las riendas: ¡cuántos males!, ¡y cuántas ofensas a Dios –propias y ajenas- recaen sobre quien usa tan mal de la autoridad!” 85. El ejercicio del poder exige igualmente cierto saber, es decir una formación, un aprendizaje y una transmisión del saber, una colegialidad inter-generacional: “No basta el deseo de querer trabajar por el bien común; el camino, para que este deseo sea eficaz, es formar hombres y mujeres capaces de conseguir una buena preparación, y capaces de dar a los demás el fruto de esa plenitud que han alcanzado” 86. El corolario de esta sabiduría práctica consiste a evitar la falta de preparación: “No es prudente elevar a hombres inéditos hasta una labor importante de dirección, para ver qué sale. -¡Como si el bien común pudiera depender de una caja de sorpresas!” 87. Consiste también en distribuir los poderes en el espacio en torno al principio de subsidiaridad que el Papa Pío XI tan bien ha definido, y que S. Josemaría Escrivá aplica a una de esas “materias mixtas” que es la libertad de enseñanza88: “La libertad de enseñanza no es sino un aspecto de la libertad en general. Considero la libertad personal necesaria para todos y en todo lo moralmente lícito. Libertad de enseñanza, por tanto, en todos los niveles y para todas las personas. Es decir, que toda persona o asociación capacitada, tenga la posibilidad de fundar centros de enseñanza en igualdad de condiciones y sin trabas innecesarias (...) El Estado tiene evidentes funciones de promoción, de control, de vigilancia. Y eso exige igualdad de oportunidades entre la iniciativa privada y la del Estado: vigilar no es poner obstáculos, ni impedir o coartar la libertad” 89. b) La cuestión de la democracia La doctrina social de la Iglesia en sus análisis sobre el tema político ha adoptado una postura sobre el concepto de “democracia” que merece precisarse. Por una parte, el magisterio pontificio ha considerado siempre que “la determinación de los regímenes políticos, como la determinación de sus dirigentes, deben dejarse a la libre voluntad de los ciudadanos” 90; pero, al mismo tiempo, y especialmente desde el pontificado de Pío XII91, este mismo magisterio utiliza el concepto de “Democracia” en un sentido amplio que parece abarcar los cuatro elementos siguientes: la garantía de la dignidad y de los derechos fundamentales del hombre, la capacidad de impedir las tiranías y el recurso a
  • 11. la violencia social y política, la participación activa de los ciudadanos y la capacidad del pueblo a elegir libremente su régimen político92. Es en este mismo sentido que el Papa Juan Pablo II en 1991, en la encíclica Centesimus agnus declara que: “la Iglesia aprecia el sistema democrático, como sistema que asegura la participación de los ciudadanos en las elecciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus gobernantes o de sustituirlos de forma pacífica cuando esto se ve oportuno” 93. Se trata pues de una utilización del término en un sentido equivalente a la colocación de principios y estructuras que tienen por objeto garantizar y promover los derechos fundamentales de la persona humana dada su dignidad de hijo de Dios redimido por la sangre de Cristo en la Cruz94; en la línea de los elogios del magisterio de la Iglesia con respecto a los textos jurídicos internacionales proclamando y protegiendo los derechos fundamentales de la persona humana95, no se trata en modo alguno de imponer tal o cual forma de régimen político, sino de apoyar sistemas respetuosos con los criterios de una antropología cristiana. Las enseñanzas del fundador del Opus Dei manifiestan abundantemente su apego a este primer sentido contemporáneo de la palabra “democracia” en consonancia con el magisterio pontifical; aunque ya lo hayamos enunciado en parte en líneas anteriores, recordamos en primer lugar su apego, raras veces tan afirmado en un autor espiritual de su envergadura, a un concepto laico y responsable de la libertad, diciendo al referirse a ella: “cada día la amo más, la amo sobre todas las cosas terrenas: es un tesoro que no apreciaremos nunca bastante” 96; es por ello que aconsejaba: “Pensad lo que prefiráis en todo lo que la Providencia ha dejado a la libre y legítima discusión de los hombres” 97. Evidentemente en su pluma, este himno a la libertad se acompaña de una llamada igual de fuerte a la responsabilidad que toma la forma de una expresión inédita en la cultura contemporánea de los hombres de Iglesia, aquella de “ciudadano cristiano” 98 o de “ciudadano católico” 99. Todo el capítulo “ciudadanía” de Surco refleja este espíritu eminentemente laico en el corazón mismo de consideraciones de profunda vida interior. En cuanto a la defensa de la dignidad de la persona humana y de sus derechos fundamentales, sería un fastidio intentar enumerar las referencias, siendo tan numerosas, relativas tanto a la afirmación de la incorporación de todo ser humano a Cristo, plenitud y cumbre de la humanidad, que a la de la misma dignidad del hombre y de la mujer, y su puesta en práctica, del respeto a la persona y a su libertad, de la libertad religiosa, del reconocimiento de los derechos económicos, sociales y culturales: “Hemos de sostener el derecho de todos los hombres a vivir, a poseer lo necesario para llevar una existencia digna, a trabajar y a descansar, a elegir estado, a formar un hogar, a traer hijos al mundo dentro del matrimonio y poder educarlos, a pasar serenamente el tiempo de la enfermedad o de la vejez, a acceder a la cultura, a asociarse con los demás ciudadanos para alcanzar fines lícitos, y, en primer término, a conocer y amar a Dios con plena libertad, porque la conciencia –si es recta- descubrirá las huellas del Creador en todas las cosas” 100. Contestando en 1967 a una pregunta hecha por el periodista de una revista universitaria, sobre si la Universidad puede admitir dentro de ella una actividad política, S. Josemaría hizo una distinción entre dos sentidos de la palabra “política”; después de haber precisado que en esto exponía su “modo personal de ver esta cuestión, y no el del Opus Dei que, en todas las cosas temporales y discutibles, no
  • 12. quiere ni puede tener opción alguna”, añadía: “me parece que sería preciso, en primer lugar, ponerse de acuerdo sobre lo que significa política. Si por política se entiende interesarse y trabajar a favor de la paz, de la justicia social, de la libertad de todos, en ese caso, todos en la Universidad, y la Universidad como corporación, tienen obligación de sentir esos ideales y de fomentar la preocupación por resolver los grandes problemas de la vida humana. Si por política se entiende, en cambio, la solución concreta a un determinado problema, al lado de otras soluciones posibles y legítimas, en concurrencia con los que sostienen lo contrario, pienso que la Universidad no es la sede que haya de decidir sobre esto” 101. El concepto de “democracia” conlleva también esta dualidad de sentido, el segundo de ellos refiriéndose a “democratismo” o a la ideología democrática; la ley de mayoría viene a ser entonces el único criterio de determinación, no solamente del actuar, sino también del ser del hombre, especialmente sus derechos fundamentales, según la concepción materialista implícita del positivismo sociológico102. Como lo anota San Josemaría en 1972, “las verdades de fe o de moral no se determinan por la mayoría de las voces” 103. Efectivamente, los dos principales problemas planteados por la puesta en práctica de una democracia verdadera, a saber el respeto a los derechos fundamentales de la persona humana, y el objetivo que consiste en procurar que, en cierta manera, los gobernados se vuelvan gobernantes, chocan con prácticas regresivas en la mayoría de los Estados contemporáneos. Como siempre lo ha subrayado el magisterio de la Iglesia, el principio democrático debe someterse a la verdad esencial ontológica y moral del hombre: dicho de otro modo, la democracia debe estar subordinada a los derechos del hombre, y no al revés; ahora bien, nuestras sociedades contemporáneas multiplican la referencia a los derechos humanos así como su extensión bajo formas jurídicas perfeccionadas como modo de legitimación de su acción política, a la vez que atentan contra algunos de sus derechos, como el respeto a la vida humana y a la dignidad de la persona: “Así se llega a una vuelta a las consecuencias trágicas en un largo proceso histórico que, después del descubrimiento de la idea de los “derechos humanos” – como derechos innatos de toda persona, anteriores a cualquier constitución y a cualquier legislación de los Estados -, se encuentra hoy ante una contradicción sorprendente: en un tiempo en el que se proclama solemnemente los derechos inviolables de la persona y en el que se afirma públicamente el valor de la vida, el mismo derecho a la vida es prácticamente denegado y violado, especialmente en aquellos momentos más significativos de la existencia que son el nacimiento y la muerte” 104. Este análisis de la realidad ética y política contemporánea realizada en 1995 por el papa Juan Pablo II termina con la puesta en evidencia de la contradicción entre los dos conceptos de la democracia: “Es el nefasto resultado de un relativismo que reina sin encontrar oposición: el “derecho” deja de serlo porque ya no está fundado sólidamente sobre la dignidad inviolable de la persona, sino que se le hace depender de la voluntad del más fuerte. Así la democracia, a pesar de sus principios, se encamina hacia un totalitarismo caracterizado. El Estado ya no es la “casa común” donde todos pueden vivir según los principios de la igualdad fundamental, pero se transforma en Estado tirano que pretende poder disponer de la vida de los más débiles y de los seres indefensos, desde el niño aún no nacido hasta el anciano, en nombre de una utilidad pública que no es, en realidad, otra cosa que el interés de algunos” 105. Así, el otro
  • 13. objetivo de la democracia tampoco es alcanzado, a saber la participación más activa posible de los ciudadanos gobernados a la responsabilidad de lo político. c) La responsabilidad libre y activa de los ciudadanos En efecto, la verdadera democracia nunca fue tanto un problema de estructuras exteriores sino, más bien, problema de motivación y de movilización interior de los ciudadanos. Ahora bien, la mayor preocupación de San Josemaría Escrivá sobre este punto concierne al comportamiento de los católicos en la vida pública, como ciudadanos. Es lo que le llevó a multiplicar en sus escritos, gran parte de ellos muy anteriores al Concilio Vaticano II, exhortaciones dirigidas principalmente a laicos cristianos para hacerles sentir la responsabilidad activa que deben asumir en su vida social y política, como elemento fundamental de la fe y de la moral que profesan: “Observa todos tus deberes cívicos, sin querer sustraerte al cumplimiento de ninguna obligación; y ejercita todos tus derechos, en bien de la colectividad, sin exceptuar imprudentemente ninguno. –También has de dar ahí testimonio cristiano” 106; “cristiano: estás obligado a ser ejemplar en todos los terrenos, también como ciudadano, en el cumplimiento de las leyes encaminadas al bien común” 107. A la llamada a la ejemplaridad cara a los hombres, añade las obligaciones cara a Dios: “Como cristiano, , tienes el deber de actuar, de no abstenerte, de prestar tu propia colaboración para servir con lealtad, y con libertad personal, al bien común” 108; “los hijos de Dios, ciudadanos de la misma categoría que los otros, hemos de participar “sin miedo” en todas las actividades y organizaciones honestas de los hombres, para que Cristo esté presente allí. Nuestro Señor nos pedirá cuenta estrecha si, por dejadez o comodidad, cada uno de nosotros, libremente, no procura intervenir en las obras y en las decisiones humanas, de las que dependen el presente y el futuro de la sociedad” 109. Esta actuación ciudadana no se limita a una participación activa que consiste en prestar ayuda al funcionamiento de las instituciones políticas, a la confección de las normas públicas y de su difusión; puede también exigir la oposición, por medios legítimos, a leyes contrarias a la moral natural y cristiana110, siempre que se haga bien la distinción entre el amplio campo de las opiniones y aquel de las verdades fundamentales: “No me olvides que, en los asuntos humanos, también los otros pueden tener razón: ven la misma cuestión que tú, pero desde distinto punto de vista, con otra luz, con otra sombra, con otro contorno. –Sólo en la fe y en la moral hay un criterio indiscutible: el de nuestra Madre la Iglesia” 111. Haciendo eco a estos textos del fundador del Opus Dei, un pasaje célebre de la Constitución pastoral Gaudium el spes del Concilio Vaticano II indica en ciertos cristianos “el divorcio entre la fe de la que se valen y el comportamiento diario de un gran número de ellos” constituyendo uno de “los más graves errores de nuestro tiempo”: “Se alejan de la verdad aquellos que, sabiendo que no disponemos aquí abajo de ciudad permanente, sino que caminamos hacia la ciudad futura, creen poder, por ello, descuidar sus tareas humanas, sin percibir que la misma fe, teniendo en cuenta la vocación de cada uno, hace que sean un deber más apremiante aún. Pero no se engañan menos aquellos que, al revés, creen poder entregarse de lleno a actividades terrestres como si fueran enteramente ajenas a su vida religiosa –limitándose entonces ésta, para ellos, al ejercicio del culto y a algunas obligaciones morales determinadas” 112.
  • 14. Estos deberes morales no son únicamente obligaciones, pero llevan consigo un atractivo natural que permiten al hombre dar gloria a Dios: “Ha querido el Señor que sus hijos, los que hemos recibido el don de la fe, manifestemos la original visión optimista de la creación, el “amor al mundo” que late en el cristianismo. –Por tanto, no debe faltar nunca ilusión en tu trabajo profesional, ni en tu empeño por construir la ciudad temporal” 113; este entusiasmo es también sobrenatural por el hecho de querer participar en la redención de todas las realidades terrenas: “Muchas realidades materiales, técnicas, económicas, sociales, políticas, culturales..., abandonadas a sí mismas, o en manos de quienes carecen de la luz de nuestra fe, se convierten en obstáculos formidables para la vida sobrenatural: forman como un coto cerrado y hostil a la Iglesia. Tú, por cristiano –investigador, literato, científico, político, trabajador...-, tienes el deber de santificar esas realidades. Recuerda que el universo entero –escribe el Apóstol- está gimiendo como en dolores de parto, esperando la liberación de los hijos de Dios” 114. Este ciudadano cristiano “no es un apátrida” 115; igual que los otros hombres, pertenece a una patria terrenal en su dimensión política, que debe amar porque es vivir una virtud cristiana116 sin caer en el exceso ya denunciado del nacionalismo: “Ser “católico” es amar a la Patria, sin ceder a nadie mejora en ese amor. Y, a la vez, tener por míos los afanes nobles de todos los países. (...)¡Católico!; corazón grande, espíritu abierto” 117. Esta fraternidad en el seno de la patria no se encierra en ella misma; abarca a la humanidad entera para expresar la pertenencia a una familia de un mismo padre que es Dios: “No en vano existe en el fondo del hombre una aspiración fuerte hacia la paz, hacia la unión con sus semejantes, hacia el mutuo respeto de los derechos de la persona, de manera que ese miramiento se transforme en fraternidad. Refleja una huella de lo más valioso de nuestra condición humana: si todos somos hijos de Dios, la fraternidad no se reduce a un tópico, ni resulta un ideal ilusorio: resalta como meta difícil, pero real” 118. Conclusión “En realidad el misterio del hombre no se ilumina verdaderamente más que en el misterio del Verbo encarnado. Adán, en efecto, el primer hombre, era la figura de Aquel que debía venir, Cristo Señor. Nuevo Adán, Cristo, en la revelación misma del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre a sí mismo, y le descubre la sublimidad de su vocación (...) Imagen del Dios invisible (Col. 1, 15), es el Hombre perfecto que ha restaurado en la descendencia de Adán la semejanza divina, alterada desde el primer pecado. Porque en Él la naturaleza humana ha sido asumida, no absorbida; por el mismo hecho, esta naturaleza ha sido elevada en nosotros también a una dignidad inigualable. Pues, por su Encarnación, el Hijo de Dios se ha unido, por así decir, Él mismo, a todo hombre119. (...) Este pasaje de la Gaudium et spes, tan querido de Juan Pablo II por su Cristocentrismo, ilumina bien el acercamiento de la actuación social y política del hombre según San Josemaría Escrivá: no se trata tanto de multiplicar un activismo estructural, sino más bien de producir un vuelco del acercamiento? de lo político. Se trata de volver a una revolución interior –la de los primeros cristianos- que no puede ser animada más que por el encuentro de la libertad humana con la gracia divina; se trata de colocar a Cristo en la cumbre de las actividades humanas120 para transformar la sociedad, porque, es en una vida cristiana auténtica que hay que buscar los efectos sociales esperados: “El fundamento de toda nuestra actividad como
  • 15. ciudadanos –como ciudadanos católicos- está en una intensa vida interior: en ser, eficaz y realmente, hombres y mujeres que hacen de su jornada un diálogo ininterrumpido con Dios” 121. Si, como decía Pablo VI, “para conocer al hombre, al verdadero hombre, al hombre integral, hay que conocer a Dios” 122, el objetivo de la promoción de cada hombre y de todos los hombres, que constituye la finalidad del bien común, pasa por la extensión libre, progresiva y pacífica de una concepción cristiana de la vida a escala de la humanidad: “Esfuérzate para que las instituciones y las estructuras humanas en las que trabajas y te mueves con pleno derecho de ciudadano, se conformen con los principios que rigen una concepción cristiana de la vida. Así, no lo dudes, aseguras a los hombres los medios para vivir de acuerdo con su dignidad, y facilitarás a muchas almas que, con la gracia de Dios, puedan responder personalmente a la vocación cristiana” (Forja, n. 718). He aquí algo que se asemeja mucho a la “civilización del amor” 123 anunciada por Juan Pablo II. Jean Luc Chabot 1. J. ESCRIVÁ, Conversaciones n. 28 y n. 39 2. A. del Portillo, “Entrevista sobre el fundador del Opus Dei” 3. El 16 de junio de 1950, fiesta del corazón sagrado de Jesús, Pío XII concede la aprobación final del opus Dei. 4. El concepto de “religiones seculares” fue forjado por Raymond ARON desde 1945 en su trabajo “la edad de los imperios y el futuro de Francia” en los términos siguientes: “Propongo llamar “religiones seculares” las doctrinas que admiten los corazones de nuestros contemporáneos …” 5. ACTOS, I, 1. 6. Sobre la formación doctrinal e intelectual del joven Josémaria ver a Andrès VÁZQUEZ de PRADA, el Fundador del Opus Dei, Vida de Josémaria Escriva, Volumen 1. 7. J. ESCRIVA, Forja, París, 1988, n. 633: La fidelidad al Romano Pontífice implica una obligación clara y determinada: la de conocer el pensamiento del Papa, manifestado en Encíclicas o en otros documentos, haciendo cuanto esté de nuestra parte para que todos los católicos atiendan al magisterio del Padre Santo, y acomoden a esas enseñanzas su actuación en la vida.Esta cita ilustra muy bien lo que El mismo SAN Josemaria había practicado desde su infancia. 8. “Congregación para la doctrina de la fe”, Instrucción "Libertatis conscientia", 22 de marzo de 1986, n. 72. 9. Ver particularmente la tesis reciente de E. GOYON, la política en el discurso pontifical de la iglesia católica, Grenoble, 2000. 10 J. ESCRIVA, Surco Paris, 1987, n. 310. 11 J. ESCRIVA, Forja, Paris, 1988, n. 722. 12 J. ESCRIVA, Surco, Paris, 1987, n. 421. 13. S. Mateo, XXII, 21: "Reddite ergo, quae sunt Caesaris, Caesari, et, quae sunt Dei, Deo". 14. S. Juan, XIX, 11: "Respondit Iesus:" "non haberes potestatem adversus me ullam, nisi tibi esset datum desuper". 15. El magisterio de la Iglesia retiró, a la voluntad de las circunstancias que se presentaban, consideraciones ontológicas, teológicas y éticas sobre la política y en la historia contemporánea, el esfuerzo de síntesis está representado por tres encíclicas de León XIII (Diuturnum, 1881; Immortale Dei, 1885; Libertas praestantissimum, 1888) y por la Constitución Gaudium et spes, ya citada, del Concilio Vaticano II.
  • 16. 16.J. ESCRIVA, Surco, Paris, 1987, n. 290. 17 J. ESCRIVA, Amigos de Dios, Paris, 2000, 3° ed., n. 165 18 J. ESCRIVA, Id. 19 J. ESCRIVA, Amigos de Dios, n. 74 ; 20 J. ESCRIVA, Surco, Paris, 1987, n. 301. 21 J. ESCRIVA, Conversaciones, Paris, 1987, n. 90. 22 J. ESCRIVA, Conversaciones, Paris, 1987, n. 116. 23. CONCILIO VATICANO II, Gaudium et spes, n. 43 y 75. 24. J. ESCRIVA, Conversaciones, n. 26: "Desde el principio de la Obra, en 1928, prediqué que la santidad no se reserva a privilegiados, sino que todos los caminos de la tierra pueden ser divinos." 25. PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, (1976), n. 70; citado posteriormente por Juan Pablo II en la exhortación apostólica Christfideles laici, (1988), n. 23. 26 Juan, 18, 37. 27 Juan, 18, 36. 28 J. ESCRIVA, Es Cristo que pasa, Paris, 1975, n. 18. 29 J. ESCRIVA, Forja, Paris, 1988, n. 974. 30. Juan Pablo II reanuda la expresión de Raymond ARON en Centesimus annus, n. 25: "la política se convierte en entonces una" religión secular "que cree construir el paraíso en este mundo." Pero ninguna sociedad política, que posee su propia autonomía y sus propias leyes, podrá nunca ser confundida con el Reino de Dios "." 31. K. MARX, El capital. La Pléyade, 1982: "el proceso de producción constituye el proceso de creación y reproducción de la vida humana". 32. F. NIETZSCHE, El alegre conocimiento, Gallimard, París, 1967. 33. L. FEUERBACH, La esencia del cristianismo, 1840, trad. José Roy, 1864, p 27: "Es la esencia del hombre que es el ser supremo..." El cambio de dirección de la historia será el momento en que el hombre tomará conciencia de que el único Dios del hombre es el hombre mismo. ¡Homo homini Deus! ". 34. J. ESCRIVA, Amar la Iglesia, París, 1993, pp 70 y 71: "Sucederá frecuentemente que la parte de verdad defendida por toda ideología humana encuentra un eco o un fundamento en la enseñanza tradicional de la Iglesia..." La Iglesia no es ni un partido político, ni una ideología social, ni una organización mundial para la concordia o el progreso material, aunque estas actividades y de otro de la misma clase tienen su nobleza "." El magisterio de la Iglesia hace también esta misma distinción: PABLO VI en Octogesima adveniens (1971) habla de la ideología como que puede basar en "una doctrina verdadera y orgánica" mientras que JUAN XXIII, algunos años antes parece utilizar por primera vez en Someter y Magistra (1961) el término en su sentido "pesado" de doctrina que tiene la pretensión que salvar el hombre sin Dios. 35 Pio XII, Radio-message, 1941. 36 Pio XI, Mit brennender sorge, 14 mars 1937. 37 J. ESCRIVA, Forja, n. 974. 38 J. ESCRIVA, Surco, n. 933. 39. J. ESCRIVA, Conversaciones, París, 1987, n. 94: El hedonismo inspira hoy "las teorías que hacen la limitación de los nacimientos un ideal o un deber universal o simplemente general", teorías que el autor no duda en calificar "criminales, anticristianas e infrahumanas..." Se llega a esta paradoja, que los países donde se hace más el de propaganda en favor del control de natalidad - y de ahí se impone esta práctica a otros países - se es los precisamente que alcanzaron el nivel de vida más elevado ", lo que el Santo Escrivà no duda en calificar" neocolonialismo demográfico” 40. J. ESCRIVA, Forja, n. 23.
  • 17. 41. J. ESCRIVA, Camino, n. 395 42. ESCRIVA, Camino, n. 463 43. J-L. CACHO, Marxismo y papado, Diccionario histórico del papado bajo el dir. De Philippe LEVILLAIN, Haya, París, 1994. 44 J. ESCRIVA, Amigos de Dios, n. 171. 45 J. ESCRIVA, Forja, n. 879. 46 J. ESCRIVA, Surco, n. 315. 47 J. ESCRIVA, Surco, n. 316. 48 J. ESCRIVA, Es Cristo que pasa, n. 13; ver también la universalidad de la caridad en Amigos de Dios, n. 230: "El amor del que hablamos no tiene nada que ver con una actitud sentimental ni con el simple compañerismo, o con la intención un tanto ambigua de ayudar a los otros nos para probar a nosotros mismos que suyo somos superiores." Consiste en vivir con nuestro próximo, en venerar, insisto, la imagen de Dios él mismo que se encuentra en cada hombre, ayudándolo a contemplarlo, para que a su vez sepa ir dirigido al Cristo ". 49. Juan Pablo II. 50. H. de LUBAC, El drama del humanismo ateo, ED Spes, París, 1945: en particular, el 2° parte titulada "Auguste Comte y el cristianismo". Ver también los capítulos XI y XII de J. MARITAIN, la filosofía moral, Examen histórico y crítico los grandes sistemas, Gallimard, París, 1960. Una reflexión filosófica profunda sobre el pensamiento del marqués de Condorcet puede encontrarse en J-A. RIESTRA, Condorcet: Esbozo de un cuadro historico de los progresos del espiritu humano, E.M.E.S.A., Madrid, 1978. 51 J. ESCRIVA, Es Cristo que pasa, n. 123. 52 J. ESCRIVA, Camino, n. 353. 53 J. ESCRIVA, Camino, n. 849. 54 S. Juan, 8, 32. 55. J. ESCRIVA, Amigos de Dios, n. 38; ver también en una formulación idéntica Conversaciones n. 73: "de ahí se sigue que el estudio de la religión es una necesidad fundamental." 56 J. ESCRIVA, Surco, n. 945. 57 J. ESCRIVA, Surco, n. 128. 58 J. ESCRIVA, Surco n. 754. 59 J. ESCRIVA, Conversaciones, n. 44. 60 J. ESCRIVA, Es Cristo que pasa, n. 74. 61 J. ESCRIVA, Forja, n. 85. 62 J. ESCRIVA, Camino, n. 301. 63 J. ESCRIVA, Amigos de Dios, n. 4. 64 J. ESCRIVA, Surco, n. 131. 65 J. ESCRIVA, Forge, n. 102. 66 J. ESCRIVA, Forja, n. 572. 67 J. ESCRIVA, Es Cristo que pasa, n. 184. 68 J. ESCRIVA, Conversaciones, n. 53. 69 J. ESCRIVA, Forja, n. 259. 70 J. ESCRIVA, Conversaciones, n. 33. 71. CONCILIO VATICANO II, Gaudium y spes, n. 17: "... la verdadera libertad está en el hombre una señal privilegiada de la imagen divina." Ya que Dios quiso "dejarlo a su propio consejo" (si 15, 14) para que pueda de sí mismo buscar su Creador y, adhiriéndose libremente él, acabarse en una bienaventurada plenitud. "Ver también Juan- PABLO II, Veritatis splendor, n. 38." 72 J. ESCRIVA, Es Cristo que pasa, n. 183. 73 J. ESCRIVA, Es Cristo que pasa, n. 74.
  • 18. 74 J. ESCRIVA, Surco, n. 401. 75 J. ESCRIVA, Conversaciones, n. 50. 76 J. ESCRIVA, Amigos de Dios n. 11. 77 J. ESCRIVA, Conversaciones, n. 77. 78 J. ESCRIVA, Surco, n. 275. 79 J. ESCRIVA, Amigos de Dios, n. 11. 80 J. ESCRIVA, Conversaciones, n. 98. 81 J. ESCRIVA, Conversaciones, n. 48. 82 J. ESCRIVA, Surco, n. 313. 83 J. ESCRIVA, Surco, n. 398. 84. J. ESCRIVA, Forja, n. 1045: "No es de mejor soberanía que de saberse al servicio de algún uno:" ¡al servicio voluntario de todos los almas! - Por ello se obtienen los grandes honores: los de la tierra y los del Cielo. " 85 J. ESCRIVA, Surco, n. 397. 86 J. ESCRIVA, Conversaciones, n. 73. 87 J. ESCRIVA, Surco, n. 969. 88. PIE XI, (1931): "así como no se pueden retirar a los particulares, para transferirlos a la comunidad, las atribuciones de las cuales son capaces de pagarse de su sola iniciativa y por sus propios medios, así sería cometer una injusticia, al mismo tiempo que perturbar de manera muy perjudicial el orden social, que de retirarse a las agrupaciones de carácter inferior, para confiarlos a una colectividad más extensa y de una fila más elevada, las funciones que ellos mismos están en condiciones de llenar." 89 J. ESCRIVA, Conversaciones, n. 79. 90 CONCILIO VATICANO II, Gaudium y spes, n. 74; citado también en el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1901. 91 de PIO XII, Mensaje del 24 de diciembre de 1944 a Juan Pablo II, entre otras cosas referencias: Discurso parlamentarios peregrinos del año santo, 10-XI-1983, Alocución a Presidentes de los Parlamentos de la Comunidad Europea, 26-XI-1983 o también, Alocución ante el Tribunal europeo de los derechos humanos, Estrasburgo, 8-X-1988. 92 J-L. CACHO. 93. Juan Pablo II, Centesimus annus, n. 46. 94. J. ESCRIVA, Via Crucis, París, 1983: "... para que, quienes no se hacen de un puñado de lodo, puedan finalmente vivir en libertatem gloriae filiorum Dei, en la libertad y la gloria de los niños de Dios", Prólogo, p. 17. 95. Se trata sobre todo de la Declaración universal de los derechos humanos de 1' ONU de 1948 y del Convenio europeo de los derechos humanos de 1950: para más detalle ver J-L. CACHO, la doctrina social de la Iglesia y los derechos humanos, Anales Theologici, Vol. 13, anno 1999, fasc. 1. p. 189 y s. 96 J. ESCRIVA, Es Cristo que pasa, n. 184. 97 J. ESCRIVA, Amigos de Dios, n. 170. 98 Par exemple, J. ESCRIVA, Surco, n. 302. 99 Par exemple, J. ESCRIVA, Forja, n. 152. 100 J. ESCRIVA, Amigos de Dios, n. 171. 101 J. ESCRIVA, Conversaciones, n. 76. 102. Por "positivismo sociológico" se entiende la concepción del hombre y la sociedad según la cual el evolucionismo presidiría a todos los órdenes de la vida humana, incluida la moral, y las leyes de la sociedad deberían adaptarse constantemente a esta evolución, legitimada por la simple comercialización cronológica del tiempo según una perspectiva de progreso indefinido y regular. 103 J. ESCRIVA, Amar a la Iglesia, el Laurel, París, 1993.. 104 Juan- PABLO II, Carta encíclica Evangelium v, n. 18..
  • 19. 105 Juan- PABLO II, Evangelium v, n. 20. 106 J. ESCRIVA, Forja, n. 697. 107 J. ESCRIVA, Forja, n. 695. 108 J. ESCRIVA, Forja, n. 714. 109 J. ESCRIVA, Forja, n. 715. 110 J. ESCRIVA, Forja, n. 465 111 J. ESCRIVA, Surco, n. 275. 112 CONCILE VATICAN II, Gaudium et spes, n. 43. 113 J. ESCRIVA, Forja, n. 703. 114 J. ESCRIVA, Surco, n. 311. 115 J. ESCRIVA, Es Cristo que pasa, n. 99. 116 J. ESCRIVA, Surco, n. 315. 117 J. ESCRIVA, Camino, n. 525. 118 J. ESCRIVA, Amigos de Dios, n. 233. 119 CONCILIO VATICANO II, Gaudium et spes, n. 22. 120 J. ESCRIVA, Amigos de Dios, n. 58. 121 J. ESCRIVA, Forja, n. 572. 122 Cita de PABLO VI recogida por Juan- PABLO II en Centesimus annus, n. 55. 123 J. ESCRIVA, Forja, n. 718.