1. FORO CONCLUSIÓN TEMA 4
Desarrollo y el proceso de madurez ética
12 de noviembre de 2011; 5:50 am
Por: Mónica Flórez Crisién
La ciudad, anterior a la casa;
la moral grupal, anterior a la moral
individual
La dimensión moral recobra hoy, en los tiempos líquidos1, una urgencia perentoria. Hoy las
sociedades han cambiado2, ya no son tradicionales, estáticas, religiosas, dogmáticas, verticales
y homogéneas. Hoy buscan ser democráticas y pluralistas, con grandes cambios que parecen
no detenerse. Las normas existentes en la sociedad actual deben ser discutidas y pasar por el
tamiz de la racionalidad, el diálogo, la reflexión, la toma de decisiones autónomas. Hoy, se ha
perdido la conectividad con otros humanos y con los no humanos como razón para la pérdida
de la espiritualidad
¿Qué implica entonces la democracia? Elizalde3 nos ayuda a responder:
Aceptación de la angustia de pensar por sí mismo
Reconocimiento de la pluralidad
Exigencia del respeto
Una conquista, un proceso de maduración
La verdad como resultado del debate
Modestia, disposición a cambiar, a oir al otro, reflexión autocrítica
1
La expresión, acuñada por Zygmunt Bauman, da cuenta con precisión del tránsito de una modernidad «sólida» estable,
repetitiva a una «líquida» flexible, voluble en la que las estructuras sociales ya no perduran el tiempo necesario para solidificarse y
no sirven de marcos de referencia para los actos humanos. Vía internet: http://www.lecturalia.com/libro/17764/tiempos-liquidos
2
PAUTASSI GROSSO, Jorge. El crecimiento ético: proceso de madurez ético. 2a. ed. Bogotá: Universidad de La Salle, 2004. 145 p.
Capítulo 3.
3
ELIZALDE, Antonio y DONOSO, Patricio. Formación en Cultura ciudadana. Primer Seminario Nacional de formación artística y
cultural. Bogotá: Ministerio de Cultura, 1998. Vía internet. http://www.uc.cl/icp/eticapolitica/documentos/Elizalde.PDF
2. Elizalde explica la actualidad, afirmando entonces que “el desarrollo de nuestras sociedades se
ubica al interior de una crisis de situación, visible en todos los órdenes y en todos los ámbitos
de la realidad social”.
Es así como esta crisis se expresa de diferentes maneras:
Crisis de identidad (pérdida del sentido de pertenencia, carencia de un proyecto
común unificador de voluntades, donde no se salva ni el plano familiar). A su vez, “la
pérdida de la identidad desemboca finalmente en la incapacidad de reconocerse a sí
mismo como un ser comunicado con otros. Es la expresión máxima del hombre
aislado, desencantado, frustrado, alienado. En consecuencia, la crisis de identidad
desemboca finalmente en una crisis de crecimiento personal y social. Se podría decir
que es el hombre sin contorno, inmerso en una sociedad sin fronteras”.
Crisis de fe, es decir una incapacidad de creer y levantar utopías transcendentes o no
transcendentes. Es una crisis de espiritualidad, de asumir desafíos, de desligarse del
presentismo. Es la crisis de confianza en un futuro mejor, en la posibilidad de construir
una sociedad más humana, de plantearse modelos de salvación, de progreso. Es la
crisis que nos induce a no tomar ni asumir riesgos y enfrentar posibilidades y
alternativas. Es el retorno a la creencia en la nada, en el vacío. Crisis de valores que se
liga con el trastoque de valores, con la pérdida de valores, con la relativización de los
valores. También se expresa esta crisis en un desencantamiento tanto con los valores
tradicionales, como con los de la experiencia histórica de la modernidad. A los
primeros, entre los que se incluyen muchos de los valores universales, occidentales,
propios de la vida religiosa y familiar, se los tilda de anticuados, retrógrados e
incapaces de adaptarse a los nuevos tiempos y espacios culturales diferentes. El
desencantamiento con los valores propios de la modernización emanan del énfasis que
se pone en el materialismo, el consumismo, el hedonismo. Todos los medios justifican
el fin. No hay una ética que trascienda a la manipulación, al poder y al control.
Crisis epistemológica, que se vincula con la supremacía de la racionalidad
instrumental -administrativa - económica que gobierna y penetra al conocimiento en
todos los planos de la existencia. En la crisis epistemológica, se constata que son
nuevamente los centros del poder mundial los que monopolizan la producción y
distribución del conocimiento. Pese a los intentos de globalización e
3. internacionalización del conocimiento, la división social del mismo es desigual y
desequilibrada, creando dependencias, inequidades, sometimientos y sentimientos de
gran frustración. El conocimiento es sinónimo de poder y faculta para el manejo del
control y la manipulación. Entonces, emerge con fuerza y como resultado de la crisis
epistemológica, la alienación, la negación de lo auténtico, el rechazo a lo propio. Hay
que sumarse a lo ajeno, hay que dar cabida a la adquisición de una cultura que es
todavía prestada, a la internalización de valores extraños. La pérdida de la identidad, el
trastoque de valores, la incapacidad de creer en el cambio, no son sino expresiones
muy visibles de la crisis epistemológica. El círculo de la crisis se ha cerrado.
Por todo lo anterior, podemos inferir que el profesional de hoy, como expresión de una
formación integral que lidera el mundo, debe constituirse en un importante agente de cambio
de ese proceso transformador que cada vez se vuelve más complejo. No podemos continuar
creyendo que basta con lo que nos dieron en casa hace 15 o 20 años. No podemos seguir
idealizando un pasado que no volverá. No podemos continuar admirando lo que hacía la
abuelita o el papá. A ellos les tocó un mundo distinto al del profesional de hoy, por tanto, son
distintas las exigencias. Tampoco podemos cortar con el pasado, son nuestras raíces,
expresiones propias de nuestra identidad. Pero sí tenemos el deber de entretejer esos
tiempos, pasado, presente, futuro; ayudar a construir y entender esos nuevas constructos
sociales, como seres pensantes, participativos y respetuosos, en búsqueda de una secuencia
progresiva universal hacia la madurez ética, donde el sujeto ético, hace de su proyecto de vida
una continua tensión entre el yo real y el yo ideal, proceso que va de la exterioridad a la
interioridad de la persona, de los premios y castigos a las propias convicciones, de la
dependencia a la libertad interior, de lo legal y normativo a los principios éticos universales, de
los sentimientos de miedo y culpabilidad al amor y la responsabilidad.