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Credo 4
Creo en
Jesucristo,
En el Antiguo
Testamento se le
llamaba a Dios, Yahvé.
Este nombre, al
traducirlo al griego,
era "Kyrios", que
significa"Señor". Como
a Jesús le pertenece el
mismo honor, alabanza,
gloria y poder que a
Dios Padre, ya desde el
principio del
cristianismo, a Jesús le
llamaban “Señor”.
En la práctica civil
señor de verdad
sólo se le llamaba
al emperador,
porque en
realidad se hacía
pasar por un dios.
A causa de esta confesión de Cristo como Señor,
los primeros cristianos entraron en conflicto con
el Imperio y con el culto al Emperador. En las
persecuciones que sufrieron los cristianos de los
primeros siglos, fueron muchos los mártires que
murieron confesando a Cristo como Señor, como
único Señor, negándose a pronunciar “César es el
Señor”».
El negar el
señorío al
emperador y
aceptarlo para
Jesucristo era
motivo de
muerte; pero los
cristianos
seguían
clamando que:
Jesús
es
Señor
Automático
Je-
sús
es
Jesús
es
Señor
Jesús
es
Señor
Hacer CLICK
El título de Señor es
propio de Dios, porque
sólo él es el Señor en el
sentido más pleno y
verdadero del término.
Dentro de la Trinidad: el
Padre es Señor, el
Espíritu Santo es Señor,
pero, el Hijo es la persona
dentro de la Trinidad de
quien más especialmente
proclamamos que es
“Señor”.
El profeta Isaías, anunció
que el Mesías sería también
la persona extraordinaria
sobre la cual recaería el
señorío: “Porque una
criatura nos ha nacido, un
hijo se nos ha dado. Estará
el señorío sobre su
hombro...” (Is 9,5). También
el profeta Zacarías acerca de
la extensión de su señorío
profetizó: “su dominio irá de
mar a mar y desde el Río
hasta los confines de la
tierra” (Za 9,10).
Y los ángeles de Dios el
día del nacimiento del
Salvador y Señor
proclamaron con gozo
a los pastores: “Os ha
nacido hoy, en la
ciudad de David, un
salvador que es el
Cristo, Señor” (Lc 2,11),
hablándonos ya de
cómo el Mesías
esperado tenía también
el título divino de
“Señor”.
Además así parece que muchas
veces le llamaban sus
discípulos: “Vosotros me
llamáis el Maestro y el Señor, y
decís bien porque lo soy” (Jn
13,13). Otro ejemplo evidente lo
tenemos en las palabras del
mismo Señor recogidas por el
evangelista Mateo: “No todo el
que me diga Señor, Señor,
entrará en el Reino de los
Cielos…” (Mt 7,21),
reconociendo que él es
efectivamente el Señor.
El mismo Jesucristo no negó, sino que aprobó y reconoció
expresamente ser el Señor delante de sus discípulos.
Realizando los
milagros, mostraba
ser señor de la
naturaleza: del viento,
del mar, de las
enfermedades. Jesús
revela su soberanía
divina mediante su
poder sobre la
naturaleza, sobre los
demonios, sobre el
pecado y sobre la
muerte, y sobre todo
con su Resurrección.
Impulsado por el Espíritu Santo, el apóstol san Pedro se
dirige a miles de judíos y habitantes de Jerusalén,
proclamando con gran valentía: “Sepa con certeza toda
la casa de Israel, que Dios ha constituido SEÑOR y Cristo
a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado” (Hch
2,36). Decir esto significaba jugarse la vida.
Escribe san Pablo: “Él es imagen de Dios invisible,
Primogénito de toda la creación, porque en él fueron
creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las
visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los
Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para
él, él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su
consistencia” (Col 1,15-17).
Así pues, en la Biblia
aparece cómo unos años
después de la muerte de
Jesús, se le llama “Señor”
con todas las
consecuencias.
Dice san Pablo que los
príncipes de este siglo, si
hubieran conocido la
sabiduría divina, “nunca
hubieran crucificado al
señor de la gloria”(I Cor 2.8).
"Ante Jesús, Resucitado y
Exaltado, doblan su rodilla
en adoración y le
proclaman Señor todos los
seres (Fil 2, 9-11). “Nadie
que ponga su confianza en
el Señor, quedará
decepcionado”. “Todo el
que invoque el nombre del
Señor, se salvará".
(Rom 10,13)
Las primeras confesiones de fe atribuyen a
Jesús el título divino de Señor:
La oración cristiana,
desde el principio, está
marcada por el título
"Señor", ya sea en la
invitación a la oración "el
Señor esté con vosotros",
o en su conclusión "por
Jesucristo nuestro
Señor“. Era importante la
exclamación llena de
confianza y de esperanza:
"Maranatha" : el Señor
viene o ven, Señor.
Cuando la Biblia afirma que Jesucristo es Señor, está
diciendo que es el amo, el dueño de todo cuanto existe.
Todo es suyo y además nadie se lo puede arrebatar. Él es
quien ostenta todo el dominio y ejerce su autoridad de
modo absoluto. Nadie hay por encima de él. Todo lo que
quiere lo hace. Él es el “Rey de reyes y Señor de señores”
(Ap 19,16).
Es Señor de toda la tierra, el suelo, el aire, el
subsuelo…, pero también el Señor de todas las
galaxias y estrellas, planetas, satélites, etc., todo lo
que es conocido para el hombre y todo lo que
todavía no hemos descubierto.
Jesucristo es Señor
de todo lo creado sin
excepción. Su señorío
no tiene límites, ni en
el tiempo ni en el
espacio.
La palabra de Dios afirma el señorío de Cristo sobre los
hombres: “Habéis sido rescatados de la conducta necia
heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o
plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero
sin tacha y sin mancilla, Cristo” (1 Pe 1,18-19).
Al ser comprados por
Cristo, él ha adquirido
todos los derechos
sobre nosotros y por
tanto le pertenecemos.
El es nuestro dueño y
Señor. Somos suyos.
Esto es porque Dios
ha dado a los seres
humanos un gran
don, que es la
libertad. Y esa
libertad muchas
veces se usa mal
sirviendo a otros
“señores” en vez de
servir al único
Señor.
Aunque Jesucristo es el Señor de todas las cosas
y aun de los seres humanos, reconocemos que
una gran parte de la humanidad todavía no le está
sometida.
Del hecho de que Jesucristo sea el Señor del hombre se
deduce que todo cuanto somos y tenemos es del Señor.
Hay personas que se jactan de su inteligencia, de sus
obras, o de sus riquezas, pero san Pablo nos recuerda, de
parte de Dios: “¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo
has recibido ¿de qué gloriarte como si no lo hubieras
recibido?” (1 Co 4,7).
Lo único que
tenemos propio
es el pecado.
Por ejemplo: Hay muchas personas que creen ser dueños
de sus cuerpos y dicen: “yo hago con mi cuerpo lo que
quiero”, pero la palabra de Dios nos dice :“¿No sabéis que
vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en
vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os
pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por
tanto, a Dios en vuestro cuerpo” (1 Co 6,19-20).
Por eso, decir que
podemos hacer con el
cuerpo lo que
queramos es una
necedad y propio de
quien va contra la
palabra de Dios.
No somos dueños de lo que
creemos ser nuestro, sino que
somos administradores.
Somos
administra-
dores de la
tierra del
Señor.
Automático
de su
amor.
Hacer CLICK
Ser administradores de los dones que Dios nos da quiere
decir que el Señor ha puesto todo bajo nuestro cuidado:
los dones espirituales, el tiempo, los bienes materiales,
las capacidades intelectuales, la familia, el propio cuerpo,
y otros muchos aspectos y realidades. Somos
administradores de todo lo que somos y tenemos.
Un administrador fiel es leal a su Señor y antepone
los intereses de su amo a los suyos. Más bien, en
el Reino de Dios hay una identificación de
intereses, porque el administrador
verdaderamente fiel es aquel que no tiene otros
intereses que los de su amo.
“Ahora bien, lo
que en fin de
cuentas se exige
de los
administradores
es que sean
fieles” (1 Co 4,2).
Un administrador fiel no
pone condiciones a su
Señor, y está dispuesto a
hacer todo lo que su Señor
quiere, porque sabe que el
Señor quiere lo mejor, que
es sabio y no se equivoca.
Un administrador fiel ama
a su Señor. La entrega es
un concepto próximo al de
fidelidad. Un administrador
fiel es el que se entrega
por entero a su Señor.
Quiere que demos fruto. Un día, como Señor que
es, vendrá a recoger los frutos, como nos dice en
la parábola de los talentos o de las minas.
Nuestro
Señor no
quiere que
nuestras
vidas sean
estériles.
Por eso Jesús no
quiere ser señor a
la fuerza, sino que
nosotros
cooperemos. Eso
será nuestra gloria
y felicidad. Si Jesús
es nuestro Señor,
¡Qué Señor más
señor tenemos!
Dios nos ha hecho libres.
El cristiano no es
sólo administrador
de los dones de Dios,
también es siervo de
Cristo. Un buen
cristiano debe ser
buen administrador y
también buen siervo
de Cristo. Podríamos
decir que vivir bajo el
señorío de Cristo
significa ser siervos
de Cristo.
Ser siervo de Cristo es un
verdadero privilegio que
no es comparable con el
trabajo o servicio que
puede desempeñar un rey,
presidente de gobierno o
cualquier puesto de
máxima autoridad en la
tierra. Estos pueden
cumplir su trabajo unidos
a Cristo; pero el siervo de
Cristo sirve al Rey de
reyes y Señor de señores.
No hay servicio
comparable a éste.
San Pablo se presenta a los
destinatarios de sus cartas
como siervo de Cristo:
“Pablo, siervo de Cristo
Jesús” (Rm 1,1). ¡Eso es
tener conciencia de la
llamada del Señor y de la
dignidad de esta vocación!
Nos indica que san Pablo
estaba pendiente de la
voluntad del Señor desde la
posición de humildad. Nadie
es siervo de Cristo sólo por
decirlo. Debe demostrarlo
con su vida.
Debemos tener conciencia y corazón de siervos.
Jesucristo,
verdadero Dios y
verdadero hombre,
no es un señor
más, equiparable a
los demás señores,
o uno entre varios.
Es el Señor, el
único Señor. Hay
muchas diferencias
con otros
“señores”.
Jesús viene a enseñar a la humanidad con su
ejemplo quién es él y vemos en la Palabra
revelada, el modo que tiene de manifestar su
señorío sobre todas las cosas, entre ellas, sobre
los hombres.
El señorío de
Jesús es
totalmente
diferente y
opuesto al
ejercido por
los señores de
este mundo.
Jesucristo no ejerce su
autoridad de manera
despótica ni arbitraria:
Él es el Señor bueno,
que no viene a
aprovecharse de
nosotros sino que
viene a darnos su vida:
“Yo he venido para que
tenga vida, y la tengan
en abundancia” (Jn
10,10).
Una de las diferencias
más importantes entre
los señores de este
mundo y Cristo es que
el Hijo de Dios, siendo
verdadero hombre y
verdadero Dios, y
estando infinitamente
por encima de cualquier
hombre, es UN SEÑOR
QUE SIRVE.
¿A qué amo o señor de este mundo se le
ocurriría ponerse al servicio de sus inferiores?
En su “condición de
siervo”, Cristo sirve
primero y antes de nada
al Padre, y por él, sirve a
los hombres. En la
siguiente frase se puede
resumir el contenido de
su misión en la tierra,
misión de que era
sabedor y manifestó a
sus discípulos: “El Hijo
del hombre no ha venido
a ser servido, sino a
servir y a dar su
vida como rescate por
muchos” (Mt, 20, 28).
Jesucristo es un Señor
diferente en todo, porque
en él se puede depositar
toda la confianza, él nunca
falla ni defrauda. Es un
Señor al que vale la pena
servir porque vive por la
eternidad, es infinitamente
sabio, justo,
misericordioso, humilde y
lleno de amor. El problema
es que muchos no le
conocen, porque si
conociésemos al Señor, no
dudaríamos que no hay
mayor honor que servirle.
Es ese amor el que
le lleva hasta dar su
vida por los demás,
pasando por una
vida de cruz,
padecimientos, y
muerte, para luego
resucitar glorioso de
entre los muertos.
Se trata de un Señor único y diferente, porque
actúa movido por su amor infinito.
Los señores de este
mundo oprimen a
quienes pueden: ”Los
jefes de las naciones
las dominan como
señores absolutos, y
los grandes las
oprimen con su
poder” (Mt 20,25).
Cristo vino “no a ser
servido, sino a servir y
a dar su vida como
rescate por
muchos” (Mt, 20,28).
Jesús enseñó que el camino de sus discípulos y
siervos no es el de la opresión al prójimo, sino el
del servicio: “No ha de ser así entre vosotros,
sino que el que quiera llegar a ser grande entre
vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera
ser el primero entre vosotros, será vuestro
esclavo” (Mt 20,25-27).
La Iglesia, comunidad cristiana, es el lugar
donde el siervo lleva a cabo su labor. En la
comunidad, el trabajo de cada uno se
complementa y entrelaza, construyendo un
verdadero edificio espiritual.
El siervo de
Cristo sirve en
un Cuerpo, no
aisladamente.
El verdadero siervo del Señor
lo es exclusivamente de él.
Se trata de un servicio
exclusivo, pues “nadie puede
servir a dos señores” (Mt
6,24). Esto no significa que le
esté prohibido actuar en los
asuntos temporales, que
deberá hacerlo; pero siempre
bajo las directrices y estilo
del Señor; nunca bajo la
autoridad de la carne, del
mundo o del diablo.
Con la confesión de «Señor
nuestro» excluyen, por
tanto, toda servidumbre a
los ídolos y señores de este
mundo, viviendo la
renuncia a ellos que
hicieron en su bautismo y
confesando el poder de
Cristo sobre ellos (Rom
8,39; Filp 3,8).
Los cristianos, pues, reconocen y confiesan que
«para nosotros no hay más que un sólo Señor,
Jesucristo (1Cor 8,6; Ef 4,5).
El siervo de Cristo
busca agradar por encima
de todo a su
Señor: “¿Busco yo ahora el
favor de los hombres o el
de Dios? ¿O es que intento
agradar a los hombres? Si
todavía tratara de agradar a
los hombres, ya no sería
siervo de Cristo” (Gal 1,10).
En ocasiones el hecho de
agradar a Dios agrada
también a los hombres,
pero en otras significará
desagradar a algunos
hombres.
El siervo de Cristo es movido por el amor a Dios
y al prójimo. Sin amor, el servicio es una
actividad en la carne, pero no en el espíritu,
porque el Espíritu y el amor son inseparables.
Hacer un servicio sólo por obligación ni da gloria
a Dios ni edifica al prójimo.
Jesús nos dice: “No todo el
que me diga: ‘Señor, Señor’,
entrará en el Reino de los
Cielos, sino el que haga la
voluntad de mi Padre
celestial” (Mt 7,21). El
verdadero discípulo no es el
que llama a Jesús Señor,
sino además, y por encima
de todo, el que hace su
voluntad.
Hacer la voluntad del Padre o del Señor Jesús es lo mismo,
porque la voluntad de ambos es idéntica en todo.
No se identifica a un
discípulo de Cristo
porque se llame a sí
mismo cristiano, ni
porque sepa mucho de
la Biblia, ni porque
tenga grandes
sentimientos o
emociones hacia el
Señor, sino porque
guarda su Palabra, es
decir, porque hace su
voluntad.
Escuchar la palabra de
Dios y no cumplirla, se
parece a la actitud del
hombre que dice y no
hace. El apóstol
Santiago, inspirado por
el Espíritu Santo, nos
dice: “Poned por obra la
Palabra y no os
contentéis sólo con oírla,
engañándoos a vosotros
mismos” (St 1,22).
Jesús es el Señor.
Esta es una de las más
importantes confesiones de
fe cristiana. Y también es
motivo de salvación. San
Pablo resume el mensaje de
la fe de este modo:
"Porque si proclamas con tu
boca que Jesús es el Señor
y crees con tu corazón que
Dios lo ha resucitado de
entre los muertos, te
salvarás" (Rm 10,9).
Por eso se lo entreguemos con mucho
Todo nuestro
afán debe ser
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Señor de todo
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Tomad,
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Automático
toda mi
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Jesús es Señor

  • 2. En el Antiguo Testamento se le llamaba a Dios, Yahvé. Este nombre, al traducirlo al griego, era "Kyrios", que significa"Señor". Como a Jesús le pertenece el mismo honor, alabanza, gloria y poder que a Dios Padre, ya desde el principio del cristianismo, a Jesús le llamaban “Señor”.
  • 3. En la práctica civil señor de verdad sólo se le llamaba al emperador, porque en realidad se hacía pasar por un dios.
  • 4. A causa de esta confesión de Cristo como Señor, los primeros cristianos entraron en conflicto con el Imperio y con el culto al Emperador. En las persecuciones que sufrieron los cristianos de los primeros siglos, fueron muchos los mártires que murieron confesando a Cristo como Señor, como único Señor, negándose a pronunciar “César es el Señor”».
  • 5. El negar el señorío al emperador y aceptarlo para Jesucristo era motivo de muerte; pero los cristianos seguían clamando que:
  • 7.
  • 10.
  • 12. El título de Señor es propio de Dios, porque sólo él es el Señor en el sentido más pleno y verdadero del término. Dentro de la Trinidad: el Padre es Señor, el Espíritu Santo es Señor, pero, el Hijo es la persona dentro de la Trinidad de quien más especialmente proclamamos que es “Señor”.
  • 13. El profeta Isaías, anunció que el Mesías sería también la persona extraordinaria sobre la cual recaería el señorío: “Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro...” (Is 9,5). También el profeta Zacarías acerca de la extensión de su señorío profetizó: “su dominio irá de mar a mar y desde el Río hasta los confines de la tierra” (Za 9,10).
  • 14. Y los ángeles de Dios el día del nacimiento del Salvador y Señor proclamaron con gozo a los pastores: “Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador que es el Cristo, Señor” (Lc 2,11), hablándonos ya de cómo el Mesías esperado tenía también el título divino de “Señor”.
  • 15. Además así parece que muchas veces le llamaban sus discípulos: “Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien porque lo soy” (Jn 13,13). Otro ejemplo evidente lo tenemos en las palabras del mismo Señor recogidas por el evangelista Mateo: “No todo el que me diga Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos…” (Mt 7,21), reconociendo que él es efectivamente el Señor. El mismo Jesucristo no negó, sino que aprobó y reconoció expresamente ser el Señor delante de sus discípulos.
  • 16. Realizando los milagros, mostraba ser señor de la naturaleza: del viento, del mar, de las enfermedades. Jesús revela su soberanía divina mediante su poder sobre la naturaleza, sobre los demonios, sobre el pecado y sobre la muerte, y sobre todo con su Resurrección.
  • 17. Impulsado por el Espíritu Santo, el apóstol san Pedro se dirige a miles de judíos y habitantes de Jerusalén, proclamando con gran valentía: “Sepa con certeza toda la casa de Israel, que Dios ha constituido SEÑOR y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado” (Hch 2,36). Decir esto significaba jugarse la vida.
  • 18. Escribe san Pablo: “Él es imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia” (Col 1,15-17).
  • 19. Así pues, en la Biblia aparece cómo unos años después de la muerte de Jesús, se le llama “Señor” con todas las consecuencias. Dice san Pablo que los príncipes de este siglo, si hubieran conocido la sabiduría divina, “nunca hubieran crucificado al señor de la gloria”(I Cor 2.8).
  • 20. "Ante Jesús, Resucitado y Exaltado, doblan su rodilla en adoración y le proclaman Señor todos los seres (Fil 2, 9-11). “Nadie que ponga su confianza en el Señor, quedará decepcionado”. “Todo el que invoque el nombre del Señor, se salvará". (Rom 10,13) Las primeras confesiones de fe atribuyen a Jesús el título divino de Señor:
  • 21. La oración cristiana, desde el principio, está marcada por el título "Señor", ya sea en la invitación a la oración "el Señor esté con vosotros", o en su conclusión "por Jesucristo nuestro Señor“. Era importante la exclamación llena de confianza y de esperanza: "Maranatha" : el Señor viene o ven, Señor.
  • 22. Cuando la Biblia afirma que Jesucristo es Señor, está diciendo que es el amo, el dueño de todo cuanto existe. Todo es suyo y además nadie se lo puede arrebatar. Él es quien ostenta todo el dominio y ejerce su autoridad de modo absoluto. Nadie hay por encima de él. Todo lo que quiere lo hace. Él es el “Rey de reyes y Señor de señores” (Ap 19,16).
  • 23. Es Señor de toda la tierra, el suelo, el aire, el subsuelo…, pero también el Señor de todas las galaxias y estrellas, planetas, satélites, etc., todo lo que es conocido para el hombre y todo lo que todavía no hemos descubierto. Jesucristo es Señor de todo lo creado sin excepción. Su señorío no tiene límites, ni en el tiempo ni en el espacio.
  • 24. La palabra de Dios afirma el señorío de Cristo sobre los hombres: “Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo” (1 Pe 1,18-19). Al ser comprados por Cristo, él ha adquirido todos los derechos sobre nosotros y por tanto le pertenecemos. El es nuestro dueño y Señor. Somos suyos.
  • 25. Esto es porque Dios ha dado a los seres humanos un gran don, que es la libertad. Y esa libertad muchas veces se usa mal sirviendo a otros “señores” en vez de servir al único Señor. Aunque Jesucristo es el Señor de todas las cosas y aun de los seres humanos, reconocemos que una gran parte de la humanidad todavía no le está sometida.
  • 26. Del hecho de que Jesucristo sea el Señor del hombre se deduce que todo cuanto somos y tenemos es del Señor. Hay personas que se jactan de su inteligencia, de sus obras, o de sus riquezas, pero san Pablo nos recuerda, de parte de Dios: “¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido ¿de qué gloriarte como si no lo hubieras recibido?” (1 Co 4,7). Lo único que tenemos propio es el pecado.
  • 27. Por ejemplo: Hay muchas personas que creen ser dueños de sus cuerpos y dicen: “yo hago con mi cuerpo lo que quiero”, pero la palabra de Dios nos dice :“¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo” (1 Co 6,19-20). Por eso, decir que podemos hacer con el cuerpo lo que queramos es una necedad y propio de quien va contra la palabra de Dios.
  • 28. No somos dueños de lo que creemos ser nuestro, sino que somos administradores.
  • 29. Somos administra- dores de la tierra del Señor. Automático
  • 30.
  • 33. Ser administradores de los dones que Dios nos da quiere decir que el Señor ha puesto todo bajo nuestro cuidado: los dones espirituales, el tiempo, los bienes materiales, las capacidades intelectuales, la familia, el propio cuerpo, y otros muchos aspectos y realidades. Somos administradores de todo lo que somos y tenemos.
  • 34. Un administrador fiel es leal a su Señor y antepone los intereses de su amo a los suyos. Más bien, en el Reino de Dios hay una identificación de intereses, porque el administrador verdaderamente fiel es aquel que no tiene otros intereses que los de su amo. “Ahora bien, lo que en fin de cuentas se exige de los administradores es que sean fieles” (1 Co 4,2).
  • 35. Un administrador fiel no pone condiciones a su Señor, y está dispuesto a hacer todo lo que su Señor quiere, porque sabe que el Señor quiere lo mejor, que es sabio y no se equivoca. Un administrador fiel ama a su Señor. La entrega es un concepto próximo al de fidelidad. Un administrador fiel es el que se entrega por entero a su Señor.
  • 36. Quiere que demos fruto. Un día, como Señor que es, vendrá a recoger los frutos, como nos dice en la parábola de los talentos o de las minas. Nuestro Señor no quiere que nuestras vidas sean estériles.
  • 37. Por eso Jesús no quiere ser señor a la fuerza, sino que nosotros cooperemos. Eso será nuestra gloria y felicidad. Si Jesús es nuestro Señor, ¡Qué Señor más señor tenemos! Dios nos ha hecho libres.
  • 38. El cristiano no es sólo administrador de los dones de Dios, también es siervo de Cristo. Un buen cristiano debe ser buen administrador y también buen siervo de Cristo. Podríamos decir que vivir bajo el señorío de Cristo significa ser siervos de Cristo.
  • 39. Ser siervo de Cristo es un verdadero privilegio que no es comparable con el trabajo o servicio que puede desempeñar un rey, presidente de gobierno o cualquier puesto de máxima autoridad en la tierra. Estos pueden cumplir su trabajo unidos a Cristo; pero el siervo de Cristo sirve al Rey de reyes y Señor de señores. No hay servicio comparable a éste.
  • 40. San Pablo se presenta a los destinatarios de sus cartas como siervo de Cristo: “Pablo, siervo de Cristo Jesús” (Rm 1,1). ¡Eso es tener conciencia de la llamada del Señor y de la dignidad de esta vocación! Nos indica que san Pablo estaba pendiente de la voluntad del Señor desde la posición de humildad. Nadie es siervo de Cristo sólo por decirlo. Debe demostrarlo con su vida. Debemos tener conciencia y corazón de siervos.
  • 41. Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, no es un señor más, equiparable a los demás señores, o uno entre varios. Es el Señor, el único Señor. Hay muchas diferencias con otros “señores”.
  • 42. Jesús viene a enseñar a la humanidad con su ejemplo quién es él y vemos en la Palabra revelada, el modo que tiene de manifestar su señorío sobre todas las cosas, entre ellas, sobre los hombres. El señorío de Jesús es totalmente diferente y opuesto al ejercido por los señores de este mundo.
  • 43. Jesucristo no ejerce su autoridad de manera despótica ni arbitraria: Él es el Señor bueno, que no viene a aprovecharse de nosotros sino que viene a darnos su vida: “Yo he venido para que tenga vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).
  • 44. Una de las diferencias más importantes entre los señores de este mundo y Cristo es que el Hijo de Dios, siendo verdadero hombre y verdadero Dios, y estando infinitamente por encima de cualquier hombre, es UN SEÑOR QUE SIRVE. ¿A qué amo o señor de este mundo se le ocurriría ponerse al servicio de sus inferiores?
  • 45. En su “condición de siervo”, Cristo sirve primero y antes de nada al Padre, y por él, sirve a los hombres. En la siguiente frase se puede resumir el contenido de su misión en la tierra, misión de que era sabedor y manifestó a sus discípulos: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mt, 20, 28).
  • 46. Jesucristo es un Señor diferente en todo, porque en él se puede depositar toda la confianza, él nunca falla ni defrauda. Es un Señor al que vale la pena servir porque vive por la eternidad, es infinitamente sabio, justo, misericordioso, humilde y lleno de amor. El problema es que muchos no le conocen, porque si conociésemos al Señor, no dudaríamos que no hay mayor honor que servirle.
  • 47. Es ese amor el que le lleva hasta dar su vida por los demás, pasando por una vida de cruz, padecimientos, y muerte, para luego resucitar glorioso de entre los muertos. Se trata de un Señor único y diferente, porque actúa movido por su amor infinito.
  • 48. Los señores de este mundo oprimen a quienes pueden: ”Los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder” (Mt 20,25). Cristo vino “no a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mt, 20,28).
  • 49. Jesús enseñó que el camino de sus discípulos y siervos no es el de la opresión al prójimo, sino el del servicio: “No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo” (Mt 20,25-27).
  • 50. La Iglesia, comunidad cristiana, es el lugar donde el siervo lleva a cabo su labor. En la comunidad, el trabajo de cada uno se complementa y entrelaza, construyendo un verdadero edificio espiritual. El siervo de Cristo sirve en un Cuerpo, no aisladamente.
  • 51. El verdadero siervo del Señor lo es exclusivamente de él. Se trata de un servicio exclusivo, pues “nadie puede servir a dos señores” (Mt 6,24). Esto no significa que le esté prohibido actuar en los asuntos temporales, que deberá hacerlo; pero siempre bajo las directrices y estilo del Señor; nunca bajo la autoridad de la carne, del mundo o del diablo.
  • 52. Con la confesión de «Señor nuestro» excluyen, por tanto, toda servidumbre a los ídolos y señores de este mundo, viviendo la renuncia a ellos que hicieron en su bautismo y confesando el poder de Cristo sobre ellos (Rom 8,39; Filp 3,8). Los cristianos, pues, reconocen y confiesan que «para nosotros no hay más que un sólo Señor, Jesucristo (1Cor 8,6; Ef 4,5).
  • 53. El siervo de Cristo busca agradar por encima de todo a su Señor: “¿Busco yo ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O es que intento agradar a los hombres? Si todavía tratara de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo” (Gal 1,10). En ocasiones el hecho de agradar a Dios agrada también a los hombres, pero en otras significará desagradar a algunos hombres.
  • 54. El siervo de Cristo es movido por el amor a Dios y al prójimo. Sin amor, el servicio es una actividad en la carne, pero no en el espíritu, porque el Espíritu y el amor son inseparables. Hacer un servicio sólo por obligación ni da gloria a Dios ni edifica al prójimo.
  • 55. Jesús nos dice: “No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial” (Mt 7,21). El verdadero discípulo no es el que llama a Jesús Señor, sino además, y por encima de todo, el que hace su voluntad. Hacer la voluntad del Padre o del Señor Jesús es lo mismo, porque la voluntad de ambos es idéntica en todo.
  • 56. No se identifica a un discípulo de Cristo porque se llame a sí mismo cristiano, ni porque sepa mucho de la Biblia, ni porque tenga grandes sentimientos o emociones hacia el Señor, sino porque guarda su Palabra, es decir, porque hace su voluntad.
  • 57. Escuchar la palabra de Dios y no cumplirla, se parece a la actitud del hombre que dice y no hace. El apóstol Santiago, inspirado por el Espíritu Santo, nos dice: “Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos” (St 1,22).
  • 58. Jesús es el Señor. Esta es una de las más importantes confesiones de fe cristiana. Y también es motivo de salvación. San Pablo resume el mensaje de la fe de este modo: "Porque si proclamas con tu boca que Jesús es el Señor y crees con tu corazón que Dios lo ha resucitado de entre los muertos, te salvarás" (Rm 10,9).
  • 59. Por eso se lo entreguemos con mucho Todo nuestro afán debe ser que Jesús sea Señor de todo nuestro ser.
  • 62.
  • 63.
  • 64.
  • 65. Disponed de todo a vuestra voluntad.
  • 66.
  • 67. AMÉN