2. En la Vocación de Jeremías profeta.
El primer elemento que aparece es
la iniciativa divina. “Te conocí…, te
consagré…, te constituí…” La
Vocación es un don, es la
manifestación gratuita de su amor.
El punto de partida del proceso
vocacional es una experiencia de
amor. Quien se experimenta amado
escucha un llamado personal que es
desde y para siempre. (Jeremías
1,5ss)
3. Llama a la fe y a la vida a Abraham (Cf.
Génesis 12, 1- 9. 22, 1- 29). Llama a Moisés
para que conduzca a su pueblo hacia la
tierra prometida (Cf. Ex 3, 2- 13. 14, 15- 31).
Este llamado es significativo. Dios, que ha
escuchado el sufrimiento de su pueblo y
viene a liberarlo, lo hace guía y conductor
del pueblo.
4. Llama a que cada uno sea
parte de un pueblo que lo
tiene como Dios En todo el
AT., se descubre un Dios que
forma y educa
progresivamente a su pueblo.
Ese acompañamiento lleva al
crecimiento personal, a la
identidad comunitaria, a ser
pueblo elegido, pueblo santo
(Cf. Dt 4, 20. 25, 5- 9. 27, 9-
11 y Lv 19, 2).
5. El pueblo camina hacia la promesa, hacia la tierra
prometida. Hace un proceso de fidelidad. Este
camino es “a través del tiempo”. Se presenta, no
como una idea, sino como una Persona que se deja
encontrar en la historia. La pedagogía divina pone
el acento en el hecho de que la revelación se
desarrolla de forma progresiva.
6. Jesús, Convoca a “estar con Él”
Cada llamado es personal. Sin
embargo, el llamado es
intransferible y amoroso, conforma
el grupo de los discípulos (Cf. Mc 3,
14). .
7. Llama desde la libertad, invitando
Dice: “si alguien quiere venir en
pos de mi...” (Mt 16, 24)… “si
quieres ser perfecto…” (Cf. Mt 19,
16- 21). Sólo es libre quien ama. El
amor otorga libertad. Los
discípulos, sabiéndose amados, son
libres.
8. Llama desde la
escucha, preguntando
Es la experiencia de los primeros
discípulos. “¿Qué buscan?” (Jn. 1,
45). La respuesta: ¿Maestro, dónde
vives
9. No quiere una vinculación de siervos
(Cf. Jn. 8, 33- 36), porque “el siervo no
conoce…” (Jn. 15, 15). El siervo no tiene
entrada a la casa de su amo, menos a su
vida. Quiere que su discípulo se vincule a
Él como amigo y hermano. Cada amigo
ingresa a su vida. Lo escuchan y conocen
al Padre.
10.
11. “Otra vocación especial, que ocupa un lugar de honor en la
Iglesia, es la llamada a la vida consagrada. A ejemplo de María
de Betania que «sentada a los pies del Señor, escuchaba su
palabra» (Lc 10, 39), muchos hombres y mujeres se consagran a
un seguimiento total y exclusivo de Cristo…«la contemplación
de las cosas divinas y la unión asidua con Dios en la oración
debe ser el primer y principal deber de todos los religiosos»”
12. “En el centro de toda comunidad cristiana
está la Eucaristía, fuente y culmen de la
vida de la Iglesia. Quien se pone al
servicio del Evangelio, si vive de la
Eucaristía, avanza en el amor a Dios y al
prójimo y contribuye así a construir la
Iglesia como comunión.”
13. “Las vocaciones al sacerdocio ministerial y a la vida consagrada
sólo florecen en un terreno espiritualmente bien cultivado. De
hecho, las comunidades cristianas que viven intensamente la
dimensión misionera del ministerio de la Iglesia nunca se
cerrarán en sí mismas. La misión, como testimonio del amor
divino, resulta especialmente eficaz cuando se comparte «para
que el mundo crea» (cf. Jn 17, 21).
14. “La existencia misma de los religiosos y de las religiosas habla
del amor de Cristo, cuando le siguen con plena fidelidad al
Evangelio y asumen con alegría sus criterios de juicio y
conducta. Llegan a ser “signo de contradicción” para el
mundo, cuya lógica está inspirada muchas veces por el
materialismo, el egoísmo y el individualismo. Su fidelidad y la
fuerza de su testimonio, porque se dejan conquistar por Dios
renunciando a sí mismos, sigue suscitando en el alma de
muchos jóvenes el deseo de seguir a Cristo…”
15. Emblemática respuesta humana, llena de
confianza en la iniciativa de Dios, es el «Amén»
generoso y total de la Virgen de Nazaret,
pronunciado con humilde y decidida adhesión a
los designios del Altísimo, (cf. Lc 1, 38). Su «sí»
inmediato le permitió convertirse en la Madre
de Dios, la Madre de nuestro Salvador.
16. “Aquel que es poderoso
para hacer que
copiosamente abundemos
más de lo que pedimos o
pensamos” (Ef. 3, 20).