2. La noche anterior, comienza a prepararte para la
Sagrada Comunión, con muchas aspiraciones
y deseos amorosos.
Si durante la noche te despiertas,
llena enseguida tu corazón o tu boca de palabras de
adoración, con las cuales tu alma perfumada se
perfuma para recibir a Jesús,
quien mientras tú duermes,
se prepara para traerte mil gracias y favores,
si tú estás en disposición de recibirlos.
3. Por la mañana,
levántate con gran
alegría,
por la felicidad que
esperas,
y una vez confesada,
ve con gran confianza,
pero también con gran
humildad,
a recibir este pan
celestial,
que te alimenta para la
inmortalidad.
4. Y, después que hayas
dicho estas palabras:
"Señor, yo no soy digna
de que entres en mi
casa...",
pasa a comulgar,
abriendo con suavidad
la boca y levantando lo
necesario la cabeza,
para que el sacerdote
pueda ver lo que hace.
Recibe, llena de fe,
de esperanza y de
caridad,
a Aquel, en el cual,
por el cual y para el cual,
crees, esperas y amas.
5. Imagínate que,
así como la abeja,
después de haber
recogido de las flores
el rocío del cielo
y el néctar más
exquisito de la tierra,
y, después de haberlo
convertido en miel,
lo lleva a su panal,
6. De la misma manera,
el sacerdote,
después de haber tomado
del altar el Salvador del
mundo, verdadero Hijo de
Dios, que, como rocío,
desciende del cielo,
y verdadero Hijo de la
Virgen, que,
como una flor,
ha brotado de la tierra de
nuestra humanidad,
lo pone, como manjar de
suavidad,
en tu boca y en tu
corazón.
7. Una vez lo hayas recibido,
mueve tu corazón a rendir homenaje a este Rey
Salvador;
habla con Él de tu vida interior,
contémplalo dentro de ti,
donde ha entrado para tu felicidad;
en fin hazle tan buena acogida como puedas y pórtate
de manera que,
en todos los actos,
se conozca que Dios está en ti.
8. Pero, cuando no puedas
tener el gozo de
comulgar realmente en
la santa Misa, comulga,
a lo menos,
de corazón y en
espíritu, uniéndote,
con fervoroso deseo,
a esta carne vivificadora
del Salvador.
9. Tu gran anhelo,
en la comunión,
ha de ser avanzar,
robustecerte y consolarte
en el amor de Dios,
ya que debes recibir por
amor al que sólo por
amor se da a ti.
10. No, el Salvador
no puede ser
considerado en una
acción ni más amorosa
ni más tierna que ésta,
en la cual podemos
afirmar que se
anonada y convierte
en manjar, para
penetrar en nuestras
almas y unirse
íntimamente al
corazón
y al cuerpo de sus
fieles.
11. Si el mundo te pregunta por qué comulgas con tanta
frecuencia, dile que lo haces para aprender a amar a
Dios, para purificarte de tus imperfecciones,
para consolarte en tus aflicciones,
para apoyarte en tus debilidades.
12. Dile que son dos las clases de personas que han
de comulgar con frecuencia:
las perfectas, porque, estando bien dispuestas,
faltarían si no se acercasen al manantial
y a la fuente de perfección, y las imperfectas,
precisamente para que puedan aspirar a ella;
13. Las fuertes, para no enflaquecer, y las débiles,
para robustecerse; las enfermas, para sanar,
y las que gozan de salud, para no caer enfermas;
14. y tú, como
imperfecta, débil y
enferma,
tienes necesidad de
unirte,
con frecuencia,
con tu perfección,
con tu fuerza y con
tu médico.
15. Dile que los que no están muy atareados han de
comulgar con frecuencia,
porque tienen tiempo para ello,
y que los que tienen mucho trabajo también,
porque lo necesitan, pues los que trabajan
mucho y andan cargados de penas,
han de tomar alimentos sólidos y frecuentes.
16. Dile que recibes el Santísimo Sacramento para
aprender a recibirlo bien,
porque no se hace bien lo que no se hace con
frecuencia.
Comulga a menudo, tanto cuanto puedas.
17. Y, créeme,
las liebres de nuestras
montañas, en invierno,
se vuelven blancas
porque no ven ni
comen más que nieve;
y tú, a fuerza de adorar
y comer la belleza,
la bondad y la pureza
misma,
en este divino
Sacramento,
llegarás a ser toda
hermosa, toda buena y
toda pura.
19. 1. Te hablaré del sol de las
prácticas espirituales,
que es el santísimo
y muy excelso sacrificio y
sacramento de la Misa,
centro de la religión
cristiana, corazón de la
devoción,
alma de la piedad,
misterio inefable,
que comprende el abismo de
la caridad divina,
y por el cual Dios,
uniéndose realmente a
nosotros,
nos comunica magníficamente
sus gracias y favores.
20. 2. La oración, hecha en unión
de este divino sacrificio, tiene
una fuerza indecible, de
suerte, que, por él, el alma
abunda en celestiales favores,
porque se apoya en su
Amado,
el cual la llena tanto de
perfumes y suavidades
espirituales,
que la hace semejante a una
columna de humo de leña
aromática, de mirra, de
incienso
y de todas las esencias
olorosas,
como se dice en el Cantar de
los cantares.
21. 3. Haz, pues,
todos los esfuerzos
posibles para asistir
todos los días a la
santa Misa,
con el fin de ofrecer,
con el sacerdote,
el sacrificio de tu
Redentor a Dios,
su Padre, por ti y por
toda la Iglesia.
22. Los ángeles, como dice san Juan Crisóstomo,
siempre están allí presentes,
en gran número,
para honrar este santo misterio; y nosotros,
juntándonos a ellos y con la misma intención,
forzosamente hemos de recibir muchas influencias
favorables de esta compañía.
23. Los coros de la Iglesia
militante,
se unen y se juntan con
Nuestro Señor,
en este divino acto, para
cautivar en Él,
con Él y por Él, el
corazón de Dios Padre,
y para hacer enteramente
nuestra su misericordia.
¡Qué dicha experimenta el
alma al unir sus afectos a
un bien tan precioso y
deseable!
24. 4. Si por fuerza no puedes asistir a la celebración
de este santo sacrificio,
con una presencia real, es necesario que,
a lo menos lleves allí tu corazón,
para asistir de una manera espiritual.
A cualquiera hora ve a la iglesia en espíritu,
si no puedes ir de otra manera;
25. une tu intención a la de todos los
cristianos, y, en el lugar donde te
encuentres,
haz los mismos actos interiores que
harías si estuvieses realmente presente a
la celebración de la santa Misa en
alguna iglesia.
26. 5. Ahora bien, para oír,
real o mentalmente, la santa Misa,
cual conviene:
27. 1) Desde que llegas,
hasta que el sacerdote ha subido al altar,
haz la preparación juntamente con él,
la cual consiste en ponerte en la presencia de Dios,
en reconocer tu indignidad
y en pedir perdón por tus pecados.
28. 2) Desde que el sacerdote
sube al altar hasta el
Evangelio,
considera la venida
y la vida de Nuestro
Señor en este mundo,
con una sencilla y general
consideración.
29. 3) Desde el Evangelio
hasta después del Credo,
considera la predicación
de nuestro Salvador,
promete querer vivir y
morir en la fe
y en la obediencia de su
santa palabra
y en la unión de la santa
Iglesia católica.
30. 4) Desde el Credo hasta
el Padrenuestro,
aplica tu corazón a los
misterios de la muerte y
pasión de nuestro
Redentor,
que están actual y
esencialmente
representados en este
sacrificio, el cual,
juntamente con el
sacerdote y el pueblo,
ofrecerás a Dios Padre,
por su honor
y por tu salvación.
31. 5) Desde el Padrenuestro hasta la comunión,
esfuérzate en hacer brotar de tu corazón mil
deseos,
anhelando ardientemente por estar para siempre
abrazado (a) y unido (a) a nuestro Salvador
con un amor eterno.
32. 6) Desde la comunión hasta
el fin,
da gracias a su divina
Majestad por su pasión y
por el amor que te
manifiesta en este santo
sacrificio,
conjurándole por éste,
que siempre te sea
propicio,
lo mismo a ti que a tus
padres,
a tus amigos y a toda la
Iglesia
33. y, humillándote con todo tu corazón recibe
devotamente la bendición divina que Nuestro
Señor te da por conducto del celebrante.
34. Pero si, durante la Misa,
quieres meditar los
misterios que hayas
escogido para considerar
cada día,
no será necesario que te
distraigas en hacer actos
particulares, sino que
bastará que, al
comienzo, dirijas tu
intención a querer
adorar a Dios.
35. y ofrecerle este sacrificio
por el ejercicio de tu
meditación u oración,
pues en toda meditación
se encuentran estos
mismos actos o expresa,
o tácita o virtualmente.
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