1. Dido y Eneas
Eneas era un príncipe troyano, hijo de la diosa Venus, que
huyó de su tierra tras el fin de la guerra de Troya por decisión
de los dioses para fundar una nueva Troya, Roma. Eneas hizo
una alianza con el rey de Latino y además se casó con Lavinia, su
hija; en su honor fundó la ciudad de Lavinio. Eneas y Lavinia
tuvieron un hijo al que llamaron Ascanio.
Dido era una legendaria reina de Cartago, enamorada del
héroe troyano por arte de Venus para que éste
consiguiera alcanzar su destino, fundar Roma.
Las penalidades del héroe romano surgen de la enemistad
entre dos diosas, Venus, su madre, y Juno, la cual se
convirtió en enemiga de la estirpe troyana cuando Paris,
secuestrador de Helena, por quien se originó la guerra de
Troya, ante una consulta sobre quién de las dos era más
hermosa se decidió por Venus. Tras andar errante Eneas
por el mar durante siete años, parecía cercana la llegada
a Italia, cuando una tempestad suscitada por el dios Eolo
incitado por la irascible Juno, lo rechazó hacia la costa de
Cartago, en África.
Lo primero que hizo Eneas fue reconocer el lugar
desconocido al que había llegado con sus compañeros; no
dudó en subir a unos montes en búsqueda de comida con
que saciar su hambre. Encontró unos grandes ciervos, los
cocinaron y, con ellos calmaron las necesidades de sus
estómagos.
Mientras tanto, la diosa Venus se quejaba ante Júpiter de
las desventuras de su hijo humano; sus quejas tuvieron
éxito, pues el rey de los dioses envió a Dido a su
mensajero Mercurio para que le acogiera como huésped
ilustre y no como enemigo. Tras esta promesa, Venus se le
apareció y le hizo entrar en la ciudad junto con sus
compañeros bajo una espesa niebla que les ocultaba.
Dido estaba entonces inaugurando un templo
dedicado a la diosa Juno; al ver a sus compañeros -
Eneas estaba todavía bajo la niebla-, les preguntó por
Eneas; rápidamente se disiparon las nubes y se
presentó. Dido les invitó a su palacio, no sin que
antes Acates, fiel compañero, fuese a buscar al hijo de
Dido y Eneas son los
personajes de los que se
sirve
Virgilio para justificar la
eterna enemistad existente
entre las dos grandes
potencias mediterráneas de
la antigüedad, Cartago y
Roma.
2. Eneas, Ascanio, a la playa a la que habían sido arrojados por las olas.
La diosa Venus puso en marcha otro plan para que Eneas pudiera llegar a
Italia y simultáneamente descansar durante un tiempo: Ordenó a su hijo
Cupido, dios del amor, que lanzase sus flechas de
amor sobre Dido; de esta manera, quedaría
prendada por Eneas y él, sin embargo, no sentiría
mucho en su corazón el día de la partida. Durante
la cena el corazón de Dido se iba inflamando
cada vez más de amor por el héroe troyano.
A la mañana siguiente, Dido se dedicó a pasear por
las murallas de la ciudad; su corazón no pudo
descansar hasta que le contó a su hermana Anna sus
sentimientos; esta le animó a hacer caso a su
corazón. En el cielo, las diosas siguieron conspirando
para que Cartago y Troya no se separasen, con
propósitos distintos, Juno que el matrimonio llegara
a buen término, Venus que su hijo descansara y así
pudiera fundar la ciudad a la que estaba destinado.
Deciden su boda en una cueva, a escondidas de todos,
en el curso de una cacería.
Cuando la cacería estaba casi acabada, Juno desata una gran tempestad y cubre en
una nube a los amantes; estos a su vez deciden refugiarse en una cueva; Dido
quería enterarse de todos los sufrimientos de Troya y de sus habitantes; las
respuestas de Eneas le hacían enamorarse cada vez más profundamente. A pesar
del temor a que el amado pudiera partir, Dido se entrega a Eneas.
A su regreso a la ciudad, todos los habitantes estaban al tanto de los sucedido; la
alegría en la ciudad era grande, incluso a la reina se le escapó que había celebrado
la boda con Eneas. Pero la felicidad no duró mucho para los amantes.
La noticia no tardó a llegar a las regiones vecinas. Iarbos, antiguo pretendiente de
Dido y siempre despreciado por ella, presentó sus quejas a Júpiter, de quien era
descendiente. A su vez Venus le recordó que el destino de Eneas siempre había sido
la fundación de la nueva Troya en Italia. Estos dos hechos hicieron que de nuevo
enviase a Mercurio a la tierra; pero en esta ocasión sus órdenes irían dirigidas a
Eneas: "has de olvidarte de Dido y salir con tus compañeros e hijo a Italia". Esta
misiva le entristeció, pero el sentido del deber, así como las palabras de sus
compañeros, le convencieron.
Repararon las naves, pintaron sus cascos y las aprovisionaron de víveres. Estos
trabajos no pasaron desapercibidos a Dido, quien le reprochó "¿Qué será de mí?;
¿He de quedarme en esta tierra sola y desamparada?". Eneas intentó convencerla
de que no la dejaba por falta de amor, sino que lo hacía porque los dioses así lo
querían; pero todo fue en vano. Incluso le amenaza con su suicidio en una hoguera
junto al palacio real. El piadoso Eneas ordena, por incitación de Mercurio, que sus
compañeros armen sus naves y se alejen de las orillas de Cartago. Así lo hacen al
amanecer. Dido ve la partida desde las altas murallas de la ciudad con inmenso
dolor.
La historia de este amor acaba con el suicidio de la reina. Ante la ausencia de
Eneas, preparó una pira con gruesas maderas y se colocó encima de ella. De nada
3. …”Dime las causas, Musa: por qué
ofensa a su poder divino,
por qué resentimiento la reina de
los dioses
forzó a un hombre, afamado por
su entrega
a la divinidad, a correr tantos
trances, a afrontar tantos riesgos
¿Cómo pueden las almas de los
dioses incubar tan tenaz
resentimiento?...”
sirvieron las súplicas de su hermana y
ciudadanos cartagineses. Tomó una tea, la
quemó y se suicidó. Dido prefirió morir que
vivir sin él. Se animó a amar, los dioses lo habían
querido...Toda la ciudad la lloró, los
sacerdotes ofrecieron sacrificios por su
alma, mientras a lo lejos Eneas, entristecido,
desde su nave contemplaba el fuego físico
que la hacía desaparecer.
No fue esta la última vez que Eneas vio a Dido.
En su bajada al Infierno la reconoció entre las
almas que por allí vagaban. De nuevo le explicó las
razones que le llevaron a salir de Cartago, "no fue por mi
voluntad, sino por la decisión del padre de los dioses, Júpiter", pero ella ni lo miró
ni le habló, a tanto llegaba su odio hacia la persona a la que tanto había amado.
Sara Alonso Pérez
María Amores del Rey
Marta Fernández Quintana
Jéssica Villanueva López