1. EL PODER DE LA FE LOGRA RESULTADOS PODEROSOS
“Nací para perder". Esta declaración ultra negativa me llamó la atención
cuando paseaba por una tortuosa callejuela de Kowloon, en Hong Kong. La vi en
el escaparate de un taller de tatuajes. Parece que era uno de los lemas que
podían escoger los clientes para hacerse tatuar en el cuerpo. También se ofrecían
las acostumbradas banderas, sirenas y otras figuras.
Muy sor prendido, entré en el taller y le pregunté al chino que lo manejaba:
De veras hay alguien que se haga tatuar en el cuerpo Nací para
perder.
¿Qué es un creyente? ¿Y creyente en qué? La respuesta es: El que tiene fe en
Dios, en la vida, en el futuro, en su cónyuge, en sus hijos, en su trabajo, en su
patria, y finalmente (lo que no es menos importante) en sí mismo. Un individuo que
me oyó decir esto me replicó: "Yo, desde luego, creo en Dios; por eso mismo soy
humilde y no creo en mí mismo".
"Pues si no cree en sí mismo, no será mucho lo que cree en Dios, que fue el que
lo hizo", le contesté, y le cité un letrero que vi una vez en una droguería en Pawl
Mg, Nueva York, acompañando una ilustración de un niñito de pie: "Yo creo en mí
mismo, porque Dios me hizo y él no hace basura".
Un gran erudito, uno de los hombres más sabios de los Estados Unidos, fue
William James, profesor de filosofía, anatomía y psicología. Se podría decir que
fue maestro de la mente, del cuerpo y de las emociones. (Se puede equiparar con
Emerson y Thoreau por su vasto saber sobre la personalidad y el éxito en la vida.)
Pues bien, William James se expresa así: "La fe al comienzo de una empresa
dudosa es lo único que puede garantizar el éxito de cualquier actividad".
¿Qué es lo único que garantiza el éxito? No es el conocimiento, ni la educación, ni
la preparación, ni la experiencia, ni el dinero. Es la fe. La fe en un proyecto y la fe
en sí mismo es indispensable para el éxito. Naturalmente, otros factores son muy
importantes, pero el principal, el esencial, es la fe: la fe en que usted mismo puede
generar los poderosos resultados a que aspira. Y otro nombre de la fe es el
pensamiento positivo. Es un hecho que algunos pensadores positivos logran
resultados positivos. William James dijo: "No le tema a la vida: tenga fe en que la
vida vale la pena vivirla y su fe contribuirá a crear ese hecho". Los creyentes son
una raza extraordinaria de hombres y mujeres. Nada les arredra. No tienen miedo
a nada. Si tienen dudas, se sobreponen a el las. Se hacen personas de poder.
Estas almas grandes, formidables, se lo llevan todo por delante. Son actores,
realizadores, ganadores. Poseen la palabra mágica: fe. Tengo la convicción,
2. basada en el conocimiento de tales personas a lo largo de los años y en las más
diversas circunstancias, de que los creyentes pueden resolver o aprender
a vivir con cuantos problemas se les puedan presentar.
Fred era un amigo a quien había conocido en Brooklyn unos años atrás, aunque
no lo había vuelto a ver. Lo vi venir por la calle adelante con sus mismos hombros
cuadrados y la misma expresión de paz en el rostro. Fue un encuentro afectuoso:
"¿Cómo te va?" le pregunté. Debo aclarar que este encuentro ocurría en lo más
hondo de la gran depresión de los años treinta, tal vez el período más negro de la
historia económica del país. Las fábricas se habían cerrado. Las tiendas vacías en
toda la ciudad daban testimonio de las quiebras de los negocios. Empleados y
obreros habían sido despedidos por centenares de millares;: sueldos y jornales se
habían rebajado no una sino muchas veces. Cocinas de caridad y largas "colas del
pan" atendían a los menesterosos, muchos de los cuales habían sido ricos. Se
decía en todas partes que ninguna persona mayor de' treinta años tenía ni la
menor probabilidad de conseguir empleo. Tal era la situación cuando me encontré
con Fred en la antes próspera Quinta Avenida, aquella tarde de octubre.
Vestía un traje de paño azul, de esos que se ponían brillantes con la vejez y el
largo uso. Esta propiedad era muy evidente en el de Fred. Pero él se expresó con
su tono alegre, de siempre:
-Oh, estoy bien muy bien. No te preocupes por mí. Es cierto que desde hace algún
tiempo estoy cesante, pero todas las mañanas vengo a la ciudad y recorro las
calles de arriba abajo buscando empleo. Estoy seguro de que en alguna parte en
esta gran ciudad tiene que haber un puesto para mí, y lo seguiré buscando hasta
que lo encuentre.
—Veo que conservas esa sonrisa de oreja a oreja —le comenté con admiración.
-¿Y por qué no? En alguna parte he leído que se necesitan sesenta y cuatro
músculos faciales para hacer mala cara y solamente catorce para sonreír.
Entonces, ¿para qué forzar la cara?
En seguida me explicó un poco más su filosofía. Creía que un profundo anhelo de
encontrar trabajo encontraría al fin una recompensa satisfactoria. Agregó que me
había oído citar alguna vez al poeta John Burroughs, que dijo: "Lo que es mío me
llegará".
Pero lo más conmovedor en Fred era su gran fe. "A mí me criaron padres
creyentes —me dijo. Teníamos muy poco, pero eso nunca preocupaba a mi
madre. Ella decía: El Señor proveerá. Y así sucedía. El jamás le falló... Como
tampoco me fallará a mí —agregó después de una pausa y con un ligero temblor
en los labios".
¿Qué ocurrió? Se consiguió un trabajo con un individuo que tenía el talento de
inventar cosas, y ety ese ambiente de innovación Fred, que tenía la mente fértil,
concibió una idea feliz. Después de mucho luchar y muchos sacrificios, los dos
alcanzaron gran éxito.
3. Fred vivió constructivamente, tuvo una espléndida familia y fue muy respetado por
cuantos lo conocieron. Hace algunos años, las iglesias de Nueva York invitaron a
varios laicos a hablar un domingo en sus púlpitos. Yo le pedí a Dale Carnegie, que
era mi especial amigo, que aceptara esa invitación. Carnegie, autor del libro'
clásico Cómo ganar amigos e influir sobre las personas, les enseñó a muchos
hombres y mujeres a hablar en público en sus cursos, y ese domingo hizo una
charla inolvidable.
En un momento dado, le flaqueó la voz. Se había, emocionado tanto que tuvo que
callarse durante algunos minutos, que nos parecieron muy largos y durante los
cuales el público guardó profundo silencio.
Escuchando aquel día al inolvidable Dale Carnegie, pensé que la pobreza ha sido
fuente de motivación para algunas de las más grandes personalidades, pues les
ha infundido la resolución de levantarse a sí mismas y a sus familias a más altos
niveles de bienestar económico. Una fe poderosa, deriva muchas veces de la
enseñanza religiosa, les hizo creer que eran capaces de lograrlo. Aprendí de Fred
en la calle y de Dale Carnegie en el púlpito que ni la depresión económica ni los
contratiempos, tales como la pérdida de un empleo, pueden derrotar
permanentemente al hombre de pensamiento positivo, porque él lleva en sí la
capacidad de rebotar. Cuanto más bajo caiga, más alto rebotará. Esto no se debe
a la suerte, ni a circunstancias fortuitas, ni ocurre sin razón alguna. El poder de la
fe es lo que importa, y su importancia es decisiva.
Un caso fue el de un joven que desempeñaba un. Cargo rutinario de oficina. A
Evans le impresionó su modo de ser, agradable y desenvuelto. Trabajaba con
eficiencia y siempre estaba ideando maneras nuevas de aumentar la
productividad. Además, motivaba a sus compañeros de trabajo para que pusieran
más entusiasmo en el oficio. Evans se convenció de que este muchacho, que se
llamaba Jack, tenía capacidades que no estaba aprovechando.
-¿Qué opinión tiene usted de la compañía? -le preguntó un día.
–La mejor del mundo –contestó Jack-. Yo trabajo. Aquí muy contento y me estoy
preparando para sacar el diploma de contador juramentado.
-¿Quiere saber lo que yo pienso de usted, Jack? Tal vez se sorprenda, pero me
parece que usted sería un espléndido vendedor. Muestra tanto entusiasmo por el
producto, que lo podría vender muy eficazmente, batiría todas las marcas, y el
beneficio sería grande, tanto para la compañía como para usted mismo.
Ante esta sorprendente evaluación, salió a la superficie otro aspecto del carácter
de Jack: su temor y falta de confianza en sí mismo.
–No, no, señor Evans. Yo estoy muy contento en este puesto. Conozco la rutina y
es como mi segundo hogar. En ventas sería como un pez fuera del agua y estoy
seguro de que no lo haría bien.
4. Esta respuesta revelaba su autoevaluación negativa y el temor de abandonar la
seguridad del nido. Pero Evans insistió:
-Usted no se conoce. Lo único que tiene que hacer es efectuar un cambio mental,
de no creyente a creyente. Tiene que aprender a conocerse a sí mismo.
Por fin Jack convino en tomar el curso de adiestramiento para vendedores, y, con
mucha sorpresa, descubrió que era muy interesante. El director del curso le dijo a
Evans: "He encontrado un muchacho que puede ser un gran vendedor, pero
todavía no tiene confianza en sí mismo".
"Eso ya vendrá", comentó Evans. Finalmente llegó el día de salir al terreno, a ver a
la clientela, y Jack estaba realmente nervioso. Melvin Evans le dijo: "Yo lo voy a
acompañar, Jack. Vamos a recorrer juntos por lo menos una parte del territorio".
Le presentó el nuevo vendedor a algunas de las personas con quienes tendría que
entenderse, y todos gustaron de él por su gran simpatía: Jack observó cui-
dadosamente a Evans cuando éste le mostraba el proceso de vender, pero
aprendió algo más importante aún en el tiempo que anduvieron juntos. Evans hizo
patente la confianza que él tenía en sí mismo, y le comunicó esa confianza a Jack.
Pronto Jack aprendió también a confiar en Jack. Empezó a adquirir un nuevo
concepto de sí mismo y con él, a gustar del éxito. Como resultado de esto,
comenzó a entusiasmarse.
Un día Evans le dijo al joven vendedor que tenía que dejarlo. El resto del recorrido
de ventas tendría que hacerlo Jack solo. Le aconsejó:
-Siga gustando de las personas. Sea amistoso, y crea en el producto... y en usted
mismo.
—Me voy a sentir muy solo —balbuceó Jack. —Uno nunca está solo —replicó
Evans.
El éxito que Jack obtuvo después, justifico el juicio de Evans sobre el potencial del
joven. Convencer a los que dudan de sí mismos de que tengan fe en sus propias
capacidades, como lo hizo Evans con Jack, es uno de los principales objetivos de
este libro.
Este factor de la fe es una fuerza sorprendente, de un poder casi increíble.
Contiene en forma concentrada todos' los positivos. Algunas personas que quieren
aparecer como irreligiosas me preguntan: "¿Es necesario tener fe religiosa, para
adquirir confianza?" Yo les contesto: "Eso ayuda, seguramente".
Me contó que en su juventud ella y su marido habían sido sumamente pobres.
Vivían de la caridad pública y dial llegó a detestar la pobreza, que tenía muy
deprimido a su marido y a ella la indignaba. Entonces leyó las palabras de S.
Lucas (9:1) que repitió de pie junto a mi mesa: " juntando a sus doce discípulos,
les dio poder y autoridad sobre todos los demonios, y de curar enfermedades"
La mujer siguió diciendo: "Esto fue muy significativo:, para mí. Yo también, como
discípula de Jesucristo, tengo autoridad sobre los demonios, uno de los cuales es
la pobreza. Ésta es una cosa mala, muy mala. Es un cuento largo, y n fue cosa
5. fácil, pero solamente le diré que mi marido y yo, con la ayuda de Dios, matamos el
demonio de la pobreza".
Contemplándolo aquel día, el muchacho hizo un descubrimiento. No descubrió
ninguna cosa material, nada que pudiera asir con la mano, ni ver siquiera.
Descubrió una idea. De pronto, pero tranquilamente, comprendió que en su vida
todo pasaría algún día bajo el puente y se iría como el agua. Y les tomó el gusto a
esas palabras, "bajo el puente". De ahí en adelante, durante toda la vida esa idea
le fue muy útil y lo sacó al otro lado, a pesar de que hubo días y circunstancias
que fueron oscuras y no fáciles. Siempre, cuando cometía un error que no tenía
remedio, o cuando perdía algo que jamás podría recuperar, el muchacho, que ya
es un hombre, decía: "Es agua bajo el puente". Y no se mortificaba in-
necesariamente por los errores pasados ni permitía ciertamente que ellos
quebrantaran su ánimo, porque eran "agua bajo el puente".
El joven abogado escuchó con atención la lectura de este apólogo y guardó
silencio largo rato. Luego se levantó, me estrechó la mano y dijo emocionado:
"Comprendo el mensaje. Aprenderé lo que pueda de esta experiencia y la dejaré
pasar como agua bajo 'el puente". Ese día salió de mi oficina lleno de renovada
confianza en sí mismo, y también con fe en el futuro que, dicho sea de paso, le
resultó ser muy bueno.
Es muy general la tendencia a menospreciarse así mismo; pero pocas veces he
recibido una carta tan llena de desdén y vilipendio de la propia persona como la
que llegó hace pocos días a mi oficina. La firma una mujer, y la cito en parte:
Ya sé que esta carta no le llegará a usted personalmente, pero de todas maneras
la escribo, Dr. Peale. Tengo un gran problema conmigo misma. No tengo
confianza en mí. Me siento estúpida e indigna del amor de Dios. A veces me
pregunto para qué me conserva la vida, o aun por qué nací. Mi marido tiene una
compañía y es muy inteligente. No hay comparación entre los dos.
Yo me doy por vencida. Nací en un hogar deshecho.
Tal como me lo pedía, le escribí una tarjeta, con la recomendación de que la
llevara siempre consigo y la leyera con frecuencia en alta voz, especialmente
antes de entregarse al sueño por la noche. Yo quería que pensamientos de
confianza trabajaran poderosamente en su mente. A pesar de su falta de fe en sí
misma, he descubierto que afirma-I cienes tales como las contenidas en la
siguiente tarjeta suelen tener una influencia poderosa. Ésta es la tarjeta que le di:
Yo gusto de mí misma. Creo en mí misma.
Fui creada por Dios, que jamás hizo nada mal.
Su creación es maravillosa,de modo que yo soy maravillosa.
La perfección divina está en mí. Amo la vida. Amo la gente.
Tengo capacidad. Puedo hacer las cosas bien.
La mujer ha hecho uso de esta afirmación en la forma prescrita, y está saliendo
definitivamente de su asombroso menosprecio de sí misma.
6. Cuando existe semejante falta de confianza personal, cuando no hay control de la
personalidad, o cuando el fracaso es persistente, está indicada la necesidad de un
cambio básico en el individuo. Es una necedad continuar en tan lamentable
estado, pues todos los días se ven casos de cambio personal. Esa modificación de
actitudes y de condiciones le puede ocurrir a cualquiera. Todos cambiamos. Yo
puedo cambiar, y usted también.
Mi primo Lew Delaney fue un vendedor de éxito y llegó a gerente de ventas de una
gran compañía. En cierta ocasión hablábamos sobre este tema y me dijo: "Cuando
una persona, hombre o mujer, es franca consigo misma, reconoce honradamente
la necesidad de cambiar, y luego se propone cambiar y tiene fe, el cambio
ocurrirá. Si se apoya en Dios, cambiará de verdad. Quisiera contarte la historia de
uno de nuestros vendedores, llamado Tim. ¡Cómo cambió! Uno lo veía y no lo
reconocía: era otro".
Lew me dijo: "Fue una escena inolvidable, fabulosa. Los setecientos hombres allí
congregados permanecieron un momento quietos; luego se pusieron de pie como
un solo hombre, gritando y aplaudiendo y felicitándose unos a Otros. Fue la locura.
Tengo que reconocer que a mí se me hizo un nudo en la garganta y se me
aguaron los ojos. A muchos les pasó lo mismo".
¿Y por qué no? Un hombre había cambiado, se había vuelto otro hombre, hasta el
punto de que uno no lo habría reconocido.
Todos hubieran querido saber cuál era la afirmación de la Biblia que había
producido tan profundo efecto en Tim, pero como era cuestión privada, nadie se
atrevió a preguntárselo; pero al día siguiente, estando a solas con él, Lew sí le
preguntó. Tim sacó una tarjeta y escribió en el reverso: 2 Corintios 5:17.
“eso lo oímos- me comento Lew –cuando tu y yo eramos chico, en la escuela
dominical en nuestro pueblo, y yo nunca le di mayor importancia. Pero ¿sabes una
cosa? Es la pura verdad. La experiencia de Tim lo prueba” tenia toda la razón: el
poder de la Fe obtiene resultados poderosos.