Este documento discute tres razones por las cuales debemos evangelizar a los demás. 1) Jesús nos dio la gran comisión de predicar el evangelio a todas las naciones. 2) Los pecadores están condenados y se dirigen al juicio y al infierno si no aceptan el evangelio. 3) Los creyentes deben sentir compasión por las almas perdidas y advertirles sobre su destino eterno.
LA EVANGELIZACIÓN PERSONAL (No. I. Cap. 3). Tomo I. LIBRO: COMO ALCANZAR A OTROS PARA CRISTO
1. LA
EVANGELIZACION
PERSONAL (No. I.
Cap. 3).
Ing. Alcímides Velasco.
TOMO I
LIBRO: COMO ALCANZAR A
OTROS PARA CRISTO
¿LA EVANGELIZACIÓN ES POSIBLE HOY?
Dr. Luis A. Silva Cisneros
Y Colaboradores.
Valencia, Venezuela.
(1a Edición. 1996. 2a Edición. 2011).
2. LA EVANGELIZACIÓN PERSONAL
(No. I. Cap. 3)
Ing. Alcímides Velasco
A cada generación de creyentes de la iglesia del Señor Jesucristo, nos ha asistido durante
esta dispensación de gracia una solemne responsabilidad, un enorme deber, una importante
misión: La evangelización de nuestros contemporáneos.
Si somos honestos con nosotros mismos, deberíamos admitir que en algún grado hemos
estado fallando en este respecto. Mi propia conciencia me redarguye, y admito descuido
manifiesto sobre el particular. Hermanos, es saludable para nuestras almas que juntamente
reconsideremos delante de Dios este solemne ministerio. Cabe, pues, preguntarnos: ¿Por qué
debemos predicar el evangelio a nuestro prójimo? Notemos por lo menos tres razones de peso:
1.- LA COMISIÓN ENCOMENDADA POR EL SEÑOR.
Es el Señor quien solemnemente lo demanda. El Señor de la mies comisionó primero a
doce, luego a setenta y finalmente nos comisiona a todos: “Id y haced discípulos a todas las
naciones” (Mateo 28:19). “Id y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). “Que
se predicase... en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Lucas 24:47). “Como
me envió el Padre, así también yo os envío” (Juan 20:21). “Me seréis testigos en Jerusalén,
en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). El Señor nos
comisiona a todos, para ir a todas partes, y a todos.
Es cierto que no
todos son llamados
como evangelistas a
predicar a lejanas
tierras, ni tampoco a
consagrarnos a este
ministerio a tiempo
completo. Pero, sí es
cierto que cada creyente
en el ámbito donde se
mueve tiene
circunscrita la esfera de
su campo misionero.
No se requieren grandes
dones para ser un
testigo de Él en el sitio
donde trabajamos,
estudiamos o nos
desenvolvemos. Basta
sólo reconocer, como dijo el apóstol Pablo: “La comisión me ha sido encomendada” (1
3. Corintios 9:17), para sentirnos involucrados en esta noble tarea, y aportar nuestra cuota de
contribución en el evangelismo local en la medida en que podamos.
2.- LA CONDICIÓN DESDICHADA DEL PECADOR.
Dios lo ha declarado condenado, y la única cosa que lo mantiene fuera del lugar de
tormento es el aliento de vida. Ha pecado, y Dios no tendrá por inocente al culpable. Ha
sembrado para la carne, y de la carne segará corrupción, ya que “todo lo que el hombre
sembrare, eso también segará” Gálatas 6:7. Está destituido de la gloria de Dios, porque
ninguna cosa que haga abominación ni mentira entrará allí. La paga del pecado es la muerte, y su
triste suerte es la de estar excluidos de la presencia de Dios y de la gloria de su poder. Por
consiguiente, le espera una horrenda expectación de juicio y de hervor de fuego. Sin salvación se
irá a su propio lugar, el cual es en un lago que arde con fuego y azufre, y allí, el humo de su
tormento subirá por los siglos de los siglos, y no tendrá reposo de día y de noche. Este es su
infausto destino. Su suerte eterna está sellada. ¿Cuál será el fin de aquellos que no obedecen al
evangelio de Dios?. El fin de los tales será perdición.
Con todo, Dios les ama, y ha provisto a gran precio una salida. Lo solemne del caso,
hermanos, es que hay millares que caminan a nuestro lado, y sus ojos están vendados a estas
terribles realidades espirituales. El Dios de este siglo ha segado el entendimiento de los
incrédulos para que no les resplandezca la luz del evangelio, (2 Corintios 4:4). Si como
atalayas de Dios no los advertimos ni les anunciamos su deber, ellos ciertamente morirán en su
pecado, pero su sangre nos será demandada. (Ezequiel 3:16-21).
El poeta dice: “Pensad, pensad, la condición del pecador. ¡Qué triste es! ¡Qué lleno
de dolor! Sin luz, sin paz, camina a la eternidad y no conoce el gran peligro en que él está”.
3.- LA COMPASIÓN IMPLANTADA EN EL CREYENTE.
La seria consideración del aciago
destino de los perdidos debería quebrantar el
corazón. El Señor que lloró sobre Jerusalén,
que gimió frente al enfermo, que se estremeció
ante el dolor, es el que puede impartir a
nuestras almas ese sentimiento y actitud. El
apóstol Pablo dijo: “Me es impuesta
necesidad; y ¡hay de mí sino anunciare el
evangelio!” (1 Corintios 9:16). Por eso se
enardecía en Atenas ante la ceguera de los
paganos entregados a la idolatría; y sentía gran
tristeza y continuo dolor en su corazón por sus
compatriotas rebeldes. ¡Oh hermanos, que el
Señor pusiera sobre mí y usted esa carga, esa
sensibilidad, ese peso!
El Señor Goodman predicador durante
la primera Guerra Mundial, relata una
experiencia en Salisbury (Inglaterra). Allí
4. conoció a un evangelista que estaba lleno de una pasión consumidora por las almas perdidas. Éste lo
invitó a su invitación antes de salir a visitar las tropas que estaban expuestas a morir en el campo de
batalla. Se arrodillaron delante de Dios. Este hombre al comenzar a orar derramó su corazón; aún no
había ido más allá de dos o tres frases cuando rompió en un torrente de lágrimas. Después de esto,
salieron a los hombres, y simplemente los ganó para Cristo.
¡Oh! ¿Quién irá buscarlas? ¿Quién por la compasión de Dios, irá a buscarlas, estando en
perdición? ¿Quién se dará molestias, quién sufrirá dolor, por gozo de encontrarlas y traerlas al Pastor?
DE GRACIA RECIBISTEIS,
DAD DE GRACIA
MATEO 10:8
Sembrando la
Palabra