1. José Fermín Garralda Arizcun 1
“EL CARLISMO”, TEMÁTICO
EN LA PEQUEÑA PANTALLA
José Fermín Garralda Arizcun
Doctor en Historia
A MODO DE CONCLUSIONES sobre “El Carlismo” en el programa
“Lágrimas en la lluvia”, TV-Intereconomía, 17-III-2013, dirigido por
el escritor Juan Manuel de Prada.
Asisten: Miguel Ayuso (Universidad de Comillas, Madrid), Javier
Barraycoa (Universidad Abat Oliba, CEU, Barcelona), Alfonso Bullón de
Mendoza (director del Instituto CEU de Estudios Históricos, Madrid) y Jordi
Canal (École des Hautes Études en Sciencies Sociales, París).
En estas páginas ofrecemos una síntesis de esta tertulia, recogida bajo
nuestra exclusiva responsabilidad, al no publicarse en la Red para el espectador
interesado. En cursiva realizamos alguna aportación personal, y, al final,
efectuamos algunos comentarios. Previamente el programa emitió el film
Zalacaín el aventurero, la más popular de las novelas creadas por Pío Baroja,
donde el escritor criticará injusta y duramente a los carlistas, a los que don Pío
era tan poco aficionado. El film, a pesar de su relativa calidad en el cine de la
época y el lirismo de algunas escenas, poco o nada tiene que ver con los
carlistas. Dicho esto, lo primero que hemos de hacer es agradecer a de Prada y a
los cuatro contertulios la realización de este programa.
* * *
A decir de los contertulios, es muy frecuente que los libros de texto de
Secundaria y Bachillerato en España, así como los manuales Universitarios,
distorsionen qué fue el Carlismo y quiénes fueron o son los carlistas. A
diferencia de los tópicos generalizados, será preciso destacar que los carlistas
no fueron una mera reacción “anti”, sino que mantuvieron un sólido proyecto
de sociedad, exponiéndolo sin pretender “volver atrás” mientras luchaban con
todos los medios posibles contra la Revolución liberal. Por otra parte, los libros
escolares han abonado la idea de que las cosas sólo podían haber sido de la
manera como fueron, que no podrían haber resultado de otra forma. Con este
planteamiento, el Carlismo estaría condenado al fracaso, pues –se insiste- las
cosas tenían que suceder como sucedieron. Por lo mismo, los liberales estarían
condenados a acabar triunfando. Con este planteamiento, la historia del siglo
XIX resulta verdaderamente incomprensible.
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(- Sí, sin duda –añadamos- todo esto es una forma de determinismo histórico
de patente naturaleza ideológica. El “progresismo” liberal, el evolucionismo
“cientifista” biológico aplicado a las ciencias sociales, y la dialéctica idealista
hegeliana, originaron unos mitos, desmentidos no obstante por la realidad).
DEL BURGO Jaime, AYUSO Miguel, La política, oficio del
De la España romántica. Ecos de la alma, Buenos Aires, Nueva Hispanidad,
Guerra de Carlos V, Pamplona, Ed. 2007, 152 pp.
Gómez, 1952
Miguel Ayuso, haciéndose eco de distinguidos historiadores de ayer y
actuales, diferenció tres grupos políticos de españoles a comienzos del siglo
XIX:
1. Los Realistas, que incluyeron un sector absolutista y otras personas
caracterizadas como reformistas dentro de la Tradición española,
quienes mantenían los Fueros y una ley elaborada entre el rey (custodio
de la suprema potestas) y las Cortes.
2. Los Conservadores absolutistas o simplemente absolutistas y
fernandinos, que prepararon la llegada del liberalismo. Serán los
moderados de la Revolución para que ésta se introduzca en España, y
luego los conservadores de la Revolución triunfante.
3. Los Liberales o innovadores, que pretendían poner todo “patas arriba”,
romper con la tradición, la realidad existente y el ser de los españoles, e
importaron las ideas revolucionarias de Francia.
Esta diferenciación podrá ser matizada según Ayuso, pero en general
mantiene su vigor.
(- Por la razón que fuese, los ponentes no tuvieron tiempo ni quizás presencia
de ánimo para destacar que, en las después llamadas provincias forales o
vascongadas y en el Reino de Navarra vigente hasta 1841, los Fueros y la
descentralización, así como la vigencia de las leyes propias e instituciones
representativas –según la época- suponían el Reformismo político y no el
absolutismo).
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Placa conmemorativa colocada en
Talavera de la Reina por la CTC, Bandera localizada en un anticuario de Pamplona en el
mediante acto público, en 2008 año 2012. Foto:JFG2012
Para Javier Barraycoa, reducir el Carlismo a las guerras carlistas,
significa no entender el movimiento popular más antiguo de Europa, pues
existe un Carlismo en tiempos de paz con sus periódicos y políticos, sus muchas
asociaciones de variado tipo organizadas como unión de familias, y luego
asociaciones laborales y sindicatos libres... Afirmó existir una clara continuidad
en el transcurrir histórico de Cataluña y de España donde aquella se incluye. He
ahí la continuidad entre la guerra de Sucesión de 1705-1714, la Guerra Gran de
1793-1795, la de Independencia de 1808-1814, y el alzamiento de los
malcontents o agraviados de 1827. Estos últimos reaccionaron porque –según
ellos- el absolutismo del ministro Calomarde estaba desvirtuando la monarquía
española. El contertulio Jordi Canal matizó algo estas afirmaciones pues, según
él, no hubo tanta continuidad entre 1714 y 1930…, toda vez que la Revolución
Francesa y la reacción popular y generalizada contra ésta en 1793 y 1808,
supusieron alguna ruptura en el país. En efecto –añadió-, da la sensación que
en esas fechas empezaba algo nuevo, lo que, a pesar de mantenerse la sociedad
y valores anteriores a dichas fechas, permite apreciar que se estaba ante un
nuevo mundo.
(- Creemos que la novedad que supuso la Revolución francesa –que tuvo sus
claros precedentes en Europa- es patente en toda la Europa de momento, pues
catalizó todas las fuerzas existentes, aumentó la densidad histórica de tales fechas, y,
en el Principado, condensó toda la tradición catalana hasta el estallido de 1833. Es
como si, ante unas circunstancias extraordinarias, el cuerpo social revitalizase sus
fuerzas acumuladas y configurativas a lo largo del tiempo).
Para Miguel Ayuso, los apologetas españoles tienen un corte intelectual
escolástico, y hacen gala de una profunda sabiduría tradicional. Puso el
ejemplo de los carlistas Magín Ferrer y Vicente Pou, del tradicionalista Filósofo
Rancio, de Jaime Balmes etc. No son fideístas, ni ontologistas, ni cayeron como
los franceses en el llamado tradicionalismo filosófico rechazado por la Iglesia.
No eran absolutistas, sino que eran marcadamente católicos, dando fe de la
continuidad tradicional del Carlismo. Con el tiempo, el Carlismo irá dejando de
ser una vivencia masiva para llegar a formularse también como una teorización.
Si Ayuso consideró este trasunto hacia la teorización como una desgracia, no
obstante y de esa manera –añadió- el pensamiento y aspiraciones tradicionales
han atravesado su experiencia purificadora. Según éste contertulio, hubo tres
formas de ser carlista. Primero, el carlista vergonzante (sólo por vía familiar y
básicamente dinástico) que, en cuanto puede, se “libera” de sus compromisos.
Serán los que con el tiempo acepten a Alfonso XIII. Segundo, el carlista de
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matriz absolutamente religiosa: es el “integrismo”, cuyos militantes estuvieron
perdido con el “ralliement” de León XIII. Tenían un espíritu de congregación
eclesiástica, se desligaban del principio político, se convirtieron a la larga en
“democracia cristiana”, y originaron parcialmente el nacionalismo periférico.
Tercero, el carlista “si más” (completo, fiel y práctico), ligado a la persona del
rey.
(- Recordemos el libro de José Mª Alsina Roca, El tradicionalismo filosófico en
España. Su génesis en la generación romántica catalana, Barcelona, Promociones
Publicaciones Universitarias, 1985, 266 pp. En él se vincula el tradicionalismo
filosófico al conservadurismo político y al nacionalismo secesionista posterior.
Pensemos también que Sabino Arana se hizo separatista en su estancia catalana).
Revista “Aportes. Revista de historia BULLÓN DE MENDOZA, Alfonso, La
contemporánea”, primera guerra carlista, Madrid, Actas,
nº 58, 2/2005, 199 pp. 1992, 701 pp. + IX mapas
Según Jordi Canal, los Fueros están en el Carlismo, pero el Carlismo no
puso los Fueros en un primer plano desde un primer momento. Los Fueros
tardarán unos años, algo así como hasta 1840, para que tremolen –espléndidos-
en la bandera de don Carlos. Dicho de otra manera (aunque quien esto escribe
cree que no es lo mismo), los Fueros no son la razón del Carlismo. Un
contertulio, concretamente Miguel Ayuso, apostilló que por su naturaleza el
Carlismo pertenecía al mundo “antiguo”. Es decir, que los Fueros estaban
unidos o vinculados a los restantes aspectos que lo conformaban, con los que
constituían una unidad. Así –añadió- nuestras herramientas conceptuales de
hoy día están condenadas al fracaso para entender el Carlismo, porque en él
todas las partes integrantes formaban una unidad plena. Hoy estaríamos
contagiados de teorización, lo que se encuentra más allá de toda evidencia. Por
su parte, Alfonso Bulón de Mendoza afirmó que los territorios más forales
fueron siempre los más carlistas
(- Podemos señalar que en Vizcaya, Guipúzcoa y Álava, sí existieron
manifestaciones claras de foralismo ya a comienzos de la primera guerra carlista.
Por ejemplo en la proclama del alavés Verástegui, recogida por Echave Sustaeta, El
partido carlista y los Fueros, Pamplona, El Pensamiento Navarro, 1915, 536 pp. Del
reino de Navarra existe una abundante documentación que expresa la nítida defensa
de la naturaleza del Reino de Navarra por los carlistas frente a la Revolución
centralista desde 1833. Todo ello era muy comprensible en 1833, porque ya durante la
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guerra realista el tema foral estuvo muy presente en Navarra, como antes de 1808 y
en la última década de Fernando VII).
Existió una tradición viva carlista mantenida durante dos siglos. No
obstante, el Carlismo, a pesar de tener una gran o considerable fuerza según los
casos, evolucionó sociológicamente de una forma paulatina a la baja durante su
historia debido a tres motivos: 1º) En varias ocasiones la Revolución se disfrazó
de moderantismo, por ejemplo con la Unión Liberal (añadamos nosotros la
Unión Católica bajo la égida clerical, el pidalismo, el posterior cedismo, la
ACNdeP, algunas instituciones clericales…); 2º) El nacionalismo fue la
estrategia del liberalismo para lograr, a través de aquel, lo que no obtuvo en el
campo de batalla, esto es, aprovecharse y pervertir las bases carlistas;3º) La
debacle espiritual de España.
La evolución del Carlismo es compleja. ¿Cómo atravesó la línea de fuego
del siglo XIX al s. XX? ¿Cómo se llegó de un Carlismo fortísimo en toda España
durante la primera guerra de 1833-1840 a la situación actual? La respuesta es
algo compleja pero no parece difícil.
Cartel de Actos sobre los 175 años de CANAL, Jordi, Banderas blancas,
Carlismo. boinas rojas. Una historia política
Morella, 2008 del carlismo, 1876-1939, Madrid,
Marcial Pons, 2006, 355 pp.
En primer lugar, en el Carlismo se originaron cismas internos, quizás
debido a los avatares propios de su prolongada oposición al Régimen; tal es el
caso del integrismo de Ramón Nocedal y después del más inexplicable
mellismo. En realidad, unos y otros se integraron en la Comunión
Tradicionalista al proclamarse la IIª República en 1931. Así, en las difíciles
fechas de 1931-1936, el Tradicionalismo español estuvo unido.
(- Si los carlistas sufrieron “cismas” internos fruto del “desgaste” que conlleva
estar en una intensa y total oposición al Régimen liberal, también otros movimientos
políticos sufrieron divisiones, no sólo mientras estaban en la oposición -republicanos,
anarquistas, socialistas, nacionalistas- sino también entre los liberales del Régimen
que monopolizaban el Gobierno – mauristas, silvelistas, datistas, Polavieja etc.- ).
Durante la guerra de 1936 se asistirá a la creación de la FET de las JONS
(1937) que tanto perjudicó a los carlistas. El Carlismo nunca se sintió a gusto
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dentro del Régimen franquista, pues no en vano dicho Régimen fue muy
beligerante contra los carlistas. Después hubo otras divisiones aunque los
contertulios no las citaron. Al final surgirá una extraña derivación anticarlista
llamada Huguismo, que se trata de una relectura del pasado con un análisis
marxista y efectuada durante los años sesenta, que dejó su secuela de conflicto
artificial entre algunos huguistas y algunos tradicionalistas en el dramático
Montejurra de 1976, orquestado por el Estado ante la inmediata “transición
política”.
(- ¿Quiénes sino los carlistas podían mostrar a la sociedad española los
errores del franquismo? ¿No eran los carlistas, además, masas entusiastas que se
reunían “in crescendo”, piadosa, política y puntualmente, en Montejurra desde 1940?
¿No hablaban de Dios y la Patria, pero también de la cuestión laboral y social, de una
verdadera representación no partitocrática –ni de muchos partidos ni de uno solo-,
así como de una cuestión Foral que nada tenía que ver con el nacionalismo separador,
centralista y exógeno? ¿No eran gentes “renovadoras” y tradicionales a las que las
masas honradas españolas podían seguir sin dificultad? Por el contrario, nada
podían mostrar quienes sirvieron al Régimen y quienes se ocuparon altos puestos de
responsabilidad en él. No pocos de estos últimos luego serán los “conversos” de UCD,
los “demócratas de toda la vida”, los llamados “chaqueteros”, los Fraga y Areilza, los
López Rodó y Osorio, los Ruiz Jiménez y Calvo Serer hacia la izquierda oportunista,
los Suárez, Martín Villa, Fontán, Rosón y un largo etcétera. También en el PSOE más
radical habrá no pocos hijos de destacados franquistas. Los nacional-separatistas
periféricos tampoco podían aportar nada, salvo la ruptura con España. Los
comunistas habían sido más coherentes y los únicos activos a la izquierda, pero
estaban señalados como tales comunistas, y eso era por entonces muy feo pues
recordaban a Paracuellos del Jarama y a Stalin. Por ello, ¿no debía de ser el Carlismo
extirpado de raíz para hacer precisamente lo que se hizo en la llamada transición? ¿Y
no debía ser extirpado para que se le recordase “oliendo a sangre y telarañas”, según
dijo Alfonso Osorio en TV? ¿No era el único escollo a la Revolución, toda vez que el
franquismo llevaba tiempo agonizando?)
1957. Por primera vez acudió el príncipe Hugo Carlos de 1957. Años después, el Acto se transformará en lo que
Borbón-Parma, a la espléndida afirmación patriótica y nunca fue, al empeñarse algunos en desvirtuar
religiosa en Montejurra (Ayegui, Estella) totalmente el Carlismo secular. El marxismo
internacional tiene mucho que decir sobre ello.
Segundo. Cuando se separa una o varias de las partes que conforma el
Carlismo, adviene su total desintegración.
Tercero. El poder desgasta a quien lo goza, pero más a quien no lo tiene.
Gobernar desde fuera del sistema, como señalaba Vázquez de Mella que se
debía de hacer –y el Carlismo siempre practicó-, es muy difícil si a la larga se
desea perseverar. Se podrá, pero con grandes riesgos.
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Cuarto. No hay una conexión lineal entre Carlismo–nacionalismo vasco o
catalán. El Carlismo fue un fenómeno popular y el nacionalismo supuso para el
Carlismo un gravísimo error ideológico. Por ejemplo, el clero catalanista (y
vasco) ofrecerá una visión deformada de los carlistas. No, no hay continuidad
ideológica entre el Carlismo y el nacionalismo de la soberanía nacional y por
ello del liberalismo; otra cosa muy distinta es que haya carlistas que se hiciesen
nacionalistas, y que de esta manera rompiesen con la herencia de sus padres.
(- Pensemos en los isabelinos que hacia 1868 se hicieron carlistas –los
neocatólicos-, o los que, como el marqués de Rozalejo, de ser alfonsinos se pasen hacia
1936 al Carlismo convencidos de su Ideario y programa. Pensemos también en Sabino
Arana, que de ser carlista luego cambió y se hizo integrista, para después más tarde
hacerse separatista con el objeto –decía- de salvar la religión, la lengua y raza. Sin
duda, romperá con la transmisión de su padre que era un armador carlista. Más
tarde otros se harán franquistas y socialistas…).
Quinto. En 1876, al terminar la tercera guerra carlista, finalizaba la larga
etapa de cuarenta y tres años de conspiraciones y guerras iniciadas en 1833. Al
fin se asentaba el Estado liberal español, bajo el caótico ensayo de la primera
República, el pronunciamiento “republicano” de Pavía, y luego el
pronunciamiento de Sagunto acaudillado por el liberal conservador y alfonsino
Arsenio Martínez Campos. Poco a poco se fue desarticulando el Carlismo
masivo existente hasta entonces, convirtiéndose el Tradicionalismo en una
realidad secundaria en la política activa española. En efecto, habrá carlistas que
se replieguen a sus casas o bien que se pasen a otros grupos donde prosperar
tanto en carrera y fortuna. En realidad, cuando advenga el peligro de la
Revolución, el Carlismo emergerá.
Banda de cornetas en El Escorial procedente de Valencia,
noviembre de 2012. Foto: JFG2012
A la pregunta de Juan Manuel de Prada de si el Carlismo sobrevivirá o
no, los contertulios ofrecieron varias respuestas.
Hay quienes fueron carlistas y ya no lo son porque han ido perdiendo la
unidad de su todo. En la sociedad se ha perdido la propia vivencia del Carlismo,
y así ha llegado a formularse una teorización del mismo. De ésta manera, el
peligro es que el Carlismo se convierta en una ideología. De por sí, el Carlismo
es un ideario que se debe traducir a las realidades concretas. Se basa en la
tradición (tradere), sabiendo todos que una sociedad sin tradición es de
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salvajes. La tradición no es arqueología e historia, sino es lo que del pasado
puede fructificar. Por eso, el Carlismo tiene mucho qué decir. En los momentos
de crisis suprema, los carlistas ven las cosas más claras que los más sabios. En
realidad, si desapareciera el Carlismo es porque desaparece España. En
momentos del desmoronamiento del Estado liberal, el Carlismo se puede
presentar como el “resto de Israel”. Hoy existen carlistas jóvenes que no tienen
tradición familiar carlista; si antes todos eran carlistas por tradición familiar,
hoy ya no es así. El Carlismo son los principios de la constitución natural e
histórica de España, según la cual el poder viene de Dios, los cuerpos
intermedios tienen derechos y deberes, y el gobierno debe ser personal frente al
artefacto del Estado liberal reducido hoy a subproductos de la monarquía.
Como asistimos a momentos de debacle y descomposición, lo que en un
momento parece imposible, en breve puede ser posible. Por eso, la
desesperación es una completa tontería en el orden colectivo –según Ayuso-.
Para Jordi Canal, ciertamente el Carlismo es historia, y de él se ocupan
los historiadores. Ahora bien, ello no significa que no haya carlistas y que no
haya Carlismo. Él no está convencido que el Carlismo sea capaz de captar a los
descontentos de hoy.
Por su parte el moderador de Prada finalizó con su propia apreciación: el
descontento hoy va a ser un vómito de odio nihilista, y entonces podrá volver el
Carlismo.
* * *
Baluarte El Redín, fortificaciones de Pamplona, 11-II-2013.
Foto: JFG2013
De esta manera finalizó la tertulia, que fue interesantísima.
Con permiso del lector, ofrezcamos una breve valoración. Mucho están
cambiando las cosas. En efecto, en 2010 “TV-Intereconomía” ofreció un largo
reportaje y tertulia sobre “El Carlismo en España” con seis invitados, dirigido
por Alfonso Arteseros en su programa “España en la Memoria”. “La Gaceta de
los negocios” promocionó todo el programa en el DVD nº 32 de la colección de
dicho nombre. Por lo mismo, este 2013 hemos asistido a la tertulia que hemos
sintetizado en estas páginas.
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Pues bien, hace años era impensable un debate o tertulia televisiva sobre
Carlismo. Más impensable era que los cuatro contertulios fuesen buenos
conocedores y respetuosos hacia el tema que tratan. Se observa que la
interpretación marxista de este gran tema histórico no tiene mucho
predicamento, aunque Marx mostrase un agudo juicio al respecto, quizás por su
personal oposición al liberalismo. La interpretación de Josep Carles Clemente
(1935- ) y doña Teresa de Borbón Parma también está más que a la baja por
haber tergiversado no pocas veces aspectos esenciales de la historia conforme a
las modas políticas e ideológicas de una época. Tarde o temprano, la verdad
brilla por si misma.
Entre los contertulios hubo caras nuevas para tratar estos temas
históricos, pues desde algunos ámbitos nos han acostumbrado a que un grupo
de profesionales monopolice este tema en los actos celebrados anualmente en el
Museo del Carlismo en Estella –por ejemplo-. Un poco de apertura está muy
bien visto.
No todos los contertulios intervinieron el mismo tiempo, y en el uso del
mismo destacaron los profesores Ayuso seguido de Canal. A veces la tertulia se
hizo algo lenta con falta de viveza, sin remarcar las diferencias de criterio
apreciadas en aspectos secundarios. Ayuso ofreció un perfil de hombre de
Derecho conocedor de la historia del pensamiento, Canal y Bullón de Mendoza
se mostraron cautos como historiadores empíricos (no empiristas) basados en
datos, y Barraycoa adelantó el perfil del sociólogo, sobrepasando así la
polarización del Carlismo en las guerras carlistas –o anticarlistas- y en una
época concreta.
Sin duda el espectador advirtió el cuidado que mostró el moderador para
ofrecer una línea argumental, con un espíritu constructivo (más que
constructivista) y que fuese temáticamente lo más amplio posible. Se hicieron
patentes las grandes coincidencias y algunas diferencias secundarias de criterio
entre los asistentes.
Se pudo echar en falta incidir en el Carlismo en pie de paz, con sus
pensadores, políticos, periódicos y buenos periodistas, círculos, asociaciones
recreativas, piadosas y de asistencia mutua, de seguridad y laborales, y hasta
sindicatos. En todo ello Canal podía aportar mucho como lo muestra en su libro
Banderas blancas, boinas rojas. Decimos esto porque es un desenfoque muy
frecuente polarizar el Carlismo en las guerras, como hicieron sistemáticamente
los liberales para afear a sus contrarios, o bien polarizarlo en Navarra, como
hizo el franquismo para restarle importancia sociopolítica.
BARRAICOA Javier,
Historias ocultadas del nacionalismo catalán,
10. José Fermín Garralda Arizcun 10
Madrid, Libros Libres, 2ª ed., 2011, 365 pp.
De la tertulia pudo deducirse que no es acertado el título “Carlistas. Un
romanticismo perdurable” escrito por el dr. Caspistegui hace algún tiempo
(“Nuestro Tiempo” nº 665, nov. dic. 2010, p. 32-41). El Carlismo, más que un
romanticismo sería un clasicismo como indicó tempranamente Casariego, y
sobrevolaría y sobrepasará la cultura romántica. No sería lo que alguno ha
llamado muy poco acertadamente “tradicionalismo cultural”, desvelado por
Juan Manuel Rozas en “Anales de la Fundación Francisco Elías de Tejada”,
2011-. Hundiría sus raíces filosóficas en el pensamiento escolástico, y su raíz
religiosa en una recia piedad popular ajena al clericalismo contradictorio e
interesado católico-liberal. Para otra tertulia queda mostrar los resultados
electorales de la CTC de la actualidad que, desde luego, son diferentes a los
mostrados –con omisiones- por el dr. Caspistegui (art. cit. pág. 39).
Los contertulios no llegaron a
analizar el Carlismo hoy día.
Foto: JFG2013
Lógicamente, el Carlismo como tema no está de moda en la vida diaria,
pues del hombre de hoy puede alejarse de él tras haber caído en el actual
relativismo y escepticismo, materialismo y falta de ideales a los que servir y por
lo que sacrificarse. No obstante, quizás este agudo contraste, la admiración que
merecen las actuaciones de los carlistas, y el colorismo popular del movimiento
político más antiguo de Europa, hacen que el Carlismo sea un gran tema
siempre interesante y atractivo. Y de futuro. Del rechazo a la atracción sólo hay
una decisión por medio.
José Fermín Garralda Arizcun
Pamplona, 1-IV-2013