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Bloque 1:

           La Educación de los Jóvenes en la época previa a la industrialización

                     Aprendices y Maestros en los talleres de Artes y Oficios

DOCUMENTOS:

Bl-1 Aries, Phillipe. "De la familia medieval a la familia moderna", en El niño y la familia medieval en el Antiguo Régimen,
México, Taurus (Ensayistas 284), 1998. pp.482 – 491.

Bl-2 Manaconda, Mario Alighiero. "El aprendiz en las corporaciones", en Historia de la Educación 1. De la antigüedad a
1500, México, Siglo XXI, 1995, pp.252 – 262.

Bl-3 SeweII, William H. Jr. "Las corporaciones" Y "Comunidad moral", en Trabajo y Revolución en Francia. El lenguaje del
movimiento obrero desde el Antiguo Régimen hasta 1848. Madrid. Taurus (Humanidades/Historia, 337), 1992, pp. 50 65.

Bl-4 Perrot, Michelte, "La juventud obrera. Del Taller a la Fábrica", en Giovanni Leví y Jean-Claude Schmitt (Dirs.),
Historia de los jóvenes 2. La edad contemporánea, Madrid, Taurus (pensamiento) 1996, pp. 119- 152.




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Aries,    Philippe, "De la familia medieval a la familia
                                    moderna", en El niño y la vida familiar en el Antiguo
                                    Régimen, México, Taurus (Ensayistas, 284), 1998,
                                    pp. 482-491.

Lo largo de la historia, la familia se ha ido transformando profundamente en la medida en que ha ido modificando
sus relaciones internas con respecto al niño. Este libro sitúa esa «metamorfosis» de la familia en el conjunto de la
historia social del Antiguo Régimen, contrastando, a grandes rasgos, las características de esa sociedad con las de
nuestro tiempo.
                                                    Philippe Aria
                                   El niño y la vida familiar en el antiguo régimen

                                                    CAPÍTULO II

                        DE LA FAMILIA MEDIEVAL A LA FAMILIA MODERNA
El estudio iconográfico del capítulo precedente nos ha mostrado el nuevo lugar que ocupa la familia en la vida
sentimental de los siglos XV y XVII. Es interesante señalar que en esas mismas épocas se observan cambios
importantes en la actitud de la familia para con el niño. La familia se transforma profundamente en la medida en
que modifica sus relaciones internas con el niño.

Un texto curioso de finales del siglo XV, que el historiador inglés Furnival' ha extraído de una «Relación de la isla
de Inglaterra», de un italiano, nos muestra una idea sugestiva de la familia medieval, por lo menos en Inglaterra:
«La falta de sentimientos de los ingleses se manifiesta particularmente en su actitud para con sus hijos. Después
de haberlos conservado en el hogar hasta los siete o los nueve años [para nuestros autores antiguos, siete años es
la edad en que los niños se separan de las mujeres para ir a la escuela o para integrarse en el mundo de los
adultos], se les coloca, tanto a los muchachos como a las muchachas, en casa de otras personas, para el servicio
ordinario, donde se quedarán unos siete o nueve años [es decir, hasta los catorce o dieciocho años
aproximadamente]. Se les llama aprendices. Durante este tiempo, realizan todos los trabajos domésticos. Pocos
hay que lo eviten, ya que todos, cualquiera que sea su fortuna, envían a sus hijos a casa de los demás, mientras
que reciben en sus casas a niños ajenos.» El italiano estima que esta costumbre es cruel, lo cual significa que la
misma se desconocía o se había olvidado en su país. Insinúa que los ingleses recurrían a los hijos de otros porque
creían estar así mejor servidos que por sus propios vástagos. En realidad, la explicación que daban los propios
ingleses al observador italiano parece ser la adecuada: «Para que los hijos aprendan los buenos modales.»

Este tipo de vida fue probablemente común a todo el Occidente medieval. G. Duby describe la familia de Guigonet,
un caballero de Macón, en el siglo XII, según su testamento 2. Este Guigonet había confiado a sus dos hijos
menores al mayor de sus tres hermanos. Más adelante, numerosos contratos de arrendamiento de niños a amos
prueban lo corriente que era el aprendizaje en familias ajenas. A veces se especifica que el señor debe «enseñar»
al niño y «mostrarle lo relativo a sus mercaderías», o que debe «hacerle ir a la escuela y asistir a ella»  Son casos
particulares. De manera general, la principal obligación del niño confiado a un señor es la de «servirle bien y en
debida forma». Cuando leemos esos contratos sin deshacernos de nuestros hábitos mentales contemporáneos, no
podemos decidir si el niño ha sido colocado como aprendiz (en el sentido moderno del término), como pupilo o
como criado. Cometeríamos un error insistiendo en ello; nuestras distinciones son anacrónicas, y el hombre de la
Edad Media no veía en esas diferencias más que los matices de una noción esencial, la del servicio. El único
servicio que se pudo concebir durante mucho tiempo, el servicio doméstico, no ocasionaba ninguna degradación,
no despertaba ninguna repugnancia. En el siglo XV existía toda una literatura en lengua vernácula, francesa o
inglesa, que enumeraba en forma nemotécnica versificada los preceptos de un buen servidor. Uno de esos
poemas4 se titula: «Régimen para todos los servidores». La equivalencia inglesa de «servidor» es wayting servant,
que ha subsistido en el inglés moderno en el vocablo waiter, nuestro «mozo» (de café). Claro es que ese servidor
tenía que saber servir la mesa, preparar las camas, acompañar a su señor, etc. Pero ese servicio iba acompañado
de lo que nosotros llamaríamos hoy día una función de secretario, de empleado. Nos damos cuenta de que no se
consideraba como una situación definitiva, sino como una pasantía, un período de aprendizaje:
1
 A Relation of the Island of England, Camden Society, 1897, p. XIV, citado en The Babees Books, publicados por
F. J. Furnival, Londres, 1868.
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2
 G. DUBY, op. cit., p. 425.
3
 Ch. DE ROBILLARD DE BEAUREPAIRE. Instruction publique en Ñormandie, 3 vols., 1872.
Ch. CLERVAL, Les Ecoles de Chartres au Moyen Age, 1895.
4 Babees Books, op. cit.


Si tu veuls bon serviteur estre, Craindre dois et aimer ton maistre Manger dois sans seoir á table... *.

[Siguen luego las reglas de la buena presentación.]
Suys toujours bonne compagnie
 Soit séculier ou clerc ou prestre.

[Un letrado podía servir en casa de otro letrado.]

II te faut pour le bien servir
Se son amour veulz desservir
Laissier toute ta volonté
Pour ton maistre servir a grey.
Se tu sers maistre qui ayt femme
Bourgeoise, damoiselle ou dame
Son honneur doit partout garder...
Et se tu sers un clerc ou prestre
Gardes ne soyes vallet maistre
S'il est que soyes secrétaire
Tu dois toujours les secrets taire...
Se tu sers juge ou avocat
Ne rapportes nul nouveau cas
Et s'il t'advient par adventure
A servir duc ou prince ou comte
Marquis ou barón ou vicomte,
Ou autre seigneur terrien,
Ne soyes de taille inventeur,
D'impots, de subsides; et les biens
Du peuple ne leur oste en ríen...
Se tu sers gentilhomme en guerre
Ne vas dérobant nulle gent...
Et toujours, en quelque maison,
Ou quelque maistre que tu serves,
Fay se tu peulz que tu desserves
La grace et l'amour de ton maistre
Afín que tu puisses maistre estre
Quand il sera temps et métier.
Mais peine á scavoir bon mestier
Car pour ta vie pratiquer
Tout ton coeur y dois appliquer.
En ce faisant tu pourras estre
Et devenir de vallet maistre
Eto te pourras faire servir
Et pris et honneur desservir
Et acquérir finalement
De ton ame le sauvement *.


* [Si quieres ser buen criado, / debes temer y amar a tu señor, debes comer sin sentarte a la mesa.]
** [Ve siempre en buena compañía, / ya sea seglar, letrado o cura.]



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Así pues, el servicio doméstico se confundía con el aprendizaje, forma muy general de la educación. El muchacho
aprendía con la práctica, y esa práctica no se limitaba a una profesión, tanto más cuanto que no había entonces, ni
hubo durante mucho tiempo, límites entre la profesión y la vida privada. Compartir la vida profesional —expresión
bastante anacrónica, por lo demás— suponía compartir la vida privada con la cual se confundía. Además, a través
del servicio doméstico, el amo transmitía a un muchacho, y no precisamente al suyo, el caudal de conocimientos,
la experiencia práctica y el valor humano que se suponía debía poseer.

Toda la educación se hacía, pues, mediante el aprendizaje, y se daba a esta noción un sentido mucho más amplio
que el que tomó posteriormente. No se conservaban los hijos en el hogar propio: se les enviaba a otras familias,
con o sin contrato, para que permanecieran y comenzaran allí su vida, o para aprender los modales de un
caballero, un oficio, o incluso para asistir a la escuela e instruirse en las letras latinas. Hay que ver en este
aprendizaje una costumbre difundida en todas las clases sociales. Ya antes observamos una ambigüedad
existente entre el criado subalterno y el colaborador de mayor categoría, dentro de la misma noción de servicio
doméstico. Existía una ambigüedad semejante entre el niño —o el muchachito— y el servidor. Las compilaciones
inglesas de poemas didácticos que enseñaban la cortesanía o urbanidad a los servidores, se llamaban Babees
Books. El término valet (lacayo) significaba «mozo», y Luis XIII, de niño, dirá aún, en un impulso afectivo, que le
gustaría ser «el lacayito de papá». La palabra «mozo» designaba al mismo tiempo a un jovencito y a un criado muy
joven dentro del lenguaje de los siglos XVI y XVII; término que hemos conservado para llamar a los camareros de
café. Incluso cuando, a partir del siglo XV o XVI, se comenzó a distinguir mejor dentro del servicio doméstico, entre
los servicios subalternos y los cargos más nobles, continuó siendo el hijo de la familia —y no los servidores
mercenarios— quien debía servir a la mesa. Para parecer bien educado, no era suficiente saber comportarse en la
mesa, como hoy día; era preciso además saber servirla. El servicio de mesa ocupa hasta el siglo XVIII un espacio
considerable en los manuales de urbanidad o los tratados de cortesanía o buenos modales, y ocupa todo un
capítulo de La Civilité chrétienne de Juan Bautista de La Salle, uno de los libros más populares del siglo XVIII. Se
trata de una supervivencia de la época en que toda clase de trabajos domésticos eran realizados indistintamente
por niños, a quienes llamaremos aprendices, y por mercenarios, probablemente muy jóvenes también, y la
distinción entre ambas categorías se hacía muy progresivamente. El servidor era un niño, un muchacho, que o bien
estaba colocado en la casa por un período limitado con el fin de compartir la vida de familia e iniciarse así a su vida
de hombre, o estaba colocado sin esperanza de pasar algún día «de lacayo a señor», debido a la oscuridad de su
origen.

* [Para servirle bien te es necesario, / si quieres ganar su estima / abandonar toda tu voluntad / para servir a tu
señor a gusto. / Si sirves a un señor que tenga mujer / burguesa, señorita o dama, / su honor debes siempre
guardar [...] / Y si sirves a un clérigo o a un sacerdote. / cuida de no ser lacayo señor [...] / Si debes ser secretario, /
siempre deberás guardar los secretos [...] / Si sirves a un juez o a un abogado, / no les traigas nuevos casos. / Y si
por ventura sirves / a un duque, príncipe o conde / marqués, barón o vizconde, / u otro señor terrateniente, / no
inventes gabelas. / Impuestos ni subsidios; y los bienes / del pueblo no los toques [...] / Si sirves a un hidalgo que
va a la guerra, / no robes nada a la gente [...] / Y siempre, en cualquier casa, / o a cualquier señor que sirvas, / haz
de manera que ganes / el favor y la estima de tu señor, / con el fin de que tú puedas ser señor / cuando llegue la
hora y tomes oficio. / Pero esfuérzate en aprender un buen oficio, / pues para practicar en tu vida / todo tu corazón
debes aplicar. / Haciendo eso, podrás ser / y convertirte de lacayo en señor, / y podrás hacerte servir, / adquirir
honores / y lograr finalmente / la salvación de tu alma.]

En esta transmisión del aprendizaje directo de generación en generación no había espacio para la escuela. En
realidad, la escuela, la escuela latina que se dirigía únicamente a los clérigos, a los que hablaban latín, se
presentaba como un caso aislado, reservado a una categoría muy particular. La escuela era una excepción, y nos
equivocaríamos (porque más tarde se extendió como mancha de aceite por toda la sociedad) si describiéramos a
través de ella a toda la sociedad medieval, ya que eso sería hacer una regla de la excepción. El aprendizaje era la
norma común. Incluso los clérigos enviados a la escuela estaban frecuentemente confiados, de pupilos como los
demás aprendices, a un clérigo, a un sacerdote, a veces a un prelado, a quien servían. El servicio del clérigo era
tan instructivo como la escuela. Dicho servicio fue sustituido, en el caso de los estudiantes demasiado pobres, por
las becas de un colegio, y ya vimos cómo esas fundaciones fueron el origen de los colegios del Antiguo Régimen.

Es posible que haya habido casos en los que el aprendizaje saliera de su empirismo y cobrase una forma más
pedagógica. El Manuel du Veneur [Manual del montero] muestra un caso curioso de enseñanza técnica que
proviene del aprendizaje tradicional. Se describen en el mismo verdaderas escuelas de montería, en la corte de
Gastón Phoebus, donde se enseñaban «los modales y las condiciones exigidas de aquel que desee aprender a ser
buen montero»5. Este manuscrito del siglo XV está ilustrado con miniaturas hermosísimas. Una de ellas representa
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una verdadera clase: el maestro, un noble, a juzgar por su traje, tiene la mano derecha en alto y el índice
extendido: es el gesto que subraya el discurso. Con su mano izquierda agita un bastón, signo indudable de la
autoridad docente, instrumento de la corrección. Tres alumnos, jovencitos de corta estatura todavía, señalan los
enormes rollos que sujetan con sus manos y que tienen que aprender de memoria: es una escuela como otra
cualquiera. Al fondo, unos cazadores viejos miran. Otra escena análoga representa la lección de trompa: «Cómo
se debe ojear y cómo tocar la trompa.» Esas eran cosas que se aprendían practicándolas, como la equitación, el
manejo de las armas y los modales caballerescos. Es probable que algunas disciplinas técnicas, como la de la
escritura, procedan de un aprendizaje ya organizado y escolar izado.

Sin embargo, esos casos siguieron siendo excepcionales. En general, la transmisión de generación en generación
estaba asegurada por la participación familiar de los niños en la vida de los adultos. Así se explica esa
combinación de niños y adultos que hemos observado tan frecuentemente a lo largo de este análisis, y eso hasta
en las clases de los colegios, donde uno se esperaba, por el contrario, encontrar una distribución de edades más
homogénea. Pero a nadie se le hubiera ocurrido entonces esta segregación de los niños a la que nosotros estamos
tan acostumbrados. Las escenas de la vida cotidiana reunían constantemente a los niños con los adultos en los
oficios: por ejemplo, el joven aprendiz que prepara los colores del pintor 6; la serie grabada de los oficios, de
Stradan, nos muestra esta presencia de los niños en los talleres, junto a compañeros mucho mayores. Lo mismo
sucedía en los ejércitos. Sabemos de soldados ¡de catorce años! Y el pajecillo que lleva el guantelete del duque de
Ledisguiéres 7, los que llevan el casco de Adolf de Wignacourt, en el Caravaggio del Louvre, o del general del
Vastone en el gran Ticiano del Prado, no son mayores, pues su cabeza no llega a los hombros de sus señores. En
resumen, en todos los sitios donde se trabajaba, y en todos los lugares donde la gente se divertía, incluso en las
tabernas de mala fama, los niños estaban siempre entre los adultos. Así aprendían a vivir por el contacto cotidiano.
Las agrupaciones sociales correspondían a encasillados verticales, que reunían a clases de edad diferente, como
podemos ver en esos conciertos de cámara, que sirven tanto de retratos de familia como de alegorías de las
edades de la vida, porque reunían al mismo tiempo a niños, adultos y ancianos.

En esas condiciones, el niño se desgajaba pronto de su propia familia, aunque luego regresara a ella, convertido
en adulto, cosa que no ocurría siempre. La familia no podía, pues, sustentar un sentimiento existencial profundo
entre padres e hijos. Lo cual no significa que los padres no quisieran a sus hijos, sino que se ocupaban de ellos,
más en virtud de la cooperación de esos niños a la obra común, al establecimiento de la familia, que por ellos
mismos, por el afecto que les tenían. La familia era una realidad moral y social, más que sentimental. En las
familias muy pobres, sólo correspondía a la instalación material de la pareja en el seno de un entorno más amplio,
la aldea, la hacienda, el patio (cour), la «casa» de los amos y los señores donde esos pobres vivían durante más
tiempo y más frecuentemente que en sus propias casas, siempre que no carecieran de ella, como los vagabundos
sin hogar y los pordioseros. En otros casos, la familia se confundía con la prosperidad del patrimonio, el honor del
apellido. La familia no existía casi, desde el punto de vista de los sentimientos, entre los pobres, y cuando había
bienes y ambiciones, el sentimiento se inspiraba en el que habían originado las antiguas relaciones de linaje.
5
   L'école des veneurs. Ms. Biblioteca Nacional (París).
6.
    Conrad Manuel, Museo de Berna.
7
  . Museo de Grenoble.

A partir del siglo XV se transformarán las realidades y los sentimientos de la familia. Revolución profunda y lenta,
mal percibida tanto por los contemporáneos como por los historiadores, y difícil de reconocer. No obstante, el
hecho esencial es muy aparente: la extensión de la frecuentación escolar. Ya vimos que durante la Edad Media la
educación de los niños estaba asegurada por el aprendizaje al lado de los adultos, y que los niños, a partir de los
siete años, vivían fuera de sus familias, en familias ajenas. En adelante, por el contrario, la educación se realizó
cada vez más en la escuela. La escuela dejó de estar reservada a los clérigos para convertirse en el instrumento
normal de iniciación social, de paso del estado infantil al estado adulto. Ya vimos de qué manera. Ello respondía a
una necesidad nueva de rigor moral por parte de los educadores, a un interés en aislar a esta juventud del mundo
contaminado de los adultos, para mantenerla en la inocencia original, con el propósito de formarla para que
resistiera mejor a las tentaciones de los adultos. Pero ello correspondía igualmente al interés de los padres en
vigilar más de cerca a sus hijos, estar más cerca de ellos, y no entregarlos, ni siquiera temporalmente, a los
cuidados de otra familia. La sustitución del aprendizaje por la escuela expresa igualmente un acercamiento entre la
familia y los hijos, entre el sentimiento de la familia y el de la infancia, antaño separados. La familia se concentra
alrededor del niño. Éste no se queda todavía en la casa de sus padres; los abandonará para asistir a la escuela
lejana, aunque en el siglo XVII se discute acerca de la oportunidad de enviarlo al colegio, así como de la mayor
eficacia de la educación en el hogar, con un preceptor. Sin embargo, el alejamiento del escolar no significa lo

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mismo y no dura tanto como la separación del aprendiz. Generalmente, el niño no está interno en el colegio. Vive
de pupilo en casa de un hospedero o de un regente. Se le envían dinero y provisiones los días de mercado. Se ha
estrechado el lazo entre el escolar y su familia, e incluso se llega, según los diálogos de Cordier, a que los
maestros intervengan para evitar las visitas demasiado frecuentes de la familia, visitas planeadas gracias a la
complicidad de las madres. Algunos, más afortunados, no se van solos, sino acompañados de un preceptor, que
es un escolar de más edad, o de un criado, frecuentemente hermano suyo de leche. Los libros de educación del
siglo XVII insisten en los deberes de los padres con respecto a la elección del colegio, del preceptor..., en la
vigilancia de los estudios, el repaso de las lecciones cuando el niño regresa a dormir a su casa. El clima afectivo es
en lo sucesivo muy diferente y se asemeja al nuestro, como si la familia moderna naciese al mismo tiempo que la
escuela o, por lo menos, que la costumbre general de educar a los niños en la escuela.

Por lo demás, pronto serán incapaces los padres de soportar el alejamiento inevitable producido por la escasez de
colegios. Una prueba excelente es el esfuerzo de los padres, ayudados por los magistrados urbanos, por
multiplicar las escuelas con el fin de acercarlas a los hogares. A principios del siglo XVII se creó, como lo ha
demostrado el P. de Dainville 8, una red sumamente densa de instituciones escolares de diversa importancia.
Alrededor de un colegio de ciclo completo, que contenía todos los cursos, se establecía un sistema concéntrico de
algunos colegios de Humanidades (sin Filosofía), de regencias latinas más numerosas (varios cursos de
gramática). Las regencias preparaban a los alumnos para los cursos superiores de los colegios de Humanidades y
los de ciclo completo. Los contemporáneos manifestaron preocupación por esta proliferación escolar, que
respondía, a la vez, a la necesidad de educación teórica (que sustituía a las antiguas formas prácticas de
aprendizaje) y también a la necesidad de no alejar demasiado a los niños, de conservarlos lo más cerca y el mayor
tiempo posible. Fenómeno éste que manifiesta una transformación considerable de la familia, que se repliega
sobre el niño y que se caracteriza por unas relaciones más afectivas entre padres e hijos. A nadie puede extrañarle
el que este fenómeno se sitúe durante el mismo período en el que vimos surgir y desarrollarse una iconografía de
la familia alrededor de la pareja y de los niños.

8 P. DE DAINVILLE. «Effectif des colléges», Populations, 1955. pp. 455-

Claro es que esta escolarización, tan grávida de consecuencias para la formación del sentimiento familiar, no se
generalizó inmediatamente, ni mucho menos, y no afectó a gran parte de la población infantil, que continuó
educándose según las antiguas prácticas del aprendizaje. En primer lugar, a todas las muchachas. Dejando aparte
algunas de ellas, a quienes se enviaba a las «escuelas menores» o a los conventos, la mayoría se formaba en el
hogar o, igualmente, en hogares ajenos, de una pariente o de una vecina. La extensión de la escolaridad a las
muchachas no se difundió hasta el siglo XVIII y principios del XIX. Algunos esfuerzos en este sentido, como los de
Mme. de Maintenon y de Fénelon, tendrán un valor ejemplar. Durante mucho tiempo, las chicas serán educadas
por la práctica y la costumbre más que por la escuela, y frecuentemente en casa ajena.

En lo que se refiere a los muchachos, la escolarización se extendió primeramente a las categorías intermedias de
la jerarquía de las condiciones sociales; la alta nobleza y la artesanía mecánica permanecieron fieles al antiguo
aprendizaje: los pajes de los grandes señores y los aprendices de los artesanos. Entre los artesanos y los obreros,
el aprendizaje subsistirá hasta nuestros días. Los viajes a Italia y Alemania de los jóvenes nobles al final de sus
estudios procedían igualmente de esta mentalidad; los jóvenes iban a las cortes o vivían en casas nobles
extranjeras, donde aprendían los idiomas, los buenos modales, los deportes caballerescos; pero, en el siglo XVIII,
la costumbre cayó en desuso y la sustituyeron por las Academias militares; éste es otro ejemplo de esta sustitución
de la formación práctica por una instrucción más especializada y teórica.

Las supervivencias del antiguo aprendizaje en ambos extremos de la escala social no impidieron su decadencia: la
escuela acabó por conseguir la autoridad moral, mediante el incremento del alumnado y el aumento de las
unidades escolares. Nuestra civilización moderna, de base escolar, quedó entonces definitivamente fundada, y el
tiempo la ha ido consolidando, al prolongar y ampliar la escolaridad.




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Manacorda, Mario Alighiero, "El aprendizaje en las
                         corporaciones", en Historia de la Educación.       1. De la
                         antigüedad            a/ 1500, México Siglo XXI, 1995, PP-
                         252-262.

                   Historia de la educación 1 de la antigüedad al 1500
                                Mario Alighiero Manacorda

                         LA EDUCACIÓN EN LA BAJA EDAD MEDIA

                     7. EL APRENDIZAJE EN LAS CORPORACIONES
Estos siglos después del año mil, que, estudiados desde el punto de vista de la historia de la educación, los hemos
visto como los siglos del surgimiento de los maestros libres y de las universidades, estudiados desde el punto de
vista más general de la historia económica y social son los siglos del nacimiento de los municipios y de las
corporaciones de artes y oficios; en fin, los siglos del primer desarrollo de una burguesía urbana.

Surgen nuevos modos de producción, en los que la relación entre la ciencia y el trabajo manual está más
desarrollada, y la especialización está más avanzada; por esto se requiere un proceso formativo en el que la
simple observación e imitación ya empieza a ser insuficiente. Ya sea en los oficios más manuales que en los más
intelectuales, se requiere de una formación que parece estar más cerca de la escolástica, aunque se seguirá
distinguiendo de la escuela por el hecho de desarrollarse no en un "lugar de los adolescentes", sino en la
convivencia de adolescentes y adultos en el trabajo. Se presenta el tema nuevo de un aprendizaje en que ciencia y
trabajo se reencuentren, con una tendencia a la consolidación y asimilación a la escuela. Es el tema fundamental
de la educación moderna, que aquí empieza a delinearse apenas.

El campo pierde los oficios que todavía sobrevivían, ejercidos antes por los prebéndanos o serví ministeriales de
las cortes señoriales: como los mismos feudatarios en busca de poder, también estos siervos, buscando libertad y
ganancias autónomas, se transfieren a la ciudad; y en las ciudades los grupos de los que ejercen un mismo oficio
se consolidan y se expanden, y empiezan a elaborarse, a partir de las antiguas costumbres, unos estatutos
regulares, que llegarán a tener la aprobación del poder público. Las antiguas herencias romanas de los collegia
artificum y las recientes experiencias de los ministeria feudales serán las fuentes para definir estos estatutos.

En estos estatutos, hay numerosas normas que regulan no sólo las relaciones externas del oficio o corporación con
el poder público y con el mercado (adquisición de materias primas" y venta de los productos), sino también las
relaciones internas entre los trabajadores, que pueden ser maestros, socios, aprendices o también jornaleros
asalariados. En especial se trata del número y de la edad de los discípulos, de la duración del aprendizaje, del
pago por el aprendizaje y del mantenimiento cotidiano del aprendiz, y tal vez de las pruebas finales, en las cuales,
a través de la ejecución de la "obra maestra", el aprendiz era aceptado entre los maestros y podía pues ejercer el
oficio por su cuenta.

Sin embargo es difícil, entre tantas normas, incluso en aquellas que se refieren más directamente a la participación
de los aprendices en el trabajo, descubrir las modalidades técnicas y didácticas del aprendizaje. Ciertamente, los
aprendices, a diferencia de los jornaleros asalariados, los cuales no presumen de aprender el oficio para ejercerlo
después como maestros, son para todos los efectos unos discípulos, y los mismos nombres que dentro de la
corporación, donde todos son igualmente obreros, distinguen a los ancianos y patrones de los jóvenes, nos hablan
predominantemente de una relación educativa: magistri y discipuli; estos últimos participan en el trabajo, pero en
vistas a la adquisición de los conocimientos y habilidades de la profesión. Entre el trabajar y el aprender no hay
aquí una separación: una cosa es también la otra, según las características inmutables de toda formación a través
del aprendizaje, propia, en todos los tiempos y en todos los lugares, de toda actividad inmediatamente productiva.
No existe un lugar separado, distinto del lugar de trabajo de los adultos, donde los adolescentes aprendan. No
existe una escuela del trabajo: el mismo trabajo es escuela; pero van creciendo los aspectos intelectuales.

Sin embargo, ningún arte se preocupó de describir en sus estatutos los modos de este doble proceso de trabajo-
aprendizaje. No hay una pedagogía del trabajo: no se nos muestran las materias primas ni su cualidad, las
herramientas y su empleo, los modos verbales y gestos de la comunicación del maestro hacia el discípulo. Los

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buscaremos en vano incluso en los estatutos más ricos y articulados; cabe mencionar el estatuto del arte de la lana
en Florencia, o en la extraordinaria recopilación de los estatutos de todos los oficios ejercidos en París durante la
segunda mitad del siglo XII, llamado el Livre des métiers, llevada a cabo por el preboste Étienne Boileau en el año
1272. Pero quizás precisamente la riqueza de esta documentación puede ser útil para una observación panorámica
de síntesis de la vida de magistri y discipuli en las corporaciones de artes y oficios, o mejor en cada una de las
tiendas artesanales.

El preboste de París recoge de viva voz de los más autorizados representantes de todos los oficios las costumbres
tradicionales, "tal como los hombres probos lo han oído decir de padres a hijos" [4-8. Des macons, etc.], o "como
nuestro Fouques del Templ sus predecesores lo han usado y conservado en el tiempo pasado" [47. Des
carpentiers etc.], y se nos dice cuántos aprendices podía tener cada maestro: en general, además de los
componentes de la familia, uno (para orfebres, cordeleros, herreros, etc.) o dos (para cuchilleros, lavanderas, etc.);
sin límite, en cambio, los carpinteros; pero todos podían tener muchachos o trabajadores (valléis o sergeants), no
aprendices, en la cantidad que quisieran. Normalmente se solía exigir que no tuviera precedentes penales, como
diríamos hoy: "Ningún lavandera puede o debe dar trabajo a un muchacho a aprendiz que sea bribón, ladrón,
asesino o expulsado de la ciudad por alguna acción indigna" [53. Des foulons]; y se exigía además que fueran
nacidos de matrimonio legítimo.


El ingreso a un trabajo se hacía bajo la forma de un verdadero y propio contrato, al cual asistían como testimonios
dos expertos de aquel arte.

La duración del contrato de aprendizaje se podía dejar a la discreción del maestro (a tel terme comme il li plaira),
variando de cuatro a diez años, y podía prolongarse si el aprendiz no pagaba. Está claro que el aprendiz debía
pagar por la enseñanza que recibía, además del rendimiento progresivo en su trabajo. Pero no siempre este pago
podía realizarse, dada la pobreza media de las familias de los aprendices; por esto muy a menudo en los mismos
estatutos se lee, por ejemplo, que el maestro puede tomar un aprendiz por un determinado número de años, "y
también para un servicio más largo y por dinero se le puede tener" [16. Févres couteliers]. Diversa era también la
edad en que podía empezar el aprendizaje; según el contrato, el aprendiz se convertía en una especie de
propiedad temporal del maestro, el cual podía incluso venderlo o alquilarlo a otros maestros; pero sólo, diríamos,
por causas de fuerza mayor: "si está enfermo en cama, si se va a ultramar, si abandona la actividad o por pobreza"
[17. Coutelliers etc.]. Por otra parte se tenían también en cuenta los derechos del aprendiz: "Los miembros de la
comunidad del arte están obligados a hacer aprender el oficio al aprendiz, si su maestro ha muerto antes de que se
haya cumplido el periodo de aprendizaje" [20, Bat-teurs d'archal].

Además, el aprendiz tenía entre las garantías, incluso una especie de caja de mutuo socorro, dado que tal vez
parte de lo que él ingresaba (en el caso aquí citado, 5 sueldos) "va a los prohombres del gremio, para ser devuelto
a los muchachos pobres del mismo gremio y para preservar los derechos de los aprendices con relación a sus
maestros" [21. Bou-cliers de fer].

A menudo se prevé el caso de que el aprendiz huya, considerando que esto puede suceder por su poca voluntad a
trabajar o también por algún error del maestro: "Si el aprendiz se aleja del maestro sin despedirse, por locura o por
ligereza, tres veces, el maestro no lo debe aceptar a la tercera vez, ni ningún otro del mismo oficio, ni como
muchacho ni como aprendiz. Esta decisión la tomaron los prohombres del gremio para frenar la locura y la ligereza
de los aprendices, ya que ellos causan gran daño a sus maestros y a sí mismos cuando huyen; ya que cuando el
aprendiz es aceptado para aprender el oficio y huye por un mes o dos, olvida lo que ha aprendido; y así pierde su
tiempo y perjudica a su maestro" [17. Coutelliers, faiseurs de manches].

Pero también aquí está previsto el caso de la responsabilidad del maestro, y entonces "los maestros del arte deben
hacer comparecer ante ellos al maestro del aprendiz, y regañarlo, y decirle que trate al aprendiz de manera
honorable, como hijo de gente de bien, que lo vista y lo calce, le dé de comer y de beber y todo lo que sea
necesario; y si no lo hace, el aprendiz se buscará otro maestro" [50. Des tisse-rans de lange].

Por lo demás, todos los miembros de un oficio suelen comprometerse a trabajar según los usos y costumbres del
oficio (et qu'il oevre as us et aus cons-tums du meister... —Des maqons etc.); y a denunciar cualquier anormalidad.
Así pues, incluso había un compromiso en mantener el secreto del oficio, sobre todo con relación a quien
colaboraba en su actividad, no en calidad de aprendiz, sino simplemente de muchacho [48. Des maqons etc.].

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Finalmente, es interesante decir algo respecto a las mujeres, presentes en algunos estatutos como eventuales
viudas de maestros. Los fabricantes de rosarios les permiten trabajar, pero sin aprendices cuando se hayan
casado en segundas nupcias con un hombre de otro oficio; mientras que los trabajadores de cristales y piedras son
más negativos y explícitos: ninguna viuda de un artesano puede tomar aprendices, "ya que no es del parecer de
los prohombres del gremio que una mujer pueda saber tanto acerca del oficio para que pueda enseñar a un
muchacho hasta que llegue a maestro" [30. Des cristalliers etc.].

Interesantes aparecen las pruebas de examen; pero no desde el punto de vista didáctico-pedagógico, sino sólo
desde el punto de vista costumbrista. He aquí el ejemplo correspondiente a los panaderos: "Cuando el nuevo
panadero haya cumplido los cuatro años de aprendizaje, tomará una escudilla nueva de barro y le meterá
barquillos y obleas e irá a la casa del maestro de los panaderos, acompañado del cajero y de todos los panaderos,
y los maestros oficiales, que se llaman joindres [adjuntos]; y este nuevo panadero debe entregar su escudilla y sus
barquillos al maestro y decir: Maestro, he cumplido mis cuatro años, y el maestro debe preguntar al administrador
si es cierto; y si éste dice que es cierto, el maestro debe presentar al nuevo panadero el vaso y los barquillos y
ordenarle tirarlos contra la pared; entonces el nuevo panadero debe tirar su escudilla, sus barquillos y sus obleas
contra la pared de la casa del maestro, afuera, y entonces los maestros administradores, los nuevos panaderos y
todos los demás panaderos y los aprendices deben entrar en la casa del maestro, y el maestro les debe ofrecer
fuego y vino, y cada uno de los panaderos, los nuevos y el maestro oficial deben dar algún dinero al maestro de
panaderos por el vino y el fuego que les da" [/. Tale-meliers].

No se puede decir que, aparte de la preparación sobreentendida de los barquillos y de las hostias por obra del
nuevo maestro, o sea aparte del cumplimiento de su "obra maestra", tenga mucho de pedagógico toda esta
ceremonia. Sin embargo hay en ella, como por lo demás en el conjunto de las normas contenidas en todos estos
estatutos, el testimonio de una costumbre, de unas relaciones sociales y económicas, de unas consideraciones
morales, de unos procedimientos casi litúrgicos, que apelan incesantemente a costumbres y normas propias ya
sea de la vida religiosa ya de la vida caballeresca; es todo un ritual, que a pesar de la enorme diversidad del lujo,
pertenece al mismo mundo. De la presentación del aprendiz a su aceptación en la corporación, parece que nos
encontramos ante la presentación de un oblato, la consagración de un monje en una orden religiosa o la
investidura de un caballero; salvando la diversidad de las condiciones sociales, el ritual sigue siendo más o menos
el mismo.

Cerca de medio siglo después del Livre de Boileau, uno de los Statuta et ordinamenta artium et artifi-chum civitatis
Florentiae, o sea el Estatuto del gremio de la lana, del año 1317 (aunque algunas disposiciones son de 1275 [cap.
III, VII], aun en su mayor complejidad, contiene sobre el aprendizaje y sobre la relación maestros-discípulos mucho
menos información que los estatutos parisienses.

Dentro de un gremio (o collegium, societas, uni-versitas), en el conjunto de los artífices (u homines, personae) se
distinguen claramente los magistri de los sotii, de los factores u oficiales (el equivalente del francés valets) y de los
discipuli, por debajo de los cuales se nombran todavía los simples operatofes (o labo-iatores o laborantes)
jornaleros "qui operara dant per diem" [III, II]; pero se dice poco acerca de sus relaciones recíprocas. Por ejemplo,
al rodear de cautela la admisión de los nuevos artífices, los cuales deben ser siempre presentados por "boni et
legales homines dicte artis", se advierte que no deben pasar por setii cuando son simples discipuli: evidentemente,
entre otras cosas, para evitar un aumento incontrolado del número de discipuli [II, VII]. Pero podemos llegar al libro
ni para encontrar, respecto a la duración del aprendizaje, disposiciones análogas a las que ya hemos leído en el
Livre de Boileau. Allí, bajo el título Que ningún discípulo u oficial se aleje de su maestro en el trascurso del periodo
para el cual se ha puesto a aprender, sin deber ser retenido por más tiempo, se lee: "Ningún oficial o discípulo, que
trabaje en el oficio de la lana o en cualquier sector de este oficio, puesto bajo la tutela de uno que forme parte del
gremio por un periodo establecido, puede o debe, antes del vencimiento del tiempo, ponerse bajo la tutela de algún
otro de este gremio; sino que debe ser retenido y obligado por los compañeros a cumplir con su maestro, bajo cuya
tutela se había puesto primeramente, durante todo el periodo acordado. Además, nadie de este gremio, después
de que sepa que alguien se ha puesto bajo la tutela de uno del mismo gremio por un periodo determinado, puede o
debe tenerlo bajo su tutela durante el periodo acordado con el primer maestro. Y si los compañeros encuentran a
alguien que contravenga esta disposición, lo condenen, tanto al discípulo como al que lo ha aceptado, a diez libras
de florines pequeños. Y además lo obliguen a estar con el primer maestro hasta completar su periodo" [III, I.

Otros parágrafos prevén conflictos entre maestros y discípulos acerca de posibles deudas de estos últimos; y en
estos casos bastará que el maestro jure, y entonces se deberá credere et jident daré sacramento dicti magistri [III,
XLVT. Solamente en un caso, el de los bucciarii, se establece el número máximo de los discípulos y la duración
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mínima del servicio o aprendizaje, bajo el título De no tener a los discípulos de los bucciari por menos de seis
años: "Establecemos además y disponemos que ningún maestro tenga o pretenda tener, a partir del primero de
enero de 1318, más de dos discípulos, con los cuales haga un contrato, bajo pena de veinte sueldos, ni por un
periodo menor de seis años, bajo la misma pena..." [77,//].

Se puede decir que, aparte de estas escasas indicaciones, poca cosa más encontramos en estos estatutos, que
nos permita conocer y ver en vivo la relación de aprendizaje y su desarrollo concreto. En el conjunto, vemos una
mayor dependencia del discípulo respecto al maestro en relación con aquella especial universitas que tomará
después este nombre por excelencia o por antonomasia, en la cual, como hemos visto, son más bien los magistri
los que dependen de los discipuli o scolari. Estos estatutos, redactados en latín (litteraliter) por un iudex otdina-rius
et publicus notarius, que es tal por autoridad imperial o' regia, y confirmados por los representantes de los otros
gremios, deberán después ser traducidos en italiano (sermone vulgarí).
Pero en estas viejas estructuras se en donde un problema nuevo: en este aprendizaje del oficio, del cual se
entrevén apenas los procedimientos didácticos, hay sin duda, junto a un aspecto meramente ejecutivo, también un
aspecto científico, el conocimiento de las materias primas, de los criterios de elaboración, de los instrumentos:
incluso el más ínfimo cincelador debe saber algo de petrografía, etc. Pero este conocimiento quedó confiado a la
transmisión, rodeada del "secreto del arte", no sistematizada orgánicamente, no coordinada con conocimientos
más generales, sino mínimos. De todos los oficios "manuales" (quirúrgicos) sólo la "cirugía" médica y la "cirugía"
arquitectónica, si se me permite usar estas definiciones, o en fin, sólo la medicina y la arquitectura, se han
transformado en ciencia y han dado lugar a la redacción de tratados y a la discusión de la relación entre ciencia y
producción. Galeno y Vi-trubio siguen siendo los modelos; algo similar ocurrió con la agricultura, pero quizás éste
es el campo donde la división entre dominantes y dominados se ha profundizado más, si nos sumergimos hasta los
tiempos inmemoriales en los que había una originaria identidad de trabajo entre el rey Laertes y sus thétes, y
también después Catón siguió arrancando piedras [repastinari saxa] y escribiendo tratados al mismo tiempo.
Pero en general las artes "sórdidas" no han expresado, sistematizado o hecho pública su ciencia. Por lo demás,
sus protagonistas han considerado como cultura propia los restos de la ideología de las clases dominantes, que
precisamente los aculturaban, y sólo alcanzaban alguna chispa de instrucción formal en el leer, escribir y hacer
cuentas. Sin embargo, pronto deberemos prestar mayor atención al surgimiento de una cultura más orgánica de los
productores.


                     SeweII, William H. Jr., "Las corporaciones" y "Comunidad
                     moral", en Trabajo y revolución en Francia. El lenguaje
                     del movimiento obrero desde el Antiguo Régimen hasta
                     1848, Madrid, Taurus (Humanidades/Historia, 337),
                     1992, pp. 50-66.



                               William H. Sewell, Jr.
                           Trabajo y revolución en franca.
            El lenguaje del movimiento odrero desde el antiguo régimen.
LAS CORPORACIONES.

Esta era la posición de las corporaciones de oficio en la jerarquía social del Antiguo Régimen. ¿Pero cuál era la
naturaleza de esas corporaciones como instituciones —sus reglas, privilegios, costumbres, derechos y
obligaciones—? ¿Cómo operaban realmente en la práctica en las ciudades francesas de los siglos XVII y XVIII?
Dado el estado de la bibliografía histórica sobre las corporaciones, no es fácil responder a esas preguntas como se
desearía. Las corporaciones de oficio fueron un eje esencial de los estudios históricos en Francia entre fines del
siglo XIX y la Segunda Guerra Mundial, y hay excelentes estudios generales de Étienne Martin Saint-Léon, Henri
Hauser, Frangois Olivier-Martin y Émile Coornaert, procedentes de ese periodo 25. Pero desde los experimentos
corporativos de Vichy, el asunto ha adquirido mala fama entre los historiadores franceses y no ha habido un estudio
general de importancia sobre las corporaciones desde la publicación del trabajo de Coornaert en 1941. Ello resulta
particularmente desafortunado porque significa que las corporaciones no se han visto sometidas al tipo de estudio
riguroso y exhaustivo que la escuela francesa de Annales ha dedicado a temas históricos que van de la demografía
y la estructura social rural a las actitudes hacia la muerte y el honor26. Sin embargo, hay varios estudios recientes
                                                                                                                   29
excelentes sobre las ciudades de los siglos XVII y XVIII, de historiadores de la escuela de Annales, que contienen
valiosa información nueva que corrige o amplía algunas conclusiones de estudios anteriores". En ausencia de un
estudio de síntesis y puesta al día sobre las corporaciones, el esbozo que sigue debe ser inevitablemente un tanto
especulativo e inseguro en ocasiones. Pero confío que la base de mis interpretaciones resulte aceptable —o al
menos no parezca descabellada— para los especialistas en el tema.
25.
   Martin Saint-Léon, Étienne, Histoire des corporations de métiers, depuis leurs origines jusqu á leur s'uppression
en 1791, París, 1909; Hauser, Henri, Ouvriers du tempspassé (XV-xvie siécles), París, 1899; Olivier-Martin,
UOrganisation corporative, y Coornaert, Les Corporations en France. Vid. también la obra más antigua de Levas-
seur, E., Histoire des classes ouvriéres en France depuis la conquéte de Jules César jusqu'á la Revolution, 2 vols.,
París, 1859, reed. como Histoire des classes ouvriéres el de ¡'industrie en France avant 1789, 2 vols., París, 1900.
26
   .La escuela de Annales se refiere a los historiadores que han publicado de forma regular en la revista francesa
Annales d'histoire économique et sociale, fundada en 1929 por Marc Bloch y Lucien Febvre, y su sucesora de
postguerra, Annales: économies, so-cietés, civihsations. Obras que representan el ámbito de la escuela: Goubert,
Beauvais et te Beauvaisis; Le Roy Ladurie, Les Paysans de Languedoc; Vovelle, Michel, Piété ba-roque et
déchristianisation: Les Altitudes devant la mort au xvuf siécle d'aprés les clauses des testamenls, París, 1973;
Castan, Yves, Hónrete relations sociales en Languedoc (1715-80), París, 1974.
27.
    Particularmente útiles son Goubert, Beauvais et le Beauvaisis; Deyon, Pierre. Amiens, capitale provinciale: Étude
sur la société urbaine au xvtr siécle, París, La Haya, 1967; Perro!, Jean-Claude, Genése d'une ville moderne: Caen
au xvilf siécle (2 vols.), París, 1975, y Garden, Maurice, Lyon et les lyonnais. Vid. también Agulhon, Pénitents et
Francs-Macons, cap. 3. Un excelente artículo reciente que toca el problema de las corporaciones es Kaplan, «La
Pólice du monde du travail».
28.
    Olivier-Martin, L'Organisation corporative, págs. 205-10.
29.
    Ibid., pág. 206.

Según la doctrina jurídica de los siglos xvn y xvm, el acto que creaba una corporación de oficio era la ratificación de
sus estatutos por lettres patentes del rey28. Esto convertía el oficio en lo que se denominaba métier juré (oficio
jurado) o jurande, denominado así porque a sus miembros se les exigía un juramento (jurer) de lealtad al entrar en
la maestría. La naturaleza e importancia de ese acto de ratificación puede ilustrarse con el examen de un caso
concreto. En 1585 los vinateros y taberneros parisienses se vieron envueltos en una disputa con los vinicultores,
que protestaban contra la práctica de vinateros y taberneros de convertir el vino agrio en vinagre, con lo cual
competían con ellos en la fabricación y venta de sus productos. Los vinateros y taberneros se encontraban en
desventaja en la disputa porque los vinicultores estaban organizados como métier juré y ellos no. Por tanto,
ofrecieron al rey Enrique III una finance moderée, pidiéndole que «les estableciera como cuerpo y comunidad (en
corps et communauté)». El rey respondió ratificando sus estatutos en una lettre patente. Por medio de ese acto,
establecía «en perpetuité ledit état... en état juré pour y avoir corps, confrairie et communauté» (en perpetuidad
dicho estado... como estado jurado para tener así cuerpo, cofradía y comunidad)29.

En este caso quedan ilustradas diversas características destacadas de los métiers jures. Primero, resulta claro que
los vinateros y taberñeros pensaban que dispondrían de una base legal más firme para continuar su pleito con los
vinicultores si estaban organizados también «en corps et communauté», como métier juré. Cuando un oficio era
erige en corps et communauté (recibía el estatuto de cuerpo y comunidad), todos los que lo practicaban quedaban
unidos en una sola unidad reconocida con una posición firme y legalmente segura en el estado. En la
jurisprudencia del Antiguo Régimen, un corps o communauté legalmente constituido se consideraba una persona
singular, un súbdito del rey, legitimado para presentar demandas o protestas ante el soberano, entablar pleitos y
tener propiedades, como cualquier otro súbdito. Como expone Domat, jurista del siglo XVII: «Las comunidades
legítimamente establecidas reemplazan a las personas... Se consideran un todo único. Y las comunidades actúan
como cualquier persona ejerce sus derechos, trata sus asuntos y actúa en la justicia» x. De esta forma los vinateros
y taberneros, enredados en la batalla con los vinicultores, fortalecieron considerablemente su posición jurídica
cuando se convirtieron en métier juré. AI convertir a vinateros y taberneros en una persona imaginaria, el rey les
otorgaba plenos poderes legales como súbdito real reconocido y, de esa forma, un estatuto legal igual al de los
vinicultores.

Según el jurista Lebret, el rey establecía métiers jures para perfeccionar las artes mecánicas y aumentar el bien
público: «Los príncipes tienen reservado en particular el poder de establecerles como cuerpo, de darles estatutos y
otorgarles inmunidades y privilegios, para estimular a los artesanos a perfeccionarse en su arte y a servir al público
fielmente»31. Se animaba a los artesanos a actuar de forma virtuosa con la concesión de inmunidades y privilegios.

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«El privilegio» significa «la facultad otorgada a una persona particular o a una comunidad, de hacer algo, o de
disfrutar de alguna ventaja con exclusión de otras» H. Literalmente, los priviléges eran «derechos privados», es
decir, derechos que se aplicaban exclusivamente a una sola persona, bien una persona colectiva imaginaria, bien
un individuo. Las comunidades de oficio no eran más que uno de los muchos tipos de cuerpos privilegiados del
reino de Francia. Universidades, academias, tribunales de justicia, ciudades, compañías privilegiadas, provincias,
nobleza, clero —toda la vasta y heterogénea multitud de cuerpos y comunidades reconocidos que constituían el
reino de Francia tenía sus propios privilegios particulares. La concesión de privilegios a cualquiera de esos cuerpos
suponía automáticamente la concesión de inmunidades: hasta el punto de que si una persona particular o colectiva
estaba gobernada por un derecho privado, la persona recibía necesariamente inmunidad respecto al derecho
común.

Los privilegios de una comunidad de oficio se expresaban en sus estatutos, ratificados por el rey. Esos estatutos
variaron considerablemente de un oficio a otro, de un siglo a otro y de una ciudad a otra. Era algo lógico, dado que
cada comunidad era una persona legal diferente. Pero puesto que eran clases de personas diferentes, había
también rasgos recurrentes en los estatutos de todos los oficios próximos. Prácticamente todos los estatutos
otorgaban a los miembros de la comunidad el derecho exclusivo a dedicarse al ejercicio de su oficio dentro de
cierto distrito, generalmente una ciudad. Así los estatutos de los trabajadores de peltre y plomo (étameurs-
plombiers) de Ruán, que se remontan a 1544, empiezan: «Artículo I. Nadie, del oficio que sea, puede abrir en la
ciudad o los suburbios de Ruán un taller, ni fabricar y vender ninguna obra del oficio de peltre y plomo, si no es un
maestro jurado de dicho oficio»". Con infinitas variaciones en la expresión, en los estatutos de los métiers jures se
encuentra una afirmación de ese tipo, de un extremo a otro del reino.

Este privilegio exclusivo era el derecho más importante y lucrativo de la comunidad de oficio y era defendido
celosamente, incluso con agresividad. Las disputas entre oficios limítrofes fueron omnipresentes en las ciudades
francesas del Antiguo Régimen y constituyeron una fuente de interminables pleitos. El gran estudio de Jean-Claude
Perrot sobre Caen en el siglo XVII describe los oficios de esa ciudad en un estado de guerra continua: curtidores
contra zurradores, zurradores contra zapateros, fabricantes de sillas contra fabricantes de arneses, sastres contra
ropavejeros, especieros contra boticarios, cerrajeros contra herreros, herreros contra cuchilleros, etc. El resultado
de esas disputas era crucial para la supervivencia de la comunidad y los perdedores podían ser absorbidos pura y
simplemente por los ganadores, como los doce oficios diferentes, desde los cuchilleros a los tapiceros, que fueron
anexionados por los merceros de Caen entre 1700 y 1762 M. Esta feroz guerra entre oficios tampoco quedó limitada
a Caen. Trabajos recientes sobre Amiens y Beauvais en el siglo XII y Lyon en el XVIII han encontrado justamente el
mismo fenómeno y parece que los conflictos entre oficios fueron característicos de todas las ciudades de Francia35.
En realidad, las afirmaciones estatutarias de los derechos de las comunidades de oficio se leen a veces como
tratados de paz concluidos después de hostilidades abiertas. Así el artículo 38 de los estatutos de los orfebres de
Ruán, de 1739, afirma:
30.
    Citado en Coomaert, Les Corporations en France, pág. 207. " Citado en Olivier-Manin, VOrganisation
corporative. pág. 207. 3; Le Grand Vocabulatrefraneáis.
31.
    Ouin-Lacroix, Anciennes corporations, págs. 642. 34 Perrot, Genése a"une ville moderne. I, págs. 327-35.
32.
    Coomaert, Les Corporations en France, págs. 213-217. " Ibid., págs. 217-20.
33.
    Ouin-Lacroix, Anciennes corporations, pág. 610. " Ibid., págs. 609, 644.

Ningún maestro joyero u otros maestros que no sean orfebres puede vender ningún trabajo de orfebrería, ni comprar
ninguno, excepto para su propio uso privado, con la excepción de los merceros, que pueden continuar vendiendo bandejas
procedentes de Alemania u otros países, puesto que las han marcado en el registro de los orfebres".

Otros, a la vista del peligro de intrusiones hostiles, establecen el campo de su monopolio con un detalle
increíblemente exhaustivo. Así los estatutos de los cuchilleros, grabadores y doradores de hierro y acero de Ruán,
de 1734, enumeran más de 113 elementos diferentes que tienen privilegio exclusivo de manufacturar y vender".

Esta guerra generalizada entre oficios fue una de las características más destacadas del grupo social de las artes
mecánicas o gens de métier en los siglos XVII y XVIII A diferencia de la clase obrera en el XIX, que se consideraba
como una unidad de todos los trabajadores manuales unidos por vínculos de solidaridad, las gens de métier no
constituían una unidad solidaria. Puesto que todos practicaban las artes mecánicas, las gens de métier eran un
grupo social fácilmente definible. Pero en marcado contraste con el lenguaje social del siglo XIX, que se desarrolló
en torno al concepto de trabajo, lenguaje que destacaba la similitud entre los obreros que trabajaban en distintos
oficios, el lenguaje del arte del Antiguo Régimen destacaba sus diferencias. Cada arte tenía sus propias cualidades
                                                                                                                   31
y sus propias reglas que lo distinguían de cualquier otro. Así, cada métier constituía una comunidad concreta
dedicada a la perfección de un arte concreto, y esas comunidades de artesanos carecían de vínculos que las
unieran entre sí. Al fomentar sus propios intereses y proteger y ampliar sus privilegios, esas comunidades se veían
inevitablemente envueltas en conflictos con las comunidades vecinas cuyo ámbito de competencia artística se
solapaba en la práctica con el suyo. Aunque las gens de métier formaban una única categoría social en el Antiguo
Régimen, era una categoría constantemente hendida por celos y sospechas mutuas.

Dentro del ámbito privilegiado definido por sus estatutos, cada comunidad de oficio era responsable de garantizar
la honestidad de sus miembros y la calidad de las mercancías que producían. Con ese fin, cada comunidad tenía
cargos elegidos entre sus miembros. Esos cargos se denominaban jures, syndics, gardes, principáis, prieurs,
maieurs, consuls o bailles —los títulos variaron ampliamente de un siglo a otro, de una a otra región, y de un oficio
a otro. Además de encargarse de la vigilancia general del oficio, resolvían las disputas entre maestros o entre
maestros y trabajadores, representaban al oficio en sus relaciones con las autoridades locales o reales, tomaban la
iniciativa de los pleitos y atendían, en general, los negocios de la comunidad. Los jures se designaban
generalmente por elección pero a veces eran seleccionados por cooptación o designación real y en unos pocos
casos se elegían mediante sorteo38. Todo el cuerpo de maestros se reunía habitualmente al menos una vez al año
para supervisar el trabajo de los jures y para analizar y emprender acciones sobre los asuntos comunes de la
colectividad39.

La obligación más destacada de los jures era garantizar la calidad y la honestidad del trabajo del oficio. Se exigía a
los jures realizar visitas sin anunciar, a veces un número determinado de veces al año, al taller de cada maestro del
oficio. Allí tenían que inspeccionar el trabajo realizado y los objetos que se ofrecían a la venta. Si una obra era
defectuosa, se multaba al maestro, o a veces al oficial que había producido el objeto defectuoso; con frecuencia se
añadía que, como en palabras de los estatutos de los cuchilleros de Ruán, «todo producto defectuoso se romperá y
se hará pedazos» en el lugar por parte de los jurésm. Los patrones que habían de aplicar los jures en esos viajes de
inspección variaban de un oficio a otro, pero incluían de forma regular restricciones sobre los tipos y la calidad de
las materias primas, el tipo de herramientas y la forma de los objetos que se producían. A veces esos patrones
estaban estrictamente definidos. Así, los cuchilleros de Ruán no podían poner decoraciones de oro o plata en los
mangos de los cuchillos si se fabricaban de hueso, y los trabajadores del plomo no podían utilizar clavos en la
fabricación de canalones excepto en determinadas condiciones4'. Se exigía casi siempre que cada maestro
estampara sus obras con su marca particular, y si se encontraban obras sin marca el maestro debía ser multado.
Pero además de todas esas regulaciones específicas, la obra debía ser «bon et loyal» —«buena y leal»—, o
fabricada de forma exacta y honesta. En otras palabras,- los jures disponían de cierta autonomía para juzgar si la
obra de un taller determinado tenía una calidad suficientemente elevada, incluso si reunía las medidas básicas
perfiladas en los estatutos. En esta cuidadosa vigilancia de la producción por parte de los jures de la colectividad,
puede verse con detalle cómo el métier juré estimulaba a los artesanos «a perfeccionarse en su oficio y servir
fielmente al público». Puesto que el mismo arte era cuestión de reglas, era lógico que el arte pudiera
perfeccionarse mediante el establecimiento de regulaciones detalladas en los estatutos de la comunidad de oficio,
regulaciones que habían de administrar los jures, ellos mismos expertos practicantes de ese arte. Esa misma
preocupación por la perfección del arte se encontraba también en otro tipo de regulación que aparecía en todos los
estatutos: las regulaciones para la enseñanza de los aprendices. Generalmente cada maestro de la comunidad
quedaba limitado a un solo aprendiz, que serviría normalmente en esa condición por un plazo que variaba de tres a
seis años o más. El aprendiz, generalmente un joven de entre trece y veinte años, vivía en la casa del maestro y
había de obedecerle como pére defamille (padre de familia) a lo largo de la duración del contrato. Durante ese
período de iniciación por el maestro en todos los secretos del arte el aprendiz sólo recibía un salario nominal. Al
final de su tiempo de servicio, el aprendiz debía haber aprendido su oficio completamente. Era entonces habitual
servir durante al menos dos o tres años en el grado intermedio de oficial (compagnon) antes de convertirse en
maestro. Debido al gran número de oficiales que carecían del capital y las relaciones para alcanzar la maestría,
este período podía durar muchos años y algunos estaban destinados a seguir como oficiales de por vida42.


35.
    Deyon, Amiens, capitule provinciale, pág. 203; Goubert, Beauvais et le Beauvai-sis, pág. 307; Garden, Lyon et
les lyonnais, pág. 312.
36.
    Ouin-Lacroix, Anciennes corporations, pág. 705.
37.
    Ibid., págs. 608-9.




                                                                                                                   32
Para convertirse en maestro, se exigía al candidato que hubiera completado satisfactoriamente su aprendizaje.
Habitualmente se le exigía también superar un examen de su arte, fabricando una obra maestra que fuera juzgada
aceptable por los jures. Además, el candidato había de disponer de capital suficiente para abrir un taller y tenía que
pagar también una importante cuota de entrada a la comunidad. Satisfechas esas exigencias, realizaba un
juramento solemne de fidelidad a la comunidad y a sus reglas (por el que se convertía en maítre juré o «maestro
jurado») y quedaba admitido a todos los derechos y privilegios de la corporación. Las cuotas de entrada se
reducían en general de forma drástica para los hijos de maestros, y en algunas ocasiones a éstos se les eximía del
aprendizaje formal. Había una especie de supuesto hereditario en las corporaciones desde los tiempos más
antiguos, y en los siglos XV, XVI y XVII las exigencias y cuotas de entrada para los candidatos que no estaban
emparentados con un maestro tendían a ser cada vez más fuertes 43. La mayoría de los historiadores del sistema
corporativo han concluido que el acceso a la maestría se restringió con el tiempo, basándose cada vez más en los
vínculos de parentesco. Sin embargo, los datos de los estudios más recientes y rigurosos son diferentes, en
particular los relativos a la proporción de maestros hijos de maestros44. Pero les fue siempre mucho más fácil
obtener maestrías a los hijos de maestros que a quienes carecían de ese vínculo.

Los maestros formaban el núcleo de la comunidad corporativa. Aunque los estatutos se aplicaban a maestros,
oficiales y aprendices por igual, técnicamente la comunidad estaba constituida solamente por los maestros, como
se hace patente en una de las denominaciones habituales de las corporaciones, maitrises. Debido a que oficiales y
aprendices estaban legalmente incluidos en la familia del maestro, carecían formalmente de personalidad jurídica
independiente. Como indica Emile Coomaert, los juristas que escribían sobre el derecho de las corporaciones no
trataban las relaciones entre maestros y trabajadores; oficiales y aprendices estaban bajo «la autoridad doméstica
de los maestros», como indica un edicto de 1776, y por tanto fuera del alcance del derecho público45. Con raras
excepciones, sólo los maestros prestaban un juramento de fidelidad, que Coomaert caracteriza correctamente
como «acto esencial de las relaciones sociales de esa época»46. Además, y una vez más con raras excepciones,
sólo los maestros tenían derecho a participar en asambleas y otros actos públicos de la comunidad y generalmente
sólo ellos tenían derecho a recibir charités de la cofradía del oficio que era casi siempre un anexo de la
corporación. Esas caridades solían incluir el entierro corporativo, pensiones de viudedad y ayuda en caso de
enfermedad o desastre. Como miembros de la familia del maestro, oficiales y aprendices debían recibir ayuda del
pére de lafamille en momentos de apuro, pero no tenían derecho legal a esa ayuda y estaban sujetos a la buena
voluntad del maestro47. Como cabía esperar, dado este estilo paternalista, las mujeres solían quedar excluidas de la
participación activa en las corporaciones, excepto en el caso de unas pocas corporaciones de los oficios textiles
exclusivamente femeninas. Una viuda podía heredar los privilegios de maestría de su marido, pero no cabía que
ejerciera esos privilegios por sí misma durante largo tiempo; los asumiría normalmente un hijo, un segundo marido o
un oficial que hubiera trabajado en el taller del maestro. Las mujeres ayudaban con mucha frecuencia a sus
maridos o padres de diversas maneras, pero su sexo las hacía incapaces —a los ojos de los contemporáneos y de
la ley— de ejercer la autoridad paterna implícita en la maestría'18.

La situación de los oficiales en la comunidad corporativa era también problemática. En el caso de los aprendices, la
subordinación filial al maestro era clara y estaba sancionada por un contrato legal y un juramento solemne. Pero la
relación entre maestros y oficiales era mucho más ambigua. Un oficial o compagnon había de vivir habitualmente
con el maestro y comer en su mesa. (La palabra «compagnon» derivaba del latín cum y pañis, significa, por tanto,
«quien comparte el pan».) Sólo por esa razón, un oficial estaba sometido a la autoridad paterna del maestro. Sin
embargo, viviendo incluso con el maestro, la subordinación a su autoridad era menos absoluta que la de los
aprendices. Eran mayores que los aprendices, debían ser trabajadores plenamente capacitados y estaban a jornal
sin contrato a largo plazo que les vinculara a su maestro. En algunos casos tenían un papel público en la
corporación, prestando juramento de fidelidad a los estatutos, con derecho a participar en las asambleas y recibir
charités, aunque tales casos fueron siempre raros y cada vez más en los siglos XVI y XVII4'. Durante esos mismos
siglos, a medida que se restringió el acceso a la maestría el grado de oficial resultó con frecuencia una condición de
por vida más que un estadio intermedio entre aprendizaje y maestría. Como resultado, los oficiales dejaron de vivir
con frecuencia con sus maestros y de forma nada frecuente se casaban y se convertían en peres de famules ellos
mismos.
42.
    Coomaert, Les Corporarions en France, pág. 275.
43.
    Ibid., págs. 194-200.
44.
     Amiens en el siglo xvII y Lyon y Caen en el xvIII experimentaron una reducción del acceso a las maestrías. La
proporción de nuevos maestros hijos de maestros creció entre comienzos y finales del siglo xvII en Amiens pero
disminuyó en Caen en el xvIII. Deyon, Amiens, capitule provinciale, págs. 218, 344; Garden, Lyon et les lyonnais,
pág. 314; Perrot, Genése ¿Cune ville moderne. I, págs. 336-40.
45.
    Coomaert, Les Corporations en France. pág. 275.
                                                                                                                   33
En esa situación, la relación entre maestros y oficiales no se adaptaba fácilmente a un idioma de subordinación filial
y autoridad paterna. En las condiciones de los siglos XVII y XVIII, los oficiales no se encontraban a gusto en el
esquema corporativo. Resulta así revelador que los estatutos procedentes de ese período contengan, de forma in-
variable, múltiples artículos que definen la condición y especifican los derechos y obligaciones de aprendices y
maestros, pero rara vez mencionan a los oficiales. Sin ser ya pupilos de los maestros, pero tampoco miembros
plenamente adultos de la comunidad corporativa,' su condición era sombría y problemática. En esas
circunstancias, es perfectamente comprensible que los oficiales empezaran a formar organizaciones propias.
Excluidos de las cofradías de los maestros, fundaban con frecuencia cofradías paralelas de oficiales50. En algunos
oficios, esas organizaciones de oficiales se convirtieron en compag-nonnages, organizaciones secretas
elaboradamente estructuradas, de oficiales jóvenes (compagnons) itinerantes con complicados ritos y mitos, un
sistema de pensiones en ciudades de todo el reino y complejas regulaciones que garantizaban trabajo, ayuda en
momentos de enfermedad y entierro para los muertos51. Compagnonnages y cofradías trataban con el cuerpo de
maestros de salarios, contrataciones y condiciones de trabajo, y las disputas laborales se convirtieron en un pro-
blema endémico de las corporaciones en el siglo XVIII. Así, al menos durante los dos últimos siglos del Antiguo
Régimen, la relación de los compagnons con las corporaciones fue ambigua y conflictiva.

COMUNIDAD MORAL.

Como entidad legal e institucional, el métier juré parece una organización rigurosa, punitiva y jerárquica,
impregnada por un espíritu de particularismo extremo e implacable. Las corporaciones francesas del Antiguo
Régimen eran perpetuamente suspicaces, constantemente atentas a los ataques externos a sus privilegios y
estrechamente vigilantes de sus miembros. Además, los maestros utilizaban su indiscutida supremacía en la
corporación para restringir el acceso a la maestría y mantener a los oficiales en una posición de subordinación
estricta. Observados a través de sus estatutos, los métiers jures parecen desmentir el epíteto de communauté
(comunidad) que se les aplicaba universalmente, un epíteto que entonces, como ahora, implicaba unidad,
fraternidad y un sentimiento de amor y compasión entre sus miembros. Pero además de la existencia legal e
institucional detallada en sus estatutos, las corporaciones tenían una existencia moral que complementaba y
atenuaba su particularismo riguroso y su regulación estatutaria detallada.

La dimensión moral de las corporaciones puede ejemplificarse volviendo a la lettre patente mediante la que
Enrique III creó un mé-tier juré de los vinateros y taberneros de París en 1585. Se recordará que en esa lettre se
proclamaba que el rey establecía «en perpétuité ledit état... en état juré pour y avoir corps, confrairie et commu-
nauté» (en perpetuidad dicho estado... como estado jurado para tener cuerpo, cofradía y comunidad)52. Se han
considerado ya las consecuencias legales del acto del rey. Pero las consecuencias morales de varios términos de
la frase deben aclararse mejor. Una confrairie (la ortografía moderna es confrérie) o cofradía era una asociación
laica, constituida bajo patronazgo de la iglesia, para la práctica de alguna devoción. Para un oficio «avoir ...
confrairie» significaba, por tanto, tener una asociación devota común; y en la práctica cada métier juré tenía casi
siempre cofradía. Así la frase completa «avoir corps, confrairie et communauté» significaba tener una sola
personalidad legal reconocida (corps et communauté) y tener una asociación devota común (confrairie). Pero la
frase significaba también algo más. Para un oficio ser corps, o cuerpo, suponía también < uno tenía una voluntad o
espíritu común —un esprit de corps— y un /ínculo profundo indisoluble tal que el perjuicio a cualquier «miembro»
afectaba a todos. Ser una communauté suponía una comunidad similar de sentimiento y compromiso. Y ser una
confrairie suponía también tener un vínculo de hermandad y fraternidad. Así, además de su significado legal
denotativo, la frase «avoir corps, confrairie et communauté» significaba estar unido por vínculos de solidaridad.
46.
     Ibid.. pág. 64.
47.
    lbid., pág. 204.
48.
    Vid. un análisis fascinante del problema, Davis, Natalie Zemon, «Les Femmes dans les arts méchaniques & Lyon
au xvr sécle», en Gutton, Jean-Pierre (coord.), Mélan-ges en hommage de Richard Gascón, Lyon, 1979.
4.
   Coomaert, Les Corporations en France, págs. 203-204.
50.
    lbid., pág. 233. " Vid. nota 17.
51.
    Olivier-Martin, LOrganisation corporative, pág. 206.

Ello no significaba que un aura de abnegación y compañerismo bañara las relaciones dentro del oficio, como
algunos admiradores nostálgicos de las corporaciones sostendrían. Había también tensiones y disputas continuas
dentro del cuerpo de maestros —maestros ricos contra maestros pobres, maestros de un barrio de la ciudad contra
los de otro, etc.—- El término communauté no decía otra cosa del tono de las relaciones en un oficio que, fueran
cuales fueren sus diferencias, los miembros de una comunidad de oficio pertenecían a la misma comunidad y se
                                                                                                                   34
debían cierta lealtad entre sí y hacia su arte, frente a otros grupos de la población. Institucionalmente, era en la
cofradía del oficio donde el aspecto solidario de las corporaciones se manifestaba de forma más clara. Antes del
siglo XVII, no era raro que una sola organización corporativa fuera simultáneamente cofradía de devoción e
institución para la regulación de industria y comercio en un oficio. Pero después de la Contrarreforma, con su
obsesión por las clasificaciones, la cofradía religiosa se convirtió casi siempre en algo organizativamente
diferenciado del métier juré o jurande secular, con regulaciones y cargos diferentes. Sin embargo, esta separación
era esencialmente un formalismo legal; todos los miembros de una eran miembros de la otra y la corporación como
grupo humano vivo continuó siendo al tiempo unidad económica y de devoción 53. La cofradía del oficio era la que
repartía las chantes: los subsidios y la atención médica a los enfermos, las pensiones a aquellos demasiado
ancianos para trabajar, el entierro y las pensiones a viudas y huérfanos. Estas charités se fundaban en las cuotas y
las multas cobradas a los miembros que no realizaban sus obligaciones, cuotas y multas tanto del métier juré como
de la cofradía54. Así, en la cofradía la corporación se mostraba, al menos formalmente, amorosamente compasiva e
interesada en la totalidad de la vida de sus miembros, en cuerpo y alma, en la enfermedad y en la salud, durante su
vida y después de su muerte55. La actividad religiosa central de la cofradía del oficio era la devoción al patrón, en
cuyo honor mantenía una capilla en una iglesia o monasterio local. El gran acontecimiento anual de la cofradía era
la celebración de la fiesta del patrón. En esa fiesta cesaba el trabajo en los talleres y todos los miembros del oficio,
maestros, oficiales y aprendices, celebraban una misa en honor del patrón, que iba acompañada con frecuencia de
procesiones que se dirigían a la iglesia o salían de ella, limosnas a los pobres y un banquete fraternal que seguía a
la misa. La fiesta del patrón solía ser la ocasión para designar nuevos jures, admitir a nuevos maestros en la
comunidad y renovar el juramento solemne de fidelidad de todos los maestros. La fiesta del patrón es
particularmente importante porque incluía a oficiales y aprendices además de los maestros del oficio. Aunque
oficiales y aprendices pudieran o no participar en las procesiones y habitual-mente no participasen en el banquete
de maitrise, se les exigía que acudieran a la misa. Puesto que veneraban al mismo patrón espiritual, estaban unidos
en la misma comunidad espiritual y era de esperar que compartieran el esprit de corps y tuvieran un sentido de
unidad, de pertenencia a un solo cuerpo y una visión del mundo común. Cuando los oficiales en los siglos XVI y
XVII organizaron sus propias cofradías, se colocaban generalmente bajo el patronazgo del mismo santo que los
maestros. Y los compagnonnages ilegales exigían a sus miembros celebrar la fiesta del patrón de su oficio. El
sentido de pertenencia, aunque frecuentemente discutido, a una comunidad moral es mucho más evidente en la
vida religiosa de las corporaciones que en los estatutos del métier juré56.

Las prácticas de las cofradías de oficio demuestran que las corporaciones eran «corps et communautés» en
sentido moral tanto como legal, que sus miembros estaban unidos por vínculos espirituales, así como por la
sujeción a regulaciones detalladas de sus estatutos. La naturaleza de esos vínculos se pone de manifiesto en el
epíteto «oficio jurado» —métier juré o, para volver a la lettre patente de Enrique III en 1585, «état juré»— con el
que solía designarse a estos corps et communautés. El acto esencial que vinculaba entre sí a los miembros de una
corporación era un solemne juramento religioso, un juramento similar en forma a los pronunciados por los
sacerdotes en la ordenación, los monjes que recibían las órdenes, el rey en la coronación, los caballeros al entrar
en las órdenes de caballería o al jurar fidelidad, o los miembros de las universidades al recibir el doctorado".
Ocurría así que el oficio de un artesano se conocía habitualmente como su profesión, lo que denotaba una
declaración pública solemne o voto. Aunque los juramentos más importantes eran los de los maestros al recibir la
maestría, es importante que se requiriera con frecuencia a los aprendices a prestar juramentos cuando empezaban
su aprendizaje5*. Aprender un oficio no era adquirir simplemente las habilidades necesarias para practicar un trabajo
de adulto. Era entrar en una comunidad moral de alcance amplio y profundo, una comunidad constituida por
hombres que habían prestado solemnes juramentos de lealtad, que eran hijos espirituales del mismo patrón, y que
lo veneraban colectivamente el día de su fiesta. En suma, la corporación no era sólo un conjunto de hombres que
participaban de la misma personalidad legal, sino también una fraternidad espiritual juramentada.



53.
    Coornaert, Les Corpotations en France, pág. 235; Olivier-Martin, L'Organisa-tion corporative, pág. 93.
54.
    Vid., por ejemplo, Ouin Lacroix, Anciennes corporations, págs. 685,688,695.
55.
    Como indica Coornaert, Lew organisation saisit l'homme entier, pág. 230. Las cofradías de oficio eran sólo un
tipo de la amplia variedad de cofradías, unas puramente devocionales, otras dedicadas a numerosas actividades
comunitarias. Vid. Agulhon, Pé-nitents et Francs-Macons; Ouin-Lacroix, Anciennes corporations.




                                                                                                                     35
La lettre patente de Enrique III de 1585 apunta también otra característica de la corporación como comunidad
moral. AI ratificar los estatutos de vinateros y taberneros, establecía «en perpétuité ledit état...» Esto significa que
el étatjuré, una vez creado, había de existir permanentemente como «corps, confrairie et communauté». Una
corporación era una comunidad permanente en dos sentidos. Primero, una vez establecida por la autoridad real, la
comunidad con sus derechos y privilegios era reconocida como cuerpo permanente en el estado, y sus estatutos
no tenían que ser ratificados de nuevo por los monarcas posteriores. Segundo, quienes entraban en la comunidad
seguían siendo miembros para toda su vida —al menos en principio—. El supuesto de que la pertenencia a un
oficio era un compromiso vitalicio se señalaba de diversas formas en el lenguaje corporativo. Primero, estaba
implícito en el término état, que se empleaba tanto en esa lettre patente concreta como en el vocabulario social del
Antiguo Régimen en general, para designar la profesión de un hombre de oficio. Según el jurista Loyseau, el état
de alguien era «la dignidad y la cualidad» que era «lo más estable y lo más inseparable de un hombre»5*. Cuando
un artesano entraba en un oficio adquiría, por tanto, un état particular, una condición social estable o estado, que
compartía con otros que practicaban el mismo oficio y lo distinguía de quienes practicaban otros oficios. La
pertenencia de un artesano a su état fijaba permanentemente su lugar en el orden social y definía sus derechos,
dignidades y obligaciones, exactamente como, en un nivel superior, la pertenencia de una persona a uno de los tres
états del reino, el Clergé (clero), la Noblesse (nobleza) y el Tiers État (Tercer Estado). Se consideraba así que el
oficio de alguien fijaba su posición en la vida.

Esta idea de permanencia se destacaba también en los estatutos de las corporaciones, que solían prohibir la
acumulación de dos profesiones60. Seguramente era una cuestión práctica, porque no cabía esperar que un hombre
que fuera maestro en más de una corporación se tomara a pecho los asuntos de otra corporación en las
asambleas o cuando servía como juré. Pero la prohibición tenía también un aspecto moral o espiritual. Al fin y al
cabo, el juramento de fidelidad era un juramento religioso que seguía el modelo de los juramentos de sacerdotes,
monjes y caballeros. Por esa razón, abandonar su profesión o adoptar una nueva profesión que entrara en conflicto
con la anterior podía tener un tono moral de apostasía. Era sólo una analogía, sin duda: los hombres podían
cambiar y cambiaban de profesión durante su vida. Pero en principio, entrar en una profesión era realizar un
compromiso espiritual de por vida y abandonar la profesión era un paso serio.

La persistencia del compromiso con una comunidad de oficio estaba también marcada por la preocupación
aparentemente obsesiva de las corporaciones con el entierro de sus miembros. Era rara la cofradía que no
proporcionaba entierro a expensas de la corporación y muchas imponían la asistencia de todos los miembros del
corps6'. Esa obsesión por el entierro resulta comprensible en una sociedad que veía en la vida en la tierra una
prueba, una peregrinación y una preparación para la vida eterna. Pero que el paso de esta vida al más allá fuera
asunto de las corporaciones —en lugar de la familia o la parroquia— nos dice algo importante sobre las
corporaciones y su papel en las vidas de sus miembros. Nada podría expresar con más elocuencia el interés de la
corporación por la totalidad de la persona, o la permanencia del compromiso de sus miembros con el oficio, que la
posición central del entierro en la vida ceremonial de la corporación. Tomándolo de otro juramento religioso que
creaba otro cuerpo moral permanente, el funeral corporativo demostraba y reiteraba a los miembros de la
comunidad que estaban vinculados «hasta que la muerte los separase». Tampoco disminuía la importancia del
entierro corporativo entre los miembros oscuros de la corporación, los oficiales. En sus cofradías y
compagnonnages, la celebración del funeral estaba entre las obligaciones más solemnes62. Para los oficiales,
como para los maestros, vida y muerte se experimentaban dentro de la comunidad espiritual del oficio.



56.
    Coornaert, Les Corporations en Franee, Pag. 231-6; Hauser, Ouvriers du temps passé, págs. 161-74. Como señala
Garden, «En cada oficio, la cofradía ... era el símbolo de unidad. Cuando diversas reglas eran multiplicadores de
restricciones, divisiones, trabas a la libertad de trabajo de todas clases de condiciones para el acceso a la maestría, la
cofradía se mantenía en principio como una propiedad común». Lyon et les lyonnais, pág. 313.
57.
    Sobre los juramentos de los métiers jures, vid. Olivier-Martin, L'Organisation corporative, pág. 139, y Coornaert, Les
Corporations en France, pág. 64. Sobre otras ceremonias de juramento, vid. Loyseau, Traite des orares, págs. 53,75.
58.
    Vid. v. gr., los estatutos en el apéndice de Ouin-Lacroix, Anciennes corporations, págs. 555-749.
59.
    Loyseau, Traite des orares, pág. 3.
60.
    Coornaert, Les Corporations en France, págs. 150, 207, 256.
61. Vid
     . el artículo «Enterrements», en Franklin, Diclionnaire historique des arls, méliers et professions, pág. 306; 62.
Coomaert, Les Corporations en Franee, pág. 59; Hau-ser, Ouvriers du temps passé, pág. 164.
63.
    Coomaert, Les Corporations en Franee, pág. 150.

                                                                                                                       36
Las corporaciones eran tanto unidades de solidaridad extensa y firme como instituciones jerárquicas, punitivas y
fuertemente particularistas en sus privilegios. No había nada paradójico en esa combinación de jerarquía, vigilancia,
particularismo y solidaridad respecto a la cultura y la sociedad del Antiguo Régimen. La misma palabra «corps», o
cuerpo, utilizada para designar una asombrosa variedad de instituciones francesas en los siglos XVII y XVIII,
suponía necesariamente todas esas características. Todos los cuerpos estaban compuestos de una variedad de
órganos y miembros, jerárquicamente dispuestos y colocados bajo las órdenes de la cabeza. Cada cuerpo era
distinto de cualquier otro, con su voluntad, sus intereses, su orden interno y su espíritu de cuerpo. Cada cuerpo
estaba constituido por una sola sustancia internamente diferenciada pero interconectada, y el daño hecho a
cualquier miembro era experimentado por la totalidad. Jerarquía, vigilancia, particularismo y solidaridad
caracterizaban el cuerpo más elevado y ejemplar del Antiguo Régimen, la iglesia o cuerpo de Cristo, las órdenes
de monjes, monjas y frailes, que realizaban en su forma más perfecta la concepción cristiana de la virtud y
caracterizaban también al estado, que a través de la persona del Príncipe mantenía unida, organizaba y daba
dirección y propósito a toda la comunidad nacional. En realidad, podría sostenerse que todo el reino francés estaba
compuesto de una jerarquía de esas unidades —corporaciones, seigneuries y parroquias en el fondo, pasando por
ciudades, provincias y los tres estamentos del reino, en un nivel intermedio, hasta la monarquía en lo alto63—. Las
corporaciones de oficio eran unidades reconocidas de una sociedad corporativa, y como tales mostraban un celoso
afecto a los privilegios particulares que les definían como cuerpo, un sistema cuidadosamente definido de rangos
mutuamente interdependientes y jerárquicamente dispuestos, una regulación y vigilancia minuciosas de sus
miembros y una extensa solidaridad que les unía como comunidad moral y espiritual.

Las corporaciones, como todos los otros cuerpos que constituían el reino francés, recibían un papel público en el
funcionamiento del estado. Las comunidades de oficio recibían amplios poderes públicos, poderes que se
extendían mucho más allá de los límites de los privilegios estatutarios. Se responsabilizaba a las corporaciones no
sólo de pagar cuotas especiales a la corona sino, con frecuencia, de fijar y recaudar todos los otros impuestos
pagados por sus miembros. Hasta el siglo XVII, el servicio en la milicia lo organizaba la corporación. Las
corporaciones eran también unidades electorales, una función realizada todavía en las elecciones de los Estados
Generales de 1789. Participaban como cuerpo con sus emblemas y banderas en las grandes ceremonias del
estado —en la coronación y en las recepciones y tomas de posesión del rey y otros grandes personajes64—. En
suma, las corporaciones se consideraban —no sólo por parte de sus miembros, sino también de las autoridades gobernantes
y la sociedad en general— unidades constitutivas del reino, partes indisolubles de su constitución".


63.
    Para un análisis más detallado de la palabra «corps» y de las formas morales y culturales generales del Antiguo
Régimen, vid. Sewell, «État, Corps and Odre». Vid. también Mousnier, Roland, «Les Concepts d'ordres, d'états, de
fidelité et de monarchie absolue en France de la fin du XV siécle á la fin du XVIII* siécle», en Revue historique, 502
(abril-junio de 1972), págs. 289-312.
64.
    Sobre la milicia, vid. Franklin, Diclionnaire historique des arts, métiers et pro-




                                                                                                                    37
Perrot, Michelle, "La juventud obrera. Del taller a la fábrica", en
                                   Giovanni Levi y Jean-Claude Schmitt (Dirs.), Historia de los
                                   Jóvenes. II. La edad contemporánea, Madrid, Taurus
                                   (Pensamiento), 1996, pp. 119-152.




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                                        JEAN-CLAUDE SCHMITT
Presencia de la familia.

Como es sabido, la familia era, en el siglo XIX, la instancia capital de regulación de una sociedad en principio
atomizada y hostil a toda forma de organización intermedia 44. "Entre el Estado y los individuos, no tiene que haber
más que el vacío", decía el revolucionario Amar. En la sutura entre lo público y lo privado, las dos "esferas" que
regían asimismo los papeles sexuales, se situaba la familia.

El mundo obrero no se salía de ese orden. La familia, estructura elemental, regulaba las uniones, la reproducción,
los aprendizajes y los proyectos de futuro, imponiendo su designio global a los anhelos particulares de sus
miembros, en especial de las mujeres y los jóvenes. Porque la familia obrera, patriarcal, obedecía a la ley del
padre, respaldada por el Código Civil, y que sacaba de esa autoridad una identidad legítima. Proudhon, el teórico
de la anarquía, el inspirador del sindicalismo francés, fue asimismo el más ferviente paladín de la familia patriarcal.
En ella, igual que en otras partes, el padre representaba la razón organizadora. Agricol Perdiguier deseaba ser
campesino; al preferir sus dos hermanos mayores trabajar la tierra, tuvo que hacerse cargo del taller paterno; su
padre decidió que sería carpintero: "Era el amo, y me sometí". Igual que el derecho consolidó a la familia obrera, le
evolución económica también la fortaleció, pese a una visión apocalíptica de la industrialización que la
historiografía de los treinta últimos años ha venido matizando de manera considerable. Ha puesto sobre todo de
relieve el cometido capital de la protoindustrialización, esa movilización rural y lugareña de las energías en el
contexto doméstico (domestic system) que al mismo tiempo llevó a cabo la transformación de los campesinos en
obreros. Y la familia fue el crisol de esa penetración en el trabajo industrial, del que sirve de modelo el tejido a
domicilio. En torno al pesado telar, manejado por el padre, se afanaban, cada cual en su tarea y lugar, la mujer y
los hijos, cuyo número permitía la instalación de varios telares; la industria rural incitaba a la fecundidad 45. Si bien
el tejido a domicilio sucumbió pronto en Gran Bretaña ante la mecanización, no sucedió lo mismo en Francia, tierra
de industrialización lenta y menos brusca; perduró hasta mediados del siglo XIX, y más allá, como por ejemplo en
la región de Cambrai, la de Mémé Santerre, de quien Serge Grafteaux ha recogido el relato de su vida 46.


La industria artesana que, no lo olvidemos, fue a lo largo del siglo XJX el marco mayoritario del trabajo obrero,
mantuvo firmemente la dimensión familiar, aferrándose al taller, al taller doméstico, como tabla de salvación. Eso
ha sucedido en el centro de Francia con la cintería de Saint-E den ne, ejemplo de autonomía obrera según
Kropotkin 47, que se benefició de la electrificación para mantenerse hasta nuestros días, a la par que se ha
feminizado 48.

En esas "familias-talleres", donde la vivienda y el lugar de trabajo eran la misma cosa, la prelación en el nacimiento
determinaba el porvenir de los hijos, ya que lo esencial era continuar con el oficio. Chico o chica, el primogénito
"pasaba a empuñar ell timón", y los siguientes emprendían estudios por lo general. Si era mujer, la primogénita,
convertida en jefe de empresa, corría peligro cierto de quedarse soltera. "Lo he sido por obligación", decía a la
historiadora que se lo preguntaba, una de esas mujeres ex jefe de taller, que confesaba al cabo de sesenta años
una falta de vocación que en modo alguno se hubiera atrevido a alegar en su tiempo, ya que hasta tal punto regía
las vidas la disciplina familiar, apoyada en la ordenación del oficio.

La herencia de las familias obreras era el oficio, o por lo menos el empleo, la única cosa que podían transmitir. Al
haber abolido la Revolución los privilegios gremiales (decreto de Allarde), lo intentaban por otros caminos. Así se
perpetuaron, en el contexto de un oficio ligado a un territorio, "endogamias técnicas" 49 de gran flexibilidad desde el
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B1 educ de los jovenes en la epoca previa a la industrializacion

  • 1. Bloque 1: La Educación de los Jóvenes en la época previa a la industrialización Aprendices y Maestros en los talleres de Artes y Oficios DOCUMENTOS: Bl-1 Aries, Phillipe. "De la familia medieval a la familia moderna", en El niño y la familia medieval en el Antiguo Régimen, México, Taurus (Ensayistas 284), 1998. pp.482 – 491. Bl-2 Manaconda, Mario Alighiero. "El aprendiz en las corporaciones", en Historia de la Educación 1. De la antigüedad a 1500, México, Siglo XXI, 1995, pp.252 – 262. Bl-3 SeweII, William H. Jr. "Las corporaciones" Y "Comunidad moral", en Trabajo y Revolución en Francia. El lenguaje del movimiento obrero desde el Antiguo Régimen hasta 1848. Madrid. Taurus (Humanidades/Historia, 337), 1992, pp. 50 65. Bl-4 Perrot, Michelte, "La juventud obrera. Del Taller a la Fábrica", en Giovanni Leví y Jean-Claude Schmitt (Dirs.), Historia de los jóvenes 2. La edad contemporánea, Madrid, Taurus (pensamiento) 1996, pp. 119- 152. 20
  • 2. Aries, Philippe, "De la familia medieval a la familia moderna", en El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen, México, Taurus (Ensayistas, 284), 1998, pp. 482-491. Lo largo de la historia, la familia se ha ido transformando profundamente en la medida en que ha ido modificando sus relaciones internas con respecto al niño. Este libro sitúa esa «metamorfosis» de la familia en el conjunto de la historia social del Antiguo Régimen, contrastando, a grandes rasgos, las características de esa sociedad con las de nuestro tiempo. Philippe Aria El niño y la vida familiar en el antiguo régimen CAPÍTULO II DE LA FAMILIA MEDIEVAL A LA FAMILIA MODERNA El estudio iconográfico del capítulo precedente nos ha mostrado el nuevo lugar que ocupa la familia en la vida sentimental de los siglos XV y XVII. Es interesante señalar que en esas mismas épocas se observan cambios importantes en la actitud de la familia para con el niño. La familia se transforma profundamente en la medida en que modifica sus relaciones internas con el niño. Un texto curioso de finales del siglo XV, que el historiador inglés Furnival' ha extraído de una «Relación de la isla de Inglaterra», de un italiano, nos muestra una idea sugestiva de la familia medieval, por lo menos en Inglaterra: «La falta de sentimientos de los ingleses se manifiesta particularmente en su actitud para con sus hijos. Después de haberlos conservado en el hogar hasta los siete o los nueve años [para nuestros autores antiguos, siete años es la edad en que los niños se separan de las mujeres para ir a la escuela o para integrarse en el mundo de los adultos], se les coloca, tanto a los muchachos como a las muchachas, en casa de otras personas, para el servicio ordinario, donde se quedarán unos siete o nueve años [es decir, hasta los catorce o dieciocho años aproximadamente]. Se les llama aprendices. Durante este tiempo, realizan todos los trabajos domésticos. Pocos hay que lo eviten, ya que todos, cualquiera que sea su fortuna, envían a sus hijos a casa de los demás, mientras que reciben en sus casas a niños ajenos.» El italiano estima que esta costumbre es cruel, lo cual significa que la misma se desconocía o se había olvidado en su país. Insinúa que los ingleses recurrían a los hijos de otros porque creían estar así mejor servidos que por sus propios vástagos. En realidad, la explicación que daban los propios ingleses al observador italiano parece ser la adecuada: «Para que los hijos aprendan los buenos modales.» Este tipo de vida fue probablemente común a todo el Occidente medieval. G. Duby describe la familia de Guigonet, un caballero de Macón, en el siglo XII, según su testamento 2. Este Guigonet había confiado a sus dos hijos menores al mayor de sus tres hermanos. Más adelante, numerosos contratos de arrendamiento de niños a amos prueban lo corriente que era el aprendizaje en familias ajenas. A veces se especifica que el señor debe «enseñar» al niño y «mostrarle lo relativo a sus mercaderías», o que debe «hacerle ir a la escuela y asistir a ella» Son casos particulares. De manera general, la principal obligación del niño confiado a un señor es la de «servirle bien y en debida forma». Cuando leemos esos contratos sin deshacernos de nuestros hábitos mentales contemporáneos, no podemos decidir si el niño ha sido colocado como aprendiz (en el sentido moderno del término), como pupilo o como criado. Cometeríamos un error insistiendo en ello; nuestras distinciones son anacrónicas, y el hombre de la Edad Media no veía en esas diferencias más que los matices de una noción esencial, la del servicio. El único servicio que se pudo concebir durante mucho tiempo, el servicio doméstico, no ocasionaba ninguna degradación, no despertaba ninguna repugnancia. En el siglo XV existía toda una literatura en lengua vernácula, francesa o inglesa, que enumeraba en forma nemotécnica versificada los preceptos de un buen servidor. Uno de esos poemas4 se titula: «Régimen para todos los servidores». La equivalencia inglesa de «servidor» es wayting servant, que ha subsistido en el inglés moderno en el vocablo waiter, nuestro «mozo» (de café). Claro es que ese servidor tenía que saber servir la mesa, preparar las camas, acompañar a su señor, etc. Pero ese servicio iba acompañado de lo que nosotros llamaríamos hoy día una función de secretario, de empleado. Nos damos cuenta de que no se consideraba como una situación definitiva, sino como una pasantía, un período de aprendizaje: 1 A Relation of the Island of England, Camden Society, 1897, p. XIV, citado en The Babees Books, publicados por F. J. Furnival, Londres, 1868. 21
  • 3. 2 G. DUBY, op. cit., p. 425. 3 Ch. DE ROBILLARD DE BEAUREPAIRE. Instruction publique en Ñormandie, 3 vols., 1872. Ch. CLERVAL, Les Ecoles de Chartres au Moyen Age, 1895. 4 Babees Books, op. cit. Si tu veuls bon serviteur estre, Craindre dois et aimer ton maistre Manger dois sans seoir á table... *. [Siguen luego las reglas de la buena presentación.] Suys toujours bonne compagnie Soit séculier ou clerc ou prestre. [Un letrado podía servir en casa de otro letrado.] II te faut pour le bien servir Se son amour veulz desservir Laissier toute ta volonté Pour ton maistre servir a grey. Se tu sers maistre qui ayt femme Bourgeoise, damoiselle ou dame Son honneur doit partout garder... Et se tu sers un clerc ou prestre Gardes ne soyes vallet maistre S'il est que soyes secrétaire Tu dois toujours les secrets taire... Se tu sers juge ou avocat Ne rapportes nul nouveau cas Et s'il t'advient par adventure A servir duc ou prince ou comte Marquis ou barón ou vicomte, Ou autre seigneur terrien, Ne soyes de taille inventeur, D'impots, de subsides; et les biens Du peuple ne leur oste en ríen... Se tu sers gentilhomme en guerre Ne vas dérobant nulle gent... Et toujours, en quelque maison, Ou quelque maistre que tu serves, Fay se tu peulz que tu desserves La grace et l'amour de ton maistre Afín que tu puisses maistre estre Quand il sera temps et métier. Mais peine á scavoir bon mestier Car pour ta vie pratiquer Tout ton coeur y dois appliquer. En ce faisant tu pourras estre Et devenir de vallet maistre Eto te pourras faire servir Et pris et honneur desservir Et acquérir finalement De ton ame le sauvement *. * [Si quieres ser buen criado, / debes temer y amar a tu señor, debes comer sin sentarte a la mesa.] ** [Ve siempre en buena compañía, / ya sea seglar, letrado o cura.] 22
  • 4. Así pues, el servicio doméstico se confundía con el aprendizaje, forma muy general de la educación. El muchacho aprendía con la práctica, y esa práctica no se limitaba a una profesión, tanto más cuanto que no había entonces, ni hubo durante mucho tiempo, límites entre la profesión y la vida privada. Compartir la vida profesional —expresión bastante anacrónica, por lo demás— suponía compartir la vida privada con la cual se confundía. Además, a través del servicio doméstico, el amo transmitía a un muchacho, y no precisamente al suyo, el caudal de conocimientos, la experiencia práctica y el valor humano que se suponía debía poseer. Toda la educación se hacía, pues, mediante el aprendizaje, y se daba a esta noción un sentido mucho más amplio que el que tomó posteriormente. No se conservaban los hijos en el hogar propio: se les enviaba a otras familias, con o sin contrato, para que permanecieran y comenzaran allí su vida, o para aprender los modales de un caballero, un oficio, o incluso para asistir a la escuela e instruirse en las letras latinas. Hay que ver en este aprendizaje una costumbre difundida en todas las clases sociales. Ya antes observamos una ambigüedad existente entre el criado subalterno y el colaborador de mayor categoría, dentro de la misma noción de servicio doméstico. Existía una ambigüedad semejante entre el niño —o el muchachito— y el servidor. Las compilaciones inglesas de poemas didácticos que enseñaban la cortesanía o urbanidad a los servidores, se llamaban Babees Books. El término valet (lacayo) significaba «mozo», y Luis XIII, de niño, dirá aún, en un impulso afectivo, que le gustaría ser «el lacayito de papá». La palabra «mozo» designaba al mismo tiempo a un jovencito y a un criado muy joven dentro del lenguaje de los siglos XVI y XVII; término que hemos conservado para llamar a los camareros de café. Incluso cuando, a partir del siglo XV o XVI, se comenzó a distinguir mejor dentro del servicio doméstico, entre los servicios subalternos y los cargos más nobles, continuó siendo el hijo de la familia —y no los servidores mercenarios— quien debía servir a la mesa. Para parecer bien educado, no era suficiente saber comportarse en la mesa, como hoy día; era preciso además saber servirla. El servicio de mesa ocupa hasta el siglo XVIII un espacio considerable en los manuales de urbanidad o los tratados de cortesanía o buenos modales, y ocupa todo un capítulo de La Civilité chrétienne de Juan Bautista de La Salle, uno de los libros más populares del siglo XVIII. Se trata de una supervivencia de la época en que toda clase de trabajos domésticos eran realizados indistintamente por niños, a quienes llamaremos aprendices, y por mercenarios, probablemente muy jóvenes también, y la distinción entre ambas categorías se hacía muy progresivamente. El servidor era un niño, un muchacho, que o bien estaba colocado en la casa por un período limitado con el fin de compartir la vida de familia e iniciarse así a su vida de hombre, o estaba colocado sin esperanza de pasar algún día «de lacayo a señor», debido a la oscuridad de su origen. * [Para servirle bien te es necesario, / si quieres ganar su estima / abandonar toda tu voluntad / para servir a tu señor a gusto. / Si sirves a un señor que tenga mujer / burguesa, señorita o dama, / su honor debes siempre guardar [...] / Y si sirves a un clérigo o a un sacerdote. / cuida de no ser lacayo señor [...] / Si debes ser secretario, / siempre deberás guardar los secretos [...] / Si sirves a un juez o a un abogado, / no les traigas nuevos casos. / Y si por ventura sirves / a un duque, príncipe o conde / marqués, barón o vizconde, / u otro señor terrateniente, / no inventes gabelas. / Impuestos ni subsidios; y los bienes / del pueblo no los toques [...] / Si sirves a un hidalgo que va a la guerra, / no robes nada a la gente [...] / Y siempre, en cualquier casa, / o a cualquier señor que sirvas, / haz de manera que ganes / el favor y la estima de tu señor, / con el fin de que tú puedas ser señor / cuando llegue la hora y tomes oficio. / Pero esfuérzate en aprender un buen oficio, / pues para practicar en tu vida / todo tu corazón debes aplicar. / Haciendo eso, podrás ser / y convertirte de lacayo en señor, / y podrás hacerte servir, / adquirir honores / y lograr finalmente / la salvación de tu alma.] En esta transmisión del aprendizaje directo de generación en generación no había espacio para la escuela. En realidad, la escuela, la escuela latina que se dirigía únicamente a los clérigos, a los que hablaban latín, se presentaba como un caso aislado, reservado a una categoría muy particular. La escuela era una excepción, y nos equivocaríamos (porque más tarde se extendió como mancha de aceite por toda la sociedad) si describiéramos a través de ella a toda la sociedad medieval, ya que eso sería hacer una regla de la excepción. El aprendizaje era la norma común. Incluso los clérigos enviados a la escuela estaban frecuentemente confiados, de pupilos como los demás aprendices, a un clérigo, a un sacerdote, a veces a un prelado, a quien servían. El servicio del clérigo era tan instructivo como la escuela. Dicho servicio fue sustituido, en el caso de los estudiantes demasiado pobres, por las becas de un colegio, y ya vimos cómo esas fundaciones fueron el origen de los colegios del Antiguo Régimen. Es posible que haya habido casos en los que el aprendizaje saliera de su empirismo y cobrase una forma más pedagógica. El Manuel du Veneur [Manual del montero] muestra un caso curioso de enseñanza técnica que proviene del aprendizaje tradicional. Se describen en el mismo verdaderas escuelas de montería, en la corte de Gastón Phoebus, donde se enseñaban «los modales y las condiciones exigidas de aquel que desee aprender a ser buen montero»5. Este manuscrito del siglo XV está ilustrado con miniaturas hermosísimas. Una de ellas representa 23
  • 5. una verdadera clase: el maestro, un noble, a juzgar por su traje, tiene la mano derecha en alto y el índice extendido: es el gesto que subraya el discurso. Con su mano izquierda agita un bastón, signo indudable de la autoridad docente, instrumento de la corrección. Tres alumnos, jovencitos de corta estatura todavía, señalan los enormes rollos que sujetan con sus manos y que tienen que aprender de memoria: es una escuela como otra cualquiera. Al fondo, unos cazadores viejos miran. Otra escena análoga representa la lección de trompa: «Cómo se debe ojear y cómo tocar la trompa.» Esas eran cosas que se aprendían practicándolas, como la equitación, el manejo de las armas y los modales caballerescos. Es probable que algunas disciplinas técnicas, como la de la escritura, procedan de un aprendizaje ya organizado y escolar izado. Sin embargo, esos casos siguieron siendo excepcionales. En general, la transmisión de generación en generación estaba asegurada por la participación familiar de los niños en la vida de los adultos. Así se explica esa combinación de niños y adultos que hemos observado tan frecuentemente a lo largo de este análisis, y eso hasta en las clases de los colegios, donde uno se esperaba, por el contrario, encontrar una distribución de edades más homogénea. Pero a nadie se le hubiera ocurrido entonces esta segregación de los niños a la que nosotros estamos tan acostumbrados. Las escenas de la vida cotidiana reunían constantemente a los niños con los adultos en los oficios: por ejemplo, el joven aprendiz que prepara los colores del pintor 6; la serie grabada de los oficios, de Stradan, nos muestra esta presencia de los niños en los talleres, junto a compañeros mucho mayores. Lo mismo sucedía en los ejércitos. Sabemos de soldados ¡de catorce años! Y el pajecillo que lleva el guantelete del duque de Ledisguiéres 7, los que llevan el casco de Adolf de Wignacourt, en el Caravaggio del Louvre, o del general del Vastone en el gran Ticiano del Prado, no son mayores, pues su cabeza no llega a los hombros de sus señores. En resumen, en todos los sitios donde se trabajaba, y en todos los lugares donde la gente se divertía, incluso en las tabernas de mala fama, los niños estaban siempre entre los adultos. Así aprendían a vivir por el contacto cotidiano. Las agrupaciones sociales correspondían a encasillados verticales, que reunían a clases de edad diferente, como podemos ver en esos conciertos de cámara, que sirven tanto de retratos de familia como de alegorías de las edades de la vida, porque reunían al mismo tiempo a niños, adultos y ancianos. En esas condiciones, el niño se desgajaba pronto de su propia familia, aunque luego regresara a ella, convertido en adulto, cosa que no ocurría siempre. La familia no podía, pues, sustentar un sentimiento existencial profundo entre padres e hijos. Lo cual no significa que los padres no quisieran a sus hijos, sino que se ocupaban de ellos, más en virtud de la cooperación de esos niños a la obra común, al establecimiento de la familia, que por ellos mismos, por el afecto que les tenían. La familia era una realidad moral y social, más que sentimental. En las familias muy pobres, sólo correspondía a la instalación material de la pareja en el seno de un entorno más amplio, la aldea, la hacienda, el patio (cour), la «casa» de los amos y los señores donde esos pobres vivían durante más tiempo y más frecuentemente que en sus propias casas, siempre que no carecieran de ella, como los vagabundos sin hogar y los pordioseros. En otros casos, la familia se confundía con la prosperidad del patrimonio, el honor del apellido. La familia no existía casi, desde el punto de vista de los sentimientos, entre los pobres, y cuando había bienes y ambiciones, el sentimiento se inspiraba en el que habían originado las antiguas relaciones de linaje. 5 L'école des veneurs. Ms. Biblioteca Nacional (París). 6. Conrad Manuel, Museo de Berna. 7 . Museo de Grenoble. A partir del siglo XV se transformarán las realidades y los sentimientos de la familia. Revolución profunda y lenta, mal percibida tanto por los contemporáneos como por los historiadores, y difícil de reconocer. No obstante, el hecho esencial es muy aparente: la extensión de la frecuentación escolar. Ya vimos que durante la Edad Media la educación de los niños estaba asegurada por el aprendizaje al lado de los adultos, y que los niños, a partir de los siete años, vivían fuera de sus familias, en familias ajenas. En adelante, por el contrario, la educación se realizó cada vez más en la escuela. La escuela dejó de estar reservada a los clérigos para convertirse en el instrumento normal de iniciación social, de paso del estado infantil al estado adulto. Ya vimos de qué manera. Ello respondía a una necesidad nueva de rigor moral por parte de los educadores, a un interés en aislar a esta juventud del mundo contaminado de los adultos, para mantenerla en la inocencia original, con el propósito de formarla para que resistiera mejor a las tentaciones de los adultos. Pero ello correspondía igualmente al interés de los padres en vigilar más de cerca a sus hijos, estar más cerca de ellos, y no entregarlos, ni siquiera temporalmente, a los cuidados de otra familia. La sustitución del aprendizaje por la escuela expresa igualmente un acercamiento entre la familia y los hijos, entre el sentimiento de la familia y el de la infancia, antaño separados. La familia se concentra alrededor del niño. Éste no se queda todavía en la casa de sus padres; los abandonará para asistir a la escuela lejana, aunque en el siglo XVII se discute acerca de la oportunidad de enviarlo al colegio, así como de la mayor eficacia de la educación en el hogar, con un preceptor. Sin embargo, el alejamiento del escolar no significa lo 24
  • 6. mismo y no dura tanto como la separación del aprendiz. Generalmente, el niño no está interno en el colegio. Vive de pupilo en casa de un hospedero o de un regente. Se le envían dinero y provisiones los días de mercado. Se ha estrechado el lazo entre el escolar y su familia, e incluso se llega, según los diálogos de Cordier, a que los maestros intervengan para evitar las visitas demasiado frecuentes de la familia, visitas planeadas gracias a la complicidad de las madres. Algunos, más afortunados, no se van solos, sino acompañados de un preceptor, que es un escolar de más edad, o de un criado, frecuentemente hermano suyo de leche. Los libros de educación del siglo XVII insisten en los deberes de los padres con respecto a la elección del colegio, del preceptor..., en la vigilancia de los estudios, el repaso de las lecciones cuando el niño regresa a dormir a su casa. El clima afectivo es en lo sucesivo muy diferente y se asemeja al nuestro, como si la familia moderna naciese al mismo tiempo que la escuela o, por lo menos, que la costumbre general de educar a los niños en la escuela. Por lo demás, pronto serán incapaces los padres de soportar el alejamiento inevitable producido por la escasez de colegios. Una prueba excelente es el esfuerzo de los padres, ayudados por los magistrados urbanos, por multiplicar las escuelas con el fin de acercarlas a los hogares. A principios del siglo XVII se creó, como lo ha demostrado el P. de Dainville 8, una red sumamente densa de instituciones escolares de diversa importancia. Alrededor de un colegio de ciclo completo, que contenía todos los cursos, se establecía un sistema concéntrico de algunos colegios de Humanidades (sin Filosofía), de regencias latinas más numerosas (varios cursos de gramática). Las regencias preparaban a los alumnos para los cursos superiores de los colegios de Humanidades y los de ciclo completo. Los contemporáneos manifestaron preocupación por esta proliferación escolar, que respondía, a la vez, a la necesidad de educación teórica (que sustituía a las antiguas formas prácticas de aprendizaje) y también a la necesidad de no alejar demasiado a los niños, de conservarlos lo más cerca y el mayor tiempo posible. Fenómeno éste que manifiesta una transformación considerable de la familia, que se repliega sobre el niño y que se caracteriza por unas relaciones más afectivas entre padres e hijos. A nadie puede extrañarle el que este fenómeno se sitúe durante el mismo período en el que vimos surgir y desarrollarse una iconografía de la familia alrededor de la pareja y de los niños. 8 P. DE DAINVILLE. «Effectif des colléges», Populations, 1955. pp. 455- Claro es que esta escolarización, tan grávida de consecuencias para la formación del sentimiento familiar, no se generalizó inmediatamente, ni mucho menos, y no afectó a gran parte de la población infantil, que continuó educándose según las antiguas prácticas del aprendizaje. En primer lugar, a todas las muchachas. Dejando aparte algunas de ellas, a quienes se enviaba a las «escuelas menores» o a los conventos, la mayoría se formaba en el hogar o, igualmente, en hogares ajenos, de una pariente o de una vecina. La extensión de la escolaridad a las muchachas no se difundió hasta el siglo XVIII y principios del XIX. Algunos esfuerzos en este sentido, como los de Mme. de Maintenon y de Fénelon, tendrán un valor ejemplar. Durante mucho tiempo, las chicas serán educadas por la práctica y la costumbre más que por la escuela, y frecuentemente en casa ajena. En lo que se refiere a los muchachos, la escolarización se extendió primeramente a las categorías intermedias de la jerarquía de las condiciones sociales; la alta nobleza y la artesanía mecánica permanecieron fieles al antiguo aprendizaje: los pajes de los grandes señores y los aprendices de los artesanos. Entre los artesanos y los obreros, el aprendizaje subsistirá hasta nuestros días. Los viajes a Italia y Alemania de los jóvenes nobles al final de sus estudios procedían igualmente de esta mentalidad; los jóvenes iban a las cortes o vivían en casas nobles extranjeras, donde aprendían los idiomas, los buenos modales, los deportes caballerescos; pero, en el siglo XVIII, la costumbre cayó en desuso y la sustituyeron por las Academias militares; éste es otro ejemplo de esta sustitución de la formación práctica por una instrucción más especializada y teórica. Las supervivencias del antiguo aprendizaje en ambos extremos de la escala social no impidieron su decadencia: la escuela acabó por conseguir la autoridad moral, mediante el incremento del alumnado y el aumento de las unidades escolares. Nuestra civilización moderna, de base escolar, quedó entonces definitivamente fundada, y el tiempo la ha ido consolidando, al prolongar y ampliar la escolaridad. 25
  • 7. Manacorda, Mario Alighiero, "El aprendizaje en las corporaciones", en Historia de la Educación. 1. De la antigüedad a/ 1500, México Siglo XXI, 1995, PP- 252-262. Historia de la educación 1 de la antigüedad al 1500 Mario Alighiero Manacorda LA EDUCACIÓN EN LA BAJA EDAD MEDIA 7. EL APRENDIZAJE EN LAS CORPORACIONES Estos siglos después del año mil, que, estudiados desde el punto de vista de la historia de la educación, los hemos visto como los siglos del surgimiento de los maestros libres y de las universidades, estudiados desde el punto de vista más general de la historia económica y social son los siglos del nacimiento de los municipios y de las corporaciones de artes y oficios; en fin, los siglos del primer desarrollo de una burguesía urbana. Surgen nuevos modos de producción, en los que la relación entre la ciencia y el trabajo manual está más desarrollada, y la especialización está más avanzada; por esto se requiere un proceso formativo en el que la simple observación e imitación ya empieza a ser insuficiente. Ya sea en los oficios más manuales que en los más intelectuales, se requiere de una formación que parece estar más cerca de la escolástica, aunque se seguirá distinguiendo de la escuela por el hecho de desarrollarse no en un "lugar de los adolescentes", sino en la convivencia de adolescentes y adultos en el trabajo. Se presenta el tema nuevo de un aprendizaje en que ciencia y trabajo se reencuentren, con una tendencia a la consolidación y asimilación a la escuela. Es el tema fundamental de la educación moderna, que aquí empieza a delinearse apenas. El campo pierde los oficios que todavía sobrevivían, ejercidos antes por los prebéndanos o serví ministeriales de las cortes señoriales: como los mismos feudatarios en busca de poder, también estos siervos, buscando libertad y ganancias autónomas, se transfieren a la ciudad; y en las ciudades los grupos de los que ejercen un mismo oficio se consolidan y se expanden, y empiezan a elaborarse, a partir de las antiguas costumbres, unos estatutos regulares, que llegarán a tener la aprobación del poder público. Las antiguas herencias romanas de los collegia artificum y las recientes experiencias de los ministeria feudales serán las fuentes para definir estos estatutos. En estos estatutos, hay numerosas normas que regulan no sólo las relaciones externas del oficio o corporación con el poder público y con el mercado (adquisición de materias primas" y venta de los productos), sino también las relaciones internas entre los trabajadores, que pueden ser maestros, socios, aprendices o también jornaleros asalariados. En especial se trata del número y de la edad de los discípulos, de la duración del aprendizaje, del pago por el aprendizaje y del mantenimiento cotidiano del aprendiz, y tal vez de las pruebas finales, en las cuales, a través de la ejecución de la "obra maestra", el aprendiz era aceptado entre los maestros y podía pues ejercer el oficio por su cuenta. Sin embargo es difícil, entre tantas normas, incluso en aquellas que se refieren más directamente a la participación de los aprendices en el trabajo, descubrir las modalidades técnicas y didácticas del aprendizaje. Ciertamente, los aprendices, a diferencia de los jornaleros asalariados, los cuales no presumen de aprender el oficio para ejercerlo después como maestros, son para todos los efectos unos discípulos, y los mismos nombres que dentro de la corporación, donde todos son igualmente obreros, distinguen a los ancianos y patrones de los jóvenes, nos hablan predominantemente de una relación educativa: magistri y discipuli; estos últimos participan en el trabajo, pero en vistas a la adquisición de los conocimientos y habilidades de la profesión. Entre el trabajar y el aprender no hay aquí una separación: una cosa es también la otra, según las características inmutables de toda formación a través del aprendizaje, propia, en todos los tiempos y en todos los lugares, de toda actividad inmediatamente productiva. No existe un lugar separado, distinto del lugar de trabajo de los adultos, donde los adolescentes aprendan. No existe una escuela del trabajo: el mismo trabajo es escuela; pero van creciendo los aspectos intelectuales. Sin embargo, ningún arte se preocupó de describir en sus estatutos los modos de este doble proceso de trabajo- aprendizaje. No hay una pedagogía del trabajo: no se nos muestran las materias primas ni su cualidad, las herramientas y su empleo, los modos verbales y gestos de la comunicación del maestro hacia el discípulo. Los 26
  • 8. buscaremos en vano incluso en los estatutos más ricos y articulados; cabe mencionar el estatuto del arte de la lana en Florencia, o en la extraordinaria recopilación de los estatutos de todos los oficios ejercidos en París durante la segunda mitad del siglo XII, llamado el Livre des métiers, llevada a cabo por el preboste Étienne Boileau en el año 1272. Pero quizás precisamente la riqueza de esta documentación puede ser útil para una observación panorámica de síntesis de la vida de magistri y discipuli en las corporaciones de artes y oficios, o mejor en cada una de las tiendas artesanales. El preboste de París recoge de viva voz de los más autorizados representantes de todos los oficios las costumbres tradicionales, "tal como los hombres probos lo han oído decir de padres a hijos" [4-8. Des macons, etc.], o "como nuestro Fouques del Templ sus predecesores lo han usado y conservado en el tiempo pasado" [47. Des carpentiers etc.], y se nos dice cuántos aprendices podía tener cada maestro: en general, además de los componentes de la familia, uno (para orfebres, cordeleros, herreros, etc.) o dos (para cuchilleros, lavanderas, etc.); sin límite, en cambio, los carpinteros; pero todos podían tener muchachos o trabajadores (valléis o sergeants), no aprendices, en la cantidad que quisieran. Normalmente se solía exigir que no tuviera precedentes penales, como diríamos hoy: "Ningún lavandera puede o debe dar trabajo a un muchacho a aprendiz que sea bribón, ladrón, asesino o expulsado de la ciudad por alguna acción indigna" [53. Des foulons]; y se exigía además que fueran nacidos de matrimonio legítimo. El ingreso a un trabajo se hacía bajo la forma de un verdadero y propio contrato, al cual asistían como testimonios dos expertos de aquel arte. La duración del contrato de aprendizaje se podía dejar a la discreción del maestro (a tel terme comme il li plaira), variando de cuatro a diez años, y podía prolongarse si el aprendiz no pagaba. Está claro que el aprendiz debía pagar por la enseñanza que recibía, además del rendimiento progresivo en su trabajo. Pero no siempre este pago podía realizarse, dada la pobreza media de las familias de los aprendices; por esto muy a menudo en los mismos estatutos se lee, por ejemplo, que el maestro puede tomar un aprendiz por un determinado número de años, "y también para un servicio más largo y por dinero se le puede tener" [16. Févres couteliers]. Diversa era también la edad en que podía empezar el aprendizaje; según el contrato, el aprendiz se convertía en una especie de propiedad temporal del maestro, el cual podía incluso venderlo o alquilarlo a otros maestros; pero sólo, diríamos, por causas de fuerza mayor: "si está enfermo en cama, si se va a ultramar, si abandona la actividad o por pobreza" [17. Coutelliers etc.]. Por otra parte se tenían también en cuenta los derechos del aprendiz: "Los miembros de la comunidad del arte están obligados a hacer aprender el oficio al aprendiz, si su maestro ha muerto antes de que se haya cumplido el periodo de aprendizaje" [20, Bat-teurs d'archal]. Además, el aprendiz tenía entre las garantías, incluso una especie de caja de mutuo socorro, dado que tal vez parte de lo que él ingresaba (en el caso aquí citado, 5 sueldos) "va a los prohombres del gremio, para ser devuelto a los muchachos pobres del mismo gremio y para preservar los derechos de los aprendices con relación a sus maestros" [21. Bou-cliers de fer]. A menudo se prevé el caso de que el aprendiz huya, considerando que esto puede suceder por su poca voluntad a trabajar o también por algún error del maestro: "Si el aprendiz se aleja del maestro sin despedirse, por locura o por ligereza, tres veces, el maestro no lo debe aceptar a la tercera vez, ni ningún otro del mismo oficio, ni como muchacho ni como aprendiz. Esta decisión la tomaron los prohombres del gremio para frenar la locura y la ligereza de los aprendices, ya que ellos causan gran daño a sus maestros y a sí mismos cuando huyen; ya que cuando el aprendiz es aceptado para aprender el oficio y huye por un mes o dos, olvida lo que ha aprendido; y así pierde su tiempo y perjudica a su maestro" [17. Coutelliers, faiseurs de manches]. Pero también aquí está previsto el caso de la responsabilidad del maestro, y entonces "los maestros del arte deben hacer comparecer ante ellos al maestro del aprendiz, y regañarlo, y decirle que trate al aprendiz de manera honorable, como hijo de gente de bien, que lo vista y lo calce, le dé de comer y de beber y todo lo que sea necesario; y si no lo hace, el aprendiz se buscará otro maestro" [50. Des tisse-rans de lange]. Por lo demás, todos los miembros de un oficio suelen comprometerse a trabajar según los usos y costumbres del oficio (et qu'il oevre as us et aus cons-tums du meister... —Des maqons etc.); y a denunciar cualquier anormalidad. Así pues, incluso había un compromiso en mantener el secreto del oficio, sobre todo con relación a quien colaboraba en su actividad, no en calidad de aprendiz, sino simplemente de muchacho [48. Des maqons etc.]. 27
  • 9. Finalmente, es interesante decir algo respecto a las mujeres, presentes en algunos estatutos como eventuales viudas de maestros. Los fabricantes de rosarios les permiten trabajar, pero sin aprendices cuando se hayan casado en segundas nupcias con un hombre de otro oficio; mientras que los trabajadores de cristales y piedras son más negativos y explícitos: ninguna viuda de un artesano puede tomar aprendices, "ya que no es del parecer de los prohombres del gremio que una mujer pueda saber tanto acerca del oficio para que pueda enseñar a un muchacho hasta que llegue a maestro" [30. Des cristalliers etc.]. Interesantes aparecen las pruebas de examen; pero no desde el punto de vista didáctico-pedagógico, sino sólo desde el punto de vista costumbrista. He aquí el ejemplo correspondiente a los panaderos: "Cuando el nuevo panadero haya cumplido los cuatro años de aprendizaje, tomará una escudilla nueva de barro y le meterá barquillos y obleas e irá a la casa del maestro de los panaderos, acompañado del cajero y de todos los panaderos, y los maestros oficiales, que se llaman joindres [adjuntos]; y este nuevo panadero debe entregar su escudilla y sus barquillos al maestro y decir: Maestro, he cumplido mis cuatro años, y el maestro debe preguntar al administrador si es cierto; y si éste dice que es cierto, el maestro debe presentar al nuevo panadero el vaso y los barquillos y ordenarle tirarlos contra la pared; entonces el nuevo panadero debe tirar su escudilla, sus barquillos y sus obleas contra la pared de la casa del maestro, afuera, y entonces los maestros administradores, los nuevos panaderos y todos los demás panaderos y los aprendices deben entrar en la casa del maestro, y el maestro les debe ofrecer fuego y vino, y cada uno de los panaderos, los nuevos y el maestro oficial deben dar algún dinero al maestro de panaderos por el vino y el fuego que les da" [/. Tale-meliers]. No se puede decir que, aparte de la preparación sobreentendida de los barquillos y de las hostias por obra del nuevo maestro, o sea aparte del cumplimiento de su "obra maestra", tenga mucho de pedagógico toda esta ceremonia. Sin embargo hay en ella, como por lo demás en el conjunto de las normas contenidas en todos estos estatutos, el testimonio de una costumbre, de unas relaciones sociales y económicas, de unas consideraciones morales, de unos procedimientos casi litúrgicos, que apelan incesantemente a costumbres y normas propias ya sea de la vida religiosa ya de la vida caballeresca; es todo un ritual, que a pesar de la enorme diversidad del lujo, pertenece al mismo mundo. De la presentación del aprendiz a su aceptación en la corporación, parece que nos encontramos ante la presentación de un oblato, la consagración de un monje en una orden religiosa o la investidura de un caballero; salvando la diversidad de las condiciones sociales, el ritual sigue siendo más o menos el mismo. Cerca de medio siglo después del Livre de Boileau, uno de los Statuta et ordinamenta artium et artifi-chum civitatis Florentiae, o sea el Estatuto del gremio de la lana, del año 1317 (aunque algunas disposiciones son de 1275 [cap. III, VII], aun en su mayor complejidad, contiene sobre el aprendizaje y sobre la relación maestros-discípulos mucho menos información que los estatutos parisienses. Dentro de un gremio (o collegium, societas, uni-versitas), en el conjunto de los artífices (u homines, personae) se distinguen claramente los magistri de los sotii, de los factores u oficiales (el equivalente del francés valets) y de los discipuli, por debajo de los cuales se nombran todavía los simples operatofes (o labo-iatores o laborantes) jornaleros "qui operara dant per diem" [III, II]; pero se dice poco acerca de sus relaciones recíprocas. Por ejemplo, al rodear de cautela la admisión de los nuevos artífices, los cuales deben ser siempre presentados por "boni et legales homines dicte artis", se advierte que no deben pasar por setii cuando son simples discipuli: evidentemente, entre otras cosas, para evitar un aumento incontrolado del número de discipuli [II, VII]. Pero podemos llegar al libro ni para encontrar, respecto a la duración del aprendizaje, disposiciones análogas a las que ya hemos leído en el Livre de Boileau. Allí, bajo el título Que ningún discípulo u oficial se aleje de su maestro en el trascurso del periodo para el cual se ha puesto a aprender, sin deber ser retenido por más tiempo, se lee: "Ningún oficial o discípulo, que trabaje en el oficio de la lana o en cualquier sector de este oficio, puesto bajo la tutela de uno que forme parte del gremio por un periodo establecido, puede o debe, antes del vencimiento del tiempo, ponerse bajo la tutela de algún otro de este gremio; sino que debe ser retenido y obligado por los compañeros a cumplir con su maestro, bajo cuya tutela se había puesto primeramente, durante todo el periodo acordado. Además, nadie de este gremio, después de que sepa que alguien se ha puesto bajo la tutela de uno del mismo gremio por un periodo determinado, puede o debe tenerlo bajo su tutela durante el periodo acordado con el primer maestro. Y si los compañeros encuentran a alguien que contravenga esta disposición, lo condenen, tanto al discípulo como al que lo ha aceptado, a diez libras de florines pequeños. Y además lo obliguen a estar con el primer maestro hasta completar su periodo" [III, I. Otros parágrafos prevén conflictos entre maestros y discípulos acerca de posibles deudas de estos últimos; y en estos casos bastará que el maestro jure, y entonces se deberá credere et jident daré sacramento dicti magistri [III, XLVT. Solamente en un caso, el de los bucciarii, se establece el número máximo de los discípulos y la duración 28
  • 10. mínima del servicio o aprendizaje, bajo el título De no tener a los discípulos de los bucciari por menos de seis años: "Establecemos además y disponemos que ningún maestro tenga o pretenda tener, a partir del primero de enero de 1318, más de dos discípulos, con los cuales haga un contrato, bajo pena de veinte sueldos, ni por un periodo menor de seis años, bajo la misma pena..." [77,//]. Se puede decir que, aparte de estas escasas indicaciones, poca cosa más encontramos en estos estatutos, que nos permita conocer y ver en vivo la relación de aprendizaje y su desarrollo concreto. En el conjunto, vemos una mayor dependencia del discípulo respecto al maestro en relación con aquella especial universitas que tomará después este nombre por excelencia o por antonomasia, en la cual, como hemos visto, son más bien los magistri los que dependen de los discipuli o scolari. Estos estatutos, redactados en latín (litteraliter) por un iudex otdina-rius et publicus notarius, que es tal por autoridad imperial o' regia, y confirmados por los representantes de los otros gremios, deberán después ser traducidos en italiano (sermone vulgarí). Pero en estas viejas estructuras se en donde un problema nuevo: en este aprendizaje del oficio, del cual se entrevén apenas los procedimientos didácticos, hay sin duda, junto a un aspecto meramente ejecutivo, también un aspecto científico, el conocimiento de las materias primas, de los criterios de elaboración, de los instrumentos: incluso el más ínfimo cincelador debe saber algo de petrografía, etc. Pero este conocimiento quedó confiado a la transmisión, rodeada del "secreto del arte", no sistematizada orgánicamente, no coordinada con conocimientos más generales, sino mínimos. De todos los oficios "manuales" (quirúrgicos) sólo la "cirugía" médica y la "cirugía" arquitectónica, si se me permite usar estas definiciones, o en fin, sólo la medicina y la arquitectura, se han transformado en ciencia y han dado lugar a la redacción de tratados y a la discusión de la relación entre ciencia y producción. Galeno y Vi-trubio siguen siendo los modelos; algo similar ocurrió con la agricultura, pero quizás éste es el campo donde la división entre dominantes y dominados se ha profundizado más, si nos sumergimos hasta los tiempos inmemoriales en los que había una originaria identidad de trabajo entre el rey Laertes y sus thétes, y también después Catón siguió arrancando piedras [repastinari saxa] y escribiendo tratados al mismo tiempo. Pero en general las artes "sórdidas" no han expresado, sistematizado o hecho pública su ciencia. Por lo demás, sus protagonistas han considerado como cultura propia los restos de la ideología de las clases dominantes, que precisamente los aculturaban, y sólo alcanzaban alguna chispa de instrucción formal en el leer, escribir y hacer cuentas. Sin embargo, pronto deberemos prestar mayor atención al surgimiento de una cultura más orgánica de los productores. SeweII, William H. Jr., "Las corporaciones" y "Comunidad moral", en Trabajo y revolución en Francia. El lenguaje del movimiento obrero desde el Antiguo Régimen hasta 1848, Madrid, Taurus (Humanidades/Historia, 337), 1992, pp. 50-66. William H. Sewell, Jr. Trabajo y revolución en franca. El lenguaje del movimiento odrero desde el antiguo régimen. LAS CORPORACIONES. Esta era la posición de las corporaciones de oficio en la jerarquía social del Antiguo Régimen. ¿Pero cuál era la naturaleza de esas corporaciones como instituciones —sus reglas, privilegios, costumbres, derechos y obligaciones—? ¿Cómo operaban realmente en la práctica en las ciudades francesas de los siglos XVII y XVIII? Dado el estado de la bibliografía histórica sobre las corporaciones, no es fácil responder a esas preguntas como se desearía. Las corporaciones de oficio fueron un eje esencial de los estudios históricos en Francia entre fines del siglo XIX y la Segunda Guerra Mundial, y hay excelentes estudios generales de Étienne Martin Saint-Léon, Henri Hauser, Frangois Olivier-Martin y Émile Coornaert, procedentes de ese periodo 25. Pero desde los experimentos corporativos de Vichy, el asunto ha adquirido mala fama entre los historiadores franceses y no ha habido un estudio general de importancia sobre las corporaciones desde la publicación del trabajo de Coornaert en 1941. Ello resulta particularmente desafortunado porque significa que las corporaciones no se han visto sometidas al tipo de estudio riguroso y exhaustivo que la escuela francesa de Annales ha dedicado a temas históricos que van de la demografía y la estructura social rural a las actitudes hacia la muerte y el honor26. Sin embargo, hay varios estudios recientes 29
  • 11. excelentes sobre las ciudades de los siglos XVII y XVIII, de historiadores de la escuela de Annales, que contienen valiosa información nueva que corrige o amplía algunas conclusiones de estudios anteriores". En ausencia de un estudio de síntesis y puesta al día sobre las corporaciones, el esbozo que sigue debe ser inevitablemente un tanto especulativo e inseguro en ocasiones. Pero confío que la base de mis interpretaciones resulte aceptable —o al menos no parezca descabellada— para los especialistas en el tema. 25. Martin Saint-Léon, Étienne, Histoire des corporations de métiers, depuis leurs origines jusqu á leur s'uppression en 1791, París, 1909; Hauser, Henri, Ouvriers du tempspassé (XV-xvie siécles), París, 1899; Olivier-Martin, UOrganisation corporative, y Coornaert, Les Corporations en France. Vid. también la obra más antigua de Levas- seur, E., Histoire des classes ouvriéres en France depuis la conquéte de Jules César jusqu'á la Revolution, 2 vols., París, 1859, reed. como Histoire des classes ouvriéres el de ¡'industrie en France avant 1789, 2 vols., París, 1900. 26 .La escuela de Annales se refiere a los historiadores que han publicado de forma regular en la revista francesa Annales d'histoire économique et sociale, fundada en 1929 por Marc Bloch y Lucien Febvre, y su sucesora de postguerra, Annales: économies, so-cietés, civihsations. Obras que representan el ámbito de la escuela: Goubert, Beauvais et te Beauvaisis; Le Roy Ladurie, Les Paysans de Languedoc; Vovelle, Michel, Piété ba-roque et déchristianisation: Les Altitudes devant la mort au xvuf siécle d'aprés les clauses des testamenls, París, 1973; Castan, Yves, Hónrete relations sociales en Languedoc (1715-80), París, 1974. 27. Particularmente útiles son Goubert, Beauvais et le Beauvaisis; Deyon, Pierre. Amiens, capitale provinciale: Étude sur la société urbaine au xvtr siécle, París, La Haya, 1967; Perro!, Jean-Claude, Genése d'une ville moderne: Caen au xvilf siécle (2 vols.), París, 1975, y Garden, Maurice, Lyon et les lyonnais. Vid. también Agulhon, Pénitents et Francs-Macons, cap. 3. Un excelente artículo reciente que toca el problema de las corporaciones es Kaplan, «La Pólice du monde du travail». 28. Olivier-Martin, L'Organisation corporative, págs. 205-10. 29. Ibid., pág. 206. Según la doctrina jurídica de los siglos xvn y xvm, el acto que creaba una corporación de oficio era la ratificación de sus estatutos por lettres patentes del rey28. Esto convertía el oficio en lo que se denominaba métier juré (oficio jurado) o jurande, denominado así porque a sus miembros se les exigía un juramento (jurer) de lealtad al entrar en la maestría. La naturaleza e importancia de ese acto de ratificación puede ilustrarse con el examen de un caso concreto. En 1585 los vinateros y taberneros parisienses se vieron envueltos en una disputa con los vinicultores, que protestaban contra la práctica de vinateros y taberneros de convertir el vino agrio en vinagre, con lo cual competían con ellos en la fabricación y venta de sus productos. Los vinateros y taberneros se encontraban en desventaja en la disputa porque los vinicultores estaban organizados como métier juré y ellos no. Por tanto, ofrecieron al rey Enrique III una finance moderée, pidiéndole que «les estableciera como cuerpo y comunidad (en corps et communauté)». El rey respondió ratificando sus estatutos en una lettre patente. Por medio de ese acto, establecía «en perpetuité ledit état... en état juré pour y avoir corps, confrairie et communauté» (en perpetuidad dicho estado... como estado jurado para tener así cuerpo, cofradía y comunidad)29. En este caso quedan ilustradas diversas características destacadas de los métiers jures. Primero, resulta claro que los vinateros y taberñeros pensaban que dispondrían de una base legal más firme para continuar su pleito con los vinicultores si estaban organizados también «en corps et communauté», como métier juré. Cuando un oficio era erige en corps et communauté (recibía el estatuto de cuerpo y comunidad), todos los que lo practicaban quedaban unidos en una sola unidad reconocida con una posición firme y legalmente segura en el estado. En la jurisprudencia del Antiguo Régimen, un corps o communauté legalmente constituido se consideraba una persona singular, un súbdito del rey, legitimado para presentar demandas o protestas ante el soberano, entablar pleitos y tener propiedades, como cualquier otro súbdito. Como expone Domat, jurista del siglo XVII: «Las comunidades legítimamente establecidas reemplazan a las personas... Se consideran un todo único. Y las comunidades actúan como cualquier persona ejerce sus derechos, trata sus asuntos y actúa en la justicia» x. De esta forma los vinateros y taberneros, enredados en la batalla con los vinicultores, fortalecieron considerablemente su posición jurídica cuando se convirtieron en métier juré. AI convertir a vinateros y taberneros en una persona imaginaria, el rey les otorgaba plenos poderes legales como súbdito real reconocido y, de esa forma, un estatuto legal igual al de los vinicultores. Según el jurista Lebret, el rey establecía métiers jures para perfeccionar las artes mecánicas y aumentar el bien público: «Los príncipes tienen reservado en particular el poder de establecerles como cuerpo, de darles estatutos y otorgarles inmunidades y privilegios, para estimular a los artesanos a perfeccionarse en su arte y a servir al público fielmente»31. Se animaba a los artesanos a actuar de forma virtuosa con la concesión de inmunidades y privilegios. 30
  • 12. «El privilegio» significa «la facultad otorgada a una persona particular o a una comunidad, de hacer algo, o de disfrutar de alguna ventaja con exclusión de otras» H. Literalmente, los priviléges eran «derechos privados», es decir, derechos que se aplicaban exclusivamente a una sola persona, bien una persona colectiva imaginaria, bien un individuo. Las comunidades de oficio no eran más que uno de los muchos tipos de cuerpos privilegiados del reino de Francia. Universidades, academias, tribunales de justicia, ciudades, compañías privilegiadas, provincias, nobleza, clero —toda la vasta y heterogénea multitud de cuerpos y comunidades reconocidos que constituían el reino de Francia tenía sus propios privilegios particulares. La concesión de privilegios a cualquiera de esos cuerpos suponía automáticamente la concesión de inmunidades: hasta el punto de que si una persona particular o colectiva estaba gobernada por un derecho privado, la persona recibía necesariamente inmunidad respecto al derecho común. Los privilegios de una comunidad de oficio se expresaban en sus estatutos, ratificados por el rey. Esos estatutos variaron considerablemente de un oficio a otro, de un siglo a otro y de una ciudad a otra. Era algo lógico, dado que cada comunidad era una persona legal diferente. Pero puesto que eran clases de personas diferentes, había también rasgos recurrentes en los estatutos de todos los oficios próximos. Prácticamente todos los estatutos otorgaban a los miembros de la comunidad el derecho exclusivo a dedicarse al ejercicio de su oficio dentro de cierto distrito, generalmente una ciudad. Así los estatutos de los trabajadores de peltre y plomo (étameurs- plombiers) de Ruán, que se remontan a 1544, empiezan: «Artículo I. Nadie, del oficio que sea, puede abrir en la ciudad o los suburbios de Ruán un taller, ni fabricar y vender ninguna obra del oficio de peltre y plomo, si no es un maestro jurado de dicho oficio»". Con infinitas variaciones en la expresión, en los estatutos de los métiers jures se encuentra una afirmación de ese tipo, de un extremo a otro del reino. Este privilegio exclusivo era el derecho más importante y lucrativo de la comunidad de oficio y era defendido celosamente, incluso con agresividad. Las disputas entre oficios limítrofes fueron omnipresentes en las ciudades francesas del Antiguo Régimen y constituyeron una fuente de interminables pleitos. El gran estudio de Jean-Claude Perrot sobre Caen en el siglo XVII describe los oficios de esa ciudad en un estado de guerra continua: curtidores contra zurradores, zurradores contra zapateros, fabricantes de sillas contra fabricantes de arneses, sastres contra ropavejeros, especieros contra boticarios, cerrajeros contra herreros, herreros contra cuchilleros, etc. El resultado de esas disputas era crucial para la supervivencia de la comunidad y los perdedores podían ser absorbidos pura y simplemente por los ganadores, como los doce oficios diferentes, desde los cuchilleros a los tapiceros, que fueron anexionados por los merceros de Caen entre 1700 y 1762 M. Esta feroz guerra entre oficios tampoco quedó limitada a Caen. Trabajos recientes sobre Amiens y Beauvais en el siglo XII y Lyon en el XVIII han encontrado justamente el mismo fenómeno y parece que los conflictos entre oficios fueron característicos de todas las ciudades de Francia35. En realidad, las afirmaciones estatutarias de los derechos de las comunidades de oficio se leen a veces como tratados de paz concluidos después de hostilidades abiertas. Así el artículo 38 de los estatutos de los orfebres de Ruán, de 1739, afirma: 30. Citado en Coomaert, Les Corporations en France, pág. 207. " Citado en Olivier-Manin, VOrganisation corporative. pág. 207. 3; Le Grand Vocabulatrefraneáis. 31. Ouin-Lacroix, Anciennes corporations, págs. 642. 34 Perrot, Genése a"une ville moderne. I, págs. 327-35. 32. Coomaert, Les Corporations en France, págs. 213-217. " Ibid., págs. 217-20. 33. Ouin-Lacroix, Anciennes corporations, pág. 610. " Ibid., págs. 609, 644. Ningún maestro joyero u otros maestros que no sean orfebres puede vender ningún trabajo de orfebrería, ni comprar ninguno, excepto para su propio uso privado, con la excepción de los merceros, que pueden continuar vendiendo bandejas procedentes de Alemania u otros países, puesto que las han marcado en el registro de los orfebres". Otros, a la vista del peligro de intrusiones hostiles, establecen el campo de su monopolio con un detalle increíblemente exhaustivo. Así los estatutos de los cuchilleros, grabadores y doradores de hierro y acero de Ruán, de 1734, enumeran más de 113 elementos diferentes que tienen privilegio exclusivo de manufacturar y vender". Esta guerra generalizada entre oficios fue una de las características más destacadas del grupo social de las artes mecánicas o gens de métier en los siglos XVII y XVIII A diferencia de la clase obrera en el XIX, que se consideraba como una unidad de todos los trabajadores manuales unidos por vínculos de solidaridad, las gens de métier no constituían una unidad solidaria. Puesto que todos practicaban las artes mecánicas, las gens de métier eran un grupo social fácilmente definible. Pero en marcado contraste con el lenguaje social del siglo XIX, que se desarrolló en torno al concepto de trabajo, lenguaje que destacaba la similitud entre los obreros que trabajaban en distintos oficios, el lenguaje del arte del Antiguo Régimen destacaba sus diferencias. Cada arte tenía sus propias cualidades 31
  • 13. y sus propias reglas que lo distinguían de cualquier otro. Así, cada métier constituía una comunidad concreta dedicada a la perfección de un arte concreto, y esas comunidades de artesanos carecían de vínculos que las unieran entre sí. Al fomentar sus propios intereses y proteger y ampliar sus privilegios, esas comunidades se veían inevitablemente envueltas en conflictos con las comunidades vecinas cuyo ámbito de competencia artística se solapaba en la práctica con el suyo. Aunque las gens de métier formaban una única categoría social en el Antiguo Régimen, era una categoría constantemente hendida por celos y sospechas mutuas. Dentro del ámbito privilegiado definido por sus estatutos, cada comunidad de oficio era responsable de garantizar la honestidad de sus miembros y la calidad de las mercancías que producían. Con ese fin, cada comunidad tenía cargos elegidos entre sus miembros. Esos cargos se denominaban jures, syndics, gardes, principáis, prieurs, maieurs, consuls o bailles —los títulos variaron ampliamente de un siglo a otro, de una a otra región, y de un oficio a otro. Además de encargarse de la vigilancia general del oficio, resolvían las disputas entre maestros o entre maestros y trabajadores, representaban al oficio en sus relaciones con las autoridades locales o reales, tomaban la iniciativa de los pleitos y atendían, en general, los negocios de la comunidad. Los jures se designaban generalmente por elección pero a veces eran seleccionados por cooptación o designación real y en unos pocos casos se elegían mediante sorteo38. Todo el cuerpo de maestros se reunía habitualmente al menos una vez al año para supervisar el trabajo de los jures y para analizar y emprender acciones sobre los asuntos comunes de la colectividad39. La obligación más destacada de los jures era garantizar la calidad y la honestidad del trabajo del oficio. Se exigía a los jures realizar visitas sin anunciar, a veces un número determinado de veces al año, al taller de cada maestro del oficio. Allí tenían que inspeccionar el trabajo realizado y los objetos que se ofrecían a la venta. Si una obra era defectuosa, se multaba al maestro, o a veces al oficial que había producido el objeto defectuoso; con frecuencia se añadía que, como en palabras de los estatutos de los cuchilleros de Ruán, «todo producto defectuoso se romperá y se hará pedazos» en el lugar por parte de los jurésm. Los patrones que habían de aplicar los jures en esos viajes de inspección variaban de un oficio a otro, pero incluían de forma regular restricciones sobre los tipos y la calidad de las materias primas, el tipo de herramientas y la forma de los objetos que se producían. A veces esos patrones estaban estrictamente definidos. Así, los cuchilleros de Ruán no podían poner decoraciones de oro o plata en los mangos de los cuchillos si se fabricaban de hueso, y los trabajadores del plomo no podían utilizar clavos en la fabricación de canalones excepto en determinadas condiciones4'. Se exigía casi siempre que cada maestro estampara sus obras con su marca particular, y si se encontraban obras sin marca el maestro debía ser multado. Pero además de todas esas regulaciones específicas, la obra debía ser «bon et loyal» —«buena y leal»—, o fabricada de forma exacta y honesta. En otras palabras,- los jures disponían de cierta autonomía para juzgar si la obra de un taller determinado tenía una calidad suficientemente elevada, incluso si reunía las medidas básicas perfiladas en los estatutos. En esta cuidadosa vigilancia de la producción por parte de los jures de la colectividad, puede verse con detalle cómo el métier juré estimulaba a los artesanos «a perfeccionarse en su oficio y servir fielmente al público». Puesto que el mismo arte era cuestión de reglas, era lógico que el arte pudiera perfeccionarse mediante el establecimiento de regulaciones detalladas en los estatutos de la comunidad de oficio, regulaciones que habían de administrar los jures, ellos mismos expertos practicantes de ese arte. Esa misma preocupación por la perfección del arte se encontraba también en otro tipo de regulación que aparecía en todos los estatutos: las regulaciones para la enseñanza de los aprendices. Generalmente cada maestro de la comunidad quedaba limitado a un solo aprendiz, que serviría normalmente en esa condición por un plazo que variaba de tres a seis años o más. El aprendiz, generalmente un joven de entre trece y veinte años, vivía en la casa del maestro y había de obedecerle como pére defamille (padre de familia) a lo largo de la duración del contrato. Durante ese período de iniciación por el maestro en todos los secretos del arte el aprendiz sólo recibía un salario nominal. Al final de su tiempo de servicio, el aprendiz debía haber aprendido su oficio completamente. Era entonces habitual servir durante al menos dos o tres años en el grado intermedio de oficial (compagnon) antes de convertirse en maestro. Debido al gran número de oficiales que carecían del capital y las relaciones para alcanzar la maestría, este período podía durar muchos años y algunos estaban destinados a seguir como oficiales de por vida42. 35. Deyon, Amiens, capitule provinciale, pág. 203; Goubert, Beauvais et le Beauvai-sis, pág. 307; Garden, Lyon et les lyonnais, pág. 312. 36. Ouin-Lacroix, Anciennes corporations, pág. 705. 37. Ibid., págs. 608-9. 32
  • 14. Para convertirse en maestro, se exigía al candidato que hubiera completado satisfactoriamente su aprendizaje. Habitualmente se le exigía también superar un examen de su arte, fabricando una obra maestra que fuera juzgada aceptable por los jures. Además, el candidato había de disponer de capital suficiente para abrir un taller y tenía que pagar también una importante cuota de entrada a la comunidad. Satisfechas esas exigencias, realizaba un juramento solemne de fidelidad a la comunidad y a sus reglas (por el que se convertía en maítre juré o «maestro jurado») y quedaba admitido a todos los derechos y privilegios de la corporación. Las cuotas de entrada se reducían en general de forma drástica para los hijos de maestros, y en algunas ocasiones a éstos se les eximía del aprendizaje formal. Había una especie de supuesto hereditario en las corporaciones desde los tiempos más antiguos, y en los siglos XV, XVI y XVII las exigencias y cuotas de entrada para los candidatos que no estaban emparentados con un maestro tendían a ser cada vez más fuertes 43. La mayoría de los historiadores del sistema corporativo han concluido que el acceso a la maestría se restringió con el tiempo, basándose cada vez más en los vínculos de parentesco. Sin embargo, los datos de los estudios más recientes y rigurosos son diferentes, en particular los relativos a la proporción de maestros hijos de maestros44. Pero les fue siempre mucho más fácil obtener maestrías a los hijos de maestros que a quienes carecían de ese vínculo. Los maestros formaban el núcleo de la comunidad corporativa. Aunque los estatutos se aplicaban a maestros, oficiales y aprendices por igual, técnicamente la comunidad estaba constituida solamente por los maestros, como se hace patente en una de las denominaciones habituales de las corporaciones, maitrises. Debido a que oficiales y aprendices estaban legalmente incluidos en la familia del maestro, carecían formalmente de personalidad jurídica independiente. Como indica Emile Coomaert, los juristas que escribían sobre el derecho de las corporaciones no trataban las relaciones entre maestros y trabajadores; oficiales y aprendices estaban bajo «la autoridad doméstica de los maestros», como indica un edicto de 1776, y por tanto fuera del alcance del derecho público45. Con raras excepciones, sólo los maestros prestaban un juramento de fidelidad, que Coomaert caracteriza correctamente como «acto esencial de las relaciones sociales de esa época»46. Además, y una vez más con raras excepciones, sólo los maestros tenían derecho a participar en asambleas y otros actos públicos de la comunidad y generalmente sólo ellos tenían derecho a recibir charités de la cofradía del oficio que era casi siempre un anexo de la corporación. Esas caridades solían incluir el entierro corporativo, pensiones de viudedad y ayuda en caso de enfermedad o desastre. Como miembros de la familia del maestro, oficiales y aprendices debían recibir ayuda del pére de lafamille en momentos de apuro, pero no tenían derecho legal a esa ayuda y estaban sujetos a la buena voluntad del maestro47. Como cabía esperar, dado este estilo paternalista, las mujeres solían quedar excluidas de la participación activa en las corporaciones, excepto en el caso de unas pocas corporaciones de los oficios textiles exclusivamente femeninas. Una viuda podía heredar los privilegios de maestría de su marido, pero no cabía que ejerciera esos privilegios por sí misma durante largo tiempo; los asumiría normalmente un hijo, un segundo marido o un oficial que hubiera trabajado en el taller del maestro. Las mujeres ayudaban con mucha frecuencia a sus maridos o padres de diversas maneras, pero su sexo las hacía incapaces —a los ojos de los contemporáneos y de la ley— de ejercer la autoridad paterna implícita en la maestría'18. La situación de los oficiales en la comunidad corporativa era también problemática. En el caso de los aprendices, la subordinación filial al maestro era clara y estaba sancionada por un contrato legal y un juramento solemne. Pero la relación entre maestros y oficiales era mucho más ambigua. Un oficial o compagnon había de vivir habitualmente con el maestro y comer en su mesa. (La palabra «compagnon» derivaba del latín cum y pañis, significa, por tanto, «quien comparte el pan».) Sólo por esa razón, un oficial estaba sometido a la autoridad paterna del maestro. Sin embargo, viviendo incluso con el maestro, la subordinación a su autoridad era menos absoluta que la de los aprendices. Eran mayores que los aprendices, debían ser trabajadores plenamente capacitados y estaban a jornal sin contrato a largo plazo que les vinculara a su maestro. En algunos casos tenían un papel público en la corporación, prestando juramento de fidelidad a los estatutos, con derecho a participar en las asambleas y recibir charités, aunque tales casos fueron siempre raros y cada vez más en los siglos XVI y XVII4'. Durante esos mismos siglos, a medida que se restringió el acceso a la maestría el grado de oficial resultó con frecuencia una condición de por vida más que un estadio intermedio entre aprendizaje y maestría. Como resultado, los oficiales dejaron de vivir con frecuencia con sus maestros y de forma nada frecuente se casaban y se convertían en peres de famules ellos mismos. 42. Coomaert, Les Corporarions en France, pág. 275. 43. Ibid., págs. 194-200. 44. Amiens en el siglo xvII y Lyon y Caen en el xvIII experimentaron una reducción del acceso a las maestrías. La proporción de nuevos maestros hijos de maestros creció entre comienzos y finales del siglo xvII en Amiens pero disminuyó en Caen en el xvIII. Deyon, Amiens, capitule provinciale, págs. 218, 344; Garden, Lyon et les lyonnais, pág. 314; Perrot, Genése ¿Cune ville moderne. I, págs. 336-40. 45. Coomaert, Les Corporations en France. pág. 275. 33
  • 15. En esa situación, la relación entre maestros y oficiales no se adaptaba fácilmente a un idioma de subordinación filial y autoridad paterna. En las condiciones de los siglos XVII y XVIII, los oficiales no se encontraban a gusto en el esquema corporativo. Resulta así revelador que los estatutos procedentes de ese período contengan, de forma in- variable, múltiples artículos que definen la condición y especifican los derechos y obligaciones de aprendices y maestros, pero rara vez mencionan a los oficiales. Sin ser ya pupilos de los maestros, pero tampoco miembros plenamente adultos de la comunidad corporativa,' su condición era sombría y problemática. En esas circunstancias, es perfectamente comprensible que los oficiales empezaran a formar organizaciones propias. Excluidos de las cofradías de los maestros, fundaban con frecuencia cofradías paralelas de oficiales50. En algunos oficios, esas organizaciones de oficiales se convirtieron en compag-nonnages, organizaciones secretas elaboradamente estructuradas, de oficiales jóvenes (compagnons) itinerantes con complicados ritos y mitos, un sistema de pensiones en ciudades de todo el reino y complejas regulaciones que garantizaban trabajo, ayuda en momentos de enfermedad y entierro para los muertos51. Compagnonnages y cofradías trataban con el cuerpo de maestros de salarios, contrataciones y condiciones de trabajo, y las disputas laborales se convirtieron en un pro- blema endémico de las corporaciones en el siglo XVIII. Así, al menos durante los dos últimos siglos del Antiguo Régimen, la relación de los compagnons con las corporaciones fue ambigua y conflictiva. COMUNIDAD MORAL. Como entidad legal e institucional, el métier juré parece una organización rigurosa, punitiva y jerárquica, impregnada por un espíritu de particularismo extremo e implacable. Las corporaciones francesas del Antiguo Régimen eran perpetuamente suspicaces, constantemente atentas a los ataques externos a sus privilegios y estrechamente vigilantes de sus miembros. Además, los maestros utilizaban su indiscutida supremacía en la corporación para restringir el acceso a la maestría y mantener a los oficiales en una posición de subordinación estricta. Observados a través de sus estatutos, los métiers jures parecen desmentir el epíteto de communauté (comunidad) que se les aplicaba universalmente, un epíteto que entonces, como ahora, implicaba unidad, fraternidad y un sentimiento de amor y compasión entre sus miembros. Pero además de la existencia legal e institucional detallada en sus estatutos, las corporaciones tenían una existencia moral que complementaba y atenuaba su particularismo riguroso y su regulación estatutaria detallada. La dimensión moral de las corporaciones puede ejemplificarse volviendo a la lettre patente mediante la que Enrique III creó un mé-tier juré de los vinateros y taberneros de París en 1585. Se recordará que en esa lettre se proclamaba que el rey establecía «en perpétuité ledit état... en état juré pour y avoir corps, confrairie et commu- nauté» (en perpetuidad dicho estado... como estado jurado para tener cuerpo, cofradía y comunidad)52. Se han considerado ya las consecuencias legales del acto del rey. Pero las consecuencias morales de varios términos de la frase deben aclararse mejor. Una confrairie (la ortografía moderna es confrérie) o cofradía era una asociación laica, constituida bajo patronazgo de la iglesia, para la práctica de alguna devoción. Para un oficio «avoir ... confrairie» significaba, por tanto, tener una asociación devota común; y en la práctica cada métier juré tenía casi siempre cofradía. Así la frase completa «avoir corps, confrairie et communauté» significaba tener una sola personalidad legal reconocida (corps et communauté) y tener una asociación devota común (confrairie). Pero la frase significaba también algo más. Para un oficio ser corps, o cuerpo, suponía también < uno tenía una voluntad o espíritu común —un esprit de corps— y un /ínculo profundo indisoluble tal que el perjuicio a cualquier «miembro» afectaba a todos. Ser una communauté suponía una comunidad similar de sentimiento y compromiso. Y ser una confrairie suponía también tener un vínculo de hermandad y fraternidad. Así, además de su significado legal denotativo, la frase «avoir corps, confrairie et communauté» significaba estar unido por vínculos de solidaridad. 46. Ibid.. pág. 64. 47. lbid., pág. 204. 48. Vid. un análisis fascinante del problema, Davis, Natalie Zemon, «Les Femmes dans les arts méchaniques & Lyon au xvr sécle», en Gutton, Jean-Pierre (coord.), Mélan-ges en hommage de Richard Gascón, Lyon, 1979. 4. Coomaert, Les Corporations en France, págs. 203-204. 50. lbid., pág. 233. " Vid. nota 17. 51. Olivier-Martin, LOrganisation corporative, pág. 206. Ello no significaba que un aura de abnegación y compañerismo bañara las relaciones dentro del oficio, como algunos admiradores nostálgicos de las corporaciones sostendrían. Había también tensiones y disputas continuas dentro del cuerpo de maestros —maestros ricos contra maestros pobres, maestros de un barrio de la ciudad contra los de otro, etc.—- El término communauté no decía otra cosa del tono de las relaciones en un oficio que, fueran cuales fueren sus diferencias, los miembros de una comunidad de oficio pertenecían a la misma comunidad y se 34
  • 16. debían cierta lealtad entre sí y hacia su arte, frente a otros grupos de la población. Institucionalmente, era en la cofradía del oficio donde el aspecto solidario de las corporaciones se manifestaba de forma más clara. Antes del siglo XVII, no era raro que una sola organización corporativa fuera simultáneamente cofradía de devoción e institución para la regulación de industria y comercio en un oficio. Pero después de la Contrarreforma, con su obsesión por las clasificaciones, la cofradía religiosa se convirtió casi siempre en algo organizativamente diferenciado del métier juré o jurande secular, con regulaciones y cargos diferentes. Sin embargo, esta separación era esencialmente un formalismo legal; todos los miembros de una eran miembros de la otra y la corporación como grupo humano vivo continuó siendo al tiempo unidad económica y de devoción 53. La cofradía del oficio era la que repartía las chantes: los subsidios y la atención médica a los enfermos, las pensiones a aquellos demasiado ancianos para trabajar, el entierro y las pensiones a viudas y huérfanos. Estas charités se fundaban en las cuotas y las multas cobradas a los miembros que no realizaban sus obligaciones, cuotas y multas tanto del métier juré como de la cofradía54. Así, en la cofradía la corporación se mostraba, al menos formalmente, amorosamente compasiva e interesada en la totalidad de la vida de sus miembros, en cuerpo y alma, en la enfermedad y en la salud, durante su vida y después de su muerte55. La actividad religiosa central de la cofradía del oficio era la devoción al patrón, en cuyo honor mantenía una capilla en una iglesia o monasterio local. El gran acontecimiento anual de la cofradía era la celebración de la fiesta del patrón. En esa fiesta cesaba el trabajo en los talleres y todos los miembros del oficio, maestros, oficiales y aprendices, celebraban una misa en honor del patrón, que iba acompañada con frecuencia de procesiones que se dirigían a la iglesia o salían de ella, limosnas a los pobres y un banquete fraternal que seguía a la misa. La fiesta del patrón solía ser la ocasión para designar nuevos jures, admitir a nuevos maestros en la comunidad y renovar el juramento solemne de fidelidad de todos los maestros. La fiesta del patrón es particularmente importante porque incluía a oficiales y aprendices además de los maestros del oficio. Aunque oficiales y aprendices pudieran o no participar en las procesiones y habitual-mente no participasen en el banquete de maitrise, se les exigía que acudieran a la misa. Puesto que veneraban al mismo patrón espiritual, estaban unidos en la misma comunidad espiritual y era de esperar que compartieran el esprit de corps y tuvieran un sentido de unidad, de pertenencia a un solo cuerpo y una visión del mundo común. Cuando los oficiales en los siglos XVI y XVII organizaron sus propias cofradías, se colocaban generalmente bajo el patronazgo del mismo santo que los maestros. Y los compagnonnages ilegales exigían a sus miembros celebrar la fiesta del patrón de su oficio. El sentido de pertenencia, aunque frecuentemente discutido, a una comunidad moral es mucho más evidente en la vida religiosa de las corporaciones que en los estatutos del métier juré56. Las prácticas de las cofradías de oficio demuestran que las corporaciones eran «corps et communautés» en sentido moral tanto como legal, que sus miembros estaban unidos por vínculos espirituales, así como por la sujeción a regulaciones detalladas de sus estatutos. La naturaleza de esos vínculos se pone de manifiesto en el epíteto «oficio jurado» —métier juré o, para volver a la lettre patente de Enrique III en 1585, «état juré»— con el que solía designarse a estos corps et communautés. El acto esencial que vinculaba entre sí a los miembros de una corporación era un solemne juramento religioso, un juramento similar en forma a los pronunciados por los sacerdotes en la ordenación, los monjes que recibían las órdenes, el rey en la coronación, los caballeros al entrar en las órdenes de caballería o al jurar fidelidad, o los miembros de las universidades al recibir el doctorado". Ocurría así que el oficio de un artesano se conocía habitualmente como su profesión, lo que denotaba una declaración pública solemne o voto. Aunque los juramentos más importantes eran los de los maestros al recibir la maestría, es importante que se requiriera con frecuencia a los aprendices a prestar juramentos cuando empezaban su aprendizaje5*. Aprender un oficio no era adquirir simplemente las habilidades necesarias para practicar un trabajo de adulto. Era entrar en una comunidad moral de alcance amplio y profundo, una comunidad constituida por hombres que habían prestado solemnes juramentos de lealtad, que eran hijos espirituales del mismo patrón, y que lo veneraban colectivamente el día de su fiesta. En suma, la corporación no era sólo un conjunto de hombres que participaban de la misma personalidad legal, sino también una fraternidad espiritual juramentada. 53. Coornaert, Les Corpotations en France, pág. 235; Olivier-Martin, L'Organisa-tion corporative, pág. 93. 54. Vid., por ejemplo, Ouin Lacroix, Anciennes corporations, págs. 685,688,695. 55. Como indica Coornaert, Lew organisation saisit l'homme entier, pág. 230. Las cofradías de oficio eran sólo un tipo de la amplia variedad de cofradías, unas puramente devocionales, otras dedicadas a numerosas actividades comunitarias. Vid. Agulhon, Pé-nitents et Francs-Macons; Ouin-Lacroix, Anciennes corporations. 35
  • 17. La lettre patente de Enrique III de 1585 apunta también otra característica de la corporación como comunidad moral. AI ratificar los estatutos de vinateros y taberneros, establecía «en perpétuité ledit état...» Esto significa que el étatjuré, una vez creado, había de existir permanentemente como «corps, confrairie et communauté». Una corporación era una comunidad permanente en dos sentidos. Primero, una vez establecida por la autoridad real, la comunidad con sus derechos y privilegios era reconocida como cuerpo permanente en el estado, y sus estatutos no tenían que ser ratificados de nuevo por los monarcas posteriores. Segundo, quienes entraban en la comunidad seguían siendo miembros para toda su vida —al menos en principio—. El supuesto de que la pertenencia a un oficio era un compromiso vitalicio se señalaba de diversas formas en el lenguaje corporativo. Primero, estaba implícito en el término état, que se empleaba tanto en esa lettre patente concreta como en el vocabulario social del Antiguo Régimen en general, para designar la profesión de un hombre de oficio. Según el jurista Loyseau, el état de alguien era «la dignidad y la cualidad» que era «lo más estable y lo más inseparable de un hombre»5*. Cuando un artesano entraba en un oficio adquiría, por tanto, un état particular, una condición social estable o estado, que compartía con otros que practicaban el mismo oficio y lo distinguía de quienes practicaban otros oficios. La pertenencia de un artesano a su état fijaba permanentemente su lugar en el orden social y definía sus derechos, dignidades y obligaciones, exactamente como, en un nivel superior, la pertenencia de una persona a uno de los tres états del reino, el Clergé (clero), la Noblesse (nobleza) y el Tiers État (Tercer Estado). Se consideraba así que el oficio de alguien fijaba su posición en la vida. Esta idea de permanencia se destacaba también en los estatutos de las corporaciones, que solían prohibir la acumulación de dos profesiones60. Seguramente era una cuestión práctica, porque no cabía esperar que un hombre que fuera maestro en más de una corporación se tomara a pecho los asuntos de otra corporación en las asambleas o cuando servía como juré. Pero la prohibición tenía también un aspecto moral o espiritual. Al fin y al cabo, el juramento de fidelidad era un juramento religioso que seguía el modelo de los juramentos de sacerdotes, monjes y caballeros. Por esa razón, abandonar su profesión o adoptar una nueva profesión que entrara en conflicto con la anterior podía tener un tono moral de apostasía. Era sólo una analogía, sin duda: los hombres podían cambiar y cambiaban de profesión durante su vida. Pero en principio, entrar en una profesión era realizar un compromiso espiritual de por vida y abandonar la profesión era un paso serio. La persistencia del compromiso con una comunidad de oficio estaba también marcada por la preocupación aparentemente obsesiva de las corporaciones con el entierro de sus miembros. Era rara la cofradía que no proporcionaba entierro a expensas de la corporación y muchas imponían la asistencia de todos los miembros del corps6'. Esa obsesión por el entierro resulta comprensible en una sociedad que veía en la vida en la tierra una prueba, una peregrinación y una preparación para la vida eterna. Pero que el paso de esta vida al más allá fuera asunto de las corporaciones —en lugar de la familia o la parroquia— nos dice algo importante sobre las corporaciones y su papel en las vidas de sus miembros. Nada podría expresar con más elocuencia el interés de la corporación por la totalidad de la persona, o la permanencia del compromiso de sus miembros con el oficio, que la posición central del entierro en la vida ceremonial de la corporación. Tomándolo de otro juramento religioso que creaba otro cuerpo moral permanente, el funeral corporativo demostraba y reiteraba a los miembros de la comunidad que estaban vinculados «hasta que la muerte los separase». Tampoco disminuía la importancia del entierro corporativo entre los miembros oscuros de la corporación, los oficiales. En sus cofradías y compagnonnages, la celebración del funeral estaba entre las obligaciones más solemnes62. Para los oficiales, como para los maestros, vida y muerte se experimentaban dentro de la comunidad espiritual del oficio. 56. Coornaert, Les Corporations en Franee, Pag. 231-6; Hauser, Ouvriers du temps passé, págs. 161-74. Como señala Garden, «En cada oficio, la cofradía ... era el símbolo de unidad. Cuando diversas reglas eran multiplicadores de restricciones, divisiones, trabas a la libertad de trabajo de todas clases de condiciones para el acceso a la maestría, la cofradía se mantenía en principio como una propiedad común». Lyon et les lyonnais, pág. 313. 57. Sobre los juramentos de los métiers jures, vid. Olivier-Martin, L'Organisation corporative, pág. 139, y Coornaert, Les Corporations en France, pág. 64. Sobre otras ceremonias de juramento, vid. Loyseau, Traite des orares, págs. 53,75. 58. Vid. v. gr., los estatutos en el apéndice de Ouin-Lacroix, Anciennes corporations, págs. 555-749. 59. Loyseau, Traite des orares, pág. 3. 60. Coornaert, Les Corporations en France, págs. 150, 207, 256. 61. Vid . el artículo «Enterrements», en Franklin, Diclionnaire historique des arls, méliers et professions, pág. 306; 62. Coomaert, Les Corporations en Franee, pág. 59; Hau-ser, Ouvriers du temps passé, pág. 164. 63. Coomaert, Les Corporations en Franee, pág. 150. 36
  • 18. Las corporaciones eran tanto unidades de solidaridad extensa y firme como instituciones jerárquicas, punitivas y fuertemente particularistas en sus privilegios. No había nada paradójico en esa combinación de jerarquía, vigilancia, particularismo y solidaridad respecto a la cultura y la sociedad del Antiguo Régimen. La misma palabra «corps», o cuerpo, utilizada para designar una asombrosa variedad de instituciones francesas en los siglos XVII y XVIII, suponía necesariamente todas esas características. Todos los cuerpos estaban compuestos de una variedad de órganos y miembros, jerárquicamente dispuestos y colocados bajo las órdenes de la cabeza. Cada cuerpo era distinto de cualquier otro, con su voluntad, sus intereses, su orden interno y su espíritu de cuerpo. Cada cuerpo estaba constituido por una sola sustancia internamente diferenciada pero interconectada, y el daño hecho a cualquier miembro era experimentado por la totalidad. Jerarquía, vigilancia, particularismo y solidaridad caracterizaban el cuerpo más elevado y ejemplar del Antiguo Régimen, la iglesia o cuerpo de Cristo, las órdenes de monjes, monjas y frailes, que realizaban en su forma más perfecta la concepción cristiana de la virtud y caracterizaban también al estado, que a través de la persona del Príncipe mantenía unida, organizaba y daba dirección y propósito a toda la comunidad nacional. En realidad, podría sostenerse que todo el reino francés estaba compuesto de una jerarquía de esas unidades —corporaciones, seigneuries y parroquias en el fondo, pasando por ciudades, provincias y los tres estamentos del reino, en un nivel intermedio, hasta la monarquía en lo alto63—. Las corporaciones de oficio eran unidades reconocidas de una sociedad corporativa, y como tales mostraban un celoso afecto a los privilegios particulares que les definían como cuerpo, un sistema cuidadosamente definido de rangos mutuamente interdependientes y jerárquicamente dispuestos, una regulación y vigilancia minuciosas de sus miembros y una extensa solidaridad que les unía como comunidad moral y espiritual. Las corporaciones, como todos los otros cuerpos que constituían el reino francés, recibían un papel público en el funcionamiento del estado. Las comunidades de oficio recibían amplios poderes públicos, poderes que se extendían mucho más allá de los límites de los privilegios estatutarios. Se responsabilizaba a las corporaciones no sólo de pagar cuotas especiales a la corona sino, con frecuencia, de fijar y recaudar todos los otros impuestos pagados por sus miembros. Hasta el siglo XVII, el servicio en la milicia lo organizaba la corporación. Las corporaciones eran también unidades electorales, una función realizada todavía en las elecciones de los Estados Generales de 1789. Participaban como cuerpo con sus emblemas y banderas en las grandes ceremonias del estado —en la coronación y en las recepciones y tomas de posesión del rey y otros grandes personajes64—. En suma, las corporaciones se consideraban —no sólo por parte de sus miembros, sino también de las autoridades gobernantes y la sociedad en general— unidades constitutivas del reino, partes indisolubles de su constitución". 63. Para un análisis más detallado de la palabra «corps» y de las formas morales y culturales generales del Antiguo Régimen, vid. Sewell, «État, Corps and Odre». Vid. también Mousnier, Roland, «Les Concepts d'ordres, d'états, de fidelité et de monarchie absolue en France de la fin du XV siécle á la fin du XVIII* siécle», en Revue historique, 502 (abril-junio de 1972), págs. 289-312. 64. Sobre la milicia, vid. Franklin, Diclionnaire historique des arts, métiers et pro- 37
  • 19. Perrot, Michelle, "La juventud obrera. Del taller a la fábrica", en Giovanni Levi y Jean-Claude Schmitt (Dirs.), Historia de los Jóvenes. II. La edad contemporánea, Madrid, Taurus (Pensamiento), 1996, pp. 119-152. Historia de los jóvenes II. La educación contemporánea GLOVANNI LEV JEAN-CLAUDE SCHMITT Presencia de la familia. Como es sabido, la familia era, en el siglo XIX, la instancia capital de regulación de una sociedad en principio atomizada y hostil a toda forma de organización intermedia 44. "Entre el Estado y los individuos, no tiene que haber más que el vacío", decía el revolucionario Amar. En la sutura entre lo público y lo privado, las dos "esferas" que regían asimismo los papeles sexuales, se situaba la familia. El mundo obrero no se salía de ese orden. La familia, estructura elemental, regulaba las uniones, la reproducción, los aprendizajes y los proyectos de futuro, imponiendo su designio global a los anhelos particulares de sus miembros, en especial de las mujeres y los jóvenes. Porque la familia obrera, patriarcal, obedecía a la ley del padre, respaldada por el Código Civil, y que sacaba de esa autoridad una identidad legítima. Proudhon, el teórico de la anarquía, el inspirador del sindicalismo francés, fue asimismo el más ferviente paladín de la familia patriarcal. En ella, igual que en otras partes, el padre representaba la razón organizadora. Agricol Perdiguier deseaba ser campesino; al preferir sus dos hermanos mayores trabajar la tierra, tuvo que hacerse cargo del taller paterno; su padre decidió que sería carpintero: "Era el amo, y me sometí". Igual que el derecho consolidó a la familia obrera, le evolución económica también la fortaleció, pese a una visión apocalíptica de la industrialización que la historiografía de los treinta últimos años ha venido matizando de manera considerable. Ha puesto sobre todo de relieve el cometido capital de la protoindustrialización, esa movilización rural y lugareña de las energías en el contexto doméstico (domestic system) que al mismo tiempo llevó a cabo la transformación de los campesinos en obreros. Y la familia fue el crisol de esa penetración en el trabajo industrial, del que sirve de modelo el tejido a domicilio. En torno al pesado telar, manejado por el padre, se afanaban, cada cual en su tarea y lugar, la mujer y los hijos, cuyo número permitía la instalación de varios telares; la industria rural incitaba a la fecundidad 45. Si bien el tejido a domicilio sucumbió pronto en Gran Bretaña ante la mecanización, no sucedió lo mismo en Francia, tierra de industrialización lenta y menos brusca; perduró hasta mediados del siglo XIX, y más allá, como por ejemplo en la región de Cambrai, la de Mémé Santerre, de quien Serge Grafteaux ha recogido el relato de su vida 46. La industria artesana que, no lo olvidemos, fue a lo largo del siglo XJX el marco mayoritario del trabajo obrero, mantuvo firmemente la dimensión familiar, aferrándose al taller, al taller doméstico, como tabla de salvación. Eso ha sucedido en el centro de Francia con la cintería de Saint-E den ne, ejemplo de autonomía obrera según Kropotkin 47, que se benefició de la electrificación para mantenerse hasta nuestros días, a la par que se ha feminizado 48. En esas "familias-talleres", donde la vivienda y el lugar de trabajo eran la misma cosa, la prelación en el nacimiento determinaba el porvenir de los hijos, ya que lo esencial era continuar con el oficio. Chico o chica, el primogénito "pasaba a empuñar ell timón", y los siguientes emprendían estudios por lo general. Si era mujer, la primogénita, convertida en jefe de empresa, corría peligro cierto de quedarse soltera. "Lo he sido por obligación", decía a la historiadora que se lo preguntaba, una de esas mujeres ex jefe de taller, que confesaba al cabo de sesenta años una falta de vocación que en modo alguno se hubiera atrevido a alegar en su tiempo, ya que hasta tal punto regía las vidas la disciplina familiar, apoyada en la ordenación del oficio. La herencia de las familias obreras era el oficio, o por lo menos el empleo, la única cosa que podían transmitir. Al haber abolido la Revolución los privilegios gremiales (decreto de Allarde), lo intentaban por otros caminos. Así se perpetuaron, en el contexto de un oficio ligado a un territorio, "endogamias técnicas" 49 de gran flexibilidad desde el 38