Tema 8.- Gestion de la imagen a traves de la comunicacion de crisis.pdf
Notas de Elena | Lección 7 | Jesús, el Espíritu Santo y la Oración | Escuela Sabática
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II Trimestre de 2015
El libro de Lucas
Notas de Elena G. de White
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Lección 7
16 de mayo 2015
Jesús, el Espíritu Santo y la
oración:
Sábado 9 de mayo
En todas nuestras pruebas se nos invita a buscar fervientemente al Señor,
recordando que somos propiedad de él, hijos suyos por adopción. Ningún ser
humano puede comprender nuestras necesidades como Cristo. Si se la pedi-
mos con fe, recibiremos su ayuda. Le pertenecemos por creación, y también
somos suyos por redención. Mediante las cuerdas del amor divino estamos
sujetos a la Fuente de todo poder y fortaleza. Si tan solo dependiéramos de
Dios, pidiéndole lo que deseamos como el milito le pide a su padre lo que
quiere, obtendríamos una rica experiencia. Así aprenderíamos que Dios es la
fuente de toda fortaleza y poder (Exaltad a Jesús, p. 49).
Hay que orar. Jesús no nos habría encargado que lo hiciéramos, si no se
hubiera tratado de una necesidad real. Él sabe perfectamente bien que noso-
tros, por nuestra propia cuenta, somos incapaces de vencer las muchas tenta-
ciones del enemigo, o de descubrir las muchas trampas que coloca para nues-
tros pies. El Señor no lo ha abandonado para que se defienda solo; ha provis-
to una manera por medio de la cual puede obtener ayuda. Por esa razón le
pide que ore.
Orar correctamente consiste en pedirle a Dios con fe las cosas que se ne-
cesitan. Vaya a su cuarto, o a cualquier otro lugar privado, y pídale a su Pa-
dre que lo ayude, en el nombre de Jesús. Hay poder en la oración que proce-
de de un corazón convencido de su propia debilidad, y que sin embargo an-
hela fervientemente la fortaleza que proviene de Dios. La oración ferviente
será escuchada y atendida. Acuda a Dios, porque él es fuerte y se complace
en escuchar las oraciones de sus hijos, y aunque puede ser que usted se sienta
muy débil y a veces se vea abrumado por el enemigo, porque ha descuidado
la primera orden del Salvador, de velar, sin embargo no abandone la lucha.
Realice esfuerzos más decididos que antes. No desmaye. Arrójese a los pies
de Jesús, quien también fue tentado y sabe cómo socorrer a los que son ten-
tados. Confiésele sus faltas, sus debilidades, y dígale que necesita ayuda para
vencer, o que de lo contrario perecerá. Y cuando pida, debe creer que Dios lo
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escuchará... Dios le ayudará. Los ángeles velarán sobre usted. Pero antes de
recibir esta ayuda, usted debe hacer lo que esté de su parte. Vele y ore. Que
sus oraciones sean fervientes. Que el lenguaje de su corazón sea éste: “No te
dejaré, si no me bendices”. Tenga un tiempo definido para orar, por lo menos
tres veces por día. Daniel oraba a Dios mañana, tarde y noche, haciendo caso
omiso del decreto real, y del temido foso de los leones. No tenía vergüenza ni
temor de orar, sino que con sus ventanas abiertas oraba tres veces al día.
¿Olvidó Dios a su siervo fiel cuando lo echaron en el foso de los leones? Oh,
no. Estuvo con él allí la noche entera. Cerró la boca de los leones hambrien-
tos y estos no le pudieron hacer daño al hombre devoto de Dios (Exaltad a
Jesús, p. 362). Que haya oraciones más fervientes en busca del Señor. “Todo
aquel”, aseveró Cristo, “que pide, recibe; y el que busca, halla” (Lucas
11:10). Se me ordena exhortar a todo maestro del evangelio acerca de la ne-
cesidad de multiplicar y ampliar sus conceptos de lo que Cristo será para los
que sobrellevan responsabilidades. Las capacidades se incrementan maravi-
llosamente bajo el poder del Espíritu Santo... ¿Buscará al Señor ferviente-
mente? Ore, ore como humilde investigador. No ponga su inventiva en ac-
ción para probar que otros son impíos, sino hábleles con ternura para que
ellos escudriñen sus propios corazones pecaminosos, y ore pidiendo que el
Señor purifique de pecado el templo del alma (Alza tus ojos, p. 264).
Domingo 10 de mayo: Jesús y el Espíritu Santo
Debemos estudiar el Modelo, para que el espíritu que habitó en Cristo
pueda morar en nosotros. Al Salvador no se lo halló entre los eminentes y
honorables del mundo. No empleó su tiempo entre los que buscaban su pro-
pia comodidad y deleite. Trabajó para ayudar a los que necesitaban ayuda,
para salvar a los perdidos y a los que perecían, para levantar a los caídos,
para romper el yugo de opresión de los que estaban en cautiverio, para sanar
a los afligidos y hablar palabras de simpatía y consolación a los angustiados
y tristes. Se nos pide que sigamos este ejemplo. Cuanto más participemos del
espíritu de Cristo, tanto más buscaremos hacer por nuestros semejantes. Ben-
deciremos al necesitado y confortaremos al afligido (En lugares celestiales,
p. 312).
Significa mucho entregar la custodia del alma a Dios. Significa que hemos
de vivir y caminar por fe, no confiando y glorificando al yo, sino mirando a
Jesús, nuestro Abogado, el Autor y Consumador de nuestra fe. El Espíritu
Santo hará su obra sobre el corazón contrito, pero nunca podrá obrar sobre un
alma presumida y autosuficiente. Una persona tal tratará de mejorar por su
propia sabiduría. Se interpone así entre su alma y el Espíritu Santo, y le im-
pide obrar...
El Espíritu Santo desea cooperar con todos los que le reciban y estén dis-
puestos a ser enseñados por él. Los que se aferran de la verdad y son santifi-
cados mediante ella, están tan unidos a Cristo que pueden representarlo en
palabra y acción. Están revestidos de Jesús y poseen un poder que los capaci-
ta para revelar la verdad a otros. Quiera el Espíritu Santo hablar a los corazo-
nes de los integrantes del pueblo de Dios para que sus palabras puedan ser
tan escogidas como el oro, al dar el pan de vida a quienes están en transgre-
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sión y pecado... Es la voluntad de Dios que las bendiciones otorgadas al
hombre sean dadas en plenitud. El hizo provisión para que toda dificultad
pueda ser superada, para que cada necesidad pueda ser suplida mediante su
Espíritu. Es su designio que el hombre perfeccione un carácter cristiano.
Dios quiera que contemplemos su amor y sus promesas, dados en forma tan
generosa a quienes no tienen méritos. Quisiera que dependiéramos plena,
agradecida y gozosamente de la justicia que nos fue provista por Cristo. A
todos los que acuden a Dios como él ha establecido, los escucha bondadosa-
mente (Alza tus ojos, p. 352).
“Y Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el
Espíritu al desierto”. Las palabras de Marcos son aún más significativas. Él
dice: “Y luego el Espíritu le impele al desierto. Y estuvo allí en el desierto
cuarenta días, y era tentado de Satanás; y estaba con las fieras”. “Y no comió
cosa en aquellos días”. Cuando Jesús fue llevado al desierto para ser tentado,
fue llevado por el Espíritu de Dios. El no invitó a la tentación. Fue al desierto
para estar solo, para contemplar su misión y su obra. Por el ayuno y la ora-
ción, debía fortalecerse para andar en la senda manchada de sangre que iba a
recorrer. Pero Satanás sabía que el Salvador había ido al desierto, y pensó
que ésa era la mejor ocasión para atacarle. Grandes eran para el mundo los
resultados que estaban en juego en el conflicto entre el Príncipe de la Luz y
el caudillo del reino de las tinieblas... (El Deseado de todas las gentes, p. 89).
Lunes 11 de mayo: La vida de oración de Jesús
Después de salir del agua, Jesús se arrodilló en oración a orillas del río. Se
estaba abriendo ante él una era nueva e importante. De una manera más am-
plia, estaba entrando en el conflicto de su vida...
La mirada del Salvador parece penetrar el cielo mientras vuelca los anhe-
los de su alma en oración. Bien sabe él cómo el pecado endureció los cora-
zones de los hombres, y cuán difícil les será discernir su misión y aceptar el
don de la salvación.
Intercede ante el Padre a fin de obtener poder para vencer su incredulidad,
para romper las ligaduras con que Satanás los encadenó, y para vencer en su
favor al destructor. Pide el testimonio de que Dios acepta la humanidad en la
persona de su Hijo. Nunca antes habían escuchado los ángeles semejante
oración. Ellos anhelaban llevar a su amado Comandante un mensaje de segu-
ridad y consuelo. Pero no; el Padre mismo contestará la petición de su Hijo.
Salen directamente del trono los rayos de su gloria. Los cielos se abren, y
sobre la cabeza del Salvador desciende una forma de paloma de la luz más
pura, emblema adecuado del Manso y Humilde (El Deseado de todas las
gentes, pp. 85, 86).
Jesús nos ha dejado esta amonestación: “Velad pues, porque no sabéis
cuándo el señor de la casa vendrá; si a la tarde, o a la medianoche, o al canto
del gallo, o a la mañana; porque cuando viniere de repente, no os halle dur-
miendo” (Marcos 13:35, 36). Se pide a la iglesia de Dios que cumpla su vigi-
lia, por peligrosa que sea, ora sea corta o larga. El pesar no brinda excusas
para ser menos vigilantes. La tribulación no debe inducirnos al descuido,
sino a duplicar la vigilancia. Por su ejemplo Cristo indicó a su iglesia cuál es
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la fuente de su fuerza en tiempo de necesidad, angustia y peligro. La actitud
de velar designará en verdad a la iglesia como pueblo de Dios. Por esta señal,
los que aguardan se distinguen del mundo y demuestran que son peregrinos y
extranjeros en la tierra. De nuevo, el Salvador se apartó tristemente de sus
discípulos que dormían, y oró por tercera vez repitiendo las mismas palabras.
Luego volvió a ellos y les dijo: “Dormid ya, y descansad: he aquí ha llegado
la hora, y el Hijo del hombre es entregado en manos de pecadores” (Mateo
26:45). ¡Qué crueles fueron los discípulos al permitir que el sueño les cerrase
los ojos, y encadenase sus sentidos, mientras su divino Señor soportaba tan
inefable angustia mental! Si hubiesen permanecido en vela, no habrían per-
dido su fe al contemplar al Hijo de Dios muriendo en la cruz. Esta importante
vigilia nocturna debiera haberse destacado por nobles luchas mentales y ora-
ciones, que los habrían robustecido para presenciar la indecible agonía del
Hijo de Dios. Los habría preparado para que, mientras contemplaban sus
sufrimientos en la cruz, comprendieran algo de la naturaleza de la angustia
abrumadora que él soportó en el huerto de Getsemaní. Y habrían quedado
mejor capacitados para recordar las palabras que les había dirigido con refe-
rencia a sus sufrimientos, muerte y resurrección; y en medio de la lobreguez
de aquella hora terrible y penosa, algunos rayos de esperanza habrían ilumi-
nado las tinieblas y sostenido su fe (Joyas de los testimonios, tomo 1, pp.
222, 223).
Martes 12 de mayo: La oración modelo - 1a parte
Nuestro Salvador dio dos veces el Padrenuestro: la primera vez, a la mul-
titud, en el Sermón del Monte; y la segunda, algunos meses más tarde, a los
discípulos solos. Estos habían estado alejados por corto tiempo de su Señor
y, al volver, lo encontraron absorto en comunión con Dios. Como si no per-
cibiese la presencia de ellos, él continuó orando en voz alta. Su rostro irra-
diaba un resplandor celestial. Parecía estar en la misma presencia del Invisi-
ble; había un poder viviente en sus palabras, como si hablara con Dios. Los
corazones de los atentos discípulos quedaron profundamente conmovidos.
Habían notado cuán a menudo dedicaba él largas horas a la soledad, en co-
munión con su Padre...
Salía mañana tras mañana, después de las horas pasadas con Dios, a llevar
la luz de los cielos a los hombres. Al fin habían comprendido los discípulos
que había una relación íntima entre sus horas de oración y el poder de sus
palabras y hechos. Ahora, mientras escuchaban sus súplicas, sus corazones se
llenaron de reverencia y humildad. Cuando Jesús cesó de orar, exclamaron
con una profunda convicción de su inmensa necesidad personal: “Señor, en-
séñanos a orar”.
Jesús no les dio una forma nueva de oración. Repitió la que les había en-
señado antes, como queriendo decir: Necesitáis comprender lo que ya os di;
tiene una profundidad de significado que no habéis apreciado aún. El Salva-
dor no nos limita, sin embargo, al uso de estas palabras exactas. Como ligado
a la humanidad, presenta su propio ideal de la oración en palabras tan senci-
llas que aun un niñito puede adoptarlas pero, al mismo tiempo, tan amplias
que ni las mentes más privilegiadas podrán comprender alguna vez su signi-
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ficado completo. Nos enseña a allegarnos a Dios con nuestro tributo de agra-
decimiento, expresarle nuestras necesidades, confesar nuestros pecados y
pedir su misericordia conforme a su promesa (El discurso maestro de Jesu-
cristo, pp. 87-89).
La oración es el aliento del alma. Es el secreto del poder espiritual. No
puede ser sustituida por ningún otro medio de gracia, y conservar, sin embar-
go, la salud del alma. La oración pone al corazón en inmediato contacto con
la Fuente de la vida, y fortalece los tendones y músculos de la experiencia
religiosa. Descuídese el ejercicio de la oración, u órese irregularmente, de
vez en cuando, según parezca propio, y se perderá la fortaleza en Dios. Las
facultades espirituales perderán su vitalidad, la experiencia religiosa carecerá
de salud y vigor. Es únicamente en el altar de Dios donde podemos encender
nuestras antorchas con fuego divino. Será únicamente la luz divina la que
revelará la pequeñez, la ineptitud de la capacidad humana, y la que dará una
clara visión de la perfección y pureza de Cristo.
Es únicamente contemplando a Jesús como llegamos a desear ser seme-
jantes a él; es únicamente al ver su justicia, como sentimos hambre y sed de
poseerla; y únicamente cuando pidamos en oración ferviente nos otorgará
Dios el deseo de nuestro corazón (Obreros evangélicos, p. 268).
Miércoles 13 de mayo: La oración modelo – 2ª parte
La oración sincera y humilde del verdadero adorador asciende al cielo, y
Jesús mezcla el santo incienso de sus méritos con nuestras peticiones imper-
fectas, Se nos acepta mediante su justicia. Cristo hace que nuestras oraciones
sean completamente eficaces mediante el aroma de su justicia. En estos días
de peligro, necesitamos hombres que luchen con Dios como lo hizo Jacob, y
que prevalezcan, como Jacob. Gracias a Dios que el Redentor del mundo
prometió que si se iba, enviaría al Espíritu Santo como su representante.
Oremos y apropiémonos de las ricas promesas de Dios, y luego alabemos a
Dios porque se nos concederá el Espíritu Santo para satisfacer nuestras nece-
sidades, en proporción a nuestras súplicas fervientes y humildes. Si busca-
mos a Dios de todo corazón, lo encontraremos y obtendremos el cumplimien-
to de la promesa... Para ser cristiana, una persona no necesita grandes talen-
tos. Una oración ferviente ofrecida con corazón contrito por alguien que
desea hacer la voluntad del Maestro, tiene más valor para Dios que su elo-
cuencia. El instrumento humano puede no tener participación en concilios;
tal vez no se le permita deliberar en los senados o votar en parlamentos. Sin
embargo, tiene acceso a Dios. El Rey de reyes se inclina para escuchar la
oración de un corazón humilde y contrito. Dios oye cada oración que se eleva
con el incienso de la fe (A fin de conocerle, p. 272).
Oramos a nuestro Padre celestial: “No nos dejes caer en tentación”, y lue-
go, demasiado a menudo, fracasamos en impedir que nuestros pies nos con-
duzcan a la tentación. Debemos mantenernos alejados de las tentaciones por
las cuales somos fácilmente vencidos. Forjamos nuestro éxito mediante la
gracia de Cristo. Debemos quitar del camino la piedra de tropiezo que ha
hecho que nosotros y muchos otros pasemos por vicisitudes.
La tentación y las pruebas nos asaltarán a todos, pero no necesitamos ser
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vencidos por el enemigo. Nuestro Salvador ha vencido por nosotros. Satanás
no es invencible. Cristo fue tentado para que supiera cómo ayudar a cada
alma que después sería tentada. La tentación no es pecado; el pecado está en
ceder a la tentación. La tentación significa victoria y gran fortaleza para el
alma que confía en Jesús (Nuestra elevada vocación, p. 89).
Jesús enseña que podemos recibir el perdón de Dios solamente en la me-
dida en que nosotros mismos perdonamos a los demás. El amor de Dios es lo
que nos atrae a él. Ese amor no puede afectar nuestros corazones sin desper-
tar amor hacia nuestros hermanos. Al terminar el Padrenuestro, añadió Jesús:
“Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vo-
sotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas,
tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas”. El que no perdona
suprime el único conducto por el cual puede recibir la misericordia de Dios.
No debemos pensar que, a menos que confiesen su culpa los que nos han
hecho daño, tenemos razón para no perdonarlos.
Sin duda, es su deber humillar sus corazones por el arrepentimiento y la
confesión; pero hemos de tener un espíritu compasivo hacia los que han pe-
cado contra nosotros, confiesen o no sus faltas. Por mucho que nos hayan
ofendido, no debemos pensar de continuo en los agravios que hemos sufrido
ni compadecernos de nosotros mismos por los daños. Así como esperamos
que Dios nos perdone nuestras ofensas, debemos perdonar a todos los que
nos han hecho mal. Pero el perdón tiene un significado más abarcante del que
muchos suponen. Cuando Dios promete que “será amplio en perdonar”, aña-
de, como si el alcance de esa promesa fuera más de lo que pudiéramos en-
tender: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros
caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tie-
rra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos
más que vuestros pensamientos”. El perdón de Dios no es solamente un acto
judicial por el cual libra de la condenación. No es solo el perdón por el peca-
do. Es también una redención del pecado. Es la efusión del amor redentor
que transforma el corazón (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 96, 97).
Jueves 14 de mayo: Más lecciones sobre la oración
Dios será para nosotros todo lo que le permitamos ser. Nuestras oraciones
lánguidas y sin entusiasmo no tendrán respuesta del cielo. ¡Oh, necesitamos
insistir en nuestras peticiones! Pedid con fe, esperad con fe, recibid con fe,
regocijaos con esperanza, porque todo aquel que pide, encuentra. Seamos
fervientes. Busquemos a Dios de todo corazón. La gente empeña el alma y
pone fervor en todo lo que emprende en sus realizaciones temporales, hasta
que sus esfuerzos son coronados por el éxito.
Con intenso fervor, aprended el oficio de buscar las ricas bendiciones que
Dios ha prometido, y con un esfuerzo perseverante y decidido tendréis su luz,
y su verdad, y su rica gracia. Clamad a Dios con sinceridad y alma anhelante.
Luchad con los agentes celestiales hasta que obtengáis la victoria. Poned
todo vuestro ser, vuestra alma, cuerpo y espíritu en las manos del Señor, y
resolved que seréis sus instrumentos vivos y consagrados, movidos por su
voluntad, controlados por su mente, e imbuidos por su Espíritu. Contadle a