Notas de Elena | Lección 6 | Las mujeres en el ministerio de Jesús | Escuela Sabática
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Notas de Elena | Lección 6 | Las mujeres en el ministerio de Jesús | Escuela Sabática
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II Trimestre de 2015
El libro de Lucas
Notas de Elena G. de White
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Lección 6
9 de mayo 2015
Las mujeres en el ministerio
de Jesús:
Sábado 2 de mayo
La gloria del cielo consiste en elevar a los caídos, consolar a los angustia-
dos. Siempre que Cristo more en el corazón humano, se revelará de la misma
manera. Siempre que actúe, la religión de Cristo beneficiará. Donde quiera
que obre, habrá alegría. Dios no reconoce ninguna distinción por causa de la
nacionalidad, la raza o la casta. Es el Hacedor de toda la humanidad. Todos
los hombres son una familia por la creación, y todos son uno por la reden-
ción. Cristo vino para demoler todo muro de separación, para abrir todo de-
partamento del templo, para que cada alma pudiese tener libre acceso a Dios.
Su amor es tan amplio, tan profundo, tan completo, que penetra por doquiera.
Libra de la influencia de Satanás a las pobres almas que han sido seducidas
por sus engaños. Las coloca al alcance del trono de Dios, el trono circuido
por el arco de la promesa. En Cristo no hay ni judío ni griego, ni esclavo ni
libre. Todos son atraídos por su preciosa sangre (Palabras de vida del gran-
Maestro, p. 318). El secreto de la unidad se halla en la igualdad de los cre-
yentes en Cristo. La razón de toda división, discordia y diferencia se encuen-
tra en la separación de Cristo... Dios no hace acepción de personas. Jesús
conocía la vanidad de la pompa humana y no prestó atención a su despliegue.
En su dignidad de alma, su elevación de carácter, su nobleza de principio,
estuvo muy por encima de las vanas modas del mundo... Los humildes, los
que estaban oprimidos por la pobreza y los cuidados, abrumados de trabajo
penoso, no podían encontrar en la vida y ejemplo de Cristo lo que los induje-
ra a pensar que Jesús no estaba familiarizado con sus pruebas, que no cono-
cía la presión de sus circunstancias y que no podía simpatizar con ellos en su
necesidad y dolor. La modestia de su humilde vida diaria estaba en armonía
con su humilde nacimiento y sus circunstancias. El Hijo del Dios infinito, el
Señor de la vida y de la gloria, descendió humildemente hasta la vida del más
humilde para que nadie se sintiera excluido de su presencia. Se colocó al
alcance de todos. No eligió a unos pocos favoritos para asociarse con ellos e
ignorar a todos los otros (A fin de conocerle, p. 101).
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Domingo 3 de mayo: Las mujeres dieron la bienvenida de Jesús
Zacarías había orado por la venida del Redentor; y ahora el cielo le había
mandado su mensajero para anunciarle que sus oraciones iban a ser contesta-
das; pero la misericordia de Dios le parecía demasiado grande para creer en
ella. Se sentía lleno de temor y condenación propia. Pero fue saludado con la
gozosa seguridad: “No temas, Zacarías; porque tu oración ha sido oída, y tu
mujer Elizabet te dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Y tendrás
gozo y alegría, y muchos se regocijarán en su nacimiento. Porque será grande
delante de Dios, y no beberá vino ni sidra; y será lleno del Espíritu Santo...
Y a muchos de los hijos de Israel convertirá al Señor Dios de ellos. Por-
que él irá delante de él con el espíritu y virtud de Elías, para convertir los
corazones de los padres a los hijos, y los rebeldes a la prudencia de los jus-
tos, para aparejar al Señor un pueblo apercibido. Y dijo Zacarías al ángel:
¿En qué conoceré esto? porque yo soy viejo, y mi mujer avanzada en días”.
Zacarías sabía muy bien que Abrahán en su vejez había recibido un hijo por-
que había tenido por fiel a Aquel que había prometido. Pero por un momen-
to, el anciano sacerdote recuerda la debilidad humana. Se olvida de que Dios
puede cumplir lo que promete. ¡Qué contraste entre esta incredulidad y la
dulce fe infantil de María, la virgen de Nazaret, cuya respuesta al asombroso
anuncio del ángel fue: He aquí la sierva del Señor; hágase a mí conforme a tu
palabra! El nacimiento del hijo de Zacarías, como el del hijo de Abrahán y el
de María, había de enseñar una gran verdad espiritual, una verdad que somos
tardos en aprender y propensos a olvidar. Por nosotros mismos somos inca-
paces de hacer bien; pero lo que nosotros no podemos hacer será hecho por el
poder de Dios en toda alma sumisa y creyente. Fue mediante la fe como fue
dado el hijo de la promesa. Es por la fe como se engendra la vida espiritual, y
somos capacitados para hacer las obras de justicia (El Deseado de todas las
gentes, pp. 72, 73).
El espíritu de profecía estaba sobre este hombre de Dios, y mientras que
José y María permanecían allí, admirados de sus palabras, los bendijo, y dijo
a María: “He aquí, éste es puesto para caída y para levantamiento de muchos
en Israel; y para señal a la que será contradicho; y una espada traspasará tu
alma de ti misma, para que sean manifestados los pensamientos de muchos
corazones”.
También Ana la profetisa vino y confirmó el testimonio de Simeón acerca
de Cristo. Mientras hablaba Simeón, el rostro de ella se iluminó con la gloria
de Dios, y expresó su sentido agradecimiento por habérsele permitido con-
templar a Cristo el Señor. Estos humildes adoradores no habían estudiado las
profecías en vano. Pero los que ocupaban los puestos de gobernantes y sa-
cerdotes en Israel, aunque habían tenido delante de sí los preciosos oráculos
proféticos, no andaban en el camino del Señor, y sus ojos no estaban abiertos
para contemplar la Luz de la vida (El Deseado de todas las gentes. p. 37).
El niño Jesús no recibió instrucción en las escuelas de las sinagogas. Su
madre fue su primera maestra humana. De labios de ella y de los rollos de los
profetas, aprendió las cosas celestiales. Las mismas palabras que él había
hablado a Israel por medio de Moisés, le fueron enseñadas sobre las rodillas
de su madre. Y al pasar de la niñez a la adolescencia, no frecuentó las escue-
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las de los rabinos. No necesitaba la instrucción que podía obtenerse de tales
fuentes, porque Dios era su instructor (El Deseado de todas las gentes, p. 50).
Lunes 4 de mayo: Las mujeres y el ministerio sanador de Jesús
Vuestro compasivo Redentor os observa con amor y simpatía, listo para
oír vuestras oraciones y prestaros la ayuda que necesitáis. Conoce las cargas
que pesan sobre el corazón de cada madre y es su mejor amigo en toda emer-
gencia. Sus brazos eternos sostienen a la madre fiel y temerosa de Dios.
Cuando estuvo en la tierra tuvo una madre que luchó con la pobreza y sufrió
muchas ansiedades y perplejidades, así que él simpatiza con toda madre cris-
tiana en sus congojas y ansiedades. Aquel Salvador que emprendió un largo
viaje con el propósito de aliviar el corazón ansioso de una mujer cuya hija
era poseída de un mal espíritu, oirá las oraciones de la madre y bendecirá a
sus hijos. El que devolvió a la viuda su único hijo cuando era llevado a la
sepultura se conmueve hoy ante la desgracia de la madre enlutada. El que
derramó lágrimas de simpatía ante la tumba de Lázaro y devolvió a Marta y
María su hermano sepultado; el que perdonó a María Magdalena; el que re-
cordó a su madre mientras pendía de la cruz en su agonía; el que se apareció
a las mujeres que lloraban y las hizo mensajeras suyas para difundir las pri-
meras y gratas noticias de un Salvador resucitado, es hoy el mejor Amigo de
la mujer y está dispuesto a ayudarle en todas las relaciones de la vida (El
hogar cristiano, p. 183).
El que estuvo al lado de la apesadumbrada madre cerca de la puerta de
Naín, vela con toda persona que llora junto a un ataúd. Se conmueve de sim-
patía por nuestro pesar. Su corazón, que amó y se compadeció, es un corazón
de invariable ternura. Su palabra, que resucitó a los muertos, no es menos
eficaz ahora que cuando se dirigió al joven de Naín. Él dice: “Toda potestad
me es dada en el cielo y en la tierra”. Ese poder no ha sido disminuido por el
transcurso de los años, ni agotado por la incesante actividad de su rebosante
gracia. Para todos los que creen en él, es todavía un Salvador viviente... Sa-
tanás no puede retener los muertos en su poder cuando el Hijo de Dios les
ordena que vivan. No puede retener en la muerte espiritual a una sola alma
que con fe reciba la palabra de poder de Cristo. Dios dice a todos los que
están muertos en el pecado: “Despiértate, tú que duermes, y levántate de los
muertos”. Esa palabra es vida eterna. Como la palabra de Dios, que ordenó al
primer hombre que viviera, sigue dándonos vida; como la palabra de Cristo:
“Mancebo, a ti digo, levántate”, dio la vida al joven de Naín, así también
aquella palabra: “Levántate de los muertos”, es vida para el alma que la reci-
be. Dios “nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino
de su amado Hijo”. En su palabra, todo nos es ofrecido. Si la recibimos, te-
nemos liberación (El Deseado de todas las gentes, pp. 286, 287).
Martes 5 de mayo: Mujeres agradecidas y con fe María amaba a su Se-
ñor.
Él había perdonado sus pecados, que eran muchos. Había levantado de en-
tre los muertos a su muy amado hermano, y creía que nada era demasiado
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costoso para ofrendárselo. Mientras más caro fuera el perfume, de mejor
manera podía ella expresar su gratitud al Salvador dedicándoselo (La historia
de la redención, p. 215).
María escuchaba fervientemente cada palabra que salía de los labios de
Jesús. En su misericordia Jesús había perdonado sus pecados, había llamado
de la tumba a su amado hermano, y el corazón de María estaba lleno de grati-
tud. Ella había oído hablar a Jesús de su próxima muerte, y en su profundo
amor y tristeza había anhelado honrarle. A costa de gran sacrificio personal,
había adquirido un vaso de alabastro de “nardo líquido de mucho precio”
para ungir su cuerpo. Pero muchos declaraban ahora que él estaba a punto de
ser coronado rey. Su pena se convirtió en gozo y ansiaba ser la primera en
honrar a su Señor. Quebrando el vaso de ungüento, derramó su contenido
sobre la cabeza y los pies de Jesús, y llorando postrada le humedecía los pies
con sus lágrimas y se los secaba con su larga y flotante cabellera. Había pro-
curado evitar ser observada y sus movimientos podrían haber quedado inad-
vertidos, pero el ungüento llenó la pieza con su fragancia...
María, al derramar su ofrenda sobre el Salvador, mientras él era conscien-
te de su devoción, le ungió para la sepultura. Y cuando él penetró en las ti-
nieblas de su gran prueba, llevó consigo el recuerdo de aquel acto, anticipo
del amor que le tributarían para siempre aquellos que redimiera (El Deseado
de todas las gentes, pp. 513, 514).
La muchedumbre que apretaba a Jesús no tenía una unión viviente con él
mediante la fe genuina. Pero una pobre mujer que había estado sufriendo por
muchos años y había gastado todos sus recursos en médicos que no la habían
curado sino empeorado, pensó que si podía ponerse a su alcance, si solo po-
día tocar el borde de su manto, se sanaría. Cristo comprendió todo lo que
había en su corazón y se puso allí donde ella tendría la oportunidad que
deseaba. El usaría de ese hecho para mostrar la diferencia entre el toque de fe
genuina y el contacto casual de los que se apretujaban a su alrededor por
mera curiosidad. Cuando la mujer alargó la mano y tocó el borde de su man-
to pensó que ese toque furtivo no sería advertido por nadie; pero Cristo lo
advirtió y correspondió a su fe con su poder sanador. Ella se dio cuenta en un
instante que había sido sanada, y el Señor Jesús no dejaría de llamar la aten-
ción hacia una fe tal. Rápidamente se volvió y preguntó: “¿Quién es el que
me ha tocado?” Todos los discípulos lo estaban apretando de cerca, y Pedro
dijo: “La multitud te aprieta y oprime, y dices: ¿Quién es el que me ha toca-
do? Pero Jesús dijo: Alguien me ha tocado; porque yo he conocido que ha
salido poder de mí” (Lucas 8:45, 46). Cuando la mujer vio que había sido
descubierta fue temblando a echarse a sus pies, y le contó su historia. Por
doce años había sufrido su mal, pero no bien su dedo tocó el borde del manto
de Jesús se había sanado. Jesús le dijo: “Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz”.
El solo toque de fe recibió su recompensa. La fe que sirve para ponernos en
contacto vital con Cristo expresa de nuestra parte una suprema preferencia,
perfecta confianza, entera consagración (En lugares celestiales, p. 108). El
hablar de religión de una manera casual, el orar sin hambre del alma ni fe
viviente, no vale nada. Una fe nominal en Cristo, que le acepta simplemente
como Salvador del mundo, no puede traer sanidad al alma. La fe salvadora
no es un mero asentimiento intelectual a la verdad. El que aguarda hasta te-
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ner un conocimiento completo antes de querer ejercer fe, no puede recibir
bendición de Dios. No es suficiente creer acerca de Cristo; debemos creer en
él. La única fe que nos beneficiará es la que le acepta a él como Salvador
personal; que nos pone en posesión de sus méritos. Muchos estiman que la fe
es una opinión. La fe salvadora es una transacción por la cual los que reciben
a Cristo se unen con Dios mediante un pacto. La fe genuina es vida. Una fe
viva significa un aumento de vigor, una confianza implícita por la cual el
alma llega a ser una potencia vencedora (La maravillosa gracia de Dios, p.
140). Había no pocas mujeres entre la multitud que seguía al Inocente a su
muerte cruel. Su atención estaba lija en Jesús. Algunas de ellas le habían
visto antes. Algunas le habían llevado sus enfermos y dolientes. Otras habían
sido sanadas. Al oír el relato de las escenas que acababan de acontecer, se
asombraron por el odio de la muchedumbre hacia Aquel por quien su propio
corazón se enternecía y estaba por quebrantarse. Y a pesar de la acción de la
turba enfurecida y de las palabras airadas de sacerdotes y príncipes, esas mu-
jeres expresaron su simpatía. Al caer Jesús desfallecido bajo la cruz, pro-
rrumpieron en llanto lastimero. Esto fue lo único que atrajo la atención de
Cristo. Aunque abrumado por el sufrimiento mientras llevaba los pecados del
mundo, no era indiferente a la expresión de pesar. Miró a esas mujeres con
tierna compasión (El Deseado de todas las gentes, pp. 691, 692).
Miércoles 6 de mayo: Algunas mujeres que siguieron a Jesús
Se necesitan mujeres de principios firmes y carácter decidido, mujeres
que crean que realmente estamos viviendo en los últimos días y que tenemos
el postrer solemne mensaje de amonestación para ser dado al mundo. Ellas
debieran sentir que están ocupadas en una obra importante de difundir los
rayos de luz que el cielo ha vertido sobre ellas. Cuando el amor de Dios y de
su verdad es un principio permanente, no permitirán que nada las aparte de
su deber ni las desanime en su obra. Temerán a Dios y no serán distraídas de
sus labores en su causa por la tentación de puestos lucrativos y perspectivas
atrayentes, A toda costa, preservarán su integridad para sí mismas. Estas son
las que representarán correctamente la religión de Cristo, cuyas palabras se-
rán pronunciadas adecuadamente, como manzanas de oro con figuras de pla-
ta. Tales personas, en muchas maneras, pueden hacer una obra preciosa para
Dios. El las llama para que vayan al campo de la cosecha y ayuden a reunir
las gavillas. Se necesitan mujeres cristianas. Hay un amplio campo en el cual
ellas pueden realizar un buen servicio para el Maestro. Hay mujeres nobles
que han tenido el valor moral de decidirse en favor de la verdad por el peso
de la evidencia. Tienen tacto, percepción y buena habilidad y podrían ser
obreras cristianas de éxito. Todas las que trabajan para Dios deben reunir los
atributos de Marta y los de María: una disposición a servir y un sincero amor
a la verdad. El yo y el egoísmo deben ser eliminados de la vida (El ministerio
de la bondad, p. 157).
La “una cosa” que Marta necesitaba era un espíritu de calma y devoción,
una ansiedad más profunda por el conocimiento referente a la vida futura e
inmortal, y las gracias necesarias para el progreso espiritual. Necesitaba me-
nos preocupación por las cosas pasajeras y más por las cosas que perduran