El documento presenta varias enseñanzas de Elena G. de White sobre cómo ser salvo. Enfatiza que debemos rendir nuestra voluntad a Dios y liberarnos de las flaquezas humanas. También destaca la importancia de no confiar en nosotros mismos, sino en Dios; de arrepentirnos sinceramente de nuestros pecados; y de ejercer una fe viva en Jesús que nos una con Dios a través de un pacto salvador.
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Notas de Elena | Lección 5 | Cómo ser salvo | Escuela Sabática tercer trimestre
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III Trimestre de 2014
Las enseñanzas de Jesús
Notas de Elena G. de White
Lección 5
2 de agosto 2014
Cómo ser salvo:
Sábado 26 de julio
Debe realizarse una obra real en nosotros. Permanentemente debemos
rendir nuestra voluntad a la voluntad de Dios, nuestro camino al suyo.
Nuestras ideas personales lucharán constantemente por obtener la suprema-
cía, pero debemos hacer de Dios el todo y en todo. No estamos libres de las
flaquezas de la humanidad pero debemos esmerarnos continuamente por
liberarnos de ellas, no para ser perfectos según nuestra propia manera de
ver; sino perfectos en toda buena obra. No debemos morar en el lado oscu-
ro. Nuestras almas no deben descansar en sí mismas sino en Aquel que es
todo y en todos.
Al contemplar como en un espejo la gloria del Señor estamos realmente
siendo transformados a su misma imagen, de gloria en gloria, como por el
Espíritu del Señor. Esperamos demasiado poco y recibimos de acuerdo con
nuestra fe. No debemos aferrarnos a nuestros propios caminos, nuestros
propios planes, nuestras propias ideas; hemos de ser reformados por la re-
novación de nuestras mentes para que podamos demostrar cuál es la volun-
tad de Dios, agradable y perfecta. Debemos vencer los pecados que nos
acosan y derrotar los hábitos perversos. Las disposiciones y sentimientos
inclinados al mal han de ser extirpados, para dar paso a caracteres y emo-
ciones santas, engendrados en nosotros por el Espíritu del Señor.
Esto lo enseña específicamente la Palabra de Dios, pero el Señor no pue-
de obrar en nosotros el querer y el hacer su buena voluntad a menos que a
cada paso crucifiquemos el yo, con sus afectos y concupiscencias. Si trata-
mos de actuar a nuestro modo, fracasaremos penosamente [...]. Tenemos
una gran tarea que realizar y, si somos colaboradores de Dios, los ángeles
ministradores cooperarán con nosotros en la obra [...]. Por lo tanto, aferré-
monos a este maravilloso poder por medio de una fe viva, orando y creyen-
do, confiando y trabajando. Entonces Dios hará lo que solo él puede hacer
(Alza tus ojos, p. 216).
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Domingo 27 de julio: Reconocer nuestra necesidad.
El gran peligro con aquellos que profesan creer la verdad para este tiem-
po, es que sientan que deben recibir las bendiciones divinas porque han
hecho un sacrificio o han realizado una buena obra. ¿Acaso te imaginas que
debido a que has decidido guardar el sábado del Señor, Dios está obligado
contigo? ¿Crees que has hecho méritos para recibir sus bendiciones? ¿El
sacrificio que has hecho te parece suficiente mérito para recibir los ricos
dones de Dios? Si aprecias lo que ha hecho Cristo por ti, verás que no hay
mérito en ti mismo ni en tus obras. Por el contrario, verás tu condición per-
dida y te sentirás pobre en espíritu. Hay solo una cosa que el pobre en espí-
ritu puede hacer: mirar continuamente a Jesús y creer en Aquel a quien el
Padre ha enviado (Signs of the Times, 9 de mayo de 1892).
De todos los pecados, el más incurable es el orgullo, la suficiencia pro-
pia. Detiene todo avance y todo crecimiento en la gracia.
Ha causado la ruina de miles y miles de almas. Alguien puede ser un
gran pecador, pero si comprende que ha pecado contra Dios, si se arrepiente
y confiesa su pecado, y restituye a quien ha dañado, recibirá el perdón. Dios
declara: "Al que a mí viene, no le echo fuera" (S. Juan 6:37). Su promesa al
alma contrita y arrepentida es: "Si vuestros pecados fueren como la grana,
como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, ven-
drán a ser como blanca lana" (Isaías 1:18).
Pero cuando alguien está tan lleno de suficiencia propia que no puede
ver sus faltas, ¿cómo puede ser limpio de su pecado? ¿Cómo puede mejorar
si piensa que es perfecto en todos sus caminos? La suficiencia propia fue la
ruina de los dirigentes de Israel. No aceptaban a Cristo porque pensaban
que no necesitaban un Salvador; no reconocían sus pecados acariciados, ni
creían que debían arrepentirse para ser perdonados.
Muchos cristianos tienen tal suficiencia propia que no sienten la necesi-
dad de que Cristo more en sus corazones. Y no solo ellos sufren una gran
pérdida sino el mundo, que debería ver la luz que iluminaría las tinieblas del
error reflejada a través de ellos. En lugar de mostrar a Cristo, muestran su
pobre y egoísta humanidad.
Algunos sienten que ya no necesitan nada más en su experiencia cristia-
na. Creen que "son ricos, y están enriquecidos, y de ninguna cosa tienen
necesidad". Pero si se vieran como Dios los ve, se darían cuenta que son
"desventurados, miserables, pobres, ciegos y desnudos". A los tales, el
"Testigo fiel y verdadero" les dice: " Yo te aconsejo que de mí compres oro
refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, el
manto de la justicia de Cristo, y que no se descubra la vergüenza de tu des-
nudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas" (Apocalipsis 3:17, 18)
(Signs of the Times, 9 de abril de 1902).
Lunes 28 de julio: Arrepentirse.
Es un error pensar que hay que arrepentirse antes de acercarse a Jesús. El
pecador puede ir a Cristo tal como es y contemplar su amor hasta que su
corazón endurecido se quebrante. "Al corazón contrito y humillado no des-
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preciarás tú, oh Dios" (Salmo 51:17). Es verdad que a menos que el pecador
se arrepienta de sus pecados, no puede ser perdonado; pero también es ver-
dad que no debe esperar hasta que las emociones y sentimientos lo embar-
guen de tal manera que piense que su pena es suficiente como para hacer
méritos para recibir el perdón. Que el pecador vaya a Cristo tal como es,
con toda su indignidad, para comprender que el amor de Cristo derriba toda
barrera. El pecador debe acercarse a Cristo a fin de ser capacitado para
arrepentirse, porque es la virtud que fluye de Jesús la que fortalece las deci-
siones del corazón de apartarse del pecado y seguir la verdad; esa misma
virtud hace que el arrepentimiento del penitente sea sincero y genuino. El
apóstol Pedro ratifica cuál es la fuente del arrepentimiento cuando declara:
"A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a
Israel arrepentimiento y perdón de pecados" (Hechos 5:31).
Cuando el pecador ve a Jesús levantado en la cruz, muriendo para que él
no se pierda sino que tenga vida eterna, entonces capta la enormidad de su
pecado y desea ser perdonado de todas sus transgresiones. El Espíritu Santo
impresiona su mente para orar con más fervor y para creer que si él pide,
recibirá lo prometido: "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo
para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad. (1 Juan 1:9).
Se regocija en el amor perdonador de Dios y en la realidad y sinceridad de
su conversión, lo que lo lleva a poner empeño en obedecer los mandamien-
tos divinos. El alma que ha recibido al Señor renunciará a todo lo malo y
aprenderá a hacer lo bueno, porque Cristo es en él, la esperanza de gloria
(Review and Herald, 3 de septiembre de 1901).
El arrepentimiento, tanto como el perdón, es el don de Dios por medio
de Cristo. Mediante la influencia del Espíritu Santo somos convencidos de
pecado y sentimos nuestra necesidad de perdón. Solo los contritos son per-
donados, pero es la gracia de Dios la que hace que se arrepienta el corazón.
El conoce todas nuestras debilidades y flaquezas, y nos ayudará.
Algunos que acuden a Dios mediante el arrepentimiento y la confesión, y
creen que sus pecados han sido perdonados, no recurren, sin embargo, a las
promesas de Dios como debieran. No comprenden que Jesús es un Salvador
siempre presente y no están listos para confiarle la custodia de su alma,
descansando en él para que perfeccione la obra de la gracia comenzada en
su corazón. Al paso que piensan que se entregan a Dios, existe mucho de
confianza propia. Hay almas concienzudas que confían parcialmente en
Dios y parcialmente en sí mismas. No recurren a Dios para ser preservadas
por su poder, sino que dependen de su vigilancia contra la tentación y de la
realización de ciertos deberes para que Dios las acepte. No hay victorias en
esta clase de fe. Tales personas se esfuerzan en vano. Sus almas están en un
yugo continuo y no hallan descanso hasta que sus cargas son puestas a los
pies de Jesús.
Se necesitan vigilancia constante y ferviente y amante devoción.
Pero ellas se presentan naturalmente cuando el alma es preservada por el
poder de Dios, mediante la fe. No podemos hacer nada, absolutamente nada
para ganar el favor divino. No debemos confiar en absoluto en nosotros
mismos ni en nuestras buenas obras. Sin embargo, cuando vamos a Cristo
como seres falibles y pecaminosos, podemos hallar descanso en su amor.
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Dios acepta a cada uno que acude a él confiando plenamente en los méri-
tos de un Salvador crucificado. El amor surge en el corazón.
Puede no haber un éxtasis de sentimientos, pero hay una confianza sere-
na y permanente. Toda carga se hace liviana, pues es fácil el yugo que im-
pone Cristo. El deber se convierte en una delicia, y el sacrificio en un pla-
cer. La senda que antes parecía envuelta en tinieblas se hace brillante con
los rayos del Sol de Justicia. Esto es caminar en la luz así como Cristo está
en la luz (Fe y obras, p. 37-39).
Martes 29 de julio: Creer en Jesús.
Una fe nominal en Cristo, que le acepta simplemente como Salvador del
mundo, no puede traer sanidad al alma. La fe salvadora no es un mero asen-
timiento intelectual a la verdad. El que aguarda hasta tener un conocimiento
completo antes de querer ejercer fe, no puede recibir bendición de Dios. No
es suficiente creer acerca de Cristo; debemos creer en él. La única fe que
nos beneficiará es la que le acepta a él como Salvador personal; que nos
pone en posesión de sus méritos. Muchos estiman que la fe es una opinión.
La fe salvadora es una transacción por la cual los que reciben a Cristo se
unen con Dios mediante un pacto. La fe genuina es vida. Una fe viva signi-
fica un aumento de vigor, una confianza implícita por la cual el alma llega a
ser una potencia vencedora (El Deseado de todas las gentes, p. 312, 313).
La fe, la fe salvadora [...], es el acto del alma por el cual el ser entero es
entregado a la custodia y la dirección de Jesucristo. Él mora en Cristo y
Cristo mora en el alma por la fe suprema. El creyente confía su alma y su
cuerpo a Dios, y puede decir con certeza: Cristo puede guardar lo que yo le
he confiado para aquel día. Todos los que hagan esto serán salvados para
vida eterna.
Habrá una seguridad de que el alma está lavada en la sangre de Cristo y
vestida de su justicia, y es preciosa a la vista de Jesús. Recuerde que el ejer-
cicio de la fe es el único medio de preservarla.
Si usted se queda sentado siempre en una misma posición, sin moverse,
sus músculos perderán su fuerza y sus miembros la capacidad de moverse.
Lo mismo ocurre en cuanto a su experiencia religiosa. Debe tener fe en las
promesas de Dios [...]. La fe se perfeccionará en el ejercicio y en la activi-
dad (En lugares celestiales, p. 104).
Es importante que entendamos claramente la naturaleza de la fe. Hay
muchos que creen que Cristo es el Salvador del mundo, que el evangelio es
real y que revela el plan de salvación, y sin embargo no poseen fe salvado-
ra. Están intelectualmente convencidos de la verdad, pero esto no es sufi-
ciente; para ser justificado, el pecador debe tener esa fe que se apropia de
los méritos de Cristo para su propia alma. Leemos que los demonios "creen
y tiemblan", pero su creencia no les proporciona justificación, ni tampoco la
creencia de los que asienten en forma meramente intelectual a las verdades
de la Biblia recibirán los beneficios de la salvación. Esa creencia no alcanza
el punto vital, porque la verdad no compromete el corazón ni transforma el
carácter.
En la fe genuina y salvadora hay confianza en Dios por creer en el gran
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sacrificio expiatorio hecho por el Hijo de Dios en el Calvario. En Cristo, el
creyente justificado contempla su única esperanza y su único Libertador.
Puede existir una creencia sin confianza; pero la confianza no puede existir
sin fe. Todo pecador traído al conocimiento del poder salvador de Cristo,
manifestará esta confianza en grado creciente a medida que avanza en expe-
riencia (Mensajes selectos, t. 3, p. 218).
Miércoles 30 de julio: El vestido de boda.
Cuando el rey vino a ver a los convidados, se reveló el verdadero carác-
ter de todos. Para cada uno de los convidados a la fiesta se había provisto un
vestido de boda. Este vestido era un regalo del rey. Al usarlo, los convida-
dos mostraban su respeto por el dador de la fiesta. Pero un hombre estaba
aun vestido con sus ropas comunes. Había rehusado hacer la preparación
requerida por el rey. Desdeñó usar el manto provisto para él a gran costo.
De esta manera insultó a su señor. A la pregunta del rey: "¿Cómo entras-
te aquí no teniendo vestido de boda?" no pudo contestar nada. Se condenó a
sí mismo. Entonces el rey dijo: "Atadlo de pies y de manos, tomadle, y
echadle en las tinieblas de afuera'.
El examen que de los convidados a la fiesta hace el rey, representa una
obra de juicio. Los convidados a la fiesta del evangelio son aquellos que
profesan servir a Dios, aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de
la vida. Pero no todos los que profesan ser cristianos son verdaderos discí-
pulos. Antes que se dé la recompensa final, debe decidirse quiénes son idó-
neos para compartir la herencia de los justos. Esta decisión debe hacerse
antes de la segunda venida de Cristo en las nubes del cielo; porque cuando
él venga, traerá su galardón consigo, "para recompensar a cada uno según
fuere su obra". Antes de su venida, pues, habrá sido determinado el carácter
de la obra de todo hombre, y a cada uno de los seguidores de Cristo le habrá
sido fijada su recompensa de acuerdo con sus obras [...].
El vestido de boda de la parábola representa el carácter puro y sin man-
cha que poseerán los verdaderos seguidores de Cristo.
A la iglesia "le fue dado que se vista de lino fino, limpio y brillante",
"que no tuviese mancha, ni arruga, ni cosa semejante". El lino fino, dice la
Escritura, "son las justificaciones de los santos.
Es la justicia de Cristo, su propio carácter sin mancha, que por la fe se
imparte a todos los que lo reciben como Salvador personal [...]. Únicamente
el manto que Cristo mismo ha provisto puede hacernos dignos de aparecer
ante la presencia de Dios. Cristo colocará este manto, esta ropa de su propia
justicia sobre cada alma arrepentida y creyente. "Yo te amonesto que de mí
compres [...]. vestiduras blancas, para que no se descubra la vergüenza de tu
desnudez".
Este manto, tejido en el telar del cielo, no tiene un solo hilo de invención
humana. Cristo, en su humanidad, desarrolló un carácter perfecto, y ofrece
impartirnos a nosotros este carácter [...].
Por su perfecta obediencia ha hecho posible que cada ser humano obe-
dezca los mandamientos de Dios. Cuando nos sometemos a Cristo, el cora-
zón se une con su corazón, la voluntad se fusiona con su voluntad, la mente
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llega a ser una con su mente, los pensamientos se sujetan a él; vivimos su
vida. Esto es lo que significa estar vestidos con el manto de su justicia. En-
tonces, cuando el Señor nos contempla, él ve no el vestido de hojas de hi-
guera, no la desnudez y deformidad del pecado, sino su propia ropa de jus-
ticia, que es la perfecta obediencia a la Ley de Jehová (Palabras de vida del
Gran Maestro, p. 251-254).
Ninguna obra que el pecador pueda hacer es eficaz para salvar su alma.
La obediencia y las buenas obras son requeridas por el Creador porque él ha
dotado al ser humano con los atributos para que le sirva. Pero las buenas
obras no pueden ganar la salvación porque es imposible que el ser humano
se salve a sí mismo. Algunos pueden confundirse con relación a este tema,
pero es la verdad: solo la justicia de Cristo puede salvarlos, y es un don
gratuito de Dios. Es el vestido de bodas con el que se nos dará la bienvenida
a la cena de bodas del Cordero. Recibamos por la fe a Cristo, sin demora,
para ser nuevas criaturas que sean una luz para el mundo (Review and He-
rald, 20 de diciembre de 1892).
Jueves 31 de julio: Seguir a Jesús.
Los que quieran ser victoriosos deberán tomar en cuenta el costo de la sal-
vación. Las fuertes pasiones humanas deben ser subyugadas; la voluntad
independiente debe ser sometida al cautiverio de Cristo. El cristiano debe
comprender que no se pertenece a sí mismo. Tendrá que resistir tentaciones
y librar batallas contra sus propias inclinaciones, porque el Señor no acepta-
rá un servicio a medias. La hipocresía es abominación para él. El seguidor
de Cristo debe andar por fe, como viendo al Invisible. Cristo será su tesoro
más querido, su todo (La maravillosa gracia de Dios, p. 271).
Estudiad la definición que Cristo da de un verdadero misionero: "Si alguno
quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame"
(S. Marcos 8:34). Seguir a Cristo en la forma como se indica en estas pala-
bras, no es una simulación ni una farsa. Jesús espera que sus discípulos si-
gan sus pasos, soporten lo que él soportó, sufran lo que él sufrió, venzan
como él venció. Él está esperando ansiosamente ver a sus seguidores profe-
sos manifestar el espíritu de abnegación y renunciamiento (Consejos sobre
la salud, p. 512).
Nuestro Señor está informado del conflicto de los suyos, en estos últimos
días, con los instrumentos satánicos combinados con hombres inicuos que
descuidan y rehúsan esta gran salvación.
Con la mayor sencillez y franqueza, nuestro Salvador, el poderoso General
de los ejércitos del cielo, no oculta el severo conflicto que ellos experimen-
tarán. Señala los peligros, nos muestra el plan de la batalla y la difícil y
peligrosa obra que debe hacerse; entonces levanta la voz antes de entrar en