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II Trimestre de 2014
Cristo y su Ley
Notas de Elena G. de White
Lección 4
26 de abril 2014
Cristo y la Ley en el
Sermón del Monte:
Sábado 19 de abril
En el tiempo del Salvador los judíos habían cubierto las preciosas gemas
de verdad con la basura de las tradiciones y las fábulas, lo que hacía impo-
sible distinguir lo verdadero de lo falso. El Salvador vino para limpiar la
superstición y los errores largamente acariciados, y darle nuevo brillo a las
joyas de la Palabra de Dios. ¿Qué haría el Señor si viniera ahora? Tendría
que hacer una obra similar, barriendo la tradición y las ceremonias que cu-
bren la verdad de Dios. Y esa es nuestra obra: liberar las preciosas verdades
de Dios de la superstición y el error. ¡Qué labor nos requiere el evangelio!
La pluma de un ángel no podría describir mejor la gloria del plan de salva-
ción revelado en la Biblia: Cristo cargó con nuestros pecados y soportó
nuestras penas; mostró que en la cruz del Calvario la misericordia y la ver-
dad se encontraron, y la justicia y la paz se besaron; la infinita sabiduría, la
infinita misericordia, la infinita justicia y el infinito amor fueron desplega-
dos. En el plan de salvación se hizo conocer la anchura, la longitud, la pro-
fundidad y la altura del amor y la sabiduría (Review and Herald, 4 de junio
de 1889).
Domingo 20 de abril: “Ni una jota ni una tilde”
“No he venido para abrogar [la ley], sino para cumplir” (Mateo 5:17).
Fue Cristo quien, en medio del trueno y el fuego, proclamó la ley en el
monte Sinaí. Como llama devoradora, la gloria de Dios descendió sobre la
cumbre y la montaña tembló por la presencia del Señor. Las huestes de Is-
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rael, prosternadas sobre la tierra, habían escuchado, presas de pavor, los
preceptos sagrados de la ley...
Cuando se dictó la ley, Israel, degradado por los muchos años de servi-
dumbre en Egipto, necesitaba ser impresionado por el poder y la majestad
de Dios. No obstante, él se le reveló también como Dios amoroso...
La ley dada en el Sinaí era la enunciación del principio de amor, una re-
velación hecha a la tierra de la ley de los cielos. Fue decretada por la mano
de un Mediador, y promulgada por Aquel cuyo poder haría posible que los
corazones de los hombres armonizaran con sus principios. Dios había reve-
lado el propósito de la ley al declarar a Israel: “Y me seréis varones santos”
(Éxodo 22: 3 1).
Pero Israel no había percibido la espiritualidad de la ley, y demasiadas
veces su obediencia profesa era tan solo una sumisión a ritos y ceremonias,
más bien que una entrega del corazón a la soberanía del amor. Cuando en su
carácter y obra Jesús representó ante los hombres los atributos santos, bené-
volos y paternales de Dios y les hizo ver cuán inútil era la mera obediencia
minuciosa a las ceremonias, los dirigentes judíos no recibieron ni compren-
dieron sus palabras. Creyeron que no recalcaba lo suficiente los requeri-
mientos de la ley; y cuando les presentó las mismas verdades que eran la
esencia del servicio que Dios les asignara, ellos, que miraban solamente lo
exterior, lo acusaron de querer derrocar la ley...
El Salvador no dijo una sola palabra que pudiera turbar la fe en la reli-
gión ni en las instituciones establecidas por medio de Moisés; porque todo
rayo de luz divino que el gran caudillo de Israel comunicó a su pueblo lo
había recibido de Cristo. Mientras muchos murmuraban en sus corazones
que él había venido para destruir la ley, Jesús, en términos inequívocos,
reveló su actitud hacia los estatutos divinos: “No penséis que he venido para
abrogar la ley o los profetas” (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 43-
45).
Lunes 21 de abril: Homicidio (Mateo 5:21-26)
Mediante Moisés, Jehová había dicho: “No aborrecerás a tu hermano en
tu corazón... No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo,
sino amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Las verdades que Cristo pre-
sentaba eran las mismas que habían enseñado los profetas, pero se habían
oscurecido a causa de la dureza de los corazones y del amor al pecado. Las
palabras del Salvador revelaban a sus oyentes que, al condenar a otros como
transgresores, ellos eran igualmente culpables, porque abrigaban malicia y
odio...
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El espíritu de odio y de venganza tuvo origen en Satanás, y lo llevó a dar
muerte al Hijo de Dios. Quienquiera que abrigue malicia u odio, abriga el
mismo espíritu; y su fruto será la muerte. En el pensamiento vengativo yace
latente la mala acción, así como la planta yace en la semilla. “Todo aquel
que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene
vida eterna permanente en él”.
“Cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el conci-
lio”. En la dádiva de su Hijo para nuestra redención, Dios demostró cuánto
valor atribuye a toda alma humana, y a nadie autoriza para hablar desdeño-
samente de su semejante. Veremos defectos y debilidades en los que nos
rodean, pero Dios reclama cada alma como su propiedad, por derecho de
creación, y dos veces suya por haberla comprado con la sangre preciosa de
Cristo. Todos fueron creados a su imagen, y debemos tratar aun a los más
degradados con respeto y ternura. Dios nos hará responsables hasta de una
sola palabra despectiva hacia un alma por la cual Cristo dio su vida (El dis-
curso maestro de Jesucristo, pp. 51, 52).
En el Sermón del Monte Cristo presentó ante sus discípulos los abarcan-
tes principios de la ley de Dios. Enseñó a sus oyentes que se quebranta la
ley con los pensamientos antes de que el mal deseo se convierta en realidad.
Estamos obligados a controlar nuestros pensamientos y a ponerlos en suje-
ción a la ley de Dios. Las nobles facultades de la mente nos han sido dadas
por el Señor para que podamos emplearlas en contemplar las cosas celestia-
les. Dios ha provisto en abundancia para que el alma pueda progresar conti-
nuamente en la vida divina. Por dondequiera ha dispuesto instrumentos para
que nos ayuden en el desarrollo del conocimiento y de la virtud; y sin em-
bargo, ¡cuán poco se aprecian esos recursos y cuán poco se disfruta de
ellos! ¡Con cuánta frecuencia se entrega la mente a la contemplación de lo
que es terrenal, sensual y ruin! Dedicamos nuestro tiempo y pensamiento a
las cosas triviales y vulgares del mundo, y descuidamos los grandes intere-
ses que atañen a la vida eterna. Las nobles facultades de la mente se empe-
queñecen y debilitan porque no se las ejercita en temas que son dignos de su
concentración...
Todo el que desee participar de la naturaleza divina tenga en cuenta el
hecho de que debe huir de la corrupción que hay en el mundo por la concu-
piscencia. Debe haber una lucha constante y diligente del alma contra las
impías imaginaciones de la mente. Es necesaria una firme resistencia ante la
tentación de pecar en pensamiento o acción. Se debe guardar el alma de
toda mancha mediante la fe en Aquel que es poderoso para guardamos sin
caída. Debiéramos meditar en las Escrituras, pensando sobria y sinceramen-
te en las cosas que atañen a nuestra salvación eterna. La misericordia infini-
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ta y el amor de Jesús, el sacrificio hecho por nosotros, demandan nuestra
reflexión más seria y solemne. Deberíamos espaciamos en el carácter de
nuestro amado Redentor e Intercesor. Debiéramos tratar de comprender el
significado del plan de salvación. Tendríamos que meditar en la misión de
Aquel que vino para salvar a su pueblo de sus pecados. Al contemplar cons-
tantemente los temas celestiales, se fortalecerán nuestra fe y nuestro amor.
Nuestras oraciones serán más y más aceptables ante Dios, porque estarán
mezcladas cada vez más con fe y amor. Serán más inteligentes y fervientes.
Habrá una confianza más constante en Jesús, y tendremos una experiencia
diaria y viviente en cuanto a la voluntad y el poder de Cristo para salvar
hasta lo sumo a todo el que se allega a Dios por medio de él (Comentario
bíblico adventista, tomo 3, p. 1163).
Martes 22 de abril: Adulterio (Mateo 5:27-32)
Los judíos se enorgullecían de su moralidad y se horrorizaban de las cos-
tumbres sensuales de los paganos. La presencia de los jefes romanos, en-
viados a Palestina por causa del gobierno imperial, era una ofensa continua
para el pueblo; porque con estos gentiles habían venido muchas costumbres
paganas, lascivia y disipación. En Capernaúm, los jefes romanos asistían a
los paseos y desfiles con sus frívolas mancebas, y a menudo el ruido de sus
orgías interrumpía la quietud del lago cuando sus naves de placer se desli-
zaban sobre las tranquilas aguas. La gente esperaba que Jesús denunciase
ásperamente a esa clase; pero con asombro escuchó palabras que revelaban
el mal de sus propios corazones.
Cuando se aman y acarician malos pensamientos, por muy en secreto
que sea, dijo Jesús, se demuestra que el mal reina todavía en el corazón. El
alma sigue sumida en hiel de amargura y sometida a la iniquidad. El que
halla placer espaciándose en escenas impuras, cultiva malos pensamientos y
echa miradas sensuales, puede contemplar en el pecado visible, con su car-
ga de vergüenza y aflicción desconsoladora, la verdadera naturaleza del mal
que lleva oculto en su alma. El momento de tentación en que posiblemente
se caiga en pecado gravoso no crea el mal que se manifiesta; solo desarrolla
o revela lo que estaba latente y oculto en el corazón. “Porque cual es su
pensamiento en su corazón, tal es él”, ya que del corazón “mana la vida” (El
discurso maestro de Jesucristo, p. 54).
Para evitar que la enfermedad se extienda por el cuerpo y destruya la vi-
da, el hombre permite que se le ampute hasta la mano derecha. Debería
estar aún más dispuesto a renunciar a lo que pone en peligro la vida del
alma.
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Las almas degradadas y esclavizadas por Satanás han de ser redimidas
por el evangelio para participar de la libertad gloriosa de los hijos de Dios.
El propósito de Dios no es únicamente libramos del sufrimiento que es con-
secuencia inevitable del pecado, sino salvamos del pecado mismo. El alma
corrompida y deformada debe ser limpiada y transformada para ser vestida,
con “la luz de Jehová nuestro Dios”. Debemos ser “hechos conformes a la
imagen de su Hijo”...
Para que podamos alcanzar este alto ideal, debe sacrificarse todo lo que
le causa tropiezo al alma. Por medio de la voluntad, el pecado retiene su
dominio sobre nosotros. La rendición de la voluntad se representa como la
extracción del ojo o la amputación de la mano. A menudo nos parece que
entregar la voluntad a Dios es aceptar una vida contrahecha y coja; pero es
mejor, dice Cristo, que el yo esté contrahecho, herido y cojo, si por este
medio puede el individuo entrar en la vida. Lo que le parece desastre es la
puerta de entrada al beneficio supremo.
Dios es la fuente de la vida, y solo podemos tener vida cuando estamos
en comunión con él. Separados de Dios, podemos existir por corto tiempo,
pero no poseemos la vida. “La que se entrega a los placeres, viviendo está
muerta”. Únicamente cuando entregamos nuestra voluntad a Dios, él puede
impartirnos vida. Solo al recibir su vida por la entrega del yo, es posible —
dijo Jesús— que se venzan estos pecados ocultos que he señalado. Podéis
encerrarlos en el corazón y esconderlos a los ojos humanos, pero ¿Cómo
compareceréis ante la presencia de Dios?
Si os aferráis al yo y rehusáis entregar la voluntad a Dios, elegís la muer-
te. Dondequiera que esté el pecado, Dios es para él un fuego devorador. Si
elegís el pecado y rehusáis separaros de él, la presencia de Dios que consu-
me el pecado también os consumirá a vosotros.
Requiere sacrificio entregamos a Dios, pero es sacrificio de lo inferior
por lo superior, de lo terreno por lo espiritual, de lo perecedero por lo
eterno. No desea Dios que se anule nuestra voluntad, porque solamente
mediante su ejercicio podemos hacer lo que Dios quiere. Debemos entregar
nuestra voluntad a él para que podamos recibirla de vuelta purificada y refi-
nada, y tan unida en simpatía con el Ser divino que él pueda derramar, por
nuestro medio, los raudales de su amor y su poder. Por amarga y dolorosa
que parezca esta entrega al corazón voluntarioso y extraviado, aun así nos
dice: “Mejor te es” (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 54-56).
Miércoles 23 de abril: Promesas, promesas... (Mateo 5:33-37)
Los judíos entendían que el tercer mandamiento prohibía el uso profano
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del nombre de Dios; pero se creían libres para pronunciar otros juramentos.
Prestar juramento era común entre ellos. Por medio de Moisés se les prohi-
bió jurar en falso; pero tenían muchos artificios para librarse de la obliga-
ción que entraña un juramento. No temían incurrir en lo que era realmente
blasfemia ni les atemorizaba el perjurio, siempre que estuviera disfrazado
por algún subterfugio técnico que les permitiera eludir la ley.
Jesús condenó sus prácticas, y declaró que su costumbre de jurar era una
transgresión del mandamiento de Dios. Pero el Salvador no prohibió el ju-
ramento judicial o legal en el cual se pide solemnemente a Dios que sea
testigo de que cuanto se dice es la verdad, y nada más que la verdad. El
mismo Jesús, durante su juicio ante el Sanedrín, no se negó a dar testimonio
bajo juramento. Dijo el sumo sacerdote: “Te conjuro por el Dios viviente,
que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios”. Contestó Jesús: “Tú lo
has dicho”. Si Cristo hubiera condenado en el Sermón del Monte el jura-
mento judicial, en su juicio habría reprobado al sumo sacerdote y así, para
provecho de sus seguidores, habría corroborado su propia enseñanza.
A muchos que no temen engañar a sus semejantes se les ha enseñado que
es una cosa terrible mentir a su Hacedor, y el Espíritu Santo les ha hecho
sentir que es así. Cuando están bajo juramento, se les recuerda que no de-
claran solo ante los hombres, sino también ante Dios; que si mienten, ofen-
den a Aquel que lee el corazón y conoce la verdad. El conocimiento de los
castigos terribles que recibió a veces este pecado tiene sobre ellos una in-
fluencia restrictiva.
Si hay alguien que puede declarar en forma consecuente bajo juramento,
es el cristiano. Vive continuamente como en la presencia de Dios, seguro de
que todo pensamiento es visible a los ojos del ángel con quien tenemos que
ver; y cuando ello le es requerido legalmente, le es lícito pedir que Dios sea
testigo de que lo que dice es la verdad, y nada más que la verdad.
Jesús enunció un principio que haría inútil todo juramento. Enseña que la
verdad exacta debe ser la ley del hablar. “Sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no;
porque lo que es más de esto, de mal procede”.
Estas palabras condenan todas las frases e interjecciones insensatas que
rayan en profanidad. Condenan los cumplidos engañosos, el disimulo de la
verdad, las frases lisonjeras, las exageraciones, las falsedades en el comer-
cio que prevalecen en la sociedad y en el mundo de los negocios. Enseñan
que nadie puede llamarse veraz si trata de aparentar lo que no es o si sus
palabras no expresan el verdadero sentimiento de su corazón.
Si se prestara atención a estas palabras de Cristo, se refrenaría la expre-
sión de malas sospechas y ásperas censuras; porque al comentar las accio-
nes y los motivos ajenos, ¿quién puede estar seguro de decir la verdad exac-
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ta? ¡Cuántas veces influyen sobre la impresión dada el orgullo, el enojo, el
resentimiento personal, una mirada, una palabra, aún una modulación de la
voz, pueden rebosar mentiras! Hasta los hechos ciertos pueden presentarse
de manera que produzcan una impresión falsa. “Lo que es más” que la ver-
dad, “de mal procede”.
Por medio del apóstol Pablo, Cristo nos ruega: “Sea vuestra palabra
siempre con gracia”. “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca,
sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los
oyentes”. A la luz de estos pasajes vemos que las palabras pronunciadas por
Cristo en el monte condenan la burla, la frivolidad y la conversación impú-
dica. Exigen que nuestras palabras sean no solamente verdaderas sino tam-
bién puras (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 59-61).
Jueves 24 de abril: Lex Talionis (Mateo 5:38-48)
Constantemente surgían ocasiones de provocación para los judíos en su
trato con la soldadesca romana. Había tropas acantonadas en diferentes si-
tios de Judea y Galilea, y su presencia recordaba al pueblo su propia deca-
dencia nacional. Con amargura íntima oían el toque del clarín y veían cómo
las tropas se alineaban alrededor del estandarte de Roma para rendir home-
naje a este símbolo de su poder. Las fricciones entre el pueblo y los solda-
dos eran frecuentes, lo que acrecentaba el odio popular. A menudo, cuando
algún jefe romano con su escolta de soldados iba de un lugar a otro, se apo-
deraba de los labriegos judíos que trabajaban en el campo y los obligaba a
transportar su carga trepando la ladera de la montaña o a prestar cualquier
otro servicio que pudiera necesitar. Esto estaba de acuerdo con las leyes y
costumbres romanas, y la resistencia a esas exigencias solo traía vituperios
y crueldad. Cada día aumentaba en el corazón del pueblo el anhelo de liber-
tarse del yugo romano. Especialmente entre los osados y bruscos galileos,
cundía el espíritu de rebelión. Por ser Capernaúm una ciudad fronteriza, era
la base de una guarnición romana, y aun mientras Jesús enseñaba, una com-
pañía de soldados romanos que se hallaba a la vista recordó a sus oyentes
cuán amarga era la humillación de Israel. El pueblo miraba ansiosamente a
Cristo, esperando que él fuese quien humillaría el orgullo de Roma.
Miró Jesús con tristeza los rostros vueltos hacia él. Notó el espíritu de
venganza que había dejado su impresión maligna sobre ellos, y reconoció
con cuánta amargura el pueblo ansiaba poder para aplastar a sus opresores.
Tristemente, les aconsejó: “No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera
que te hiera en tu mejilla derecha, vuélvele también la otra”.
Estas palabras eran una repetición de la enseñanza del Antiguo Testa-
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mento. Es verdad que la regla “ojo por ojo, diente por diente”, se hallaba
entre las leyes dictadas por Moisés; pero era un estatuto civil. Nadie estaba
justificado para vengarse, porque el Señor había dicho: “No digas: Yo me
vengaré”. “No digas: Como me hizo, así le haré”. “Cuando cayere tu
enemigo, no te regocijes”. “Si el que te aborrece tuviere hambre, dale de
comer pan, y si tuviere sed, dale de beber agua”. Toda la vida terrenal de
Jesús fue una manifestación de este principio (El discurso maestro de Jesu-
cristo, pp. 61, 62).
Los judíos habían luchado afanosamente para alcanzar la perfección por
sus propios esfuerzos, y habían fracasado Ya les había dicho Cristo que la
justicia de ellos no podría entrar en el reino de los cielos. Ahora les señala
el carácter de la justicia que deberán poseer todos los que entren en el cielo.
En todo el Sermón del Monte describe los frutos de esta justicia, y ahora en
una breve expresión señala su origen y su naturaleza: Sed perfectos como
Dios es perfecto. La ley no es más que una transcripción del carácter de
Dios. Contemplad en vuestro Padre celestial una manifestación perfecta de
los principios que constituyen el fundamento de su gobierno...
Dijo Jesús: Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto. Si sois hijos
de Dios, sois participantes de su naturaleza y no podéis menos que asemeja-
ros a él. Todo hijo vive gracias a la vida de su padre. Si sois hijos de Dios,
engendrados por su Espíritu, vivís por la vida de Dios. En Cristo “habita
corporalmente toda la plenitud de la Divinidad”; y la vida de Jesús se mani-
fiesta “en nuestra carne mortal”. Esa vida producirá en nosotros el mismo
carácter y manifestará las mismas obras que manifestó en él. Así estaremos
en armonía con cada precepto de su ley, porque “la ley de Jehová es perfec-
ta, que convierte el alma”. Mediante el amor, “la justicia de la ley” se cum-
plirá “en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al
Espíritu” (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 67, 68).
Viernes 25 de abril: Para estudiar y meditar
El Deseado de todas las gentes, pp. 265-281
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Notas de Elena - lección 4 - Cristo y la Ley en el Sermón del Monte

  • 1. www.EscuelaSabatica.es - Ministerio Jesús Padilla © II Trimestre de 2014 Cristo y su Ley Notas de Elena G. de White Lección 4 26 de abril 2014 Cristo y la Ley en el Sermón del Monte: Sábado 19 de abril En el tiempo del Salvador los judíos habían cubierto las preciosas gemas de verdad con la basura de las tradiciones y las fábulas, lo que hacía impo- sible distinguir lo verdadero de lo falso. El Salvador vino para limpiar la superstición y los errores largamente acariciados, y darle nuevo brillo a las joyas de la Palabra de Dios. ¿Qué haría el Señor si viniera ahora? Tendría que hacer una obra similar, barriendo la tradición y las ceremonias que cu- bren la verdad de Dios. Y esa es nuestra obra: liberar las preciosas verdades de Dios de la superstición y el error. ¡Qué labor nos requiere el evangelio! La pluma de un ángel no podría describir mejor la gloria del plan de salva- ción revelado en la Biblia: Cristo cargó con nuestros pecados y soportó nuestras penas; mostró que en la cruz del Calvario la misericordia y la ver- dad se encontraron, y la justicia y la paz se besaron; la infinita sabiduría, la infinita misericordia, la infinita justicia y el infinito amor fueron desplega- dos. En el plan de salvación se hizo conocer la anchura, la longitud, la pro- fundidad y la altura del amor y la sabiduría (Review and Herald, 4 de junio de 1889). Domingo 20 de abril: “Ni una jota ni una tilde” “No he venido para abrogar [la ley], sino para cumplir” (Mateo 5:17). Fue Cristo quien, en medio del trueno y el fuego, proclamó la ley en el monte Sinaí. Como llama devoradora, la gloria de Dios descendió sobre la cumbre y la montaña tembló por la presencia del Señor. Las huestes de Is-
  • 2. www.EscuelaSabatica.es - Ministerio Jesús Padilla © rael, prosternadas sobre la tierra, habían escuchado, presas de pavor, los preceptos sagrados de la ley... Cuando se dictó la ley, Israel, degradado por los muchos años de servi- dumbre en Egipto, necesitaba ser impresionado por el poder y la majestad de Dios. No obstante, él se le reveló también como Dios amoroso... La ley dada en el Sinaí era la enunciación del principio de amor, una re- velación hecha a la tierra de la ley de los cielos. Fue decretada por la mano de un Mediador, y promulgada por Aquel cuyo poder haría posible que los corazones de los hombres armonizaran con sus principios. Dios había reve- lado el propósito de la ley al declarar a Israel: “Y me seréis varones santos” (Éxodo 22: 3 1). Pero Israel no había percibido la espiritualidad de la ley, y demasiadas veces su obediencia profesa era tan solo una sumisión a ritos y ceremonias, más bien que una entrega del corazón a la soberanía del amor. Cuando en su carácter y obra Jesús representó ante los hombres los atributos santos, bené- volos y paternales de Dios y les hizo ver cuán inútil era la mera obediencia minuciosa a las ceremonias, los dirigentes judíos no recibieron ni compren- dieron sus palabras. Creyeron que no recalcaba lo suficiente los requeri- mientos de la ley; y cuando les presentó las mismas verdades que eran la esencia del servicio que Dios les asignara, ellos, que miraban solamente lo exterior, lo acusaron de querer derrocar la ley... El Salvador no dijo una sola palabra que pudiera turbar la fe en la reli- gión ni en las instituciones establecidas por medio de Moisés; porque todo rayo de luz divino que el gran caudillo de Israel comunicó a su pueblo lo había recibido de Cristo. Mientras muchos murmuraban en sus corazones que él había venido para destruir la ley, Jesús, en términos inequívocos, reveló su actitud hacia los estatutos divinos: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas” (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 43- 45). Lunes 21 de abril: Homicidio (Mateo 5:21-26) Mediante Moisés, Jehová había dicho: “No aborrecerás a tu hermano en tu corazón... No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Las verdades que Cristo pre- sentaba eran las mismas que habían enseñado los profetas, pero se habían oscurecido a causa de la dureza de los corazones y del amor al pecado. Las palabras del Salvador revelaban a sus oyentes que, al condenar a otros como transgresores, ellos eran igualmente culpables, porque abrigaban malicia y odio...
  • 3. www.EscuelaSabatica.es - Ministerio Jesús Padilla © El espíritu de odio y de venganza tuvo origen en Satanás, y lo llevó a dar muerte al Hijo de Dios. Quienquiera que abrigue malicia u odio, abriga el mismo espíritu; y su fruto será la muerte. En el pensamiento vengativo yace latente la mala acción, así como la planta yace en la semilla. “Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él”. “Cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el conci- lio”. En la dádiva de su Hijo para nuestra redención, Dios demostró cuánto valor atribuye a toda alma humana, y a nadie autoriza para hablar desdeño- samente de su semejante. Veremos defectos y debilidades en los que nos rodean, pero Dios reclama cada alma como su propiedad, por derecho de creación, y dos veces suya por haberla comprado con la sangre preciosa de Cristo. Todos fueron creados a su imagen, y debemos tratar aun a los más degradados con respeto y ternura. Dios nos hará responsables hasta de una sola palabra despectiva hacia un alma por la cual Cristo dio su vida (El dis- curso maestro de Jesucristo, pp. 51, 52). En el Sermón del Monte Cristo presentó ante sus discípulos los abarcan- tes principios de la ley de Dios. Enseñó a sus oyentes que se quebranta la ley con los pensamientos antes de que el mal deseo se convierta en realidad. Estamos obligados a controlar nuestros pensamientos y a ponerlos en suje- ción a la ley de Dios. Las nobles facultades de la mente nos han sido dadas por el Señor para que podamos emplearlas en contemplar las cosas celestia- les. Dios ha provisto en abundancia para que el alma pueda progresar conti- nuamente en la vida divina. Por dondequiera ha dispuesto instrumentos para que nos ayuden en el desarrollo del conocimiento y de la virtud; y sin em- bargo, ¡cuán poco se aprecian esos recursos y cuán poco se disfruta de ellos! ¡Con cuánta frecuencia se entrega la mente a la contemplación de lo que es terrenal, sensual y ruin! Dedicamos nuestro tiempo y pensamiento a las cosas triviales y vulgares del mundo, y descuidamos los grandes intere- ses que atañen a la vida eterna. Las nobles facultades de la mente se empe- queñecen y debilitan porque no se las ejercita en temas que son dignos de su concentración... Todo el que desee participar de la naturaleza divina tenga en cuenta el hecho de que debe huir de la corrupción que hay en el mundo por la concu- piscencia. Debe haber una lucha constante y diligente del alma contra las impías imaginaciones de la mente. Es necesaria una firme resistencia ante la tentación de pecar en pensamiento o acción. Se debe guardar el alma de toda mancha mediante la fe en Aquel que es poderoso para guardamos sin caída. Debiéramos meditar en las Escrituras, pensando sobria y sinceramen- te en las cosas que atañen a nuestra salvación eterna. La misericordia infini-
  • 4. www.EscuelaSabatica.es - Ministerio Jesús Padilla © ta y el amor de Jesús, el sacrificio hecho por nosotros, demandan nuestra reflexión más seria y solemne. Deberíamos espaciamos en el carácter de nuestro amado Redentor e Intercesor. Debiéramos tratar de comprender el significado del plan de salvación. Tendríamos que meditar en la misión de Aquel que vino para salvar a su pueblo de sus pecados. Al contemplar cons- tantemente los temas celestiales, se fortalecerán nuestra fe y nuestro amor. Nuestras oraciones serán más y más aceptables ante Dios, porque estarán mezcladas cada vez más con fe y amor. Serán más inteligentes y fervientes. Habrá una confianza más constante en Jesús, y tendremos una experiencia diaria y viviente en cuanto a la voluntad y el poder de Cristo para salvar hasta lo sumo a todo el que se allega a Dios por medio de él (Comentario bíblico adventista, tomo 3, p. 1163). Martes 22 de abril: Adulterio (Mateo 5:27-32) Los judíos se enorgullecían de su moralidad y se horrorizaban de las cos- tumbres sensuales de los paganos. La presencia de los jefes romanos, en- viados a Palestina por causa del gobierno imperial, era una ofensa continua para el pueblo; porque con estos gentiles habían venido muchas costumbres paganas, lascivia y disipación. En Capernaúm, los jefes romanos asistían a los paseos y desfiles con sus frívolas mancebas, y a menudo el ruido de sus orgías interrumpía la quietud del lago cuando sus naves de placer se desli- zaban sobre las tranquilas aguas. La gente esperaba que Jesús denunciase ásperamente a esa clase; pero con asombro escuchó palabras que revelaban el mal de sus propios corazones. Cuando se aman y acarician malos pensamientos, por muy en secreto que sea, dijo Jesús, se demuestra que el mal reina todavía en el corazón. El alma sigue sumida en hiel de amargura y sometida a la iniquidad. El que halla placer espaciándose en escenas impuras, cultiva malos pensamientos y echa miradas sensuales, puede contemplar en el pecado visible, con su car- ga de vergüenza y aflicción desconsoladora, la verdadera naturaleza del mal que lleva oculto en su alma. El momento de tentación en que posiblemente se caiga en pecado gravoso no crea el mal que se manifiesta; solo desarrolla o revela lo que estaba latente y oculto en el corazón. “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él”, ya que del corazón “mana la vida” (El discurso maestro de Jesucristo, p. 54). Para evitar que la enfermedad se extienda por el cuerpo y destruya la vi- da, el hombre permite que se le ampute hasta la mano derecha. Debería estar aún más dispuesto a renunciar a lo que pone en peligro la vida del alma.
  • 5. www.EscuelaSabatica.es - Ministerio Jesús Padilla © Las almas degradadas y esclavizadas por Satanás han de ser redimidas por el evangelio para participar de la libertad gloriosa de los hijos de Dios. El propósito de Dios no es únicamente libramos del sufrimiento que es con- secuencia inevitable del pecado, sino salvamos del pecado mismo. El alma corrompida y deformada debe ser limpiada y transformada para ser vestida, con “la luz de Jehová nuestro Dios”. Debemos ser “hechos conformes a la imagen de su Hijo”... Para que podamos alcanzar este alto ideal, debe sacrificarse todo lo que le causa tropiezo al alma. Por medio de la voluntad, el pecado retiene su dominio sobre nosotros. La rendición de la voluntad se representa como la extracción del ojo o la amputación de la mano. A menudo nos parece que entregar la voluntad a Dios es aceptar una vida contrahecha y coja; pero es mejor, dice Cristo, que el yo esté contrahecho, herido y cojo, si por este medio puede el individuo entrar en la vida. Lo que le parece desastre es la puerta de entrada al beneficio supremo. Dios es la fuente de la vida, y solo podemos tener vida cuando estamos en comunión con él. Separados de Dios, podemos existir por corto tiempo, pero no poseemos la vida. “La que se entrega a los placeres, viviendo está muerta”. Únicamente cuando entregamos nuestra voluntad a Dios, él puede impartirnos vida. Solo al recibir su vida por la entrega del yo, es posible — dijo Jesús— que se venzan estos pecados ocultos que he señalado. Podéis encerrarlos en el corazón y esconderlos a los ojos humanos, pero ¿Cómo compareceréis ante la presencia de Dios? Si os aferráis al yo y rehusáis entregar la voluntad a Dios, elegís la muer- te. Dondequiera que esté el pecado, Dios es para él un fuego devorador. Si elegís el pecado y rehusáis separaros de él, la presencia de Dios que consu- me el pecado también os consumirá a vosotros. Requiere sacrificio entregamos a Dios, pero es sacrificio de lo inferior por lo superior, de lo terreno por lo espiritual, de lo perecedero por lo eterno. No desea Dios que se anule nuestra voluntad, porque solamente mediante su ejercicio podemos hacer lo que Dios quiere. Debemos entregar nuestra voluntad a él para que podamos recibirla de vuelta purificada y refi- nada, y tan unida en simpatía con el Ser divino que él pueda derramar, por nuestro medio, los raudales de su amor y su poder. Por amarga y dolorosa que parezca esta entrega al corazón voluntarioso y extraviado, aun así nos dice: “Mejor te es” (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 54-56). Miércoles 23 de abril: Promesas, promesas... (Mateo 5:33-37) Los judíos entendían que el tercer mandamiento prohibía el uso profano
  • 6. www.EscuelaSabatica.es - Ministerio Jesús Padilla © del nombre de Dios; pero se creían libres para pronunciar otros juramentos. Prestar juramento era común entre ellos. Por medio de Moisés se les prohi- bió jurar en falso; pero tenían muchos artificios para librarse de la obliga- ción que entraña un juramento. No temían incurrir en lo que era realmente blasfemia ni les atemorizaba el perjurio, siempre que estuviera disfrazado por algún subterfugio técnico que les permitiera eludir la ley. Jesús condenó sus prácticas, y declaró que su costumbre de jurar era una transgresión del mandamiento de Dios. Pero el Salvador no prohibió el ju- ramento judicial o legal en el cual se pide solemnemente a Dios que sea testigo de que cuanto se dice es la verdad, y nada más que la verdad. El mismo Jesús, durante su juicio ante el Sanedrín, no se negó a dar testimonio bajo juramento. Dijo el sumo sacerdote: “Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios”. Contestó Jesús: “Tú lo has dicho”. Si Cristo hubiera condenado en el Sermón del Monte el jura- mento judicial, en su juicio habría reprobado al sumo sacerdote y así, para provecho de sus seguidores, habría corroborado su propia enseñanza. A muchos que no temen engañar a sus semejantes se les ha enseñado que es una cosa terrible mentir a su Hacedor, y el Espíritu Santo les ha hecho sentir que es así. Cuando están bajo juramento, se les recuerda que no de- claran solo ante los hombres, sino también ante Dios; que si mienten, ofen- den a Aquel que lee el corazón y conoce la verdad. El conocimiento de los castigos terribles que recibió a veces este pecado tiene sobre ellos una in- fluencia restrictiva. Si hay alguien que puede declarar en forma consecuente bajo juramento, es el cristiano. Vive continuamente como en la presencia de Dios, seguro de que todo pensamiento es visible a los ojos del ángel con quien tenemos que ver; y cuando ello le es requerido legalmente, le es lícito pedir que Dios sea testigo de que lo que dice es la verdad, y nada más que la verdad. Jesús enunció un principio que haría inútil todo juramento. Enseña que la verdad exacta debe ser la ley del hablar. “Sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede”. Estas palabras condenan todas las frases e interjecciones insensatas que rayan en profanidad. Condenan los cumplidos engañosos, el disimulo de la verdad, las frases lisonjeras, las exageraciones, las falsedades en el comer- cio que prevalecen en la sociedad y en el mundo de los negocios. Enseñan que nadie puede llamarse veraz si trata de aparentar lo que no es o si sus palabras no expresan el verdadero sentimiento de su corazón. Si se prestara atención a estas palabras de Cristo, se refrenaría la expre- sión de malas sospechas y ásperas censuras; porque al comentar las accio- nes y los motivos ajenos, ¿quién puede estar seguro de decir la verdad exac-
  • 7. www.EscuelaSabatica.es - Ministerio Jesús Padilla © ta? ¡Cuántas veces influyen sobre la impresión dada el orgullo, el enojo, el resentimiento personal, una mirada, una palabra, aún una modulación de la voz, pueden rebosar mentiras! Hasta los hechos ciertos pueden presentarse de manera que produzcan una impresión falsa. “Lo que es más” que la ver- dad, “de mal procede”. Por medio del apóstol Pablo, Cristo nos ruega: “Sea vuestra palabra siempre con gracia”. “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes”. A la luz de estos pasajes vemos que las palabras pronunciadas por Cristo en el monte condenan la burla, la frivolidad y la conversación impú- dica. Exigen que nuestras palabras sean no solamente verdaderas sino tam- bién puras (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 59-61). Jueves 24 de abril: Lex Talionis (Mateo 5:38-48) Constantemente surgían ocasiones de provocación para los judíos en su trato con la soldadesca romana. Había tropas acantonadas en diferentes si- tios de Judea y Galilea, y su presencia recordaba al pueblo su propia deca- dencia nacional. Con amargura íntima oían el toque del clarín y veían cómo las tropas se alineaban alrededor del estandarte de Roma para rendir home- naje a este símbolo de su poder. Las fricciones entre el pueblo y los solda- dos eran frecuentes, lo que acrecentaba el odio popular. A menudo, cuando algún jefe romano con su escolta de soldados iba de un lugar a otro, se apo- deraba de los labriegos judíos que trabajaban en el campo y los obligaba a transportar su carga trepando la ladera de la montaña o a prestar cualquier otro servicio que pudiera necesitar. Esto estaba de acuerdo con las leyes y costumbres romanas, y la resistencia a esas exigencias solo traía vituperios y crueldad. Cada día aumentaba en el corazón del pueblo el anhelo de liber- tarse del yugo romano. Especialmente entre los osados y bruscos galileos, cundía el espíritu de rebelión. Por ser Capernaúm una ciudad fronteriza, era la base de una guarnición romana, y aun mientras Jesús enseñaba, una com- pañía de soldados romanos que se hallaba a la vista recordó a sus oyentes cuán amarga era la humillación de Israel. El pueblo miraba ansiosamente a Cristo, esperando que él fuese quien humillaría el orgullo de Roma. Miró Jesús con tristeza los rostros vueltos hacia él. Notó el espíritu de venganza que había dejado su impresión maligna sobre ellos, y reconoció con cuánta amargura el pueblo ansiaba poder para aplastar a sus opresores. Tristemente, les aconsejó: “No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en tu mejilla derecha, vuélvele también la otra”. Estas palabras eran una repetición de la enseñanza del Antiguo Testa-
  • 8. www.EscuelaSabatica.es - Ministerio Jesús Padilla © mento. Es verdad que la regla “ojo por ojo, diente por diente”, se hallaba entre las leyes dictadas por Moisés; pero era un estatuto civil. Nadie estaba justificado para vengarse, porque el Señor había dicho: “No digas: Yo me vengaré”. “No digas: Como me hizo, así le haré”. “Cuando cayere tu enemigo, no te regocijes”. “Si el que te aborrece tuviere hambre, dale de comer pan, y si tuviere sed, dale de beber agua”. Toda la vida terrenal de Jesús fue una manifestación de este principio (El discurso maestro de Jesu- cristo, pp. 61, 62). Los judíos habían luchado afanosamente para alcanzar la perfección por sus propios esfuerzos, y habían fracasado Ya les había dicho Cristo que la justicia de ellos no podría entrar en el reino de los cielos. Ahora les señala el carácter de la justicia que deberán poseer todos los que entren en el cielo. En todo el Sermón del Monte describe los frutos de esta justicia, y ahora en una breve expresión señala su origen y su naturaleza: Sed perfectos como Dios es perfecto. La ley no es más que una transcripción del carácter de Dios. Contemplad en vuestro Padre celestial una manifestación perfecta de los principios que constituyen el fundamento de su gobierno... Dijo Jesús: Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto. Si sois hijos de Dios, sois participantes de su naturaleza y no podéis menos que asemeja- ros a él. Todo hijo vive gracias a la vida de su padre. Si sois hijos de Dios, engendrados por su Espíritu, vivís por la vida de Dios. En Cristo “habita corporalmente toda la plenitud de la Divinidad”; y la vida de Jesús se mani- fiesta “en nuestra carne mortal”. Esa vida producirá en nosotros el mismo carácter y manifestará las mismas obras que manifestó en él. Así estaremos en armonía con cada precepto de su ley, porque “la ley de Jehová es perfec- ta, que convierte el alma”. Mediante el amor, “la justicia de la ley” se cum- plirá “en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 67, 68). Viernes 25 de abril: Para estudiar y meditar El Deseado de todas las gentes, pp. 265-281 Material facilitado por MINISTERIO JESÚS PADILLA © http://escuelasabatica.es/ https://www.facebook.com/jespadill.channel Suscríbase para recibir gratuitamente recursos para la Escuela Sabática