El documento resume las enseñanzas de Jesús sobre el Espíritu Santo. En 3 oraciones:
1) Jesús prometió enviar el Espíritu Santo después de su ascensión para ser el representante de Cristo en la tierra y proveer recursos de gracia a los creyentes. 2) El Espíritu Santo convence de pecado, revela la justicia de Cristo, y transforma a los creyentes quitando los afectos terrenales y guiando a la verdad. 3) La obra del Espíritu Santo es regenerar a los creyentes,
LA ECUACIÓN DEL NÚMERO PI EN LOS JUEGOS OLÍMPICOS DE PARÍS.pdf
El Espíritu Santo: su naturaleza divina y obra en los creyentes
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III Trimestre de 2014
Las enseñanzas de Jesús
Notas de Elena G. de White
Lección 3
19 de julio 2014
El Espíritu Santo:
Sábado 12 de julio
Cuando Cristo dio a sus discípulos la promesa del Espíritu, se estaba
acercando al fin de su ministerio terrenal. Estaba a la sombra de la cruz, con
una comprensión plena de la carga de culpa que estaba por descansar sobre
él como portador del pecado.
Antes de ofrecerse a sí mismo como víctima destinada al sacrificio, ins-
truyó a sus discípulos en cuanto a la dádiva más esencial y completa que iba
a conceder a sus seguidores: el don que iba a poner al alcance de ellos los
recursos inagotables de su gracia. "Y yo rogaré al Padre y os dará otro Con-
solador, para que esté con vosotros para siempre: al Espíritu de verdad, al
cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce: más vosotros
le conocéis; porque está con vosotros, y será en vosotros" (S. Juan
14:16,17). El Salvador estaba señalando adelante al tiempo cuando el Espí-
ritu Santo vendría para realizar una obra poderosa como su representante. El
mal que se había estado acumulando durante siglos, habría de ser resistido
por el divino poder del Espíritu Santo (Los hechos de los apóstoles, p. 39).
Domingo 13 de julio: El representante de Cristo
Antes de ofrecerse como víctima pata el sacrificio, Cristo buscó el don
más esencial y completo que pudiese otorgar a sus seguidores, un don que
pusiese a su alcance los ilimitados recursos de la gracia. "Yo rogaré al Padre
y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: Al Es-
píritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le
conoce: mas vosotros le conocéis; porque está con vosotros, y será en voso-
tros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros" (S. Juan 14:16-18).
Antes de esto, el Espíritu había estado en el mundo; desde el mismo
principio de la obra de redención había estado moviendo los corazones hu-
manos. Pero mientras Cristo estaba en la tierra, los discípulos no habían
deseado otro ayudador. Y antes de verse privados de su presencia no senti-
rían su necesidad del Espíritu, pero entonces vendría.
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El Espíritu Santo es el representante de Cristo, pero despojado de la per-
sonalidad humana e independiente de ella. Estorbado por la humanidad,
Cristo no podía estar en todo lugar personalmente.
Por lo tanto, convenía a sus discípulos que fuese al Padre y enviase el
Espíritu como su sucesor en la Tierra. Nadie podría entonces tener ventaja
por su situación o su contacto personal con Cristo. Por el Espíritu, el Salva-
dor sería accesible a todos. En este sentido, estaría más cerca de ellos que si
no hubiese ascendido a lo alto [...].
El Consolador es llamado el "Espíritu de verdad". Su obra consiste en
definir y mantener la verdad. Primero mora en el corazón como el Espíritu
de verdad, y así llega a ser el Consolador.
Hay consuelo y paz en la verdad, pero no se puede hallar verdadera paz
ni consuelo en la mentira. Por medio de falsas teorías y tradiciones es como
Satanás obtiene su poder sobre la mente. Induciendo a los hombres a adop-
tar normas falsas, tuerce el carácter. Por medio de las Escrituras, el Espíritu
Santo habla a la mente y graba la verdad en el corazón. Así expone el error,
y lo expulsa del alma. Por el Espíritu de verdad, obrando por la Palabra de
Dios, es como Cristo subyuga a sí mismo a sus escogidos.
Al describir a sus discípulos la obra y el cargo del Espíritu Santo, Jesús
trató de inspirarles el gozo y la esperanza que alentaba su propio corazón.
Se regocijaba por la ayuda abundante que había provisto para su iglesia. El
Espíritu Santo era el más elevado de todos los dones que podía solicitar de
su Padre para la exaltación de su pueblo. El Espíritu iba a ser dado como
agente regenerador, y sin esto el sacrificio de Cristo habría sido inútil.
El poder del mal se había estado fortaleciendo durante siglos, y la sumi-
sión de los hombres a este cautiverio satánico era asombrosa.
El pecado podía ser resistido y vencido únicamente por la poderosa in-
tervención de la tercera persona de la Divinidad, que iba a venir no con
energía modificada, sino en la plenitud del poder divino. El Espíritu es el
que hace eficaz lo que ha sido realizado por el Redentor del mundo. Por el
Espíritu es purificado el corazón. Por el Espíritu llega a ser el creyente par-
ticipe de la naturaleza divina. Cristo ha dado su Espíritu como poder divino
para vencer todas las tendencias hacia el mal, hereditarias y cultivadas, y
para grabar su propio carácter en su iglesia (El Deseado de todas las gentes,
p. 622-625).
Lunes 14 de julio: El Espíritu Santo es una persona.
El Espíritu Santo es una persona, porque testifica en nuestros espíritus
que somos hijos de Dios. Cuando se da este testimonio lleva consigo su
propia evidencia. En esas ocasiones creemos y estamos seguros de que so-
mos los hijos de Dios [...].
El Espíritu Santo tiene una personalidad, de lo contrario no podría dar
testimonio a nuestros espíritus y con nuestros espíritus de que somos hijos
de Dios. Debe ser una persona divina, además, porque en caso contrario no
podría escudriñar los secretos que están ocultos en la mente de Dios. "Por-
que ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del
hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino
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el Espíritu de Dios" (1 Corintios 2:11) (El evangelismo, p. 447).
Dios toma a los hombres como son, y los educa para su servicio, si ellos
quieren entregarse a él. El Espíritu de Dios, recibido en el alma, vivifica
todas sus facultades. Bajo la dirección del Espíritu Santo, la mente, consa-
grada sin reservas a Dios, se desarrolla armoniosamente, y queda fortalecida
para comprender y cumplir lo que Dios requiere. El carácter débil y vacilan-
te se vuelve fuerte y firme. La devoción continua establece una relación tan
íntima entre Jesús y sus discípulos que el cristiano se vuelve más semejante
a su Maestro en carácter. Tiene una visión más clara y amplia. Su discerni-
miento es más penetrante, su criterio mejor equilibrado. Queda tan avivado
por el poder vivificador del Sol de justicia, que es habilitado para llevar
mucho fruto para gloria de Dios.
Cristo prometió que el Espíritu Santo habitaría en aquellos que luchasen
para obtener la victoria sobre el pecado, para demostrar el poder de la fuer-
za divina dotando al agente humano de fuerza sobrenatural e instruyendo al
ignorante en los misterios del reino de Dios. ¿De qué nos valdría que el
unigénito Hijo de Dios se hubiese humillado, soportase las tentaciones del
astuto enemigo, y muriese, el justo por los injustos, si el Espíritu no fuese
dado como agente constante de la regeneración, para hacer eficaz en cada
caso individual lo que fue logrado por el Redentor del mundo?
El Espíritu Santo habilitó a los discípulos para exaltar solamente al Se-
ñor, y guió la pluma de los historiadores sagrados, para que el mundo tuvie-
se registradas las palabras y las obras de Cristo. Hoy día este Espíritu está
obrando constantemente, tratando de atraer la atención de los hombres al
gran sacrificio hecho en la cruz del Calvario, para revelar al mundo el amor
de Dios al hombre, y para dar al alma convencida acceso a las promesas de
la Escritura.
Es el Espíritu el que hace resplandecer en las mentes entenebrecidas los
brillantes rayos del Sol de justicia; el que hace arder el corazón de los hom-
bres dentro de sí mismos con la recién despertada comprensión de las ver-
dades de la eternidad; el que presenta a la mente la gran norma de justicia, y
convence de pecado; el que inspira fe en el único que puede salvar del pe-
cado; el que obra para transformar el carácter retirando los afectos de los
hombres de aquellas cosas que son temporales y perecederas, y fijándolos
en la herencia eterna. El Espíritu crea de nuevo, refina y santifica a los seres
humanos, preparándolos para ser miembros de la familia real, hijos del Rey
celestial (Obreros evangélicos, p. 302-304).
Martes 15 de julio: El Espíritu Santo es de naturaleza divina
El Consolador que Cristo prometió enviar después de su ascensión al
cielo es el Espíritu en toda la plenitud de la Deidad, que pone de manifiesto
el poder de la gracia divina a todos los que reciben a Cristo y creen en él
como un Salvador personal.
Hay tres personas vivientes en el trío celestial: en el nombre de esos tres
grandes poderes: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, son bautizados los
que reciben a Cristo por medio de una fe viviente, y esos poderes coopera-
rán con los obedientes súbditos del cielo en sus esfuerzos por vivir una nue-
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va vida en Cristo (En lugares celestiales, p. 336).
La gloria del evangelio está reflejada en el compromiso de restaurar la
imagen divina en la raza caída. La Deidad se llenó de compasión por la
familia humana, y el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se dedicaron a traba-
jar en el plan de redención (Review and Herald, 2 de mayo de 1912).
Debemos orar con tanto fervor por el advenimiento del Espíritu Santo,
como oraron los discípulos por él en el día de Pentecostés.
Si ellos lo necesitaban en aquel tiempo, más lo necesitamos nosotros
hoy. Toda clase de doctrinas falsas, herejías y engaños, está descarriando
las mentes de los hombres; y sin la ayuda del Espíritu, nuestros esfuerzos
por presentar la verdad divina, serán en vano.
Estamos viviendo en el tiempo del derramamiento del poder del Espíritu
Santo. El Espíritu procura manifestarse mediante los instrumentos humanos,
aumentando de esta manera su influencia en el mundo. Porque cualquier
hombre que bebe del agua de la vida, será, "una fuente de agua que salte
para vida eterna" (S. Juan 4:14); y la bendición no quedará confinada a él
mismo, sino que será compartida por otros [...].
Rechazar el Espíritu Santo, a través de cuyo poder vencemos la fuerza
del mal, es el pecado que sobrepasa a todos los demás, porque nos separa de
la fuente de nuestro poder, de Cristo, y de la comunión con él [...].
La batalla entre el bien y el mal no ha disminuido en violencia desde los
días del Salvador. El camino que conduce al cielo no es más suave ahora
que entonces. Todos nuestros pecados deben ser abandonados. Toda com-
placiente indulgencia que obstruye nuestra vida religiosa debe desaparecer.
El ojo derecho y la mano derecha deben ser sacrificados, si es que son mo-
tivos de ofensa.
¿Estamos dispuestos a renunciar a nuestra propia sabiduría y a recibir el
reino del cielo, como niñitos? ¿Estamos dispuestos a abandonar nuestra
justicia propia? ¿Estamos dispuestos a sacrificar la aprobación de los hom-
bres? El precio de la vida eterna es de valor infinito. ¿Estamos dispuestos a
recibir la ayuda del Espíritu Santo, a colaborar con él, realizando esfuerzos
y sacrificios proporcionales al valor del objeto que debemos alcanzar?
El corazón del hombre debe ser la morada del Espíritu Santo.
La paz de Cristo, que sobrepasa toda comprensión, debe descansar en
vuestra alma, y el poder transformador de su gracia debe obrar en vuestra
vida y capacitaros para las cortes de gloria (Nuestra elevada vocación, p.
157).
Miércoles 16 de julio: La obra del Espíritu Santo.
El oficio del Espíritu Santo se especifica claramente en las palabras de
Cristo: "Cuando él viniere redargüirá al mundo de pecado, y de justicia, y
de juicio" (S. Juan 16:8). Es el Espíritu Santo el que convence de pecado. Si
el pecador responde a la influencia vivificadora del Espíritu, será inducido a
arrepentirse y a comprender la importancia de obedecer los requerimientos
divinos.
Al pecador arrepentido, que tiene hambre y sed de justicia, el Espíritu
Santo le revela el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. "Tomará
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de lo mío, y os lo hará saber", dijo Cristo. "Él os enseñará todas las cosas, y
os recordará todas las cosas que os he dicho" (S. Juan 16:14; 14:26).
El Espíritu Santo se da como agente regenerador, para hacer efectiva la
salvación obrada por la muerte de nuestro Redentor.
El Espíritu Santo está tratando constantemente de llamar la atención de
los hombres a la gran ofrenda hecha en la cruz del Calvario, de exponer al
mundo el amor de Dios, y abrir al alma arrepentida las cosas preciosas de
las Escrituras.
Después de convencer de pecado, y de presentar ante la mente la norma
de justicia, el Espíritu Santo quita los afectos de las cosas de esta tierra, y
llena el alma con un deseo de santidad.
"Él os guiará a toda verdad" (S. Juan 16:13), declaró el Salvador.
Si los hombres están dispuestos a ser amoldados, se efectuará la santifi-
cación de todo el ser. El Espíritu tomará las cosas de Dios y las imprimirá
en el alma. Mediante su poder, el camino de la vida será hecho tan claro que
nadie necesite errar.
Desde el principio Dios ha estado obrando por su Espíritu Santo median-
te instrumentos humanos para el cumplimiento de su propósito en favor de
la raza caída. Esto se manifestó en la vida de los patriarcas. A la iglesia del
desierto también, en los días de Moisés, Dios le dio su "Espíritu para ense-
ñarlos" (Nehemías 9:20). Y en los días de los apóstoles obró poderosamente
en favor de su iglesia por medio del Espíritu Santo. El mismo poder que
sostuvo a los patriarcas, que dio fe y ánimo a Caleb y Josué, y que hizo efi-
caz la obra de la iglesia apostólica, sostuvo a los fieles hijos de Dios en cada
siglo sucesivo. Fue el poder del Espíritu Santo lo que durante la época del
obscurantismo permitió a los cristianos valdenses contribuir a la prepara-
ción del terreno para la Reforma. Fue el mismo poder lo que hizo eficaces
los esfuerzos de muchos nobles hombres y mujeres que abrieron el camino
para el establecimiento de las misiones modernas, y para la traducción de la
Biblia a los idiomas y dialectos de todas las naciones y pueblos.
Y hoy, Dios sigue usando su iglesia para dar a conocer su propósito en la
Tierra. Hoy los heraldos de la cruz van de ciudad en ciudad, y de país en
país para preparar el camino para la segunda venida de Cristo. Se exalta la
norma de la Ley de Dios. El Espíritu del Todopoderoso conmueve el cora-
zón de los hombres, y los que responden a su influencia llegan a ser testigos
de Dios y de su verdad. Pueden verse en muchos lugares hombres y mujeres
consagrados comunicando a otros la luz que les aclaró el camino de la sal-
vación por Cristo. Y mientras continúan haciendo brillar su luz, como aque-
llos que fueron bautizados con el Espíritu en el día de Pentecostés, reciben
más y aun más del poder del Espíritu. Así la tierra ha de ser iluminada con
la gloria de Dios (Los hechos de los apóstoles, p. 43, 44).
Jueves 17 de julio: Llenos del Espíritu Santo.
En el transcurso de la dispensación hebrea la influencia del Espíritu de Dios
se reveló en forma señalada, pero no plena. Durante siglos se habían eleva-
do oraciones pidiendo el cumplimiento de la promesa divina referente al
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otorgamiento de su Espíritu; ninguna de esas fervientes súplicas había sido
olvidada.
Cristo decidió que cuando él ascendiera al cielo, concedería un don a los
que habían creído y a los que creerían en él. ¿Qué don sería lo suficiente-
mente rico para señalar y embellecer su ascención baria el trono del Interce-
sor? Debía ser digno de su grandeza y condición de rey. Resolvió dar su
representante, la tercera persona de la Divinidad. Este don no se podía so-
brepujar.
Cristo quería dar todos los dones en uno, y por lo tanto, su donación fue el
Espíritu divino, poder santificador, que ilumina y convierte [...].
El Espíritu fue dado según la promesa de Cristo, y como un fuerte viento
descendió sobre los que estaban congregados, llenando toda la casa. Des-
cendió con plenitud y poder como si por siglos hubiera estado contenido; y
se derramó sobre la iglesia, para que ésta lo transmitiera al mundo [...].
Los creyentes se convirtieron de nuevo. Los pecadores se unieron con los
cristianos para buscar la perla de gran precio [...].
Cada cristiano veía en su hermano la divina imagen de la benevolencia y el
amor. Un solo interés prevalecía. Un solo tema sorbía todos los demás. To-
dos los pulsos latían en sano concierto.
La única ambición de los creyentes era ver quién podía revelar con mayor
perfección la semejanza del carácter de Cristo, y quién podía hacer más para
ensanchar su reino.
Se envió el Espíritu Santo como el tesoro más preciado que el hombre pu-
diera recibir (Meditaciones matinales 1952, p. 37).
Solo mediante la confesión y el abandono del pecado, la oración ferviente y
la consagración a Dios, los discípulos pudieron estar preparados para el
derramamiento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés. Una obra seme-
jante, pero en un grado superlativo, debe hacerse ahora. Luego, lo único que
necesita realizar el agente humano es solicitar la bendición, y esperar que el
Señor lo perfeccione. Es Dios quien comienza y termina la obra que hace al
creyente completo en Cristo Jesús. Sin embargo, no debemos ser descuida-
dos con la gracia representada por la lluvia temprana.
Únicamente los que viven en armonía con la iluminación obtenida, recibi-
rán más luz. A menos que avancemos diariamente en la ejemplificación de
las activas virtudes cristianas, no estaremos en condiciones de reconocer la
manifestación del Espíritu Santo en la lluvia tardía. Alrededor, otros cora-