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II Trimestre de 2015
El libro de Lucas
Notas de Elena G. de White
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Lección 11
13 de junio 2015
El Reino de Dios:
Sábado 6 de junio
¡Cuánto quisiera que el pueblo de Dios comprendiera sus privilegios y en-
tendiera, gracias a la luz que emana de la Palabra de Dios, que seremos juz-
gados de acuerdo con la luz que resplandece en nuestra senda! Todos los
privilegios y oportunidades que Dios nos ha dado, tienen el propósito de ha-
cer de nosotros mejores hombres y mujeres. El pueblo de Dios debe avanzar
a partir de un principio bien definido, de manera que su primer propósito sea
buscar el reino de Dios y su justicia y de allí en adelante avanzar desde la luz
a una luz aún mayor. Toda alma que realmente cree en la Palabra de Dios lo
revelará por medio de sus obras. La gran bondad de Dios se manifiesta am-
pliamente en su voluntad (Cada día con Dios, p. 50).
Por la vida que vivimos mediante la gracia de Cristo se forma el carácter.
La belleza original empieza a ser restaurada en el alma. Los atributos del
carácter de Cristo son impartidos, y la imagen del Ser divino empieza a res-
plandecer. Los rostros de los hombres y mujeres que andan y trabajan con
Dios expresan la paz del cielo. Están rodeados por la atmósfera celestial.
Para esas almas, el reino de Dios empezó ya. Tienen el gozo de Cristo, el
gozo de beneficiar a la humanidad. Tienen la honra de ser aceptados para
servir al Maestro; se les ha confiado el cargo de hacer su obra en su nombre
(El Deseado de todas las gentes, p. 279).
La expresión “reino de Dios”, tal cual la emplea la Biblia, significa tanto
el reino de la gracia como el de la gloria. El reino de la gracia es presentado
por San Pablo en la Epístola a los Hebreos. Después de haber hablado de
Cristo como del intercesor que puede “compadecerse de nuestras flaquezas”,
el apóstol dice: “Lleguémonos pues confiadamente al trono de la gracia, para
alcanzar misericordia, y hallar gracia” (Hebreos 4:16). El trono de la gracia
representa el reino de la gracia; pues la existencia de un trono envuelve la
existencia de un reino. En muchas de sus parábolas, Cristo emplea la expre-
sión, “el reino de los cielos”, para designar la obra de la gracia divina en los
corazones de los hombres. Asimismo el trono de la gloria representa el reino
de la gloria y es a este reino al que se refería el Salvador en las palabras:
“Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles
con él, entonces se sentará sobre el trono de su gloria; y serán reunidas delan-
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te de él todas las gentes” (Mateo 25:31, 32).
Este reino está aún por venir. No quedará establecido sino en el segundo
advenimiento de Cristo. El reino de la gracia fue instituido inmediatamente
después de la caída del hombre, cuando se ideó un plan para la redención de
la raza culpable. Este reino existía entonces en el designio de Dios y por su
promesa; y mediante la fe los hombres podían hacerse sus súbditos. Sin em-
bargo, no fue establecido en realidad hasta la muerte de Cristo. Aun después
de haber iniciado su misión terrenal, el Salvador, cansado de la obstinación e
ingratitud de los hombres, habría podido retroceder ante el sacrificio del Cal-
vario. En Getsemaní la copa del dolor le tembló en la mano. Aun entonces,
hubiera podido enjugar el sudor de sangre de su frente y dejar que la raza
culpable pereciese en su iniquidad. Si así lo hubiera hecho no habría habido
redención para la humanidad caída. Pero cuando el Salvador hubo rendido la
vida y exclamado en su último aliento: “Consumado es”, entonces el cum-
plimiento del plan de la redención quedó asegurado. La promesa de salvación
hecha a la pareja culpable en el Edén quedó ratificada. El reino de la gracia,
que hasta entonces existiera por la promesa de Dios, quedó establecido (El
conflicto de los siglos, pp. 395, 396).
Domingo 7 de junio:
Características del reino de Dios - 1a parte
Así transcurrían los días de la vida terrenal de Jesús. A menudo despedía a
sus discípulos para que visitaran sus hogares y descansasen, pero resistía
amablemente a sus esfuerzos de apartarle de sus labores... Temprano por la
mañana, Pedro y sus compañeros vinieron a Jesús diciendo que ya le estaba
buscando el pueblo de Capernaúm. Los discípulos habían quedado amarga-
mente chasqueados por la recepción que Cristo había encontrado hasta en-
tonces. Las autoridades de Jerusalén estaban tratando de asesinarle; aun sus
conciudadanos habían procurado quitarle la vida; pero en Capernaúm se le
recibía con gozoso entusiasmo, y las esperanzas de los discípulos se reanima-
ron.
Tal vez entre los galileos amantes de la libertad se hallaban los sostenedo-
res del nuevo reino. Pero con sorpresa oyeron a Cristo decir estas palabras:
“También a otras ciudades es necesario que anuncie el evangelio del reino de
Dios; porque para esto soy enviado”. En la agitación que dominaba en Ca-
pernaúm, había peligro de que se perdiese de vista el objeto de su misión.
Jesús no se sentía satisfecho atrayendo la atención a sí mismo como tauma-
turgo o sanador de enfermedades físicas. Quería atraer a los hombres a sí
como su Salvador. Y mientras la gente quería anhelosamente creer que había
venido como rey, a fin de establecer un reino terrenal, él deseaba desviar su
mente de lo terrenal a lo espiritual. El mero éxito mundanal estorbaría su
obra (El Deseado de todas las gentes, pp. 225, 226).
Por el plan de salvación, Jesús está quebrantando el dominio de Satanás
sobre la familia humana, y rescatando almas de su poder. Todo el odio y la
malicia del jefe de los rebeldes se encienden cuando contempla la evidencia
de la supremacía de Cristo, y con poder y astucia infernales trabaja para arre-
batarle el residuo de los hijos de los hombres que han aceptado su salva-
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ción... El hombre no puede por sí mismo hacer frente a estas acusaciones.
Con sus ropas manchadas de pecado, confiesa su culpabilidad delante de
Dios. Pero Jesús, nuestro Abogado, presenta una súplica en favor de todos
los que mediante el arrepentimiento y la fe le han confiado el cuidado de sus
almas. Intercede por su causa y vence a su acusador con los poderosos argu-
mentos del Calvario...
Todos los que se hayan revestido del manto de la justicia de Cristo subsis-
tirán delante de él como escogidos fieles y veraces. Satanás no puede arran-
carlos de la mano de Cristo. Cristo no dejará que una sola alma que con arre-
pentimiento y fe haya pedido su protección, caiga bajo el poder del enemi-
go... No podemos contestar las acusaciones de Satanás contra nosotros. Cris-
to solo puede presentar una intercesión eficaz en nuestro favor. Él puede
hacer callar al acusador con argumentos que no están basados en nuestros
méritos, sino en los suyos (Exaltad a Jesús, p. 228).
Lunes 8 de junio:
Características del reino de Dios - 2a parte
Si os aferráis a la fortaleza del poderoso Ayudador, y no argüís con vues-
tro adversario, y nunca os quejáis de Dios, las promesas se cumplirán. La
experiencia que obtengáis hoy confiando en él, os ayudará para hacer frente a
las dificultades de mañana, Cada día debéis confiar como niñitos y acercaros
más a Jesús y al cielo. Al hacer frente a las pruebas y las dificultades diarias
con una confianza inconmovible en Dios, probaréis una vez y otra las prome-
sas del cielo, y cada vez aprenderéis una lección de fe. Así obtendréis forta-
leza para resistir la tentación, y cuando os vengan las pruebas más duras,
estaréis en condiciones de soportarlas (Nuestra elevada vocación, p. 328).
La caída de nuestros primeros padres quebró la cadena de oro de la obe-
diencia implícita de la mente humana a la divina. La obediencia ya no se
consideraba como una absoluta necesidad. Los agentes humanos seguían sus
propias imaginaciones que, según lo que Dios dijo acerca de los habitantes
del mundo antiguo, eran malas, y continuas. El Señor Jesús declara: “He
guardado los mandamientos de mi Padre”. ¿Cómo? Como hombre. “He aquí,
he venido a hacer tu voluntad oh Dios”. Hizo frente a las acusaciones de los
judíos, con un carácter puro, virtuoso y santo, y los desafió con las siguientes
palabras: “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” El Redentor del
mundo vino no solamente para ser un sacrificio por el pecado, sino como
ejemplo para el hombre en todas las cosas, un carácter santo, y humano. Era
un maestro, un educador, como el mundo jamás había visto o escuchado an-
tes. Habló como uno que tenía autoridad, y sin embargo conquistaba la con-
fianza de todos...
El Hijo unigénito del Dios infinito, por sus propias palabras y por su
ejemplo práctico, nos dejó una norma sencilla que hemos de copiar. Por sus
palabras él nos ha educado para obedecer a Dios, y por su propio ejemplo
nos ha mostrado cómo podemos obedecer a Dios (Mensajes selectos, tomo 3,
pp. 156, 157).
Jesús contribuyó para que todo el mundo tenga un conocimiento inteli-
gente de su misión. Vino a nuestro mundo a representar el carácter del Padre,
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y a medida que estudiamos la vida, las palabras y las obras de Cristo, somos
auxiliados de toda forma en la educación de la obediencia a Dios; y a medida
que reproducimos su ejemplo, nos transformamos en epístolas vivientes co-
nocidas y leídas por todos. Somos agentes vivos que representan el carácter
de Jesucristo ante el mundo. Cristo no solo dio reglas explícitas para mos-
trarnos cómo podemos llegar a ser hijos obedientes, sino que también nos
demostró en su vida y en su carácter cómo hacer las cosas que son justas y
aceptables para Dios; por tanto, no hay excusa para que no hagamos lo que
es agradable a sus ojos...
El gran Maestro vino a este mundo para ponerse al frente de la humani-
dad, para así elevarla y santificarla por su obediencia santa a todo requisito
divino, demostrando que es posible obedecer todos los mandamientos de
Dios. Demostró que es posible la obediencia de toda la vida. Por eso dio al
mundo, como el Padre nos lo dio a él, a hombres elegidos y representativos,
para que ejemplificaran en sus vidas la vida de Jesucristo (Dios nos cuida, p.
339).
Martes 9 de junio:
El reino de Dios: ya, pero no todavía
Ahora debemos vigilarnos a nosotros mismos. Se nos han dirigido adver-
tencias. ¿No podemos ver el cumplimiento de las predicciones de Cristo con-
tenidas en el capítulo 21 de Lucas? ¿Cuántos son los que estudian las pala-
bras del Señor? ¿Cuántos hay que se engañan a sí mismos y se privan de las
bendiciones reservadas a los que creen y obedecen? El tiempo de gracia se
prolonga todavía, y se nos ofrece la posibilidad de apropiarnos de la esperan-
za que el evangelio nos presenta. Arrepintámonos, convirtámonos y abando-
nemos nuestros pecados, para que sean borrados. “El cielo y la tierra pasarán;
mas mis palabras no pasarán. Y mirad por vosotros; que vuestros corazones
no sean cargados de glotonería y embriaguez, y de los cuidados de esta vida,
y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá
sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra. Velad pues, orando
en todo tiempo, que seáis tenidos por dignos de evitar todas estas cosas que
han de venir y de estar en pie delante del Hijo del hombre” (Lucas 21:33-36).
¿No prestaremos atención a las advertencias de Cristo? ¿No nos arrepentire-
mos sinceramente mientras que la dulce voz de la misericordia se deja oír
todavía? (Joyas de los testimonios, tomo 3, p. 416).
Pero a medida que el espíritu de humildad y piedad fue reemplazado en la
iglesia por el orgullo y formalismo, se enfriaron el amor a Cristo y la fe en su
venida. Absorbido por la mundanalidad y la búsqueda de placeres, el profeso
pueblo de Dios fue quedando ciego y no vio las instrucciones del Señor refe-
rentes a las señales de su venida. La doctrina del segundo advenimiento ha-
bía sido descuidada; los pasajes de las Sagradas Escrituras que a ella se refie-
ren fueron obscurecidos por falsas interpretaciones, hasta quedar ignorados y
olvidados casi por completo. Tal fue el caso especialmente en las iglesias de
los Estados Unidos de Norteamérica. La libertad y comodidad de que goza-
ban todas las clases de la sociedad, el deseo ambicioso de riquezas y lujo,
que creaba una atención exclusiva a juntar dinero, la ardiente persecución de
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la popularidad y del poder, que parecían estar al alcance de todos, indujeron
a los hombres a concentrar sus intereses y esperanzas en las cosas de esta
vida, y a posponer para el lejano porvenir aquel solemne día en que el pre-
sente estado de cosas habrá de acabar. Cuando el Salvador dirigió la atención
de sus discípulos hacia las señales de su regreso, predijo el estado de aposta-
sía que existiría precisamente antes de su segundo advenimiento. Habría,
como en los días de Noé, actividad febril en los negocios mundanos y sed de
placeres, y los seres humanos iban a comprar, vender, sembrar, edificar, ca-
sarse y darse en matrimonio, olvidándose entre tanto de Dios y de la vida
futura. La amonestación de Cristo para los que vivieran en aquel tiempo es:
“Mirad, pues, por vosotros mismos, no sea que vuestros corazones sean en-
torpecidos con la glotonería, y la embriaguez, y los cuidados de esta vida, y
así os sobrevenga de improviso aquel día.” “Velad, pues, en todo tiempo, y
orad, a fin de que logréis evitar todas estas cosas que van a suceder, y estar
en pie delante del Hijo del hombre.” (Lucas 21:34, 36, V.M.) (El conflicto
ele los siglos, pp. 354, 355).
Miércoles 10 de junio:
El reino y la segunda venida de Cristo
Hay motivo para inquietarse por el estado religioso del mundo actual. Se
ha jugado con la gracia de Dios. La multitud ha anulado la ley de Dios “en-
señando doctrinas y mandamientos de hombres” (Mateo 15:9). La increduli-
dad prevalece en muchas iglesias de nuestra tierra; no es una incredulidad en
el sentido más amplio, que niegue abiertamente la Sagrada Escritura, sino
una incredulidad envuelta en la capa del cristianismo, mientras mina la fe en
la Biblia como revelación de Dios. La devoción ferviente y la piedad viva
han cedido el lugar a un formalismo hueco. Como resultado prevalece la
apostasía y el sensualismo. Cristo declaró: “Asimismo también como fue en
los días de Lot... como esto será el día en que el Hijo del hombre se manifes-
tará” (Lucas 17:28- 30). El registro diario de los acontecimientos atestigua el
cumplimiento de estas palabras. El mundo está madurando rápidamente para
la destrucción. Pronto se derramarán los juicios de Dios, y serán consumidos
el pecado y los pecadores (Patriarcas y profetas, p. 162).
Estamos ahora en los mismos umbrales del mundo eterno; pero es el pro-
pósito del adversario de las almas inducimos a postergar la terminación del
tiempo. Satanás asaltará de toda manera posible a los que profesan ser el
pueblo que guarda los mandamientos de Dios y espera la segunda aparición
de nuestro Salvador en las nubes de los cielos con poder y grande gloria.
Inducirá a tantos como pueda a postergar el día malo, y a llegar a ser en espí-
ritu como el mundo, y a imitar sus costumbres. Me sentí alarmada al ver que
el espíritu del mundo estaba dominando los corazones y las mentes de mu-
chos que hacen alta profesión de la verdad. Ellos albergan el egoísmo y la
complacencia propia; pero no cultivan la verdadera piedad y la estricta inte-
gridad...
Considerando la brevedad del tiempo, debiéramos, como pueblo, velar y
orar, y en ningún caso dejarnos distraer de la solemne obra de preparación
para el gran acontecimiento que nos espera. Porque el tiempo se alarga apa-
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rentemente, muchos han llegado a ser descuidados e indiferentes acerca de
sus palabras y acciones. No comprenden su peligro, y no ven ni entienden la
misericordia de nuestro Dios al prolongar su tiempo de gracia a fin de que
tengan tiempo para adquirir un carácter digno de la vida futura e inmortal.
Cada momento es del más alto valor. Les es concedido tiempo, no para dedi-
carlo a estudiar sus propias comodidades y ser moradores de la tierra, sino
para emplearlo en la obra de vencer todo defecto de su propio carácter, y en
ayudar a otros, por su ejemplo y esfuerzo personal, a ver la belleza de la san-
tidad. Dios tiene en la tierra un pueblo que con-fe y santa esperanza, está
siguiendo el rollo de la profecía que rápidamente se cumple, y cuyos miem-
bros están tratando de purificar sus almas obedeciendo a la verdad, a fin de
no ser hallados sin ropa de boda cuando Cristo aparezca (Testimonios selec-
tos, tomo 3, pp. 305, 306).
Jueves 11 de junio:
Testigos
El último acto de Cristo antes de dejar esta tierra consistió en comisionar
a sus embajadores para ir al mundo con su verdad. Sus últimas palabras tu-
vieron el propósito de impresionar a los discípulos con el pensamiento de que
a ellos se les había confiado en custodia el mensaje del cielo para el mundo.
En obediencia al mandato del Señor, los discípulos regresaron a Jerusalén y
esperaron allí el prometido derramamiento del Espíritu Santo. Hubo inteli-
gencias celestiales que cooperaron con ellos y otorgaron poder al mensaje
que llevaban. El Espíritu Santo dio eficacia a sus esfuerzos misioneros, y en
una ocasión tres mil se convirtieron en un día. Pablo, milagrosamente trans-
formado de cruel perseguidor en creyente celoso, se agregó al número de los
discípulos. A él se le confió en una manera especial la obra de dar el mensaje
a los gentiles (Alza tus ojos, p. 98).
Los apóstoles no cumplían su misión por su propio poder, sino con el del
Dios Viviente. Su tarea no era fácil. Las primeras labores de la iglesia cris-
tiana se realizaron bajo opresión y amarga aflicción. Los discípulos encon-
traban constantemente privaciones, calumnias y persecuciones en su trabajo;
pero no consideraban sus propias vidas como caras; antes se regocijaban
porque eran llamados a sufrir por Cristo. La irresolución, la indecisión, y la
debilidad de propósito no hallaban cabida en sus esfuerzos. Estaban dispues-
tos a gastar y ser gastados. El sentido de la responsabilidad que descansaba
sobre ellos, purificaba y enriquecía sus vidas; y la gracia del cielo se revelaba
en las conquistas que lograron para Cristo. Con el poder de la omnipotencia,
Dios obraba por intermedio de ellos para hacer triunfar el evangelio (Los
hechos de los apóstoles, p. 475). El momento exacto de la segunda venida de
Cristo no ha sido revelado. Jesús dijo: “Pero del día y la hora nadie sabe”.
Sin embargo dio señales de su venida, y dijo: Cuando veáis todas estas cosas,
conoced que está cerca, a las puertas” (Mateo 24:48, 36, 33). Las ofreció
como manifiestas señales de su venida: “Levantad vuestra cabeza, porque
vuestra redención está cerca” (Lucas 21:28). En vista de estas cosas el após-
tol escribió: “Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel
día os sorprenda como ladrón. Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos