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III Trimestre de 2014 
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La Ley de Dios: 
Sábado 30 de agosto En el Sinaí, Dios repitió su santa ley para que su pueblo no lo deshonrara desobedeciendo sus estatutos sino que los obedeciera y viviera por ellos. Sin embargo, el mundo cristiano declara que Cristo murió en la cruz para abolir la ley de Dios. Las leyes ceremoniales, con sus tipos y sombras, per- manecerían hasta que los símbolos se encontraran con la realidad. Las ofrendas de sacrificio, que revelaban constantemente que Cristo vendría al mundo, dejaron de tener valor cuando Jesús murió. Pero la ley real no podía ser cambiada. Jesús declaró a sus discípulos y a los fariseos: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cum- plido. De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será lla- mado grande en el reino de los cielos” (Mateo 5:17-19). Las palabras que Cristo le dirigirá al transgresor en el día del Juicio re- tributivo serán suficientes para condenarlo aunque no existiera otra eviden- cia de la perpetuidad de la ley de Jehová. El Decálogo no es un símbolo ni una sombra. Y el cuarto mandamiento, el día cuando dejamos de lado todos nuestros negocios para observarlo como un recuerdo de la creación de los cielos y la tierra, también nos recuerda que mientras duren los cielos y la tierra, nada perecerá de la ley. La instrucción que Moisés dio a los hijos de Israel referente a los preceptos y estatutos de Dios, no se originó con Moi- sés sino con el mismo Dios del cielo. Cristo mismo estaba con ellos en las columnas de nube y de fuego. Cuando los hombres tratan de oponer al Cris- to del Antiguo Testamento con el Cristo del Nuevo, están actuando sin sa- biduría. Los israelitas eran salvos por Cristo así como nosotros lo somos en la actualidad (Review and Herald, 15 de julio de 1890). .
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Domingo 31 de agosto: Jesús no cambió la ley. Al hablar de la ley, dijo Jesús: “No he venido para abrogar, sino para cumplir”. Aquí usó la palabra “cumplir” en el mismo sentido que cuando declaró a Juan el Bautista su propósito de “cumplir toda justicia”, es decir, llenar la medida de lo requerido por la ley, dar un ejemplo de conformidad perfecta con la voluntad de Dios. Su misión era “magnificar la ley y en- grandecerla”. Debía enseñar la espiritualidad de la ley, presentar sus principios de vas- to alcance y explicar claramente su vigencia perpetua. La belleza divina del carácter de Cristo, de quien los hombres más nobles y más amables son tan solo un pálido reflejo; de quien escribió Salomón, por el Espíritu de inspira- ción, que es el “señalado entre diez mil... y todo él codiciable”; de quien David, viéndolo en visión profética, dijo: “Más hermoso eres que los hijos de los hombres”; Jesús, la imagen de la persona del Padre, el esplendor de su gloria; el que fue abnegado Redentor en toda su peregrinación de amor en el mundo, era una representación viva del carácter de la ley de Dios. En su vida se manifestó el hecho de que el amor nacido en el cielo, los princi- pios fundamentales de Cristo, sirven de base a las leyes de rectitud eterna. “Hasta que pasen el cielo y la tierra –dijo Jesús– ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido”. Por su propia obedien- cia a la ley, Jesús atestiguó su carácter inalterable y demostró que con su gracia puede obedecerla perfectamente todo hijo e hija de Adán. En el monte declaró que ni la jota más insignificante desaparecería de la ley hasta que todo se hubiera cumplido, a saber: todas las cosas que afectan a la raza humana, todo lo que se refiere al plan de redención. No enseña que la ley haya de ser abrogada alguna vez, sino que, a fin de que nadie suponga que era su misión abrogar los preceptos de la ley, dirige el ojo al más lejano confín del horizonte del hombre y nos asegura que hasta que se llegue a ese punto, la ley conservará su autoridad. Mientras perduren los cielos y la tie- rra, los principios sagrados de la ley de Dios permanecerán. Su justicia, “como los montes de Dios”, continuará, cual una fuente de bendición que envía arroyos para refrescar la tierra. Dado que la ley del Señor es perfecta y, por lo tanto, inmutable, es impo- sible que los hombres pecaminosos satisfagan por sí mismos la medida de lo que requiere. Por eso vino Jesús como nuestro Redentor. Era su misión, al hacer a los hombres partícipes de la naturaleza divina, ponerlos en armo- nía con los principios de la ley del cielo. Cuando renunciamos a nuestros pecados y recibimos a Cristo como nuestro Salvador, la ley es ensalzada. Pregunta el apóstol Pablo: “¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ningu- na manera, sino que confirmamos la ley” (El discurso maestro de Jesucris- to, pp. 46, 47). 
Lunes 1 de septiembre: Jesús profundizó el significado de la ley En el Sermón del Monte Cristo presentó ante sus discípulos los abarcan-
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tes principios de la ley de Dios. Enseñó a sus oyentes que se quebranta la ley con los pensamientos antes de que el mal deseo se convierta en realidad. Estamos obligados a controlar nuestros pensamientos y a ponerlos en suje- ción a la ley de Dios. Las nobles facultades de la mente nos han sido dadas por el Señor para que podamos emplearlas en contemplar las cosas celestia- les. Dios ha provisto en abundancia para que el alma pueda progresar conti- nuamente en la vida divina. Por dondequiera ha dispuesto instrumentos para que nos ayuden en el desarrollo del conocimiento y de la virtud; y sin em- bargo, ¡cuán poco se aprecian esos recursos y cuán poco se disfruta de ellos! ¡Con cuánta frecuencia se entrega la mente a la contemplación de lo que es terrenal, sensual y ruin! Dedicamos nuestro tiempo y pensamiento a las cosas triviales y vulgares del mundo, y descuidamos los grandes intere- ses que atañen a la vida eterna. Las nobles facultades de la mente se empe- queñecen y debilitan porque no se las ejercita en temas que son dignos de su concentración [Se cita Filipenses 4:8]. Todo el que desee participar de la naturaleza divina tenga en cuenta el hecho de que debe huir de la corrupción que hay en el mundo por la concu- piscencia. Debe haber una lucha constante y diligente del alma contra las impías imaginaciones de la mente. Es necesaria una firme resistencia ante la tentación de pecar en pensamiento o acción. Se debe guardar el alma de toda mancha mediante la fe en Aquel que es poderoso para guardamos sin caída. Debiéramos meditar en las Escrituras, pensando sobria y sinceramen- te en las cosas que atañen a nuestra salvación eterna. La misericordia infini- ta y el amor de Jesús, el sacrificio hecho por nosotros, demandan nuestra reflexión más seria y solemne. Deberíamos espaciamos en el carácter de nuestro amado Redentor e Intercesor. Debiéramos tratar de comprender el significado del plan de salvación. Tendríamos que meditar en la misión de Aquel que vino para salvar a su pueblo de sus pecados. Al contemplar cons- tantemente los temas celestiales, se fortalecerán nuestra fe y nuestro amor. Nuestras oraciones serán más y más aceptables ante Dios, porque estarán mezcladas cada vez más con fe y amor. Serán más inteligentes y fervientes. Habrá una confianza más constante en Jesús, y tendremos una experiencia diaria y viviente en cuanto a la voluntad y el poder de Cristo para salvar hasta lo sumo a todo el que se allega a Dios por medio de él. Contemplando [a Cristo] seremos transformados, y al meditar en las per- fecciones de nuestro Modelo divino, desearemos llegar a ser cambiados completamente y renovados a la imagen de su pureza. El alma tendrá ham- bre y sed de hacerse como Aquel a quien adoramos. Cuanto más concen- tremos nuestros pensamientos en Cristo, más hablaremos de él a otros y lo representaremos ante el mundo. Se nos llama a salir y a separamos del mundo para que seamos hijos e hijas del Altísimo; y estamos bajo la sagra- da obligación de glorificar a Dios como hijos suyos en la tierra. Es esencial que la mente se fije en Cristo para que podamos esperar hasta el fin la gra- cia que se nos traerá cuando Jesucristo se manifieste (Comentario bíblico adventista, tomo 3, p. 1163).
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Martes 2 de septiembre: Jesús y el séptimo mandamiento. 
Mientras Jesús estaba enseñando junto al lago, sus oyentes podían ver botes donde el placer y la holgazanería mostraban caracteres disipados. Esperaban que Cristo denunciara esa clase de vida. Pero se sorprendieron cuando declaró: “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo 5:27, 28). Aquellos que miraban a los que vivían vidas tan disipadas como si fueran los peores pecadores, se sorprendieron de escuchar que los que tienen pensamientos lascivos en su corazón son tan culpables como los mismos violadores físicos del séptimo mandamiento. Por otra parte, Jesús condenó la costumbre existente por la cual un hom- bre podía separarse de su esposa por asuntos triviales, y declaró que la cau- sa principal por desprenderse de la relación matrimonial tan fácilmente, eran sus pasiones depravadas, que veían al matrimonio como una barrera para la gratificación de su lujuria. Cristo propuso que era necesario estable- cer restricciones judiciales que solo permitieran la separación legal si hubie- se existido adulterio. Muchos que hasta ese momento habían creído que los mandamientos so- lo prohibían la ejecución física de esos pecados, percibieron que los precep- tos de Dios debían obedecerse tanto en el espíritu como en la letra de la ley (Folleto: Redemption: or the Teachings of Christ the Anionted One, pp. 73, 74). Para evitar que la enfermedad se extienda por el cuerpo y destruya la vi- da, el hombre permite que se le ampute hasta la mano derecha. Debería estar aún más dispuesto a renunciar a lo que pone en peligro la vida del alma. Las almas degradadas y esclavizadas por Satanás han de ser redimidas por el evangelio para participar de la libertad gloriosa de los hijos de Dios. El propósito de Dios no es únicamente libramos del sufrimiento que es con- secuencia inevitable del pecado, sino salvamos del pecado mismo. El alma corrompida y deformada debe ser limpiada y transformada para ser vestida, con “la luz de Jehová nuestro Dios”. Debemos ser “hechos conformes a la imagen de su Hijo”. “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman”. Solo la eternidad podrá revelar el destino glorioso del hombre en quien se restaure la imagen de Dios. Para que podamos alcanzar este alto ideal, debe sacrificarse todo lo que le causa tropiezo al alma. Por medio de la voluntad, el pecado retiene su dominio sobre nosotros. La rendición de la voluntad se representa como la extracción del ojo o la amputación de la mano. A menudo nos parece que entregar la voluntad a Dios es aceptar una vida contrahecha y coja; pero es mejor, dice Cristo, que el yo esté contrahecho, herido y cojo, si por este medio puede el individuo entrar en la vida. Lo que le parece desastre es la puerta de entrada al beneficio supremo (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 54, 55).
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Miércoles 3 de septiembre: Jesús y el quinto mandamiento. Muchas de las tradiciones judías eran tan insensatas e indignas que reba- jaban la religión; sin embargo, pasaban de generación en generación y mu- chos las consideraban palabra de Dios. Invenciones humanas, que conti- nuamente se tomaban más necias e inconsistentes, eran colocadas en pie de igualdad con la ley moral, hasta que en el tiempo del primer advenimiento de Cristo, la pura doctrina había sido reemplazada por falsas ideas. La codi- cia, el egoísmo, la avaricia, habían llevado a prácticas engañosas, de tal manera que la integridad del alma nacional se había perdido. Todas las prácticas estaban destinadas a robarle a Dios y a sus prójimos del servicio, la guía y el ejemplo que se requería de ellos. La Palabra de Dios no aparecía en sus concilios y sus almas eran víctimas maniatadas en el altar de Mamón. Cristo no prestaba atención a estas invenciones humanas; por el contra- rio, con su ejemplo quería establecer una distinción entre las teorías huma- nas y los requerimientos de Dios (Signs of the Times, 3 de enero de 1900). Jesús no intentó defenderse a sí mismo o a sus discípulos. No aludió a las acusaciones dirigidas contra él, sino que procedió a desenmascarar el espíritu que impulsaba a estos defensores de los ritos humanos. Les dio un ejemplo de lo que estaban haciendo constantemente, y de lo que acababan de hacer antes de venir a buscarle. “Bien invalidáis -les dijo- el mandamien- to de Dios para guardar vuestra tradición. Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y: El que maldijere al padre o a la madre, morirá de muerte. Y vosotros decís: Basta si dijere un hombre al padre o a la madre: Es Corbán (quiere decir, don mío a Dios) todo aquello con que pudiera va- lerte; y no le dejáis hacer más por su padre o por su madre”. Desechaban el quinto mandamiento como si no tuviese importancia, pero eran muy me- ticulosos para cumplir las tradiciones de los ancianos. Enseñaban a la gente que el consagrar su propiedad al templo era un deber más sagrado aún que el sostén de sus padres; y que, por grande que fuera la necesidad de éstos, era sacrilegio dar al padre o a la madre cualquier porción de lo que había sido así consagrado. Un hijo infiel no tenía más que pronunciar la palabra “Corbán” sobre su propiedad, dedicándola así a Dios, y podía conservarla para su propio uso durante toda la vida, y después de su muerte quedaba asignada al servicio del templo. De esta manera quedaba libre tanto en su vida como en su muerte para deshonrar y defraudar a sus padres, bajo el pretexto de una presunta devoción a Dios (El Deseado de todas las gentes, pp. 361, 362). 
Jueves 4 de septiembre: Jesús y la esencia de la ley. 
La ley de Dios, tal como se presenta en las Escrituras, es amplia en sus re- querimientos. Cada principio es santo, justo y bueno. La ley impone a los hombres obligaciones frente a Dios. Alcanza hasta los pensamientos y sen- timientos, y producirá una convicción de pecado en todo el que esté persua- dido de haber transgredido sus requerimientos. Si la ley abarcara solo la
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conducta externa, los hombres no serían culpables de sus pensamientos, deseos y designios erróneos. Pero la ley requiere que el alma misma sea pura y la mente santa, que los pensamientos y sentimientos estén de acuerdo con la norma de amor y justicia. 
En sus enseñanzas, Cristo mostró cuán abarcantes son los principios de la ley pronunciados desde el Sinaí. Hizo una aplicación viviente de aquella ley cuyos principios permanecen para siempre como la gran norma de justicia: la norma por la cual serán juzgados todos en aquel gran día, cuando el Juez se siente y se abran los libros. Él vino para cumplir toda justicia y, como cabeza de la humanidad, para mostrarle al hombre que puede hacer la mis- ma obra, haciendo frente a cada especificación de los requerimientos de Dios. Mediante la medida de su gracia proporcionada al instrumento hu- mano, nadie debe perder el cielo. Todo el que se esfuerza, puede alcanzar la perfección del carácter. Esto se convierte en el fundamento mismo del nue- vo pacto del evangelio. La ley de Jehová es el árbol. El evangelio está cons- tituido por las fragantes flores y los frutos que lleva. 
Cuando el Espíritu de Dios le revela al hombre todo el significado de la ley, se efectúa un cambio en el corazón... 
Dice el salmista: “La ley de Jehová es perfecta” (Salmo 19:7). ¡Cuán mara- villosa es la ley de Jehová en su sencillez, su extensión y perfección! Es tan breve, que podemos fácilmente aprender de memoria cada precepto, y sin embargo tan abarcante como para expresar toda la voluntad de Dios y tener conocimiento no solo de las acciones externas, sino de los pensamientos e intenciones, los deseos y emociones del corazón. Las leyes humanas no pueden hacer esto. Solo pueden tratar con las acciones externas. Un hombre puede ser transgresor y, sin embargo, puede ocultar sus faltas de los ojos humanos. Puede ser criminal, ladrón, asesino o adúltero, pero mientras no sea descubierto, la ley no puede condenarlo como culpable. La ley de Dios toma en cuenta los celos, la envidia, el odio, la malignidad, la venganza, la concupiscencia y la ambición que agitan el alma, pero que no han hallado expresión en acciones externas porque ha faltado la oportunidad aunque no la voluntad. Y se demandará cuenta de esas emociones pecaminosas en el día cuando “Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encu- bierta, sea buena o sea mala” (Eclesiastés 12:14) (Mensajes selectos, tomo 1, pp. 248-254). 
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Notas de Elena | Lección 10 | La Ley de Dios | Escuela Sabática Tercer trimestre 2014

  • 1. www.EscuelaSabatica.es III Trimestre de 2014 Las enseñanzas de Jesús Notas de Elena G. de White Lección 10 6 de septiembre 2014 La Ley de Dios: Sábado 30 de agosto En el Sinaí, Dios repitió su santa ley para que su pueblo no lo deshonrara desobedeciendo sus estatutos sino que los obedeciera y viviera por ellos. Sin embargo, el mundo cristiano declara que Cristo murió en la cruz para abolir la ley de Dios. Las leyes ceremoniales, con sus tipos y sombras, per- manecerían hasta que los símbolos se encontraran con la realidad. Las ofrendas de sacrificio, que revelaban constantemente que Cristo vendría al mundo, dejaron de tener valor cuando Jesús murió. Pero la ley real no podía ser cambiada. Jesús declaró a sus discípulos y a los fariseos: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cum- plido. De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será lla- mado grande en el reino de los cielos” (Mateo 5:17-19). Las palabras que Cristo le dirigirá al transgresor en el día del Juicio re- tributivo serán suficientes para condenarlo aunque no existiera otra eviden- cia de la perpetuidad de la ley de Jehová. El Decálogo no es un símbolo ni una sombra. Y el cuarto mandamiento, el día cuando dejamos de lado todos nuestros negocios para observarlo como un recuerdo de la creación de los cielos y la tierra, también nos recuerda que mientras duren los cielos y la tierra, nada perecerá de la ley. La instrucción que Moisés dio a los hijos de Israel referente a los preceptos y estatutos de Dios, no se originó con Moi- sés sino con el mismo Dios del cielo. Cristo mismo estaba con ellos en las columnas de nube y de fuego. Cuando los hombres tratan de oponer al Cris- to del Antiguo Testamento con el Cristo del Nuevo, están actuando sin sa- biduría. Los israelitas eran salvos por Cristo así como nosotros lo somos en la actualidad (Review and Herald, 15 de julio de 1890). .
  • 2. www.EscuelaSabatica.es Domingo 31 de agosto: Jesús no cambió la ley. Al hablar de la ley, dijo Jesús: “No he venido para abrogar, sino para cumplir”. Aquí usó la palabra “cumplir” en el mismo sentido que cuando declaró a Juan el Bautista su propósito de “cumplir toda justicia”, es decir, llenar la medida de lo requerido por la ley, dar un ejemplo de conformidad perfecta con la voluntad de Dios. Su misión era “magnificar la ley y en- grandecerla”. Debía enseñar la espiritualidad de la ley, presentar sus principios de vas- to alcance y explicar claramente su vigencia perpetua. La belleza divina del carácter de Cristo, de quien los hombres más nobles y más amables son tan solo un pálido reflejo; de quien escribió Salomón, por el Espíritu de inspira- ción, que es el “señalado entre diez mil... y todo él codiciable”; de quien David, viéndolo en visión profética, dijo: “Más hermoso eres que los hijos de los hombres”; Jesús, la imagen de la persona del Padre, el esplendor de su gloria; el que fue abnegado Redentor en toda su peregrinación de amor en el mundo, era una representación viva del carácter de la ley de Dios. En su vida se manifestó el hecho de que el amor nacido en el cielo, los princi- pios fundamentales de Cristo, sirven de base a las leyes de rectitud eterna. “Hasta que pasen el cielo y la tierra –dijo Jesús– ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido”. Por su propia obedien- cia a la ley, Jesús atestiguó su carácter inalterable y demostró que con su gracia puede obedecerla perfectamente todo hijo e hija de Adán. En el monte declaró que ni la jota más insignificante desaparecería de la ley hasta que todo se hubiera cumplido, a saber: todas las cosas que afectan a la raza humana, todo lo que se refiere al plan de redención. No enseña que la ley haya de ser abrogada alguna vez, sino que, a fin de que nadie suponga que era su misión abrogar los preceptos de la ley, dirige el ojo al más lejano confín del horizonte del hombre y nos asegura que hasta que se llegue a ese punto, la ley conservará su autoridad. Mientras perduren los cielos y la tie- rra, los principios sagrados de la ley de Dios permanecerán. Su justicia, “como los montes de Dios”, continuará, cual una fuente de bendición que envía arroyos para refrescar la tierra. Dado que la ley del Señor es perfecta y, por lo tanto, inmutable, es impo- sible que los hombres pecaminosos satisfagan por sí mismos la medida de lo que requiere. Por eso vino Jesús como nuestro Redentor. Era su misión, al hacer a los hombres partícipes de la naturaleza divina, ponerlos en armo- nía con los principios de la ley del cielo. Cuando renunciamos a nuestros pecados y recibimos a Cristo como nuestro Salvador, la ley es ensalzada. Pregunta el apóstol Pablo: “¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ningu- na manera, sino que confirmamos la ley” (El discurso maestro de Jesucris- to, pp. 46, 47). Lunes 1 de septiembre: Jesús profundizó el significado de la ley En el Sermón del Monte Cristo presentó ante sus discípulos los abarcan-
  • 3. www.EscuelaSabatica.es tes principios de la ley de Dios. Enseñó a sus oyentes que se quebranta la ley con los pensamientos antes de que el mal deseo se convierta en realidad. Estamos obligados a controlar nuestros pensamientos y a ponerlos en suje- ción a la ley de Dios. Las nobles facultades de la mente nos han sido dadas por el Señor para que podamos emplearlas en contemplar las cosas celestia- les. Dios ha provisto en abundancia para que el alma pueda progresar conti- nuamente en la vida divina. Por dondequiera ha dispuesto instrumentos para que nos ayuden en el desarrollo del conocimiento y de la virtud; y sin em- bargo, ¡cuán poco se aprecian esos recursos y cuán poco se disfruta de ellos! ¡Con cuánta frecuencia se entrega la mente a la contemplación de lo que es terrenal, sensual y ruin! Dedicamos nuestro tiempo y pensamiento a las cosas triviales y vulgares del mundo, y descuidamos los grandes intere- ses que atañen a la vida eterna. Las nobles facultades de la mente se empe- queñecen y debilitan porque no se las ejercita en temas que son dignos de su concentración [Se cita Filipenses 4:8]. Todo el que desee participar de la naturaleza divina tenga en cuenta el hecho de que debe huir de la corrupción que hay en el mundo por la concu- piscencia. Debe haber una lucha constante y diligente del alma contra las impías imaginaciones de la mente. Es necesaria una firme resistencia ante la tentación de pecar en pensamiento o acción. Se debe guardar el alma de toda mancha mediante la fe en Aquel que es poderoso para guardamos sin caída. Debiéramos meditar en las Escrituras, pensando sobria y sinceramen- te en las cosas que atañen a nuestra salvación eterna. La misericordia infini- ta y el amor de Jesús, el sacrificio hecho por nosotros, demandan nuestra reflexión más seria y solemne. Deberíamos espaciamos en el carácter de nuestro amado Redentor e Intercesor. Debiéramos tratar de comprender el significado del plan de salvación. Tendríamos que meditar en la misión de Aquel que vino para salvar a su pueblo de sus pecados. Al contemplar cons- tantemente los temas celestiales, se fortalecerán nuestra fe y nuestro amor. Nuestras oraciones serán más y más aceptables ante Dios, porque estarán mezcladas cada vez más con fe y amor. Serán más inteligentes y fervientes. Habrá una confianza más constante en Jesús, y tendremos una experiencia diaria y viviente en cuanto a la voluntad y el poder de Cristo para salvar hasta lo sumo a todo el que se allega a Dios por medio de él. Contemplando [a Cristo] seremos transformados, y al meditar en las per- fecciones de nuestro Modelo divino, desearemos llegar a ser cambiados completamente y renovados a la imagen de su pureza. El alma tendrá ham- bre y sed de hacerse como Aquel a quien adoramos. Cuanto más concen- tremos nuestros pensamientos en Cristo, más hablaremos de él a otros y lo representaremos ante el mundo. Se nos llama a salir y a separamos del mundo para que seamos hijos e hijas del Altísimo; y estamos bajo la sagra- da obligación de glorificar a Dios como hijos suyos en la tierra. Es esencial que la mente se fije en Cristo para que podamos esperar hasta el fin la gra- cia que se nos traerá cuando Jesucristo se manifieste (Comentario bíblico adventista, tomo 3, p. 1163).
  • 4. www.EscuelaSabatica.es Martes 2 de septiembre: Jesús y el séptimo mandamiento. Mientras Jesús estaba enseñando junto al lago, sus oyentes podían ver botes donde el placer y la holgazanería mostraban caracteres disipados. Esperaban que Cristo denunciara esa clase de vida. Pero se sorprendieron cuando declaró: “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo 5:27, 28). Aquellos que miraban a los que vivían vidas tan disipadas como si fueran los peores pecadores, se sorprendieron de escuchar que los que tienen pensamientos lascivos en su corazón son tan culpables como los mismos violadores físicos del séptimo mandamiento. Por otra parte, Jesús condenó la costumbre existente por la cual un hom- bre podía separarse de su esposa por asuntos triviales, y declaró que la cau- sa principal por desprenderse de la relación matrimonial tan fácilmente, eran sus pasiones depravadas, que veían al matrimonio como una barrera para la gratificación de su lujuria. Cristo propuso que era necesario estable- cer restricciones judiciales que solo permitieran la separación legal si hubie- se existido adulterio. Muchos que hasta ese momento habían creído que los mandamientos so- lo prohibían la ejecución física de esos pecados, percibieron que los precep- tos de Dios debían obedecerse tanto en el espíritu como en la letra de la ley (Folleto: Redemption: or the Teachings of Christ the Anionted One, pp. 73, 74). Para evitar que la enfermedad se extienda por el cuerpo y destruya la vi- da, el hombre permite que se le ampute hasta la mano derecha. Debería estar aún más dispuesto a renunciar a lo que pone en peligro la vida del alma. Las almas degradadas y esclavizadas por Satanás han de ser redimidas por el evangelio para participar de la libertad gloriosa de los hijos de Dios. El propósito de Dios no es únicamente libramos del sufrimiento que es con- secuencia inevitable del pecado, sino salvamos del pecado mismo. El alma corrompida y deformada debe ser limpiada y transformada para ser vestida, con “la luz de Jehová nuestro Dios”. Debemos ser “hechos conformes a la imagen de su Hijo”. “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman”. Solo la eternidad podrá revelar el destino glorioso del hombre en quien se restaure la imagen de Dios. Para que podamos alcanzar este alto ideal, debe sacrificarse todo lo que le causa tropiezo al alma. Por medio de la voluntad, el pecado retiene su dominio sobre nosotros. La rendición de la voluntad se representa como la extracción del ojo o la amputación de la mano. A menudo nos parece que entregar la voluntad a Dios es aceptar una vida contrahecha y coja; pero es mejor, dice Cristo, que el yo esté contrahecho, herido y cojo, si por este medio puede el individuo entrar en la vida. Lo que le parece desastre es la puerta de entrada al beneficio supremo (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 54, 55).
  • 5. www.EscuelaSabatica.es Miércoles 3 de septiembre: Jesús y el quinto mandamiento. Muchas de las tradiciones judías eran tan insensatas e indignas que reba- jaban la religión; sin embargo, pasaban de generación en generación y mu- chos las consideraban palabra de Dios. Invenciones humanas, que conti- nuamente se tomaban más necias e inconsistentes, eran colocadas en pie de igualdad con la ley moral, hasta que en el tiempo del primer advenimiento de Cristo, la pura doctrina había sido reemplazada por falsas ideas. La codi- cia, el egoísmo, la avaricia, habían llevado a prácticas engañosas, de tal manera que la integridad del alma nacional se había perdido. Todas las prácticas estaban destinadas a robarle a Dios y a sus prójimos del servicio, la guía y el ejemplo que se requería de ellos. La Palabra de Dios no aparecía en sus concilios y sus almas eran víctimas maniatadas en el altar de Mamón. Cristo no prestaba atención a estas invenciones humanas; por el contra- rio, con su ejemplo quería establecer una distinción entre las teorías huma- nas y los requerimientos de Dios (Signs of the Times, 3 de enero de 1900). Jesús no intentó defenderse a sí mismo o a sus discípulos. No aludió a las acusaciones dirigidas contra él, sino que procedió a desenmascarar el espíritu que impulsaba a estos defensores de los ritos humanos. Les dio un ejemplo de lo que estaban haciendo constantemente, y de lo que acababan de hacer antes de venir a buscarle. “Bien invalidáis -les dijo- el mandamien- to de Dios para guardar vuestra tradición. Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y: El que maldijere al padre o a la madre, morirá de muerte. Y vosotros decís: Basta si dijere un hombre al padre o a la madre: Es Corbán (quiere decir, don mío a Dios) todo aquello con que pudiera va- lerte; y no le dejáis hacer más por su padre o por su madre”. Desechaban el quinto mandamiento como si no tuviese importancia, pero eran muy me- ticulosos para cumplir las tradiciones de los ancianos. Enseñaban a la gente que el consagrar su propiedad al templo era un deber más sagrado aún que el sostén de sus padres; y que, por grande que fuera la necesidad de éstos, era sacrilegio dar al padre o a la madre cualquier porción de lo que había sido así consagrado. Un hijo infiel no tenía más que pronunciar la palabra “Corbán” sobre su propiedad, dedicándola así a Dios, y podía conservarla para su propio uso durante toda la vida, y después de su muerte quedaba asignada al servicio del templo. De esta manera quedaba libre tanto en su vida como en su muerte para deshonrar y defraudar a sus padres, bajo el pretexto de una presunta devoción a Dios (El Deseado de todas las gentes, pp. 361, 362). Jueves 4 de septiembre: Jesús y la esencia de la ley. La ley de Dios, tal como se presenta en las Escrituras, es amplia en sus re- querimientos. Cada principio es santo, justo y bueno. La ley impone a los hombres obligaciones frente a Dios. Alcanza hasta los pensamientos y sen- timientos, y producirá una convicción de pecado en todo el que esté persua- dido de haber transgredido sus requerimientos. Si la ley abarcara solo la
  • 6. www.EscuelaSabatica.es conducta externa, los hombres no serían culpables de sus pensamientos, deseos y designios erróneos. Pero la ley requiere que el alma misma sea pura y la mente santa, que los pensamientos y sentimientos estén de acuerdo con la norma de amor y justicia. En sus enseñanzas, Cristo mostró cuán abarcantes son los principios de la ley pronunciados desde el Sinaí. Hizo una aplicación viviente de aquella ley cuyos principios permanecen para siempre como la gran norma de justicia: la norma por la cual serán juzgados todos en aquel gran día, cuando el Juez se siente y se abran los libros. Él vino para cumplir toda justicia y, como cabeza de la humanidad, para mostrarle al hombre que puede hacer la mis- ma obra, haciendo frente a cada especificación de los requerimientos de Dios. Mediante la medida de su gracia proporcionada al instrumento hu- mano, nadie debe perder el cielo. Todo el que se esfuerza, puede alcanzar la perfección del carácter. Esto se convierte en el fundamento mismo del nue- vo pacto del evangelio. La ley de Jehová es el árbol. El evangelio está cons- tituido por las fragantes flores y los frutos que lleva. Cuando el Espíritu de Dios le revela al hombre todo el significado de la ley, se efectúa un cambio en el corazón... Dice el salmista: “La ley de Jehová es perfecta” (Salmo 19:7). ¡Cuán mara- villosa es la ley de Jehová en su sencillez, su extensión y perfección! Es tan breve, que podemos fácilmente aprender de memoria cada precepto, y sin embargo tan abarcante como para expresar toda la voluntad de Dios y tener conocimiento no solo de las acciones externas, sino de los pensamientos e intenciones, los deseos y emociones del corazón. Las leyes humanas no pueden hacer esto. Solo pueden tratar con las acciones externas. Un hombre puede ser transgresor y, sin embargo, puede ocultar sus faltas de los ojos humanos. Puede ser criminal, ladrón, asesino o adúltero, pero mientras no sea descubierto, la ley no puede condenarlo como culpable. La ley de Dios toma en cuenta los celos, la envidia, el odio, la malignidad, la venganza, la concupiscencia y la ambición que agitan el alma, pero que no han hallado expresión en acciones externas porque ha faltado la oportunidad aunque no la voluntad. Y se demandará cuenta de esas emociones pecaminosas en el día cuando “Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encu- bierta, sea buena o sea mala” (Eclesiastés 12:14) (Mensajes selectos, tomo 1, pp. 248-254). Material facilitado por JESÚS PADILLA © http://escuelasabatica.es/ www.facebook.com/EscuelaSabatica.es Suscríbase para recibir gratuitamente recursos para la Escuela Sabática