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División Sudafricana y del Océano Índico
4º
trimestre 2015
MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO2 MISIÓ
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Contenido
MALAUI
	 5	 El trabajo más satisfactorio, parte 1........................................ 3 de octubre
	 7	 El trabajo más satisfactorio, parte 2 ..................................... 10 de octubre
	 9	 Una respuesta inesperada .................................................... 17 de octubre
ZIMBABUE
	11	 Nada, excepto la fe, parte 1 ................................................. 24 de octubre
	13	 Nada, excepto la fe, parte 2 ................................................. 31 de octubre
	15	 Agrandar mi visión, parte 1 .......................................... 7 de noviembre
	17	 Agrandar mi visión, parte 2 ........................................... 14 de noviembre
	19	 La mano salvadora de Dios, parte 1 ............................ 21 de noviembre
	21	 La mano salvadora de Dios, parte 2 .............................. 28 de noviembre
BOTSUANA
	23	 El clamor del Kalahari, parte 1 ..................................... 5 de diciembre
	25	 El clamor del Kalahari, parte 2 ....................................... 12 de diciembre
OTRAS REGIONES DE ÁFRICA
	27	 Todas las cosas les ayudan a bien.................................... 19 de diciembre
	29	 Programa para el decimotercer sábado ................................ 26 de diciembre
DICO 3MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO
División Sudafricana y del Océano Índico
La División Sudafricana y del Océano
Índico es la más reciente de las divisiones
que componen la iglesia mundial. Su terri-
torio incluye las naciones del sur de África
y las de las islas del Océano Índico. Allí vi-
ven más de ciento cincuenta millones de
personas, de los cuales poco más de dos
millones son miembros de la Iglesia Adven-
tista del Séptimo Día. Tenemos un adven-
tista por cada 72 habitantes.
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Este trimestre, las ofrendas del decimotercer sábado ayudarán a:
• Construir una escuela primaria en Gateway, Botsuana.
• Construir un Centro de Salud en Gweru, Zimbabue.
• Ampliar el comedor de la Universidad Adventista Solusi, Zimbabue.
OPORTUNIDADES
MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO4 MISIÓ
Consejero: Carlyle Bayne. Director: Pablo Marcelo
Claverie. Redactor de la edición castellana: Ekel
Collins. MISIÓN ADVENTISTA. JÓVENES Y ADULTOS
es una publicación trimestral editada por su pro-
pietaria, la Asociación Casa Editora Sudamericana,
para el Depto. de Escuela Sabática de las divisiones
Sudamericana e Interamericana de la Iglesia
Adventista del Séptimo Día. Impresa mediante el
sistema offset, en talleres propios de Av. San Martín
4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires,
República Argentina. Domicilio legal: Uriarte 2429,
C1425FNI, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Cuarto trimestre del año 2015 (octubre-diciembre
de 2015).
Año 106, nº 4
–107462–
REGISTRO NACIONAL
DE LA PROPIEDAD
INTELECTUAL
Nº 5218366
CORREO ARGENTINO
Suc. Florida (B) y
Central (B)
IMPRESO EN LA
ARGENTINA
FRANQUEO A PAGAR
Cuenta Nº 10272
DICO 5MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO
Malaui 	 3 de octubre
El trabajo más satisfactorio,
parte 1
Harry y Alex* trabajaban como guardias de seguri-
dad en Malaui. Ellos a menudo buscaban maneras de
acabar con el aburrimiento. Una noche, Alex dijo:
–Tengo una idea para ganar algo de dinero extra.
–Y ¿cuál es? –preguntó Harry, interesado.
–Podríamos usar nuestros rifles en un pequeño negocio alternativo –dijo Alex levan-
tando su arma–. Los ricos tienen más de lo que necesitan, y nosotros necesitamos más de
lo que recibimos. Podríamos tomar un poco de ellos para poder tener suficiente para
nosotros.
Al comienzo, Harry no estaba muy seguro, pero finalmente su amigo lo convenció.
Los dos irrumpieron en la casa de una familia rica, y se robaron el dinero que tenían y todo
lo que pudieron llevarse con ellos. A los pocos días, robaron en más hogares. Hasta que
una noche fueron capturados. Sentado en la cárcel, Harry se dio cuenta de la gravedad de
sus crímenes. Los dos hombres fueron condenados a ocho años de trabajos forzados en
una prisión de máxima seguridad, y enviados a prisiones separadas.
Harry llegó a la prisión decidido a escapar. Su camisa llevaba impresa la duración de
su pena de prisión. Un día, Harry sobornó a otro preso para intercambiar sus camisas.
Así que, teniendo puesta su camisa nueva, con una fecha de liberación más corta, le
fue asignado un trabajo de baja seguridad en el jardín de la prisión. Harry se dio cuenta
de que todas las tardes el guardia tomaba una siesta mientras vigilaba. Un día, cuando el
guardia estaba bostezando, Harry dejó caer su pala y corrió, y otros presos comenzaron a
correr también.
Los guardias capturaron a todos los prisioneros, excepto a Harry, que se había escon-
dido entre unas grandes piedras. Cuando llegó la noche, los guardias abandonaron la
búsqueda y regresaron a la cárcel. De esta forma, Harry pudo arrastrarse silenciosamente
y logró escapar.
Tiempo después encontró un empleo, y durante 18 meses trabajó arduamente y vivió
sin problemas. Pero un día entró en la estación de autobuses y se encontró con la policía,
que lo esperaba para llevarlo de vuelta a la cárcel. Ahora debía cumplir diez años de
prisión.
Cuando Harry fue escoltado a su celda, se sorprendió al ver que su compañero sería
Alex, su ex socio en el crimen.
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–Hey, tengo una idea –dijo Alex des-
pués de que Harry se estableció en la
celda.
–¿Cuál es tu idea? –preguntó Harry,
sintiendo como si regresaran a los viejos
tiempos.
Los muros de la prisión estaban hechos
de ladrillos de barro con una gruesa capa de
cemento sobre ellos. Harry y Alex decidie-
ron cavar un pequeño túnel hacia el exte-
rior. Les tomó solo tres días lograr traspasar
la pared. Ambos esperaron hasta el anoche-
cer, y luego se metieron por el agujero.
Todo parecía tranquilo, pero cuando
trepaban la pared exterior, un guardia los
vio y dio el grito de fuga. Los guardias los
persiguieron, pero Harry y Alex les lleva-
ban una buena ventaja.
Entonces, detuvieron un automóvil en
la carretera, hicieron bajarse al conductor y
se llevaron el automóvil. Condujeron hacia
la ciudad y vendieron el automóvil por pie-
zas. Pero alguien comenzó a sospechar y
dio aviso a la policía. Alex escapó, pero Ha-
rry fue capturado. Esta vez fue enviado a
una pequeña prisión en la que era vigilado
muy de cerca. Esa decisión cambió su vida.
Continuará.
DICO 7MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO
Malaui	 10 de octubre
El trabajo más satisfactorio,
parte 2
Algunos misioneros visitaban la prisión cada semana
para hablar a los presos acerca de Dios. Uno de los pri-
sioneros invitó a Harry a unirse al grupo. Él asistió, pero
su mente solo estaba enfocada en conseguir una manera
de escapar de prisión. Un misionero le dio un libro llamado El conflicto de los siglos. Harry
lo leyó, pero estaba seguro de que con todos los crímenes que había cometido Dios no se
preocuparía por él.
Por las noches, algunos prisioneros cantaban y oraban desde sus celdas. Una noche, las
palabras de una de las canciones tocaron su corazón. “De Dios vagaba lejos yo, vuelvo hoy
a ti”, cantaban. En la oscuridad, las lágrimas comenzaron a caer sin control de los ojos de
Harry. Entonces comenzó a sollozar. Lo mismo sucedió unas cuantas noches después.
Harry se dio cuenta de que Dios lo estaba llamando para volver a casa, y que no podía
rechazar esa invitación.
Al principio dudó de la decisión de unirse a un grupo religioso, ya que no sabía cuál
de ellos enseñaba la verdad bíblica. Comenzó entonces a estudiar las diferentes religiones.
Incluso aprendió árabe, para poder leer el Corán. Pero ninguna de estas religiones parecía
sostener la verdad.
Entonces, Harry recordó el libro que había recibido. Lo sacó y comenzó a leerlo de
nuevo. Al leer El conflicto de los siglos sintió que este libro le estaba enseñando la verdad.
Comenzó a reunirse con la clase bíblica de los adventistas. Se unió a la clase bautismal
y se preparó para ser bautizado. Pero, debido a la reputación escapista de Harry, los guar-
dias se negaron a permitirle salir para ser bautizado.
Un mes más tarde, Harry fue trasladado de nuevo a la prisión original de la que se
había escapado. Cuando entró en la cárcel, los guardias lo saludaron. Algunos de ellos
habían oído que Harry había cambiado, y lo observaban para comprobar que esto fuera
cierto. Incluso sobornaron a otros presos para espiarlo.
Harry se alegró al saber que también en esta prisión se celebraban servicios de adora-
ción adventista. Él se unió a ellos y continuó estudiando las lecciones de La voz de la pro-
fecía que había comenzado meses atrás. Finalmente, se le permitió ser bautizado.
Harry le escribió a su familia diciéndole que había entregado su vida a Dios. Cuando
lo visitaron, se quedaron maravillados por los cambios que vieron en él. Cuando Harry
oró con su familia, los guardias inclinaron la cabeza también para orar. Incluso lo dejaron
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solo con su madre, porque estaban conven-
cidos de que no trataría de escapar de
nuevo.
Así, comenzó un ministerio desde el
interior de la prisión. Mantuvo reuniones,
inscribió a otros presos en los cursos de La
voz de la profecía y compartió los libros de
Elena de White con otros presos. El grupo
de adoración adventista en la cárcel creció.
Alrededor de cien personas se habían unido
al grupo cuando Harry fue puesto en liber-
tad. Cuando regresó a su casa, comenzó a
trabajar como colportor evangélico. Le en-
cantaba compartir su fe con aquellos que
conocía, y aún más llevarlos a Dios. “Llevar
almas a los pies de Jesús es un nuevo y satis-
factorio trabajo, mucho mejor que el que
me llevó a la cárcel”, testifica.
* Alex es un seudónimo.
Harry Mitengo vive en Liwonde,
Malaui.
DICO 9MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO
Malaui	 17 de octubre
Una respuesta inesperada
Un pequeño grupo de adventistas en Malaui organi-
zó una serie de reuniones de evangelización. En la pri-
mera noche de las reuniones, se decepcionaron cuando
llegaron solo unas pocas personas. Oraron, pero la asis-
tencia se mantenía en aproximadamente treinta perso-
nas. Algunos sugirieron que debían cancelarse las reuniones, pero el orador se negó. “Si
oramos fervientemente, Dios hará que algo suceda”, afirmaba.
La siguiente noche, la reunión abrió con las mismas treinta personas. Cantaron y
oraron, y el orador se puso de pie. De repente, una conmoción de aplausos y vítores aho-
garon su voz.
La conmoción aumentó a medida que se acercaba al lugar de encuentro una multitud
de personas que seguían al nyau, un adorador de espíritus, vestido con una sonora falda
de paja, trapos y una máscara ornamental. El nyau probablemente se dirigía al
cementerio.
Cuando el nyau se acercó, dejó de bailar y se volvió hacia el orador. La gente que lo
seguía se detuvo, pero este no se movió. En lugar de ello, se apoyó en una pared. Al pare-
cer, planificaba escuchar al evangelista. La gente que lo seguía aplaudiendo se detuvo y
escuchó al orador, quien reanudó rápidamente su mensaje.
El nyau escuchó en silencio el resto del sermón. Alguien calculó que unas doscientas
personas que lo seguían escucharon también aquella noche el mensaje. El orador estaba
nervioso, pero continuó con su presentación sobre el sueño de Nabucodonosor en Daniel
capítulo 2. Después de la oración final, el nyau y sus seguidores continuaron su camino
hacia el cementerio.
La siguiente noche, la reunión comenzó con las mismas treinta personas, pero a medi-
da que avanzaba el programa más personas comenzaron a llegar. Incluso el nyau, vestido
con su máscara y su falda sonora, llegó con sus seguidores. Pero no se detuvo frente al lugar
de encuentro en esta ocasión, sino que entró en la tienda y se sentó. Sus seguidores se
sentaron también. El orador no estaba seguro de que el nyau fuera el mismo que había
escuchado su mensaje el día anterior, pero reconoció a muchos de sus seguidores. Otros
visitantes llegaron, curiosos por saber qué estaban predicando en su vecindario que gene-
raba interés a un nyau. Esa noche, casi ochenta personas asistieron a la reunión.
La asistencia a las reuniones continuó aumentando. Unas noches después, el orador
invitó a los oyentes a aceptar a Jesús como su Salvador, y 95 personas aceptaron a Jesús y
pidieron estudios bíblicos.
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La siguiente noche, cerca de doscientas
personas asistieron a la reunión; entre ellos,
dos nyaus más, vestidos con ropas rasgadas
y llevando ramas frondosas para cubrir sus
rostros. Esta vez, cincuenta personas más
respondieron al llamado de aceptar a
Jesús.
Las reuniones continuaron durante 21
noches más, y también las clases bautisma-
les. El día estipulado, 145 personas fueron
bautizadas. Entre ellos estaba un hombre
que se identificó como el nyau que había
interrumpido la reunión al detenerse a es-
cuchar la primera noche. Aquel hombre,
que antes era nyau, hoy sigue siendo fiel a
Jesús.
En la actualidad, el pequeño grupo que
oró y trabajó para incrementar el número
de miembros adora en una iglesia más
grande. Su iglesia anterior era demasiado
pequeña para dar cabida a los nuevos
miembros y a todos los que siguieron lle-
gando. La curiosidad por el mensaje atrajo
a los adoradores del diablo para adorar al
Dios vivo.
Willan Mkandawire es un laico activo
en Lilongüe, Malaui.
DICO 11MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO
Zimbabue	 24 de octubre
Nada, excepto la fe, parte 1
John creció seguro de que Dios lo estaba llamando
para convertirse en ministro. Cuando trató de ignorar o
evitar el llamado, descubrió que no podía hacerlo.
En Zimbabue es casi imposible que un estudiante
consiga trabajo, así que John decidió confiar en su madre
para pagar sus cuotas escolares cuando se matriculó en la Universidad de Solusi, la Univer-
sidad Adventista de Zimbabue.
John amaba la evangelización y, por ello, durante sus vacaciones escolares inició diver-
sos programas de extensión. Llevó a cabo reuniones de evangelización cortas en varias
iglesias y se regocijó al ver que cien personas llegaron a los pies de Cristo.
Luego de las reuniones, y con el fin de prepararse para regresar a la escuela, John volvió
a su casa, esperando tener el dinero completo para sus cuotas escolares, pero no fue así. Su
madre le explicó que el negocio familiar no estaba marchando como debía.
–Tal vez tendrás que esperar un semestre para ir a la Universidad –sugirió.
–No te preocupes –le dijo John–; Dios es quién me llamó al ministerio, y él ayudará
con mis cuotas escolares.
Con esta idea, empacó su maleta, le dio un beso de despedida a su madre y se subió al
autobús que lo llevaría a Solusi. Llegaría sin suficiente dinero para comprar siquiera un
boleto de autobús de vuelta a casa. No tenía nada, excepto su fe.
John llegó a Solusi demasiado tarde para matricularse, así que pasó la noche en la ha-
bitación compartida de un amigo. Al día siguiente fue a ver al decano de caballeros para
que le asignara un dormitorio. El decano se mostró reacio a darle una habitación sin liqui-
dación financiera. Pero él conocía a John, así que finalmente accedió.
–Aquí está la llave –dijo el decano–, pero si no has recibido la liquidación financiera
antes de las cinco de la mañana, tendrás que mudarte.
John le dio las gracias y llevó sus cosas hasta la habitación. Antes de desempacar, se
arrodilló y oró: “Dios, te doy gracias por el tiempo que me has otorgado en esta habita-
ción. Si tú no pagas mi matrícula, tendré que irme mañana, por lo que hoy dependo to-
talmente de ti. Gracias por eso, Señor. Amén”.
Pronto escuchó que la hermana Jeremiah, una amiga y evangelista, estaba sosteniendo
reuniones en la Universidad. Así que, fue a visitarla.
–¿Pagaste ya tu matrícula? –le preguntó la hermana Jeremiah.
–No –contestó sinceramente–, mi mamá aún no ha conseguido el dinero. He venido
para que oremos por este asunto.
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–No pidamos a Dios por el dinero
–dijo la hermana Jeremiah–. Démosle
gracias por proporcionar el dinero que
necesitas.
Así que, los dos se arrodillaron, y la
hermana Jeremiah dio gracias a Dios por el
dinero que John aún no había recibido.
El dinero no llegó ese día. Mientras
John caminaba por la institución, varios
amigos se detuvieron para preguntarle
cómo iban las cosas. John no les habló so-
bre sus necesidades financieras, pero res-
pondió, sonriendo: “Todo está bien; Dios
está en el control”.
Una chica que conocía la situación de
John intentó persuadirlo para que abando-
nara la Universidad, pero él respondió:
“No trates de desanimarme. Dios
proveerá”.
Llegada la hora de dormir, aún no ha-
bía pasado nada. Pero John, confiado, colo-
có de nuevo su situación en manos de Dios
y se fue a dormir.
Continuará.
DICO 13MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO
Zimbabue	 31 de octubre
Nada, excepto la fe, parte 2
A la mañana siguiente, John asistió a un servicio de
oración en la Universidad. La hermana Jeremiah estaba
dirigiendo este servicio y pidió voluntarios para orar por
todos los estudiantes. John oró por los estudiantes que
tenían necesidades, y en silencio oró por su propia
necesidad.
Un par de horas más tarde se encontró con un amigo.
–¿Cómo estás? ¿Está todo bien? –le preguntó su amigo.
–Sí –dijo John–, todo está bien. Dios está en el control.
–¿Cómo está tu mamá? –preguntó el amigo.
–Ella está bien –respondió John–, pero está preocupada por el pago de la escuela.
–¿Cuánto necesitas? –preguntó.
John necesitaba cincuenta mil dólares zimbabuenses para registrarse. Su amigo sacó
algunos pula, la moneda de Botsuana.
–Aquí tienes 250 pula –dijo su amigo.
El dinero era equivalente a 25 mil dólares zimbabuenses. John le agradeció a su amigo
con gusto y aceptó el dinero. “Bien, Señor. Ahora, ayúdame a convertir estos pula en sufi-
cientes dólares para poder matricularme”.
En cuestión de minutos, John encontró a alguien dispuesto a cambiar sus pulas por
dólares zimbabuenses, de tal forma que obtuvo la mitad de la cantidad necesaria para
inscribirse. John buscó con diligencia un teléfono para contarle a su madre que Dios había
obrado un milagro.
–Mamá –dijo–, ¿puedes enviar a Mercy [su hermana] al banco a depositar 25 mil
dólares?
–John –respondió ella–, tú sabes que no tengo el dinero.
–Simplemente envía a Mercy a la ciudad –respondió él–. Dios proveerá el dinero.
Su madre estaba perpleja, pero no le discutió el asunto. Si John tenía esa clase de fe,
ella no se atrevería a dudar. Así que, le dijo a Mercy que fuera a la ciudad y esperara a que
Dios le diera el dinero para John.
Mientras tanto, John fue a la ciudad para depositar en su cuenta bancaria los 25 mil
dólares que había recibido en Solusi. Cuando llegó a la ciudad, llamó a su madre otra
vez.
–¡He estado tratando de comunicarme contigo! –le dijo ella–. Mercy se encontró con
uno de tus amigos de la ciudad; él le dijo que había prometido ayudarte con un poco de
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dinero para la comida. Pero, cuando quiso
buscarte, ya te habías ido a la escuela. Así
que, habló con Mercy para depositarlo en
tu cuenta. Cuando Mercy le contó sobre la
gran cantidad de dinero que necesitabas,
respondió que era más de lo que había pla-
neado darte, pero cuando abrió su billetera,
tenía más de 25 mil dólares. Así que, le dio
el dinero a Mercy para ti. ¡Solo necesitamos
saber tu número de cuenta en Solusi para
poder depositarlo!
Los ojos de John se llenaron de lágri-
mas al ver la manera en que Dios estaba
respondiendo sus oraciones. Le dio a su
madre la información necesaria y agradeció
a ambas por contribuir para que el milagro
sucediera.
John corrió de regreso a la escuela y lo-
gró llegar unos pocos minutos antes de que
la oficina de registro cerrara. Su corazón se
sentía aliviado, y caminaba tranquilo al
pensar en cómo Dios había obrado otro
milagro en la vida de un joven que no tenía
nada, excepto su fe.
Más de mil estudiantes están matricu-
lados en la Universidad de Solusi. Muchos,
como John, están allí por fe. La Universi-
dad está creciendo considerablemente y se
necesita más espacio en el comedor. Su
ofrenda de decimotercer sábado contribui-
rá en esta misión. ¡Gracias!
John Mavesere era estudiante de Teo-
logía en la Universidad de Solusi en Zim-
babue cuando esto fue escrito. Ahora, sirve
al Señor en Zimbabue.
DICO 15MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO
Zimbabue	 7 de noviembre
Agrandar mi visión, parte 1
Yo nunca tuve la intención de convertirme en cris-
tiano. Conocí a Dios mientras estudiaba en un interna-
do público. Allí veía a una chica y me interesé en ella.
Un día tuve el coraje para invitarla a salir, así que fui a
su sala de estudio para conocerla y convencerla de salir
conmigo. Ya sabía que ella era cristiana, pero eso no me detuvo. Cuando entré en el salón,
la encontré leyendo un folleto. Me senté a su lado y le pregunté qué estaba leyendo. Ella
me ofreció uno de los panfletos y yo fingí leerlo solamente para impresionarla. Cuando
le pedí una cita, ella se negó de manera sutil, pero me pidió que conservara el folleto. Más
tarde, esa misma noche, me senté y lo leí. Era una lección de La voz de la profecía que
hablaba sobre el infierno, y ese tema me inquietaba. Así que, casi no dormí esa noche.
A menudo estaba en problemas porque con frecuencia rompía las reglas de la escue-
la. El sábado por la mañana, un día después de haber abordado a esta chica para una
cita, me dirigí al edificio de Administración para ver si me habían atrapado rompiendo
alguna regla esa semana y me habían asignado alguna actividad disciplinaria.
Mientras revisaba la lista, un chico se acercó a mí y me invitó a ir a un servicio de
adoración en el auditorio. Yo no había ido a la iglesia desde hacía diez años y no estaba
interesado en las religiones. Pero, por alguna razón, acepté la invitación de este chico.
Creo que incluso él se sorprendió cuando acepté. Caminamos por la escuela juntos y
entramos en el auditorio. Entonces, me di cuenta de que la chica a la que le había pe-
dido el día anterior que saliera conmigo era adventista.
Otra cosa muy extraña sucedió. Yo tenía dos dólares en el bolsillo que había desti-
nado para beber algo de licor la noche del sábado. Pero, cuando pasó la cesta de la
ofrenda, me sorprendí porque sin pensarlo coloqué los dos dólares en ella. Más tarde
comprendí que esta acción me libró de beber ese fin de semana.
Descubrí que este grupo de estudiantes de secundaria hacía más que orar y cantar.
Tenían un programa de Conquistadores bien establecido. Enseguida me interesé en lo
que hacían, así que me quedé hasta la tarde y lo vi.
A la semana siguiente me uní al Club de Conquistadores, y todo el mundo se
sorprendió.
Aunque no había aceptado la invitación para asistir a la iglesia de la chica que me
gustaba, me alegré cuando la vi en la iglesia. Ella se hizo mi amiga y me ayudó a sen-
tirme como en casa en las reuniones de la iglesia. Aun así, ella se negaba a salir
conmigo.
MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO16 MISIÓ
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Desde el primer día que asistí a la
iglesia decidí dejar de fumar y beber. Gra-
cias a Dios, nunca he fumado o bebido de
nuevo. Decidí separarme de los viejos
amigos, lo cual me trajo problemas debi-
do a mi nuevo interés religioso. En múlti-
ples ocasiones me pidieron ir a beber con
ellos e hicieron todo lo posible para con-
seguir que volviera. Pero me negué. Hice
nuevos amigos en la iglesia. Varios meses
más tarde entregué mi vida a Cristo a tra-
vés del bautismo. En ese momento tan
solo tenía 17 años.
Continuará.
DICO 17MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO
Zimbabue	 14 de noviembre
Agrandar mi visión, parte 2
Cuando terminé la escuela secundaria, trabajé como
colportor durante tres años. Un día, visité un hospital y
allí vi a alguien que me resultaba familiar. Apenas lo re-
conocí; era uno de mis antiguos compañeros de copas y
amigo de infancia. Estaba muriendo de tuberculosis de-
bido al sida. Me quedé mirándolo atónito mientras yacía allí inconsciente. Era demasiado
tarde para compartir a Cristo con él, pero no podía dejar de pensar que, si hubiese resistido
al llamado de Dios, podría ser yo quien estuviera acostado en su lugar. Mi amigo de infan-
cia murió pocos días después. Esta experiencia profundizó mi convicción de responder al
llamado de Dios cuando sea y donde sea. Ya que aplazarlo podría significar la muerte de
otros.
Decidí ser un colportor por el resto de mi vida. Después de todo, había sido la página
impresa la que había influido en mí para aceptar a Cristo. Pero el campo local me llamó
para ser pastor de tres iglesias. No tenía formación como ministro y nunca había pensado
en hacer este tipo de trabajo. Luché para decidir si aceptar este llamado, ya que según mi
pensar no estaba en la dirección que Dios me había estado conduciendo. Sin embargo,
finalmente acepté.
Después de estar en el ministerio durante varios años, la Asociación me animó a estu-
diar en la Universidad de Solusi. Durante las vacaciones escolares realicé reuniones de
evangelización donde me llamaron a ir. Se corrió la voz de que estaba dispuesto a ir donde
me enviaran, y enseguida vinieron más invitaciones. Descubrí que esto era lo que me
gustaba.
Durante una especialización sobre evangelismo, un orador nos desafió a ampliar nues-
tra visión acerca de cómo Dios puede usarnos. “No se limiten y no limiten a Dios”, decía.
Las palabras del orador se me quedaron grabadas. Pero ¿cómo podía ampliar mi visión de
lo que Dios esperaba de mí? ¡Él ya había hecho mucho más de lo que pensaba que sería
posible!
Varios meses después, recibí una llamada para realizar reuniones de evangelismo en
Sudáfrica. Miré el calendario y noté que las fechas que me dieron coincidían con las fechas
de los exámenes finales. Debido a mi oración para que Dios expandiera mi territorio, no
les hablé a las personas de Sudáfrica de mi dilema, pero ayuné y oré para que Dios obrara
su voluntad en este asunto.
Tenía la convicción de que él abriría el camino. Sabía que las fechas de las reuniones
no eran cambiantes, y también sabía que no podía cambiar mis horarios de exámenes.
MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO18 MISIÓ
Pero Dios estaba trabajando en mi causa: al
poco tiempo supe que mis exámenes ha-
bían sido aplazados una semana completa.
Así que, pude realizar mis exámenes y tam-
bién el evangelismo en Sudáfrica.
Las reuniones fueron una bendición.
Diecinueve personas entregaron su vida a
Cristo. Ciertamente Dios ha aumentado
mi territorio, ha ampliado mi visión y ha
transformado a un pecador sin valor en un
instrumento dispuesto a darle paso al gran
poder de Dios.
Moses Muyunda completó sus estu-
dios teológicos y ahora sirve como ministro
ordenado en Zambia.
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DICO 19MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO
Zimbabue	 21 de noviembre
La mano salvadora de Dios,
parte 1
Wesley Banda era pastor en varias aldeas de Malaui.
La familia vivía en una casa de dos habitaciones. Debido
a que el área no tenía electricidad, la señora Banda pre-
paraba las comidas para la familia fuera de la casa, en un
fogón sobre leña.
Una noche después de la cena, la señora Banda volvió a su fogón para preparar sadza
(una espesa papilla de harina de maíz), para la comida de la mañana. Su marido estaba
sentado enfrente, en el salón familiar, trabajando con algunos documentos. Los niños se
sentaron en silencio en el salón para esperar el devocional familiar, y Josué, de cinco años,
se quedó dormido en la alfombra a los pies de su padre.
Cuando el pastor Banda encendió la lámpara de parafina, su única fuente de luz, la
llama farfulló, y se dio cuenta de que el combustible se estaba agotando. Fue a buscar la
parafina y comenzó a abastecer el tanque. Pero no sabía que la parafina estaba contamina-
da con una pequeña cantidad de gasolina. Mientras vertía el combustible en el depósito,
los vapores de la lámpara se incendiaron y la lámpara explotó en sus manos.
Instintivamente el pastor Banda lanzó la lámpara, pero su ropa se estaba incendiando.
La señora Banda escuchó la explosión y levantó la vista, y vio a su marido atravesando la
puerta con su ropa en llamas. Inmediatamente le lanzó una olla de agua sobre la ropa en
llamas y el pastor rodó por el suelo. Pronto el fuego estaba apagado.
Los niños salieron de la casa corriendo y gritando: “¡Fuego! ¡Fuego!” La lámpara había
incendiado el cuarto delantero. En medio del alboroto, nadie notó que el pequeño Josué fal-
taba. Momentos después, la señora Banda miró hacia la puerta y vio a Josué que se arrastraba
fuera de la casa con sus ropas ardiendo. Ella gritó y tomó en brazos a su pequeño hijo, y lo
dejó caer en una olla con agua. El fuego se apagó, pero Josué quedó terriblemente quemado.
Los vecinos salieron corriendo de sus casas para ver qué sucedía. Se apresuraron a
apagar el fuego. Sin embargo, la mayoría de las pertenencias de la familia habían sido
destruidas.
En aquel pueblo no había hospital o clínica, por lo que un vecino corrió a la casa de
un granjero que tenía un vehículo. Llamaron a su puerta y le pidieron su ayuda inmediata.
Él llevó a toda velocidad a la familia Banda al hospital más cercano. Aun así, era casi me-
dianoche cuando llegaron a la sala de emergencias del hospital. Habían pasado más de
cuatro horas desde la explosión.
MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO20 MISIÓ
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Los médicos negaban con la cabeza
mientras examinaban las quemaduras que
el pastor y su hijo habían sufrido. Las que-
maduras del pastor Banda eran graves, pero
el pequeño Josué estaba aún más herido de
gravedad. Las terribles quemaduras cu-
brían sus piernas, estómago y pecho. Un
pequeño movimiento conllevaba gritos de
dolor por parte del niño. Incluso mientras
trabajaban para salvar la vida del padre y de
su hijo, algunos de los médicos preparaban
a la familia para la probabilidad de que Jo-
sué no sobreviviera.
–Estamos haciendo todo lo posible por
su hijo –dijo el doctor cautelosamente–.
Pero tiene quemaduras tan terribles que se-
ría una bendición si muriera.
–¡No! –dijo con firmeza la señora–,
Dios le ha salvado la vida. Haga lo que
deba hacer, pero Dios salvará a mi hijo.
Continuará.
DICO 21MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO
Zimbabue	 28 de noviembre
La mano salvadora de Dios,
parte 2
El tratamiento de las heridas era casi tan doloroso
como las propias quemaduras. Cada día, las enfermeras
retiraban las vendas y sumergían las quemaduras en agua
salada. Luego raspaban suavemente las quemaduras para
quitar la piel muerta. Eso ayudaría a prevenir una infección. Las enfermeras enseñaron a
la señora Banda cómo debía lavar las heridas y aplicar el medicamento. Ella se quedó en el
hospital con su esposo y su hijo, para prepararles la comida y ayudar a cuidarlos.
Después de dos largos meses, el pastor Banda insistió en que ya no podía permanecer
en el hospital. Sus músculos eran débiles, y apenas podía caminar, pero estaba preocupado
por los miembros de su iglesia.
El pastor Banda regresó a su casa, pero Josué y su madre permanecieron en el hospital
durante cuatro meses más. Cada día su madre le hablaba con dulzura mientras limpiaba y
vendaba sus heridas. Su presencia fortalecía al chico y le daba esperanza.
Era difícil para la familia separarse durante tantos meses. No podían visitarse, pero
podían orar.
Después de seis meses Josué fue trasladado a un hospital de rehabilitación, donde es-
tuvo otros tres meses recibiendo terapia física. No podía caminar, pero aprendió a arrastrar
los pies con ayuda de una andadera. Su madre comenzó una nueva rutina de tratamiento
diario en la que empapaba sus piernas con agua tibia, y luego estiraba sus músculos. Fue
doloroso, pero instó a Josué a cantar en vez de llorar.
Finalmente, Josué estuvo listo para volver a casa. Su madre continuó su tratamiento y
lo animó a caminar. Cuando veía a sus amigos jugando fuera, él anhelaba irse a jugar con
ellos. Después de un año de recuperación y terapia, Josué logró caminar sin ayuda.
La recuperación del pastor Banda también tomó mucho tiempo. Los músculos de sus
piernas dañadas no se estiraban lo suficiente para permitirle andar en bicicleta. Y esto hacía
que fuera muy difícil para él ir de una iglesia a otra en el campo. Pero sus iglesias continua-
ron creciendo en tamaño y en la fe.
El pastor Banda sabe que, a lo largo de su terrible experiencia, Dios estaba al lado de
cada miembro de su familia, dándoles aliento, bendición y sanidad. “Dios nos bendijo
incluso en la hora más difícil. Cuando salí del hospital y volví a trabajar, la iglesia prosperó
aún más, y más personas llegaron a la iglesia que las que habían estado viniendo antes del
incendio”.
MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO22 MISIÓ
La señora Banda también agradeció las
bendiciones de Dios durante la terrible ex-
periencia. “Doy gracias a Dios por salvar a
mi marido y a mi hijo. Esta experiencia me
enseñó la importancia de pasar más tiempo
con mi familia. Yo nunca había reparado en
algunas cualidades especiales del pequeño
Josué que vi cuando estaba en el hospital.
Por ejemplo, tiene un talento maravilloso
para cantar, que no había apreciado del
todo hasta que lo escuché cantar mientras
se encontraba confinado en cama. Durante
nuestra larga estancia hospitalaria, tuvimos
tiempo para llegar a ser buenos amigos, y
también amigos de Dios”.
Wesley Banda terminó sus estudios en
la Universidad de Solusi en Zimbabue, y
actualmente es un ministro ordenado que
trabaja en Malaui. Mientras vivían en Solu-
si, Oliva Banda también tomó algunas cla-
ses, según le permitía su tiempo.
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DICO 23MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO
Botsuana				 5 de diciembre
El clamor del Kalahari,
parte 1
Las ondas de calor bailaban sobre las ardientes are-
nas. Un pequeño aborigen bosquimano se dirigía resuel-
tamente hacia el este a través del vasto desierto del Kala-
hari, mirando de vez en cuando una pequeña nube gris
que estaba delante de él. Sekoba estaba obedeciendo las instrucciones que le habían sido
dadas a través de un sueño. Un ángel le había dado instrucciones para que buscara a un
hombre llamado William, que le hablaría del Dios verdadero.
Así como los sabios siguieron una estrella, Sekoba siguió la nube hasta que se detuvo
sobre un pueblo. Pero, cuando les contó a los habitantes de la aldea su sueño, se burlaron
y se rieron de él.
Esa noche, el ángel se le apareció de nuevo y le dijo que continuara su viaje hacia el
este. Después de viajar por el desierto durante casi un mes, Sekoba encontró al pastor
William Moyo, quien también había sido preparado para su venida a través de un
sueño.
Durante varias semanas, el pastor William le habló a Sekoba de Dios. A su vez, el
aborigen le contó la maravillosa historia de cómo Dios lo había guiado. Cuando era joven,
había sentido un fuerte impulso a aprender a leer y escribir, por lo que ahora podía leer la
Biblia del pastor William por sí mismo.
Varios años antes, en un momento en que los leones hambrientos estaban matando
mucho ganado, sintió que había un poder superior que controlaba a los leones. Así que,
oró a ese poder superior, y los leones abandonaron el área. Cuando se enteró del cristia-
nismo y comenzó a buscar a Dios, un ángel en un sueño lo llevó hasta el pastor
William.
Luego de que Sekoba aprendió las buenas noticias del evangelio, invitó al pastor Wi-
lliam a volver con él para que le hablara al resto de su familia y los preparara para el bau-
tismo. De esta forma, en un campamento en 1948 fueron bautizados los primeros conver-
sos entre los aborígenes.
Los bosquimanos son una raza de baja estatura, con un promedio de un metro y me-
dio de altura, que tradicionalmente deambulan en pequeños grupos de caza y de recolec-
ción de frutos silvestres. Son un pueblo nómada que ha aprendido a sobrevivir en la región
desértica de Botsuana.
El clima de Botsuana es generalmente árido. El desierto de Kalahari, que cubre la parte
suroeste del país, recibe menos de veinte centímetros de lluvia al año. Durante muchos
MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO24 MISIÓ
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años, han tenido contacto con los adventis-
tas del séptimo día a través de los médicos
del hospital Kanye. En la siguiente historia,
el Dr. K. Seligman habla sobre uno de estos
encuentros.
Continuará.
DICO 25MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO
Botsuana 	 12 de diciembre
El clamor del Kalahari,
parte 2
El sol del desierto caía inmisericorde sobre el pe-
queño hombre que se arrastraba con su arco. Debido
a su fina apariencia arrugada, se podría suponer que
era un hombre de unos setenta años, pero su cuerpo
estaba acostumbrado a la escasez de alimentos y agua, y sus reflejos eran rápidos como
un rayo.
Apoyándose en la sabiduría de sus antepasados, se acercó con cautela a la pequeña
manada de ciervos que pastaban. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, montó una
flecha envenenada en su arco, apuntó cuidadosamente y la dejó volar. Dio en el blanco,
pero la piel del ciervo estaba dura, y la flecha no penetró profundamente. El ciervo miró
a su alrededor y seguidamente embistió al bosquimano, alzándolo con sus terribles cuer-
nos y corneándolo hasta que sus intestinos colgaron fuera de su abdomen, cubiertos de
arena y gravilla.
Luego de que el ciervo se fue, el bosquimano se levantó y, apretando la masa sucia de
intestinos hacia sí, se dirigió a la única ayuda que conocía: el hospital adventista, ¡que se
encontraba a kilómetros de distancia!
Apenas tenía conciencia cuando llegó al recinto hospitalario. El personal, horrorizado,
lo llevó de emergencia a la sala de operaciones, maravillándose de la resistencia extrema de
este hombre para llegar hasta allí.
El cirujano oró fervientemente mientras limpiaba los intestinos, los colocaba en la
cavidad abdominal y suturaba la herida hasta cerrarla. Él sabía que solo Dios podía curar
al bosquimano.
Con el cuidado de las enfermeras y mucha oración, finalmente el hombre se recu-
peró y regresó con su familia, dejando al personal del hospital con una pregunta en sus
mentes: ¿Habría él también aprendido del amor de Dios durante su estadía en el
hospital?
Varios meses más tarde, un hombre pequeño con una horrible cicatriz en su abdomen
llegó al hospital con una cadena de piedras de un metro de largo, un laborioso trabajo
artesanal hecho con herramientas primitivas, como expresión de gratitud hacia el médico
que le salvó la vida.
Parte de las ofrendas del decimotercer sábado de este trimestre ayudarán a establecer
una escuela primaria adventista del séptimo día en Botsuana. Por favor, haga planes para
MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO26 MISIÓ
dar generosamente en el decimotercer sá-
bado, o a través de nuestra página de Inter-
net: giving.adventistmission.org [en
inglés].
El Dr. K. Seligman es un médico prac-
ticante en Gaborone, Botsuana.
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DICO 27MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO
Otras regiones de África	 19 de diciembre
Todas las cosas les ayudan a
bien
Como muchos jóvenes en África, Siyoka había emi-
grado de su pueblo natal a una ciudad más grande en
busca de empleo. Vivía con unos parientes, y enviaba
cada centavo que podía para sostener a su madre viuda y
a sus dos hermanos menores.
La música fue principalmente lo que lo atrajo a las reuniones celebradas por el pastor
Mbena; pero, cuando escuchó hablar de Jesús, Siyoka no podía dejar de pensar en lo ma-
ravilloso que sería para él ir al cielo. Se preguntaba cómo sería nunca tener hambre, estar
triste, solo o tener miedo de nuevo.
Cuando las reuniones terminaron, Siyoka decidió volver a casa e ir a la escuela. Tal vez,
algún día, podría convertirse en un pastor también. El anciano local, que se hizo cargo de
dar seguimiento a los que habían asistido a la reunión, pensó que Siyoka había perdido el
interés cuando se fue de la ciudad. Siyoka aceptó todos los trabajos que encontró, para
pagar su matrícula escolar, mientras se preocupaba también por el huerto familiar. Pero ese
año las lluvias cesaron. Tristemente, los aldeanos vieron sus cultivos marchitarse y morir.
A veces había nubes e incluso un poco de lluvia, pero no lluvias continuas o abundantes
para dar vida a la tierra estéril.
El hambre era terrible. Muchos murieron y, muchos otros, incluyendo a Siyoka, se
enfermaron. Su madre, desesperada, al ver que estaba a punto de morir, logró llevarlo al
hospital de la ciudad más cercana.
Allí, el pastor Mbena, visitando algunos de los miembros de su iglesia, lo encontró.
Luego de relatar estos acontecimientos, la cara delgada de Siyoka se iluminó y dijo en
un susurro débil:
–Dios es bueno, pastor Mbena. Él no permitió que muriera en la hambruna y ahora
viviré para ver a mi gente bautizarse. Usted irá a mi pueblo, ¿no es así?
–Sí, Siyoka, iré a tu pueblo y realizaremos algunas reuniones para que tu gente pueda
aprender de Jesús –contestó el pastor calurosamente.
–¡Oh! ¡Ellos ya conocen a Jesús, pastor! –aseguró Siyoka con seriedad–. Hay 25 perso-
nas listas para ser bautizadas. Les conté todo lo que aprendí cuando asistí a sus reuniones
y les enseñé las canciones también. Me reuní con ellos cada sábado. Incluso cuando el
hambre era muy fuerte, oramos, y Dios respondió nuestras oraciones. Él me trajo aquí
para que yo pudiera encontrarme con usted. ¿Cuándo puede venir?
MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO28 MISIÓ
El pastor Mbena apenas podía creer lo
que escuchaba. Este muchacho, que había
tenido tan poca oportunidad de aprender,
¡se había convertido en un predicador de la
palabra de Dios! Cuando Siyoka estuvo lo
suficientemente recuperado como para vol-
ver a su casa, el pastor lo acompañó. Visitó
a las personas que Siyoka le señaló, y en-
contró que habían sido muy bien enseña-
dos. ¡Fue maravilloso el día cuando Siyoka
y sus 25 conversos fueron bautizados!
Esta historia fue escrita por Charlotte
Ishkanian.
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DICO 29MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO
26 de diciembre
Programa para el decimotercer sábado
Un narrador y dos lectores. [Los expositores no necesitan memorizar su parte, pero deben
estar lo suficientemente familiarizados con ella como para poder presentarla con confianza.]
Un gran mapa de la División Sudafricana y del Océano Índico. [Se puede escanear el
mapa de la última página de la publicación trimestral o descargarlo en www.AdventistMis-
sion.org y proyectarlo en una pantalla. También se puede dibujar un mapa
en una cartulina.].
* * *
Narrador 1: Este trimestre, nuestras ofrendas misioneras van destinadas a la División
Sudafricana y del Océano Índico. El objetivo principal es ayudar a las instituciones educa-
tivas y sanitarias que la Iglesia Adventista tiene en los países de este territorio.
Escuchemos un relato titulado “Una escuela de la noche a la mañana”, que muestra
claramente cómo la educación ha desempeñado un papel fundamental en el estableci-
miento de la Iglesia Adventista en Zambia. Zambia es uno de los países que forman parte
de esta División del sur de África.
Lector 1: Cuando el señor Anderson y su esposa llegaron a Zambia, no lo hicieron en
avión ni tampoco en auto. Viajaron en una carreta tirada por un tozudo buey. Después de
varios días de viaje por caminos polvorientos y llenos de baches, los viajeros llegaron final-
mente al lugar que el jefe del poblado había cedido a la Iglesia Adventista para que esta-
bleciera allí una escuela primaria.
Mientras la señora Anderson recogía leña para preparar la cena, su esposo recorrió la
propiedad para ver cuál sería el mejor lugar para construir la escuela. Había tanto por
hacer…
Lo primero era aprender el idioma local, para poder comunicarse con la gente. Lo
segundo, encontrar quien los ayudara a talar árboles y a construir la escuela. No parecía
una tarea fácil… El señor Anderson también quería aprender las técnicas de agricultura
que utilizaban los lugareños, para iniciar una granja-escuela. “Si trabajo duro –pensaba
él–, puedo abrir la escuela en dos años”.
Lector 2: Pero, aquel mismo día, un niño se le acercó y le dijo:
–Maestro, he venido a estudiar en su escuela.
Al menos, así se lo tradujo uno de los ayudantes de Anderson.
–¿¡En mi escuela!? –exclamó el señor Anderson–. ¡Pero si todavía no tenemos ninguna
escuela!
–¿Acaso no es usted maestro? –le preguntó el niño.
El señor Anderson asintió, y entonces el pequeño añadió:
MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO30 MISIÓ
–Pues, entonces, enséñeme.
Y no se movió de allí. Siguió al señor
Anderson hasta la carreta donde su esposa
estaba preparando la cena.
–Este niño quiere ir a la escuela –dijo
Anderson a su esposa moviendo la cabeza
con preocupación–. No se irá a su casa has-
ta que yo le enseñe.
Lector 1:
–¿Alguna vez envió Jesús a alguien a su
casa sin darle lo que le pedía? –preguntó la
señora Anderson a su esposo.
Y él entendió el mensaje. El niño que-
ría estudiar, aunque el señor Anderson no
tenía libros, ni escuela, ni hablaba el idio-
ma local. Lo único que tenía era una piza-
rra y unos lápices.
Al día siguiente llegaron cuatro niños
más, pidiendo ir a la escuela. Y así fue
como comenzó todo. El señor Anderson
puso a los muchachos a trabajar la tierra y a
construir una cabaña. Tras un día entero de
trabajo, tanto los niños como el maestro se
sentaron alrededor del fuego para comen-
zar la primera clase.
Palabra por palabra, el señor Anderson
iba aprendiendo con los niños el idioma
local, el chitonga, y escribía todo tal como
sonaba. Entonces copiaba los sonidos en la
pizarra y enseñaba a los niños a escribir.
Pronto el señor Anderson sabía el sufi-
ciente chitonga como para contarles
a los niños algunos relatos de la Biblia, y
ellos podían leer algunas palabras en su
propio idioma.
Comenzaron a llegar más niños, y la
escuela creció rápidamente. En un solo mes
llegaron cuarenta alumnos, tanto niños
como niñas. El señor Anderson escribió re-
latos de la Biblia como el de la Creación o
el Diluvio, para que los niños pudieran
leerlos en su propio idioma. Cuando los
alumnos recibieron sus primeros “libros”
con relatos de la Biblia en chitonga, los
memorizaron. ¡Eran unos estudiantes
excelentes!
A medida que aprendían, los alumnos
seguían construyendo la escuela y la granja.
Plantaron maíz y hortalizas, y ayudaron a
levantar el primer dormitorio con paredes
de barro y techo de paja. También constru-
yeron el comedor, un salón de clases y una
iglesia. Y de las cajas de su propia mudanza,
el señor Anderson hizo una mesa que colo-
có en el dormitorio. Por las noches, los ni-
ños dormían en el suelo.
Lector 2: Pero había tantos niños que
no cabían en aquel dormitorio. Un sábado,
después del servicio de culto, el director vio
llegar a cinco nuevos niños. Sabía que que-
rían estudiar, pero ya no había espacio para
ellos. Sin embargo, cuando supo que ha-
bían caminado casi trescientos kilómetros
para asistir a la nueva escuela, se encogió de
hombros y preguntó:
–¿Qué vamos a hacer?
–Los alumnos que se sienten en el sue-
lo, donde duermen por las noches. Pero
cuando llegue la estación lluviosa no po-
dremos hacer nada, porque no tenemos
tejado –le contestó Detja, su ayudante
africano.
Detja siguió pensando por un momen-
to, y entonces añadió:
–Maestro, el piso está lleno de niños,
pero ninguno duerme sobre la mesa.
Así que, en los cinco meses siguientes,
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DICO 31MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO
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aquella mesa sirvió no solo para comer y
estudiar, sino también para dormir durante
las noches. Así lograron tener más espacio
para albergar a más niños.
Lector 1: Los niños aprendían rápida-
mente, y las historias del amor de Jesús les
encantaban. Así, sus corazones fueron cam-
biando. El famoso doctor Livingstone, que
fue misionero en África, dijo en una oca-
sión que si alguna vez lograban cambiar los
corazones del pueblo bantú sería un mila-
gro de Dios. Y eso fue exactamente lo que
ocurrió. Los niños del pueblo bantú cam-
biaron completamente al conocer a Jesús,
gracias a aquella escuela que no era más que
una caseta de barro y paja.
Aquellos alumnos fueron los primeros
de la Escuela Adventista Rusangu, que si-
gue hoy en pie y continúa enseñando
a los niños el amor de Jesús.
Lector 2: El edificio original, hecho de
barro y paja, ha sido reemplazado por otro
de cemento con techo metálico. Y en el
mismo terreno hay una escuela secundaria
y una universidad con internado, que reci-
birá parte de las ofrendas del decimotercer
sábado de este trimestre para construir un
biblioteca.
Narrador: Nuestras ofrendas de hoy
ayudarán a construir también una escuela
primaria en el norte de Botsuana. Esta es-
cuela es muy necesaria, ya que no hay nin-
guna escuela adventista en todo el norte del
país. Los valores que se transmiten en la
educación adventista son muy importantes
para el desarrollo de una población. Ade-
más, muchos de los alumnos que asisten a
escuelas adventistas deciden bautizarse, y
con su testimonio llevan a sus familiares y
a sus amigos a la iglesia. Esta nueva escuela
adventista servirá, por lo tanto, como un
foco misionero que conquiste a muchas fa-
milias para Cristo.
Lector 1: Además de construir la Es-
cuela Primaria Adventista Gateway en Bot-
suana, nuestras ofrendas de hoy ayudarán a
los alumnos de la Universidad de Solusi, en
Zimbabue, que cada día abarrotan un co-
medor demasiado pequeño. Desde que fue
fundada en 1894, esta universidad se ha
ido llenando, hasta el punto que hoy tiene
catorce mil alumnos. La Universidad de
Solusi fue la primera institución privada de
educación superior de todo Zimbabue.
Nuestras ofrendas de hoy ayudarán a am-
pliar el comedor para que más estudiantes
puedan alimentarse en las debidas
condiciones.
Lector 2: Nuestras instituciones de sa-
lud también son muy importantes; por eso,
nuestra ofrenda de hoy ayudará a fundar
un centro de salud en Gweru, Zimbabue.
Esta clínica proveerá servicios a los miem-
bros de la comunidad, desde los más po-
bres hasta los más ricos. Incluirá una uni-
dad de pediatría que atenderá a los niños
del lugar.
Narrador: Pues ya hemos oído los re-
tos y las oportunidades que tiene nuestra
Iglesia en la División Sudafricana y del
Océano Índico. Seamos generosos con
nuestras ofrendas para que la gente de Bot-
suana y Zimbabue pueda llevar a muchos a
los pies de Jesús.
Informativo de las Misiones | Jóvenes Adultos | Escuela Sabática | Cuarto trimestre 2015

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Informativo de las Misiones | Jóvenes Adultos | Escuela Sabática | Cuarto trimestre 2015

  • 1. División Sudafricana y del Océano Índico 4º trimestre 2015
  • 2. MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO2 MISIÓ D Ín q to y Contenido MALAUI 5 El trabajo más satisfactorio, parte 1........................................ 3 de octubre 7 El trabajo más satisfactorio, parte 2 ..................................... 10 de octubre 9 Una respuesta inesperada .................................................... 17 de octubre ZIMBABUE 11 Nada, excepto la fe, parte 1 ................................................. 24 de octubre 13 Nada, excepto la fe, parte 2 ................................................. 31 de octubre 15 Agrandar mi visión, parte 1 .......................................... 7 de noviembre 17 Agrandar mi visión, parte 2 ........................................... 14 de noviembre 19 La mano salvadora de Dios, parte 1 ............................ 21 de noviembre 21 La mano salvadora de Dios, parte 2 .............................. 28 de noviembre BOTSUANA 23 El clamor del Kalahari, parte 1 ..................................... 5 de diciembre 25 El clamor del Kalahari, parte 2 ....................................... 12 de diciembre OTRAS REGIONES DE ÁFRICA 27 Todas las cosas les ayudan a bien.................................... 19 de diciembre 29 Programa para el decimotercer sábado ................................ 26 de diciembre
  • 3. DICO 3MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO División Sudafricana y del Océano Índico La División Sudafricana y del Océano Índico es la más reciente de las divisiones que componen la iglesia mundial. Su terri- torio incluye las naciones del sur de África y las de las islas del Océano Índico. Allí vi- ven más de ciento cincuenta millones de personas, de los cuales poco más de dos millones son miembros de la Iglesia Adven- tista del Séptimo Día. Tenemos un adven- tista por cada 72 habitantes. e e e e e e e e e e e e e Este trimestre, las ofrendas del decimotercer sábado ayudarán a: • Construir una escuela primaria en Gateway, Botsuana. • Construir un Centro de Salud en Gweru, Zimbabue. • Ampliar el comedor de la Universidad Adventista Solusi, Zimbabue. OPORTUNIDADES
  • 4. MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO4 MISIÓ Consejero: Carlyle Bayne. Director: Pablo Marcelo Claverie. Redactor de la edición castellana: Ekel Collins. MISIÓN ADVENTISTA. JÓVENES Y ADULTOS es una publicación trimestral editada por su pro- pietaria, la Asociación Casa Editora Sudamericana, para el Depto. de Escuela Sabática de las divisiones Sudamericana e Interamericana de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Impresa mediante el sistema offset, en talleres propios de Av. San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, República Argentina. Domicilio legal: Uriarte 2429, C1425FNI, Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Cuarto trimestre del año 2015 (octubre-diciembre de 2015). Año 106, nº 4 –107462– REGISTRO NACIONAL DE LA PROPIEDAD INTELECTUAL Nº 5218366 CORREO ARGENTINO Suc. Florida (B) y Central (B) IMPRESO EN LA ARGENTINA FRANQUEO A PAGAR Cuenta Nº 10272
  • 5. DICO 5MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO Malaui 3 de octubre El trabajo más satisfactorio, parte 1 Harry y Alex* trabajaban como guardias de seguri- dad en Malaui. Ellos a menudo buscaban maneras de acabar con el aburrimiento. Una noche, Alex dijo: –Tengo una idea para ganar algo de dinero extra. –Y ¿cuál es? –preguntó Harry, interesado. –Podríamos usar nuestros rifles en un pequeño negocio alternativo –dijo Alex levan- tando su arma–. Los ricos tienen más de lo que necesitan, y nosotros necesitamos más de lo que recibimos. Podríamos tomar un poco de ellos para poder tener suficiente para nosotros. Al comienzo, Harry no estaba muy seguro, pero finalmente su amigo lo convenció. Los dos irrumpieron en la casa de una familia rica, y se robaron el dinero que tenían y todo lo que pudieron llevarse con ellos. A los pocos días, robaron en más hogares. Hasta que una noche fueron capturados. Sentado en la cárcel, Harry se dio cuenta de la gravedad de sus crímenes. Los dos hombres fueron condenados a ocho años de trabajos forzados en una prisión de máxima seguridad, y enviados a prisiones separadas. Harry llegó a la prisión decidido a escapar. Su camisa llevaba impresa la duración de su pena de prisión. Un día, Harry sobornó a otro preso para intercambiar sus camisas. Así que, teniendo puesta su camisa nueva, con una fecha de liberación más corta, le fue asignado un trabajo de baja seguridad en el jardín de la prisión. Harry se dio cuenta de que todas las tardes el guardia tomaba una siesta mientras vigilaba. Un día, cuando el guardia estaba bostezando, Harry dejó caer su pala y corrió, y otros presos comenzaron a correr también. Los guardias capturaron a todos los prisioneros, excepto a Harry, que se había escon- dido entre unas grandes piedras. Cuando llegó la noche, los guardias abandonaron la búsqueda y regresaron a la cárcel. De esta forma, Harry pudo arrastrarse silenciosamente y logró escapar. Tiempo después encontró un empleo, y durante 18 meses trabajó arduamente y vivió sin problemas. Pero un día entró en la estación de autobuses y se encontró con la policía, que lo esperaba para llevarlo de vuelta a la cárcel. Ahora debía cumplir diez años de prisión. Cuando Harry fue escoltado a su celda, se sorprendió al ver que su compañero sería Alex, su ex socio en el crimen.
  • 6. MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO6 MISIÓ M E p p si su d lo p p a H H re d In so n y d h h ci ci fe lo o –Hey, tengo una idea –dijo Alex des- pués de que Harry se estableció en la celda. –¿Cuál es tu idea? –preguntó Harry, sintiendo como si regresaran a los viejos tiempos. Los muros de la prisión estaban hechos de ladrillos de barro con una gruesa capa de cemento sobre ellos. Harry y Alex decidie- ron cavar un pequeño túnel hacia el exte- rior. Les tomó solo tres días lograr traspasar la pared. Ambos esperaron hasta el anoche- cer, y luego se metieron por el agujero. Todo parecía tranquilo, pero cuando trepaban la pared exterior, un guardia los vio y dio el grito de fuga. Los guardias los persiguieron, pero Harry y Alex les lleva- ban una buena ventaja. Entonces, detuvieron un automóvil en la carretera, hicieron bajarse al conductor y se llevaron el automóvil. Condujeron hacia la ciudad y vendieron el automóvil por pie- zas. Pero alguien comenzó a sospechar y dio aviso a la policía. Alex escapó, pero Ha- rry fue capturado. Esta vez fue enviado a una pequeña prisión en la que era vigilado muy de cerca. Esa decisión cambió su vida. Continuará.
  • 7. DICO 7MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO Malaui 10 de octubre El trabajo más satisfactorio, parte 2 Algunos misioneros visitaban la prisión cada semana para hablar a los presos acerca de Dios. Uno de los pri- sioneros invitó a Harry a unirse al grupo. Él asistió, pero su mente solo estaba enfocada en conseguir una manera de escapar de prisión. Un misionero le dio un libro llamado El conflicto de los siglos. Harry lo leyó, pero estaba seguro de que con todos los crímenes que había cometido Dios no se preocuparía por él. Por las noches, algunos prisioneros cantaban y oraban desde sus celdas. Una noche, las palabras de una de las canciones tocaron su corazón. “De Dios vagaba lejos yo, vuelvo hoy a ti”, cantaban. En la oscuridad, las lágrimas comenzaron a caer sin control de los ojos de Harry. Entonces comenzó a sollozar. Lo mismo sucedió unas cuantas noches después. Harry se dio cuenta de que Dios lo estaba llamando para volver a casa, y que no podía rechazar esa invitación. Al principio dudó de la decisión de unirse a un grupo religioso, ya que no sabía cuál de ellos enseñaba la verdad bíblica. Comenzó entonces a estudiar las diferentes religiones. Incluso aprendió árabe, para poder leer el Corán. Pero ninguna de estas religiones parecía sostener la verdad. Entonces, Harry recordó el libro que había recibido. Lo sacó y comenzó a leerlo de nuevo. Al leer El conflicto de los siglos sintió que este libro le estaba enseñando la verdad. Comenzó a reunirse con la clase bíblica de los adventistas. Se unió a la clase bautismal y se preparó para ser bautizado. Pero, debido a la reputación escapista de Harry, los guar- dias se negaron a permitirle salir para ser bautizado. Un mes más tarde, Harry fue trasladado de nuevo a la prisión original de la que se había escapado. Cuando entró en la cárcel, los guardias lo saludaron. Algunos de ellos habían oído que Harry había cambiado, y lo observaban para comprobar que esto fuera cierto. Incluso sobornaron a otros presos para espiarlo. Harry se alegró al saber que también en esta prisión se celebraban servicios de adora- ción adventista. Él se unió a ellos y continuó estudiando las lecciones de La voz de la pro- fecía que había comenzado meses atrás. Finalmente, se le permitió ser bautizado. Harry le escribió a su familia diciéndole que había entregado su vida a Dios. Cuando lo visitaron, se quedaron maravillados por los cambios que vieron en él. Cuando Harry oró con su familia, los guardias inclinaron la cabeza también para orar. Incluso lo dejaron
  • 8. MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO8 MISIÓ M U zó m ll te n o o g d d c se c e p n c h d c d se e v ra in p solo con su madre, porque estaban conven- cidos de que no trataría de escapar de nuevo. Así, comenzó un ministerio desde el interior de la prisión. Mantuvo reuniones, inscribió a otros presos en los cursos de La voz de la profecía y compartió los libros de Elena de White con otros presos. El grupo de adoración adventista en la cárcel creció. Alrededor de cien personas se habían unido al grupo cuando Harry fue puesto en liber- tad. Cuando regresó a su casa, comenzó a trabajar como colportor evangélico. Le en- cantaba compartir su fe con aquellos que conocía, y aún más llevarlos a Dios. “Llevar almas a los pies de Jesús es un nuevo y satis- factorio trabajo, mucho mejor que el que me llevó a la cárcel”, testifica. * Alex es un seudónimo. Harry Mitengo vive en Liwonde, Malaui.
  • 9. DICO 9MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO Malaui 17 de octubre Una respuesta inesperada Un pequeño grupo de adventistas en Malaui organi- zó una serie de reuniones de evangelización. En la pri- mera noche de las reuniones, se decepcionaron cuando llegaron solo unas pocas personas. Oraron, pero la asis- tencia se mantenía en aproximadamente treinta perso- nas. Algunos sugirieron que debían cancelarse las reuniones, pero el orador se negó. “Si oramos fervientemente, Dios hará que algo suceda”, afirmaba. La siguiente noche, la reunión abrió con las mismas treinta personas. Cantaron y oraron, y el orador se puso de pie. De repente, una conmoción de aplausos y vítores aho- garon su voz. La conmoción aumentó a medida que se acercaba al lugar de encuentro una multitud de personas que seguían al nyau, un adorador de espíritus, vestido con una sonora falda de paja, trapos y una máscara ornamental. El nyau probablemente se dirigía al cementerio. Cuando el nyau se acercó, dejó de bailar y se volvió hacia el orador. La gente que lo seguía se detuvo, pero este no se movió. En lugar de ello, se apoyó en una pared. Al pare- cer, planificaba escuchar al evangelista. La gente que lo seguía aplaudiendo se detuvo y escuchó al orador, quien reanudó rápidamente su mensaje. El nyau escuchó en silencio el resto del sermón. Alguien calculó que unas doscientas personas que lo seguían escucharon también aquella noche el mensaje. El orador estaba nervioso, pero continuó con su presentación sobre el sueño de Nabucodonosor en Daniel capítulo 2. Después de la oración final, el nyau y sus seguidores continuaron su camino hacia el cementerio. La siguiente noche, la reunión comenzó con las mismas treinta personas, pero a medi- da que avanzaba el programa más personas comenzaron a llegar. Incluso el nyau, vestido con su máscara y su falda sonora, llegó con sus seguidores. Pero no se detuvo frente al lugar de encuentro en esta ocasión, sino que entró en la tienda y se sentó. Sus seguidores se sentaron también. El orador no estaba seguro de que el nyau fuera el mismo que había escuchado su mensaje el día anterior, pero reconoció a muchos de sus seguidores. Otros visitantes llegaron, curiosos por saber qué estaban predicando en su vecindario que gene- raba interés a un nyau. Esa noche, casi ochenta personas asistieron a la reunión. La asistencia a las reuniones continuó aumentando. Unas noches después, el orador invitó a los oyentes a aceptar a Jesús como su Salvador, y 95 personas aceptaron a Jesús y pidieron estudios bíblicos.
  • 10. MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO10 MISIÓ Z N p ev co p si so ig a m co au b b q d an ar ci ta re p La siguiente noche, cerca de doscientas personas asistieron a la reunión; entre ellos, dos nyaus más, vestidos con ropas rasgadas y llevando ramas frondosas para cubrir sus rostros. Esta vez, cincuenta personas más respondieron al llamado de aceptar a Jesús. Las reuniones continuaron durante 21 noches más, y también las clases bautisma- les. El día estipulado, 145 personas fueron bautizadas. Entre ellos estaba un hombre que se identificó como el nyau que había interrumpido la reunión al detenerse a es- cuchar la primera noche. Aquel hombre, que antes era nyau, hoy sigue siendo fiel a Jesús. En la actualidad, el pequeño grupo que oró y trabajó para incrementar el número de miembros adora en una iglesia más grande. Su iglesia anterior era demasiado pequeña para dar cabida a los nuevos miembros y a todos los que siguieron lle- gando. La curiosidad por el mensaje atrajo a los adoradores del diablo para adorar al Dios vivo. Willan Mkandawire es un laico activo en Lilongüe, Malaui.
  • 11. DICO 11MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO Zimbabue 24 de octubre Nada, excepto la fe, parte 1 John creció seguro de que Dios lo estaba llamando para convertirse en ministro. Cuando trató de ignorar o evitar el llamado, descubrió que no podía hacerlo. En Zimbabue es casi imposible que un estudiante consiga trabajo, así que John decidió confiar en su madre para pagar sus cuotas escolares cuando se matriculó en la Universidad de Solusi, la Univer- sidad Adventista de Zimbabue. John amaba la evangelización y, por ello, durante sus vacaciones escolares inició diver- sos programas de extensión. Llevó a cabo reuniones de evangelización cortas en varias iglesias y se regocijó al ver que cien personas llegaron a los pies de Cristo. Luego de las reuniones, y con el fin de prepararse para regresar a la escuela, John volvió a su casa, esperando tener el dinero completo para sus cuotas escolares, pero no fue así. Su madre le explicó que el negocio familiar no estaba marchando como debía. –Tal vez tendrás que esperar un semestre para ir a la Universidad –sugirió. –No te preocupes –le dijo John–; Dios es quién me llamó al ministerio, y él ayudará con mis cuotas escolares. Con esta idea, empacó su maleta, le dio un beso de despedida a su madre y se subió al autobús que lo llevaría a Solusi. Llegaría sin suficiente dinero para comprar siquiera un boleto de autobús de vuelta a casa. No tenía nada, excepto su fe. John llegó a Solusi demasiado tarde para matricularse, así que pasó la noche en la ha- bitación compartida de un amigo. Al día siguiente fue a ver al decano de caballeros para que le asignara un dormitorio. El decano se mostró reacio a darle una habitación sin liqui- dación financiera. Pero él conocía a John, así que finalmente accedió. –Aquí está la llave –dijo el decano–, pero si no has recibido la liquidación financiera antes de las cinco de la mañana, tendrás que mudarte. John le dio las gracias y llevó sus cosas hasta la habitación. Antes de desempacar, se arrodilló y oró: “Dios, te doy gracias por el tiempo que me has otorgado en esta habita- ción. Si tú no pagas mi matrícula, tendré que irme mañana, por lo que hoy dependo to- talmente de ti. Gracias por eso, Señor. Amén”. Pronto escuchó que la hermana Jeremiah, una amiga y evangelista, estaba sosteniendo reuniones en la Universidad. Así que, fue a visitarla. –¿Pagaste ya tu matrícula? –le preguntó la hermana Jeremiah. –No –contestó sinceramente–, mi mamá aún no ha conseguido el dinero. He venido para que oremos por este asunto.
  • 12. MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO12 MISIÓ Z N o d to te n a c c d in o d e D d v u –No pidamos a Dios por el dinero –dijo la hermana Jeremiah–. Démosle gracias por proporcionar el dinero que necesitas. Así que, los dos se arrodillaron, y la hermana Jeremiah dio gracias a Dios por el dinero que John aún no había recibido. El dinero no llegó ese día. Mientras John caminaba por la institución, varios amigos se detuvieron para preguntarle cómo iban las cosas. John no les habló so- bre sus necesidades financieras, pero res- pondió, sonriendo: “Todo está bien; Dios está en el control”. Una chica que conocía la situación de John intentó persuadirlo para que abando- nara la Universidad, pero él respondió: “No trates de desanimarme. Dios proveerá”. Llegada la hora de dormir, aún no ha- bía pasado nada. Pero John, confiado, colo- có de nuevo su situación en manos de Dios y se fue a dormir. Continuará.
  • 13. DICO 13MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO Zimbabue 31 de octubre Nada, excepto la fe, parte 2 A la mañana siguiente, John asistió a un servicio de oración en la Universidad. La hermana Jeremiah estaba dirigiendo este servicio y pidió voluntarios para orar por todos los estudiantes. John oró por los estudiantes que tenían necesidades, y en silencio oró por su propia necesidad. Un par de horas más tarde se encontró con un amigo. –¿Cómo estás? ¿Está todo bien? –le preguntó su amigo. –Sí –dijo John–, todo está bien. Dios está en el control. –¿Cómo está tu mamá? –preguntó el amigo. –Ella está bien –respondió John–, pero está preocupada por el pago de la escuela. –¿Cuánto necesitas? –preguntó. John necesitaba cincuenta mil dólares zimbabuenses para registrarse. Su amigo sacó algunos pula, la moneda de Botsuana. –Aquí tienes 250 pula –dijo su amigo. El dinero era equivalente a 25 mil dólares zimbabuenses. John le agradeció a su amigo con gusto y aceptó el dinero. “Bien, Señor. Ahora, ayúdame a convertir estos pula en sufi- cientes dólares para poder matricularme”. En cuestión de minutos, John encontró a alguien dispuesto a cambiar sus pulas por dólares zimbabuenses, de tal forma que obtuvo la mitad de la cantidad necesaria para inscribirse. John buscó con diligencia un teléfono para contarle a su madre que Dios había obrado un milagro. –Mamá –dijo–, ¿puedes enviar a Mercy [su hermana] al banco a depositar 25 mil dólares? –John –respondió ella–, tú sabes que no tengo el dinero. –Simplemente envía a Mercy a la ciudad –respondió él–. Dios proveerá el dinero. Su madre estaba perpleja, pero no le discutió el asunto. Si John tenía esa clase de fe, ella no se atrevería a dudar. Así que, le dijo a Mercy que fuera a la ciudad y esperara a que Dios le diera el dinero para John. Mientras tanto, John fue a la ciudad para depositar en su cuenta bancaria los 25 mil dólares que había recibido en Solusi. Cuando llegó a la ciudad, llamó a su madre otra vez. –¡He estado tratando de comunicarme contigo! –le dijo ella–. Mercy se encontró con uno de tus amigos de la ciudad; él le dijo que había prometido ayudarte con un poco de
  • 14. MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO14 MISIÓ Z A ti d U su co la m le ta h la ci al ad in C en d n o co T q so g ti co dinero para la comida. Pero, cuando quiso buscarte, ya te habías ido a la escuela. Así que, habló con Mercy para depositarlo en tu cuenta. Cuando Mercy le contó sobre la gran cantidad de dinero que necesitabas, respondió que era más de lo que había pla- neado darte, pero cuando abrió su billetera, tenía más de 25 mil dólares. Así que, le dio el dinero a Mercy para ti. ¡Solo necesitamos saber tu número de cuenta en Solusi para poder depositarlo! Los ojos de John se llenaron de lágri- mas al ver la manera en que Dios estaba respondiendo sus oraciones. Le dio a su madre la información necesaria y agradeció a ambas por contribuir para que el milagro sucediera. John corrió de regreso a la escuela y lo- gró llegar unos pocos minutos antes de que la oficina de registro cerrara. Su corazón se sentía aliviado, y caminaba tranquilo al pensar en cómo Dios había obrado otro milagro en la vida de un joven que no tenía nada, excepto su fe. Más de mil estudiantes están matricu- lados en la Universidad de Solusi. Muchos, como John, están allí por fe. La Universi- dad está creciendo considerablemente y se necesita más espacio en el comedor. Su ofrenda de decimotercer sábado contribui- rá en esta misión. ¡Gracias! John Mavesere era estudiante de Teo- logía en la Universidad de Solusi en Zim- babue cuando esto fue escrito. Ahora, sirve al Señor en Zimbabue.
  • 15. DICO 15MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO Zimbabue 7 de noviembre Agrandar mi visión, parte 1 Yo nunca tuve la intención de convertirme en cris- tiano. Conocí a Dios mientras estudiaba en un interna- do público. Allí veía a una chica y me interesé en ella. Un día tuve el coraje para invitarla a salir, así que fui a su sala de estudio para conocerla y convencerla de salir conmigo. Ya sabía que ella era cristiana, pero eso no me detuvo. Cuando entré en el salón, la encontré leyendo un folleto. Me senté a su lado y le pregunté qué estaba leyendo. Ella me ofreció uno de los panfletos y yo fingí leerlo solamente para impresionarla. Cuando le pedí una cita, ella se negó de manera sutil, pero me pidió que conservara el folleto. Más tarde, esa misma noche, me senté y lo leí. Era una lección de La voz de la profecía que hablaba sobre el infierno, y ese tema me inquietaba. Así que, casi no dormí esa noche. A menudo estaba en problemas porque con frecuencia rompía las reglas de la escue- la. El sábado por la mañana, un día después de haber abordado a esta chica para una cita, me dirigí al edificio de Administración para ver si me habían atrapado rompiendo alguna regla esa semana y me habían asignado alguna actividad disciplinaria. Mientras revisaba la lista, un chico se acercó a mí y me invitó a ir a un servicio de adoración en el auditorio. Yo no había ido a la iglesia desde hacía diez años y no estaba interesado en las religiones. Pero, por alguna razón, acepté la invitación de este chico. Creo que incluso él se sorprendió cuando acepté. Caminamos por la escuela juntos y entramos en el auditorio. Entonces, me di cuenta de que la chica a la que le había pe- dido el día anterior que saliera conmigo era adventista. Otra cosa muy extraña sucedió. Yo tenía dos dólares en el bolsillo que había desti- nado para beber algo de licor la noche del sábado. Pero, cuando pasó la cesta de la ofrenda, me sorprendí porque sin pensarlo coloqué los dos dólares en ella. Más tarde comprendí que esta acción me libró de beber ese fin de semana. Descubrí que este grupo de estudiantes de secundaria hacía más que orar y cantar. Tenían un programa de Conquistadores bien establecido. Enseguida me interesé en lo que hacían, así que me quedé hasta la tarde y lo vi. A la semana siguiente me uní al Club de Conquistadores, y todo el mundo se sorprendió. Aunque no había aceptado la invitación para asistir a la iglesia de la chica que me gustaba, me alegré cuando la vi en la iglesia. Ella se hizo mi amiga y me ayudó a sen- tirme como en casa en las reuniones de la iglesia. Aun así, ella se negaba a salir conmigo.
  • 16. MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO16 MISIÓ Z A co al co am b ta al ci ll o im p en p fi d ev m g tr L lo p S d le su n Desde el primer día que asistí a la iglesia decidí dejar de fumar y beber. Gra- cias a Dios, nunca he fumado o bebido de nuevo. Decidí separarme de los viejos amigos, lo cual me trajo problemas debi- do a mi nuevo interés religioso. En múlti- ples ocasiones me pidieron ir a beber con ellos e hicieron todo lo posible para con- seguir que volviera. Pero me negué. Hice nuevos amigos en la iglesia. Varios meses más tarde entregué mi vida a Cristo a tra- vés del bautismo. En ese momento tan solo tenía 17 años. Continuará.
  • 17. DICO 17MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO Zimbabue 14 de noviembre Agrandar mi visión, parte 2 Cuando terminé la escuela secundaria, trabajé como colportor durante tres años. Un día, visité un hospital y allí vi a alguien que me resultaba familiar. Apenas lo re- conocí; era uno de mis antiguos compañeros de copas y amigo de infancia. Estaba muriendo de tuberculosis de- bido al sida. Me quedé mirándolo atónito mientras yacía allí inconsciente. Era demasiado tarde para compartir a Cristo con él, pero no podía dejar de pensar que, si hubiese resistido al llamado de Dios, podría ser yo quien estuviera acostado en su lugar. Mi amigo de infan- cia murió pocos días después. Esta experiencia profundizó mi convicción de responder al llamado de Dios cuando sea y donde sea. Ya que aplazarlo podría significar la muerte de otros. Decidí ser un colportor por el resto de mi vida. Después de todo, había sido la página impresa la que había influido en mí para aceptar a Cristo. Pero el campo local me llamó para ser pastor de tres iglesias. No tenía formación como ministro y nunca había pensado en hacer este tipo de trabajo. Luché para decidir si aceptar este llamado, ya que según mi pensar no estaba en la dirección que Dios me había estado conduciendo. Sin embargo, finalmente acepté. Después de estar en el ministerio durante varios años, la Asociación me animó a estu- diar en la Universidad de Solusi. Durante las vacaciones escolares realicé reuniones de evangelización donde me llamaron a ir. Se corrió la voz de que estaba dispuesto a ir donde me enviaran, y enseguida vinieron más invitaciones. Descubrí que esto era lo que me gustaba. Durante una especialización sobre evangelismo, un orador nos desafió a ampliar nues- tra visión acerca de cómo Dios puede usarnos. “No se limiten y no limiten a Dios”, decía. Las palabras del orador se me quedaron grabadas. Pero ¿cómo podía ampliar mi visión de lo que Dios esperaba de mí? ¡Él ya había hecho mucho más de lo que pensaba que sería posible! Varios meses después, recibí una llamada para realizar reuniones de evangelismo en Sudáfrica. Miré el calendario y noté que las fechas que me dieron coincidían con las fechas de los exámenes finales. Debido a mi oración para que Dios expandiera mi territorio, no les hablé a las personas de Sudáfrica de mi dilema, pero ayuné y oré para que Dios obrara su voluntad en este asunto. Tenía la convicción de que él abriría el camino. Sabía que las fechas de las reuniones no eran cambiantes, y también sabía que no podía cambiar mis horarios de exámenes.
  • 18. MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO18 MISIÓ Pero Dios estaba trabajando en mi causa: al poco tiempo supe que mis exámenes ha- bían sido aplazados una semana completa. Así que, pude realizar mis exámenes y tam- bién el evangelismo en Sudáfrica. Las reuniones fueron una bendición. Diecinueve personas entregaron su vida a Cristo. Ciertamente Dios ha aumentado mi territorio, ha ampliado mi visión y ha transformado a un pecador sin valor en un instrumento dispuesto a darle paso al gran poder de Dios. Moses Muyunda completó sus estu- dios teológicos y ahora sirve como ministro ordenado en Zambia. Z L p L a p fo (u se se se ll p d lo L p ll in ta fu d a d u É d c
  • 19. DICO 19MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO Zimbabue 21 de noviembre La mano salvadora de Dios, parte 1 Wesley Banda era pastor en varias aldeas de Malaui. La familia vivía en una casa de dos habitaciones. Debido a que el área no tenía electricidad, la señora Banda pre- paraba las comidas para la familia fuera de la casa, en un fogón sobre leña. Una noche después de la cena, la señora Banda volvió a su fogón para preparar sadza (una espesa papilla de harina de maíz), para la comida de la mañana. Su marido estaba sentado enfrente, en el salón familiar, trabajando con algunos documentos. Los niños se sentaron en silencio en el salón para esperar el devocional familiar, y Josué, de cinco años, se quedó dormido en la alfombra a los pies de su padre. Cuando el pastor Banda encendió la lámpara de parafina, su única fuente de luz, la llama farfulló, y se dio cuenta de que el combustible se estaba agotando. Fue a buscar la parafina y comenzó a abastecer el tanque. Pero no sabía que la parafina estaba contamina- da con una pequeña cantidad de gasolina. Mientras vertía el combustible en el depósito, los vapores de la lámpara se incendiaron y la lámpara explotó en sus manos. Instintivamente el pastor Banda lanzó la lámpara, pero su ropa se estaba incendiando. La señora Banda escuchó la explosión y levantó la vista, y vio a su marido atravesando la puerta con su ropa en llamas. Inmediatamente le lanzó una olla de agua sobre la ropa en llamas y el pastor rodó por el suelo. Pronto el fuego estaba apagado. Los niños salieron de la casa corriendo y gritando: “¡Fuego! ¡Fuego!” La lámpara había incendiado el cuarto delantero. En medio del alboroto, nadie notó que el pequeño Josué fal- taba. Momentos después, la señora Banda miró hacia la puerta y vio a Josué que se arrastraba fuera de la casa con sus ropas ardiendo. Ella gritó y tomó en brazos a su pequeño hijo, y lo dejó caer en una olla con agua. El fuego se apagó, pero Josué quedó terriblemente quemado. Los vecinos salieron corriendo de sus casas para ver qué sucedía. Se apresuraron a apagar el fuego. Sin embargo, la mayoría de las pertenencias de la familia habían sido destruidas. En aquel pueblo no había hospital o clínica, por lo que un vecino corrió a la casa de un granjero que tenía un vehículo. Llamaron a su puerta y le pidieron su ayuda inmediata. Él llevó a toda velocidad a la familia Banda al hospital más cercano. Aun así, era casi me- dianoche cuando llegaron a la sala de emergencias del hospital. Habían pasado más de cuatro horas desde la explosión.
  • 20. MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO20 MISIÓ Z L p co re sa q la h en p d ve p tu lo d d lo el p q ro ca in aú in Los médicos negaban con la cabeza mientras examinaban las quemaduras que el pastor y su hijo habían sufrido. Las que- maduras del pastor Banda eran graves, pero el pequeño Josué estaba aún más herido de gravedad. Las terribles quemaduras cu- brían sus piernas, estómago y pecho. Un pequeño movimiento conllevaba gritos de dolor por parte del niño. Incluso mientras trabajaban para salvar la vida del padre y de su hijo, algunos de los médicos preparaban a la familia para la probabilidad de que Jo- sué no sobreviviera. –Estamos haciendo todo lo posible por su hijo –dijo el doctor cautelosamente–. Pero tiene quemaduras tan terribles que se- ría una bendición si muriera. –¡No! –dijo con firmeza la señora–, Dios le ha salvado la vida. Haga lo que deba hacer, pero Dios salvará a mi hijo. Continuará.
  • 21. DICO 21MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO Zimbabue 28 de noviembre La mano salvadora de Dios, parte 2 El tratamiento de las heridas era casi tan doloroso como las propias quemaduras. Cada día, las enfermeras retiraban las vendas y sumergían las quemaduras en agua salada. Luego raspaban suavemente las quemaduras para quitar la piel muerta. Eso ayudaría a prevenir una infección. Las enfermeras enseñaron a la señora Banda cómo debía lavar las heridas y aplicar el medicamento. Ella se quedó en el hospital con su esposo y su hijo, para prepararles la comida y ayudar a cuidarlos. Después de dos largos meses, el pastor Banda insistió en que ya no podía permanecer en el hospital. Sus músculos eran débiles, y apenas podía caminar, pero estaba preocupado por los miembros de su iglesia. El pastor Banda regresó a su casa, pero Josué y su madre permanecieron en el hospital durante cuatro meses más. Cada día su madre le hablaba con dulzura mientras limpiaba y vendaba sus heridas. Su presencia fortalecía al chico y le daba esperanza. Era difícil para la familia separarse durante tantos meses. No podían visitarse, pero podían orar. Después de seis meses Josué fue trasladado a un hospital de rehabilitación, donde es- tuvo otros tres meses recibiendo terapia física. No podía caminar, pero aprendió a arrastrar los pies con ayuda de una andadera. Su madre comenzó una nueva rutina de tratamiento diario en la que empapaba sus piernas con agua tibia, y luego estiraba sus músculos. Fue doloroso, pero instó a Josué a cantar en vez de llorar. Finalmente, Josué estuvo listo para volver a casa. Su madre continuó su tratamiento y lo animó a caminar. Cuando veía a sus amigos jugando fuera, él anhelaba irse a jugar con ellos. Después de un año de recuperación y terapia, Josué logró caminar sin ayuda. La recuperación del pastor Banda también tomó mucho tiempo. Los músculos de sus piernas dañadas no se estiraban lo suficiente para permitirle andar en bicicleta. Y esto hacía que fuera muy difícil para él ir de una iglesia a otra en el campo. Pero sus iglesias continua- ron creciendo en tamaño y en la fe. El pastor Banda sabe que, a lo largo de su terrible experiencia, Dios estaba al lado de cada miembro de su familia, dándoles aliento, bendición y sanidad. “Dios nos bendijo incluso en la hora más difícil. Cuando salí del hospital y volví a trabajar, la iglesia prosperó aún más, y más personas llegaron a la iglesia que las que habían estado viniendo antes del incendio”.
  • 22. MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO22 MISIÓ La señora Banda también agradeció las bendiciones de Dios durante la terrible ex- periencia. “Doy gracias a Dios por salvar a mi marido y a mi hijo. Esta experiencia me enseñó la importancia de pasar más tiempo con mi familia. Yo nunca había reparado en algunas cualidades especiales del pequeño Josué que vi cuando estaba en el hospital. Por ejemplo, tiene un talento maravilloso para cantar, que no había apreciado del todo hasta que lo escuché cantar mientras se encontraba confinado en cama. Durante nuestra larga estancia hospitalaria, tuvimos tiempo para llegar a ser buenos amigos, y también amigos de Dios”. Wesley Banda terminó sus estudios en la Universidad de Solusi en Zimbabue, y actualmente es un ministro ordenado que trabaja en Malaui. Mientras vivían en Solu- si, Oliva Banda también tomó algunas cla- ses, según le permitía su tiempo. B E p n ta h q d h so y es W su ab h B m o n W ll ti so d ci d su
  • 23. DICO 23MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO Botsuana 5 de diciembre El clamor del Kalahari, parte 1 Las ondas de calor bailaban sobre las ardientes are- nas. Un pequeño aborigen bosquimano se dirigía resuel- tamente hacia el este a través del vasto desierto del Kala- hari, mirando de vez en cuando una pequeña nube gris que estaba delante de él. Sekoba estaba obedeciendo las instrucciones que le habían sido dadas a través de un sueño. Un ángel le había dado instrucciones para que buscara a un hombre llamado William, que le hablaría del Dios verdadero. Así como los sabios siguieron una estrella, Sekoba siguió la nube hasta que se detuvo sobre un pueblo. Pero, cuando les contó a los habitantes de la aldea su sueño, se burlaron y se rieron de él. Esa noche, el ángel se le apareció de nuevo y le dijo que continuara su viaje hacia el este. Después de viajar por el desierto durante casi un mes, Sekoba encontró al pastor William Moyo, quien también había sido preparado para su venida a través de un sueño. Durante varias semanas, el pastor William le habló a Sekoba de Dios. A su vez, el aborigen le contó la maravillosa historia de cómo Dios lo había guiado. Cuando era joven, había sentido un fuerte impulso a aprender a leer y escribir, por lo que ahora podía leer la Biblia del pastor William por sí mismo. Varios años antes, en un momento en que los leones hambrientos estaban matando mucho ganado, sintió que había un poder superior que controlaba a los leones. Así que, oró a ese poder superior, y los leones abandonaron el área. Cuando se enteró del cristia- nismo y comenzó a buscar a Dios, un ángel en un sueño lo llevó hasta el pastor William. Luego de que Sekoba aprendió las buenas noticias del evangelio, invitó al pastor Wi- lliam a volver con él para que le hablara al resto de su familia y los preparara para el bau- tismo. De esta forma, en un campamento en 1948 fueron bautizados los primeros conver- sos entre los aborígenes. Los bosquimanos son una raza de baja estatura, con un promedio de un metro y me- dio de altura, que tradicionalmente deambulan en pequeños grupos de caza y de recolec- ción de frutos silvestres. Son un pueblo nómada que ha aprendido a sobrevivir en la región desértica de Botsuana. El clima de Botsuana es generalmente árido. El desierto de Kalahari, que cubre la parte suroeste del país, recibe menos de veinte centímetros de lluvia al año. Durante muchos
  • 24. MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO24 MISIÓ B E p q a er es u m fl p a n ar in en lo es ca al p m h ll ar q u años, han tenido contacto con los adventis- tas del séptimo día a través de los médicos del hospital Kanye. En la siguiente historia, el Dr. K. Seligman habla sobre uno de estos encuentros. Continuará.
  • 25. DICO 25MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO Botsuana 12 de diciembre El clamor del Kalahari, parte 2 El sol del desierto caía inmisericorde sobre el pe- queño hombre que se arrastraba con su arco. Debido a su fina apariencia arrugada, se podría suponer que era un hombre de unos setenta años, pero su cuerpo estaba acostumbrado a la escasez de alimentos y agua, y sus reflejos eran rápidos como un rayo. Apoyándose en la sabiduría de sus antepasados, se acercó con cautela a la pequeña manada de ciervos que pastaban. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, montó una flecha envenenada en su arco, apuntó cuidadosamente y la dejó volar. Dio en el blanco, pero la piel del ciervo estaba dura, y la flecha no penetró profundamente. El ciervo miró a su alrededor y seguidamente embistió al bosquimano, alzándolo con sus terribles cuer- nos y corneándolo hasta que sus intestinos colgaron fuera de su abdomen, cubiertos de arena y gravilla. Luego de que el ciervo se fue, el bosquimano se levantó y, apretando la masa sucia de intestinos hacia sí, se dirigió a la única ayuda que conocía: el hospital adventista, ¡que se encontraba a kilómetros de distancia! Apenas tenía conciencia cuando llegó al recinto hospitalario. El personal, horrorizado, lo llevó de emergencia a la sala de operaciones, maravillándose de la resistencia extrema de este hombre para llegar hasta allí. El cirujano oró fervientemente mientras limpiaba los intestinos, los colocaba en la cavidad abdominal y suturaba la herida hasta cerrarla. Él sabía que solo Dios podía curar al bosquimano. Con el cuidado de las enfermeras y mucha oración, finalmente el hombre se recu- peró y regresó con su familia, dejando al personal del hospital con una pregunta en sus mentes: ¿Habría él también aprendido del amor de Dios durante su estadía en el hospital? Varios meses más tarde, un hombre pequeño con una horrible cicatriz en su abdomen llegó al hospital con una cadena de piedras de un metro de largo, un laborioso trabajo artesanal hecho con herramientas primitivas, como expresión de gratitud hacia el médico que le salvó la vida. Parte de las ofrendas del decimotercer sábado de este trimestre ayudarán a establecer una escuela primaria adventista del séptimo día en Botsuana. Por favor, haga planes para
  • 26. MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO26 MISIÓ dar generosamente en el decimotercer sá- bado, o a través de nuestra página de Inter- net: giving.adventistmission.org [en inglés]. El Dr. K. Seligman es un médico prac- ticante en Gaborone, Botsuana. O T b g b ca a M ra tr al d in p añ A p en h u vi ap n y h p
  • 27. DICO 27MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO Otras regiones de África 19 de diciembre Todas las cosas les ayudan a bien Como muchos jóvenes en África, Siyoka había emi- grado de su pueblo natal a una ciudad más grande en busca de empleo. Vivía con unos parientes, y enviaba cada centavo que podía para sostener a su madre viuda y a sus dos hermanos menores. La música fue principalmente lo que lo atrajo a las reuniones celebradas por el pastor Mbena; pero, cuando escuchó hablar de Jesús, Siyoka no podía dejar de pensar en lo ma- ravilloso que sería para él ir al cielo. Se preguntaba cómo sería nunca tener hambre, estar triste, solo o tener miedo de nuevo. Cuando las reuniones terminaron, Siyoka decidió volver a casa e ir a la escuela. Tal vez, algún día, podría convertirse en un pastor también. El anciano local, que se hizo cargo de dar seguimiento a los que habían asistido a la reunión, pensó que Siyoka había perdido el interés cuando se fue de la ciudad. Siyoka aceptó todos los trabajos que encontró, para pagar su matrícula escolar, mientras se preocupaba también por el huerto familiar. Pero ese año las lluvias cesaron. Tristemente, los aldeanos vieron sus cultivos marchitarse y morir. A veces había nubes e incluso un poco de lluvia, pero no lluvias continuas o abundantes para dar vida a la tierra estéril. El hambre era terrible. Muchos murieron y, muchos otros, incluyendo a Siyoka, se enfermaron. Su madre, desesperada, al ver que estaba a punto de morir, logró llevarlo al hospital de la ciudad más cercana. Allí, el pastor Mbena, visitando algunos de los miembros de su iglesia, lo encontró. Luego de relatar estos acontecimientos, la cara delgada de Siyoka se iluminó y dijo en un susurro débil: –Dios es bueno, pastor Mbena. Él no permitió que muriera en la hambruna y ahora viviré para ver a mi gente bautizarse. Usted irá a mi pueblo, ¿no es así? –Sí, Siyoka, iré a tu pueblo y realizaremos algunas reuniones para que tu gente pueda aprender de Jesús –contestó el pastor calurosamente. –¡Oh! ¡Ellos ya conocen a Jesús, pastor! –aseguró Siyoka con seriedad–. Hay 25 perso- nas listas para ser bautizadas. Les conté todo lo que aprendí cuando asistí a sus reuniones y les enseñé las canciones también. Me reuní con ellos cada sábado. Incluso cuando el hambre era muy fuerte, oramos, y Dios respondió nuestras oraciones. Él me trajo aquí para que yo pudiera encontrarme con usted. ¿Cuándo puede venir?
  • 28. MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO28 MISIÓ El pastor Mbena apenas podía creer lo que escuchaba. Este muchacho, que había tenido tan poca oportunidad de aprender, ¡se había convertido en un predicador de la palabra de Dios! Cuando Siyoka estuvo lo suficientemente recuperado como para vol- ver a su casa, el pastor lo acompañó. Visitó a las personas que Siyoka le señaló, y en- contró que habían sido muy bien enseña- dos. ¡Fue maravilloso el día cuando Siyoka y sus 25 conversos fueron bautizados! Esta historia fue escrita por Charlotte Ishkanian. 2 P es m si en S ti c m d a v m b p h se u q é e
  • 29. DICO 29MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO 26 de diciembre Programa para el decimotercer sábado Un narrador y dos lectores. [Los expositores no necesitan memorizar su parte, pero deben estar lo suficientemente familiarizados con ella como para poder presentarla con confianza.] Un gran mapa de la División Sudafricana y del Océano Índico. [Se puede escanear el mapa de la última página de la publicación trimestral o descargarlo en www.AdventistMis- sion.org y proyectarlo en una pantalla. También se puede dibujar un mapa en una cartulina.]. * * * Narrador 1: Este trimestre, nuestras ofrendas misioneras van destinadas a la División Sudafricana y del Océano Índico. El objetivo principal es ayudar a las instituciones educa- tivas y sanitarias que la Iglesia Adventista tiene en los países de este territorio. Escuchemos un relato titulado “Una escuela de la noche a la mañana”, que muestra claramente cómo la educación ha desempeñado un papel fundamental en el estableci- miento de la Iglesia Adventista en Zambia. Zambia es uno de los países que forman parte de esta División del sur de África. Lector 1: Cuando el señor Anderson y su esposa llegaron a Zambia, no lo hicieron en avión ni tampoco en auto. Viajaron en una carreta tirada por un tozudo buey. Después de varios días de viaje por caminos polvorientos y llenos de baches, los viajeros llegaron final- mente al lugar que el jefe del poblado había cedido a la Iglesia Adventista para que esta- bleciera allí una escuela primaria. Mientras la señora Anderson recogía leña para preparar la cena, su esposo recorrió la propiedad para ver cuál sería el mejor lugar para construir la escuela. Había tanto por hacer… Lo primero era aprender el idioma local, para poder comunicarse con la gente. Lo segundo, encontrar quien los ayudara a talar árboles y a construir la escuela. No parecía una tarea fácil… El señor Anderson también quería aprender las técnicas de agricultura que utilizaban los lugareños, para iniciar una granja-escuela. “Si trabajo duro –pensaba él–, puedo abrir la escuela en dos años”. Lector 2: Pero, aquel mismo día, un niño se le acercó y le dijo: –Maestro, he venido a estudiar en su escuela. Al menos, así se lo tradujo uno de los ayudantes de Anderson. –¿¡En mi escuela!? –exclamó el señor Anderson–. ¡Pero si todavía no tenemos ninguna escuela! –¿Acaso no es usted maestro? –le preguntó el niño. El señor Anderson asintió, y entonces el pequeño añadió:
  • 30. MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO30 MISIÓ –Pues, entonces, enséñeme. Y no se movió de allí. Siguió al señor Anderson hasta la carreta donde su esposa estaba preparando la cena. –Este niño quiere ir a la escuela –dijo Anderson a su esposa moviendo la cabeza con preocupación–. No se irá a su casa has- ta que yo le enseñe. Lector 1: –¿Alguna vez envió Jesús a alguien a su casa sin darle lo que le pedía? –preguntó la señora Anderson a su esposo. Y él entendió el mensaje. El niño que- ría estudiar, aunque el señor Anderson no tenía libros, ni escuela, ni hablaba el idio- ma local. Lo único que tenía era una piza- rra y unos lápices. Al día siguiente llegaron cuatro niños más, pidiendo ir a la escuela. Y así fue como comenzó todo. El señor Anderson puso a los muchachos a trabajar la tierra y a construir una cabaña. Tras un día entero de trabajo, tanto los niños como el maestro se sentaron alrededor del fuego para comen- zar la primera clase. Palabra por palabra, el señor Anderson iba aprendiendo con los niños el idioma local, el chitonga, y escribía todo tal como sonaba. Entonces copiaba los sonidos en la pizarra y enseñaba a los niños a escribir. Pronto el señor Anderson sabía el sufi- ciente chitonga como para contarles a los niños algunos relatos de la Biblia, y ellos podían leer algunas palabras en su propio idioma. Comenzaron a llegar más niños, y la escuela creció rápidamente. En un solo mes llegaron cuarenta alumnos, tanto niños como niñas. El señor Anderson escribió re- latos de la Biblia como el de la Creación o el Diluvio, para que los niños pudieran leerlos en su propio idioma. Cuando los alumnos recibieron sus primeros “libros” con relatos de la Biblia en chitonga, los memorizaron. ¡Eran unos estudiantes excelentes! A medida que aprendían, los alumnos seguían construyendo la escuela y la granja. Plantaron maíz y hortalizas, y ayudaron a levantar el primer dormitorio con paredes de barro y techo de paja. También constru- yeron el comedor, un salón de clases y una iglesia. Y de las cajas de su propia mudanza, el señor Anderson hizo una mesa que colo- có en el dormitorio. Por las noches, los ni- ños dormían en el suelo. Lector 2: Pero había tantos niños que no cabían en aquel dormitorio. Un sábado, después del servicio de culto, el director vio llegar a cinco nuevos niños. Sabía que que- rían estudiar, pero ya no había espacio para ellos. Sin embargo, cuando supo que ha- bían caminado casi trescientos kilómetros para asistir a la nueva escuela, se encogió de hombros y preguntó: –¿Qué vamos a hacer? –Los alumnos que se sienten en el sue- lo, donde duermen por las noches. Pero cuando llegue la estación lluviosa no po- dremos hacer nada, porque no tenemos tejado –le contestó Detja, su ayudante africano. Detja siguió pensando por un momen- to, y entonces añadió: –Maestro, el piso está lleno de niños, pero ninguno duerme sobre la mesa. Así que, en los cinco meses siguientes, a e la p m e b fu si c g o b g u d g a b d m y b sá b a p c g p e p m e c
  • 31. DICO 31MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS · DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO o n os s” os es os a. a es u- a a, o- i- e o, o e- a a- os e e- o o- os e n- s, s, aquella mesa sirvió no solo para comer y estudiar, sino también para dormir durante las noches. Así lograron tener más espacio para albergar a más niños. Lector 1: Los niños aprendían rápida- mente, y las historias del amor de Jesús les encantaban. Así, sus corazones fueron cam- biando. El famoso doctor Livingstone, que fue misionero en África, dijo en una oca- sión que si alguna vez lograban cambiar los corazones del pueblo bantú sería un mila- gro de Dios. Y eso fue exactamente lo que ocurrió. Los niños del pueblo bantú cam- biaron completamente al conocer a Jesús, gracias a aquella escuela que no era más que una caseta de barro y paja. Aquellos alumnos fueron los primeros de la Escuela Adventista Rusangu, que si- gue hoy en pie y continúa enseñando a los niños el amor de Jesús. Lector 2: El edificio original, hecho de barro y paja, ha sido reemplazado por otro de cemento con techo metálico. Y en el mismo terreno hay una escuela secundaria y una universidad con internado, que reci- birá parte de las ofrendas del decimotercer sábado de este trimestre para construir un biblioteca. Narrador: Nuestras ofrendas de hoy ayudarán a construir también una escuela primaria en el norte de Botsuana. Esta es- cuela es muy necesaria, ya que no hay nin- guna escuela adventista en todo el norte del país. Los valores que se transmiten en la educación adventista son muy importantes para el desarrollo de una población. Ade- más, muchos de los alumnos que asisten a escuelas adventistas deciden bautizarse, y con su testimonio llevan a sus familiares y a sus amigos a la iglesia. Esta nueva escuela adventista servirá, por lo tanto, como un foco misionero que conquiste a muchas fa- milias para Cristo. Lector 1: Además de construir la Es- cuela Primaria Adventista Gateway en Bot- suana, nuestras ofrendas de hoy ayudarán a los alumnos de la Universidad de Solusi, en Zimbabue, que cada día abarrotan un co- medor demasiado pequeño. Desde que fue fundada en 1894, esta universidad se ha ido llenando, hasta el punto que hoy tiene catorce mil alumnos. La Universidad de Solusi fue la primera institución privada de educación superior de todo Zimbabue. Nuestras ofrendas de hoy ayudarán a am- pliar el comedor para que más estudiantes puedan alimentarse en las debidas condiciones. Lector 2: Nuestras instituciones de sa- lud también son muy importantes; por eso, nuestra ofrenda de hoy ayudará a fundar un centro de salud en Gweru, Zimbabue. Esta clínica proveerá servicios a los miem- bros de la comunidad, desde los más po- bres hasta los más ricos. Incluirá una uni- dad de pediatría que atenderá a los niños del lugar. Narrador: Pues ya hemos oído los re- tos y las oportunidades que tiene nuestra Iglesia en la División Sudafricana y del Océano Índico. Seamos generosos con nuestras ofrendas para que la gente de Bot- suana y Zimbabue pueda llevar a muchos a los pies de Jesús.