Los enemigos de la democracia article published on usa hispanic press
La incómoda verdad sobre el sistema de salud español
1. La incómoda verdad
¿Desastre uoportunidad?
Análisis histórico, en clave de la opinión del autor, acerca de la implantación
de sistemas privados de Salud en España
MADRID, 25/12/1975.- El rey Juan Carlos (c) conversa con uno de los niños ingresados en el Hospital-Asilo de
San Rafael de Madrid, durante una visita al centro, acompañado de la reina Sofía (2d). EFE/rsa
La primera edificación conocida que reúne plenamente las características que identifican a los
Hospitales, tal y como son conocidos hoy día, fue construida con dinero público en la pujante
Sevilla del Siglo XVI, que en pocos años había experimentado una espectacular explosión
demográfica como consecuencia de su importancia en el comercio con lo que aún se denominaba
“Las Indias” o “Nueva España”, con las consecuencias derivadas del hacinamiento.
Magníficamente provisto de una legión de barberos (hoy cirujanos), sangradores (hoy
enfermeros) y religiosas (con funciones equivalentes a las de un auxiliar de clínica), sus amplias
salas habitualmente se encontraban atestadas de camastros, que no era excepcional ver
ocupados por dos personas (una descansaba su cabeza en los pies de la cama, mientras la otra se
encontraba en la disposición convencional) en su mayor parte llegadas de las Américas, con toda
suerte de enfermedades, gimiendo, delirando o lamentándose.
El aire, según cronistas de la época, resultaba irrespirable en varias decenas de metros alrededor
del edificio, debido tanto a los deficitarios hábitos higiénicos de la época, como a la causa más
frecuente de ingreso: cuadros diarreicos, que sin la atención adecuada resultaban mortales.
Como colofón, el usuario promedio del Hospital de las cinco Llagas, nombre de la Institución,
que continuó funcionando hasta 1982, pertenecía al grupo social autodenominado “pobre”, que
tan solo muy excepcionalmente tenía la capacidad suficiente para pagar los honorarios de un
médico.
Como profesionales liberales, los médicos vivían a expensas de la retribución obtenida a cambio
de la prestación de sus servicios, y ocupaban un segmento socioeconómico muy similar al que
han llegado a principios de la década de 2010: capacidad adquisitiva media, mal vistos por las
clases más desfavorecidas (que consideraban sus honorarios abusivos en comparación con los
de los barberos o los sangradores), despreciados por la burguesía (su estrato social de
procedencia, que, dentro de un sistema social en que la movilidad de clases era excepcional,
contemplaba cómo la figura del galeno revestía algún grado de dignidad, en ocasiones cercana a
la de los miembros más humildes del clero), y despreciados por la nobleza, que no encontraba
diferencia entre un médico y un herrero, prodigándole el mismo trato a ambos, y que encontraba
ofensivo que el primero exigiese unos honorarios y consideración más elevados que quien
cuidaba de las monturas, de valor práctico en aquel tiempo.
En estas circunstancias, la respuesta de los médicos a la prestación de servicios no remunerados
en el ambiente hospitalario previamente descrito, resultaba invariablemente negativa. La
situación, que no podía ser resuelta a través de un acuerdo económico por la “dignidad” del
médico, y aún menos a través del reconocimiento de su labor atribuyéndole títulos nobiliarios
(restrictos al alto clero y militares de alta graduación protagonistas de gestas notables), no
parecía tener vía de solución, por lo que fue requerida la colaboración del Ejército, que asignó
los períodos de guardia de sus sanitarios al hospital, quedando legislado al comprobar cómo las
necesidades asistenciales quedaban más que cubiertas por esta vía, que los médicos que
deseasen ejercer su profesión en Sevilla deberían de comprometerse a cubrir unos periodos de
tiempo, unas “guardias” (término que perdura hasta nuestros días) en el Hospital de las Cinco
Llagas, arriesgándose los transgresores a castigos de extrema severidad, extraídos del código de
Javier Rodriguez-Vera
Médico, Diplomático y
Empresario, a sus 41
años Javier Rodríguez-
Vera compagina a la
perfección sus cargos
Directivos (Viceconsul Honorario de
España en Portugal, Editor Adjunto de la
publicación "Barlavento Médico"y Director
Ejecutivo de la firma Demeraux
Medical&Consulting Ltd), con los
ejecutivos (Médico Internista y de
Cuidados Intensivos), sin por ello perder
un ápice de su extraordinaria capacidad de
transmitir una perspectiva de la realidad
forjada en el crisol de sus vastos
conocimientos en Medicina,
Macroecononomía, Psicologia, Historia,
Antropología, Sociología, Política y un
largo etcétera, que conjugados dan origen a
una lente a través de la cual se dibuja
nitidamente un panorama donde las vagas
tentativas demagógicas de cualquier signo
se disuelven, confiriendo al lector la
capacidad de observar la realidad desnuda,
sin cualquier tipo de disfraz o tinte que
ensombrezca su virginal transparencia.
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2. Justicia militar.
Con el transcurso del tiempo, los avances en todas las áreas del conocimiento modificaron
paulatinamente la metodología empleada en la provisión de cuidados de salud, prácticamente
inexistentes, salvo por los cuidados primarios llevados a cabo por algunas órdenes religiosas y
algún Hospital de Caridad u “Hospital de Pobres”, escasos en número y servicios hasta que la
mentalidad filantrópica, originaria del medio sajón, se extendió a España, ya bien entrado el siglo
XIX, cuando aparecieron varios sanatorios y hospitales construidos y financiados por familias
acaudaladas. Véase como ejemplo el Hospital de Mora (apellido de su financiador, Don José
Moreno de Mora), inaugurado en 1904.
El problema inherente a estas instituciones, además de su escaso número, era la limitación
temporal de su existencia, vinculada a filántropos o familias que, desaparecidos o sin recursos
suficientes para responder a las demandas generadas por la actividad decurrente de su obra,
generaban una crisis en la población atendida y la actividad económica dependiente directa o
indirectamente del funcionamiento de la Institución, que habitualmente acababa siendo
integrada en el seno de las innumerables instituciones dependientes del erario público, que hasta
mediados del siglo XX constituyeron el complejo entramado de la Administración Pública en
España y que, dependiendo de su holgura económica, generaban una compleja red logística que
garantizase a sus funcionarios el acceso en condiciones ventajosas a diferentes bienes y servicios
como complemento de la exigua retribución recibida a cambio de su trabajo.
En este marco, hasta mediados del siglo XX, la prestación de servicios de cuidados de salud
estaba constituida por un laberíntico mosaico de instituciones, religiosas, municipales,
provinciales, estatales, mutuas, etc. La heterogeneidad en su distribución geográfica, la escasa
calidad de los servicios prestados y, habitualmente, la necesidad de que el paciente aportase
medicación, materiales para realización de curas, o dinero para cubrir la vertiente hostelera de
su ingreso, eran los aspectos más característicos de este sistema, que en los primeros años de la
segunda mitad del siglo XX comenzó a experimentar una lenta modificación, jurídicamente
plasmada en la Ley de Bases de la Seguridad Social de 1963, que contenía los principios básicos
que irían a definir la trayectoria del sistema sanitario español de los 50 años siguientes:
Asistencia Sanitaria financiada por el Estado a partir de las contribuciones de los trabajadores,
gratuita y universal.
Esta época, que corresponde a sucesivos gobiernos formados por tecnócratas, en una época en
la que la España franquista, una vez recuperada de la situación ruinosa generada por la Guerra
Civil Española y los años de aislamiento posteriores, presenta paisajes, sol, infraestructuras y
precios extremadamente competitivos, se convirtió en un atractivo destino turístico que generó
una entrada masiva de divisas, hábilmente reinvertidas por los gobiernos de la época en mejorar
aún más las estructuras clave y las condiciones de vida de la población, que contempla con
asombro la transformación de España en un país con industria automovilística propia, carreteras
en buen estado, seguridad ciudadana y acercamiento a la mayor potencia de la época: Estados
Unidos.
A finales de la década de 1960, época en que la Dictadura pasó a ser popularmente llamada
“dictablanda” por la creación de un ambiente político que miraba con simpatía a la Democracia,
que dejaba de ser un adversario para convertirse en objetivo, el trabajador español tenía a su
disposición un sistema de ambulatorios, donde eran atendidos por médicos generales o
especialidades que no requiriesen un soporte instrumental complejo; hospitales provinciales,
donde se trataba las patologías más comunes; y enormes hospitales generales, donde eran
atendidos los casos de mayor complejidad, todo ello de forma gratuita.
Tan complejo sistema requería para su funcionamiento un grupo numeroso de profesionales
que, paralelamente a lo descrito en la dinámica del Hospital de las Cinco Llagas, adolecía de
médicos. Estos profesionales, que subsistieron como trabajadores independientes, se convierten
en piedra angular del símbolo de progreso del país en materia de bienestar social. El Estado, a
pesar de la bonanza económica vivida, difícilmente podía viabilizar un sistema que tenía su
mayor fortaleza en la minimización de los costes relacionados con el personal: mutilados de la
guerra o militares retirados se ocupaban del control y observancia de las normas de convivencia
básicas.
Religiosas, siguiendo la tradición histórica, se ocupaban del cuidado básico de los pacientes,
tareas administrativas y auxiliando al médico en algunas funciones docentes y disciplinarias. La
formación impartida por las religiosas estaba fundamentalmente dirigida a las mujeres que
prestaban el Servicio Social, análogo al Servicio Militar en el género masculino, y que contaba,
entre otras opciones, con la posibilidad de recibir formación en Enfermería, que al fin del
periodo de servicio, y dependiendo de la respuesta de la alumna en formación, confería a la
formando el título de Enfermera, hasta finales de la década de los años 60, limitada a ejecutar las
indicaciones del médico, que asumía el papel de “asociado” a una hospital o unidad, donde
eventualmente asistía (la visita médica) y proporcionaba orientaciones en sentido de dirigir en
uno otro sentido los cuidados y exámenes necesarios en el proceso de estudio y diagnóstico del
paciente, elemento pasivo, sin derecho ni voluntad de manifestarse.
Al igual que medio milenio antes, la retribución en términos económicos resultaba exigua, hecho
compensado por la concesión de un estatus social equivalente al del clero o las Fuerzas Armadas,
los grandes “aliados” del régimen franquista y llave para acceder a oportunidades de crecimiento
Markel Bilbao-Maté (3)
José Daniel Carabajal (12)
Ana Belén Cordero (5)
Julien Cruz Hidalgo (2)
José De Bastos (19)
Erika Domínguez (6)
Sayda Eleana (2)
Ignacio Fernández Gutiérrez (2)
Pedro Fierro Zamora (6)
Pablo Gago Pérez (3)
Guillermo E. García Machado (13)
Mariana González (3)
Alfonso González de León Berini (5)
3. social, económico y científico. La insignificancia del componente económico era justificada
utilizando el argumento de que el sueldo recibido era tan solo un complemento para el médico,
que inherentemente a la naturaleza de su profesión, debería trabajar en varios centros,
asumiendo que su función en el hospital sería de naturaleza ejecutiva, asistiendo 2-3 veces por
semana para poner orden y orientar el trabajo del resto de la semana. Aquellos que deseaban un
puesto fijo en el sistema, la mayor parte de las veces destinados a áreas rurales, ganaban un
sueldo semejante al de un sargento del Ejército, teniendo opción a duplicar su cuantía si el
facultativo comprometía su servicio a horario continuo, que implicaba permanecer de por vida
en su demarcación.
En esta época, la formación médica, limitada en número de alumnos por el Estado, costosa, y
con expectativas de un futuro económico modesto comparativamente con otras profesiones
liberales, quedaba reservada a un escaso número de estudiosos dotados de becas estatales e hijos
de familias de posición acomodada con espíritu científico. La mitad de los matriculados desistía
en su empeño durante el primer curso, y un 30% adicional emigraba a zonas con mayor
potencial de desarrollo, especialmente Estados Unidos, al finalizar los estudios, por lo que el
mercado laboral en España sufría una elevada demanda de médicos.
El proceso formativo, como consecuencia de lo expuesto, presentaba la peculiaridad de facilitar,
a quienes tenían en perspectiva permanecer en el territorio nacional, un trato cercano con el
personal docente, que habitualmente reclutaba de entre los alumnos a aquellos con mejor perfil
de competencias para, primero actuar como auxiliar, más tarde como sustituto (el pasante) y,
eventualmente, con el devenir de los años, en asociados o “herederos” del consultorio.
En este contexto, en 1970 determinamos dos elementos que irán a ser una constante en la
Medicina de las décadas siguientes en España: :
a) Fuga de cerebros. Pertenecientes a familias con alguna holgura económica, a pesar de gozar de
una perspectiva laboral excelente, en una España necesitada de médicos, las condiciones
salariales y perspectivas de futuro resultaban, por sí solas, disuasorias para aquellos con mayor
capacidad de toma de decisiones y mejor formación, que abandonaban nuestro país con la
perspectiva de ejercer en un medio que posibilitase su crecimiento personal y científico sin
requerir por ello una vida de ascetismo. El éxodo de una parte significativa de los graduados ha
sido un fenómeno presente, y con magnitud creciente a medida que las condiciones de vida para
los facultativos que ejercían en el territorio español se degradaban.
b) Recelo de la población hacia la sanidad pública en favor de la privada. En un estudio llevado a
cabo en 1970, en caso de grave enfermedad, el 36% de las casi 2.500 personas encuestadas iría a
un médico privado, y tan solo el 13% al servicio de urgencias de un hospital. Al ajustar por poder
adquisitivo y clase social, algo más de la mitad de las personas de clase media/alta o alta optarían
por la opción privada, quedando los servicios de urgencias de los hospitales relegados al 10% de
este grupo de población.
La Transición Española
Con pocos cambios, esta situación se mantuvo prácticamente inmutable hasta 1975, año en que
falleció el General Francisco Franco, que había gobernado España durante lo que se dio en
llamar “cuarenta años de paz”, y sentado las bases de la reinstauración de un Régimen
Democrático, con el joven Rey Juan Carlos I como garante de la estabilidad política del país,
cuyos habitantes al igual que sucedió con su predecesor en la Jefatura del Estado, dirigirían su
atención y confianza hacia la figura moderadora y permanente de la Monarquía en lugar de la
sucesión de gobernantes, a veces fugaz, que tiene lugar frecuentemente en los países que sufren
una modificación del régimen de gobierno. Y en efecto, entre 1976 y 1982, Arias Navarro,
Adolfo Suárez y Calvo Sotelo ocuparon el primer escaño, intentando en todo momento
preservar el equilibrio social de una España donde todos utilizaban la palabra democracia,
aunque apenas unos pocos fueran capaces de definir de forma aproximadamente el significado
de este sustantivo.
La España de la noche del 24 de Febrero de 1981 era una Monarquía Constitucional con un
Ejército leal, con un pueblo unido y orgulloso de su Rey, que hasta ese día había sido objeto de
discusiones y observado con recelo. Un sistema de partidos integrados en cuatro grandes
grupos: el socialista PSOE, El Partido Comunista, El centrista UCD, y el democristiano Alianza
Popular. El recuerdo del robo de las reservas de oro y la abducción de millares de niños a la
Unión Soviética al finalizar la Guerra Civil disuadió a muchos electores de izquierdas, que
optaron por un socialismo más moderado, al tiempo que UCD sufría el desgaste de la
inestabilidad política vivida durante la transición, con un trasvase masivo de votantes a Alianza
Popular, que se erigía así en representante del conservadurismo moderado, liderada por un
hombre brillante y excelente político, D. Manuel Fraga, que tenía en 1982 una larga trayectoria
política, que por razones de edad había transcurrido bajo el régimen del General Franco, y que
tras el 23-F tuvo, en su vertiente de personaje histórico, una caída brusca de su popularidad.
La inestabilidad de los gobiernos, las continuas manifestaciones, huelgas y paros debidos a
razones de naturaleza diversa, la proliferación del terrorismo comunista -que asesinaba una
media de un ciudadano por día-, una crisis económica que aumentó el desempleo hasta niveles
nunca vistos hasta entonces y la figura de una Monarquía joven, apática y desconectada de la
realidad social, resultaban en un ambiente demasiado parecido al que desencadenó la salvaje
represión del Gobierno Republicano Socialista de Azaña, que culminó en el Genocidio de Casas
Julien Graystone (2)
Ana Guardia Conde (8)
Carlos Gutiérrez Argüello (2)
Belén Gómez-Jordana (6)
David Iglesias Pérez (13)
Cristina López G. (4)
Javier Martín Rodríguez (7 )
María Méndez Martínez (1)
Patricia Núñez Román (15)
Fabián Pozo (2)
Mónica Pérez Pardo (5)
Rubén Pérez Ramírez (4)
Vanessa Quinde Montero (8)
4. Viejas, pueblo obrero exterminado con modernas ametralladoras y que desencadenó la Guerra
Civil Española de 1936.
Ante la apatía generalizada de los poderes legales establecidos, un grupo de altos mandos de las
Fuerzas Armadas planeó una toma de poder hostil en 1981, materializado por el Teniente
Coronel Tejero, que paradójicamente consiguió su objetivo al ser derrotado. En poco más de 24
horas, España pasó de ser un mosaico inconciliable de tendencias políticas a definir cuatro
grandes partidos. El joven Rey Juan Carlos, de noble apático y distante del pueblo, a líder de
todos los españoles y Capitán General de los Tres Ejércitos, que haciendo valer su rango militar,
con sólo una orden encontró a su servicio a las Fuerzas Armadas, insurgentes o no. Y el propio
Teniente Coronel Tejero, que retenía en el Congreso a un nutrido grupo de políticos, ante la
llamada de su Soberano, noblemente depuso las armas sin que mediase el menor gesto de
violencia.
España quería caras nuevas, olvidar la turbulenta transición, que terminó el intento fallido de
golpe de Estado. El grupo poblacional que había vivido en primera persona la Guerra Civil, con
más de 60 años de edad, y quienes podrían conservar algún tipo de recuerdo de la conflagración,
personas con más de 50 años, las tendencias políticas, especialmente aquello que de alguna
manera pudiese recordar la bicefalia que enfrentó a familias en el campo de batalla durante un
trienio.
Analizada la situación desde la perspectiva actual, era un problema de marketing: el triunfo de
Suárez, por la presentación de un nuevo producto, el centro, en un mercado saturado de dos
productos, izquierdas y derechas, que se ofertaban en varias presentaciones, todas ellas con el
mismo sabor aciago, más o menos concentrado. El nuevo producto, de sabor neutro, y por ello
sin entusiastas, el Centro, llegó al poder por rechazo de los dos primeros, mas su sabor anodino y
el dolor de cabeza del 23-F no resultaron del gusto del mercado, que buscó un producto nuevo,
con nueva presentación, y quizá un sabor menos denso que aquellos que ya habían probado: un
candidato joven en cualquiera de los dos partidos, cercano al pueblo y que no transmitiese
sensación de paternalismo, sino lo contrario, era lo que España deseaba en aquel momento. Y
ese producto tenía nombre y apellidos: Felipe González.
En estos años, la formación en Medicina experimentó grandes cambios:
- El número de estudiantes creció exponencialmente como consecuencia de las presiones del
Ejecutivo para materializar la declaración Constitucional de acceso universal y gratuito a la
educación. Este hecho multiplicó de una forma preocupante el número de matrículas en todas
las carreras universitarias, y en especial Medicina, por dos elementos externos y no relacionados
con el ejercicio profesional: de una parte, el estatuto de “privilegiado” u oficialmente
relacionado con el poder, resultado de la creación de la Seguridad Social y el funcionariado del
médico. La segunda razón, tan peregrina como la adquisición por parte de RTVE
(Radiotelevisión Española) de 2 series de televisión -electrodoméstico que aún conservaba su
pátina de “instrumento de alta tecnología”-, ambas relacionadas con el ejercicio de la Medicina,
apareciendo de esta manera el primer experimento masivo de publicidad subliminal en España,
con Dr. Ganong, en antena desde 1969 y una primera versión de Dr. Who. Entre los años 1976 y
1978 el número de matriculados en facultades de Medicina se duplicó.
- Debido a la crisis del petróleo, España sufrió un marcado proceso inflacionista, que a medio
plazo se tradujo en un aumento lineal de los salarios, mientras que los precios de las instituciones
dependientes del Estado, entre ellas las universidades, no actualizaron este parámetro. Como
consecuencia, el coste las tasas universitarias resultó accesible a muchos más bolsillos de lo que
había sido hasta entonces, hecho que acompañado por la desaparición de los números clausos, la
devaluación de la peseta -que encareció considerablemente la “aventura” de comenzar el
ejercicio Médicos en USA, que en esta época concluye su protocolo de colaboración con España
en esta área-, y un perfil diferente de estudiante de Medicina con una mentalidad más
conservadora que la sus antecesores en lo referente a salir de España, contribuyó a la creación,
por primera vez en muchos años, de un excedente de médicos en 1981, 6 años tras la eliminación
de los números clausos, que ese año vuelve a instaurarse para evitar la perpetuación del
excedente de profesionales pertenecientes a este grupo. Es en estas fechas cuando tiene lugar la
primera reunión con representantes del gobierno británico con el objetivo de establecer un
acuerdo en condiciones semejantes al mantenido con los Estados Unidos.
- El estudiante promedio de Medicina en la época de la Transición aspira a convertirse en la
nueva clase media-alta a expensas del ejercicio de su profesión, que continúa con el mismo nivel
retributivo que a comienzos de la década, con la diferencia de que al médico ya no le resulta
posible ejercer su ejercicio en varias instituciones simultáneamente, porque entre los 800.000
parados que alcanza el país en 1977 hay, por primera vez en la Historia, médicos.
La clase política presenciaba con creciente preocupación el aumento del n en el momento
representada por el Presidente Suarez, que comprobaba cómo la situación social y económica de
España se deterioraba cada vez más. Las personas eran despedidas por quiebra asociada a la
crisis mundial e inflación del 20%. Los parados, grupo social que aparece al tiempo que la
democracia, sin una estructura social, económica ni recreativa que les respondiese a sus
excedentes de horas libres, a lo que se añadía el concepto negativo heredado de las décadas
previas, y refrendado en la Ley de Vagos y Maleantes, que el concepto social tremendamente
negativo de sin nada que hacer, se sumaban a las masas que recorrían diariamente las calles de
Javier Rodriguez-Vera (6)
Y oani Sánchez (6)
Mariela Sánchez Martiarena (8)
Jesús Sánchez-Cañete (10)
Pilar Sánchez-Cañete (3)
Felipe Vallejos Mellado (5)
General Ángel Vivas (1)
5. todas las ciudades reclamando, unas veces algo que ya tenían, otras pedidos legítimos, que
llegados a oídos de la Administración eran atendidos con alguna rapidez, y finalmente,
exigencias de utopías o absurdos, generalmente en un contexto de violencia urbana, y que
prosperaban debido a la colaboración de los desempleados, resentidos con el sistema que les
había proporcionado unos derechos que no se podían poner en la mesa ni utilizar como moneda
de cambio.
La incorporación potencial a este colectivo de un grupo poblacional joven, dotado de capacidad
de crítica y argumentación lógica, los médicos que no conseguían ejercer su profesión, sugería
un escenario de aumento del rechazo hacia el sistema instituido, documentado por un aumento
progresivo de la popularidad de Franco, que habría obtenido mayoría absoluta en unas
elecciones de haber seguido con vida hasta el intento de Golpe de Estado de 1981. De otra parte,
los costes en Sanidad resultaban cada vez más elevados en relación al PIB, no resultando posible
reducir aún más la pírrica retribución de los facultativos con el argumento de que el ejercicio de
la Medicina requería, por su propia naturaleza, el ejercicio simultáneo en varias instituciones.
Como respuesta a las dos necesidades, rentabilizar la formación de decenas de miles de médicos
que no encontraban ninguna salida laboral y que eran potenciales elementos desestabilizadores
del sistema, y la reducción de los costes relacionados con la salud a través del abaratamiento de
la mano de obra, surge la declaración del MIR (Médico Interno Residente) como único modo de
obtener una especialidad reconocida oficialmente. La denominación de esta nueva figura en el
campo de la salud estaba en relación con la naturaleza de su misión en el hospital: manteniendo
cierto paralelismo con el Servicio Militar, el médico en formación tenía su domicilio en el
interior del hospital durante los dos primeros años, hecho que le facilitaba la supervivencia
debido a que no recibía ningún tipo de retribución ni era considerado personal laboral, siendo
una de sus misiones atender las llamadas internas del hospital en que la presencia de un
facultativo resultara necesaria. Gracias a esta figura de “esclavo por oposiciones”, el
presupuesto asignado a la asistencia sanitaria frenó su crecimiento a pesar de la adquisición de
tecnologías y aumento de las prestaciones sanitarias o número de personas atendidas durante
toda la década de 1980.
El problema de Enfermería
Tradicionalmente a cargo de religiosas y mujeres formadas en el seno del Servicio Social,
equivalente femenino del Servicio Militar, el nuevo régimen -que se autodeclaraba laico e
intentaba eliminar todo signo de la obra de Franco-, encontró varias áreas hasta entonces sin
coste, que en consonancia con los principios declarados en la Constitución de 1978 y las ideas
tácitamente aceptadas por la mayor parte de las facciones políticas -que requerían un relevo
urgente, no existiendo ninguna alternativa con viabilidad a corto plazo-.
En el caso de la atención a la Salud, la respuesta vino de la mano de un colectivo profesional
prácticamente inexistente hasta la fecha, y que experimentó varias remodelaciones hasta llegar
al modelo actual: Los enfermeros diplomados. Aunque constituida en 1952, la figura del
Ayudante Técnico Sanitario (ATS) quedó relegada durante décadas a Auxiliar/Secretaria del
Médico, que le dictaba las medidas que deberían ser adoptadas en cada caso a lo largo de sus
visitas, actividad no muy diferente de la llevada a cabo por las religiosas, pudiendo optar al
título, no universitario, las mujeres que durante el Servicio Social eligieron la vertiente sanitaria
como área de desarrollo profesional.
Constituía, en suma, un colectivo de soporte al médico, que las veía (la práctica totalidad era de
sexo femenino) como “secretarias vestidas de blanco”. Surgió de esta convivencia el sentimiento
de que los ATS eran “el proletariado” de los médicos. Esta auténtica conciencia de clase, que
sentía aversión por el “jefe”, que llegaba, les reprendía severamente, dejaba nuevos encargos y
marchaba, actitud que desde la óptica del facultativo estaba completamente justificada y
reglamentada, insertada en el contexto histórico de la Transición, lejos de incentivar el diálogo y
puesta en común de las perspectivas de cada una de las partes interesadas, tuvo un efecto
estimulante en el colectivo de enfermeros, que reestructuró el cuerpo doctrinal de la profesión,
que dejó de ser un oficio en 1977 con la Diplomatura Universitaria de Enfermería, que formaba
profesionales capaces y autónomos educados para trabajar con, y no para, el médico.
Este último colectivo, con la inercia de centenares de años de existencia, y un cuerpo doctrinal
con orígenes tan antiguos como la propia humanidad, coordinado por la universidad, no llegó
más allá de adoptar una posición defensiva, resistente al cambio que el medio pedía cada vez con
mayor vehemencia. La actitud inmovilista y el aura de “favoritos del régimen franquista”,
justificó sobradamente una dura campaña de desprestigio y degradación socioeconómica, la
“proletarización del Médico”, que en todo momento gozó de las simpatías del pueblo, que
mantenía inmutado el concepto que describimos en el comienzo del texto. Situaciones que
permitieron mantener estable el porcentaje del PIB atribuido a cuidados de salud a expensas de
recortes salariales progresivos y aumento de responsabilidades y funciones.
En 2013, el perfil laboral del enfermero, licenciado universitario, con un salario base 10%
inferior al del médico, y con una sistemática de trabajo esquematizada, detallada, siguiendo unos
patrones bien definidos, incluso en lo relativo a la baremación de sus méritos académicos.
La nueva figura del enfermero desvinculado jerárquica y metodológicamente del médico, que
debía, por el mismo salario que dos años atrás había sido justificado por la ausencia de
obligación de cumplir un horario, al tiempo que ratificado el hecho de que “un médico no podrá
6. TwittearTwittear
5
nunca vivir de lo que gane trabajando en un solo hospital”, se enfrenta a una revolución
completa en lo relativo a su lugar en el nuevo orden. Integrante de los sectores “favorecidos” por
el anterior régimen, una imagen estereotipada de abundancia económica, y una posición dentro
de la jerarquía institucional compatible con la de una dirección de servicio, con independencia y
sin supervisión gracias a su estatuto de colaborador a tiempo parcial, en el curso de pocos años,
sin mediar notificación o justificación, encuentra un hospital que le paga, al igual que antes, una
cantidad mísera, que ha ido devaluándose con las crisis inflacionista; un médico interno, que
atiende a sus pacientes cuando lo requieren; enfermeros que trabajaban junto a él, con su propia
escala jerárquica, con funciones independiente de la actuación de los médicos, formando parte
del equipo encargado de mejorar la atención de la persona enferma.
¿Cómo es la Medicina Privada en 1980?
Si el Sistema Nacional de Salud había seguido una política continuista de las grandes líneas de
actuación marcadas por el General Franco, con la única salvedad de la puesta en marcha de
numerosas, erráticas y fallidas tentativas de encontrar un hacer confluir los centenares de
instituciones independientes que constituían el Sistema Nacional de Salud, de la saturación del
mercado laboral, la Medicina Privada experimenta en este década notables cambios
cuantitativos y cualitativos:
a) Cambio del modelo unipersonal a sociedades. Los honorarios atribuidos a los facultativos,
tradicionalmente exiguos, habían sido compensados por la demanda de servicios y flexibilidad
de los horarios de trabajo, reflejada en informes de la época, que justificaban los menguados
salarios aludiendo al ejercicio en varias instituciones como característica inherente de la
práctica médica, atribuyendo un papel “directivo” o “coordinador” de los procedimientos
diagnósticos o terapéuticos que habrían de ser aplicados a las personas hospitalizadas. El
auténtico valor de la asistencia a los hospitales públicos radicaba en la adquisición de pacientes
para el ejercicio privado.
En una época de transición, con una balanza comercial positiva en los últimos años del régimen
franquista, entrada de información previamente sometida a la criba de la censura oficial, y por
ello acogida con entusiasmo, lo que dio lugar a una culturización de la población, que exigía
mayores estándares de calidad que los ofertados hasta la época. Las consultas atendidas por un
médico resultaban poco resolutivas debido al desarrollo tecnológico y exigencias de los
pacientes. Por otro lado, los tímidos pero constantes esfuerzos de la clase dirigente por crear un
sistema homogéneo, con trabajadores propios con una vinculación sin lugar a fisuras,
comenzaron a dar sus resultados con la transformación de Enfermería en profesionales
cualificados, con tareas propias bien definidas, complementarias pero no dependientes, del
facultativo, que de esta forma venía a perder su estatuto de gestor de procesos para convertirse
en un asalariado más en un sistema donde hasta entonces había sido un privilegiado.
Este fenómeno precipitó la salida de muchos facultativos con prestigio y alternativas laborales,
que adaptándose a las nuevas exigencias del mercado crearon policlínicas en que diferentes
disciplinas trabajando en equipo facultaban al paciente la atención integral solicitada. En algunos
casos, esta nueva incorporación en la oferta de servicios de salud basculaba en torno a una figura
del mundo de la Medicina, reconocida a nivel científico y popular, cuyo nombre confería a la
institución una pátina de virtuosismo y confianza que aportaba un valor añadido (en Economía
denominado “goodwill”), algunas ellas aún en funcionamiento, caso de la Clínica Barraquer y los
Hospitales Pascual.
b) La economía doméstica no acompañaba paralelamente a las nuevas exigencias de los usuarios
de los servicios privados, fenómeno que no pasó desapercibido para las aseguradoras, que
rápidamente adaptaron sus productos a esta nueva modalidad, dando lugar a un nuevo
producto: los seguros privados de salud, individualizados según las necesidades y poder
adquisitivo de cada cliente. De este modo, la familia española que medio siglo atrás no tenía
posibilidades de obtener asistencia sanitaria más allá de los tratamientos prodigados por las
órdenes religiosas y la beneficencia, encontraban a su alcance un sistema gratuito de asistencia
universal, el Sistema Nacional de Salud, y una red de servicios privados rápida, confortable,
eficiente y económicamente accesible.
c) Los primeros conciertos entre el Estado, representado por la Secretaría de Estado para la
Sanidad con entidades privadas, a través de la normativa publicada el 11 de Abril de 1980. De
esta forma, se intentaba aprovechar todo recurso disponible en España para conseguir los
medios necesarios para la atención de una sociedad cada vez más consciente de sus derechos y
exigente con los servicios dispensados.
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