Este documento narra la historia de Antonio José Bolívar Proaño, un anciano que vive en la aldea de El Idilio en la Amazonía ecuatoriana. Tras la muerte de su esposa, Antonio José vivió con la tribu Shuar donde aprendió su idioma y costumbres. Ahora pasa el tiempo leyendo novelas de amor que le presta un dentista que visita la aldea. El relato describe la llegada del dentista y la aparición de un hombre muerto, presuntamente asesinado por un tigre. Antonio José defiende a los
1. Un viejo que leía novelas de amor.
Personajes
Antonio José Bolívar Proaño: protagonista, viejo de aprox. 70 años que vivió por algún tiempo con los shuar.
Rubicundo Loachamín: dentista y amigo de Antonio José Bolívar.
El Alcalde: también apodado “La Babosa”, hombreo obeso y sudoroso, única autoridad de El Idilio.
Jíbaros: Indígenas rechazados por su propio pueblo, los shuar.
Shuar: indígenas de la amazonía.
Primer Capítulo.
Una tarde, en el pequeño pueblo de “El Idilio”, el dentista Rubicundo Loachamin, se encontraba atendiendo a
sus paciente en su “consulta”, que era solamente un antiguo sillón de peluquero que estaba ubicado al aire
libre, cerca de el muelle donde estaba el “Sucre”, la embarcación que navegaba por el río Nangaritza y que
traía al pueblo cerveza, sal, aguardiente Frontera, gas y al doctor Loachamin, este iba solo dos veces por año
a el Idilio. Rubicundo Loachamin era de un carácter muy fuerte, y cada ves que un paciente se quejaba, este
lo hacía callar con sus retos y le decía que el Gobierno tenía la culpa de que sus dientes estén podridos, el
dentista odiaba a todo lo que le sonara autoridad, ya que heredó se su padrastro un fuerte odio hacia todos
los gobiernos. Los Jíbaros, indígenas rechazados por su pueblo, los shuar, miraban al doctor muy curiosos
cerca de la consulta, Rubicundo Loachamin terminó de atender a su último paciente y subió a la embarcación
para limpiar sus utensilios y botar los dientes que ese día había sacado, cuando vio pasar a un shuar sobre su
canoa tratando de decirle algo al patrón de el “Sucre”, cuando aquellas dos personas pasaron al lado del
doctor, el patrón le dijo al médico que tendría que esperar ya que traían aun gringo muerto, a Loachamin no
le agradó la idea ya que sería incómodo viajar con un muerto abordo. El dentista caminó hacia un extremo del
muelle donde lo esperaba su amigo Antonio José Bolívar Proaño, se saludaron y mientras recordaban el
pasado tomando aguardiente Frontera vieron acercarse dos canoas, donde en una de ellas se asomaba la
cabeza de un hombre rubio.
Segundo Capítulo.
El alcalde del Idilio era un hombre obeso que sudaba mucho, que siempre traía con él un pañuelo para
secarse la transpiración del cuello y la frente, por eso se había ganado el apodo de “La Babosa”, estaba
casado con una indígena a la que golpeaba acusándola de haberle embrujado, hace siete años que “La
Babosa” había llegado al lugar ganándose el odio de todos los lugareños por la obligaciones que impuso. El
alcalde llegó al muelle obligando subir el cadáver del desgraciado gringo, la Babosa miró la herida del difunto
dándose cuenta que era un desgarro que comenzaba del mentón hasta el hombro derecho, la autoridad acusó
a los shuar de haberlo matado con un machete y a uno de ellos le propinó un golpe con un arma al haberse
negado. Antonio José Bolívar entró en escena diciéndole al alcalde que estaba equivocado ya que la herida
era de cuatro tajos abiertos en fila, o sea que no pudieron haberlo matado los shuar porque no existen
machetes de cuatro hojas, además el muerto tenía orina de tigre hembra así que un tigre fue lo que lo habría
matado. Rubicundo Loachamín revisó el bolso del cadáver y encontró cinco pieles de cachorros de tigre, o
sea, la hembra lo mató por haber cazado a sus crías. El alcalde no respondió nada y se fue a escribir un parte
en el puesto policial de El Dorado. El viejo y el dentista se fueron a sentar frente al río mientras Loachamín le
entregaba dos libros de amor, de sufrimiento, tristes y con finales felices, ya que esas eran las preferencias
del vejete. Las campanadas del “Sucre” anunciaba la partida del dentista. El anciano permaneció en el muelle
mientras apretaba los libros contra su pecho, al desaparecer el barco tragado por una curva del río, este se
dirigió hacia su choza.
Tercer Capítulo.
Antonio José Bolívar Proaño sabía leer a duras penas con la ayuda de una lupa, la segunda cosa más querida
para él, después de la dentadura, pero no sabía escribir. Habitaba una Choza de cañas donde ordenaba su
escaso mobiliario, en un muro colgaba el retrato de él junto a su mujer Dolores Encarnación Del Santísimo
Sacramento Estupiñán Otavalo, se conocieron desde niños en San Luis, tenían trece años cuando los
comprometieron, el matrimonio vivió en la casa del padre de la mujer, al morir el viejo, heredaron unos pocos
metros de tierra y escasos animales, pasaron los años, vivían apenas con lo básico y nunca pudieron tener
hijos, Antonio José Bolívar intentaba consolar a su mujer llevándola donde curanderos para dar solución a su
problema. Decidieron dejar su casa, llegaron al puerto de El Dorado, luego viajaron en bus, camión o
caminando, luego navegando en canoa arribaron a un recodo del río. Allí vivían en una choza que servía de
vivienda a los recién llegados colonos, eso era El Idilio. Al llegar el invierno, aislados por el ventarrón se
consumían en la desesperación a esperar un milagro. Ya, sin esperanza de vida les llegó la salvación, eran
los shuar que se acercaban a echarles una mano, de ellos aprendieron a cazar, pescar, levantar chozas
estables y resistentes, etc, y sobre todo a vivir en armonía con la selva, Dolores del Santísimo Sacramento
Estupiñán Otavalo no resistió mas de dos años consumida por la malaria. Antonio José Bolívar aprendió el
idioma de los shuar y con ellos aprendió a perder el pudor, andaba semidesnudo y evitaba el contacto con los
colonos que lo miraban como un loco, de los shuar aprendió a desplazarse por la selva atento a todos los
murmullos y sin dejar de balancear el machete, en un instante de descuido lo clavó en el suelo y al quererlo
tomar de nuevo sintió unos colmillos enterrándose en su muñeca derecha, mató a la serpiente a machetazos y
tambaleándose se dirigió donde los shuar. Despertó después de varios días de inconciencia, los shuar al verlo
totalmente repuesto se le acercaron con obsequios, le pintaron todo el cuerpo ya que al ser un sobreviviente
de una mordedura celebraron la Fiesta de la Serpiente, ahí bebió por primera ves la natema un dulce licor
alucinógeno, compartió la bebida con su compadre Nushiño, llegó un día con una herida de bala en la
espalda. Nushiño era fuerte, de cintura estrecha, de hombros anchos y siempre estaba de buen humor. La
vida en la selva de José Antonio Bolívar lo hizo parecerse a un shuar, por eso debía irse cada cierto tiempo,
los shuar le explicaban que era bueno que no fuera uno de ellos. Conoció los ritos y secretos de aquel pueblo,
los homenajes a las cabezas reducidas de sus enemigos y los anents, poemas cantos de gratitud por el valor
2. transmitido y deseos de paz, los ritos funerarios de los viejos que debían “marcharse” , adormeciéndose bajo
los efectos de la chicha y de la natema, luego eran llevados a una choza cubriéndolos con miel de chonta, al
día siguiente se les entonaba unos anents de saludos a esas nuevas vidas en forma de peces, mariposas o
animales sabios. Pasó el tiempo y cada ves llegaban mas colonos ocupando las riberas del Nangaritza, con
sus enormes máquinas abriendo caminos, los shuar se dirigían hacia el oriente buscando la intimidad de la
selva. Un día Antonio José Bolívar descubrió que era hora de marcharse y tomó la decisión de irse a vivir a El
Idilio y vivir de la caza. Un día mientras construía una canoa definitiva, escuchó un estruendo proveniente de
un brazo del río, señal de que debía apresurar su partida, corrió al lugar de la explosión y encontró a un grupo
shuar llorando que le indicaban a un grupo de extraños que desde la playa les apuntaban con armas de fuego.
El grupo de cinco hombres habían volado con dinamita el dique de contención de los peces, todo ocurrió muy
rápido y los blancos, nerviosos, dispararon alcanzando a dos indígenas y yéndose a la fuga en su
embarcación, los shuar los alcanzaron en un paso estrecho y desde allí le dispararon dardos envenenados
pero uno alcanzó a huir, nadó hacia la orilla opuesta y se perdió en la espesura. Uno de los shuar caídos tenía
la cabeza destrozada y el otro agonizaba con el pecho abierto, era su compadre Nushiño, y este le dijo que no
descansaría hasta ver la cabeza de su asesino colgada de una rama seca, Antonio José Bolívar se armó de
una cerbatana y se lanzó a la casería del hombre, luego lo encontró aterrorizado, el hombre le apuntó con la
arma de fuego y en el momento en que bajó el arma Antonio José Bolívar aprovechó para darle un golpe con
la cerbatana, le dio mal y no tubo mas remedio que echársele encima y arrebatarle el arma, nunca había
tenido una escopeta en sus manos, pero al ver que el hombre pescaba el machete apretó el gatillo y le dio en
el vientre, seguía vivo pero lo ató y lo llevó a la orilla el río donde murió. Los shuar lo ayudaron a salir de la
corriente y lloraban por él y por Nushiño, en consecuencia debió haberle dado muerte como un shuar,
ultimándolo con un dardo envenenado dándole antes la oportunidad de luchar como un valiente, todo su valor
estaría en su expresión atrapado para siempre en su cabeza reducida fuertemente cocida para que no se
escape. Por su culpa Nushiño andaría como un papagayo ciego, revoloteando y chocando contra los árboles
en su desgraciada nueva vida. Se había deshonrado. Sin dejar de llorar los shuar lo abrazaron, le entregaron
provisiones y desde ese momento no era más bienvenido, podría pasar por los caseríos shuar pero no podría
detenerse, lo empujaron en la canoa y enseguida borraron sus huellas de la playa.
Cuarto Capítulo.
Luego de cinco días de navegación llegó a El Idilio, navegó hasta que el cansancio lo hizo detenerse donde
levantó su choza, al comienzo lo lugareños lo miraban como un salvaje pero al tiempo después se dieron
cuenta del valor de tenerlo cerca. Los colonos y buscadores de oro cometían errores en la selva que hacía
que los animales se volvieran más feroces. Por ganar metros de terreno talaban árboles, los gringos portando
armas de toda clase se internaban en la selva cazando tigrillos pequeños y hembras preñadas, luego se
fotografiaban victoriosos junto a las pieles que luego abandonaban. Antonio José Bolívar descubrió que sabía
leer y también que se le pudrían sus dientes, concurrió donde el doctor Rubicundo Loachamín que le calmó un
poco su dolor, en esa misma ocasión desembarco de el “Sucre” dos funcionarios encargados de recaudar los
votos para las elecciones presidenciales. Antonio José Bolívar llegó hasta la mesa y le preguntaron si sabía
leer, el contesto “No me acuerdo”, pero el hombre lo hizo leer una frase, Antonio José Bolívar juntó las sílabas
y pudo leer “se-ñor-señor-can-di-da-to-candidato”, fue el descubrimiento más grande de su vida. Como no
tenía que leer fue donde el alcalde y este le facilitó unos periódicos que al tiempo después no le interesaban.
Un día se bajó de el Sucre un fraile que tenía la misión de bautizar niños y terminar con los concubinas, sin
que nadie se le acercara el cura se sentó en el muelle a esperar a la embarcación, sacó un libro de su manta
y se puso a leer hasta que el calor lo hizo dormir dejando caer el libro al suelo. Antonio José Bolívar tomó el
libro muy cuidadosamente y empezó a leer, juntando las sílabas, la biografía de San Francisco, el religioso
despertó y miraba entretenido a Antonio José Bolívar metido en el libro, Bolívar le pidió disculpas y le hizo una
serie de preguntas como de qué tratan otros libros a parte de ese que estaba leyendo, el monje le respondió
de temas como ciencia, historia, amor.., esto le interesó, de amor sabía sólo por las canciones de Julito
Jaramillo, José Antonio Bolívar le preguntó al Fraile de qué trataban. El Sucre, con su campanada, avisó la ida
del fraile, no le dejó el libro, pero sí la obsesión de leer. Para hacerse de la lectura tomó rumbo a El Dorado
para conseguirse unos libros, abandonó la choza y se adentró al monte donde hizo unas trampas de
calabazas con guijarros en su interior, para que los micos introduzcan sus manitos y se peleasen por su
contenido, luego subió aun papayo alto, lo sacudió e hizo caer dos frutos de pulpa fragante, con ellos se
encaminó hacia la región de loros, papagayos y tucanes, con lianas y bejucos fabricó dos jaulas, luego
desmenuzó las papayas y las mezcló con el zumo de las raíces de yahuasca, luego se alejó hacia un
riachuelo. Al día siguiente se dirigió hacia la región de los micos fatigados por el esfuerzo que hicieron por
tratar de sacar los guijarros de las calabazas, seleccionó una pareja y a los otros los liberó, luego fue donde
los papagayos y embriagados por la mezcla de papayas, metió en una jaula a un apareja de papagayos y en
la otra unos loritos. Regresó con su botín a El Idilio, se dirigió al Sucre y le pagó al patrón del barco con los
dos loritos el viaje de ida y de vuelta a El Dorado, durante la travesía charló con el doctor Rubicundo
Loachamín que lo puso al tanto de la razón de su viaje, este le dijo que por qué no le encargó a él unos libros.
En El Dorado el doctor le presentó a una maestra de escuela, la cuál le dijo a Bolívar que se quedara a alojar
en el establecimiento con todas las comodidades a cambio de hacer las tareas domésticas. La maestra le
enseño su biblioteca que durante cinco meses José Antonio Bolívar aprovechó, los textos de geometría lo
hicieron pensar si valía la pena saber leer, los de historia le parecieron una gran mentira, Edmundo D’ Amicis
y Corazón, lo mantuvieron ocupado la mitad de su estadía pero al leer tanta desgracia en ese libro no le
encontró mucha veracidad. Por fin encontrón lo que buscaba tanto, El Rosario, de Florence Barclay contenía
amor por todas partes que lo emocionaba, la maestra le permitió llevarse el libro y volvió a El Idilio para que lo
leyera todas las veces que quisiera tal y como lo iba a hacer ahora con los dos libros que Rubicundo
Loachamín le había traído.
3. Quinto Capítulo.
El viejo se tendió en la hamaca con el sonoro caer del agua, Antonio José Bolívar dormía poco, unas cinco
horas, el resto lo dedicaba a las novelas e imaginándose los lugares donde acontecían las historias, tales
como Londres, París, Ginebra, también le gustaba imaginar la nieve, cuando no llovía, bajaba al río a bañarse,
luego cocinaba. Para él, lo mejor de la estación de lluvias era bajar al río, mover una piedras y capturar unos
ricos camarones gordos para el desayuno, y a sí lo hizo esa mañana, justo cuando iba a salir del agua con
sus camarones en la mano escuchó unos gritos -¡Una canoa!, ¡Viene una canoa!-, salió del agua y tapando a
sus camarones bajo un tarro se dirigió al muelle donde se encontraba una canoa con el cuerpo de un
buscador de oro, con la garganta destrozada y los brazos desgarrados, se trataba de Napoleón Salinas. El
alcalde llegó al sitio y ordenó subir el cuerpo, Antonio José Bolívar examinó el cadáver y dijo que se trataba de
la tigrilla que andaba suelta por allí, que se encontraba por ese lado, el alcalde no dijo nada, además tampoco
Antonio José Bolívar esperaba respuesta de él y se fue a su choza pensando en cómo comería sus
camarones, si fritos o cocidos.
Sexto Capítulo.
Luego de comer los camarones y de guardar su placa dental, comenzó a leer una novela con el ruido de la
lluvia, le gustó el comienzo y trataba de entender palabras difíciles para él, concentrado en la lectura escuchó
un griterío que lo distrajo obligándolo a mirar al aguacero, vio que un asno corría aterrorizado por el sendero,
tras el esfuerzo de un grupo de hombres lograron tumbarlo pudiendo ser visibles las profundas heridas a los
costados y el desgarro que comenzaba desde la cabeza hacia el pecho, -es el burro de Alkasetzer Miranda-
dijo un lugareño, la babosa llegó al sitio y terminó con el sufrimiento del animal propinándole un disparo,
faenaron al animal y el alcalde repartió los pedazos entre los presentes, Antonio José Bolívar se dirigió hacia
el alcalde pidiéndole el hígado del pobre animal. Mientras freía el pedazo de carne pensaba en la mala
voluntad que el alcalde tenía hacia él y más todavía con el incidente de los shuar y el gringo muerto. Mientras
comía recordaba que hace varios años en el muelle arribó una embarcación a motor de lujo donde viajaban
cuatro estadounidenses con cámaras fotográficas y whisky, el alcalde permaneció con ellos varios días y se
dirigió con los norteamericanos hacia la choza de Bolívar, señalándolo como el mejor conocedor de la
amazonía. Sin pedir permiso entraron a la choza fotografiando todo, uno de ellos descolgó el cuadro de
Antonio José Bolívar y Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñán, para comprárselo, Bolívar
amenazó al alcalde diciéndole que sino devolvía el cuadro les dispararía a todos, los intrusos entendían
castellano y se alejaron del lugar, en cambio, el alcalde le reprochó su rebeldía y lo amenazó con echarlo de
su choza ya que el terreno le pertenecía al Estado y él era el Estado en ese lugar. Al otro día la lancha de lujo
se internó en la selva con los cuatro norteamericanos, un colono y un jíbaro como conocedores de la selva, el
alcalde no volvió a la choza pero Onecén Salmudio si, un anciano de aprox. 80 años quién lo puso al tanto de
las intenciones del alcalde para echarlo del lugar. En las noches siguientes no logró dormir pero una semana
después sí, porque vio llegar la embarcación chocando contra los pilares del muelle y bajándose solo tres
norteamericanos que salieron disparados en busca del alcalde. Al rato fue a visitarlo el alcalde en son de paz
ya que le contó que en la selva a los estadounidenses se les escapó el jíbaro con el whiski, y que el colono y
uno de ellos habían muerto a causa de los monos y no podía creerlo, el viejo le señaló que era posible. El
alcalde le pidió al vejete que vaya a recoger los cuerpos de los fallecidos ya que le pagaban una buena suma
de dinero y la compartiría. Antonio José Bolívar le dijo que se quedara con la plata, que a cambio lo dejara en
paz. Se dirigió al lugar y encontró los dos cuerpos comidos por las hormigas que sólo habían dejado el
esqueleto, metió los huesos en un costal y le entregó los restos al alcalde, que desde ese momento lo dejó en
paz, esa paz que podría tambalear ya que el alcalde lo obligaría a participar en la expedición en busca de la
Tigrilla.
Séptimo Capítulo.
El grupo de hombres se reunió al amanecer con los pantalones subidos hasta las rodillas y descalzos, el
alcalde les repartió cartuchos para las escopetas, un atado de cigarros, cerillas y una botella de Frontera para
cada uno. Lo único que sabía el Alcalde era que primero se internarían en la selva hasta la chozad e Miranda.
La Babosas e puso un traje de hule azul y unas botas, un hombre le dijo que las botas lo iban a estorbar pero
el alcalde no hizo caso y emprendieron su partida. Dentro del a selva lloví amenos gracias al “techo” de hojas
que los cubrías pero si caían chorros mas gruesos. Se separaron para avanzar mejor y más rápido, dos
adelantes con el machete, el alcalde en el medio y Antonio José Bolívar atrás con el otro hombre. En cinco
horas avanzaron como un kilómetro, pero se detenían cada ves que la Babosa se enterraba en el lodo, en una
de esas escenas la Babosa perdió una bota, trató de buscarla pero ya era inútil, siguió caminando descalzo y
se hizo más fácil la ruta. Llegó la tarde y la oscuridad y no pudieron seguir más, encontraron un suelo plano en
dónde pasar la noche, Antonio José Bolívar hizo de guardia. El relevo se despertó y trató de hacer a Bolívar
descansar, cuando un ruido se escuchó en el agua, el alcalde se despertó y con su linterna encendida se
acercó hacia ellos, le hicieron apagar esa linterna, mientras oían les llovió excremento del cielo ya que los
murciélagos estaban sobre ellos y gracias a los gritos y la linterna del alcalde los animales se espantaron,
botaron todo l oque tenían en su interior para hacerse más livianos y poder escapar más rápido. Abandonaron
el lugar, y caminaron tres horas hacia el oriente donde reunieron alimentos y donde el alcalde aprovechó para
hacer sus necesidades cuando el grupo de hombres escuchó los gritos del alcalde y unos disparos, los
hombres corrieron donde estaba la autoridad y se dieron cuenta que había matado aun oso mielero, al animal
más inofensivo de toda la selva. Pasado el medio día los hombres llegaron hasta el puesto de Miranda dónde
lo encontraron con dos zarpazos que comenzaban desde el omoplato hasta la cintura, con el cuello
destrozado y otro cuerpo que correspondía a Plascenio Puñán, un hombre que no se dejaba ver mucho y que
comía junto a Alkasetzer Miranda.
4. Octavo Capítulo.
Envolvieron los cuerpos en una hamaca y los lanzaron en un fangal. Regresaron a la choza donde cocinaron
arroz con lonjas de plátano. El viejo se preparaba para pasar la noche en vela, sacó su lupa y comenzó a leer
su novela, cuando su compañero lo interrumpió diciéndole que lea más altito para que él escuchara, leyó
desde el comienzo “Paul la besó ardorosamente, en tanto, el gondolero, cómplice de las aventuras de amigo,
simulaba mirar en otra dirección, y la góndola, provista de mullidos cojines, se deslizaba apaciblemente por
los canales venecianos.” El anciano levantó la vista y se dio cuenta que tres hombres lo escuchaban con
atención y trataban de entender la palabras que desconocían e imaginándose Venecia, desde su rincón, el
alcalde les dijo en donde se ubicaba Venecia, pero los hombres al decir tantas tonteras sobre aquella ciudad,
se agarró la cabeza y los trató a todos de ignorantes. El viejo escuchó un cuerpo moviéndose allá afuera, el
alcalde disparó pero no le dio. Al amanecer, el alcalde se sintió incapacitado frente a Antonio José Bolívar, y le
sugirió un trato, que él solo matara al bicho y los demás se fueran a El Idilio a proteger el pueblo, el anciano
aceptó, el grupo se despidió del veterano. Llegó la noche y no podía concentrarse en su lectura, se empezó a
hablar a sí mismo, a lo mejor tenía miedo se decía, no era la primera vez que se enfrentaba a una bestia
enloquecida, qué plan podía tramar la hembra para matarlo, no le advirtió al alcalde ni a los hombres los
peligros de separarse, él no era un cazador, ya que los cazadores matan para vencer un miedo que los
enloquece y no tratan con animales tan grandes como este. José Antonio Bolívar mataba animales en actos
de justicia, como por ejemplo a la anaconda que devoró al hijo de un colono, la segunda un homenaje de
honor al brujo shuar que le salvó la vida, los tigres tampoco le eran extraños, pero nunca había matado aun
cachorrito, cuando mató a un gato moteado que atacaba al ganado de los colonos. Los shuar no cazan tigres
y pensaba en su compadre Nushiño, deseando que él esté ahí. Imaginaba que su amigo le decía que los
shuar sólo cazaban tzanzas perezosos ya que un jefe shuar, Tñaupi, se volvió malo y al verse acorralado se
convirtió en un tzanza perezoso, por eso los mataban a todos. El viejo se preguntaba que por qué recordaba
todo esto.
José Antonio Bolívar se preparó, comprobó el filo del machete y trazó un radio de doscientos metros en
dirección a oriente. Encontró un lote de plantas aplastadas donde estuvo el animal. Se alejó de la choza y
caminando más allá dejó de llover, maldijo al sol ya que el agua se evaporaría y habría una neblina muy
espesa que no dejaría ver, entonces la vio. El animal desapareció y luego se dejó ver, Bolívar conocía ese
truco y ahí se quedó. Luego comenzó a llover. La miraba moverse de norte-sur, las horas pasaron y se
acercaba la noche, Bolívar no podía seguir en el sitio entonces en un momento de descuido del bicho se echó
a correr hacia el río, el río estaba cerca, y justo iba a bajar una pendiente cuando el animal atacó. Rodó por la
ladera pero la hembra no atacaba, se echó y rugió, el viejo se dio cuenta que se trataba del macho, tenía el
muslo casi arrancado del cuerpo por un disparo. Se acercó al macho y le palmoteó la cabeza, le dio el tiro de
gracia para que dejase de sufrir. No veía a la hembra. Llegó hasta un puesto abandonado de buscadores de
oro y se introdujo debajo de una canoa sobre la playa. Se quedó dormido y soñó que frente a él, en el follaje,
sobre el agua, algo aparecía transformándose en un papagayo, o un brage guacamayo saltando con la boca
abierta y tragándose la luna y cayendo ferozmente al agua con la forma de un quebrantahuesos aplastando a
un hombre. El shuar que estaba con él le decía que se trataba de su propia muerte, disfrazada para
sorprenderlo, pero que todavía no era la hora de marcharse, tenía que cazarla, el raro animal se alejaba y los
pájaros volaban con sus mensajes de bienestar y plenitud, él quería llegar a su choza y meterse en el cuadro
que aparecía con Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñán Otavalo, pero unos ojos
amarillos se encontraban en todas partes cortándole el camino al mismo tiempo que sentía que algo caminaba
sobre la canoa. Ya no estaba durmiendo, era la tigrilla que empezaba a marcarlo con su orina que escurría en
los agujeros de la canoa. Así pasaron las horas cuando al mediodía el animal se bajo y empezó a escarbar
con sus patas que se metían dentro del a canoa, el hombre pescó su escopeta y le disparó, la escuchó
alejarse, y entonces levantó la canoa un poco para verla unos cien metros más allá para verla lamiéndose su
pata. Dio vuelta la canoa y la vio corriendo hacia la playa, el anciano se hincó y el animal saltó, entonces
Antonio José Bolívar Proaño apretó el gatillo y le dio en el pecho. La tigrilla cayó al suelo muerta, el viejo se le
acercó y la acarició llorando avergonzado, la arrastró hacia el río donde la corriente se la llevó, enseguida
arrojó con furia la escopeta al agua. Antonio José Bolívar se sacó la dentadura, y maldiciendo al gringo
inaugurador de todo esto, al alcalde, a los buscadores de oro que violaban la virginidad de su amazonía se
dirigió hacia El Idilio, a su choza, a leer sus novelas de amor que lo hacían olvidar por un momento la crueldad
humana.
Vocabulario:
Acémila: Mula o macho de carga.
Barbarie: Fiereza, crueldad.
Góndola: Embarcación característica de Venecia, con el fondo plano, estilizada y elegante, generalmente de
color negro, movida por un solo remo armado a popa.
Pernoctar: Pasar la noche en algún sitio, fuera del propio domicilio.
Monserga: Lenguaje confuso y embrollado.
Ficha de autor:
Premio Primavera de Novela 2009
Premio Tigre Juan 1988
Chileno 1949
HISTORIA DE UNA GAVIOTA Y DEL GATO QUE LE ENSEÑO A VOLAR
MUNDO DEL FIN DEL MUNDO