2. Las nuevas adicciones
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Objetivos
Como ya hemos comentado anteriormente, el Siglo XX (y lo que llevamos
del XXI) ha estado marcado por grandes cambios económicos, políticos y
sociales. La irrupción de las nuevas tecnologías en la vida cotidiana ha sido
uno de los factores principales de cambio. La mejora en las comunicaciones,
el mejor y mayor acceso a la información y el conocimiento de nuevas y
diferentes culturas han producido cambios mayoritariamente positivos en
las relaciones humanas a diferente niveles; desde la posibilidad de poder
contactar con personas que viven en la otra parte del globo, hasta el poder
reencontrarte con ese “antiguo amigo” del colegio que hace años que no
vemos.
Pero como toda cara, tiene su cruz. El acceso inmediato a tanta informa-
ción, la facilidad para establecer relaciones mediante un solo clic y esa capa-
cidad de tener con solo desear desemboca, en algunos casos, en una serie de
patologías conocidas como las nuevas adicciones, adicciones sin sustancias o
adicciones comportamentales como las denominan algunos autores.
Entre las mismas se incluyen la adicción al juego, al sexo, a la comida, a
las compras, al trabajo o, como indica el título de este libro, la adicción a
las pantallas (Internet, televisión, videojuegos y teléfonos móviles).
A través de este capítulo trataremos de abordar en qué consisten bási-
camente este tipo de adicciones que, a pesar de estar representadas por
diferentes objetos de adicción, poseen una serie de características comunes.
La pérdida de control, la dependencia o el síndrome de abstinencia son
algunas de los factores que determinan la presencia de este tipo de adic-
ciones.
Más adelante, centraremos nuestra atención en la adicción a las nuevas
tecnologías de la información y la comunicación (TICS) que, a través de
sus representaciones físicas (ordenador, móviles, consolas…), se encuentran
cada vez más instauradas en nuestros hogares, comenzando a alcanzar cifras
preocupantes.
Todas estas adicciones determinan su aparición debido a unos fenómenos
comunes, y todas terminan de la misma forma: con la pérdida de la liber-
tad de la persona. Las personas que las sufren viven por y para ellas. Por lo
tanto, una de las líneas de acción que debe seguirse para alcanzar el control
sobre estas adicciones consistirá, no en eliminar los objetos que las causan,
sino en recuperar la libertad para usarlos cuando y como queramos.
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Las nuevas adicciones
Conceptos básicos
Los componentes fundamentales de cualquier adicción son: la pérdida de
control y la dependencia. Con esto queremos decir que cualquier persona
adicta, bien sea a una sustancia (tabaco, alcohol, cocaína, cannabis, heroí-
na…) o a una conducta (navegar por internet, comprar, jugar a las tragape-
rras…), va a manifestar estos rasgos básicos.
Por un lado, el adicto experimenta una incapacidad para controlar el uso
de su objeto de consumo (bien sea la ingesta o la cantidad de horas dedica-
das) a pesar de todos los esfuerzos que haga para conseguirlo. Y por otro,
se mostrará dependiente de ese objeto. Así, toda su vida girará en torno
al consumo del mismo (bien sea comprar droga o conseguir monedas para
seguir jugando).
La dependencia es un concepto extremadamente complejo ya que com-
promete al individuo en diferentes niveles:
- Conductualmente: la búsqueda de una sustancia o repetición de un
comportamiento determinado.
- Psicológicamente: el sujeto se encuentra absorbido por el objeto de
dependencia, descuidando el resto de áreas vitales.
Así, las consecuencias repercuten en el funcionamiento global de la vida
del individuo. Un dato que debemos destacar es que parece ser que no es
la droga o la actividad la que genera dependencia, sino el hecho de que se
desarrolla en la interacción entre el sujeto, el objeto y el contexto en el cual
ambos se insertan. Así, el poder que el sujeto atribuya al objeto adictivo
determinará en gran medida la posibilidad de que este acabe provocando
una adicción.
La dependencia, por tanto, es un concepto que implica la subjetividad
del individuo para que se materialice. Diversos científicos han tratado de
dar definiciones válidas del mismo, nosotros nos quedamos con la que pre-
senta la Organización Mundial de la Salud (1992) cuando afirma que: “La
dependencia es el deseo, a menudo fuerte y a veces insuperable de ingerir
sustancias” (añadiríamos: el deseo fuerte e insuperable de llevar a cabo una
conducta). Este deseo implica tolerancia y abstinencia, dos términos que
también queremos destacar en esta aproximación al mundo de la adiccio-
nes, ya que consideramos que son fundamentales para entender el proceso
que se da en toda adicción. Así, la tolerancia se refiere a que el sujeto cada
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vez necesita más de la sustancia o de la conducta para sentirse bien. La absti-
nencia tiene que ver con la sensación de malestar que experimenta el sujeto
cuando no realiza la conducta o no ingiere la sustancia.
Por último, queremos destacar que cualquier tipo de conducta normal se
puede convertir en una conducta anormal en función de la intensidad, la
frecuencia y el grado de interferencia que genera en las relaciones cotidianas
de la persona. Así, cualquier tipo de conducta, y más si resulta placentera y
tiende a repetirse, es susceptible de convertirse en adictiva.
Una conducta placentera puede pasar del hábito a la adicción cuando se
dan cuatro factores clave:
- Pérdida de control: el sujeto continúa con ella a pesar de sus conse-
cuencias negativas.
- Fuerte dependencia psicológica: no puede quitársela de la cabeza.
- Pérdida de interés: desgana por otras actividades que le gustaban.
- Interferencia grave en la vida cotidiana del individuo: tanto físicas
(descuidos de la higiene o la forma física), como relacionales (perdida de
comunicación con amigos o familiares).
Las adicciones psicológicas
Las drogodependencias se encuentran dentro de lo que habitualmente se
conoce como adicciones químicas. Pero actualmente se cuenta con suficiente
información para confirmar la existencia de las adicciones psicológicas. Es-
tas implican la existencia de una serie de conductas, que, por la intensidad,
frecuencia o satisfacción implícita, acaban interfiriendo de forma negativa
en la vida del individuo. Entre ellas se encuentran: el juego patológico, la
adicción al sexo, a las compras, a la comida, al trabajo, al teléfono, a Inter-
net y al ejercicio físico.
Todas estas conductas potencialmente adictivas, comienzan por medio de
unos reforzadores positivos, es decir, las realizamos por que nos da placer
hacerlas; son como un premio para nosotros. Aunque finalmente acaban
siendo controladas por reforzadores negativos, es decir, cuando no las ha-
cemos, nos sentimos mal.
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Al mismo tiempo, estas conductas acaban determinando un ansia irre-
frenable por parte del sujeto por realizarlas, el cual las acomete de forma
impulsiva y exclusiva, perdiendo el interés por cualquier otro tipo de activi-
dades (como comentamos anteriormente).
Todas estas adicciones psicológicas, al igual que las químicas, tienen un
denominador común que ya comentamos anteriormente pero que quere-
mos destacar: el síndrome de Abstinencia. Este síndrome es lo que produce,
en última instancia, que la adicción se haga cada vez más y más fuerte en la
vida del sujeto.
Las características básicas de este síndrome son:
Impulso intenso por realizar la conducta, que conlleva siempre efectos
negativos para la persona.
Tensión que cada vez es más grande según se aproxima el momento de
realizar la conducta, y no desaparece hasta que no se realiza.
Desaparición temporal de la tensión cuando se realiza la acción. Como
cuando estamos sedientos y tomamos un vaso de agua.
Reaparición de la tensión asociada a situaciones u objetos que nos ha-
cen recordar la adicción (el ruido de un ordenador que se enciende, o el
sonido de un mensaje en el móvil de un amigo).
Un aspecto “positivo” respecto a este tipo de adicciones, es que en muy
pocos casos las adicciones psicológicas se dan de forma simultánea en un
mismo sujeto, es decir, no existen apenas lo que llamaríamos los politoxicó-
manos (adictos a diferentes sustancias a la vez). Por otra parte, parece ser
que la motivación para recibir terapia de estos adictos es mayor que la de
aquellos adictos a sustancias químicas.
La adicción a las nuevas tecnologías
Como ya hemos comentado, las consideradas nuevas adicciones com-
prenden todas las formas de dependencia en las que no interviene ninguna
sustancia química. Así, el objeto de dependencia es, en estos casos, una
actividad lícita y socialmente aceptada (hablar por el móvil, chatear por
Internet o jugar a un videojuego).
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El desmesurado ritmo de desarrollo de las nuevas tecnologías, el creciente
consumismo que rodea esta parcela de la realidad actual (siempre poten-
ciado por la publicidad que se realiza de estos nuevos “aparatos”), la falsa
creencia de que necesitamos todo tipo de artilugios para poder sobrevivir
en este mundo globalizado, el enorme poder que parecen conferirnos al ser
los primeros en poseer o conocer lo último, etc., unido a las características
inherentes a estos aparatos, lo que algunos han denominado su poder con-
vergente (“la tendencia a unificar sobre un objeto tecnológico la posibilidad
de manipulación de informaciones de distinta naturaleza, hacer llamadas,
escuchar música, hacer fotos, o incluso ver la televisión”), hace de estas
nuevas tecnologías objetos de deseo de grandes y pequeños, que si no so-
mos capaces de percibir de forma objetiva, pueden llegar a convertirse en
objetos de adicción extremadamente difíciles de erradicar porque, como ya
hemos comentado, ya forman parte de nuestra vida cotidiana.
Las nuevas tecnologías se han convertido en el medio natural de los jóve-
nes llamados “la generación digital”, “generación @” o “generación .com”
que, sin preguntarse cómo funcionan, son capaces de mantener múltiples
conversaciones al mismo tiempo en los chat a la vez que se descargan cientos
de canciones y contestan a una llamada en su teléfono móvil. Desarrollan
una cultura propia donde los últimos modelos de móvil y el nivel alcanzado
en tal o cual juego generan estatus dentro de su grupo de iguales.
Por otra parte, la brecha generacional que estas nuevas tecnologías y su
manejo produce entre padres e hijos puede llegar a alcanzar dimensiones
insalvables.
Los casos más extremos de adicción digital, como afirman diversos auto-
res, los encontramos en los países donde las tecnologías están más extendi-
das. Así, en los Estados unido se habla de Screenagers, para referirse a los
adolescentes de entre 10 y 20 años que pasan un elevado número de horas
frente a las pantallas de sus televisores y ordenadores. El caso más extremo,
lo encontramos en Japón con los denominados Hikikomori, adolescentes
que se encierran en sus habitaciones y se pasan meses recluidos, llegando a
perder prácticamente el contacto con el mundo exterior.
En España ya comienza a hablarse de la bedroom cultura (cultura de cuar-
to). Es en sus dormitorios donde los adolescentes comienzan a crear su par-
ticular reino, en ellos pasan mucho tiempo, rodeados de todos sus aparatos
electrónicos. Todavía parece no ser demasiado preocupante la situación en
nuestro país, ya que los datos que arroja el estudio presentado por estas au-
toras afirman que la mayoría de los jóvenes españoles utilizan el ordenador
más como un instrumento de ocio, de comunicación y de estudio exclusi-
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vamente en determinados momentos de la semana, y siempre prefieren las
relaciones sociales cara a cara que a través del ordenador.
Estas afirmaciones nos permiten pensar que en nuestro país aún estamos a
tiempo de propiciar una educación para un uso ordenado y responsable de
estas nuevas tecnologías, y no tener que lamentar casos tan extremos como
los descritos en América y Japón.
Mientras tanto, los padres deberíamos leer y asimilar las palabras de Leo-
poldina Fortunati y Anna Maria Magnanelli:
“Entre los muchos deberes que sienten hoy los padres está también la fir-
me convicción de que es necesario, no sólo garantizar a los hijos una buena
educación e instrucción, sino también una gran familiaridad y competencia
en el uso de las tecnologías de la comunicación y de la información”
Ahora es el momento de formarnos para comprender y compartir con
nuestros hijos este nuevo mundo tecnológico que, sin duda, les acompañará
toda la vida.
Aún así, las predicciones no son demasiado esperanzadoras en relación al
futuro de nuestros jóvenes y la presencia de las nuevas tecnologías.
- El 32% de los menores que habitualmente utiliza Internet ha facilitado
ya su número de teléfono en alguna ocasión y el 44% se ha sentido aco-
sado sexualmente.
- El 14,5% de los menores encuestados ha concertado una cita con un
desconocido a través de Internet.
- Un 28% de los menores entra en páginas pornográficas: un 19% en
ocasiones y un 9% con frecuencia.
Con estos datos no queremos crear una alarma social en la que todos los
padres decidan anular sus conexiones a internet y limitar el uso de los telé-
fonos móviles a sus hijos. Internet es una herramienta muy útil en muchos
casos, como actividad de ocio y como fuente de información; así mismo el
móvil es ya, nos guste o no, un elemento necesario para el establecimien-
to y mantenimiento de relaciones sociales entre los jóvenes. La educación
orientada a la prevención evitará males mayores.
En cualquier caso queremos hacer una breve descripción de lo que se con-
sidera una adicción a las tecnologías de la información y la comunicación.
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Siguiendo al autor Antonio Castaños señalaremos tres síntomas nucleares de
este tipo de adicciones que comparten con cualquier otro tipo de adicción
a sustancias:
Incapacidad de control o impotencia: la conducta se realiza aunque el
sujeto trate de controlarla y no puede ser detenida cuando él lo desea.
Dependencia Psicológica: existencia de un deseo irresistible de realizar
la acción acompañado de una fuerte tensión anterior a la realización de
la misma.
Efectos perjudiciales graves en el sujeto y en su vida cotidiana.
Otros síntomas que recoge el autor serían:
Tolerancia y síndrome de abstinencia.
Modificaciones graves del estado de ánimo. Tensión anterior a la ac-
ción y alivio cuando la ha realizado.
Euforia y trance mientras desarrolla la actividad.
Negación de la dependencia. Habitualmente niega estar muchas horas
frente a la pantalla o minimiza los efectos que le produce.
Sentimientos de culpa, cuando se da cuenta que no tiene el control so-
bre sus actos, cuando no puede, por ejemplo, dejar la conexión.
A modo de conclusión de este capítulo nos gustaría destacar una serie de
afirmaciones básicas que nos parece de especial importancia recordar:
Todas las adicciones acaban por minar la vida de los que las padecen y
de los que les rodean.
Las adicciones psicológicas no son producidas por drogas. Son expe-
riencias subjetivas de placer/culpa establecidas con una conducta determi-
nada. Les hacen daño pero no pueden dejar de realizarlas.
Las adicciones psicológicas se adquieren a fuerza de repetir conductas
que un principio resultan agradables.
Todas las adicciones psicológicas están relacionadas con déficits de con-
trol de los propios impulsos y problemas de autocontrol.
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Los sujetos adictos niegan o mienten sobre su adicción y son las per-
sonas que los rodean las que debemos darnos cuenta de que algo no
funciona; depresiones, separaciones y gastos desmesurados, son algunos
indicadores de que algo no funciona.
La forma de superar este tipo de adicciones pasa por aceptar el proble-
ma, ponerse en tratamiento y reorganizar la vida en base a otro tipo de
actividades satisfactorias.
Una vez presentada esta visión general de las adicciones psicológicas y en
concreto de la adicción a las nuevas tecnologías, pasaremos a analizar cada
una de ellas de forma más exhaustiva, ya que poseen diferentes factores que
las pueden convertir en un riesgo potencial para nuestros jóvenes. Comen-
zaremos por la televisión, ese “otro miembro de toda familia”.
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