Es tan vasta la información teórica generada en relación con el ego, que la simple pretensión de darle orden se convertiría en una labor titánica. Frente a esta marejada de referencias mentales, lo más inteligente es ubicar, en primera instancia, al centro generador de ideas referidas al ego, que fluye en el vacío gestado desde el fondo de una simple pregunta: ¿Quién soy? . . . Siempre que alguien ignore quién es, y se rinda ante su incapacidad para descubrirlo, se verá en la necesidad inconsciente de fabricar mentalmente una multitud de “yo(es)” —que constituyan la personalidad— para que llenen el vacío del Ser original que no se conoce. Eso nos sucede a todos los individuos que habitamos en esta existencia; y una vez auto-engañados por este artificio, la posibilidad de re-descubrir al “Yo real” se presentará sólo reconociendo que cualquier “yo” creado por la mente es falso. Es así como la palabra “yo” nos puede mover al mayor error o a la más profunda Verdad. La existencia del “yo” es una ilusión, y no hay en el mundo torcimiento, ni vicio, ni pecado que no se derive de la afirmación del “yo”. Evangelio del Buddha