1. Acción de gracias al Padre
Tiempo Ordinario. Ser sencillos,
es lo que nos pide Dios para
revelarnos muchas cosas.
Primera Lectura: del libro de Isaías (10,5-7.13-16):
Salmo Responsorial: Salmo 47
R/. Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios
Evangelio: san Mateo (11,20–24):
Autor: José Fernández de Mesa | Fuente: Catholic.net
2. Primera lectura
Lectura del libro de Isaías (10,5-7.13-16):
Así dice el Señor: «¡Ay Asur, vara de mi ira, bastón de mi
furor! Contra una nación impía lo envié, lo mandé contra el
pueblo de mi cólera, para entrarle a saco y despojarlo, para
hollarlo como barro de las calles.
Pero él no pensaba así, no eran éstos los planes de su
corazón; su propósito era aniquilar, exterminar naciones
numerosas.
Él decía: "Con la fuerza de mi mano lo he hecho, con mi
saber, porque soy inteligente.
Cambié las fronteras de las naciones, saqueé sus tesoros y
derribé como un héroe a sus jefes. Mi mano cogió, como un
nido, las riquezas de los pueblos; como quien recoge huevos
abandonados, cogí toda su tierra, y no hubo quien batiese las
alas, quien abriese el pico para piar." ¿Se envanece el hacha
contra quien la blande? ¿Se gloría la sierra contra quien la
maneja? Como si el bastón manejase a quien lo levanta,
como si la vara alzase a quien no es leño.
Por eso, el Señor de los ejércitos meterá enfermedad en su
gordura y debajo del hígado le encenderá una fiebre, como
incendio de fuego.»
¡Es palabra de Dios! ¡Te alabamos Señor !
3. Salmo 93
R/. El Señor no rechaza a su pueblo
Trituran, Señor, a tu pueblo,
oprimen a tu heredad;
asesinan a viudas y forasteros,
degüellan a los huérfanos. R/.
Y comentan: «Dios no lo ve,
el Dios de Jacob no se entera.»
Enteraos, los más necios del pueblo,
ignorantes, ¿cuándo discurriréis? R/.
El que plantó el oído ¿no va a oír?;
el que formó el ojo ¿no va a ver?;
el que educa a los pueblos ¿no va a castigar?;
el que instruye al hombre ¿no va a saber? R/.
Porque el Señor no rechaza a su pueblo,
ni abandona su heredad:
el justo obtendrá su derecho,
y un porvenir los rectos de corazón. R/.
4. Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (11,25-27):
En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te
doy gracias, Padre, Señor de cielo y
tierra, porque has escondido estas cosas
a los sabios y entendidos y se las has
revelado a la gente sencilla.
Sí, Padre, así te ha parecido mejor.
Todo me lo ha entregado mi Padre, y
nadie conoce al Hijo más que el Padre, y
nadie conoce al Padre sino el Hijo, y
aquel a quien el Hijo se lo quiera
revelar.»
¡Es palabra del Señor! ¡Gloria a Ti, Señor Jesús!
5. Oración
Gracias, Padre, por el don de mi fe que me lleva
a buscarte humildemente en la oración. Busco la
fuerza de voluntad para vivir auténticamente mi
fe, porque te amo con todo mi corazón y con
toda mi mente. Confío plenamente en que me
mostrarás el camino para conocer la voluntad de
Dios.
Petición
Señor, dame un corazón abierto a las
inspiraciones de tu Santo Espíritu.
6. Meditación
Desde la encarnación del Verbo, el Misterio divino se revela
en el acontecimiento de Jesucristo, que es contemporáneo a
toda persona humana en cualquier tiempo y lugar por medio
de la Iglesia, de la que María es Madre y modelo. Por eso,
nosotros podemos hoy continuar alabando a Dios por las
maravillas que ha obrado en la vida de los pueblos
latinoamericanos y del mundo entero, manifestando su
presencia en el Hijo y la efusión de su Espíritu como novedad
de vida personal y comunitaria. Dios ha ocultado estas cosas
a "sabios y entendidos", dándolas a conocer a los pequeños,
a los humildes, a los sencillos de corazón.
Por su "sí" a la llamada de Dios, la Virgen María manifiesta
entre los hombres el amor divino. En este sentido, Ella, con
sencillez y corazón de madre, sigue indicando la única Luz y
la única Verdad: su Hijo Jesucristo, que "es la respuesta
definitiva a la pregunta sobre el sentido de la vida y a los
interrogantes fundamentales que asedian también hoy a
tantos hombres y mujeres del continente americano".
Asimismo, Ella "continúa alcanzándonos por su constante
intercesión los dones de la eterna salvación. Con amor
maternal cuida de los hermanos de su Hijo que todavía
peregrinan y se debaten entre peligros y angustias hasta que
sean llevados a la patria feliz". (Benedicto XVI, 12 de
diciembre de 2011.)
7. Reflexión
Es necesario ponerse las gafas de la fe para contemplar
todas las maravillas y tesoros que Dios hizo para nosotros.
Ríos, mares, montañas nevadas, amaneceres y atardeceres,
el amor de una madre y la caricia de un padre. Sin embargo,
es justo mirar estas maravillas de Dios para reconocer su
misericordia y su amor. La luz, en virtud de las personas,
circunstancias y acontecimientos adquiere un valor nuevo
que nunca podrían tener. En efecto, viniendo al mundo y
viviendo entre nosotros, Jesús siempre ha preferido la
sencillez y la claridad, a la oscuridad y maldad.
Sin embargo, podemos decir que Dios es oscuro e
incomprensible, hasta inexistente para los soberbios que
tienen el corazón cerrado en sí mismos que piensan no tener
necesidad de nadie, tampoco de Dios sino sólo de sí
mismos. Es el mismo hombre quien se crea complicaciones
mentales para hacer inaccesible el conocimiento y
aceptación de la voluntad de Dios. Así, ¿cómo puede dar el
salto a la fe si su corazón está recargado por el inútil equipaje
de sus hipocresías y de sus muchas inquietudes? Aquella"
sabiduría" es pesada a los que se consideran "sabios" del
mundo pero es vital para el fiel cristiano, que se tira con los
ojos cerrados en las manos de Dios. Aprendamos, por ello, a
practicar la humildad del corazón y de la mente.
Liberémonos de los pesados fardos que nos oprimen y
respiremos a pleno pulmón el aire fragante del conocimiento
personal del amor de Dios.
8. Propósito
Imitar el modelo de evangelización de María: una
fe recia, una esperanza viva y una caridad
ardiente.
Diálogo con Cristo
Gracias, Espíritu Santo, por tus dones de
entendimiento, sabiduría y ciencia. Permite que,
siguiendo el ejemplo de María, los use para el bien,
no para encerrarme en mi orgullo, autosuficiencia o
soberbia, queriendo depender de mí mismo en vez
de abandonarme en la misericordia de tu amor, con
la confianza con que un niño se sosiega en los
brazos de sus padres.