1. Primera Lectura: del libro del profeta Jeremías (31,1-7):
Salmo Responsorial: Jr 31,10-13
R/. El Señor nos guardará como pastor a su rebaño
Evangelio: san Mateo (15,21-28):
Cuando parece que
Dios desoye nuestras
plegarias
Tiempo Ordinario. Quiere que creamos y
esperemos contra toda esperanza humana;
que sigamos confiando en Él, en su
omnipotencia y en su amor misericordioso.
Autor: P. Sergio A. Córdova LC | Fuente: Catholic.net
2. Primera lectura
Lectura del libro del profeta Jeremías (31,1-7):
En aquel tiempo – oráculo del Señor –, seré el Dios de todas las
tribus de Israel, y ellas serán mi pueblo. Así dice el Señor: Halló
gracia en el desierto el pueblo escapado de la espada; camina
Israel a su descanso, el Señor se le apareció de lejos.
Con amor eterno te amé, por eso prolongue mi misericordia.
Todavía te construiré y serás reconstruida, Doncella de Israel;
todavía te adornarás y saldrás con panderos a bailar en corros;
todavía plantarás viñas en los montes de Samaría, y los que
plantan cosecharán.
«Es de día» gritarán los centinelas en la montaña de Efraín:
«Levantaos y marchemos a Sión, al Señor nuestro Dios.» Porque
así dice el Señor: «Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el
amor de los pueblos; proclamad, alabad y decid: "El Señor ha
salvado a su pueblo, al resto de Israel."»
¡Es palabra de Dios! ¡Te alabamos Señor !
3. Salmo Jr 31,10-13
R/.El Señor nos guardará como pastor a su rebaño
Escuchen, pueblos, la palabra del Señor,
anunciadla en las islas remotas:
«El que dispersó a Israel lo reunirá,
lo guardará como pastor a su rebaño.» R/.
Porque el Señor redimió a Jacob,
lo rescató de una mano más fuerte.
Vendrán con aclamaciones a la altura de Sión,
afluirán hacia los bienes del Señor. R/.
Entonces se alegrará la doncella en la danza,
gozarán los jóvenes y los viejos;
convertiré su tristeza en gozo,
los alegraré y aliviaré sus penas. R/.
4. Evangelio
Lectura del santo Evangelio según san Mateo (15,21-28):
En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y
Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos
lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de
David. Mi hija tiene un demonio muy malo.»
Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a
decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando.»
Él les contestó: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de
Israel.»
Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió: «Señor, socórreme.»
Él le contestó: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos.»
Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perros se
comen las migajas que caen de la mesa de los amos.»
Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo
que deseas.» En aquel momento quedó curada su hija.
¡Es palabra del Señor! ¡Gloria a Ti, Señor Jesús!
5. Oración
Mi fe, frente a las dificultades, se debilita, cuando debería crecer.
Humildemente recurro a ti, Señor y Padre mío, suplicando la
intercesión de san José, para que esta oración me ayude a
aumentar mi fe, acrecentar mi esperanza y, sobre todo, sea el
medio para crecer en mi caridad, en mi amor a Ti y a los demás.
Petición
¡Señor, hazme un testigo fiel de mi fe!
6. Meditación
La lectura del Evangelio comienza con los detalles sobre la región
que Jesús iba a visitar: Tiro y Sidón, el noroeste de Galilea, tierra
pagana. Y es aquí donde se encuentra con una mujer cananea, que
se dirige a Él para pedirle que cure a su hija atormentada por un
demonio.
Ya en esta petición, se puede observar un inicio del camino de la fe,
que en el diálogo con el divino Maestro crece y se refuerza. La
mujer no tiene miedo de gritarle a Jesús "Piedad de mí", una
expresión que aparece en los Salmos, lo llama "Señor" e "Hijo de
David", manifestando así una firme esperanza de ser escuchada.
¿Cuál es la actitud del Señor frente al grito de dolor de una mujer
pagana? Puede parecer desconcertante el silencio de Jesús, tanto
que suscita la intervención de los discípulos, pero no se trata de
poca sensibilidad al dolor de aquella mujer. San Agustín comenta
sobre esto: "Cristo se mostraba indiferente hacia ella, no para
negarle la misericordia sino para hacer crecer el deseo". ( Benedicto
XVI, 16 de agosto de 2011.)
7. Reflexión
¿No te ha pasado alguna vez que, cuando has rezado con mucho fervor
por una necesidad particular o por una intención que llevabas muy en el
alma, pareciera que Dios no te hace caso? Cuando ha estado muy enferma
tu mamá, un hijo, tu esposo o cualquier ser querido, y has pedido a nuestro
Señor que les devuelva la salud, y parece que no te escucha; o cuando has
tenido un problema especial de cualquier índole –personal, familiar o
profesional– y, después de encomendarte a Dios, no te han salido las cosas
como tú querías; cuando alguno de tus mejores amigos ha sufrido un
accidente o una operación grave y no ha salido adelante... Podríamos
multiplicar los casos hasta el infinito, y tal vez a veces constatamos lo
mismo: parece que nuestro Señor se hace un poco el sordo y tarda en
responder a nuestras peticiones... ¿Verdad que es una experiencia que
ocurre con cierta frecuencia en nuestra vida? Y si Cristo nos prometió
atender nuestras plegarias –"Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, tocad y
se os abrirá"– ¿por qué entonces Dios actúa así con nosotros?
San Agustín también se lo preguntó en más de una ocasión. ¿Y sabes qué
respuesta encontró? "Dios –afirma– que ya conoce nuestras necesidades
antes de que se las expongamos, pretende que, por la oración, se
acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos más
capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones son muy grandes
y nuestra capacidad de recibir es pequeña e insignificante. Y por eso,
cuanto más fielmente creemos, más firmemente esperamos y más
ardientemente deseamos este don, más capaces somos de recibirlo". Por
tanto, lo que Dios pretende con ese modo de actuar es que se dilate
nuestra capacidad de desear y de recibir los dones que nos promete.
8. Además, Él escucha siempre nuestras plegarias, y yo estoy totalmente
convencido de ello. Lo que ocurre es que no siempre nos concede las cosas
que le pedimos o no las hace como nosotros pretendíamos. Él es
infinitamente más sabio que nosotros y, como buen Padre, nos da aquello
que es más oportuno para nuestras almas. San Pablo nos dice, en efecto,
que "nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene" (Rom 8, 26). Nadie
tildará de cruel a una madre que no da a su niño pequeño el cuchillo que le
pide, aunque sólo quiera jugar un poco sin pretender hacer ningún mal a
nadie....
Más aún, lo que quiere Dios es aumentar nuestra fe en Él, nuestra confianza
y nuestro amor incondicional a su Persona. Quiere que creamos y
esperemos contra toda esperanza humana; que sigamos confiando en Él,
en su omnipotencia y en su amor misericordioso, incluso cuando ya no se ve
ningún remedio humano posible. Y precisamente entonces es cuando se
revelará con más evidencia la grandeza de su poder y nos daremos cuenta
de que ha sido Dios quien nos ha dado todo libre y gratuitamente, sólo
porque Él es infinitamente bueno con sus criaturas. Al prolongar nuestra
espera, desea probar cuán grande es nuestra fe y nuestra confianza en Él; y
que le demostremos que, a pesar de todas las dificultades, le amamos por
encima de todas las cosas, nos conceda o no lo que le pedimos.
Finalmente, una condición indispensable para que nuestras súplicas sean
auténtica oración cristiana –y no una especie de chantaje contra Dios– es
que siempre busquemos en todo su santísima voluntad. Así nos enseñó
Jesús a orar y así lo decimos todos los días en el Padrenuestro: "Hágase,
Señor, tu voluntad, en la tierra como en el cielo..."
9. Un ejemplo maravilloso de esto que estamos diciendo lo encontramos en el
Evangelio de este domingo. Jesús se retira un poco de Galilea y hace una
brevísima incursión por las regiones de Tiro y Sidón, ciudades paganas. Y he
aquí que una mujer cananea le sale al encuentro y se pone detrás de Él,
pidiéndole a gritos –literalmente– que cure a su hija enferma. ¿Y qué nos
dice el Evangelio? Que Jesús "no le respondió ni palabra". ¡Demasiada
indiferencia!, ¿no? Pero no acaba todo aquí. Son sus propios discípulos los
que, viendo al Maestro impertérrito, le suplican que la atienda. Pero no se lo
piden por compasión, sino para que deje de gritar detrás de ellos. ¡Qué
vergüenza que una "loca" los venga siguiendo con esos gritos!... Pero Jesús
vuelve a darles otra aparente negativa: "No he sido enviado sino a las ovejas
descarriadas de la casa de Israel". Y nuevamente silencio.
La mujer llega corriendo y se postra a los pies de nuestro Señor, pidiéndole
que tenga piedad de ella: "Señor, socórreme". Una oración brevísima, llena
de dolor, de fe y de inmensa confianza. Es la súplica desgarrada de una
madre. Pero Cristo, con su respuesta, parece ignorarla. Seguramente se
estaría haciendo una grandísima violencia interior, pues conocemos su
infinita misericordia. Pero tenía que llevar hasta el fin la fe de esta mujer para
dejarnos una lección tan importante. Si ella no hubiese tenido la fe y la
humildad que tuvo, se habría marchado furiosa y escandalizada del Maestro.
"No está bien –le responde el Señor– echar a los perros el pan de los hijos" –
ya que Él había sido enviado a curar primero a los hijos de Israel–. Pero la
mujer no se da por ofendida y persevera en su oración de súplica. Sus
maravillosas palabras, de una humildad y de una confianza conmovedoras,
son dignas de ser grabadas no ya en una lápida de bronce, sino en el fondo
de nuestros corazones: "Tienes razón, Señor; pero también los perrillos se
comen las migajas que caen de la mesa de sus amos".
10. Y es entonces cuando nuestro Señor prorrumpe en un grito de júbilo y de
admiración ante la grandeza de alma de esta mujer, que ni siquiera era del
pueblo elegido: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas".
Y en aquel momento –nos narra el Evangelio– quedó curada su hija. La fe
de esta mujer venció todos los obstáculos y conquistó el corazón de
Jesucristo.
Ésta es la lección de hoy: sólo con la fe, la humildad, la confianza y la
perseverancia en nuestra oración, a pesar de todas las dificultades -como
la mujer cananea– es como penetramos hasta el corazón de Dios y sólo así
es como el Señor escucha nuestras plegarias.
11. Propósito
En las dificultades de este día, hacer un acto de fe y pedir con
confianza la ayuda de Dios.
Diálogo con Cristo
Señor, sólo con la fe, la humildad, la confianza y la perseverancia
en nuestra oración, a pesar de todas las dificultades – como la
mujer cananea – es como penetramos hasta el corazón de Dios y
sólo así es como escuchas nuestras plegarias.