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Profundizando y Madurando
Nuestra Fe
Clase No. 12
Los Sacramentos de Curación y
Los Sacramentos de Servicio a la
Comunidad
OBJETIVOS:
• Que la personas participantes aprecien el aspecto
comunitario del proceso curativo de los Sacramentos de
Reconciliación y Unción de los Enfermos.
• Que adquieran conciencia de la dimensión de la
reconciliación, el perdón y la aceptación
• Que las personas participantes lleguen a entender el
sentido cristiano del Sacramento del Matrimonio
• Que aprendan cuáles son las funciones ministeriales
que acarrea consigo el Sacramento del Orden y su
historia.
Charla No. 1
Los Sacramentos de Curación
(Reconciliación y Unción de los
Enfermos)
Los Sacramentos de
Curación
Cristo, médico del alma y
del cuerpo, instituyó los
Sacramentos de la Peni-
tencia y de la Unción de
los enfermos, para forta-
lecer y recuperar la vida
cristiana que nos fue da-
da en los Sacramentos de
la iniciación cristiana.
Cristo ha querido que la Iglesia continuase
su obra de curación y de salvación median-
te estos dos Sacramentos.
El Sacramento de la Penitencia
y la Reconciliación
Este sacramento se
llama:
Sacramento de la Peni-
tencia, de la Reconci–
liación, del Perdón, de
la Confesión, de la
Conversión.
La vida nueva de la
gracia, recibida en el
Bautismo, no suprime
la debilidad de la na-
turaleza humana.
Ni la inclinación al pe-
cado ( concupiscencia ).
Por esto, Cristo instituyó
este Sacramento, para
la conversión de los
bautizados que se han alejado de Él.
El Señor resucitado
instituyó este sacra-
mento cuando la
tarde de la Pascua
se mostró a sus
discípulos y les dijo:
“Recibid el Espíritu Santo. A quienes
perdonéis los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis,
les quedan retenidos” ( Juan 20,22-23 ).
La llamada de Cristo a la
conversión resuena conti-
nuamente en la vida de
los bautizados.
Esta conversión es una
tarea ininterrumpida
para toda la Iglesia.
La Iglesia, siendo santa,
recibe en su propio seno
a los pecadores.
La penitencia interior es el
dinamismo del “corazón
contrito” ( Salmo 51,19 ).
Movido por la gracia divina
a responder al llamado mi-
sericordioso de Dios.
Implica el dolor y el rechazo
de los pecados cometidos.
El firme propósito de no pecar más y la
confianza en la ayuda de Dios.
La penitencia puede tener
expresiones diversas: el
ayuno, la oración y la li –
mosna.
Estas pueden ser practica-
das en la vida cotidiana
del cristiano.
En particular en tiempo de
Cuaresma y el viernes, día
penitencial.
Los elementos esenciales
del Sacramento de la
Reconciliación son dos:
Los actos que lleva a cabo
el hombre, que se convier-
te bajo la acción del Espí-
ritu Santo.
Y la absolución del sacerdote, que concede
el perdón en nombre de Cristo y establece
el modo de la satisfacción.
Los actos propios del penitente son:
Un diligente examen de conciencia;
la contrición ( o arrepentimiento ), per-
fecta o imperfecta según sea movida por
el amor a Dios u otros motivos;
la confesión, que consiste en
la acusación de los pecados;
la satisfacción, es decir el cum -
plimiento de la penitencia
que el confesor impone.
Se deben confesar todos los pecados
graves aun no confesados que se re-
cuerdan después de un diligente
examen de conciencia.
Este es el único medio ordinario de
obtener el perdón.
Todo fiel, que haya
llegado al uso de
razón, está obligado
a confesar sus peca-
dos graves al menos
una vez al año, y
antes de recibir la
Sagrada Comunión.
La Iglesia recomienda
vivamente la confe –
sión de los pecados
veniales.
Aunque no sea estrictamente necesaria.
Esto ayuda a formar una recta conciencia y
a luchar contra las malas inclinaciones.
A dejarse curar por Cristo y a progresar en
la vida del Espíritu.
Cristo confió el ministerio
de la Reconciliación a sus
Apóstoles, a los obispos y
a los presbíteros.
Estos se convierten en instrumentos de la
misericordia y de la justicia de Dios.
Ellos ejercen el poder de perdonar los
pecados en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo.
La absolución de algunos
pecados particularmente
graves está reservada a la
Sede Apostólica o al obispo
del lugar, o a los presbíte-
ros autorizados por ellos.
No obstante, todo sacerdo-
te puede absolver de cualquier pecado y
excomunión, al que se halla en peligro
de muerte.
Dada la delicadeza y la
grandeza de este minis-
terio y el respeto debido
a las personas, todo con-
fesor está obligado a
mantener el sigilo sacra-
mental, es decir, el abso-
luto secreto sobre los
pecados conocidos en
confesión.
Sin ninguna excepción y bajo penas muy
severas.
Los efectos del sacramento de la
Penitencia son:
-La reconciliación con Dios,
-la reconciliación con la Iglesia,
-la recuperación del estado de
gracia,
-la remisión de la pena eterna
merecida a causa de los pecados
mortales ,
-al menos en parte, de las penas
temporales que son consecuencia del pecado,
-la paz y la serenidad de conciencia,
-el consuelo del espíritu,
-el aumento de la fuerza espiritual para el
combate cristiano.
En caso de grave nece-
sidad ( como un emi-
nente peligro de muer-
te ), se puede recurrir
a la celebración comu-
nitaria de la Reconci-
liación.
Con la confesión general y la absolución
colectiva, respetando las normas de la
Iglesia y haciendo propósito de confesar
individualmente, a su debido tiempo,
los pecados graves ya perdonados de
esta forma.
Las indulgencias son la
remisión ante Dios de
la pena temporal me –
recida por los pecados
ya perdonados.
El fiel la obtiene cumpliendo determinadas
condiciones para sí mismo o para los difun-
tos, mediante el ministerio de la Iglesia.
Ésta, como dispensadora de la redención,
distribuye el tesoro de los méritos de Cristo
y de los santos.
El Sacramento de la Unción de
los enfermos
En el Antiguo Testamento, el
hombre experimenta en la
enfermedad su propia limita-
ción.
Al mismo tiempo percibe que
ésta se halla misteriosamente
vinculada al pecado.
Los profetas intuyeron que la
enfermedad podía tener tam-
bién un valor redentor de los pecados propios
y ajenos. Así la enfermedad se vivía ante
Dios, de quien el hombre imploraba la cura-
ción.
La compasión de Jesús
hacia
los enfermos y las
numerosas
curaciones realizadas por
Él
son una clara señal de que
con Él había llegado el
Reino
de Dios.
Por tanto, la victoria sobre
el
pecado, el sufrimiento y la
muerte.
Con su pasión y muerte, Jesús da un nuevo
sentido al sufrimiento, el cual, unido al de
Cristo, puede convertirse en medio de puri-
ficación y salvación para nosotros y los de-
más.
La Iglesia se empeña en el
cuidado de los que sufren,
acompañándoles con ora-
ciones de intercesión.
Tiene sobre todo un Sacra-
mento específico para los
enfermos, instituído por
Jesucristo mismo y atesti-
guado por Santiago:
“¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a
los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre
él y le unjan con óleo en el nombre del Se-
ñor” ( Santiago 5,14-15 ).
El Sacramento de la Unción
de los enfermos lo puede
recibir cualquier fiel que
comienza a encontrarse en
peligro de muerte por en –
fermedad o vejez.
El mismo fiel lo puede reci-
bir varias veces.
La celebración de este Sacramento debe
ir precedida, si es posible, de la confesión
individual del enfermo.
El Sacramento de la Unción de los
enfermos sólo puede ser adminis-
trado por los sacerdotes ( obispos
o presbíteros ).
La celebración del Sacra-
mento de la Unción de
los enfermos consiste en
la unción con óleo, ben-
decido por el obispo, so –
bre la frente y las manos
del enfermo.
Acompañado de la oración del sacerdote,
que implora la gracia especial de este
Sacramento.
El Sacramento de la Unción
confiere una gracia particu-
lar, que une al enfermo a
la pasión de Cristo, por su
bien y el de toda la Iglesia.
Le otorga fortaleza, paz,
ánimo y también el perdón
de los pecados, si el enfermo
no ha podido confesarse.
Concede, a veces, si Dios lo quiere, la recupe-
ración de la salud física.
Prepara para entrar a la Casa del Padre.
El viático es la Eucaristía
recibida por quienes es-
tán por dejar esta vida
terrena y se preparan
para el paso a la vida
eterna.
Recibida en el momento del tránsito de este
mundo al Padre, la Comunión del Cuerpo
y la Sangre de Cristo muerto y resucitado,
es semilla de vida eterna y poder de resu-
rrección.
Charla No. 2
Los Sacramentos de Servicio a la
Comunidad
(Sacramento del Matrimonio y
Sacramento del Orden)
El Sacramento del Matrimonio
Dios, que es amor y creó al hombre por
amor, lo ha llamado a amar.
Creando al hombre y a la mujer, los ha
llamado en el Matrimonio a una íntima
comunión de vida y amor entre ellos.
“De manera que ya no son dos, sino una
sola carne” ( Mateo 19,6 ). Al bendecirlos
les dijo “Creced y multiplicaos” ( Géne-
sis 1,28 ).
La alianza matrimonial del hombre y de la
mujer, fundada y estructurada con leyes
propias dadas por el Creador, está ordenado:
A la comunión y al bien de los cónyuges.
A la procreación y edu –
cación de los hijos.
Jesús enseña que la u –
nión matrimonial es
indisoluble “Lo que
Dios ha unido, que no lo
separe el hombre”.
( Marcos 10,9 ).
A causa del primer peca-
do que ha provocado
también la ruptura de
la comunión del hombre
y de la mujer, la unión
matrimonial está amena-
zada por la discordia y
la infidelidad.
Sin embargo, Dios, en su infinita misericor-
dia, da al hombre y a la mujer su gracia
para realizar la unión de sus vidas según
el designio divino original.
Dios ayuda a su pueblo a
madurar progresivamente
en la conciencia de la uni-
dad e indisolubilidad del
matrimonio.
Sobre todo median-
te la pedagogía de
la Ley y los profetas.
La alianza nupcial entre Dios e Israel
prepara y prefigura la Alianza nueva
realizada por el Hijo de Dios, Jesucris-
to, con su esposa, la Iglesia.
Jesucristo no sólo resta-
blece el orden original
del matrimonio querido
por Dios.
Sino que otorga la gracia
para vivirlo en su nueva
dignidad de sacramento.
El matrimonio es el signo del amor espon-
sal hacia la Iglesia: “Maridos, amad a vues-
tras mujeres como Cristo ama a la Iglesia”
( Efesios 5,25 ).
EL Matrimonio no es una obligación para todos.
Dios llama a algunos hombres y mujeres a se –
guir a Jesús por el camino de la virginidad o
del celibato por el Reino de los cielos.
Renuncian al
gran bien del
matrimonio para
ocuparse de las
cosas del Señor.
Dado que el Matrimonio constituye a los
cónyuges en un estado público de vida
en la Iglesia, su celebración litúrgica es
pública.
En presencia del sa-
cerdote ( o de un tes-
tigo cualificado de la
Iglesia ) y de otros tes-
tigos.
El consentimiento matrimonial es la voluntad
expresada por un hombre y una mujer de en-
tregarse mutua y definitivamente.
Con el fin de vivir una alianza de amor fiel y
fecundo.
Este consentimiento es insusti –
tuible en el sacramento para
que éste sea válido.
Es un acto humano, consciente
y libre, no determinado por la
violencia o la coacción.
Para ser lícitos, los matrimonios mixtos
(entre católico bautizado y bautizado no ca-
tólico ) necesitan la licencia de la autoridad
eclesiástica.
Los matrimonios con disparidad
de culto ( entre un católico y un
no bautizado), para ser válidos
necesitan una dispensa.
En todo caso, es esencial que los
cónyuges no excluyan la aceptación de los
fines y las propiedades esenciales del Matri-
monio y que el cónyuge católico asegure el
Bautismo y la educación católica de los hijos.
El Sacramento del Matrimo-
nio crea entre los cónyuges
un vínculo perpetuo y ex –
clusivo.
El Matrimonio nunca podrá
ser disuelto.
Este sacramento confiere a
los esposos la gracia necesaria para alcan-
zar la santidad en la vida conyugal y edu –
car responsablemente a los hijos.
Los pecados gravemente
contrarios al sacramento
del Matrimonio son:
el adulterio, la poligamia,
el rechazo a la fecundidad,
que priva del don de los
hijos.
Y el divorcio que contradice la indi-
solubilidad.
La Iglesia admite la
Separación física de los
esposos cuando la coha-
bitación entre ellos se
ha hecho imposible,
aunque procura su re-
conciliación.
Pero éstos, mientras viva el otro cónyuge, no
son libres para contraer una nueva unión,
a menos que el matrimonio entre ellos sea
nulo y, como tal, declarado por la autoridad
eclesiástica.
Fiel al Señor, la Iglesia no puede
reconocer como matrimonio la
unión de divorciados vueltos a
casar civilmente.
Hacia ellos la Iglesia muestra una atenta solicitud
invitándoles a una vida de fe, a la oración
a las obras de caridad y a la educación
cristiana de los hijos.
Pero no pueden recibir la absolución sacra –
mental, acercarse a la comunión eucarística
ni ejercer algunas responsabilidades eclesiales
mientras dure tal situación.
La familia cristiana es llamada Iglesia do-
méstica porque manifiesta y realiza la na-
turaleza comunitaria y familiar de la Igle-
sia en cuanto familia
de Dios.
Cada miembro ejerce
el sacerdocio bautis-
mal, contribuyendo a
hacer de la familia u-
na comunidad de gra-
cia y de oración, escue-
de virtudes humanas
y cristianas.
B. EL ORDEN SAGRADO
1. Sacerdocio común y sacerdocio ministerial
• Nuestro Señor Jesucristo,
verdadero Dios y verdadero
Hombre, es el único Mediador
entre Dios y los hombres , el
Sumo y Eterno Sacerdote .
• "Gracias al Bautismo, todos
los fieles participan del
sacerdocio de Cristo.
• Esta participación se llama
sacerdocio común de los
fieles.
• A partir de este
sacerdocio y al servicio
del mismo existe otra
participación en la misión
de Cristo: la del ministerio
conferido por el
sacramento del Orden
que se llama "sacerdocio
ministerial o jerárquico".
• Entre el sacerdocio
común y el ministerial hay
una "diferencia esencial y
no sólo de grado; uno y
otro participan, cada uno
a su modo, del único
sacerdocio de Cristo.
• El sacerdocio
ministerial, en
virtud de la
sagrada potestad
de que goza,
forma y rige al
pueblo sacerdotal,
realiza el sacrificio
eucarístico
haciendo las
veces de Cristo (in
persona Christi) y
lo ofrece a Dios en
nombre de todo el
pueblo.
• Los fieles, en cambio,
concurren a la ofrenda de la
Eucaristía en virtud de su
sacerdocio real, y lo ejercen
en la recepción de los
sacramentos, en la oración y
en la acción de gracias, con
el testimonio de una vida
santa, con la abnegación y la
caridad operante”.
Laura Vicuña y Domingo Savio
• El sacerdocio
ministerial o
jerárquico y el
sacerdocio común
de todos los fieles,
"están ordenados el
uno al otro".
• "El sacerdocio
ministerial está al
servicio del
sacerdocio común,
en orden al
desarrollo de la
gracia bautismal de
todos los cristianos"
2. Naturaleza del sacramento del
Orden
• Por institución divina,
mediante el sacramento
del Orden, algunos de
entre los fieles quedan
constituidos como
ministros sagrados (...)
para apacentar el pueblo
de Dios según el grado
de cada uno,
desempeñando, en la
persona de Cristo
Cabeza, las funciones de
enseñar, santificar y
regir.
• Gracias al sacramento del
Orden, la misión confiada por
Cristo a sus Apóstoles sigue
siendo ejercida hasta el fin de
los tiempos.
• Los ministros ordenados
reciben una potestad que les
permite ejercer su servicio
mediante
- la enseñanza (munus docendí),
- el culto divino (munus
santificandi) y
- el gobierno pastoral (munus
regendi).
En concreto, el
sacramento del Orden
confiere:
• El poder de santificar:
el ministerio principal
de los sacerdotes
(obispos y presbíteros)
es celebrar el Santo
Sacrificio del Altar,
donde todo el
ministerio sacerdotal
encuentra su plenitud,
su sentido, su centro y
eficacia; en general,
ejercen su poder de
santificar
fundamentalmente
administrando los
santos Sacramentos.
• El poder de regir: la misión del
sacerdote en favor de la
humanidad entera tiene como
fin conducirla hacia Dios; es,
pues, una misión
exclusivamente espiritual, y de
servicio, como la del Buen
Pastor .
• El poder de enseñar: los
sacerdotes tienen el deber de
anunciar el Evangelio a todos
los hombres, con la autoridad
de Cristo.
• Este sacramento existe
en tres grados:
- Episcopado,
- Presbiterado y
- Diaconado,
jerárquicamente
subordinados entre sí.
• Jesucristo Nuestro
Señor instituyó
inmediatamente el
Episcopado y el
Presbiterado.
• Por medio de los
Apóstoles, instituyó el
Diaconado.
• "El obispo recibe la
plenitud del sacramento
del Orden que lo incorpora
al Colegio episcopal y
hace de él la cabeza
visible de la Iglesia
particular que le es
confiada.
• Los obispos, en cuanto
sucesores de los
Apóstoles y miembros del
Colegio [episcopal],
participan en la
responsabilidad apostólica
y en la misión de toda la
Iglesia bajo la autoridad
del Papa, sucesor de San
Pedro.
• Los presbíteros están unidos a
los obispos en la dignidad
sacerdotal y al mismo tiempo
dependen de ellos en el ejercicio
de sus funciones pastorales.
• Los diáconos son ministros
ordenados para algunas tareas
de servicio de la Iglesia; no
reciben el sacerdocio ministerial,
pero la ordenación les confiere
diversas funciones en el
ministerio de la Palabra, del culto
divino y del servicio de la caridad,
que deben cumplir bajo la
autoridad de su obispo .
3. Ministro y sujeto del Orden sagrado
• El ministro de este
sacramento es sólo el obispo.
• El sujeto es sólo el varón
bautizado.
• Para recibir dignamente el
sacramento del Orden
sagrado, por derecho divino
se requiere además: vocación
divina, intención recta y
estado de gracia con probidad
de vida. Nadie tiene derecho
a recibir el sacramento del
Orden.
• A este sacramento se es llamado
por Dios.
• Los presbíteros en la Iglesia latina
son elegidos entre hombres que
tienen la voluntad de guardar el
celibato "por el Reino de los Cielos“
como expresión de su pertenencia
exclusiva, por amor, a Cristo y a la
Iglesia.
El celibato es un don de Dios. Aunque
no está exigido por la misma naturaleza
del sacerdocio , existen razones
profundas que hacen que el celibato
sea muy conveniente para los ministros
sagrados: son razones de orden
cristológico (configuración con Cristo
sacerdote), eclesiológico (entrega total
del sacerdote a la Iglesia, esposa de
Cristo) y escatológico (signo de la
unión con Cristo en la gloria).
• Las mujeres no pueden
recibir el Sacramento del
Orden, porque la Iglesia
ha enseñado siempre
que Cristo lo ha querido
así y lo ha manifestado
no ordenando sacerdote
a ninguna mujer.
• Esto no quiere decir que
tengan menor dignidad,
sino que Dios no ha
querido que sirvieran de
este modo.
• No ordenó sacerdote a
su Santísima Madre, y
Ella tiene una dignidad
incomparablemente
superior a cualquier
otra, en el único orden
que cuenta: el de la
santidad.
• El sacerdote tiene un
oficio santo, pero él no
es más santo por ser
sacerdote, y lo que
importa no es el oficio
sino la santidad.
• (JUAN PABLO II,
Carta Ordinatio
sacerdotalis, (22-V-
1994), 4):
• "La Iglesia no tiene de
ningún modo la
facultad de conferir a
las mujeres la
ordenación sacerdotal.
Esta afirmación debe
ser considerada
definitiva por todos los
fieles de la Iglesia"
4. Efectos del sacramento del Orden
• Este sacramento
confiere un carácter
espiritual indeleble,
que es una nueva
participación en el
sacerdocio de Cristo,
a fin de servir como
instrumento suyo a
favor de la Iglesia.
• Aumenta la gracia
santificante y confiere la
gracia específica
sacramental, que ayuda
al ministro sagrado a
ejercer rectamente las
funciones propias de su
ministerio.
• El sacramento del orden
confiere al ministro que
lo recibe, el poder de
actuar in persona Christi
Capitis (en el caso de los
Obispos y presbíteros).

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  • 1. Profundizando y Madurando Nuestra Fe Clase No. 12 Los Sacramentos de Curación y Los Sacramentos de Servicio a la Comunidad
  • 2. OBJETIVOS: • Que la personas participantes aprecien el aspecto comunitario del proceso curativo de los Sacramentos de Reconciliación y Unción de los Enfermos. • Que adquieran conciencia de la dimensión de la reconciliación, el perdón y la aceptación • Que las personas participantes lleguen a entender el sentido cristiano del Sacramento del Matrimonio • Que aprendan cuáles son las funciones ministeriales que acarrea consigo el Sacramento del Orden y su historia.
  • 3. Charla No. 1 Los Sacramentos de Curación (Reconciliación y Unción de los Enfermos)
  • 5. Cristo, médico del alma y del cuerpo, instituyó los Sacramentos de la Peni- tencia y de la Unción de los enfermos, para forta- lecer y recuperar la vida cristiana que nos fue da- da en los Sacramentos de la iniciación cristiana. Cristo ha querido que la Iglesia continuase su obra de curación y de salvación median- te estos dos Sacramentos.
  • 6. El Sacramento de la Penitencia y la Reconciliación
  • 7. Este sacramento se llama: Sacramento de la Peni- tencia, de la Reconci– liación, del Perdón, de la Confesión, de la Conversión.
  • 8. La vida nueva de la gracia, recibida en el Bautismo, no suprime la debilidad de la na- turaleza humana. Ni la inclinación al pe- cado ( concupiscencia ). Por esto, Cristo instituyó este Sacramento, para la conversión de los bautizados que se han alejado de Él.
  • 9. El Señor resucitado instituyó este sacra- mento cuando la tarde de la Pascua se mostró a sus discípulos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” ( Juan 20,22-23 ).
  • 10. La llamada de Cristo a la conversión resuena conti- nuamente en la vida de los bautizados. Esta conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia. La Iglesia, siendo santa, recibe en su propio seno a los pecadores.
  • 11. La penitencia interior es el dinamismo del “corazón contrito” ( Salmo 51,19 ). Movido por la gracia divina a responder al llamado mi- sericordioso de Dios. Implica el dolor y el rechazo de los pecados cometidos. El firme propósito de no pecar más y la confianza en la ayuda de Dios.
  • 12. La penitencia puede tener expresiones diversas: el ayuno, la oración y la li – mosna. Estas pueden ser practica- das en la vida cotidiana del cristiano. En particular en tiempo de Cuaresma y el viernes, día penitencial.
  • 13. Los elementos esenciales del Sacramento de la Reconciliación son dos: Los actos que lleva a cabo el hombre, que se convier- te bajo la acción del Espí- ritu Santo. Y la absolución del sacerdote, que concede el perdón en nombre de Cristo y establece el modo de la satisfacción.
  • 14. Los actos propios del penitente son: Un diligente examen de conciencia; la contrición ( o arrepentimiento ), per- fecta o imperfecta según sea movida por el amor a Dios u otros motivos; la confesión, que consiste en la acusación de los pecados; la satisfacción, es decir el cum - plimiento de la penitencia que el confesor impone.
  • 15. Se deben confesar todos los pecados graves aun no confesados que se re- cuerdan después de un diligente examen de conciencia. Este es el único medio ordinario de obtener el perdón.
  • 16. Todo fiel, que haya llegado al uso de razón, está obligado a confesar sus peca- dos graves al menos una vez al año, y antes de recibir la Sagrada Comunión.
  • 17. La Iglesia recomienda vivamente la confe – sión de los pecados veniales. Aunque no sea estrictamente necesaria. Esto ayuda a formar una recta conciencia y a luchar contra las malas inclinaciones. A dejarse curar por Cristo y a progresar en la vida del Espíritu.
  • 18. Cristo confió el ministerio de la Reconciliación a sus Apóstoles, a los obispos y a los presbíteros. Estos se convierten en instrumentos de la misericordia y de la justicia de Dios. Ellos ejercen el poder de perdonar los pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
  • 19. La absolución de algunos pecados particularmente graves está reservada a la Sede Apostólica o al obispo del lugar, o a los presbíte- ros autorizados por ellos. No obstante, todo sacerdo- te puede absolver de cualquier pecado y excomunión, al que se halla en peligro de muerte.
  • 20. Dada la delicadeza y la grandeza de este minis- terio y el respeto debido a las personas, todo con- fesor está obligado a mantener el sigilo sacra- mental, es decir, el abso- luto secreto sobre los pecados conocidos en confesión. Sin ninguna excepción y bajo penas muy severas.
  • 21. Los efectos del sacramento de la Penitencia son: -La reconciliación con Dios, -la reconciliación con la Iglesia, -la recuperación del estado de gracia, -la remisión de la pena eterna merecida a causa de los pecados mortales , -al menos en parte, de las penas temporales que son consecuencia del pecado, -la paz y la serenidad de conciencia, -el consuelo del espíritu, -el aumento de la fuerza espiritual para el combate cristiano.
  • 22. En caso de grave nece- sidad ( como un emi- nente peligro de muer- te ), se puede recurrir a la celebración comu- nitaria de la Reconci- liación. Con la confesión general y la absolución colectiva, respetando las normas de la Iglesia y haciendo propósito de confesar individualmente, a su debido tiempo, los pecados graves ya perdonados de esta forma.
  • 23. Las indulgencias son la remisión ante Dios de la pena temporal me – recida por los pecados ya perdonados. El fiel la obtiene cumpliendo determinadas condiciones para sí mismo o para los difun- tos, mediante el ministerio de la Iglesia. Ésta, como dispensadora de la redención, distribuye el tesoro de los méritos de Cristo y de los santos.
  • 24. El Sacramento de la Unción de los enfermos
  • 25. En el Antiguo Testamento, el hombre experimenta en la enfermedad su propia limita- ción. Al mismo tiempo percibe que ésta se halla misteriosamente vinculada al pecado. Los profetas intuyeron que la enfermedad podía tener tam- bién un valor redentor de los pecados propios y ajenos. Así la enfermedad se vivía ante Dios, de quien el hombre imploraba la cura- ción.
  • 26. La compasión de Jesús hacia los enfermos y las numerosas curaciones realizadas por Él son una clara señal de que con Él había llegado el Reino de Dios. Por tanto, la victoria sobre el pecado, el sufrimiento y la muerte. Con su pasión y muerte, Jesús da un nuevo sentido al sufrimiento, el cual, unido al de Cristo, puede convertirse en medio de puri- ficación y salvación para nosotros y los de- más.
  • 27. La Iglesia se empeña en el cuidado de los que sufren, acompañándoles con ora- ciones de intercesión. Tiene sobre todo un Sacra- mento específico para los enfermos, instituído por Jesucristo mismo y atesti- guado por Santiago: “¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Se- ñor” ( Santiago 5,14-15 ).
  • 28. El Sacramento de la Unción de los enfermos lo puede recibir cualquier fiel que comienza a encontrarse en peligro de muerte por en – fermedad o vejez. El mismo fiel lo puede reci- bir varias veces. La celebración de este Sacramento debe ir precedida, si es posible, de la confesión individual del enfermo.
  • 29. El Sacramento de la Unción de los enfermos sólo puede ser adminis- trado por los sacerdotes ( obispos o presbíteros ).
  • 30. La celebración del Sacra- mento de la Unción de los enfermos consiste en la unción con óleo, ben- decido por el obispo, so – bre la frente y las manos del enfermo. Acompañado de la oración del sacerdote, que implora la gracia especial de este Sacramento.
  • 31. El Sacramento de la Unción confiere una gracia particu- lar, que une al enfermo a la pasión de Cristo, por su bien y el de toda la Iglesia. Le otorga fortaleza, paz, ánimo y también el perdón de los pecados, si el enfermo no ha podido confesarse. Concede, a veces, si Dios lo quiere, la recupe- ración de la salud física. Prepara para entrar a la Casa del Padre.
  • 32. El viático es la Eucaristía recibida por quienes es- tán por dejar esta vida terrena y se preparan para el paso a la vida eterna. Recibida en el momento del tránsito de este mundo al Padre, la Comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo muerto y resucitado, es semilla de vida eterna y poder de resu- rrección.
  • 33. Charla No. 2 Los Sacramentos de Servicio a la Comunidad (Sacramento del Matrimonio y Sacramento del Orden)
  • 34. El Sacramento del Matrimonio
  • 35. Dios, que es amor y creó al hombre por amor, lo ha llamado a amar. Creando al hombre y a la mujer, los ha llamado en el Matrimonio a una íntima comunión de vida y amor entre ellos. “De manera que ya no son dos, sino una sola carne” ( Mateo 19,6 ). Al bendecirlos les dijo “Creced y multiplicaos” ( Géne- sis 1,28 ).
  • 36. La alianza matrimonial del hombre y de la mujer, fundada y estructurada con leyes propias dadas por el Creador, está ordenado: A la comunión y al bien de los cónyuges. A la procreación y edu – cación de los hijos. Jesús enseña que la u – nión matrimonial es indisoluble “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. ( Marcos 10,9 ).
  • 37. A causa del primer peca- do que ha provocado también la ruptura de la comunión del hombre y de la mujer, la unión matrimonial está amena- zada por la discordia y la infidelidad. Sin embargo, Dios, en su infinita misericor- dia, da al hombre y a la mujer su gracia para realizar la unión de sus vidas según el designio divino original.
  • 38. Dios ayuda a su pueblo a madurar progresivamente en la conciencia de la uni- dad e indisolubilidad del matrimonio. Sobre todo median- te la pedagogía de la Ley y los profetas. La alianza nupcial entre Dios e Israel prepara y prefigura la Alianza nueva realizada por el Hijo de Dios, Jesucris- to, con su esposa, la Iglesia.
  • 39. Jesucristo no sólo resta- blece el orden original del matrimonio querido por Dios. Sino que otorga la gracia para vivirlo en su nueva dignidad de sacramento. El matrimonio es el signo del amor espon- sal hacia la Iglesia: “Maridos, amad a vues- tras mujeres como Cristo ama a la Iglesia” ( Efesios 5,25 ).
  • 40. EL Matrimonio no es una obligación para todos. Dios llama a algunos hombres y mujeres a se – guir a Jesús por el camino de la virginidad o del celibato por el Reino de los cielos. Renuncian al gran bien del matrimonio para ocuparse de las cosas del Señor.
  • 41. Dado que el Matrimonio constituye a los cónyuges en un estado público de vida en la Iglesia, su celebración litúrgica es pública. En presencia del sa- cerdote ( o de un tes- tigo cualificado de la Iglesia ) y de otros tes- tigos.
  • 42. El consentimiento matrimonial es la voluntad expresada por un hombre y una mujer de en- tregarse mutua y definitivamente. Con el fin de vivir una alianza de amor fiel y fecundo. Este consentimiento es insusti – tuible en el sacramento para que éste sea válido. Es un acto humano, consciente y libre, no determinado por la violencia o la coacción.
  • 43. Para ser lícitos, los matrimonios mixtos (entre católico bautizado y bautizado no ca- tólico ) necesitan la licencia de la autoridad eclesiástica. Los matrimonios con disparidad de culto ( entre un católico y un no bautizado), para ser válidos necesitan una dispensa. En todo caso, es esencial que los cónyuges no excluyan la aceptación de los fines y las propiedades esenciales del Matri- monio y que el cónyuge católico asegure el Bautismo y la educación católica de los hijos.
  • 44. El Sacramento del Matrimo- nio crea entre los cónyuges un vínculo perpetuo y ex – clusivo. El Matrimonio nunca podrá ser disuelto. Este sacramento confiere a los esposos la gracia necesaria para alcan- zar la santidad en la vida conyugal y edu – car responsablemente a los hijos.
  • 45. Los pecados gravemente contrarios al sacramento del Matrimonio son: el adulterio, la poligamia, el rechazo a la fecundidad, que priva del don de los hijos. Y el divorcio que contradice la indi- solubilidad.
  • 46. La Iglesia admite la Separación física de los esposos cuando la coha- bitación entre ellos se ha hecho imposible, aunque procura su re- conciliación. Pero éstos, mientras viva el otro cónyuge, no son libres para contraer una nueva unión, a menos que el matrimonio entre ellos sea nulo y, como tal, declarado por la autoridad eclesiástica.
  • 47. Fiel al Señor, la Iglesia no puede reconocer como matrimonio la unión de divorciados vueltos a casar civilmente. Hacia ellos la Iglesia muestra una atenta solicitud invitándoles a una vida de fe, a la oración a las obras de caridad y a la educación cristiana de los hijos. Pero no pueden recibir la absolución sacra – mental, acercarse a la comunión eucarística ni ejercer algunas responsabilidades eclesiales mientras dure tal situación.
  • 48. La familia cristiana es llamada Iglesia do- méstica porque manifiesta y realiza la na- turaleza comunitaria y familiar de la Igle- sia en cuanto familia de Dios. Cada miembro ejerce el sacerdocio bautis- mal, contribuyendo a hacer de la familia u- na comunidad de gra- cia y de oración, escue- de virtudes humanas y cristianas.
  • 49. B. EL ORDEN SAGRADO 1. Sacerdocio común y sacerdocio ministerial • Nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, es el único Mediador entre Dios y los hombres , el Sumo y Eterno Sacerdote . • "Gracias al Bautismo, todos los fieles participan del sacerdocio de Cristo. • Esta participación se llama sacerdocio común de los fieles.
  • 50. • A partir de este sacerdocio y al servicio del mismo existe otra participación en la misión de Cristo: la del ministerio conferido por el sacramento del Orden que se llama "sacerdocio ministerial o jerárquico". • Entre el sacerdocio común y el ministerial hay una "diferencia esencial y no sólo de grado; uno y otro participan, cada uno a su modo, del único sacerdocio de Cristo.
  • 51. • El sacerdocio ministerial, en virtud de la sagrada potestad de que goza, forma y rige al pueblo sacerdotal, realiza el sacrificio eucarístico haciendo las veces de Cristo (in persona Christi) y lo ofrece a Dios en nombre de todo el pueblo.
  • 52. • Los fieles, en cambio, concurren a la ofrenda de la Eucaristía en virtud de su sacerdocio real, y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y en la acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y la caridad operante”. Laura Vicuña y Domingo Savio
  • 53. • El sacerdocio ministerial o jerárquico y el sacerdocio común de todos los fieles, "están ordenados el uno al otro". • "El sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio común, en orden al desarrollo de la gracia bautismal de todos los cristianos"
  • 54. 2. Naturaleza del sacramento del Orden • Por institución divina, mediante el sacramento del Orden, algunos de entre los fieles quedan constituidos como ministros sagrados (...) para apacentar el pueblo de Dios según el grado de cada uno, desempeñando, en la persona de Cristo Cabeza, las funciones de enseñar, santificar y regir.
  • 55. • Gracias al sacramento del Orden, la misión confiada por Cristo a sus Apóstoles sigue siendo ejercida hasta el fin de los tiempos. • Los ministros ordenados reciben una potestad que les permite ejercer su servicio mediante - la enseñanza (munus docendí), - el culto divino (munus santificandi) y - el gobierno pastoral (munus regendi).
  • 56. En concreto, el sacramento del Orden confiere: • El poder de santificar: el ministerio principal de los sacerdotes (obispos y presbíteros) es celebrar el Santo Sacrificio del Altar, donde todo el ministerio sacerdotal encuentra su plenitud, su sentido, su centro y eficacia; en general, ejercen su poder de santificar fundamentalmente administrando los santos Sacramentos.
  • 57. • El poder de regir: la misión del sacerdote en favor de la humanidad entera tiene como fin conducirla hacia Dios; es, pues, una misión exclusivamente espiritual, y de servicio, como la del Buen Pastor . • El poder de enseñar: los sacerdotes tienen el deber de anunciar el Evangelio a todos los hombres, con la autoridad de Cristo.
  • 58. • Este sacramento existe en tres grados: - Episcopado, - Presbiterado y - Diaconado, jerárquicamente subordinados entre sí. • Jesucristo Nuestro Señor instituyó inmediatamente el Episcopado y el Presbiterado. • Por medio de los Apóstoles, instituyó el Diaconado.
  • 59. • "El obispo recibe la plenitud del sacramento del Orden que lo incorpora al Colegio episcopal y hace de él la cabeza visible de la Iglesia particular que le es confiada. • Los obispos, en cuanto sucesores de los Apóstoles y miembros del Colegio [episcopal], participan en la responsabilidad apostólica y en la misión de toda la Iglesia bajo la autoridad del Papa, sucesor de San Pedro.
  • 60. • Los presbíteros están unidos a los obispos en la dignidad sacerdotal y al mismo tiempo dependen de ellos en el ejercicio de sus funciones pastorales. • Los diáconos son ministros ordenados para algunas tareas de servicio de la Iglesia; no reciben el sacerdocio ministerial, pero la ordenación les confiere diversas funciones en el ministerio de la Palabra, del culto divino y del servicio de la caridad, que deben cumplir bajo la autoridad de su obispo .
  • 61. 3. Ministro y sujeto del Orden sagrado • El ministro de este sacramento es sólo el obispo. • El sujeto es sólo el varón bautizado. • Para recibir dignamente el sacramento del Orden sagrado, por derecho divino se requiere además: vocación divina, intención recta y estado de gracia con probidad de vida. Nadie tiene derecho a recibir el sacramento del Orden.
  • 62. • A este sacramento se es llamado por Dios. • Los presbíteros en la Iglesia latina son elegidos entre hombres que tienen la voluntad de guardar el celibato "por el Reino de los Cielos“ como expresión de su pertenencia exclusiva, por amor, a Cristo y a la Iglesia. El celibato es un don de Dios. Aunque no está exigido por la misma naturaleza del sacerdocio , existen razones profundas que hacen que el celibato sea muy conveniente para los ministros sagrados: son razones de orden cristológico (configuración con Cristo sacerdote), eclesiológico (entrega total del sacerdote a la Iglesia, esposa de Cristo) y escatológico (signo de la unión con Cristo en la gloria).
  • 63. • Las mujeres no pueden recibir el Sacramento del Orden, porque la Iglesia ha enseñado siempre que Cristo lo ha querido así y lo ha manifestado no ordenando sacerdote a ninguna mujer. • Esto no quiere decir que tengan menor dignidad, sino que Dios no ha querido que sirvieran de este modo.
  • 64. • No ordenó sacerdote a su Santísima Madre, y Ella tiene una dignidad incomparablemente superior a cualquier otra, en el único orden que cuenta: el de la santidad. • El sacerdote tiene un oficio santo, pero él no es más santo por ser sacerdote, y lo que importa no es el oficio sino la santidad.
  • 65. • (JUAN PABLO II, Carta Ordinatio sacerdotalis, (22-V- 1994), 4): • "La Iglesia no tiene de ningún modo la facultad de conferir a las mujeres la ordenación sacerdotal. Esta afirmación debe ser considerada definitiva por todos los fieles de la Iglesia"
  • 66. 4. Efectos del sacramento del Orden • Este sacramento confiere un carácter espiritual indeleble, que es una nueva participación en el sacerdocio de Cristo, a fin de servir como instrumento suyo a favor de la Iglesia.
  • 67. • Aumenta la gracia santificante y confiere la gracia específica sacramental, que ayuda al ministro sagrado a ejercer rectamente las funciones propias de su ministerio. • El sacramento del orden confiere al ministro que lo recibe, el poder de actuar in persona Christi Capitis (en el caso de los Obispos y presbíteros).