Este documento ofrece consejos para que las iglesias cristianas crezcan de manera saludable. Sugiere que las iglesias deben definir el tipo de congregación en la que quieren convertirse y hacer preguntas como qué tipo de crecimiento buscan, si quieren ser históricas o hacer historia, ser grandes o grandes iglesias, y si están dispuestas al cambio y sacrificio necesarios para el crecimiento. También enfatiza la importancia de invertir en los necesitados y suplir las necesidades de la comunidad.
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Cómo definir el crecimiento de tu iglesia
1. ¿Así que quiere que su iglesia
crezca?
por Alberto Castro B.
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Toda iglesia cristiana, para evitar caer presa de la inercia, necesita definir qué clase
de congregación quiere llegar a ser como resultado del crecimiento...
En la mente de muchos pastores el crecimiento es apenas un difuso deseo de tener «más
personas» en la congregación. No debe sorprendernos que esta iglesia probablemente no vaya a
experimentar crecimiento. En la vida, las personas más responsables consideran con cuidado
quiénes quieren llegar a ser como resultado del crecimiento. De no hacerlo, serán llevados de
un lado para otro por las circunstancias, sin un rumbo ni un destino específico. Del mismo
modo, una iglesia debe pensar en qué clase de congregación quisiera convertirse, si es que
quiere evitar caer presa de la inercia.
Quisiera sugerir algunas preguntas que pueden ayudar en el proceso de definición.
¿Qué clase de crecimiento está buscando?
Las estrategias de crecimiento, el uso de los recursos, las prioridades del ministerio y muchos
otros asuntos de la iglesia van a ser determinados por la respuesta a esta pregunta. En una de
sus predicaciones, mi amigo, el pastor Ricardo Salazar, señalaba que una congregación
saludable debe crecer en seis áreas:
1. En número (Hch 2.41, 4.4, 5.14, etc.):
Rick Warren, autor del célebre libro Una iglesia con propósito señala que el crecimiento es el
resultado de la salud de la iglesia. Este es numérico y debe ocurrir, fundamentalmente, por la
evangelización y no por atracciones extrañas. No todas la congregaciones crecen del mismo
modo ni alcanzan el mismo tamaño pero todas, sin excepción, deben crecer en número.
2. En servicio (Hch 4.34, 6.1– 2):
«La iglesia que no sirve, no sirve.» El servicio es la evidencia palpable del amor y una de las
maneras en las que demostramos el cambio producido por Cristo en nuestras vidas es mediante
nuestras obras. El mundo será lo que debe ser cuando la iglesia haga lo que debe hacer.
3. En conocimiento de la Palabra (Hch 2.42):
El éxito de todos los líderes bíblicos, fue su apego a las Escrituras.
4. En santidad (Hch 2.38– 40):
La iglesia que crece debe predicar la totalidad del consejo de Dios, incluidos los temas como la
salvación, el arrepentimiento, el pecado, el cielo y el infierno.
2. 5. En unidad (Hch 2.44 y 46):
No es lo mismo la proximidad que la unidad. La unidad se da cuando quien está cerca de
nosotros es el objeto de nuestra atención y la iglesia que crece entiende que la unidad es una
necesidad, no un lujo. La expresión de esta unidad tiene un costo, pero permite la diversidad
porque está fundada sobre la verdad.
6. En administración de dones y talentos (Hch 2.43):
Todo lo que hemos recibido lo hemos recibido para el servicio del Reino. Por tanto, la iglesia
que crece conoce bien los dones y talentos con los que cuenta, para administrarlos de la mejor
manera posible.
¿Quiere ser parte de una iglesia histórica o una que hace historia?
Una iglesia que hace historia debe estar dispuesta al cambio. Por tanto, si los cambios se dan
más rápidamente fuera que dentro de la organización, se ha iniciado el proceso de muerte.
Cuando una iglesia deja de cambiar, comienza a ser histórica. La frase típica en estas
congregaciones es: «¿Por qué cambiar si siempre lo hemos hecho así?»
La iglesia que busca el crecimiento debe ser revolucionaria en sus métodos. Si entiende además
que los métodos están al servicio de los principios y no los principios al servicio de los métodos,
sabrá que debe «reinventarse» en cada generación. De este modo podrá estar segura de que sus
métodos se mantienen vigentes y relevantes a la cultura en la que está inserta. Recordemos que
Jesús revolucionó la liturgia de su tiempo al predicar en un barco, hablar con mujeres y
convertir el agua en vino, todos estos hechos considerados «escandalosos» para la época.
La iglesia que hace historia, corre riesgos, porque el riesgo es el precio de andar en fe. Es
posible que cometa muchas equivocaciones, pero de seguro verá la gloria de Dios porque el
Señor siempre ha acompañado a los osados.
¿Quiere ser parte de una iglesia grande o de una gran iglesia?
La grandeza de una iglesia está determinada por la forma en que encara la misión, administra
su dinero o el impacto que tiene en su comunidad, no el tamaño del parqueo o la cantidad de
músicos de su orquesta. Es muy fácil crecer mediante una campaña publicitaria o un sinfín de
eventos espectaculares, tales como conciertos con artistas famosos. Por supuesto que esa
congregación no tardará mucho en reunir una multitud. No obstante, puede seguir siendo una
iglesia muy pequeña en cuanto a sus valores, carácter y responsabilidad frente a la misión. La
grandeza no se logra en un momento: es el fruto de toda una vida de esfuerzo y compromiso.
Un pastor no podrá tener mayor satisfacción que esta: ministrar en una congregación llena de
personas, supervisar el buen funcionamiento de muchos programas que producen
transformación y dirigir una iglesia que no tenga de qué avergonzarse.
¿Está dispuesto al crecimiento?
El crecimiento siempre estará ligado a la fe; es decir, creer que Dios lo puede hacer. No
obstante, no veo cómo una iglesia pueda crecer sin la intencionalidad de hacerlo. ¡Debe tener
un plan de crecimiento!
Por eso, es importante que la iglesia local crea en el crecimiento y no lo vea como una amenaza.
¡Parece increíble decir esto! Muchas personas, sin embargo, piensan que es mejor tener una
pequeña congregación donde todos se conozcan y cada uno tenga su lugar en la banca. El
3. crecimiento puede traer una multitud de nuevos discípulos, personas más capaces y
comprometidas que nosotros, las cuales incluso, podrían desplazarnos de nuestros «puestos».
El crecimiento numérico también abre nuevas posibilidades de servicio pues trae
multiplicación de materiales y personas. Un liderazgo sabio sabrá entonces sacar provecho de
estos recursos. Recuérdese que uno de los principios del éxito es, precisamente, la mayor
utilización de los recursos, dones y talentos de la congregación. No se podrá lograr esto si la
congregación está limitada por una mentalidad mezquina y temerosa.
¿Qué precio está dispuesto a pagar?
Sin duda es más fácil ser el pastor de una iglesia pequeña, con sus rutinas claramente
establecidas, donde las cosas son siempre iguales.
Crecer trae toda clase de trastornos. Es probable que la construcción de una gran iglesia
necesite inversión de tiempo y de recursos extraordinarios, y sea necesario sacrificar muchas
áreas de la vida eclesial, incluyendo los recursos destinados a mejores sueldos o un salón más
bonito.
Lo que estemos dispuestos a hacer por la visión puede determinar su éxito y debemos
preguntarnos si la iglesia está dispuesta a trabajar más para lograr sus objetivos. En esto todos
deben contribuir, pues, a pesar de contar con la ayuda de Dios, la calidad del trabajo del equipo
será fundamental. Las iglesias triunfan mediante la gracia del Padre Celestial y el sabio
esfuerzo de sus siervos.
¿Está dispuesto a «descentralizar» el poder?
La iglesia del siglo XXI no puede estar dirigida por un solo líder. Debe trabajar en equipo y para
tener una gran iglesia el pastor deberá desarrollar un gran grupo de liderazgo.
Los líderes con mejores resultados no son los más brillantes, sino los que logran conectar sus
ideas con las de sus colaboradores. El reconocido autor John Maxwell observa: «Con un buen
equipo podemos perder; con un mal equipo no podemos ganar». Debemos seguir el ejemplo de
Jesús, quien se dispuso a cambiar al mundo mediante un equipo de trabajo capacitado y
comprometido con la visión.
¿Está dispuesto a competir?
Cuando hablamos de competir, no es en el sentido deportivo de la palabra, sino más bien, de
ser competentes. No podemos ignorar que competimos con todas las formas de
entretenimiento que el mundo ofrece a la gente: cine, bailes, deportes. Estas de alguna manera
apuntan, por así decirlo, al mismo mercado que nosotros: «la gente». Un gran empresario
alguna vez dijo: «no es suficiente que nosotros tengamos éxito; nuestros enemigos deben
fracasar». Por eso, la iglesia de hoy debe ser agresiva en el cumplimiento de su misión y no
permitir que las luces de neón desvíen a nuestros jóvenes por falta de tecnología o una liturgia
que no sea pertinente para su tiempo.
En esto podemos imitar lo bueno de otras congregaciones o grupos. Esta es una de las
características de la persona inteligente, pues rara vez se producen mejoras sin la existencia de
un ejemplo por seguir. No obstante, cada iglesia trabaja en un escenario diferente, con gente
diferente, y ha sido diseñada por Dios para cambiar el entorno donde está, disponiendo de los