Lelia Pérez y Patricia Herrera conocieron el infierno en el Chile de Pinochet. Ambas fueron detenidas por su militancia política, torturadas, violadas, enviadas a campos de concentración. 40 años después, los relatos de la violencia sexual contra las mujeres durante la dictadura comienzan a resonar con fuerza, rompiendo muros internos y externos.
"Cien Días vistos por Cinep n.° 93: el campo de la paz"
LA VIOLENCIA SEXUAL, UNA TORTURA SILENCIADA EN CHILE DURANTE AÑOS
1. LA VIOLENCIA SEXUAL, UNA TORTURA SILENCIADA EN CHILE
DURANTE AÑOS
Lelia Pérez y Patricia Herrera conocieron el infierno en el Chile de
Pinochet. Ambas fueron detenidas por su militancia política,
torturadas, violadas, enviadas a campos de concentración. 40 años
después, los relatos de la violencia sexual contra las mujeres durante
la dictadura comienzan a resonar con fuerza, rompiendo muros
internos y externos.
AINARA LERTXUNDI|2013/09/15| ERREPORTAJEA GARA
Imagen de archivo de militares chilenos.
«Los militares ejercieron la violencia sexual durante los 17 años de
dictadura como reafirmación de su poder sobre las personas
detenidas», relata Lelia Pérez
Durante décadas, un grueso muro, interno y externo, silenció e
interiorizó la violencia sexual como «una parte casi lógica de la
represión».
Lelia Pérez tenía 16 años cuando la detuvieron por primera vez el 12
de setiembre de 1973, al día siguiente del derrocamiento de Salvador
Allende. «Estaba en el colegio cuando se inició el golpe de Estado. Un
grupo de estudiantes decidimos ir a un lugar central para participar
en la resistencia. Nos detuvieron de madrugada. La Policía
uniformada nos entregó a los militares y nos llevaron al Estadio
Nacional de Chile. Me liberaron diez días después», relata a GARA.
2. El 24 de octubre de 1975, fue nuevamente arrestada por agentes de
la DINA junto a su pareja. Militaba en el Movimiento de Izquierda
Revolucionaria (MIR) y estaba embarazada de ocho semanas. Fue
trasladada al centro de detención clandestino y de tortura Villa
Grimaldi, donde permaneció por cerca de dos meses y medio.
Después, llegaron los campos de concentración 4 Alamos y 3 Alamos,
hasta que en setiembre de 1976 fue liberada y obligada a partir al
exilio, rumbo a Venezuela donde estuvo hasta 1986.
Las torturas a las que fue sometida y por las que se frustró el
embarazo incluyeron vejaciones sexuales, que «afectaron a mujeres
de todas las edades, condición social y militancia. Los militares
ejercieron la violencia sexual durante los 17 años de dictadura como
reafirmación de su poder sobre las personas detenidas, para
demostrar a los varones detenidos la derrota, exponer su virilidad
ante los demás militares, denigrar a las mujeres y así confirmar su
superioridad y triunfo, y destruir la resistencia de las mujeres y sus
compañeros», explica Pérez.
«En lo físico, todo aquello me dejó dolor y una memoria que se
actualiza con sonidos, olores, actitudes. Emocionalmente, miedo, no
saber cómo abordar esta experiencia, cómo explicarla, qué hacer con
eso. Rabia por tener miedo, por recordar, por no tener control sobre
mis emociones ni las reacciones físicas. A nivel social, se instaló el
miedo y una especie de `lección'; `ya sabes lo que pasa si te metes
en política, por lo tanto es tú responsabilidad si te metes en eso',
como si fuera `normal' la agresión sexual y, en consecuencia, la
`culpa' es de la mujer», subraya.
Durante décadas, un grueso muro, interno y externo, silenció e
interiorizó la violencia sexual como «una parte casi lógica de la
represión. Al salir de los centros de tortura, no sabes cómo explicar lo
que ha ocurrido. Los relatos no tienen sentido, las palabras no
alcanzan para describir la experiencia. Generalmente, los relatos
ocurren junto a un desborde emocional muy fuerte -llanto, vómitos,
temblores físicos, náuseas- y quienes reciben estos relatos son
precisamente quienes están cerca y más nos quieren. Una se da
cuenta de que contar es igual a `hacer sufrir'. Así me ocurrió. Mi
madre se angustió tanto que suprimí el relato de las agresiones
sexuales, no volví a hablar del tema».
«Por otra parte, con una derrota política expresada en crímenes tan
atroces, mucha gente quería aferrarse a una historia, al menos,
`heroica'. Por ejemplo, cuando un grupo de personas militantes de
partidos políticos supo que había estado detenida en el Estadio de
Chile, me hacían preguntas, que en realidad eran afirmaciones: `¿No
es verdad que cuando les hacían simulacros, ustedes cantaban la
Internacional'?, `¿Verdad que cuando se supo que mataron a Víctor
Jara, los prisioneros cantaron el himno nacional?'. Yo contesté que
3. no, que eso no era verdad. La conclusión fue que yo mentía cuando
decía que había pasado por el Estadio de Chile. Había una necesidad
muy grande de aferrarse a algo que nos salvara de ese dolor tan
grande que producía la derrota y la represión, los relatos de tortura o
de violencia sexual no querían ser escuchados. También estaban
quienes te miraban con pena, como diciéndote `pobrecita víctima' y,
en general, eso tampoco ayudaba a hablar, molestaban mucho estas
actitudes», manifiesta.
25 años después, un compañero de militancia que presenció cómo la
habían violado le pidió perdón llorando por no haber reparado en ese
momento en la gravedad de los hechos. «Estando en el Estadio de
Chile, hubo una `queja' por parte de los compañeros detenidos por la
mala alimentación. Cuando nos reencontramos, rememoramos aquel
episodio. Yo le recordé entonces que me habían agredido
sexualmente frente a él, mientras le decían que era un cobarde y
poco hombre, y que él no dijo nada. Para él fue muy fuerte darse
cuenta. Nos abrazamos y lloramos. El me decía: `yo tengo dos
hijas... ¿Cómo pude quedarme callado?' Fue sanador para los dos»,
confiesa.
Actualmente, Pérez dirige la Corporación Parque por la Paz Villa
Grimaldi. «Ser directora e impulsar la memoria, la educación en
derechos humanos y la promoción de una cultura diferente es como
darle la vuelta a ese pasado doloroso. Recupero mi dignidad porque
en el mismo sitio donde me redujeron como persona, puedo ponerme
en pie y construir algo diferente», afirma.
Patricia Herrera tenía 19 años cuando el 27 de junio de 1975 se
encontró de regreso de la Universidad a un nutrido grupo de militares
«conversando» con su madre en su casa, donde «me estaban
esperando. Aquella noche caí en un pozo negro, sin fondo. Esa fue mi
sensación cuando me golpeaban, vendaban y metían en un vehículo
desconocido».
En diciembre de 2010, presentó la primera querella por violencia
sexual como forma de tortura durante la dictadura. «Los periodistas
que habitualmente cubren las informaciones judiciales hicieron
preguntas y la noticia salió en los principales informativos. Causó
cierto impacto. Pero, la sociedad chilena, en general, es cada día más
distante y quiere olvidar el pasado y a quienes lo representamos. En
esta sociedad de consumo y donde todo es desechable, no tienen
cabida los valores que profesamos, aunque estos reaparecen con
cada conmemoración del golpe de Estado, sobre todo cuando es un
aniversario redondo como éste», señala.
Al igual que Pérez, experimentó muy diversas reacciones por parte de
los destinatarios de su relato. «Algunos te miraban con incredulidad,
con simpatía, con pena, con dolor, con respeto... No siento que la
sociedad de ahora afronte el tema de forma diferente. El cambio, en
4. mi opinión, se debe a que se interpuso una querella, por lo que la
cuestión adquirió un plano distinto, el judicial. Es como si fuera más
creíble que antes».
Anima a las mujeres que padecieron situaciones semejantes a
«declarar y judicializar estos temas. No hay que tener temor ni
vergüenza. No somos responsables de los castigos sufridos, sino que
son responsabilidad de aquellos que los cometieron. Nosotros
defendíamos nuestro pensamiento».
Reconoce que los temas relacionados con el cuerpo y la sexualidad
siguen siendo «tabú en nuestra formación, más aún si conllevan
forzamiento y violencia. Molestan a las conciencias y a la vida
llamada normal. Las mujeres que vivimos eso tampoco queremos
traspasar ciertos límites, y debemos cuidarnos de no caer en la
morbosidad a la que en algunas ocasiones pretenden llevarnos los
medios de comunicación».
«40 años después, sigo siendo la misma mujer militante del Partido
Socialista, que lucha, ahora desde el ámbito local, por cambiar la
sociedad, por mejorar las condiciones de vida de las personas que me
rodean y, especialmente, de las mujeres. Jamás, ni en aquellos días
de encierro y tortura, de campos de concentración, de expulsión del
país, de exilio, de retorno a un Chile que no era el mismo, no tocaron
mi alma. No nos vencieron y hoy seguimos siendo el recuerdo vivo de
los crímenes cometidos y hablamos por aquellas que no están»,
enfatiza.