El pensamiento político occidental, no solo las ideologías emancipadoras sino también las más reaccionarias, ha sido especialmente utópico
Las heterotopias se nos ofrecen como paréntesis en el sistema cuyo objetivo es la experimentación colectiva con nuevas formas de ser y de vivir bajo condiciones no hegemónicas
De utopías, heterotopías y la urgencia de nuevas cartografías de la esperanza
1. De utopías, heterotopías y la urgencia de nuevas cartografías
de la esperanza
El pensamiento político occidental, no solo las ideologías
emancipadoras sino también las más reaccionarias, ha sido
especialmente utópico
Las heterotopias se nos ofrecen como paréntesis en el sistema cuyo
objetivo es la experimentación colectiva con nuevas formas de ser y
de vivir bajo condiciones no hegemónicas
Economistas Sin Fronteras - Carmen Valor
El Diario, España, 25/07/2014
Desde que Thomas More acuñara el neologismo Utopía en su obra
homónima, combinando los términos griegos “outopia” (el no-lugar) y
“eutopia” (el buen lugar), el pensamiento utópico ha sido
caracterizado como la creencia de que todo buen lugar es un no-
lugar. De este modo, la narrativa utópica se nos muestra con una
carga profundamente irónica, precisamente porque parece negarse a
sí misma, y por tanto como un instrumento carente de valor para
transformar la realidad social.
A pesar de ello, nos recuerda Levitas que el pensamiento político
occidental, no solo las ideologías emancipadoras sino también las
más reaccionarias, ha sido especialmente utópico. Gran parte del
potencial político de las utopías reside en su capacidad para
movilizarnos a través de la transgresión del imaginario dominante
que ha sido naturalizado dentro de unas coordenadas culturales
determinadas.
En este contexto, el contenido ficticio e irrealizable de la utopía no ha
de entenderse como políticamente inocuo. Más bien al contrario: la
producción de utopías emerge como la construcción de un horizonte
mental colectivo, un horizonte cuya capacidad para dirigir nuestros
pasos descansa cardinalmente sobre su facilidad para escurrirse y
2. alejarse de nosotros a medida que avanzamos hacia él, como diría
Galeano.
Una de las grandes carencias del término utopía es que hace un
excesivo hincapié en los aspectos simbólicos y cognitivos del
pensamiento utópico, obviando así su dimensión práctica y material.
Por ello, Foucault prefirió embarcarse en el estudio del pensamiento
utópico a través del concepto de heterotopias - literalmente “los
lugares distintos” - para llamar la atención sobre aquellos espacios
reales en los que es posible imaginar y poner en práctica una forma
de ser y de hacer transgresora.
Las heterotopias son utopías en acción, incompletas, parciales,
inacabadas. Pero al contrario que las utopías, no son mundos idílicos
que pretenden existir fuera del propio sistema del que buscan
emanciparse. Emergen en los espacios liminales, lugares que se
crean en las grietas del sistema, y es debido a esto que su existencia
va inevitablemente ligada a un gran número de contradicciones,
tensiones y paradojas. Huelga decir que estas últimas no niegan, sino
que reafirman, la existencia de la heterotopia.
Así, de esta guisa, las heterotopias se nos ofrecen como aquellos
espacios de resistencia, paréntesis en el sistema cuyo objetivo es la
experimentación colectiva con nuevas formas de ser y de vivir bajo
condiciones no hegemónicas.
Aunque no se lo crean hay muchas heterotopias, muchos espacios de
resistencia, de experimentación, de reinvención. Pensaba dedicar
estas líneas a hablar de algunos de ellos, como la comunidad creada
en El Pumarejo y otras monedas sociales, las ecoaldeas, los huertos
urbanos, las comunidades de consumo y tantas otras.
Pero llegó el verano, los congresos, y me puse a leer todos los
artículos, tesis y libros que acumulo durante el año. Y decidí que
mejor iba a dedicar este espacio a rendir homenaje a otras
heterotopias, los espacios de resistencia dentro de la academia.
Porque realmente creo que no somos consciente de su valor ni de su
repercusión.
Me refiero a los espacios de resistencia que generan, habitan y
mantienen aquellas asociaciones que tienen como misión estudiar
cómo transformar el sistema en uno más humano. Los que discuten
cómo podemos vivir de una manera más conectada con la
Naturaleza. Los que impulsan la Economía de la Felicidad o del Bien
Común. Los que analizan cómo deberían ser los mercados para que
no nos destruyan sino que nos empoderen. Estoy pensando también
en los que estudian a los grupos que han creado otras heterotopias. A
los que se fijan en la persona como persona y dan cuenta de su
3. relato, por su valor intrínseco.
Dentro de la academia, las heterotopias dan cobijo a los que, y lo
digo no por dramatizar sino porque a lo mejor el lector no lo sabe, se
han quedado solos en sus departamentos, o peor, aislados, por haber
elegido este tema. A los que tienen que soportar el ceño fruncido de
este o aquel, porque han elegido no estudiar las cosas que traen
dinero. A los que escriben infatigablemente, y muchos en revistas
JCR, con la mirada puesta en la transformación. A los que tratan de
llevar la crítica al aula con un auditorio en contra. A los que siempre
piensan que han hecho poco.
Pero si las heterotopias son sobre hacer, ¿cómo puedes decir que
este puñado de académicos lo son, si solo piensan y escriben?
Teoría y práctica son el verso y el reverso en la construcción de la
realidad social. Por ello las teorías que elaboramos desde las ciencias
sociales no son descriptivas, son performativas: definen los límites de
lo posible, informan la práctica, la marcan. Y si no miren donde
estamos: estos lodos vinieron de unos cuantos académicos que el
destino juntó en Chicago y que trasladaron al pensamiento político-
económico una visión del ser humano como maximizador de utilidad,
egoísta, movido por la avaricia, traidor de causas comunes. ¡Y encima
dijeron que era bueno que fuera así!
Así que nadie puede discutir lo importante que es ampliar las
heterotopias de resistencia que existen en la academia, crear nuevas
donde no las haya, defender las que están siendo amenazadas.
Porque aunque a veces se lo parezca, teorizar no es plasmar en un
papel elucubraciones mentales o felices ideas. Y ya. Teorizar es poner
negro sobre blanco un modelo de mundo. Y otros se agarrarán a ese
modelo para ponerlo en práctica.
Y no podemos olvidar que las heterotopias, también las académicas,
son laboratorios, espacios donde se experimenta, se prueban
soluciones que usando los ingredientes que tenemos creen un modelo
radicalmente diferente. Y esto no es fácil.
Por eso, no se pueden tomar como libros de recetas, soluciones
rápidas. Los que no entienden esto les acusan de “ineficientes”, de
plantear “imposibles”, de ser unos “colgados”. En las heterotopias se
hace un trabajo más complicado: “crear redes de significados y de
conexiones entre la gente, articular un sentido de comunidad y de
identidad que allana el camino de la acción colectiva”, dicen
Chatzidakis y sus colegas.
La capacidad transformadora de las heterotopias no descansa
solamente en su dimensión mental, sino principalmente en los
4. aspectos emocionales y prácticos que permiten conectar la capacidad
de imaginar un mundo mejor con los espacios y acciones que lo
hacen posible. Por ello si esperanza y acción transformadora deben
caminar de la mano, tenemos que empezar a pensar en las
heterotopias académicas como cartografías de la esperanza.
Desde aquí quiero agradecer a los que crean estas heterotopias,
porque me dan soporte intelectual, me emocionan las historias que
cuentan, me hacen caer en la cuenta, y me dan las ganas de
continuar. Tenemos que celebrar las heterotopias, estas y otras.
Nombrarlas. Localizarlas en el mapa. Apoyarlas. Meternos en ellas.
Seguirlas. Difundirlas.
Y así a lo mejor llega un día que quienes tienen que crear “espacios
de resistencia” serán ellos.
* Aunque hable en primera persona, hay que considerar coautor de
este artículo a Javier Lloveras.
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Enviado por: E Gudynas <egudynas@ambiental.net>