El documento habla sobre el papel y la contribución de los institutos seculares en la nueva evangelización. El cardenal João Braz de Aviz destaca la importancia del encuentro, la salvación y la esperanza. Argumenta que los institutos seculares pueden ayudar a la nueva evangelización actuando como levadura en la sociedad para encontrar a otros sin negociar su fe, y siendo hermanos antes que maestros.
1. CEDIS
Jornada de Formación
Madrid, 22 de junio de 2013
PAPEL
Y APORTACIÓN DE LOS
EN LA
INSTITUTOS SECULARES
NUEVA EVANGELIZACIÓN
João Braz card. de Aviz
Queridas y queridos todos:
Con viva alegría participo en este encuentro, convencido de que cada
uno de nosotros regresará a casa enriquecido por una experiencia fuerte de
comunión que es fruto del Espíritu.
Me agrada compartir hoy con vosotros una reflexión sobre la aportación
de los Institutos Seculares a la nueva evangelización. Yo os podré ofrecer
naturalmente algunas consideraciones, pero creo que el trabajo más grande y
la contribución mayor puede venir de cada una y de cada uno de vosotros que
vivís esta vocación y al mismo tiempo la vivís según un carisma específico.
Quisiera proponeros en esta reflexión algunos pasajes del Mensaje de la
XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos (7-28 de octubre
de 2012) sobre el tema: “La nueva evangelización para la transmisión de la fe
cristiana”.
Un documento muy intenso que cita al inicio el texto evangélico de Juan,
que narra el encuentro de Jesús con la samaritana junto al pozo. La
1
2. samaritana, como precisa el boletín del Sínodo proponiendo una síntesis del
Mensaje, es “imagen del hombre contemporáneo con un ánfora vacía, que
tiene sed y nostalgia de Dios, y al que la Iglesia debe salir a su encuentro para
hacerle presente al Señor. Y como la samaritana, que encuentra a Jesús, no
puede sino ser testigo del anuncio de salvación y esperanza del Evangelio”
(Cf. n.1)
Subrayo tres palabras sobre las que volveré: encuentro, salvación,
esperanza.
Pero seguimos dirigiendo la mirada al Mensaje que nos recuerda que,
como Jesús, en el pozo de Sicar, “también la Iglesia siente el deber de
sentarse junto a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, para hacer presente
al Señor en sus vidas, de modo que puedan encontrarlo, porque sólo su
Espíritu es el agua que da la vida verdadera y eterna. Sólo Jesús es capaz de
leer hasta lo más profundo del corazón y desvelarnos nuestra verdad. Conducir
a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo hacia Jesús, al encuentro con
Él, es una urgencia que afecta a todas las regiones del mundo, tanto las de
antigua como las de reciente evangelización. En todos los lugares se siente la
necesidad dn..e reavivar una fe, que corre el riesgo de apagarse en contextos
culturales que obstaculizan su enraizamiento personal, su presencia social, la
claridad y sus frutos coherentes” (n. 1)
Después de recordar con fuerza que la fe depende de la relación que se
establece con el Señor Jesús, el Mensaje añade: “Es nuestra tarea hoy, el
hacer accesible esta experiencia de Iglesia y multiplicar, por tanto, los pozos a
los cuales invitar a los hombres y mujeres sedientos y posibilitar su encuentro
con Jesús, ofrecer oasis en los desiertos de la vida. De esto son responsables
las comunidades cristianas y, en ellas, cada discípulo del Señor. Cada uno
2
3. debe dar un testimonio insustituible para que el Evangelio pueda cruzarse con
la existencia de tantas personas. Por eso, se nos exige la santidad de vida.
Algunos preguntarán cómo llevar a cabo todo esto. No se trata de inventar
nuevas estrategias, casi como si el Evangelio fuera un producto para poner en
el mercado de las religiones, sino descubrir los modos mediante los cuales,
ante el encuentro con Jesús, las personas se han acercado a Él y por Él se
han sentido llamadas y adaptarlos a las condiciones de nuestro tiempo” (n. 3 y
4) .
Si, pues, la nueva evangelización nos interpela como comunidad
creyente y como personas que pueden alabar a Dios por el don de la fe, todo
comienza reconociendo que necesitamos conversión. “Si esta renovación
fuese confiada a nuestras fuerzas, habría serios motivos de duda, pero en la
Iglesia la conversión y la evangelización no tienen como primeros actores a
nosotros, pobres hombres, sino al mismo Espíritu del Señor. Aquí está nuestra
fuerza y nuestra certeza, que el mal no tendrá jamás la última palabra, ni en la
Iglesia ni en la historia” (n. 5), siguen diciendo los Obispos. Después añaden:
“Esta serena valentía sostiene también nuestra mirada sobre el mundo
contemporáneo. No nos sentimos atemorizados por las condiciones del tiempo
en que vivimos. Nuestro mundo está lleno de contradicciones y de desafíos,
pero sigue siendo creación de Dios, y aunque herido por el mal, siempre es
objeto de su amor y terreno suyo, en el que puede ser resembrada la semilla
de la Palabra para que vuelva a dar fruto” (n. 6).
He querido recordar estos textos porque creo que cada una de sus
expresiones habla de modo especial a los miembros de los institutos seculares
y,en particular, a vosotros que vivís en una de las naciones que ha visto tantos
santos manifestar en distintas épocas la propia fe con radicalidad y pasión.
Pienso en los grandes reformadores como san Ignacio de Loyola y santa
3
4. Teresa de Ávila, pero también pienso en los muchos mártires de la Guerra civil
española, sacerdotes, religiosos y muchos otros fieles, que han dado la vida
por no renegar de la fe y que no figuran en las crónicas de los periódicos.
No obstante, al igual que en otros países de Europa, hoy estamos frente
a una España que necesita ser re-evangelizada, necesita que resuene cada
vez más el anuncio de salvación, la buena noticia.
No me detengo en una lectura social, cultural y política del país que
conocéis bien, ni tampoco me detengo a identificar las causas que han
determinado este paso de un país “originario” de la fe -como lo definió
Benedicto XVI en su viaje a Barcelona-, a un país que, en cierto modo, debe
recuperar el verdadero sentido de la fe.
Deseo, en cambio, reflexionar brevemente con vosotros, consagrados en
el mundo, sobre la relación entre Iglesia y mundo, entre la Iglesia y el conjunto
de las instituciones y de las circunstancias políticas, sociales y culturales en las
que se encuentran los cristianos.
En una reflexión sobre el misterio y la vida de la Iglesia el Card. Georges
Cottier, OP, teólogo de la Casa Pontificia, escribía: “Entre los motivos de
muchas de las dificultades en las relaciones entre la Iglesia y el orden
mundano temporal, que se han dado en la época moderna y contemporánea,
está también el siguiente: en algunos casos, frente a los cambios de la historia
y la consolidación de nuevas estructuras culturales, sociales y políticas, el
único criterio de valoración, en algunos ambientes cristianos, es la mayor o
menor conformidad de dichas estructuras con los modelos que dominaban en
los siglos anteriores, cuando la unanimidad de matriz cristiana terminaba por
moldear o, como mínimo, por influir también en los sistemas políticos y
4
5. sociales. En las relaciones entre la Iglesia y el mundo moderno aflora, a veces,
esta tentación: el impulso a concebir la Iglesia como fuerza antagonista de ese
orden político y cultural que, después de la Revolución francesa, ya no se
presentaba como un orden cristiano.
Estar en desacuerdo categóricamente con los contextos políticos y
culturales dados, no pertenece a la Tradición de la Iglesia –continuaba el
teólogo-, es más bien una connotación repetida en las herejías de raíz
gnóstica, que por prejuicios impulsan al cristianismo a una posición dialéctica
respecto a los ordenamientos mundanos, e interpretan la Iglesia como un
contrapoder respecto a los poderes, a las instituciones y a los contextos
culturales constituidos en el mundo” (El Concilio Vaticano II: la Tradición y las
instancias modernas).
Si nos situamos, pues, en actitud hostil frente a una cultura –y frente a las
instituciones que son fruto de la misma− que parece incluso haber olvidado a
Dios, corremos el riesgo de olvidar lo que Benedicto XVI subrayó en la homilía
de inicio de su Pontificado, cuando recordó que “No es el poder lo que redime,
sino el amor. Éste es el distintivo de Dios: Él mismo es amor. ¡Cuántas veces
desearíamos que Dios se mostrara más fuerte! Que actuara duramente,
derrotara el mal y creara un mundo mejor. Todas las ideologías del poder se
justifican así, justifican la destrucción de lo que se opondría al progreso y a la
liberación de la humanidad. Nosotros sufrimos por la paciencia de Dios. Y, no
obstante, todos necesitamos su paciencia. El Dios, que se ha hecho cordero,
nos dice que el mundo se salva por el Crucificado y no por los crucificadores.
El mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia
de los hombres” 1.
1
BENEDICTO XVI, Homilía de Inicio de Pontificado, Domingo 24 de abril de 2005.
5
6. Con su sencillez y con la incisiva espontaneidad que le caracteriza,
también el Papa Francisco ha repetido que, a veces, nuestro comportamiento
de cristianos en lugar de acercar, aleja del Señor. “Somos muchas veces
controladores de la fe, en lugar de facilitadores de la fe de la gente. […]
Cuando nosotros vamos por este camino, con esta actitud, no hacemos bien a
la gente, al pueblo de Dios. Pensemos en todos los cristianos de buena
voluntad que se equivocan y en lugar de abrir una puerta la cierran. Pidamos al
Señor que todos aquellos que se acercan a la Iglesia encuentren las puertas
abiertas para encontrar este amor de Jesús”2.
Vuelve de nuevo la primera palabra de las tres que, como he dicho al
inicio, quisiera que marque el camino de esta reflexión con vosotros. La
primera palabra es, por lo tanto, encuentro.
No desencuentro o contraposición sino encuentro. Los cristianos son
hombres y mujeres del encuentro. Mejor aún, se podría decir, según lo que nos
está indicando el Papa Francisco, que son hombres y mujeres que salen y van
hacia lo que él llama las “periferias existenciales”. “Pero nosotros debemos ir al
encuentro y debemos crear con nuestra fe una «cultura del encuentro», una
cultura de la amistad, una cultura donde hallamos hermanos, donde podemos
hablar también con quienes no piensan como nosotros, también con quienes
tienen otra fe, que no tienen la misma fe. Todos tienen algo en común con
nosotros: son imágenes de Dios, son hijos de Dios. Ir al encuentro con todo,
sin negociar nuestra pertenencia”3.
Encuentro con todos, sin negociar nuestra pertenencia.
2
3
FRANCISCO, Homilía Misas matutina en la capilla de la Domus Sanctae Marthae, Sábado 25 de mayo de 2013
FRANCISCO, Homilía en la Vigilia de Pentecostés, Sábado 18 de mayo de 2013
6
7. ¿Cómo encontrar a quien piensa de otra manera sin obligarles a ser
como nosotros y, al mismo tiempo, sin negociar nuestra pertenencia, como dice
el Papa? Sin embargo ésta es la actitud de base, podríamos decir, el terreno
de la nueva evangelización.
Sobre todo en los países de tradición cristiana, en los que se trata de
hacer cuentas con una sociedad y una cultura que ya no refleja, como ocurría
en el pasado, los principios del cristianismo, la pregunta es: ¿qué hacer?
¿cerrarse? ¿formar cuerpo con los que piensan como nosotros y dejar fuera a
los otros o, peor aún, combatirlos? ¿contraponer nuestro poder, más aún tratar
de reforzar nuestro poder para vencer a los otros?
¿O bien salir de nuestros lugares seguros e ir al encuentro de los otros,
revestidos –no armados- de las convicciones que derivan de nuestra fe?
En esto creo que la contribución que pueden dar los Institutos seculares
es muy grande.
Lo específico de vuestra vocación os lleva a no tener aquella visibilidad y
misión que es típica de los religiosos o de los movimientos. El icono de esta
particular forma de consagración es el de la sal que se disuelve y da sabor, el
de la levadura que se esconde y hace fermentar la masa.
Diría que es típico de vuestra naturaleza, no agruparos para
contraponeros, en el sentido que decíamos antes. Vuestra vocación os sitúa
entre los otros, incluso sin signos distintivos exteriores, justo para no crear
distancias que os pueden alejar; os hace estar con los otros en la búsqueda de
la solución de los desafíos pequeños y grandes de este tiempo, conscientes de
7
8. que todos pueden contribuir al bien; os hace también “ser para los otros”, con
la generosidad que caracteriza toda vida entregada al Señor.
La pregunta que nos hacíamos antes no es nueva: ya Pablo VI en su
primera encíclica (1964) la había presentado. Releemos un pasaje muy
interesante: “¿Cómo debe precaverse del peligro de un relativismo que llegue
a afectar su fidelidad dogmática y moral? Pero, ¿cómo hacerse al mismo
tiempo capaz de acercarse a todos para salvarlos a todos? […]Desde fuera no
se salva al mundo. Como el Verbo de Dios que se ha hecho hombre, hace falta
hasta cierto punto hacerse una misma cosa con las formas de vida de aquellos
a quienes se quiere llevar el mensaje de Cristo; hace falta compartir […] si
queremos ser escuchados y comprendidos. Hace falta, aun antes de hablar,
escuchar la voz, más aún, el corazón del hombre, comprenderlo y respetarlo
en la medida de lo posible y, donde lo merezca, secundarlo. Hace falta hacerse
hermanos de los hombres en el mismo hecho con el que queremos ser sus
pastores, padres y maestros. El clima del diálogo es la amistad. Más todavía,
el servicio. Hemos de recordar todo esto y esforzarnos por practicarlo según el
ejemplo y el precepto que Cristo nos dejó”4.
Hermanos, por lo tanto, antes de ser padres y maestros. ¿No es esto lo
específico de la secularidad consagrada, que encuentra su fundamento en la
vía de la encarnación seguida por Cristo, capaz de vivir en el mundo, sin perder
la propia diferencia y alteridad?
No es casual que el mismo Pablo VI haya estimado tanto los Institutos
seculares, los haya animado y, sobre todo, los haya ayudado con el propio
magisterio a penetrar no sólo en su misión, sino en su misma identidad.
4
PABLO VI, Ecclesiam suam, 33.
8
9. La secularidad consagrada expresa en el mundo de hoy la relación del
Evangelio con el mundo, según la encarnación y el misterio pascual; anuncia y
realiza la cercanía radical de Dios al mundo en Jesucristo, gracias a la acción
incesante del Espíritu.
Vuestra vocación os llama a vivir como Jesús junto a los hombres y en
comunión con el Padre. ¡Y los hombres con los que está el Señor no
pertenecen a categorías privilegiadas, son hombres y mujeres comunes,
incluso pecadores!
La secularidad consagrada consiste en esta doble pertenencia: ser
habitado por el Señor Jesús, Hijo de Dios, y ser habitados −podríamos decir−
por la humanidad. No se da una pertenencia sin la otra. Y tal pertenencia se
hace, inseparablemente, pasión por el hombre y pasión por Dios.
Diría que este aspecto no forma parte de vuestra misión, sino más bien
de vuestra identidad. El magisterio pontificio lo ha repetido constantemente con
expresiones diferentes y cada vez más eficaces, a partir de Pablo VI, cuando
subrayaba que vuestra inserción en las vicisitudes humanas es lugar teológico.
¡Hoy también podríamos decir que, por vocación vuestras vidas, lo ordinario de
vuestras vidas, es evangelización!
Y aquí quisiera añadir una aclaración. Muchos de vosotros pertenecéis a
institutos que tienen una misión específica, que, a veces, se expresa en obras
que, con frecuencia, llegan a determinar vuestras vidas, un poco como ocurre
en los institutos religiosos. Justo en virtud de lo que hemos dicho hasta ahora,
quisiera haceros una recomendación particular. También en estos casos, no
olvidéis nunca que vuestra vocación y la posibilidad de dar el amor de Dios al
mundo, antes de pasar por una particular actividad, pasa por la normalidad, la
9
10. cotidianidad de vuestras vidas. Cuanto más sepáis vivir las situaciones
existenciales ordinarias de las otras mujeres y de los otros hombres, tanto más
seréis
fieles
a
vuestra
llamada.
Las
obras
pueden
pasar
(así
lo
experimentamos hoy), también la misión puede cambiar para responder a
nuevas exigencias; lo que tiene que permanecer siempre es la tensión por ser
hombres y mujeres que comparten porque experimentan la vida de los
hombres y mujeres de su tiempo. La vuestra es una vocación de compañía, os
llama a ser compañeras y compañeros de viaje, podéis compartir las
ansiedades y las esperanzas de las mujeres y hombres de hoy porque también
existencialmente, diría casi al exterior, vivís como los hombres y las mujeres de
hoy.
La aportación de los Institutos seculares la veo fundamental también en
referencia al contenido del anuncio. Y aquí me refiero a la segunda palabra
sobre la que quiero detenerme: salvación. ¡La buena noticia que anunciamos
es: Dios salva, no mata, no condena, sólo ama!
Es el Evangelio de la vida el que queremos y tenemos que anunciar, el
que Jesucristo nos ha dado a conocer con el misterio de su muerte y
resurrección. Cuando hablamos de nueva evangelización, no podemos pensar
ciertamente en una novedad de contenido, porque éste es el mismo ayer, hoy y
siempre: el amor de Dios que por medio de su Hijo se ha hecho uno de
nosotros y ha caminado con nosotros.
Hablar de Dios amor significa contar una experiencia, la experiencia de la
que habla Juan en su primera carta: “En esto consiste el amor: no en que
nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó” (1 Jn 4, 10).
10
11. Sólo si nos dejamos amar, sólo si nuestra vida entra en esa experiencia
de comunión trinitaria y permanece como en un abrazo, podemos experimentar
la salvación. Son palabras que pueden parecer casi sentimentales, pero en
realidad se refieren a una verdad con frecuencia difícil de acoger. ¡Lo digo con
palabras del Papa Francisco!: “Esto puede sonar como herejía, ¡pero es la
verdad más grande! ¡Más difícil que amar a Dios es dejarse amar por Él! La
manera de devolver tanto amor es abrir el corazón y dejarse amar. Dejar que
Él esté cerca de nosotros y sentirlo cerca. Permitirle que sea tierno, que nos
acaricie. Eso es muy difícil: dejarse amar por Él” 5.
Me pregunto y os pregunto: ¿de dónde proviene la fatiga de dejarse amar
por Dios?
Pienso en el Evangelio que escuchamos hace algunos domingos, que
habla de la mujer pecadora en casa del fariseo. Pienso en particular en la frase
que Jesús le dirige al fariseo: “Por lo cual te digo que sus pecados, que son
muchos, han sido perdonados, porque amó mucho; pero a quien poco se le
perdona, poco ama” (Lc 7,47). Palabras que no pueden dejarnos indiferentes.
Quizás la dificultad de dejarnos amar por Dios está en la idea que
tenemos de Dios mismo. Pensamos en un Dios que nos quiere sólo porque
somos perfectos o mejor, que nos quiere por nuestros méritos. Quizás nos
hayamos acostumbrado a algunos comportamientos o modos de ser, de forma
que no logramos reconocer y por lo tanto, aceptar, algunos pecados nuestros.
O quizás, sencillamente, no acogemos en lo profundo nuestra dimensión de
criaturas, que nos lleva a necesitar de Dios y por lo tanto, también de los otros.
5
FRANCISCO, Homilía matutina en la capilla de la Domus Sanctae Marthae en la Solemnidad del Corazón de Jesús,
Viernes 7 de junio de 2013.
11
12. Nos convertimos así en hombres y mujeres que no saben recibir. De este
modo no sólo creamos distancia entre nosotros y los demás, sino sobre todo
no dejamos entrever con nuestras vidas la belleza de nuestro Dios, que está
dispuesto siempre a acogernos sin reservas, si estamos dispuestos a pedir y a
recibir su Amor.
Este es un riesgo que os puede afectar de cerca también a vosotros,
consagrados seculares, que habéis sido formados para dar, dar y dar sin
medida. Hoy es tiempo también de confrontarse con la capacidad de recibir,
que no es sino la expresión de la humildad y de la pobreza existencial que nos
caracteriza. ¿Y no es quizás esta condición la que os hace cercanos a cada
hombre y mujer que encontráis en vuestra vida? Si sois capaces de vivir como
criaturas, si sois capaces de pedir lo que no tenéis, si estáis dispuestos a
recibirlo de Dios y de los otros, podéis hacer que los demás entren en contacto
con la verdad de sí mismos, como vosotros, criaturas hambrientas de Amor.
En la medida en que vuestra formación alimente este camino, seréis
testigos (no maestros) de misericordia y podréis construir comunión.
Si es verdad que la misericordia presupone la humildad, también es
verdad que no puede haber comunión sin humildad. Si lo pensamos bien, la
cultura actual ha exaltado tanto el concepto de libertad personal, que cada uno
se siente reforzado en sí mismo hasta el punto de creerse autosuficiente y por
ello incapaz de comunión. Sin embargo, justamente en el corazón del hombre,
tan centrado en torno a sí y en sus propias conquistas, que nunca como hoy se
siente tan cercano a ocupar el puesto de Dios, es fácil entrever un gran vacío
que se manifiesta en una necesidad de escucha y de acogida.
12
13. Que vuestras vidas sepan indicar el camino de un encuentro que puede
dar sentido a las exigencias más profundas de la persona, sepan percibir las
preguntas del hombre de hoy, también de las que no sabéis dar respuesta.
Como recordaba Benedicto XVI el verano pasado: “Sean disponibles a
construir, en unión con todos los buscadores de la verdad, proyectos de bien
común, sin soluciones preconcebidas y sin miedo a las preguntas que quedan
sin respuestas, y siempre prestos a poner en riesgo la propia vida, con la
certeza que el grano de trigo, que cae en tierra, da mucho fruto (Cfr. Jn
12,24)”6.
De aquí nace la esperanza, la tercera palabra que os propongo hoy. Un
don de Dios que se comunica con nuestros gestos, nuestras palabras, nosotros
mismos. Evangelizar significa ayudar al hombre de nuestro tiempo a “liberar” la
esperanza escondida; no un optimismo fácil, sino una actitud de confianza
concreta y de abandono, propio de quienes −pequeños y pobres− ponen en
Dios toda su esperanza.
En un tiempo de incertidumbre, de desesperación, este anuncio es
fundamental y califica nuestra llamada: somos llamados a la esperanza para
despertar la esperanza.
La crisis económica que está atravesando vuestro país, como otros en
Europa, ha dado a esta palabra un significado aún más realista: es fácil
encontrar personas o familias enteras que, al perder el puesto de trabajo, han
perdido la esperanza. Los rostros de estos hermanos nuestros se reconocen
enseguida, porque están apagados y tristes, no logran ver la vida como un
regalo. No al azar el primer mensaje que el Papa Francisco dirigió a los
jóvenes en la homilía del domingo de Ramos fue justo sobre la esperanza. Les
6
BENEDICTO XVI, Mensaje a la Conferencia Mundial de los Institutos Seculares, 18 de julio de 2012.
13
14. dijo, y nos dice a cada uno: “Nosotros acompañamos, seguimos a Jesús, pero
sobre todo sabemos que él nos acompaña y nos carga sobre sus hombros: en
esto reside nuestra alegría, la esperanza que hemos de llevar en este mundo
nuestro. Y, por favor, ¡no os dejéis robar la esperanza! Esa que nos da Jesús” 7.
Esta llamada manifiesta cómo el testimonio de los cristianos, animado de la
esperanza, es decisivo para el mundo. Ya lo decía el apóstol en su primera
carta escribiendo: “Estad siempre dispuestos para dar una respuesta a quien
os pida cuenta de vuestra esperanza” (1 Pe 3,15).
Y esto se refiere de modo particular a vosotros consagrados seculares.
“Siguiendo el ejemplo de Cristo, sed obedientes al amor, hombres y mujeres de
misericordia, capaces de recorrer los caminos del mundo haciendo solo el bien.
En el centro de vuestra vida poned las Bienaventuranzas, contradiciendo la
lógica humana, para manifestar una confianza incondicional en Dios, que
quiere que el hombre sea feliz” 8.
De este seguimiento bondadoso, obediente y humilde, mana la
esperanza que engendra paz y gozo. Sí, gozo. También en las situaciones de
mayor dificultad. Así lo recuerda el Papa Francisco: “El cristiano es un hombre
y una mujer de gozo. Esto nos lo enseña Jesús, nos lo enseña la Iglesia,
especialmente en este tiempo. ¿Qué cosa es, este gozo? ¿Es la alegría? No:
no es lo mismo. La alegría es buena, ¿eh?, alegrarse es bueno. Pero el gozo
es algo más, es otra cosa. Es una cosa que no viene por motivos coyunturales,
por motivos momentáneos: es una cosa más profunda. Es un don. La alegría,
si queremos vivirla en todo momento, al final se transforma en ligereza,
superficialidad,
y también nos conduce a un estado de falta de sabiduría
cristiana, nos hace un poco tontos, ingenuos, ¿no?, todo es alegría… no. El
7
FRANCISCO, Homilía del Domingo de Ramos, Domingo 24 de marzo de 2013.
BENEDICTO XVI, Discurso con motivo del 60 aniversario de la Constitución Apostólica “Provida Mater Ecclesia”,
Sábado 3 de febrero de 2007.
8
14
15. gozo es otra cosa. El gozo es un don del Señor. Nos llena desde dentro. Es
como una unción del Espíritu. Y este gozo se encuentra en la seguridad que
Jesús está con nosotros y con el Padre”9. Esta fe es la que los hombres de
nuestro tiempo esperan ver testimoniada.
Y la vida de quién como vosotros ha puesto sus pasos sobre los de
Cristo, pobre, obediente y casto, tiene que expresar concretamente la belleza
del encuentro con el Amor de Dios, capaz de sanar todas las heridas, de ser
bálsamo de consolación para todo llanto, hacerse compañero de cualquier
soledad. El mismo amor que a cada uno de vosotros se os pide tener.
9
FRANCISCO, Homilía matutina en la capilla de la Domus Sanctae, Viernes 10 de mayo de 2013
15