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BIBLIOTECA FUNDAMENTAL AÑO CERO
Director de colección: Luis Maggi
Diseño de cubierta e ilustraciones: Vital García
LA CONSPIRACIÓN DE ACUARIO
Título original: The Acquarian Conspiracy
Traducción: Pedro de Casso
Copyright 1980 by Marilyn Ferguson
© 1985 Editorial Kairós, S.A.
© 1994 de la presente edición Editorial América Ibérica S.A.
Miguel Yuste 26, 28037 Madrid
Traducción y fotolitos cedidos por Editorial Kairós, S.A.
Impresión y encuadernación: Josmar S.A.
ISBN: 84-88337-88-4
Dep. Legal: M-2l875-1994
Impreso en España Printed in Spain, Julio de 1994
Distribuidor exclusivo para México:
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Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de
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informático y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o
préstamo públicos.
LA CONSPIRACIÓN
DE ACUARIO
MARYLIN FERGUSON
BIBLIOTECA fundamental
El tiempo, los acontecimientos o la sola acción individual del
pensamiento consiguen a veces socavar o destruir una opinión, sin
que exteriormente nada parezca haber cambiado... Ninguna conspira-
ción se ha formado en contra suya, pero sus seguidores, sin hacer
ruido, comienzan uno a uno a abandonarla. Mientras que sus
adversarios permanecen mudos, o sólo en secreto se comunican sus
pensamientos, ellos mismos permanecen durante un largo período
inconscientes de que efectivamente ha tenido lugar una gran
revolución.
ALEXIS DE TOCQUEVILLE
Y yo me esfuerzo en descubrir cómo hacer una señal a mis
compañeros, cómo decir a tiempo una simple palabra, una
contraseña, como hacen los conspiradores: unámonos,
mantengámonos estrechamente unidos, fusionemos nuestros
corazones, creemos un solo cerebro y corazón para la Tierra, demos
un significado humano al sobrehumano combate.
NIKOS KAZANTZAKIS
Este alma no puede ser más que una conspiración de individuos.
PIERRE TEILHARD DE CHARDIN
PRÓLOGO A
LA EDICIÓN ESPAÑOLA
Atrevido, estimulante, cromático y enciclopédico, best seller
mundial (con casi 500.000 ejemplares vendidos en EE.UU., y
traducido a siete idiomas), La conspiración de Acuario de Marilyn
Ferguson tiene que ver con el diseño de una cultura nueva, con una
manera nueva de pensar viejos problemas, o sea, y para usar el ya
clásico vocablo, con un cambio de paradigma.
Es el tema de nuestro tiempo: la lucha, en todos los frentes,
contra la entropía. Lo cual implica una nueva filosofía de la
complejidad, del movimiento y de la duración. La complejidad se
reconoce por la necesidad de ligar el objeto a su entorno, el fenómeno
observado al sujeto observador. La obsesión por encontrar un último
elemento simple se desvanece. Nos habituamos a convivir con la
paradoja: cuanto más autónomo se es, más se depende del entorno.
El viejo paradigma reducía el movimiento al reposo, la inteligibilidad a
la tautología, el tiempo a su representación espacial. El nuevo
paradigma se construye sobre una temporalidad portadora de
novedad, imprevisibilidad, entropía negativa. Ya el bioquímico y
premio Nobel Albert Szent-Gyorgyi (descubridor de la vitamina C)
emitió la hipótesis de que la tendencia hacia un orden cada vez más
complejo sería una ley general de la naturaleza: Algo así como un
instinto generalizado hacia la autosuperación. Los nuevos
paleontólogos plantean esta evolución antientrópica basándose en
saltos bruscos en contra del gradualismo de Darwin. Lo cual
coincidiría con la famosa teoría de las catástrofes de René Thom.
En 1977 Ilya Prigogine ganó el premio Nobel de química por su
teoría de las estructuras disipativas. Prigogine llama estructuras
disipativas a los sistemas abiertos, es decir, a aquellos cuya estructura
se mantiene por una disipación continua de energía. Esta disipación
crea la posibilidad de un «reordenamiento» brusco hacia una mayor
complejidad. Es una manera de explicar el enigma fundamental de la
evolución biológica, que contradice la ley de la entropía creciente. Es,
también, una manera nueva de pensar el mundo, e, indirectamente, de
entender la aventura humana. Reaparece el famoso aforismo de
Bergson: «Le temps est invention ou u n'est rien de tout. El tiempo, o
es invención o no es nada. Se contradice la vieja hipótesis de Laplace,
el espejismo de un determinismo absoluto. En puridad, si todo fuera
previsible, no habría distinción entre pasado y futuro; no habría tiempo
real.
Precisamente hay tiempo real en la medida en que no todo está
predeterminado a priori, en la medida en que hay indeterminismo, en
la medida en que el futuro es, a cada instante, ontológicamente
imprevisible. Pero no existe un tiempo único y uniforme. Cada sistema
tiene su propio tiempo. Incluso cada ser humano tiene su propio
tiempo. Hace ya medio siglo, Lecomte de Noúy medía la edad
biológica, en contraste con la edad física, en función de la velocidad
de cicatrización de las heridas. Hoy diríamos que un organismo se
mantiene joven en la medida en que la velocidad de las informaciones
asimiladas compensa la velocidad de la entropía producida.
Un nuevo dinamismo recorre el nuevo paradigma. Estamos lejos
de los tiempos en que Aristóteles daba como última referencia del
movimiento a la falta de movimiento (el «Primer Motor» era inmóvil); o
de cuando la ciencia positiva buscaba, bajo el flujo de las cosas, algo
que «permaneciera» (la masa, por ejemplo). La misma ley de la
entropía tenía su lógica sobre la base de un «tiempo» que terminaba
por desaparecer en la suprema probabilidad de la muerte térmica. Hoy
existe una tendencia a invertir estos planteamientos. Incluso en
términos de motivación personal y de utopía colectiva. Queremos lo
improbable y asumimos el azar. Queremos disipar más entropía de la
que producimos, ascender en la escala milagrosa de la complejidad,
anudar antagonismos antes contradictorios (¿qué otra cosa es el
«pluralismo»?), interrelacionarlo todo con todo, cobrar conciencia
ecológica, usar lógica cibernética. Crear novedad.
El nuevo paradigma destaca la importancia de lo aleatorio, de lo
irreversible, el carácter creativo de la misma naturaleza, un poco en
concordancia con la idea taoísta de una autoorganización espontánea.
El nuevo paradigma nos habla de la creación de un nuevo orden
improbable a través de los antagonismos, las fluctuaciones, las
interferencias, los desórdenes parciales. La flecha del tiempo tiene dos
posibles direcciones: hacia la entropía positiva o hacia la entropía
negativa. Felizmente, cada hallazgo improbable hace más probables
los nuevos hallazgos improbables. También la entropía negativa tiene
su pendiente, una pendiente que explica la aparición «espontánea»
del orden a partir del caos.
Ahora bien, un nuevo pathos místico ha de conciliar este empuje
innovador con la no-dualidad suprema de todas las cosas. Creatividad
y advaita son la manera actual de terminar con el viejo pleito entre
teoría y práctica. La pregunta por el sentido último de la vida,
pongamos por caso, carece precisamente de sentido. Es obvio que el
«sentido» no alcanza a lo «último». Alguien abierto a la experiencia,
comprometido con la realidad, no pregunta por las «razones de
existir», no obstruye el flujo dinámico de su propia participación en lo
real. El nuevo paradigma, poco amigo de bizantinismos, conduce la
desantropomorfización hasta un extremo. Los ecólogos conciben la
naturaleza y el hombre como un todo único. Mozart decía: «Algo en mí
crea». William Blake escribió: «Si las puertas de la percepción
quedaran limpias, cada cosa aparecería como es: infinita». Ken Wilber
proclama: «En la realidad no hay fronteras». Thérèse Brosse glosa:
«Si el hombre pierde su ego se convierte en todo».
Habíamos jugado al perfeccionismo y al mito de la «perfección».
Hoy estamos sarcásticamente de vuelta. Pero una nueva esperanza,
una nueva aventura se abre ante nosotros. En medio del ruido y del
azar, entrevemos la posibilidad de conciliar la libertad con la
incertidumbre, ascender en la escala de la complejidad, a la vez hacia
lo nuevo y hacia el origen. Tal es el nuevo sesgo de la aventura
humana: articular los antagonismos desde un nuevo lugar meta,
generar una nueva racionalidad, re-encantar el mundo, apuntar a lo
improbable. Son muchos quienes exploran en esta nueva dirección.
Son los miembros invisibles de la llamada Conspiración de Acuario.
Esa conspiración (etimológicamente, reunión de individuos que
respiran conjuntamente) es la que describe, desde diferentes
perspectivas, el ensayo de Marilyn Ferguson. Cambio personal,
cambio en el sistema de valores, renacimiento de un nuevo indivi-
dualismo en el marco de una nueva conciencia ecológica: la autora
invita a cada lector a que pase a engrosar el grupo de los cons-
piradores, personas que quieren más «cooperación» y menos
«competición», más sociedad civil y menos Estado. Se persigue, en
última instancia, explotar positivamente los acorralamientos de la
actual crisis de civilización.
Todo viene interrelacionado. Nuevas tecnologías están
provocando un paro laboral (por el momento irreversible) cuya conse-
cuencia habrá de ser la desaparición de la clase obrera y el incre-
mento del tiempo libre. Pero con tiempo libre sobrante y proletariado
en extinción, es claro que toda la sociología debe ser repensada. Por
lo pronto, desempleo y ocio están causando tantas o más patéticas
desventuras que las denunciadas por Carlos Marx en el libro primero
de El capital a propósito del prolongado trabajo en las fábricas.
Alcohólicos, drogadictos, consumistas cretinizados son algunas de las
consecuencias de un vacío de diseño cultural que afronte la nueva
realidad o la nueva falta de realidad, que diría Jean Baudrillard.
Se comprende, pues, la aparición de ejercicios como el que
propone Marilyn Ferguson, un nuevo lenguaje utópico (en el mejor
sentido de la palabra) que no se pone de espaldas ni a la ciencia ni a
la mística. La idea general es que nuestras actuales turbulencias
pueden generar un orden nuevo. Uno estima, efectivamente, que la
actual situación del mundo es una estructura disipativa cuyas
fluctuaciones pueden alcanzar un punto crítico que provoque el salto a
un nivel de organización más elevado. Por ejemplo, el desbarajuste
económico internacional tiene pocas salidas desde la vieja
racionalidad y desde la lógica militarista de los Estados soberanos. Un
nuevo Plan Marshall que afronte la inevitable suspensión de pagos del
Tercer Mundo sólo puede venir de una nueva conciencia planetaria y
de un nuevo empuje «conspiratorio» presidido por una nueva
sensibilidad ecológica. El envite es de calibre, la solución difícil e
improbable; pero tal es la aventura anti-entrópica en la que todos
andamos comprometidos. La llamada Conspiración de Acuario apunta
a una simultánea transformación del mundo y de la mente.
SALVADOR PÁNIKER
AGRADECIMIENTOS
Imposible dar cuenta aquí de la deuda que tengo contraída con
los cientos de personas que, de una forma u otra, han contribuido a
hacer posible este proyecto desde su inicio en 1976. Pero ellos lo
saben, y sabrán reconocer aquí y allá sus aportaciones. A ellos, y a
todos cuantos, a pesar de sus ocupaciones, se han tomado la molestia
de responder a la encuesta sobre la Conspiración de Acuario, les doy
desde aquí mis más expresivas gracias.
Debo especial agradecimiento a Anita Storey, amiga y
colaboradora desde tiempo atrás, por su apoyo infatigable, su
perspicacia y su humor..., y a Sandra Harper, por su ayuda
extraordinaria y su sentido de la ponderación en la tarea
investigadora..., y a mis hijos Eric, Kris y Lynn Ferguson, por la
comprensión que han mostrado conmigo, muy por encima de lo
correspondiente a su edad, durante un período que con frecuencia ha
resultado difícil para todos.
Muchos otros que me han ayudado aparecen citados en el libro,
en el contexto de su especialidad respectiva. Debo también gratitud, a
través de los diálogos, el feedback o los ánimos que me han
proporcionado, a Marthe Bowling, David Bresler, Harris Brotman,
Nancie Brown, Meg Bundick, Jo Capehart, Dorothy Fadiman, James
Fadiman, Elaine Flint, Jerry Harper, Marjorie King, Jytte Lokvig, Jack
McAllister, M. S. McDonald, Brendan O'Regan, Karen Rose, Bob
Samples, Judith Skutch, Robert A. Smith III, Dick Traynham y Brian
van der Horst.
Gracias también a Janice Gallagher y a Victoria Pasternack por
su dedicación y esfuerzo en el aspecto editorial; y a Mary Lou Brady,
adjunta al editor, por su amistad y sus contactos.
Por encima de todos, mi más profundo agradecimiento a Jeremy
Tarcher, cuyo sentido editorial creativo y cuya dedicación a este
proyecto, me han hecho sentirlo como la especie de editor que todos
los escritores sueñan, pero que nunca esperan encontrar.
PRÓLOGO
Durante varios meses de 1981, personas de muy distinta
condición hablaron de un nuevo libro sorprendente. La Conspiración
de Acuario (un título que me pareció oximorónico) estaba causando
verdadero furor entre los seguidores de la «nueva era». Pero lo que
me impulsó a leerlo fue el entusiasmo de personas vinculadas al
mundo empresarial.
Pocas veces un libro ha expresado y documentado lo que mu-
chos de nosotros hemos pensado en secreto. Recordaba el ensayo de
Ralph Waldo Emerson, «La confianza en uno mismo», en el que
afirma que el verdadero genio dice lo que está en tu corazón, porque
está en el corazón de todo el mundo. Tal es el genio de La
Conspiración de Acuario.
Después de leer el libro, me puse en contacto con Marilyn a
través de su oficina en los Angeles, y desde entonces somos amigos.
Cuando hice su presentación en una conferencia en Florida, dije que
mi libro, Megatrends, era un documento liviano sobre el cambio,
mientras que el libro de Marilyn era «el documento de peso»:
Megatrends se refería a los cambios en nuestra sociedad, mientras
que La Conspiración de Acuario trataba del cambio en nosotros
mismos, en nuestras almas.
En épocas de grandes cambios, la gente busca alguna clase de
estructura. Esa búsqueda de parámetros responde, en parte, del
actual resurgimiento religioso. Centenares de nuevas iglesias se han
establecido durante las dos últimas décadas, ayudadas en parte por
los medios de comunicación electrónicos, y muchas de esas iglesias
tienen unas creencias fundamentalistas muy estructuradas. Una
proliferación similar de nuevos grupos religiosos se produjo hace 150
años, cuando estábamos en medio de otro cambio básico, de una
base económica agrícola a otra industrial.
Sin embargo, existe una población en rápido crecimiento a la que
no atraen tales estructuras externas: son las personas «orientadas
hacia dentro», inclinadas a buscar en el interior de sus propios
recursos espirituales. De modo que estamos asistiendo a un
resurgimiento simultáneo de la espiritualidad personal. El
individualismo de la nueva espiritualidad está alimentado por la natu-
raleza individualista de una sociedad de información, así por la
tendencia que he denominado «respuesta de high-touch» [alta
percepción] en contraposición a la high-tech la alta tecnología de la
sociedad actual.
Ese es el espíritu en que habla La Conspiración de Acuario, libro
que se adelantó a su época, porque el fenómeno de la espiritualidad
ha ganado impulso, y las instituciones y preceptos del libro son más
ciertos hoy que cuando se publicó hace siete años.
Algunos han criticado a Marilyn Ferguson como demasiado
optimista. A este respecto, me he permitido contraponer el consejo de
Albert Camus, el cual decía que no existe más que una sola cuestión
filosófica: el suicidio. Y si uno decide no seguir ese rumbo, el
optimismo es la condición necesaria para avanzar en la vida. Los
pesimistas no son de ninguna ayuda. El optimismo de La Conspiración
de Acuario es una afirmación de las posibilidades de la vida.
Envidio a quienes van a leer La Conspiración de Acuario por
primera vez, porque es uno de los libros más extraordinarios de
nuestra época.
JOHN NAISBITT
Washington, D.C.
Junio, 1987
INIRODUCCIÓN
A comienzos de los años setenta, cuando me encontraba
preparando un libro sobre el cerebro y la conciencia, me sentí profun-
damente impresionada por descubrimientos científicos que atesti-
guaban la existencia de capacidades humanas mucho más allá de las
que consideramos «normales». En esa época, la ciencia no se
preocupaba fundamentalmente de las implicaciones sociales de este
tipo de investigación, y el público las ignoraba por completo. Se
trataba de investigaciones especializadas, diseminadas en diversos
campos, escritas en lenguaje técnico, y que se publicaban, dos o tres
años después de realizadas, en revistas que se encuentran raramente
fuera de bibliotecas especializadas.
Mientras que la ciencia, siguiendo su modo objetivo de proceder,
iba acumulando datos sorprendentes sobre la naturaleza del hombre y
de la realidad, yo me daba cuenta que cientos de miles de individuos
se estaban tropezando, por su parte, con experiencias subjetivas
sorprendentes. Por medio de exploraciones sistemáticas de la
experiencia consciente, valiéndose de métodos muy variados, han ido
descubriendo fenómenos mentales como el aprendizaje acelerado, la
conciencia acrecentada, el poder de la visualización interna para curar
y para resolver problemas, o la capacidad de recuperar recuerdos
olvidados... A consecuencia de lo intuido en tales exploraciones veían
modificarse sus valores y relaciones personales. De ahí en adelante
abrían sus antenas en busca de cualquier información que pudiera
ayudarles a encontrar un sentido a sus experiencias.
Tal vez por haber sido uno de los primeros intentos de síntesis en
este campo, mi libro The Brain Revolution: The Frontiers of Mind
Research me convirtió en una especie de oficina central, no oficial por
supuesto, a donde acudían, por un lado, investigadores que
adivinaban las implicaciones de sus descubrimientos, por otro,
individuos deseosos de contrastar sus impresiones, o bien periodistas
de todo género interesados en encontrar datos de base con que nutrir
el creciente interés por el estudio de la conciencia. A fin de satisfacer
esa aparente necesidad de conexión y comunicación, comencé a
publicar a fines de 1975 un boletín quincenal, el Brain/Mind Bulletin,
para dar cuenta de investigaciones, teorías e innovaciones relativas al
aprendizaje, a la salud, la psiquiatría, la psicología, estados de
conciencia, sueños, meditación, y otros temas relacionados.
El boletín resultó ser un auténtico pararrayos para una energía
que yo había subestimado en gran medida. Efectivamente, la
respuesta inmediata vino en forma de una avalancha de artículos, de
correspondencia y de llamadas, confirmando que un número de
personas que crecía rápidamente y sin parar estaba explorando este
nuevo territorio, en el campo más radical de la ciencia, de la
experiencia subjetiva. En mis viajes por todo el país, dando
conferencias o asistiendo a coloquios, encontraba pioneros seme-
jantes en todos lados. Y las nuevas perspectivas estaban comenzando
a ponerse en marcha. El activismo social de los años sesenta y la
«revolución de la conciencia» de los primeros años setenta parecían
converger en una síntesis histórica: el advenimiento de una
transformación social como consecuencia de la transformación
personal, cambio de dentro afuera.
En enero de 1976, publiqué un editorial con el título «El mo-
vimiento sin nombre». Reproduzco aquí parte de su contenido:
"Está ocurriendo algo que merece consideración; algo se está
moviendo a una velocidad vertiginosa, algo que no tiene nombre y
que escapa a todo intento de descripción.
A medida que el Brain/Mind Bulletin ha ido informando de
nuevas organizaciones, grupos cuyo interés converge en nuevos
enfoques de la salud, educación humanística, nuevas formas de
gestión política o administrativa, nos hemos ido sintiendo
sorprendidos por la cualidad indefinible del Zeitgeist1. El espíritu de
nuestra época está cargado de paradojas. Es al mismo tiempo
pragmático y trascendental. Aprecia a la vez el esclarecimiento y el
misterio..., el poder y la humildad..., la interdependencia y la
individualidad. Es simultáneamente político y apolítico. Entre sus
protagonistas y fautores se encuentran individuos que, sin dejar de
pertenecer impecablemente al establishment, se entienden con
radicales que en otro tiempo acaudillaban manifestaciones
portando pancartas.
En pocos años, ha contaminado a la medicina, la educación,
las ciencias sociales, las ciencias exactas, e incluso el gobierno y
todo lo que implica se han visto contaminados por «él». Se
caracteriza por operar a través de organizaciones fluidas, opuestas
a todo dogma, y que se resisten a crear estructuras jerárquicas. Se
guían por el principio de que el cambio solamente puede ser
facilitado, no decretado. Es parco en manifiestos. Parece dirigirse a
algo muy antiguo presente en todo y en todos. Y tal vez, al tratar de
integrar la magia y la ciencia, el arte y la tecnología, consiga
triunfar donde hasta ahora todos los empeños anteriores habían
fracasado."
Tal vez, escribía yo, le esté llegando ahora el momento a esa
fuerza indefinible, y sea ya lo suficientemente robusta para recibir un
nombre. Pero, ¿cómo caracterizar a esta marea de fondo?
La respuesta de muchos lectores al editorial y la petición que
muchas revistas me dirigieron, pidiéndome permiso para reproducirlo,
me confirmaron que había mucha gente que estaba viendo y sintiendo
esas mismas fuerzas.
Algunos meses más tarde, cuando estaba tratando de esbozar
un libro aún no titulado sobre las alternativas sociales que están
emergiendo, reflexionaba una vez más sobre la forma peculiar que
reviste este movimiento: su estilo directivo atípico, la paciencia e
intensidad de sus seguidores, sus éxitos improbables. De pronto, caí
en la cuenta de que por el hecho de estar compartiendo unas mismas
estrategias, por los lazos existentes entre ellos, y por su recíproco
reconocimiento por medio de signos sutiles, los participantes no se
estaban limitando a cooperar unos con otros. Estaban siendo
cómplices. Ese «algo», ese movimiento, ¡era una conspiración!
Al principio me resistía a usar este término. No quería convertir
en sensacionalismo lo que estaba ocurriendo. Además la palabra
conspiración tiene, por lo general, connotaciones negativas. Por
entonces tropecé con un libro de ejercicios para el espíritu, del
novelista griego Nikos Kazantzakis, en el que decía que deseaba
hacer una señal a sus camaradas, «como a conspiradores», a fin de
que se uniesen para salvar el mundo. Al día siguiente, el periódico Los
Angeles Times daba cuenta resumida de un discurso del primer
ministro canadiense, Pierre Trudeau, ante una comisión de las
Naciones Unidas reunida en Vancouver. Trudeau citaba un pasaje del
sacerdote y científico francés Pierre Teilhard de Chardin, en el que
éste urgía la necesidad de una «conspiración de amor».
Conspirar, en sentido literal, significa «respirar juntos». Es una
unión íntima. 2 Escogí la referencia a Acuario, a fin de dejar clara la
naturaleza benévola de esta unión. Aunque no estoy familiarizada con
los arcanos astrológicos, me sentía atraída por el poder simbólico de
esa idea difundida en toda nuestra cultura popular: el que tras una era
violenta y oscura, la de Piscis, entramos en un milenio de amor y de
luz, «la era de Acuario», época de la «verdadera liberación espiritual».
Esté o no escrita en los astros, lo cierto es que parece estarse
aproximando una era diferente; y Acuario, la figura del aguador en el
antiguo zodíaco, símbolo de la corriente que viene a apagar una
antigua sed, parece ser el símbolo adecuado.
Durante los tres años siguientes, período de búsqueda, reflexión
y revisión incesante de este libro, el título comenzó a divulgarse poco
a poco. Invariablemente provocaba reacciones de sorpresa y regocijo
en los propios conspiradores, que se reconocían a sí mismos como
tales y admitían su complicidad en procurar el cambio de las
instituciones sociales o nuevos modos de resolver los problemas o de
distribuir el poder. Algunos firmaban sus cartas como «co-
conspiradores», o ponían «A la atención de la Conspiración de
Acuario» en la correspondencia dirigida a mí. La etiqueta parece
apropiada al sentido de solidaridad e intriga anejo al movimiento:
A medida que sus redes se extendían, la conspiración se
revelaba más y más real al paso de cada semana. Por todas partes en
el país, y también fuera de él, parecían estarse organizando grupos de
forma espontánea. En sus proclamas exteriores y en sus
comunicaciones internas, todos expresaban la misma convicción:
«Estamos asistiendo a una gran transformación...», «en este período
de despertar cultural...» Los conspiradores me ponían en contacto con
otros conspiradores: políticos, ejecutivos de la empresa pública o
privada, celebridades, profesionales que intentaban cambiar de
profesión, y gente «corriente», que estaban realizando auténticos
milagros de transformación social. Estos, a su vez, me ponían en
contacto con otros y con sus redes.
Recibí ayuda en las formas más diversas: asesoramiento en
investigación, directrices, folletos de circulación interna de unos u
otros movimientos, libros y artículos, críticas y dictámenes de
especialistas a los diversos borradores del manuscrito, ánimo, y
colaboraciones de todo tipo, tratando de ayudarme a descubrir toda la
rica historia de la visión transformativa. Ninguno de cuantos me
ayudaron pidió a cambio reconocimiento alguno, sólo querían que
otros sintieran lo que ellos habían sentido, que atisbaran el potencial
que tenemos en común.
A fines de 1977, a fin de comprobar mi propia idea de la
conspiración y las opiniones de sus seguidores, envié unos
cuestionarios a doscientas diez personas implicadas en tareas de
transformación social en áreas muy diversas
3
. Respondieron ciento
ochenta y cinco personas representantes de campos y modos de vida
muy distintos. Aunque algunos son bien conocidos, y unos cuantos
incluso famosos, la mayoría es gente cuyos nombres son
fundamentalmente desconocidos fuera de sus círculos habituales.
Solamente tres solicitaron guardar el anonimato; realmente, ésta es
una «conspiración abierta».
A pesar de todo, he procurado no identificar a los participantes en
conexión con sus respuestas al cuestionario, aunque aparecen en el
texto los nombres de muchos de ellos que han expresado también
públicamente sus opiniones. No me parece conveniente asociar la
conspiración a determinadas personalidades. Individuos que han
estado trabajando en silencio en favor del cambio, podrían encontrar
duro seguir funcionando al descubierto, una vez identificados. Y lo que
es más importante, alguien podría empezar a establecer diferencias
artificiales entre quiénes son y quiénes no son conspiradores.
Focalizar la atención en los nombres sería hacer justamente lo que no
se debe hacer; cualquiera puede ser un conspirador.
Lo mismo que, al principio, cuando estaba componiendo los
primeros esbozos de este libro, dudaba si usar la palabra conspira-
ción, también la palabra transformación me daba miedo. Tenía una
connotación de cambios demasiado grandes, tal vez imposibles. Y sin
embargo, el uso de esta expresión se ha hecho muy común, y parece
que hoy estamos todos convencidos de que nuestra sociedad está
necesitada de una remodelación y no meramente de un arreglo. La
gente habla hoy libremente de la necesidad de transformar esta o
aquella institución o este o aquel procedimiento, y los individuos se
recatan menos de hablar de su propia transformación, ese proceso en
curso que ha cambiado el tenor de sus vidas.
Desde luego, atraer la atención hacia este movimiento, hasta
ahora anónimo, y que con tanta eficacia ha operado lejos de toda
publicidad, no deja de tener sus riesgos. Siempre existe la posibilidad
de que este vasto reajuste cultural sea asimilado, trivializado o
explotado por el sistema; efectivamente, eso ya ha ocurrido en alguna
medida. Y existe también el peligro de que las insignias y símbolos de
la transformación puedan ser tomados por algunos como si fueran el
mismo y difícil camino para llegar a ella.
Pero sean cuales sean los riesgos que comporte su
desvelamiento, esta conspiración, profundamente enraizada desde
antiguo en la historia humana, nos pertenece a todos. Este libro trata
de cartografiar sus dimensiones, tanto en favor de quienes, parti-
cipando de ella en espíritu, ignoran cuántos otros comparten su
sentido de lo posible, como en favor de aquellos que andan
desesperados pero estarían deseosos de comprobar alguna evidencia
favorable a la esperanza.
Como al fijar las coordenadas de una nueva estrella, el hecho de
poner nombres y de trazar un mapa de la conspiración lo único que
hace es hacer visible una luz que había estado ahí todo el tiempo,
pero que no acertábamos a ver porque no sabíamos bien a donde
mirar.
MARILYN FERGUSON
Los Angeles, California
Enero 1980
1. En alemán en el original: espíritu de la época. (N. del T.)
2. En su obra La energía humana, Teilhard de Chardin define así
la palabra “conspiración”: «En principio supone la aspiración común
ejercida por una esperanza. Puede decirse que una conspiración
reúne a individuos que respiran el mismo aire y aspiran a unos
mismos objetivos. (N. del T.)
3 El Apéndice A al que se hace referencia no apreció en esta
edición. (N. del C.)
I. LA CONSPIRACIÓN
Tras el no final viene un sí, y de ese sí
depende el futuro del mundo.
WALLACE STEVENS
Una vasta y poderosa red, que carece no obstante, de dirigentes,
está tratando de introducir un cambio radical en los Estados Unidos.
Sus miembros han roto con ciertos aspectos clave del pensamiento
occidental, y pueden incluso haber quebrado hasta la misma
continuidad con la historia.
Esta red es la Conspiración de Acuario. Se trata de una conspi-
ración desprovista de doctrina política, carente de manifiesto. Está
integrada por conspiradores que buscan el poder tan sólo para
disgregarlo, y que se valen de estrategias pragmáticas, incluso
científicas, pero con una perspectiva tan cercana a la mística, que
apenas se atreven a hablar de ello. Son activistas que plantean
cuestiones de muy diversa índole, que están desafiando al esta-
blishment desde su propio interior.
Más amplia que una reforma, más profunda que una revolución,
esta especie benigna de conspiración en pro de un nuevo programa
de actuación humana ha desencadenado el realineamiento cultural
más rápido de toda la historia. El vasto, estremecedor e irrevocable
movimiento que se nos está viniendo encima no es un nuevo sistema
político, religioso ni filosófico. Es una nueva mentalidad, el surgimiento
de una sorprendente visión del mundo, en cuyo marco hay cabida
tanto para la ciencia de vanguardia como para las concepciones del
más antiguo pensamiento conocido.
Los conspiradores de Acuario se alinean a lo largo y a lo ancho
de todos los niveles de renta y educación, desde los más humildes a
los más elevados. Hay maestros y oficinistas, científicos de renombre,
políticos y legisladores, artistas y millonarios, taxistas y primeras
figuras en el campo de la medicina, la educación, el derecho, la
psicología. Algunos se manifiestan abiertamente en su defensa, y sus
nombres pueden resultarnos familiares. Otros prefieren silenciar su
implicación, en la creencia de poder resultar más eficaces si no les
son atribuidas ideas que con frecuencia han sido mal comprendidas.
Hay legiones de conspiradores. Los hay en corporaciones, en
universidades y en hospitales, entre el profesorado escolar, en
fábricas y en consultorios médicos, en instituciones estatales y
federales, entre concejales de ayuntamientos y miembros de la Casa
Blanca, en las Cámaras legislativas, en organizaciones de voluntarios,
y en prácticamente todos los centros de toma de decisiones en el país.
Los conspiradores, cualesquiera que sean sus niveles sociales o
su grado de sofisticación, están ligados entre sí, emparentados por
sus descubrimientos y «terremotos» interiores. Uno puede sobrepasar
antiguos límites, superar inercias y miedos pasados, y alcanzar niveles
de plenitud que parecían imposibles..., descubrir raudales de
posibilidades, de libertad y de cercanía humana. Se puede ganar en
productividad y sentirse más cómodo y confiado en medio de la
inseguridad. Los problemas pueden sentirse como retos, como
ocasiones para renovarse, más que como fuentes de estrés. Actitudes
habituales de autodefensa o de preocupación pueden desmoronarse.
Todo puede ser de otra manera.
Cierto que, al principio, la mayoría ni siquiera se proponía
cambiar la sociedad. En ese sentido, se diría que es una especie de
conspiración muy poco apropiada. Pero empezaron a darse cuenta de
que ellos mismos se habían ido convirtiendo en revoluciones
«vivientes». Tras haber experimentado serios cambios personales, se
encontraron a sí mismos replanteándose todo, cuestionándose
antiguas evidencias, viendo con nuevos ojos su trabajo y sus
relaciones, la salud, el poder político y los «expertos» en la materia,
sus objetivos y valores en general.
En cada ciudad, en cada institución, se han ido fusionando en
pequeños grupos, formando lo que alguno ha llamado «inorgani-
zaciones nacionales». Algunos conspiradores tienen una aguda
conciencia del alcance nacional, e incluso internacional, del movi-
miento y tratan activamente de vincular a otros al mismo. Son al
mismo tiempo antenas y transmisores, escuchando y comunicando a
la vez. Actúan como amplificadores de las actividades de la
conspiración por medios muy diversos, como crear nuevas redes,
editar folletos, sistematizar e integrar los nuevos campos de
posibilidades en libros, conferencias, programas escolares, y hasta en
sesiones del Congreso y en los medios nacionales de difusión.
Otros han centrado su actividad en el campo de su propia
especialidad, formando grupos en el seno de organizaciones e
instituciones preexistentes, exponiendo las nuevas ideas a sus
colaboradores, para lo que con frecuencia necesitan recurrir, en busca
de apoyo, de confirmación o de respaldo informativo, a niveles más
amplios de la red. Y hay millones de otros, que nunca se han
considerado a sí mismos partícipes de una conspiración, pero que
sienten que sus propias luchas y experiencias forman parte de algo
más grande, de una transformación social más amplia, que resulta
cada vez más visible, si se sabe mirar en la dirección apropiada.
Normalmente desconocen la existencia de redes nacionales y de su
influencia en puestos elevados; pueden haber encontrado una o dos
personas de mentalidad pareja a la suya en su lugar de trabajo, entre
sus vecinos o en su círculo de amigos. No obstante, incluso en esos
pequeños grupos de dos, de tres, de ocho, de diez, están ejerciendo
un impacto.
Sería en vano buscarles afiliados en formas tradicionales, como
partidos políticos, grupos ideológicos, clubes, o fraternidades. Se
encuentran, por el contrario, en pequeños círculos y en redes flexibles.
Hay decenas de millares de puntos por donde se puede entrar a
formar parte de la conspiración. La gente, cualquiera que sea el lugar
donde comparten sus experiencias, acaban por conectar más tarde o
más temprano unos con otros, y eventualmente con círculos más
amplios. Su número crece cada día.
Por audaz y romántico que pueda parecer este movimiento,
veremos cómo ha evolucionado a partir de una secuencia de
acontecimientos históricos que difícilmente podrían haber conducido a
otro lado... En realidad es la expresión de profundos principios de la
naturaleza, que solamente ahora están siendo descritos y confirmados
por la ciencia. En su estimación de lo que es posible, procede de
forma rigurosamente racional.
«Estamos en un momento apasionante de la historia, tal vez en
un punto decisivo de giro», ha declarado Ilya Prigogine, que obtuvo el
premio Nobel en 1977 por la elaboración de una teoría que describe
las transformaciones, que tienen lugar no sólo en ciencias físicas, sino
también en la sociedad, y en donde se subraya el papel del estrés y
de las «perturbaciones» como desencadenantes de un nuevo orden a
un nivel superior. La ciencia, dice, está comprobando la realidad de
una «profunda visión cultural». Los poetas y filósofos tenían razón al
sugerir que el universo es abierto y creativo. Transformación,
innovación, evolución, son otras tantas respuestas naturales a
cualquier crisis.
Una cosa es cada vez más clara: las crisis de nuestro tiempo
representan el impulso necesario para la revolución en marcha. Y una
vez que comprendemos los poderes transformadores de la naturaleza,
comprendemos que éste es nuestro más poderoso aliado, y no una
fuerza que es preciso temer o mantener a raya. En nuestra misma
patología reside nuestra oportunidad.
En todo tiempo, decía el científico y filósofo Pierre Teilhard de
Chardin, el hombre se ha considerado a sí mismo en un punto
decisivo de la historia. «Y en cierta medida, en cuanto que siempre ha
estado avanzando y subiendo como en espiral, estaba en lo cierto.
Pero hay momentos en que esa sensación de transformación se
acentúa particularmente, resultando así más justificada.» Teilhard
profetizó el fenómeno central de este libro: una conspiración de
hombres y mujeres con una nueva perspectiva, capaz de
desencadenar un contagio crítico de la necesidad de cambio.
A lo largo de la historia, prácticamente todos los esfuerzos por
remodelar la sociedad han comenzado siempre por alterar su forma y
su organización exteriores. Se partía de considerar que una estructura
social racional podía ser fuente de armonía, a través de un sistema de
recompensas, castigos y manipulaciones del poder. Pero los
sucesivos intentos periódicos de alcanzar una sociedad justa por
medio de experimentos políticos parecen haber sido frustrados una y
otra vez por el espíritu humano de contradicción... ¿Y ahora qué?
La Conspiración de Acuario constituye el Ahora Qué. Hemos de
movernos hacia lo desconocido. Lo conocido no ha hecho hasta ahora
otra cosa que fallarnos por completo. Tomando una perspectiva más
amplia de la historia, y una evaluación más profunda de la naturaleza,
la Conspiración de Acuario es una forma distinta de revolución, con un
nuevo tipo de revolucionarios. Lo que busca es un cambio de
conciencia en un número crítico de individuos, lo suficiente para
precipitar la renovación de la sociedad entera. «No podemos esperar
hasta que el mundo cambie», ha dicho la filósofa Beatrice Bruteau, «ni
hasta que vengan nuevos tiempos que nos hagan cambiar a nosotros,
ni esperar que llegue la revolución y nos arrastre en su nueva carrera.
El futuro somos nosotros mismos. Nosotros somos la revolución.»
El cambio de paradigma
Las nuevas épocas históricas siempre nacen de nuevas
perspectivas. La humanidad ha pasado por muchas y dramáticas
revoluciones del conocimiento, grandes saltos, liberaciones repentinas
de límites antiguos. Hemos descubierto el fuego y la rueda, el lenguaje
y la escritura. Hemos aprendido que la tierra es plana solamente en
apariencia, que el sol solamente en apariencia gira en torno a la tierra,
que solamente en apariencia es sólida la materia. Hemos aprendido a
comunicarnos, a volar, a explorar.
Para describir adecuadamente cada uno de estos
descubrimientos, se dice que han traído consigo un «cambio de para-
digma», expresión introducida por Thomas Kuhn, filósofo e historiador,
en su libro La estructura de las revoluciones científicas, publicado en
1962, y que ha hecho época. Las ideas de Kuhn son enormemente
útiles, no sólo porque ayudan a comprender el proceso de emergencia
de una nueva perspectiva, sino también el cómo y el porqué estas
nuevas visiones se tropiezan invariablemente con una terca
resistencia a su aceptación durante un cierto tiempo.
Un paradigma es un marco de pensamiento (del griego para-
digma, «patrón»). Un paradigma es un esquema de referencia para
entender y explicar ciertos aspectos de la realidad. Aunque Kuhn se
refería al terreno científico, el término ha sido ampliamente adoptado.
La gente habla de paradigmas educacionales, paradigmas de
planificación urbana, cambio de paradigma en medicina, y así en otros
campos.
Un cambio de paradigma supone un modo nítidamente nuevo de
enfocar antiguos problemas. Por ejemplo, durante más de dos siglos
los pensadores de primera fila daban por sentado que el paradigma de
Isaac Newton, su descripción de las fuerzas mecánicas como algo
predecible, acabaría por explicarlo todo en términos de trayectorias,
fuerzas y gravedad, llegando a penetrar hasta los últimos secretos del
universo concebido como una inmensa «maquinaria de relojería».
Pero a medida que los científicos han seguido indagando en
busca de las últimas respuestas, permanentemente huidizas,
empezaban a aparecer aquí y allá ciertos datos que simplemente se
resistían a encajar en el esquema newtoniano. Esto sucede
típicamente en cualquier paradigma. Un buen día acaba por apilarse
un montón excesivo de cuestiones enigmáticas que se salen del
marco ordinario de explicación, forzándolo y poniéndolo
consiguientemente a prueba. De pronto surge una nueva y poderosa
evidencia que explica las contradicciones aparentes, introduciendo un
nuevo principio..., una nueva perspectiva. Al forzar la elaboración de
una teoría más comprehensiva, la crisis no resulta destructiva sino
instructiva.
La teoría especial de la Relatividad de Einstein constituyó el
nuevo paradigma que vino a suplantar a la física de Newton. Esta
teoría resolvía muchos cabos sueltos, enigmas y anomalías que no
encajaban en la antigua física. Y se trataba de una alternativa que
realmente conmocionaba: las viejas leyes de la mecánica resultaban
no ser universales, no servían al nivel de las galaxias ni al de los
electrones. Nuestra comprensión de la naturaleza hubo de trasladarse
desde un paradigma de relojería a un paradigma de indeterminación,
de lo absoluto a lo relativo.
Todo nuevo paradigma implica un principio que había estado ahí
desde siempre, pero que hasta entonces no habíamos reconocido.
Incluye también la antigua concepción como una verdad parcial, como
un aspecto de la realidad, del modo cómo las cosas funcionan, sin que
ello implique que no puedan también funcionar de otras maneras. En
virtud de su más amplia perspectiva, permite transformar los
conocimientos tradicionales y las rebeldes observaciones nuevas,
reconciliando sus contradicciones aparentes.
El nuevo marco es más útil que el antiguo. Permite predecir con
mayor precisión. Y abre puertas y ventanas a nuevos vientos
exploradores. Dado el mayor poder y el alcance superior de las
nuevas ideas, podríamos esperar que se impusiesen rápidamente,
pero eso casi nunca sucede. El problema es que no se puede abrazar
el nuevo paradigma sin soltar el antiguo. Esta transformación no
puede efectuarse poco a poco, con el corazón partido. «Debe ocurrir
de una vez, como el cambio de forma y fondo en la psicología de la
Gestalt», dice Kuhn. Uno no se puede «ir imaginando» el nuevo
paradigma, es algo que salta a la vista de repente.
Los nuevos paradigmas son casi siempre recibidos con frialdad,
incluso entre burlas y con hostilidad. Sus descubrimientos son
tachados de herejías. (Recordemos, como ejemplos históricos, a
Copérnico, Galileo, Pasteur, Mesmer, etc.) La nueva idea aparece a
primera vista como rara, confusa incluso, entre otras cosas porque el
descubridor puede haber efectuado un salto intuitivo, sin haber llegado
a reajustar el conjunto de los datos. La nueva perspectiva exige un
giro mental tan pronunciado que los científicos académicamente
establecidos raramente llegan a darlo. Como muestra Kuhn, quienes
han trabajado fructíferamente desde la óptica antigua, están habitual y
emocionalmente vinculados a ella. Por lo general, su fe inconmovible
les acompaña hasta la tumba. Incluso confrontados con una evidencia
apabullante, permanecen apegados cerrilmente a la opinión errónea,
por conocida.
Pero el nuevo paradigma va ganando ascendiente. La nueva
generación reconoce su fuerza. Cuando un número crítico de
pensadores llega a aceptar la nueva idea, se produce un cambio
colectivo de paradigma. Al haber un número suficiente de gente que
se ha acogido a la nueva perspectiva, o que ha crecido dentro de ella,
brota el consenso. Después de un cierto tiempo, este paradigma
empieza a su vez a experimentar contradicciones; se producen
nuevas grietas, con lo que el proceso vuelve a repetirse. Es así como
la ciencia va quebrando y ensanchando continuamente sus propias
fronteras.
El auténtico progreso en la comprensión de la naturaleza rara vez
tiene lugar de forma lineal. Todos los avances importantes son
intuiciones repentinas, principios nuevos, nuevos enfoques. Este
proceso en base de saltos adelante no resulta plenamente
reconocible, en parte porque los manuales que tratan de las revolucio-
nes, culturales o científicas, tienden a edulcorarlas. Describen los
pasos adelante como si hubiesen sido lógicos en su día, en absoluto
chocantes cuando acontecieron.
En efecto, mirando retrospectivamente, cómo en los años
siguientes al salto intuitivo se ha ido construyendo penosamente el
puente explicativo de enlace con la situación anterior, las grandes
ideas nuevas pueden aparecer como razonables, incluso como ine-
vitables. Las damos por sentadas, aunque lo cierto es que al principio
parecían insensatas.
Al haber dado nombre a un fenómeno difícilmente reconocible,
Kuhn nos ha hecho conscientes de los procesos de revolución y
resistencia. Ahora que hemos comenzado a comprender la dinámica
de las tomas de conciencia revolucionaria, podemos aprender a
fomentar saludablemente nuestro propio cambio y podemos cooperar
en hacer más fácil el cambio mental colectivo, sin tener que esperar
hasta que la fiebre haga crisis. Esto podemos hacerlo haciéndonos
preguntas de un modo distinto, es decir, poniendo en cuestión
nuestras viejas evidencias. Estas evidencias son como el aire que
respiramos, como la decoración de nuestra propia casa. Forman parte
de nuestra cultura. No podemos desconocerlas, y sin embargo deben
dejar paso a otras perspectivas más fundamentales, si hemos de
descubrir qué es lo que no funciona y su por qué. Al igual que los
koans que proponen a sus novicios los maestros Zen, la mayoría de
los problemas no pueden resolverse al nivel en que vienen
planteados. Es preciso enmarcarlos de nuevo, situarlos en un contexto
más amplio. Y todo presupuesto no garantizado, debe ser dejado a un
lado.
Con frecuencia tratamos de solucionar de modo irracional los
problemas dentro del antiguo contexto, con nuestras viejas herra-
mientas, en vez de percatarnos que la crisis que se está echando
encima es solamente un síntoma de nuestra propia y fundamental
testarudez. Por ejemplo, nos preguntamos cómo vamos a poder
garantizar una asistencia sanitaria suficiente a nivel nacional, teniendo
en cuenta el coste creciente de todo tipo de tratamiento médico. La
pregunta nos lleva automáticamente a identificar la salud con los
hospitales, los médicos, las recetas, la tecnología. En vez de ello,
deberíamos por el contrario comenzar por preguntarnos por qué la
gente se pone enferma o en qué consiste la salud. Otro ejemplo:
discutimos sobre cuáles son los mejores métodos para la enseñanza
de los programas escolares en los colegios, pero rara vez nos
planteamos si esos programas son o no los adecuados. Y aún más
raramente nos preguntamos sobre la naturaleza del aprendizaje.
Las crisis que padecemos son otras tantas formas de evidenciar
la traición a la naturaleza, perpetrada por nuestras instituciones.
Hemos identificado la buena vida con el consumo material, hemos
deshumanizado el trabajo y lo hemos hecho innecesariamente
competitivo, nos sentimos inseguros acerca de nuestra capacidad de
aprender y de enseñar. Nuestra medicina, salvajemente costosa,
apenas ha conseguido ganar algún terreno frente a las enfermedades
crónicas o derivadas de accidentes, y se ha ido haciendo a la vez
crecientemente impersonal y vejatoria. Los gobiernos se vuelven cada
vez más complejos e irresponsables desde su lejanía, y los sistemas
de seguridad social se encuentran una y otra vez al borde de la
quiebra.
La posibilidad de salvación en este tiempo de crisis no hemos de
buscarla en un golpe de suerte, ni en una posible coincidencia, ni en
una ponderada reflexión. Armados, como estamos ahora, de una
comprensión más adecuada de los procesos de cambio, sabemos hoy
que las mismas fuerzas que nos han llevado al borde del abismo a
nivel planetario, portan en su interior las semillas de la renovación. El
actual desequilibrio, personal y social, prefigura una nueva especie de
sociedad. Los roles, las relaciones, las instituciones, las viejas ideas...
todo está siendo hoy reexaminado, reformulado, y diseñado de nuevo.
Por primera vez en la historia, la humanidad tiene acceso al panel de
control del cambio, a la comprensión de cómo se produce la
transformación. Desde ahora estamos viviendo en la era del cambio
del cambio, una época en que de forma intencionada podemos
ponernos a trabajar codo a codo con la naturaleza para acelerar el
proceso de nuestra propia remodelación y la de nuestras instituciones
desfasadas.
El paradigma de la Conspiración de Acuario concibe a la
humanidad enraizada en la naturaleza. Promueve la autonomía
individual en el seno de una sociedad descentralizada. Nos considera
administradores de todos nuestros recursos, internos y externos. No
nos ve como víctimas ni como peones, no nos considera limitados por
condiciones ni acondicionamientos, sino herederos de las riquezas de
la evolución, capaces de imaginación, de inventiva, y sujetos de
experiencias que apenas si hemos llegado a entrever todavía. La
naturaleza humana no es ni buena ni mala, sino abierta a un proceso
continuo de transformación y transcendencia. Lo único que necesita
es descubrirse a sí misma. La nueva perspectiva respeta la ecología
de cada cosa: nacimiento, muerte, aprendizaje, salud, familia, trabajo,
ciencia, espiritualidad, arte, comunidad, relaciones, política.
Los Conspiradores de Acuario se sienten atraídos entre sí por
sus descubrimientos paralelos, por cambios de paradigma que los han
convencido de que estaban llevando unas vidas innecesariamente
circunscriptas y limitadas.
Cambios de paradigma personales: detectar la imagen escondida
El cambio de paradigma, tal como lo experimenta el individuo,
puede compararse al descubrimiento de la «imagen escondida» que
suele aparecer en las revistas infantiles. Uno mira un dibujo que
parece ser un árbol y un estanque. Te dicen entonces que lo mires
más de cerca, que busques en él algo que no tendrías razón para
esperar que se encontrase allí. De repente, vemos aparecer ciertos
objetos camuflados en la escena: las ramas se convierten en un pez o
en un rastrillo, las líneas en torno al estanque resulta que escondían
un cepillo de dientes. Nadie puede hacernos ver las imágenes ocultas
a fuerza de palabras. No se trata de persuadirnos de que los objetos
están allí: una de dos, o los vemos o no los vemos. Pero, una vez que
los hemos visto, están allí para siempre cada vez que miremos el
dibujo. Y nos preguntamos cómo es que no los vimos antes.
Mientras crecíamos, todos hemos experimentado cambios me-
nores de paradigma: la súbita comprensión de un principio geométrico,
por ejemplo, o de un juego, o un ensanchamiento repentino de
nuestras convicciones políticas o religiosas. Cada una de estas
intuiciones ampliaba nuestro contexto, traía consigo un modo fresco y
nuevo de percibir las conexiones entre las cosas.
La irrupción de un nuevo paradigma hace que nos sintamos
humildes y a la vez tonificados; no es tanto que estuviésemos
equivocados, cuanto que estábamos siendo parciales, algo así como
si hubiésemos estado mirando con un solo ojo. No nos aporta más
conocimientos, sino un modo nuevo de saber.
Edward Carpenter, sociólogo y poeta de fines del siglo dieci-
nueve, notable por sus cualidades visionarias, describía así este
movimiento de cambio:
“Si se para el pensamiento (y se persevera en ello), al final se
llega a una región de conciencia situada por debajo o por detrás
del pensamiento y se hace uno consciente de un yo mucho más
vasto que aquel al que estábamos habituados. Y, puesto que la
conciencia ordinaria, con la que funcionamos en la vida cotidiana,
se funda ante todo y sobre todo en ese pequeño yo local..., se
sigue que pasar más allá de él equivale a morir al yo ordinario y al
mundo de todos los días.
Equivale a morir en el sentido ordinario de la palabra, pero en
otro sentido significa despertar y encontrarse con que el “Yo”, el sí
mismo más íntimo y real, se compenetra con el universo y todos
los demás seres.
Esta experiencia es tan maravillosa, que puede decirse que, a
su luz, desaparecen todas las dudas y los pequeños problemas; y
es cierto que en miles y miles de casos, el hecho de haberlo
experimentado una sola vez un individuo ha revolucionado para
siempre su vida y su concepción del mundo”.
Carpenter ha captado la esencia de la experiencia
transformadora: ensanchamiento, conexión, el poder de transformar
permanentemente una vida. Y, como él dijo, esa «región de
conciencia» se abre a nosotros cuando estamos en una actitud de
callada vigilancia, más que cuando nos afanamos en reflexionar y
planificar.
A lo largo de la historia, mucha gente ha tenido este tipo de
experiencias, tanto accidentalmente como de forma deliberada.
Pueden ocurrir profundos cambios interiores en respuesta a una
contemplación disciplinada, o con ocasión de una grave enfermedad,
de una travesía por la selva, de una emoción paroxística, o a
consecuencia de un esfuerzo creativo, de ejercicios espirituales, o de
respiración controlada o de técnicas para «inhibir el pensamiento», o
técnicas psicodélicas, de movimiento, de aislamiento, música,
hipnosis, meditación, o ensoñamiento, o al salir de una intensa lucha
intelectual.
A lo largo de los siglos, en diversas partes del mundo, unos
pocos iniciados en cada generación han compartido entre sí técnicas
diversas, capaces de inducir experiencias semejantes. Fraternidades,
órdenes religiosas y pequeños grupos diseminados han explorado lo
que parecían constituir dominios extraordinarios de la experiencia
consciente. En sus doctrinas esotéricas, hablaban a veces de las
cualidades liberadoras de sus experiencias iluminativas. Pero eran
demasiado pocos, carecían de medios para propagar ampliamente
sus descubrimientos, y la mayor parte de los habitantes de la tierra
estaban lo suficientemente preocupados por sobrevivir, como para
ocuparse de la transcendencia.
Y, de pronto, en esta década, todos estos sistemas y toda esta
literatura de engañosa simplicidad, toda la riqueza de muchas
antiguas culturas, se han hecho accesibles al conjunto de la población,
bien en su forma original, bien adaptados a la sensibilidad
contemporánea. Las estanterías de los grandes almacenes y los
puestos de periódicos de los aeropuertos ofrecen la sabiduría de las
eras pasadas encuadernada en libros de bolsillo. También a través de
clases de extensión universitaria, o en seminarios de fin de semana,
en cursos de educación de adultos o en centros comerciales, se
ofrecen técnicas que ayudan a la gente a conectar con nuevas fuentes
de energía, integración y armonía personales.
Estos sistemas pretenden armonizar cuerpo y mente, ampliar la
sensibilidad del sistema nervioso, conseguir que los participantes se
hagan conscientes del vasto potencial inexplotado que en ellos reside.
Es como dotar a su mente de sonar, radar y poderosas lentes de
aumento, mientras trabajan.
La extensa implantación de este tipo de técnicas, y la generaliza-
ción de su uso en la sociedad, fueron predichas por P. W. Martin en
los años cincuenta, cuando estaba en sus comienzos la investigación
sobre la «conciencia»: «Por primera vez en la historia, el espíritu
científico de indagación se está volcando sobre el otro lado de la
conciencia. Hay buenas esperanzas de que esta vez puedan mante-
nerse los descubrimientos, de modo que puedan convertirse, no ya en
el secreto perdido, sino en patrimonio vivo de todos los hombres».
Como veremos en el capítulo II, la idea de una rápida transfor-
mación de la especie humana a partir de un determinado movimiento
de vanguardia, es algo que ha sido expuesto por muchos de los más
dotados pensadores, artistas y visionarios de la historia.
Todos los sistemas de expansión y profundización de la
conciencia emplean estrategias similares y conducen a descubrimien-
tos personales extrañamente semejantes. Y ahora, por vez primera,
sabemos que estas experiencias subjetivas tienen también sus
correlatos objetivos. La investigación en laboratorio, como veremos,
ha venido a demostrar que estos métodos contribuyen a una mayor
integración de la actividad cerebral, haciéndola menos aleatoria y
provocando en ella un grado mayor de organización. En sentido literal,
los cerebros experimentan una transformación acelerada. Las técnicas
transformativas nos abren el acceso a la creatividad, a la salud, a la
libertad de elección. El don de la intuición, la capacidad de imaginar
nuevas conexiones entre las cosas, privilegio en otros tiempos de
unos pocos afortunados, puede en adelante ser adquirido por
cualquiera que dé pruebas de una sólida voluntad de experimentación
y exploración. En la vida de la mayoría de los humanos la intuición ha
sido algo accidental. Nos ponemos a la espera de su llegada, un poco
como los primitivos aguardaban el rayo con que poder encender
fuego. Pero nuestro instrumento más crucial de aprendizaje es la
facultad de establecer conexiones mentales. Esa es la esencia de la
inteligencia humana: establecer lazos entre las cosas, ir más allá de lo
dado, descubrir patrones, relaciones, establecer contextos.
La consecuencia natural de estas sutiles ciencias de la mente es
la intuición. El proceso intuitivo puede acelerarse tanto, que podemos
sentirnos aturdidos e incluso asustados ante las posibilidades que se
despliegan de pronto ante nosotros. Cada una de ellas nos permite
comprender mejor y predecir con mayor precisión que alternativas van
a ser favorables para nuestras vidas.
No hay por qué asombrarse que estos cambios de conciencia se
experimenten como despertar, como liberación, como unificación,
como transformación, en una palabra. Vistos los frutos, se comprende
que millones de personas se hayan apuntado a practicar estas
técnicas escasamente en unos pocos años. Todos ellos descubren
que no necesitan esperar a que cambie el mundo de ahí fuera. A
medida que se transforma su mente, se transforman también sus
vidas y su propio entorno. Se dan cuenta que tienen en sí mismos un
centro sano, una fuente de salud, que su interior alberga los recursos
necesarios para luchar contra el estrés y contra la rutina, y que en
todas partes pueden encontrar amigos.
A menudo les resulta difícil dar cuenta a otros de lo que les ha
ocurrido. No aciertan a exponerlo ordenadamente, y pueden llegar a
sentirse un tanto insensatos o pretenciosos al hablar de sus propias
experiencias. Algunos lo describen como un despertar después de
años de haber estado dormido, otros como una reunificación de partes
fragmentarias de su propio ser, otros, en fin, aseguran sentirse
curados o tener la sensación de haber llegado a casa.
Para muchos, la reacción de amigos y parientes puede resultar-
les dolorosamente paternalista, no muy distinta de la actitud de unos
padres que previniesen a su hijo adolescente frente a los riesgos de
ser demasiado ingenuo e idealista. Realmente resulta difícil explicarse
a sí mismo.
Confianza, miedo y transformación
Tras haber encontrado una fuente de fuerza y de salud en su
interior, quienes han aprendido a confiar en sí mismos, sienten que
pueden más fácilmente confiar en los demás. Los cínicos, que no
creen en la posibilidad de cambio, suelen ser también cínicos consigo
mismos y con respecto a sus propias posibilidades de cambiar y
mejorar. Como veremos, toda transformación necesita un mínimo de
confianza.
Puede asaltarnos el miedo a perder el control. O bien la
sospecha de que vamos a tropezarnos en nuestro interior con las
oscuras fuerzas inconscientes que describen Freud y las doctrinas
religiosas. Puede que nos preocupe la amenaza de ir a parar
demasiado lejos de nuestros familiares y amigos, y al final, encon-
trarnos solos.
Y también sentimos un miedo apreciable frente a la posibilidad de
que se cumplan nuestras esperanzas. Consideramos tal cosa un poco
como un truco de prestidigitación, y damos vueltas en torno suyo una
y otra vez, metiendo la mano en sus bolsillos, o tratando de ver dónde
hay dobles fondos o espejos escondidos. Cuanto más sutiles somos,
tanto más suspicaces nos volvemos. Después de todo, a estas alturas,
ya sea en el juego o en la propaganda política, en la lucha por «una
buena causa» o en el caprichoso peloteo de la publicidad, todos
hemos saboreado la decepción, propia o ajena, en formas muy
distintas. Muchas veces ya antes de ahora, nos hemos sentido
decepcionados, nos han timado con promesas que parecían, y eran,
demasiado buenas para ser verdad. Y es indudable, además, que el
oro escondido de la transformación ha atraído e inspirado a toda
una generación de farsantes.
El nuevo muestrario de posibilidades se nos antoja demasiado
rico y variado; sus promesas, demasiado ilimitadas. Convertimos
entonces nuestros temores y preocupaciones en barreras de auto-
protección; con el tiempo, hemos aprendido a identificarnos con
nuestros propios límites. Y ahora, recelosos ante la promesa de un
oasis, defendemos las virtudes del desierto.
«La verdad es, dice Russell Baker, columnista del New York
Times, que casi nunca me siento bien ni quiero sentirme bien
tampoco. Más aún, no llego a comprender por qué alguien querría
sentirse bien.» Es perfectamente normal no sentirse bien, dice. En
nuestro repertorio de prejuicios culturales, figura la convicción de que
la infelicidad es señal de sensibilidad e inteligencia. «Aprendemos a
saborear las cicatrices del remordimiento, dice Theodor Roszak, basta
que finalmente acabamos basando en ellas toda nuestra identidad.
Esto es lo que a muchos de nosotros nos parece más "serio" en
definitiva, lo realmente sólido como una roca: esa adusta resignación,
esa candidez teñida de ictericia... Acabamos por creer que nuestra
más íntima realidad es el pecado... La desconfianza de sí mismo
vuelve a la gente vulnerable y obediente con más eficacia que una
fuerza policial.» Quienes se inquietan pensando que las nuevas ideas
van a sacudir la cultura hasta sus raíces tienen razón, dice. Nuestra
conformidad hasta ahora se debía en parte al miedo a nosotros
mismos, a la duda sobre la rectitud de nuestras propias decisiones.
El proceso de transformación, aunque al principio se sienta como
algo extraño, pronto se revela como irrevocablemente acertado. Sean
cuales sean las impresiones negativas iniciales, la entrega personal no
se cuestiona una vez que hemos palpado algo que creíamos haber
perdido para siempre: el camino de vuelta a casa. Y una vez que el
viaje ha comenzado en serio, nada puede disuadirnos de él. Ningún
movimiento político, ninguna organización religiosa podrían pedir
mayor lealtad. Es un compromiso con la vida misma, una segunda
ocasión de encontrarle un sentido.
Comunicación y enlaces
Para que todos estos descubrimientos transformativos puedan
convertirse en patrimonio común de todos nosotros por primera vez en
la historia, es preciso darlos a conocer de la forma más amplia posible.
Es preciso hacer de ellos un nuevo consenso, algo que «todo el
mundo conoce».
A comienzos del siglo diecinueve, Alexis de Tocqueville
observaba que los comportamientos culturales y las creencias no
verbalizadas cambian normalmente mucho antes de que las gentes
admitan entre sí que los tiempos han cambiado. Durante años, e
incluso generaciones, se siguen proclamando de palabra, ideas que
en privado se habían abandonado tiempo atrás. Como nadie conspira
contra esos viejos marcos de creencias, dice Tocqueville, éstas siguen
ejerciendo su influjo y debilitan el ánimo innovador. Incluso mucho
tiempo después de haber perdido su valor un paradigma, éste sigue
reclamando una especie de hipócrita fidelidad. Pero si tenemos el
valor de comunicar a otros nuestras dudas y nuestro abandono del
mismo, si nos atrevemos a exponer lo incompleto, la endeble
estructura y los fallos del viejo paradigma, podemos llegar a
desmantelarlo. No necesitamos esperar a que se desmorone sobre
nosotros.
La Conspiración de Acuario está utilizando la influencia de sus
avanzadillas dispersas aquí y allá, para subrayar lo peligroso de los
mitos y la mística implicados en el antiguo paradigma, y para atacar
ideas y prácticas que han quedado obsoletas. Los conspiradores nos
empujan a recuperar el poder al que hace tiempo renunciamos en
manos de la costumbre y de la autoridad, y a descubrir, bajo la
barahúnda de nuestros acondicionamientos, un núcleo de integridad
que trasciende todos los códigos y convenciones.
Estamos ahora beneficiándonos del fenómeno predicho por
Marshall McLuhan en 1964: la implosión de la información. Todo el
planeta es hoy, efectivamente, un pueblo total. Nadie podía prever la
rapidez con que los individuos iban a poderse beneficiar de la
tecnología, e iban a poder comunicarse y ponerse de acuerdo. El
conformismo que apenaba a Tocqueville está dando paso a una
creciente autenticidad, que reviste caracteres epidémicos sin
precedente en la historia. Hoy día, podemos de hecho ponernos en
contacto unos con otros, decirnos mutuamente qué cosas hemos
abandonado y en qué otras creemos ahora. Podemos conspirar contra
las viejas y mortíferas concepciones. Podemos vivir en contra de ellas.
El mundo está rodeado por un cinturón global de comunicaciones que
no deja escapatoria. Todo el planeta vive hoy en base a enlaces
instantáneos, todo el mundo se apoya mutuamente en base a redes
de comunicación y cooperación.
Gente de mentalidad semejante puede hoy unir sus fuerzas con
la rapidez con que podemos fotocopiar una carta, fotografiar una
mosca, hacer una llamada por teléfono, diseñar un parachoques,
atravesar conduciendo una ciudad, formar una coalición, pintar un
póster, volar para tomar parte en un mitin..., o vivir sin más
abiertamente de acuerdo con el cambio operado en su corazón. «Por
primera vez quizás en la historia del mundo, decía el psicólogo Carl
Rogers en 1978, la gente se está comportando de una forma abierta, y
expresan sus sentimientos sin miedo a ser juzgados. El tipo de
comunicación es cualitativamente distinto al de nuestro pasado
histórico, es más rico, más complejo.»
Los Conspiradores de Acuario, actuando como catalizadores de
la humanidad, aprovechan para exponer sus ideas en clase, en la
televisión, en libros, en el cine, a través del arte, de la canción, de
revistas especializadas, en ciclos de conferencias, en la pausa del
café en el trabajo, en documentos oficiales, en reuniones, y en nuevas
reglamentaciones y disposiciones de organización. Quienes no se
atrevían al principio a enfrentarse a la opinión predominante, se
sienten ahora con ánimo para ello.
Las nuevas ideas transformadoras aparecen también en forma
de manuales de salud, ocio, deporte, consejos dietéticos, gestión de
negocios, auto-afirmación, estrés, relaciones y mejoramiento personal.
Al revés que los antiguos manuales del tipo de «cómo hacer esto o lo
otro», no se pone el acento en el comportamiento, sino en la actitud.
Los ejercicios y experimentos que en ellos se recomiendan están
diseñados para proporcionar, de un modo u otro, una experiencia
directa de la nueva perspectiva. Porque sólo lo que sentimos
profundamente tiene el poder de cambiarnos. Los argumentos
racionales, por sí solos, no pueden penetrar las capas de miedo y
acondicionamiento que bloquean y entumecen nuestros sistemas de
creencias. La Conspiración de Acuario crea oportunidades para que la
gente experimente cambios de conciencia siempre que sea posible.
Es preciso que la comunicación no sólo sea amplia, sino también
profunda.
El consenso se puede comunicar de muchos modos, incluso a
veces con el silencio, como señalaba Roszak ante una gran audiencia
en el Symposium mundial de la Humanidad celebrado en Vancouver
en 1976:
"Se está redactando en nuestro tiempo un manifiesto secreto.
Su lenguaje es una petición que podemos leer en los ojos de los
demás. Es el deseo de conocer nuestra auténtica vocación en el
mundo, de encontrar el modo de ser y de hacer propio de cada
uno... Estoy hablando del Manifiesto de la Persona, la declaración
de nuestro derecho soberano al auto-descubrimiento. No puedo
decir si son millones los que han comparecido efectivamente en
respuesta a su convocatoria, pero sí sé que su influjo se nota de
forma significativa en torno nuestro, como una especie de corriente
subterránea en nuestra historia, que despierta en todos aquellos a
quienes toca una sensación embriagadora sobre la profundidad de
las raíces del propio ser y las extrañas fuentes de energía con que
está conectado..."
Descendiendo hasta la misma raíz de los miedos y las dudas,
podemos cambiar radicalmente. Algunos están comenzando a
ocuparse, de palabra y de obra, de problemas sociales, a un nivel
jamás alcanzado por medio de influencias exteriores como persuasión,
propaganda, patriotismo, adscripción religiosa, amenazas o
predicación de la fraternidad. Como siempre han dicho los místicos, un
mundo nuevo es ante todo un espíritu nuevo.
De la desesperación a la esperanza
Muchos críticos sociales contemporáneos hablan con demasiada
frecuencia de su propia desesperanza, o adoptan una especie de
cinismo a la moda, a fin de enmascarar su propia sensación de
impotencia. «El optimismo es de mal gusto», decía hace poco el
filósofo Robert Solomon en la revista Newsweek. «Lo que aparece
como preocupación se revela por debajo como indulgencia de sí
mismo, como una amarga auto-justificación, que declara "depravada"
a la sociedad a fin de poderse presentar como víctima "cogida" entre
sus redes. Se culpa al mundo de la propia infelicidad, o de los propios
errores políticos.»
Si hemos de abrirnos paso a través de aguas turbulentas, más
nos vale hacernos acompañar de quienes ya antes han construido
puentes en otras ocasiones y han conseguido pasar más allá de la
inercia y la desesperación. Los Conspiradores de Acuario no son
capaces de tener esperanza por saber menos que los cínicos, sino por
saber más, enriquecidos como están por su propia experiencia
personal, por su conocimiento de la ciencia de vanguardia, o por
noticias obtenidas confidencialmente de experiencias sociales que han
tenido éxito en diversas partes del mundo. Han observado su propio
cambio, el de sus amigos, el de su trabajo. Son pacientes y
pragmáticos, saben ir atesorando esas pequeñas victorias cuya
acumulación debe conducir al gran despertar cultural; saben que la
oportunidad se presenta disfrazada de muchas formas, que el
sufrimiento y la disolución son etapas necesarias en el proceso de
renovación, y que los «fallos» pueden resultar enormemente ins-
tructivos. Conscientes de que cualquier cambio profundo, en una
persona o en una institución, solamente puede operarse desde su
propio interior, no son nunca violentos al contrastar sus opiniones.
Día tras día actúan y trabajan, afrontan las malas noticias y
continúan trabajando. Han apostado por la vida, sin importarles el
costo. Y, lo que es más, son conscientes de la fuerza que tienen en
conjunto.
La cultura emergente
La sociedad occidental se encuentra en un punto decisivo de
giro. Muchos pensadores de primera línea han experimentado el
cambio de paradigma acerca del modo cómo suceden los cambios de
paradigma, han protagonizado la revolución de comprender cómo
comienzan las revoluciones: en un fermentar de preguntas, en el
pacífico reconocimiento de que lo viejo ya no sirve.
Como serio estudioso de las condiciones necesarias para una
revolución, Tocqueville trató de prevenir a fines de los años 1840 a las
fuerzas gubernamentales francesas sobre la posibilidad de una
subversión. Estaba convencido que el Gobierno y la Justicia habían
ofendido al pueblo hasta tal punto, que las pasiones democráticas
habrían de derrocar pronto al gobierno. El 27 de enero de 1848,
Tocqueville, diputado a la sazón, tomó la palabra en la Cámara de
Diputados: «Me dicen que no hay peligro porque no hay disturbios»,
dijo. «Dicen que como no se observa perturbación alguna en la
superficie de la sociedad, tampoco existen revoluciones debajo de
ella. Permítanme decirles, Señores, que se equivocan. Los disturbios
aún no se han adueñado de las calles, pero han tomado ya posesión
de la mente de las gentes». A las cuatro semanas el pueblo se
rebelaba, el rey huía y se proclamaba la Segunda República.
Toda transformación cultural se anuncia por pequeños estallidos
aquí y allá, a los que sirven de detonantes pequeños incidentes, al
calor de las nuevas ideas que han podido estarse como larvas durante
décadas. De hecho se han ido acumulando papel y astillas en muchos
lugares y momentos diferentes, listos para arder en el fuego de la
verdadera conflagración, la que ha de consumir antiguas
demarcaciones y dejar alterado el paisaje para siempre. En La
Democracia en América, Tocqueville escribía que el marchamo de
toda revolución inminente es un período crítico de agitación, en el que
unos cuantos reformadores clave pueden comunicar entre si lo
suficiente como para estimularse unos a otros a que «las nuevas ideas
cambien repentinamente la faz del mundo».
Como veremos, toda revolución se aprecia primeramente
observando las tendencias: conductas y trayectorias inusuales, que
son fácilmente mal comprendidas, al tratar de buscarles explicación
dentro del contexto del viejo paradigma, con lo cual se las toma por
algo que no son. Y para confundir aún más las cosas, estos nuevos
comportamientos pueden ser imitados y exagerados por quienes no
comprenden que su base proviene de un cambio interior. Todas las
revoluciones se convierten en foco de atracción de mercenarios,
sensacionalistas e inestables, que se mezclan con los auténticamente
comprometidos.
Al principio, toda revolución que está tratando de ponerse en
marcha, como en el caso de una revolución científica, suele ser
rechazada por insensata o por sus escasas probabilidades de éxito.
Cuando claramente comienza a hacer progresos, provoca sensa-
ciones de alarma y de amenaza. Una vez que el poder ha cambiado
de mano, al mirar retrospectivamente, se tiene la impresión que todo
estaba dispuesto de antemano.
Al desconocer el proceso de cambio histórico de los valores y los
marcos de referencia, al no ser conscientes del carácter continuo, y
sin embargo radical, de todo cambio, tendemos a ir de acá para allá, a
la deriva de unas u otras revoluciones culturales, sin saber una
palabra de sus posibles causas u objetivos. No hemos sido
entrenados para saber estar a la expectativa, para presentir los
primeros temblores de la erupción cultural que se aproxima, para
apreciar señales sutiles de oscurecimiento o de aclaración del
horizonte. Todas las revoluciones, sociales, científicas o políticas,
cogen siempre por sorpresa a sus contemporáneos, si exceptuamos a
los «visionarios», quienes parecen poder detectar el cambio que se
avecinda, a partir de informaciones esquemáticas obtenidas desde el
principio. La lógica por si sola no vale demasiado como profeta, según
veremos. Para captar de forma completa la imagen de la situación, es
necesaria la intuición.
Las revoluciones, por definición, nunca son lineales, no avanzan
paso a paso de tal modo que el hecho A conduce al hecho B, y así
sucesivamente. Son muchas las causas mutua y simultáneamente
implicadas entre sí. Las revoluciones aparecen en escena de repente,
como una determinada combinación en un caleidoscopio. No es tanto
un proceso, cuanto una cristalización. «Al ciego todo se le presenta de
golpe», dice un viejo adagio. La revolución que se describe en La
Conspiración de Acuario no pertenece al futuro remoto. Pertenece
más bien al futuro inmediato, y en muy buena medida forma parte ya
de la dinámica de nuestro presente. Para quienes pueden verla, la
nueva sociedad que se está gestando en el seno de la antigua no
constituye una contracultura, ni tampoco una reacción, sino una
cultura emergente, el surgimiento por fusión de un nuevo orden social.
Un grupo inglés la ha caracterizado como una colección de «culturas
paralelas»:
"Somos gente que está de acuerdo en la necesidad de
sobrepasar la alienación y mutua hostilidad existentes en la
sociedad, siguiendo la estrategia de construir culturas basadas en
nuevos valores, que coexistan con las antiguas y lleguen tal vez a
reemplazarlas.
Creemos que la confrontación organizada, las llamadas de
atención al sistema o las reformas paulatinas sólo sirven para
preservar la alienación básica de la sociedad... Por eso, la mayor
parte de nuestras energías están dirigidas positivamente a la
estrategia de construir nuevas culturas.
Consideramos que las luchas por el poder entre Izquierda-
Centro-Derecha se mueven enteramente en una única y misma
dirección dentro de los moldes del antiguo, alienante estilo de vida.
Lejos de ser radicales, los extremos forman parte de la antigua
cultura lo mismo que el statu quo al que se oponen. La Tercera Vía
no es un grupo, ni una estrategia, es sólo un contexto..., aunque,
eso sí, no nos equivoquemos, es un contexto radical. La lucha en
favor de los valores sociales es una nueva dimensión de la acción
social radical, una vía que no coincide con la Derecha ni con la
Izquierda."
The Whole Earth Papers, compuesto por una serie de
monografías, describía el nuevo movimiento como «pro-
revolucionario... el ascenso de un cambio de conciencia y de
paradigmas... Las crisis que atravesamos no representan un
desmoronamiento (breakdown) sino una ruptura de líneas
(breakthrough) en el proceso de avance de la comunidad humana».
Michael Lerner, cofundador de la red de centros de salud
Commonwealth (Bienestar común) en California, al relacionar distintos
esfuerzos realizados para atraer la atención sobre el estrés que nos
invade por todas partes, dice: «No habríamos sido capaces de llevar a
cabo esta oscura indagación, si no sintiéramos que nuestro trabajo no
es sino una diminuta parte más dentro de un movimiento global... Tal
vez otros puedan así reconocer los dos polos de la experiencia
colectiva de nuestro tiempo: por un lado, el estrés causado por todo lo
que nosotros mismos hemos creado y traído a la existencia, y por otro,
la auténtica gracia del espíritu y el valor que experimentamos cuando
buscamos un camino nuevo».
Estrés y transformación son dos ideas emparentadas que apare-
cen una y otra vez como un tema musical, que se repiten como una
letanía, en la literatura de la Conspiración de Acuario.
La Association for Humanistic Psychology, al anunciar su
convención de Toronto en 1978, se refería a «este período de
extraordinaria significación evolutiva... El material a transformar viene
dado por el caos mismo que compone la existencia cotidiana. Hemos
de buscar nuevos mitos y nuevas concepciones del mundo». Según
Arianna Stassinopoulos, crítica social británica, «la energía de este
movimiento constituye una especie de "campo de fuerza"», que está
aglutinando a todos aquellos que "sacudidos por aspiraciones nacidas
de las nuevas ideas, comienzan a mostrar una fuerza nueva, una
conciencia nueva y un nuevo poder». Ideas que comienzan en unos
pocos y acaban por irradiarse a otros muchos.
Bernard Levin, colaborador del Times de Londres, en un
comentario al «Festival del cuerpo y la mente» celebrado en las
afueras de Londres en 1978, y al que asistieron casi noventa mil
personas, preveía una rápida expansión del interés popular en la
transformación:
"Al mundo no le basta la vida que está llevando en el presente.
Ni va a bastarle en el futuro; ni hay mucha gente ya que siga
pensando que si que le va a bastar. Países como el nuestro están
llenos de gente que tienen todo el confort material que pueden
desear, y que, sin embargo, llevan una vida mortecina de callada (a
veces ruidosa) desesperación, sin comprender nada de nada fuera
del hecho de sentir que tienen un agujero dentro de ellos, y que por
mucho que le echen de comer y de beber, por muchos coches y
muchos televisores con que intenten rellenarlo, por mucho que
busquen tapar sus bordes rodeándose de hijos sanos y amigos
leales... sigue doliendo.
Los asistentes al Festival venían buscando algo, no tanto certi-
dumbre cuanto comprensión: comprensión de sí mismos. Casi
todos los senderos ofrecidos tenían un mismo punto de partida: el
propio interior de cada cual.
La cuestión se está planteando hoy en día con más insistencia
que nunca antes en la historia... Las muchedumbres que fluyen por
las puertas giratorias del olimpo son sólo la primera gota de la ola
que está a punto de romper sobre políticos e ideólogos, ahogando
sus vacíos e inútiles esfuerzos en la profunda auto confianza
nacida de la auténtica comprensión de su verdadera naturaleza".
Un symposium sobre el futuro de la humanidad, que se celebró
en 1979, anunciaba en su convocatoria: «El primer reto con el que nos
encontramos es crear un consenso en torno a la idea de que es
posible un cambio fundamental, crear un clima, una estructura que
pueda organizar y coordinar íntegramente las fuerzas que hoy día
luchan por desarrollarse siguiendo caminos aparentemente
separados. Tenemos que crear una imagen irresistiblemente vibrante,
un nuevo paradigma para toda acción humanística constructiva...
Hasta que hayamos creado ese contexto-patrón, no tiene sentido
alguno seguir hablando de estrategias».
Este libro trata de ese contexto-patrón. Es un libro que pone de
relieve la evidencia (a veces circunstancial, abrumadora en otros
casos) que apunta incontestablemente hacia un cambio profundo,
personal y cultural. Este libro es una guía para discernir paradigmas,
hacerse nuevas preguntas, y comprender los cambios grandes y
pequeños que están teniendo lugar por debajo de toda esta inmensa
transformación en marcha. Este libro trata de la tecnología, los
conspiradores y las redes del cambio, con sus peligros, ambiciones y
promesas. También intenta mostrar que lo que algunos han podido
considerar como un movimiento elitista, es por el contrario
profundamente integrador, abierto a todo el mundo que quiera
participar en él.
Exploraremos las raíces históricas de la idea según la cual una
conspiración puede generar una sociedad nueva, buscaremos en el
correr de los años los signos premonitorios de esta transformación.
Pasaremos revista a las señales que evidencian la ingente capacidad
de transformación e innovación que posee el cerebro humano, a los
métodos diversos que se están usando para fomentar esa
transformación, y a una serie de testimonios individuales de
experiencias que han transformado la vida de mucha gente.
Veremos cómo las circunstancias históricas y culturales han
conducido a nuestra sociedad a la situación actual, lista para el
cambio, y cómo en América habían surgido hace tiempo visiones que
anticipaban el actual punto de giro decisivo. Veremos formarse las
líneas definitorias del mundo nuevo a la luz de las nuevas
concepciones de la naturaleza, intuiciones sorprendentes que, al ser
fruto de la convergencia de disciplinas científicas muy diversas,
evidencian resquicios prometedores por donde intuir una nueva era de
descubrimientos.
Estudiaremos las corrientes subterráneas de cambio que están
afectando a la política, y las redes que están surgiendo como nuevas
formas sociales, características de nuestra época, que están dotando
a los individuos de una fuente de poder sin precedentes.
Examinaremos los profundos cambios de paradigma que se avecindan
en el campo de la salud, del aprendizaje, del trabajo y de los valores.
En cada una de estas áreas podremos comprobar la evidente
retracción del apoyo popular a las instituciones establecidas.
Emprenderemos la «aventura espiritual» que es, a fin de cuentas
la Conspiración de Acuario, búsqueda de sentido que acaba siendo un
fin en sí mismo. Seguiremos la huella del efecto poderoso, a veces
perturbador, del proceso transformativo sobre las relaciones
personales. Y finalmente, consideraremos la evidencia de la
posibilidad de un cambio a escala mundial.
Aquí y allá, a lo largo del texto, se aludirá a proyectos o gentes
determinadas, pero sin citarlos nunca como prueba o como argumento
de autoridad. Más bien se ofrecen a modo de mínimas piezas de un
gran mosaico, formado por la abundancia abrumadora de signos que
en este punto de la historia señalan un cambio de dirección del
esfuerzo y el espíritu humano. Para muchos, esos ejemplos podrán
servir de inspiración creadora, como modelos de cambio, como
opciones que puede adaptar a su propia medida.
Estos nuevos paradigmas puede que susciten una serie de
preguntas que muchos preferirían dejar en la sombra. Los lectores
pueden verse enfrentados a cuestiones o consecuencias cruciales
para su propia vida. Las nuevas perspectivas tienen la facultad de
desestabilizar antiguas creencias y valores; pueden socavar
resistencias y defensas largo tiempo acumuladas. Las ramificaciones
de una revolución personal, por mínima que sea, pueden resultarnos
más alarmantes que el gran cambio cultural que se cierne sobre
nosotros.
En el curso de este viaje podremos llegar a comprender ciertas
ideas clave, hasta ahora reducto acotado de especialistas y
planificadores de diversas disciplinas, que tienen el poder de
enriquecer y expansionar nuestras vidas. Tendremos que construir
puentes entre la nueva y la vieja concepción del mundo. La
comprensión del cambio básico que se está operando en alguno de
los sectores más importantes, nos ayudará a entender mejor lo que
sucede en otros. La captación de la nueva configuración trasciende
cualquier posible explicación. El cambio es cualitativo, repentino,
resultado de unos procesos neurológicos demasiado rápidos y
complejos para poder seguir conscientemente su trayectoria. Aunque
quepa dar explicaciones lógicas hasta un cierto punto, las
configuraciones no se captan secuencialmente, sino de golpe. Si algún
concepto nuevo no le encaja en su sitio al tropezarlo por primera vez,
continúe leyendo. Según vaya avanzando en la lectura, se encontrará
con otras ideas relacionadas, o conexiones, ejemplos, metáforas,
analogías e historietas ilustrativas. A su debido tiempo va a surgir la
configuración, se va a producir el cambio. Miradas desde la nueva
perspectiva, muchas antiguas preguntas van a resultarle irrelevantes.
Después de haber captado la esencia de esta transformación,
acontecimientos y tendencias que apreciamos en nuestro entorno
inmediato o en los periódicos, y para los que no encontrábamos
explicación, nos resultarán pronto coherentes. Comprenderemos
entonces también más fácilmente los cambios que están sucediendo
en nuestras familias o comunidades, o en la sociedad en general. Al
final, muchos de los acontecimientos que juzgábamos oscuros,
acabarán por integrarse en el contexto luminoso de un cuadro
histórico, un poco como hacemos ante una pintura puntillista, en que
tenemos que recular para poder captar su sentido.
Hay en literatura una técnica de eficacia comprobada: el empleo
del Momento Negro, es decir el punto en que todo parece perdido
justo antes de la salvación final. Esta técnica tiene su correlato en la
tragedia: el Momento Blanco, la súbita aparición de la esperanza, la
ocasión salvadora justo antes del desastre final inevitable. Algunos
podrán especular con la idea de que la Conspiración de Acuario, con
su promesa de un cambio en el último minuto, es sólo un Momento
Blanco en la historia de nuestro planeta; un bravo y desesperado
intento que acabará siendo eclipsado por la tragedia total, ecológica,
nuclear. Exit la humanidad. Telón.
Y sin embargo, ¿hay alguna otra opción de futuro que merezca la
pena ensayar?
Estamos al filo de una nueva era, dice Lewis Munford, la edad de
un mundo abierto, una época de renovación en que la liberación de
una fresca energía espiritual sobre la cultura mundial puede dar rienda
suelta a nuevas posibilidades. «Nuestros días, en suma, son
solamente el comienzo.»
Vista a la luz de unos ojos nuevos, la vida de cada cual puede
dejar de ser un accidente para transformarse en una aventura. Es
posible ir más allá de antiguos acondicionamientos y expectativas
miserables. Contamos hoy con nuevas maneras de nacer, y nuevos,
más humanos y simbólicos modos de morir, se puede ser rico de otras
maneras, existen comunidades dispuestas a ayudarnos en nuestro
propio y singular viaje, tenemos a nuestro alcance nuevos modos de
ser humanos y de descubrir qué somos los unos para con los otros.
Después de las trágicas guerras, la alienación y las magulladuras
sufridas por nuestro planeta, tal vez ésta es la respuesta a que se
refería Wallace Stevens: tras el No final, viene el Sí del cual depende
el futuro del mundo.
El futuro, decía Teilhard, está en manos de quienes pueden
ofrecer razones para vivir y para esperar a las generaciones del
mañana. El mensaje de la Conspiración de Acuario es que estamos
maduros para el Sí.
II. ACORDES PREMONITORIOS
Comenzó por la mañana al despertarme. Antes de despertar
tuve un sueño en el que oía el batir de un tambor, tocando
una marcha que venia desde los primeros chamanes de
Neanderthal, pasando por los visionarios de los Vedas y
todos los patriarcas. Daba la sensación de que nadie
iba a poder pararla.
MICHEL MURPHY, Jacob Atabet
El surgimiento de la Conspiración de Acuario en este fin del siglo
veinte hunde sus raíces en los mitos y metáforas, en las profecías y la
poesía de tiempos pasados. A lo largo de la historia hubo individuos
aislados aquí y allá, o pequeños grupos en la zona fronteriza de la
ciencia y la religión, que, basados en sus propias experiencias, creían
que algún día los hombres podrían trascender la estrechez de la
conciencia «normal», y llegar así a extirpar toda brutalidad y alienación
de la condición humana. De vez en cuando aparecía el presentimiento
de que una minoría de individuos podría algún día constituirse en
levadura suficiente para hacer fermentar a la sociedad entera.
Sirviendo como de imán cultural, serían capaces de implantar un
orden en torno a sí, y transformar así a la totalidad.
La idea central permanecía constante: la humanidad sólo podría
regenerarse a sí misma a través de un cambio de mente, pero el
operar ese cambio estaba dentro de sus posibilidades naturales. Estos
pocos individuos arriesgados han jugado el papel de radares en la
historia de la humanidad, algo así como un Sistema preventivo de
Alarma a Distancia para el planeta. Como veremos, algunos de ellos
expresaron sus intuiciones en una vena romántica, Otros a través de
conceptos intelectuales, pero todos apuntaban a la necesidad de
ensanchar la visión. «Abrid los ojos, venían a decir, hay más.» Hay
más profundidad, más altura, más dimensiones, más perspectivas,
más opciones de lo que habíamos imaginado. Celebrando la libertad
encontrada al ensanchar el propio contexto, ponían en guardia frente a
los peligros de ceguera anejos a la visión dominante. Mucho antes de
ser alcanzados por la guerra total, el estrés ecológico y la crisis nu-
clear, ellos ya temían por el futuro de una humanidad desprovista de
perspectiva.
Por más que se movieran en un contexto que trascendía las
ideas dominantes en su tiempo, fueron pocos los contemporáneos que
les siguieron. Las más de las veces quedaron incomprendidos,
solitarios, o sufrieron incluso el ostracismo. Antes de este siglo, con
las facilidades de rápida comunicación que trajo consigo, era poco
probable que estos individuos, diseminados aquí y allá, entrasen en
contacto. Sus ideas, sin embargo, han servido de combustible para las
generaciones siguientes.
Quienes habían presentido la transformación creían que las
generaciones futuras podrían detectar las leyes y fuerzas invisibles
que nos rodean: las redes vitales de relaciones, la vinculación
existente entre todos los aspectos de la vida y del conocimiento, el
entrelazamiento recíproco de las gentes, los ritmos y armonías del
universo, las conexiones que convierten las partes en todos, las
pautas interpretativas del inmenso entramado del mundo. La
humanidad, decían, sería capaz de reconocer los velos sutiles que
limitan su visión, y podría tomar conciencia de la pantalla que supone
la costumbre, de las prisiones del lenguaje y de la cultura, y de los
límites de las circunstancias.
Los temas relacionados con la transformación fueron emergiendo
con fuerza y claridad crecientes a lo largo del tiempo, y la mayor
facilidad de comunicación les fue dando aún mayor empuje. Al
principio, las tradiciones se transmitían en círculos intimistas de
alquimistas, gnósticos, cabalistas y herméticos. Con la invención de
los caracteres móviles a mediados del siglo quince, se convirtieron en
una especie de secreto abierto, pero siguieron siendo accesibles tan
sólo a los pocos que contaban con las letras suficientes, y sufrieron a
menudo la censura de la Iglesia o del Estado.
Entre esas audaces voces aisladas, se cuentan Meister Eckart,
teólogo y místico alemán del siglo catorce; Giovanni Pico della
Mirándola en el siglo quince; Jacob Boehme, otro alemán, en los
siglos dieciséis y diecisiete; y Emanuel Swedenborg, en los siglos
diecisiete y dieciocho. Somos espiritualmente libres, decían, gestores
de nuestra propia evolución. El ser humano puede elegir, y despertar a
su verdadera naturaleza. Explotando al máximo sus recursos
interiores, puede alcanzar una nueva dimensión del espíritu; es capaz
de ver más.
«Yo no veo con mi ojo, sino a través de él», decía el poeta y
artista del grabado William Blake, que vivió a fines del siglo dieciocho
y comienzos del diecinueve. Según él, el enemigo de la visión global
era el divorcio entre nuestra imaginación y nuestra capacidad de
razonar, «que se contrae como el acero». Siempre andamos con esa
mente a medias, haciendo leyes y juicios morales, atufando la
espontaneidad, el sentimiento y el arte. Para Blake, su propia época,
caracterizada por el miedo, el conformismo, la envidia, el cinismo y el
culto a la máquina se erigía en acusadora de sí misma. Con todo, esa
fuerza oscura era solamente un «espectro», un espíritu de cuyo acoso
podían liberarse las mentes mediante un exorcismo.
«No cejaré en esta batalla mental, juraba, hasta haber construido
una Jerusalén en las dulces y verdes tierras inglesas.» Blake, como
los últimos místicos, consideraba las revoluciones francesa y
norteamericana sólo como un primer paso en pos de la liberación
mundial no sólo política, sino también espiritual.
En 1836, nueve años después de la muerte de Blake, un puñado
de intelectuales norteamericanos, con ocasión de celebrarse en
Harvard el bicentenario de la nación, descubrieron su mutua pasión e
interés por las nuevas tendencias filosóficas, y formaron el núcleo de
lo que históricamente se conoce como movimiento transcendentalista
norteamericano.
Los transcendentalistas, entre los que figuraban Ralph Waldo
Emerson, Henry Thoreau, Bronson Alcott y Margaret Fuller, junto a
otros mucho, se rebelaron contra el intelectualismo aparentemente
muerto y desecado de la época. Algo faltaba: una dimensión invisible
de la realidad, que ellos a veces llamaban la Superalma. En busca de
entendimiento, acudieron a beber a fuentes muy diversas: experiencia
personal, intuición, la noción de Luz Interior de los cuáqueros, el
Bhagavad Gita, los filósofos románticos alemanes, el historiador
Thomas Carlyle, el poeta Samuel Coleridge, Swedenborg, y los
escritores metafísicos ingleses del siglo diecisiete. Para ellos, intuición
equivalía a «razón trascendental». Llegaron a anticiparse a
investigaciones sobre la conciencia realizadas en nuestro tiempo, al
proclamar que el otro modo de conocer del cerebro no es una
alternativa al modo normal de razonar, sino una especie de lógica
trascendente, demasiado rápida y compleja como para que podamos
seguir su trayectoria con el modo de razonamiento lineal propio de la
conciencia ordinaria.
Lo mismo que Boehme influyó a Swedenborg, quien a su vez
influyó a Blake, así estos tres autores influyeron a los transcen-
dentalistas; éstos, a su vez, dejaron su huella en la literatura, la
educación, la política y la economía de las generaciones siguientes, y
ejercieron su influjo sobre Nathaniel Hawthorne, Emily Dickinson,
Herman Melville, Walt Whitman, John Dewey, los fundadores del
partido laborista británico, Gandhi y Martin Luther King.
A fines del siglo diecinueve y comienzos del veinte el indus-
trialismo estaba en plena floración. Una extensa transformación social
en base a un cambio en los corazones podía parecer aún un sueño
muy distante, pero Edward Carpenter predecía en Inglaterra que
llegaría un día en que tradiciones acuñadas a lo largo de siglos
perderían su forma y su contorno, como hielo que se derrite en el
agua. Lentamente habrían de formarse redes interconectadas de
individuos, círculos cada vez más amplios que, en un movimiento de
encuentro y de solapamiento mutuo, acabarían cerrándose en torno a
un nuevo centro de la humanidad, «o mejor, en torno al único centro,
viejo como el mundo, revelado ahora una vez más». Esta última forma
de conexión formaría como los ligamentos y los nervios de un cuerpo
yacente en el interior del cuerpo externo de la sociedad. Esas redes se
moverían en dirección al sueño fugitivo de «una sociedad libre y aca-
bada». Carpenter añadía que las intuiciones presentes en las
religiones orientales podrían ser la semilla de ese gran cambio, capaz
de ensanchar los horizontes de la visión occidental de la realidad.
Richard Bucke, físico canadiense, describía en 1901, en su libro
Cosmic Conciousness, la experiencia electrizante que supuso para él
el tomar conciencia de ser uno con toda la vida. Según decía, era
creciente el número de personas que experimentaban estados de
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  • 2. BIBLIOTECA FUNDAMENTAL AÑO CERO Director de colección: Luis Maggi Diseño de cubierta e ilustraciones: Vital García LA CONSPIRACIÓN DE ACUARIO Título original: The Acquarian Conspiracy Traducción: Pedro de Casso Copyright 1980 by Marilyn Ferguson © 1985 Editorial Kairós, S.A. © 1994 de la presente edición Editorial América Ibérica S.A. Miguel Yuste 26, 28037 Madrid Traducción y fotolitos cedidos por Editorial Kairós, S.A. Impresión y encuadernación: Josmar S.A. ISBN: 84-88337-88-4 Dep. Legal: M-2l875-1994 Impreso en España Printed in Spain, Julio de 1994 Distribuidor exclusivo para México: Distribuidora Intermex, S.A. de C.V. Lucio Blanco N 435, Col. San Juan Tlihuaca 02400 México, D.F. Tel. (525)3526444 Fax (525)352 8218 Importador para Argentina: Red Editorial Iberoamericana Argentina S.A. (REI Argentina), Moreno 3362 (1209) Buenos Aires. Fax (541) 89-0434 Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los derechos del "copyright" bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de la obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.
  • 3. LA CONSPIRACIÓN DE ACUARIO MARYLIN FERGUSON BIBLIOTECA fundamental El tiempo, los acontecimientos o la sola acción individual del pensamiento consiguen a veces socavar o destruir una opinión, sin que exteriormente nada parezca haber cambiado... Ninguna conspira- ción se ha formado en contra suya, pero sus seguidores, sin hacer
  • 4. ruido, comienzan uno a uno a abandonarla. Mientras que sus adversarios permanecen mudos, o sólo en secreto se comunican sus pensamientos, ellos mismos permanecen durante un largo período inconscientes de que efectivamente ha tenido lugar una gran revolución. ALEXIS DE TOCQUEVILLE Y yo me esfuerzo en descubrir cómo hacer una señal a mis compañeros, cómo decir a tiempo una simple palabra, una contraseña, como hacen los conspiradores: unámonos, mantengámonos estrechamente unidos, fusionemos nuestros corazones, creemos un solo cerebro y corazón para la Tierra, demos un significado humano al sobrehumano combate. NIKOS KAZANTZAKIS Este alma no puede ser más que una conspiración de individuos. PIERRE TEILHARD DE CHARDIN PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA Atrevido, estimulante, cromático y enciclopédico, best seller mundial (con casi 500.000 ejemplares vendidos en EE.UU., y traducido a siete idiomas), La conspiración de Acuario de Marilyn Ferguson tiene que ver con el diseño de una cultura nueva, con una manera nueva de pensar viejos problemas, o sea, y para usar el ya clásico vocablo, con un cambio de paradigma. Es el tema de nuestro tiempo: la lucha, en todos los frentes,
  • 5. contra la entropía. Lo cual implica una nueva filosofía de la complejidad, del movimiento y de la duración. La complejidad se reconoce por la necesidad de ligar el objeto a su entorno, el fenómeno observado al sujeto observador. La obsesión por encontrar un último elemento simple se desvanece. Nos habituamos a convivir con la paradoja: cuanto más autónomo se es, más se depende del entorno. El viejo paradigma reducía el movimiento al reposo, la inteligibilidad a la tautología, el tiempo a su representación espacial. El nuevo paradigma se construye sobre una temporalidad portadora de novedad, imprevisibilidad, entropía negativa. Ya el bioquímico y premio Nobel Albert Szent-Gyorgyi (descubridor de la vitamina C) emitió la hipótesis de que la tendencia hacia un orden cada vez más complejo sería una ley general de la naturaleza: Algo así como un instinto generalizado hacia la autosuperación. Los nuevos paleontólogos plantean esta evolución antientrópica basándose en saltos bruscos en contra del gradualismo de Darwin. Lo cual coincidiría con la famosa teoría de las catástrofes de René Thom. En 1977 Ilya Prigogine ganó el premio Nobel de química por su teoría de las estructuras disipativas. Prigogine llama estructuras disipativas a los sistemas abiertos, es decir, a aquellos cuya estructura se mantiene por una disipación continua de energía. Esta disipación crea la posibilidad de un «reordenamiento» brusco hacia una mayor complejidad. Es una manera de explicar el enigma fundamental de la evolución biológica, que contradice la ley de la entropía creciente. Es, también, una manera nueva de pensar el mundo, e, indirectamente, de entender la aventura humana. Reaparece el famoso aforismo de Bergson: «Le temps est invention ou u n'est rien de tout. El tiempo, o es invención o no es nada. Se contradice la vieja hipótesis de Laplace, el espejismo de un determinismo absoluto. En puridad, si todo fuera previsible, no habría distinción entre pasado y futuro; no habría tiempo real. Precisamente hay tiempo real en la medida en que no todo está predeterminado a priori, en la medida en que hay indeterminismo, en la medida en que el futuro es, a cada instante, ontológicamente imprevisible. Pero no existe un tiempo único y uniforme. Cada sistema tiene su propio tiempo. Incluso cada ser humano tiene su propio tiempo. Hace ya medio siglo, Lecomte de Noúy medía la edad biológica, en contraste con la edad física, en función de la velocidad de cicatrización de las heridas. Hoy diríamos que un organismo se mantiene joven en la medida en que la velocidad de las informaciones asimiladas compensa la velocidad de la entropía producida.
  • 6. Un nuevo dinamismo recorre el nuevo paradigma. Estamos lejos de los tiempos en que Aristóteles daba como última referencia del movimiento a la falta de movimiento (el «Primer Motor» era inmóvil); o de cuando la ciencia positiva buscaba, bajo el flujo de las cosas, algo que «permaneciera» (la masa, por ejemplo). La misma ley de la entropía tenía su lógica sobre la base de un «tiempo» que terminaba por desaparecer en la suprema probabilidad de la muerte térmica. Hoy existe una tendencia a invertir estos planteamientos. Incluso en términos de motivación personal y de utopía colectiva. Queremos lo improbable y asumimos el azar. Queremos disipar más entropía de la que producimos, ascender en la escala milagrosa de la complejidad, anudar antagonismos antes contradictorios (¿qué otra cosa es el «pluralismo»?), interrelacionarlo todo con todo, cobrar conciencia ecológica, usar lógica cibernética. Crear novedad. El nuevo paradigma destaca la importancia de lo aleatorio, de lo irreversible, el carácter creativo de la misma naturaleza, un poco en concordancia con la idea taoísta de una autoorganización espontánea. El nuevo paradigma nos habla de la creación de un nuevo orden improbable a través de los antagonismos, las fluctuaciones, las interferencias, los desórdenes parciales. La flecha del tiempo tiene dos posibles direcciones: hacia la entropía positiva o hacia la entropía negativa. Felizmente, cada hallazgo improbable hace más probables los nuevos hallazgos improbables. También la entropía negativa tiene su pendiente, una pendiente que explica la aparición «espontánea» del orden a partir del caos. Ahora bien, un nuevo pathos místico ha de conciliar este empuje innovador con la no-dualidad suprema de todas las cosas. Creatividad y advaita son la manera actual de terminar con el viejo pleito entre teoría y práctica. La pregunta por el sentido último de la vida, pongamos por caso, carece precisamente de sentido. Es obvio que el «sentido» no alcanza a lo «último». Alguien abierto a la experiencia, comprometido con la realidad, no pregunta por las «razones de existir», no obstruye el flujo dinámico de su propia participación en lo real. El nuevo paradigma, poco amigo de bizantinismos, conduce la desantropomorfización hasta un extremo. Los ecólogos conciben la naturaleza y el hombre como un todo único. Mozart decía: «Algo en mí crea». William Blake escribió: «Si las puertas de la percepción quedaran limpias, cada cosa aparecería como es: infinita». Ken Wilber proclama: «En la realidad no hay fronteras». Thérèse Brosse glosa: «Si el hombre pierde su ego se convierte en todo». Habíamos jugado al perfeccionismo y al mito de la «perfección».
  • 7. Hoy estamos sarcásticamente de vuelta. Pero una nueva esperanza, una nueva aventura se abre ante nosotros. En medio del ruido y del azar, entrevemos la posibilidad de conciliar la libertad con la incertidumbre, ascender en la escala de la complejidad, a la vez hacia lo nuevo y hacia el origen. Tal es el nuevo sesgo de la aventura humana: articular los antagonismos desde un nuevo lugar meta, generar una nueva racionalidad, re-encantar el mundo, apuntar a lo improbable. Son muchos quienes exploran en esta nueva dirección. Son los miembros invisibles de la llamada Conspiración de Acuario. Esa conspiración (etimológicamente, reunión de individuos que respiran conjuntamente) es la que describe, desde diferentes perspectivas, el ensayo de Marilyn Ferguson. Cambio personal, cambio en el sistema de valores, renacimiento de un nuevo indivi- dualismo en el marco de una nueva conciencia ecológica: la autora invita a cada lector a que pase a engrosar el grupo de los cons- piradores, personas que quieren más «cooperación» y menos «competición», más sociedad civil y menos Estado. Se persigue, en última instancia, explotar positivamente los acorralamientos de la actual crisis de civilización. Todo viene interrelacionado. Nuevas tecnologías están provocando un paro laboral (por el momento irreversible) cuya conse- cuencia habrá de ser la desaparición de la clase obrera y el incre- mento del tiempo libre. Pero con tiempo libre sobrante y proletariado en extinción, es claro que toda la sociología debe ser repensada. Por lo pronto, desempleo y ocio están causando tantas o más patéticas desventuras que las denunciadas por Carlos Marx en el libro primero de El capital a propósito del prolongado trabajo en las fábricas. Alcohólicos, drogadictos, consumistas cretinizados son algunas de las consecuencias de un vacío de diseño cultural que afronte la nueva realidad o la nueva falta de realidad, que diría Jean Baudrillard. Se comprende, pues, la aparición de ejercicios como el que propone Marilyn Ferguson, un nuevo lenguaje utópico (en el mejor sentido de la palabra) que no se pone de espaldas ni a la ciencia ni a la mística. La idea general es que nuestras actuales turbulencias pueden generar un orden nuevo. Uno estima, efectivamente, que la actual situación del mundo es una estructura disipativa cuyas fluctuaciones pueden alcanzar un punto crítico que provoque el salto a un nivel de organización más elevado. Por ejemplo, el desbarajuste económico internacional tiene pocas salidas desde la vieja racionalidad y desde la lógica militarista de los Estados soberanos. Un nuevo Plan Marshall que afronte la inevitable suspensión de pagos del
  • 8. Tercer Mundo sólo puede venir de una nueva conciencia planetaria y de un nuevo empuje «conspiratorio» presidido por una nueva sensibilidad ecológica. El envite es de calibre, la solución difícil e improbable; pero tal es la aventura anti-entrópica en la que todos andamos comprometidos. La llamada Conspiración de Acuario apunta a una simultánea transformación del mundo y de la mente. SALVADOR PÁNIKER AGRADECIMIENTOS Imposible dar cuenta aquí de la deuda que tengo contraída con los cientos de personas que, de una forma u otra, han contribuido a hacer posible este proyecto desde su inicio en 1976. Pero ellos lo saben, y sabrán reconocer aquí y allá sus aportaciones. A ellos, y a todos cuantos, a pesar de sus ocupaciones, se han tomado la molestia de responder a la encuesta sobre la Conspiración de Acuario, les doy desde aquí mis más expresivas gracias. Debo especial agradecimiento a Anita Storey, amiga y colaboradora desde tiempo atrás, por su apoyo infatigable, su perspicacia y su humor..., y a Sandra Harper, por su ayuda extraordinaria y su sentido de la ponderación en la tarea investigadora..., y a mis hijos Eric, Kris y Lynn Ferguson, por la comprensión que han mostrado conmigo, muy por encima de lo correspondiente a su edad, durante un período que con frecuencia ha resultado difícil para todos. Muchos otros que me han ayudado aparecen citados en el libro, en el contexto de su especialidad respectiva. Debo también gratitud, a través de los diálogos, el feedback o los ánimos que me han proporcionado, a Marthe Bowling, David Bresler, Harris Brotman, Nancie Brown, Meg Bundick, Jo Capehart, Dorothy Fadiman, James Fadiman, Elaine Flint, Jerry Harper, Marjorie King, Jytte Lokvig, Jack McAllister, M. S. McDonald, Brendan O'Regan, Karen Rose, Bob Samples, Judith Skutch, Robert A. Smith III, Dick Traynham y Brian van der Horst. Gracias también a Janice Gallagher y a Victoria Pasternack por su dedicación y esfuerzo en el aspecto editorial; y a Mary Lou Brady, adjunta al editor, por su amistad y sus contactos. Por encima de todos, mi más profundo agradecimiento a Jeremy Tarcher, cuyo sentido editorial creativo y cuya dedicación a este
  • 9. proyecto, me han hecho sentirlo como la especie de editor que todos los escritores sueñan, pero que nunca esperan encontrar. PRÓLOGO Durante varios meses de 1981, personas de muy distinta condición hablaron de un nuevo libro sorprendente. La Conspiración de Acuario (un título que me pareció oximorónico) estaba causando verdadero furor entre los seguidores de la «nueva era». Pero lo que me impulsó a leerlo fue el entusiasmo de personas vinculadas al mundo empresarial. Pocas veces un libro ha expresado y documentado lo que mu- chos de nosotros hemos pensado en secreto. Recordaba el ensayo de Ralph Waldo Emerson, «La confianza en uno mismo», en el que afirma que el verdadero genio dice lo que está en tu corazón, porque está en el corazón de todo el mundo. Tal es el genio de La Conspiración de Acuario. Después de leer el libro, me puse en contacto con Marilyn a través de su oficina en los Angeles, y desde entonces somos amigos. Cuando hice su presentación en una conferencia en Florida, dije que mi libro, Megatrends, era un documento liviano sobre el cambio, mientras que el libro de Marilyn era «el documento de peso»: Megatrends se refería a los cambios en nuestra sociedad, mientras que La Conspiración de Acuario trataba del cambio en nosotros mismos, en nuestras almas. En épocas de grandes cambios, la gente busca alguna clase de estructura. Esa búsqueda de parámetros responde, en parte, del actual resurgimiento religioso. Centenares de nuevas iglesias se han establecido durante las dos últimas décadas, ayudadas en parte por los medios de comunicación electrónicos, y muchas de esas iglesias tienen unas creencias fundamentalistas muy estructuradas. Una proliferación similar de nuevos grupos religiosos se produjo hace 150 años, cuando estábamos en medio de otro cambio básico, de una base económica agrícola a otra industrial. Sin embargo, existe una población en rápido crecimiento a la que no atraen tales estructuras externas: son las personas «orientadas hacia dentro», inclinadas a buscar en el interior de sus propios recursos espirituales. De modo que estamos asistiendo a un resurgimiento simultáneo de la espiritualidad personal. El individualismo de la nueva espiritualidad está alimentado por la natu- raleza individualista de una sociedad de información, así por la
  • 10. tendencia que he denominado «respuesta de high-touch» [alta percepción] en contraposición a la high-tech la alta tecnología de la sociedad actual. Ese es el espíritu en que habla La Conspiración de Acuario, libro que se adelantó a su época, porque el fenómeno de la espiritualidad ha ganado impulso, y las instituciones y preceptos del libro son más ciertos hoy que cuando se publicó hace siete años. Algunos han criticado a Marilyn Ferguson como demasiado optimista. A este respecto, me he permitido contraponer el consejo de Albert Camus, el cual decía que no existe más que una sola cuestión filosófica: el suicidio. Y si uno decide no seguir ese rumbo, el optimismo es la condición necesaria para avanzar en la vida. Los pesimistas no son de ninguna ayuda. El optimismo de La Conspiración de Acuario es una afirmación de las posibilidades de la vida. Envidio a quienes van a leer La Conspiración de Acuario por primera vez, porque es uno de los libros más extraordinarios de nuestra época. JOHN NAISBITT Washington, D.C. Junio, 1987 INIRODUCCIÓN A comienzos de los años setenta, cuando me encontraba preparando un libro sobre el cerebro y la conciencia, me sentí profun- damente impresionada por descubrimientos científicos que atesti- guaban la existencia de capacidades humanas mucho más allá de las que consideramos «normales». En esa época, la ciencia no se preocupaba fundamentalmente de las implicaciones sociales de este tipo de investigación, y el público las ignoraba por completo. Se trataba de investigaciones especializadas, diseminadas en diversos campos, escritas en lenguaje técnico, y que se publicaban, dos o tres años después de realizadas, en revistas que se encuentran raramente fuera de bibliotecas especializadas.
  • 11. Mientras que la ciencia, siguiendo su modo objetivo de proceder, iba acumulando datos sorprendentes sobre la naturaleza del hombre y de la realidad, yo me daba cuenta que cientos de miles de individuos se estaban tropezando, por su parte, con experiencias subjetivas sorprendentes. Por medio de exploraciones sistemáticas de la experiencia consciente, valiéndose de métodos muy variados, han ido descubriendo fenómenos mentales como el aprendizaje acelerado, la conciencia acrecentada, el poder de la visualización interna para curar y para resolver problemas, o la capacidad de recuperar recuerdos olvidados... A consecuencia de lo intuido en tales exploraciones veían modificarse sus valores y relaciones personales. De ahí en adelante abrían sus antenas en busca de cualquier información que pudiera ayudarles a encontrar un sentido a sus experiencias. Tal vez por haber sido uno de los primeros intentos de síntesis en este campo, mi libro The Brain Revolution: The Frontiers of Mind Research me convirtió en una especie de oficina central, no oficial por supuesto, a donde acudían, por un lado, investigadores que adivinaban las implicaciones de sus descubrimientos, por otro, individuos deseosos de contrastar sus impresiones, o bien periodistas de todo género interesados en encontrar datos de base con que nutrir el creciente interés por el estudio de la conciencia. A fin de satisfacer esa aparente necesidad de conexión y comunicación, comencé a publicar a fines de 1975 un boletín quincenal, el Brain/Mind Bulletin, para dar cuenta de investigaciones, teorías e innovaciones relativas al aprendizaje, a la salud, la psiquiatría, la psicología, estados de conciencia, sueños, meditación, y otros temas relacionados. El boletín resultó ser un auténtico pararrayos para una energía que yo había subestimado en gran medida. Efectivamente, la respuesta inmediata vino en forma de una avalancha de artículos, de correspondencia y de llamadas, confirmando que un número de personas que crecía rápidamente y sin parar estaba explorando este nuevo territorio, en el campo más radical de la ciencia, de la experiencia subjetiva. En mis viajes por todo el país, dando conferencias o asistiendo a coloquios, encontraba pioneros seme- jantes en todos lados. Y las nuevas perspectivas estaban comenzando a ponerse en marcha. El activismo social de los años sesenta y la «revolución de la conciencia» de los primeros años setenta parecían converger en una síntesis histórica: el advenimiento de una transformación social como consecuencia de la transformación personal, cambio de dentro afuera. En enero de 1976, publiqué un editorial con el título «El mo-
  • 12. vimiento sin nombre». Reproduzco aquí parte de su contenido: "Está ocurriendo algo que merece consideración; algo se está moviendo a una velocidad vertiginosa, algo que no tiene nombre y que escapa a todo intento de descripción. A medida que el Brain/Mind Bulletin ha ido informando de nuevas organizaciones, grupos cuyo interés converge en nuevos enfoques de la salud, educación humanística, nuevas formas de gestión política o administrativa, nos hemos ido sintiendo sorprendidos por la cualidad indefinible del Zeitgeist1. El espíritu de nuestra época está cargado de paradojas. Es al mismo tiempo pragmático y trascendental. Aprecia a la vez el esclarecimiento y el misterio..., el poder y la humildad..., la interdependencia y la individualidad. Es simultáneamente político y apolítico. Entre sus protagonistas y fautores se encuentran individuos que, sin dejar de pertenecer impecablemente al establishment, se entienden con radicales que en otro tiempo acaudillaban manifestaciones portando pancartas. En pocos años, ha contaminado a la medicina, la educación, las ciencias sociales, las ciencias exactas, e incluso el gobierno y todo lo que implica se han visto contaminados por «él». Se caracteriza por operar a través de organizaciones fluidas, opuestas a todo dogma, y que se resisten a crear estructuras jerárquicas. Se guían por el principio de que el cambio solamente puede ser facilitado, no decretado. Es parco en manifiestos. Parece dirigirse a algo muy antiguo presente en todo y en todos. Y tal vez, al tratar de integrar la magia y la ciencia, el arte y la tecnología, consiga triunfar donde hasta ahora todos los empeños anteriores habían fracasado." Tal vez, escribía yo, le esté llegando ahora el momento a esa fuerza indefinible, y sea ya lo suficientemente robusta para recibir un nombre. Pero, ¿cómo caracterizar a esta marea de fondo? La respuesta de muchos lectores al editorial y la petición que muchas revistas me dirigieron, pidiéndome permiso para reproducirlo, me confirmaron que había mucha gente que estaba viendo y sintiendo esas mismas fuerzas. Algunos meses más tarde, cuando estaba tratando de esbozar un libro aún no titulado sobre las alternativas sociales que están emergiendo, reflexionaba una vez más sobre la forma peculiar que reviste este movimiento: su estilo directivo atípico, la paciencia e
  • 13. intensidad de sus seguidores, sus éxitos improbables. De pronto, caí en la cuenta de que por el hecho de estar compartiendo unas mismas estrategias, por los lazos existentes entre ellos, y por su recíproco reconocimiento por medio de signos sutiles, los participantes no se estaban limitando a cooperar unos con otros. Estaban siendo cómplices. Ese «algo», ese movimiento, ¡era una conspiración! Al principio me resistía a usar este término. No quería convertir en sensacionalismo lo que estaba ocurriendo. Además la palabra conspiración tiene, por lo general, connotaciones negativas. Por entonces tropecé con un libro de ejercicios para el espíritu, del novelista griego Nikos Kazantzakis, en el que decía que deseaba hacer una señal a sus camaradas, «como a conspiradores», a fin de que se uniesen para salvar el mundo. Al día siguiente, el periódico Los Angeles Times daba cuenta resumida de un discurso del primer ministro canadiense, Pierre Trudeau, ante una comisión de las Naciones Unidas reunida en Vancouver. Trudeau citaba un pasaje del sacerdote y científico francés Pierre Teilhard de Chardin, en el que éste urgía la necesidad de una «conspiración de amor». Conspirar, en sentido literal, significa «respirar juntos». Es una unión íntima. 2 Escogí la referencia a Acuario, a fin de dejar clara la naturaleza benévola de esta unión. Aunque no estoy familiarizada con los arcanos astrológicos, me sentía atraída por el poder simbólico de esa idea difundida en toda nuestra cultura popular: el que tras una era violenta y oscura, la de Piscis, entramos en un milenio de amor y de luz, «la era de Acuario», época de la «verdadera liberación espiritual». Esté o no escrita en los astros, lo cierto es que parece estarse aproximando una era diferente; y Acuario, la figura del aguador en el antiguo zodíaco, símbolo de la corriente que viene a apagar una antigua sed, parece ser el símbolo adecuado. Durante los tres años siguientes, período de búsqueda, reflexión y revisión incesante de este libro, el título comenzó a divulgarse poco a poco. Invariablemente provocaba reacciones de sorpresa y regocijo en los propios conspiradores, que se reconocían a sí mismos como tales y admitían su complicidad en procurar el cambio de las instituciones sociales o nuevos modos de resolver los problemas o de distribuir el poder. Algunos firmaban sus cartas como «co- conspiradores», o ponían «A la atención de la Conspiración de Acuario» en la correspondencia dirigida a mí. La etiqueta parece apropiada al sentido de solidaridad e intriga anejo al movimiento: A medida que sus redes se extendían, la conspiración se revelaba más y más real al paso de cada semana. Por todas partes en
  • 14. el país, y también fuera de él, parecían estarse organizando grupos de forma espontánea. En sus proclamas exteriores y en sus comunicaciones internas, todos expresaban la misma convicción: «Estamos asistiendo a una gran transformación...», «en este período de despertar cultural...» Los conspiradores me ponían en contacto con otros conspiradores: políticos, ejecutivos de la empresa pública o privada, celebridades, profesionales que intentaban cambiar de profesión, y gente «corriente», que estaban realizando auténticos milagros de transformación social. Estos, a su vez, me ponían en contacto con otros y con sus redes. Recibí ayuda en las formas más diversas: asesoramiento en investigación, directrices, folletos de circulación interna de unos u otros movimientos, libros y artículos, críticas y dictámenes de especialistas a los diversos borradores del manuscrito, ánimo, y colaboraciones de todo tipo, tratando de ayudarme a descubrir toda la rica historia de la visión transformativa. Ninguno de cuantos me ayudaron pidió a cambio reconocimiento alguno, sólo querían que otros sintieran lo que ellos habían sentido, que atisbaran el potencial que tenemos en común. A fines de 1977, a fin de comprobar mi propia idea de la conspiración y las opiniones de sus seguidores, envié unos cuestionarios a doscientas diez personas implicadas en tareas de transformación social en áreas muy diversas 3 . Respondieron ciento ochenta y cinco personas representantes de campos y modos de vida muy distintos. Aunque algunos son bien conocidos, y unos cuantos incluso famosos, la mayoría es gente cuyos nombres son fundamentalmente desconocidos fuera de sus círculos habituales. Solamente tres solicitaron guardar el anonimato; realmente, ésta es una «conspiración abierta». A pesar de todo, he procurado no identificar a los participantes en conexión con sus respuestas al cuestionario, aunque aparecen en el texto los nombres de muchos de ellos que han expresado también públicamente sus opiniones. No me parece conveniente asociar la conspiración a determinadas personalidades. Individuos que han estado trabajando en silencio en favor del cambio, podrían encontrar duro seguir funcionando al descubierto, una vez identificados. Y lo que es más importante, alguien podría empezar a establecer diferencias artificiales entre quiénes son y quiénes no son conspiradores. Focalizar la atención en los nombres sería hacer justamente lo que no se debe hacer; cualquiera puede ser un conspirador. Lo mismo que, al principio, cuando estaba componiendo los
  • 15. primeros esbozos de este libro, dudaba si usar la palabra conspira- ción, también la palabra transformación me daba miedo. Tenía una connotación de cambios demasiado grandes, tal vez imposibles. Y sin embargo, el uso de esta expresión se ha hecho muy común, y parece que hoy estamos todos convencidos de que nuestra sociedad está necesitada de una remodelación y no meramente de un arreglo. La gente habla hoy libremente de la necesidad de transformar esta o aquella institución o este o aquel procedimiento, y los individuos se recatan menos de hablar de su propia transformación, ese proceso en curso que ha cambiado el tenor de sus vidas. Desde luego, atraer la atención hacia este movimiento, hasta ahora anónimo, y que con tanta eficacia ha operado lejos de toda publicidad, no deja de tener sus riesgos. Siempre existe la posibilidad de que este vasto reajuste cultural sea asimilado, trivializado o explotado por el sistema; efectivamente, eso ya ha ocurrido en alguna medida. Y existe también el peligro de que las insignias y símbolos de la transformación puedan ser tomados por algunos como si fueran el mismo y difícil camino para llegar a ella. Pero sean cuales sean los riesgos que comporte su desvelamiento, esta conspiración, profundamente enraizada desde antiguo en la historia humana, nos pertenece a todos. Este libro trata de cartografiar sus dimensiones, tanto en favor de quienes, parti- cipando de ella en espíritu, ignoran cuántos otros comparten su sentido de lo posible, como en favor de aquellos que andan desesperados pero estarían deseosos de comprobar alguna evidencia favorable a la esperanza. Como al fijar las coordenadas de una nueva estrella, el hecho de poner nombres y de trazar un mapa de la conspiración lo único que hace es hacer visible una luz que había estado ahí todo el tiempo, pero que no acertábamos a ver porque no sabíamos bien a donde mirar. MARILYN FERGUSON Los Angeles, California Enero 1980 1. En alemán en el original: espíritu de la época. (N. del T.) 2. En su obra La energía humana, Teilhard de Chardin define así
  • 16. la palabra “conspiración”: «En principio supone la aspiración común ejercida por una esperanza. Puede decirse que una conspiración reúne a individuos que respiran el mismo aire y aspiran a unos mismos objetivos. (N. del T.) 3 El Apéndice A al que se hace referencia no apreció en esta edición. (N. del C.) I. LA CONSPIRACIÓN Tras el no final viene un sí, y de ese sí depende el futuro del mundo. WALLACE STEVENS Una vasta y poderosa red, que carece no obstante, de dirigentes, está tratando de introducir un cambio radical en los Estados Unidos. Sus miembros han roto con ciertos aspectos clave del pensamiento occidental, y pueden incluso haber quebrado hasta la misma continuidad con la historia. Esta red es la Conspiración de Acuario. Se trata de una conspi- ración desprovista de doctrina política, carente de manifiesto. Está integrada por conspiradores que buscan el poder tan sólo para disgregarlo, y que se valen de estrategias pragmáticas, incluso científicas, pero con una perspectiva tan cercana a la mística, que apenas se atreven a hablar de ello. Son activistas que plantean cuestiones de muy diversa índole, que están desafiando al esta- blishment desde su propio interior. Más amplia que una reforma, más profunda que una revolución, esta especie benigna de conspiración en pro de un nuevo programa de actuación humana ha desencadenado el realineamiento cultural más rápido de toda la historia. El vasto, estremecedor e irrevocable movimiento que se nos está viniendo encima no es un nuevo sistema político, religioso ni filosófico. Es una nueva mentalidad, el surgimiento de una sorprendente visión del mundo, en cuyo marco hay cabida tanto para la ciencia de vanguardia como para las concepciones del más antiguo pensamiento conocido. Los conspiradores de Acuario se alinean a lo largo y a lo ancho de todos los niveles de renta y educación, desde los más humildes a
  • 17. los más elevados. Hay maestros y oficinistas, científicos de renombre, políticos y legisladores, artistas y millonarios, taxistas y primeras figuras en el campo de la medicina, la educación, el derecho, la psicología. Algunos se manifiestan abiertamente en su defensa, y sus nombres pueden resultarnos familiares. Otros prefieren silenciar su implicación, en la creencia de poder resultar más eficaces si no les son atribuidas ideas que con frecuencia han sido mal comprendidas. Hay legiones de conspiradores. Los hay en corporaciones, en universidades y en hospitales, entre el profesorado escolar, en fábricas y en consultorios médicos, en instituciones estatales y federales, entre concejales de ayuntamientos y miembros de la Casa Blanca, en las Cámaras legislativas, en organizaciones de voluntarios, y en prácticamente todos los centros de toma de decisiones en el país. Los conspiradores, cualesquiera que sean sus niveles sociales o su grado de sofisticación, están ligados entre sí, emparentados por sus descubrimientos y «terremotos» interiores. Uno puede sobrepasar antiguos límites, superar inercias y miedos pasados, y alcanzar niveles de plenitud que parecían imposibles..., descubrir raudales de posibilidades, de libertad y de cercanía humana. Se puede ganar en productividad y sentirse más cómodo y confiado en medio de la inseguridad. Los problemas pueden sentirse como retos, como ocasiones para renovarse, más que como fuentes de estrés. Actitudes habituales de autodefensa o de preocupación pueden desmoronarse. Todo puede ser de otra manera. Cierto que, al principio, la mayoría ni siquiera se proponía cambiar la sociedad. En ese sentido, se diría que es una especie de conspiración muy poco apropiada. Pero empezaron a darse cuenta de que ellos mismos se habían ido convirtiendo en revoluciones «vivientes». Tras haber experimentado serios cambios personales, se encontraron a sí mismos replanteándose todo, cuestionándose antiguas evidencias, viendo con nuevos ojos su trabajo y sus relaciones, la salud, el poder político y los «expertos» en la materia, sus objetivos y valores en general. En cada ciudad, en cada institución, se han ido fusionando en pequeños grupos, formando lo que alguno ha llamado «inorgani- zaciones nacionales». Algunos conspiradores tienen una aguda conciencia del alcance nacional, e incluso internacional, del movi- miento y tratan activamente de vincular a otros al mismo. Son al mismo tiempo antenas y transmisores, escuchando y comunicando a la vez. Actúan como amplificadores de las actividades de la conspiración por medios muy diversos, como crear nuevas redes,
  • 18. editar folletos, sistematizar e integrar los nuevos campos de posibilidades en libros, conferencias, programas escolares, y hasta en sesiones del Congreso y en los medios nacionales de difusión. Otros han centrado su actividad en el campo de su propia especialidad, formando grupos en el seno de organizaciones e instituciones preexistentes, exponiendo las nuevas ideas a sus colaboradores, para lo que con frecuencia necesitan recurrir, en busca de apoyo, de confirmación o de respaldo informativo, a niveles más amplios de la red. Y hay millones de otros, que nunca se han considerado a sí mismos partícipes de una conspiración, pero que sienten que sus propias luchas y experiencias forman parte de algo más grande, de una transformación social más amplia, que resulta cada vez más visible, si se sabe mirar en la dirección apropiada. Normalmente desconocen la existencia de redes nacionales y de su influencia en puestos elevados; pueden haber encontrado una o dos personas de mentalidad pareja a la suya en su lugar de trabajo, entre sus vecinos o en su círculo de amigos. No obstante, incluso en esos pequeños grupos de dos, de tres, de ocho, de diez, están ejerciendo un impacto. Sería en vano buscarles afiliados en formas tradicionales, como partidos políticos, grupos ideológicos, clubes, o fraternidades. Se encuentran, por el contrario, en pequeños círculos y en redes flexibles. Hay decenas de millares de puntos por donde se puede entrar a formar parte de la conspiración. La gente, cualquiera que sea el lugar donde comparten sus experiencias, acaban por conectar más tarde o más temprano unos con otros, y eventualmente con círculos más amplios. Su número crece cada día. Por audaz y romántico que pueda parecer este movimiento, veremos cómo ha evolucionado a partir de una secuencia de acontecimientos históricos que difícilmente podrían haber conducido a otro lado... En realidad es la expresión de profundos principios de la naturaleza, que solamente ahora están siendo descritos y confirmados por la ciencia. En su estimación de lo que es posible, procede de forma rigurosamente racional. «Estamos en un momento apasionante de la historia, tal vez en un punto decisivo de giro», ha declarado Ilya Prigogine, que obtuvo el premio Nobel en 1977 por la elaboración de una teoría que describe las transformaciones, que tienen lugar no sólo en ciencias físicas, sino también en la sociedad, y en donde se subraya el papel del estrés y de las «perturbaciones» como desencadenantes de un nuevo orden a un nivel superior. La ciencia, dice, está comprobando la realidad de
  • 19. una «profunda visión cultural». Los poetas y filósofos tenían razón al sugerir que el universo es abierto y creativo. Transformación, innovación, evolución, son otras tantas respuestas naturales a cualquier crisis. Una cosa es cada vez más clara: las crisis de nuestro tiempo representan el impulso necesario para la revolución en marcha. Y una vez que comprendemos los poderes transformadores de la naturaleza, comprendemos que éste es nuestro más poderoso aliado, y no una fuerza que es preciso temer o mantener a raya. En nuestra misma patología reside nuestra oportunidad. En todo tiempo, decía el científico y filósofo Pierre Teilhard de Chardin, el hombre se ha considerado a sí mismo en un punto decisivo de la historia. «Y en cierta medida, en cuanto que siempre ha estado avanzando y subiendo como en espiral, estaba en lo cierto. Pero hay momentos en que esa sensación de transformación se acentúa particularmente, resultando así más justificada.» Teilhard profetizó el fenómeno central de este libro: una conspiración de hombres y mujeres con una nueva perspectiva, capaz de desencadenar un contagio crítico de la necesidad de cambio. A lo largo de la historia, prácticamente todos los esfuerzos por remodelar la sociedad han comenzado siempre por alterar su forma y su organización exteriores. Se partía de considerar que una estructura social racional podía ser fuente de armonía, a través de un sistema de recompensas, castigos y manipulaciones del poder. Pero los sucesivos intentos periódicos de alcanzar una sociedad justa por medio de experimentos políticos parecen haber sido frustrados una y otra vez por el espíritu humano de contradicción... ¿Y ahora qué? La Conspiración de Acuario constituye el Ahora Qué. Hemos de movernos hacia lo desconocido. Lo conocido no ha hecho hasta ahora otra cosa que fallarnos por completo. Tomando una perspectiva más amplia de la historia, y una evaluación más profunda de la naturaleza, la Conspiración de Acuario es una forma distinta de revolución, con un nuevo tipo de revolucionarios. Lo que busca es un cambio de conciencia en un número crítico de individuos, lo suficiente para precipitar la renovación de la sociedad entera. «No podemos esperar hasta que el mundo cambie», ha dicho la filósofa Beatrice Bruteau, «ni hasta que vengan nuevos tiempos que nos hagan cambiar a nosotros, ni esperar que llegue la revolución y nos arrastre en su nueva carrera. El futuro somos nosotros mismos. Nosotros somos la revolución.» El cambio de paradigma
  • 20. Las nuevas épocas históricas siempre nacen de nuevas perspectivas. La humanidad ha pasado por muchas y dramáticas revoluciones del conocimiento, grandes saltos, liberaciones repentinas de límites antiguos. Hemos descubierto el fuego y la rueda, el lenguaje y la escritura. Hemos aprendido que la tierra es plana solamente en apariencia, que el sol solamente en apariencia gira en torno a la tierra, que solamente en apariencia es sólida la materia. Hemos aprendido a comunicarnos, a volar, a explorar. Para describir adecuadamente cada uno de estos descubrimientos, se dice que han traído consigo un «cambio de para- digma», expresión introducida por Thomas Kuhn, filósofo e historiador, en su libro La estructura de las revoluciones científicas, publicado en 1962, y que ha hecho época. Las ideas de Kuhn son enormemente útiles, no sólo porque ayudan a comprender el proceso de emergencia de una nueva perspectiva, sino también el cómo y el porqué estas nuevas visiones se tropiezan invariablemente con una terca resistencia a su aceptación durante un cierto tiempo. Un paradigma es un marco de pensamiento (del griego para- digma, «patrón»). Un paradigma es un esquema de referencia para entender y explicar ciertos aspectos de la realidad. Aunque Kuhn se refería al terreno científico, el término ha sido ampliamente adoptado. La gente habla de paradigmas educacionales, paradigmas de planificación urbana, cambio de paradigma en medicina, y así en otros campos. Un cambio de paradigma supone un modo nítidamente nuevo de enfocar antiguos problemas. Por ejemplo, durante más de dos siglos los pensadores de primera fila daban por sentado que el paradigma de Isaac Newton, su descripción de las fuerzas mecánicas como algo predecible, acabaría por explicarlo todo en términos de trayectorias, fuerzas y gravedad, llegando a penetrar hasta los últimos secretos del universo concebido como una inmensa «maquinaria de relojería». Pero a medida que los científicos han seguido indagando en busca de las últimas respuestas, permanentemente huidizas, empezaban a aparecer aquí y allá ciertos datos que simplemente se resistían a encajar en el esquema newtoniano. Esto sucede típicamente en cualquier paradigma. Un buen día acaba por apilarse un montón excesivo de cuestiones enigmáticas que se salen del marco ordinario de explicación, forzándolo y poniéndolo consiguientemente a prueba. De pronto surge una nueva y poderosa evidencia que explica las contradicciones aparentes, introduciendo un
  • 21. nuevo principio..., una nueva perspectiva. Al forzar la elaboración de una teoría más comprehensiva, la crisis no resulta destructiva sino instructiva. La teoría especial de la Relatividad de Einstein constituyó el nuevo paradigma que vino a suplantar a la física de Newton. Esta teoría resolvía muchos cabos sueltos, enigmas y anomalías que no encajaban en la antigua física. Y se trataba de una alternativa que realmente conmocionaba: las viejas leyes de la mecánica resultaban no ser universales, no servían al nivel de las galaxias ni al de los electrones. Nuestra comprensión de la naturaleza hubo de trasladarse desde un paradigma de relojería a un paradigma de indeterminación, de lo absoluto a lo relativo. Todo nuevo paradigma implica un principio que había estado ahí desde siempre, pero que hasta entonces no habíamos reconocido. Incluye también la antigua concepción como una verdad parcial, como un aspecto de la realidad, del modo cómo las cosas funcionan, sin que ello implique que no puedan también funcionar de otras maneras. En virtud de su más amplia perspectiva, permite transformar los conocimientos tradicionales y las rebeldes observaciones nuevas, reconciliando sus contradicciones aparentes. El nuevo marco es más útil que el antiguo. Permite predecir con mayor precisión. Y abre puertas y ventanas a nuevos vientos exploradores. Dado el mayor poder y el alcance superior de las nuevas ideas, podríamos esperar que se impusiesen rápidamente, pero eso casi nunca sucede. El problema es que no se puede abrazar el nuevo paradigma sin soltar el antiguo. Esta transformación no puede efectuarse poco a poco, con el corazón partido. «Debe ocurrir de una vez, como el cambio de forma y fondo en la psicología de la Gestalt», dice Kuhn. Uno no se puede «ir imaginando» el nuevo paradigma, es algo que salta a la vista de repente. Los nuevos paradigmas son casi siempre recibidos con frialdad, incluso entre burlas y con hostilidad. Sus descubrimientos son tachados de herejías. (Recordemos, como ejemplos históricos, a Copérnico, Galileo, Pasteur, Mesmer, etc.) La nueva idea aparece a primera vista como rara, confusa incluso, entre otras cosas porque el descubridor puede haber efectuado un salto intuitivo, sin haber llegado a reajustar el conjunto de los datos. La nueva perspectiva exige un giro mental tan pronunciado que los científicos académicamente establecidos raramente llegan a darlo. Como muestra Kuhn, quienes han trabajado fructíferamente desde la óptica antigua, están habitual y emocionalmente vinculados a ella. Por lo general, su fe inconmovible
  • 22. les acompaña hasta la tumba. Incluso confrontados con una evidencia apabullante, permanecen apegados cerrilmente a la opinión errónea, por conocida. Pero el nuevo paradigma va ganando ascendiente. La nueva generación reconoce su fuerza. Cuando un número crítico de pensadores llega a aceptar la nueva idea, se produce un cambio colectivo de paradigma. Al haber un número suficiente de gente que se ha acogido a la nueva perspectiva, o que ha crecido dentro de ella, brota el consenso. Después de un cierto tiempo, este paradigma empieza a su vez a experimentar contradicciones; se producen nuevas grietas, con lo que el proceso vuelve a repetirse. Es así como la ciencia va quebrando y ensanchando continuamente sus propias fronteras. El auténtico progreso en la comprensión de la naturaleza rara vez tiene lugar de forma lineal. Todos los avances importantes son intuiciones repentinas, principios nuevos, nuevos enfoques. Este proceso en base de saltos adelante no resulta plenamente reconocible, en parte porque los manuales que tratan de las revolucio- nes, culturales o científicas, tienden a edulcorarlas. Describen los pasos adelante como si hubiesen sido lógicos en su día, en absoluto chocantes cuando acontecieron. En efecto, mirando retrospectivamente, cómo en los años siguientes al salto intuitivo se ha ido construyendo penosamente el puente explicativo de enlace con la situación anterior, las grandes ideas nuevas pueden aparecer como razonables, incluso como ine- vitables. Las damos por sentadas, aunque lo cierto es que al principio parecían insensatas. Al haber dado nombre a un fenómeno difícilmente reconocible, Kuhn nos ha hecho conscientes de los procesos de revolución y resistencia. Ahora que hemos comenzado a comprender la dinámica de las tomas de conciencia revolucionaria, podemos aprender a fomentar saludablemente nuestro propio cambio y podemos cooperar en hacer más fácil el cambio mental colectivo, sin tener que esperar hasta que la fiebre haga crisis. Esto podemos hacerlo haciéndonos preguntas de un modo distinto, es decir, poniendo en cuestión nuestras viejas evidencias. Estas evidencias son como el aire que respiramos, como la decoración de nuestra propia casa. Forman parte de nuestra cultura. No podemos desconocerlas, y sin embargo deben dejar paso a otras perspectivas más fundamentales, si hemos de descubrir qué es lo que no funciona y su por qué. Al igual que los koans que proponen a sus novicios los maestros Zen, la mayoría de
  • 23. los problemas no pueden resolverse al nivel en que vienen planteados. Es preciso enmarcarlos de nuevo, situarlos en un contexto más amplio. Y todo presupuesto no garantizado, debe ser dejado a un lado. Con frecuencia tratamos de solucionar de modo irracional los problemas dentro del antiguo contexto, con nuestras viejas herra- mientas, en vez de percatarnos que la crisis que se está echando encima es solamente un síntoma de nuestra propia y fundamental testarudez. Por ejemplo, nos preguntamos cómo vamos a poder garantizar una asistencia sanitaria suficiente a nivel nacional, teniendo en cuenta el coste creciente de todo tipo de tratamiento médico. La pregunta nos lleva automáticamente a identificar la salud con los hospitales, los médicos, las recetas, la tecnología. En vez de ello, deberíamos por el contrario comenzar por preguntarnos por qué la gente se pone enferma o en qué consiste la salud. Otro ejemplo: discutimos sobre cuáles son los mejores métodos para la enseñanza de los programas escolares en los colegios, pero rara vez nos planteamos si esos programas son o no los adecuados. Y aún más raramente nos preguntamos sobre la naturaleza del aprendizaje. Las crisis que padecemos son otras tantas formas de evidenciar la traición a la naturaleza, perpetrada por nuestras instituciones. Hemos identificado la buena vida con el consumo material, hemos deshumanizado el trabajo y lo hemos hecho innecesariamente competitivo, nos sentimos inseguros acerca de nuestra capacidad de aprender y de enseñar. Nuestra medicina, salvajemente costosa, apenas ha conseguido ganar algún terreno frente a las enfermedades crónicas o derivadas de accidentes, y se ha ido haciendo a la vez crecientemente impersonal y vejatoria. Los gobiernos se vuelven cada vez más complejos e irresponsables desde su lejanía, y los sistemas de seguridad social se encuentran una y otra vez al borde de la quiebra. La posibilidad de salvación en este tiempo de crisis no hemos de buscarla en un golpe de suerte, ni en una posible coincidencia, ni en una ponderada reflexión. Armados, como estamos ahora, de una comprensión más adecuada de los procesos de cambio, sabemos hoy que las mismas fuerzas que nos han llevado al borde del abismo a nivel planetario, portan en su interior las semillas de la renovación. El actual desequilibrio, personal y social, prefigura una nueva especie de sociedad. Los roles, las relaciones, las instituciones, las viejas ideas... todo está siendo hoy reexaminado, reformulado, y diseñado de nuevo. Por primera vez en la historia, la humanidad tiene acceso al panel de
  • 24. control del cambio, a la comprensión de cómo se produce la transformación. Desde ahora estamos viviendo en la era del cambio del cambio, una época en que de forma intencionada podemos ponernos a trabajar codo a codo con la naturaleza para acelerar el proceso de nuestra propia remodelación y la de nuestras instituciones desfasadas. El paradigma de la Conspiración de Acuario concibe a la humanidad enraizada en la naturaleza. Promueve la autonomía individual en el seno de una sociedad descentralizada. Nos considera administradores de todos nuestros recursos, internos y externos. No nos ve como víctimas ni como peones, no nos considera limitados por condiciones ni acondicionamientos, sino herederos de las riquezas de la evolución, capaces de imaginación, de inventiva, y sujetos de experiencias que apenas si hemos llegado a entrever todavía. La naturaleza humana no es ni buena ni mala, sino abierta a un proceso continuo de transformación y transcendencia. Lo único que necesita es descubrirse a sí misma. La nueva perspectiva respeta la ecología de cada cosa: nacimiento, muerte, aprendizaje, salud, familia, trabajo, ciencia, espiritualidad, arte, comunidad, relaciones, política. Los Conspiradores de Acuario se sienten atraídos entre sí por sus descubrimientos paralelos, por cambios de paradigma que los han convencido de que estaban llevando unas vidas innecesariamente circunscriptas y limitadas. Cambios de paradigma personales: detectar la imagen escondida El cambio de paradigma, tal como lo experimenta el individuo, puede compararse al descubrimiento de la «imagen escondida» que suele aparecer en las revistas infantiles. Uno mira un dibujo que parece ser un árbol y un estanque. Te dicen entonces que lo mires más de cerca, que busques en él algo que no tendrías razón para esperar que se encontrase allí. De repente, vemos aparecer ciertos objetos camuflados en la escena: las ramas se convierten en un pez o en un rastrillo, las líneas en torno al estanque resulta que escondían un cepillo de dientes. Nadie puede hacernos ver las imágenes ocultas a fuerza de palabras. No se trata de persuadirnos de que los objetos están allí: una de dos, o los vemos o no los vemos. Pero, una vez que los hemos visto, están allí para siempre cada vez que miremos el dibujo. Y nos preguntamos cómo es que no los vimos antes. Mientras crecíamos, todos hemos experimentado cambios me- nores de paradigma: la súbita comprensión de un principio geométrico,
  • 25. por ejemplo, o de un juego, o un ensanchamiento repentino de nuestras convicciones políticas o religiosas. Cada una de estas intuiciones ampliaba nuestro contexto, traía consigo un modo fresco y nuevo de percibir las conexiones entre las cosas. La irrupción de un nuevo paradigma hace que nos sintamos humildes y a la vez tonificados; no es tanto que estuviésemos equivocados, cuanto que estábamos siendo parciales, algo así como si hubiésemos estado mirando con un solo ojo. No nos aporta más conocimientos, sino un modo nuevo de saber. Edward Carpenter, sociólogo y poeta de fines del siglo dieci- nueve, notable por sus cualidades visionarias, describía así este movimiento de cambio: “Si se para el pensamiento (y se persevera en ello), al final se llega a una región de conciencia situada por debajo o por detrás del pensamiento y se hace uno consciente de un yo mucho más vasto que aquel al que estábamos habituados. Y, puesto que la conciencia ordinaria, con la que funcionamos en la vida cotidiana, se funda ante todo y sobre todo en ese pequeño yo local..., se sigue que pasar más allá de él equivale a morir al yo ordinario y al mundo de todos los días. Equivale a morir en el sentido ordinario de la palabra, pero en otro sentido significa despertar y encontrarse con que el “Yo”, el sí mismo más íntimo y real, se compenetra con el universo y todos los demás seres. Esta experiencia es tan maravillosa, que puede decirse que, a su luz, desaparecen todas las dudas y los pequeños problemas; y es cierto que en miles y miles de casos, el hecho de haberlo experimentado una sola vez un individuo ha revolucionado para siempre su vida y su concepción del mundo”. Carpenter ha captado la esencia de la experiencia transformadora: ensanchamiento, conexión, el poder de transformar permanentemente una vida. Y, como él dijo, esa «región de conciencia» se abre a nosotros cuando estamos en una actitud de callada vigilancia, más que cuando nos afanamos en reflexionar y planificar. A lo largo de la historia, mucha gente ha tenido este tipo de experiencias, tanto accidentalmente como de forma deliberada. Pueden ocurrir profundos cambios interiores en respuesta a una contemplación disciplinada, o con ocasión de una grave enfermedad,
  • 26. de una travesía por la selva, de una emoción paroxística, o a consecuencia de un esfuerzo creativo, de ejercicios espirituales, o de respiración controlada o de técnicas para «inhibir el pensamiento», o técnicas psicodélicas, de movimiento, de aislamiento, música, hipnosis, meditación, o ensoñamiento, o al salir de una intensa lucha intelectual. A lo largo de los siglos, en diversas partes del mundo, unos pocos iniciados en cada generación han compartido entre sí técnicas diversas, capaces de inducir experiencias semejantes. Fraternidades, órdenes religiosas y pequeños grupos diseminados han explorado lo que parecían constituir dominios extraordinarios de la experiencia consciente. En sus doctrinas esotéricas, hablaban a veces de las cualidades liberadoras de sus experiencias iluminativas. Pero eran demasiado pocos, carecían de medios para propagar ampliamente sus descubrimientos, y la mayor parte de los habitantes de la tierra estaban lo suficientemente preocupados por sobrevivir, como para ocuparse de la transcendencia. Y, de pronto, en esta década, todos estos sistemas y toda esta literatura de engañosa simplicidad, toda la riqueza de muchas antiguas culturas, se han hecho accesibles al conjunto de la población, bien en su forma original, bien adaptados a la sensibilidad contemporánea. Las estanterías de los grandes almacenes y los puestos de periódicos de los aeropuertos ofrecen la sabiduría de las eras pasadas encuadernada en libros de bolsillo. También a través de clases de extensión universitaria, o en seminarios de fin de semana, en cursos de educación de adultos o en centros comerciales, se ofrecen técnicas que ayudan a la gente a conectar con nuevas fuentes de energía, integración y armonía personales. Estos sistemas pretenden armonizar cuerpo y mente, ampliar la sensibilidad del sistema nervioso, conseguir que los participantes se hagan conscientes del vasto potencial inexplotado que en ellos reside. Es como dotar a su mente de sonar, radar y poderosas lentes de aumento, mientras trabajan. La extensa implantación de este tipo de técnicas, y la generaliza- ción de su uso en la sociedad, fueron predichas por P. W. Martin en los años cincuenta, cuando estaba en sus comienzos la investigación sobre la «conciencia»: «Por primera vez en la historia, el espíritu científico de indagación se está volcando sobre el otro lado de la conciencia. Hay buenas esperanzas de que esta vez puedan mante- nerse los descubrimientos, de modo que puedan convertirse, no ya en el secreto perdido, sino en patrimonio vivo de todos los hombres».
  • 27. Como veremos en el capítulo II, la idea de una rápida transfor- mación de la especie humana a partir de un determinado movimiento de vanguardia, es algo que ha sido expuesto por muchos de los más dotados pensadores, artistas y visionarios de la historia. Todos los sistemas de expansión y profundización de la conciencia emplean estrategias similares y conducen a descubrimien- tos personales extrañamente semejantes. Y ahora, por vez primera, sabemos que estas experiencias subjetivas tienen también sus correlatos objetivos. La investigación en laboratorio, como veremos, ha venido a demostrar que estos métodos contribuyen a una mayor integración de la actividad cerebral, haciéndola menos aleatoria y provocando en ella un grado mayor de organización. En sentido literal, los cerebros experimentan una transformación acelerada. Las técnicas transformativas nos abren el acceso a la creatividad, a la salud, a la libertad de elección. El don de la intuición, la capacidad de imaginar nuevas conexiones entre las cosas, privilegio en otros tiempos de unos pocos afortunados, puede en adelante ser adquirido por cualquiera que dé pruebas de una sólida voluntad de experimentación y exploración. En la vida de la mayoría de los humanos la intuición ha sido algo accidental. Nos ponemos a la espera de su llegada, un poco como los primitivos aguardaban el rayo con que poder encender fuego. Pero nuestro instrumento más crucial de aprendizaje es la facultad de establecer conexiones mentales. Esa es la esencia de la inteligencia humana: establecer lazos entre las cosas, ir más allá de lo dado, descubrir patrones, relaciones, establecer contextos. La consecuencia natural de estas sutiles ciencias de la mente es la intuición. El proceso intuitivo puede acelerarse tanto, que podemos sentirnos aturdidos e incluso asustados ante las posibilidades que se despliegan de pronto ante nosotros. Cada una de ellas nos permite comprender mejor y predecir con mayor precisión que alternativas van a ser favorables para nuestras vidas. No hay por qué asombrarse que estos cambios de conciencia se experimenten como despertar, como liberación, como unificación, como transformación, en una palabra. Vistos los frutos, se comprende que millones de personas se hayan apuntado a practicar estas técnicas escasamente en unos pocos años. Todos ellos descubren que no necesitan esperar a que cambie el mundo de ahí fuera. A medida que se transforma su mente, se transforman también sus vidas y su propio entorno. Se dan cuenta que tienen en sí mismos un centro sano, una fuente de salud, que su interior alberga los recursos necesarios para luchar contra el estrés y contra la rutina, y que en
  • 28. todas partes pueden encontrar amigos. A menudo les resulta difícil dar cuenta a otros de lo que les ha ocurrido. No aciertan a exponerlo ordenadamente, y pueden llegar a sentirse un tanto insensatos o pretenciosos al hablar de sus propias experiencias. Algunos lo describen como un despertar después de años de haber estado dormido, otros como una reunificación de partes fragmentarias de su propio ser, otros, en fin, aseguran sentirse curados o tener la sensación de haber llegado a casa. Para muchos, la reacción de amigos y parientes puede resultar- les dolorosamente paternalista, no muy distinta de la actitud de unos padres que previniesen a su hijo adolescente frente a los riesgos de ser demasiado ingenuo e idealista. Realmente resulta difícil explicarse a sí mismo. Confianza, miedo y transformación Tras haber encontrado una fuente de fuerza y de salud en su interior, quienes han aprendido a confiar en sí mismos, sienten que pueden más fácilmente confiar en los demás. Los cínicos, que no creen en la posibilidad de cambio, suelen ser también cínicos consigo mismos y con respecto a sus propias posibilidades de cambiar y mejorar. Como veremos, toda transformación necesita un mínimo de confianza. Puede asaltarnos el miedo a perder el control. O bien la sospecha de que vamos a tropezarnos en nuestro interior con las oscuras fuerzas inconscientes que describen Freud y las doctrinas religiosas. Puede que nos preocupe la amenaza de ir a parar demasiado lejos de nuestros familiares y amigos, y al final, encon- trarnos solos. Y también sentimos un miedo apreciable frente a la posibilidad de que se cumplan nuestras esperanzas. Consideramos tal cosa un poco como un truco de prestidigitación, y damos vueltas en torno suyo una y otra vez, metiendo la mano en sus bolsillos, o tratando de ver dónde hay dobles fondos o espejos escondidos. Cuanto más sutiles somos, tanto más suspicaces nos volvemos. Después de todo, a estas alturas, ya sea en el juego o en la propaganda política, en la lucha por «una buena causa» o en el caprichoso peloteo de la publicidad, todos hemos saboreado la decepción, propia o ajena, en formas muy distintas. Muchas veces ya antes de ahora, nos hemos sentido decepcionados, nos han timado con promesas que parecían, y eran, demasiado buenas para ser verdad. Y es indudable, además, que el
  • 29. oro escondido de la transformación ha atraído e inspirado a toda una generación de farsantes. El nuevo muestrario de posibilidades se nos antoja demasiado rico y variado; sus promesas, demasiado ilimitadas. Convertimos entonces nuestros temores y preocupaciones en barreras de auto- protección; con el tiempo, hemos aprendido a identificarnos con nuestros propios límites. Y ahora, recelosos ante la promesa de un oasis, defendemos las virtudes del desierto. «La verdad es, dice Russell Baker, columnista del New York Times, que casi nunca me siento bien ni quiero sentirme bien tampoco. Más aún, no llego a comprender por qué alguien querría sentirse bien.» Es perfectamente normal no sentirse bien, dice. En nuestro repertorio de prejuicios culturales, figura la convicción de que la infelicidad es señal de sensibilidad e inteligencia. «Aprendemos a saborear las cicatrices del remordimiento, dice Theodor Roszak, basta que finalmente acabamos basando en ellas toda nuestra identidad. Esto es lo que a muchos de nosotros nos parece más "serio" en definitiva, lo realmente sólido como una roca: esa adusta resignación, esa candidez teñida de ictericia... Acabamos por creer que nuestra más íntima realidad es el pecado... La desconfianza de sí mismo vuelve a la gente vulnerable y obediente con más eficacia que una fuerza policial.» Quienes se inquietan pensando que las nuevas ideas van a sacudir la cultura hasta sus raíces tienen razón, dice. Nuestra conformidad hasta ahora se debía en parte al miedo a nosotros mismos, a la duda sobre la rectitud de nuestras propias decisiones. El proceso de transformación, aunque al principio se sienta como algo extraño, pronto se revela como irrevocablemente acertado. Sean cuales sean las impresiones negativas iniciales, la entrega personal no se cuestiona una vez que hemos palpado algo que creíamos haber perdido para siempre: el camino de vuelta a casa. Y una vez que el viaje ha comenzado en serio, nada puede disuadirnos de él. Ningún movimiento político, ninguna organización religiosa podrían pedir mayor lealtad. Es un compromiso con la vida misma, una segunda ocasión de encontrarle un sentido. Comunicación y enlaces Para que todos estos descubrimientos transformativos puedan convertirse en patrimonio común de todos nosotros por primera vez en la historia, es preciso darlos a conocer de la forma más amplia posible. Es preciso hacer de ellos un nuevo consenso, algo que «todo el
  • 30. mundo conoce». A comienzos del siglo diecinueve, Alexis de Tocqueville observaba que los comportamientos culturales y las creencias no verbalizadas cambian normalmente mucho antes de que las gentes admitan entre sí que los tiempos han cambiado. Durante años, e incluso generaciones, se siguen proclamando de palabra, ideas que en privado se habían abandonado tiempo atrás. Como nadie conspira contra esos viejos marcos de creencias, dice Tocqueville, éstas siguen ejerciendo su influjo y debilitan el ánimo innovador. Incluso mucho tiempo después de haber perdido su valor un paradigma, éste sigue reclamando una especie de hipócrita fidelidad. Pero si tenemos el valor de comunicar a otros nuestras dudas y nuestro abandono del mismo, si nos atrevemos a exponer lo incompleto, la endeble estructura y los fallos del viejo paradigma, podemos llegar a desmantelarlo. No necesitamos esperar a que se desmorone sobre nosotros. La Conspiración de Acuario está utilizando la influencia de sus avanzadillas dispersas aquí y allá, para subrayar lo peligroso de los mitos y la mística implicados en el antiguo paradigma, y para atacar ideas y prácticas que han quedado obsoletas. Los conspiradores nos empujan a recuperar el poder al que hace tiempo renunciamos en manos de la costumbre y de la autoridad, y a descubrir, bajo la barahúnda de nuestros acondicionamientos, un núcleo de integridad que trasciende todos los códigos y convenciones. Estamos ahora beneficiándonos del fenómeno predicho por Marshall McLuhan en 1964: la implosión de la información. Todo el planeta es hoy, efectivamente, un pueblo total. Nadie podía prever la rapidez con que los individuos iban a poderse beneficiar de la tecnología, e iban a poder comunicarse y ponerse de acuerdo. El conformismo que apenaba a Tocqueville está dando paso a una creciente autenticidad, que reviste caracteres epidémicos sin precedente en la historia. Hoy día, podemos de hecho ponernos en contacto unos con otros, decirnos mutuamente qué cosas hemos abandonado y en qué otras creemos ahora. Podemos conspirar contra las viejas y mortíferas concepciones. Podemos vivir en contra de ellas. El mundo está rodeado por un cinturón global de comunicaciones que no deja escapatoria. Todo el planeta vive hoy en base a enlaces instantáneos, todo el mundo se apoya mutuamente en base a redes de comunicación y cooperación. Gente de mentalidad semejante puede hoy unir sus fuerzas con la rapidez con que podemos fotocopiar una carta, fotografiar una
  • 31. mosca, hacer una llamada por teléfono, diseñar un parachoques, atravesar conduciendo una ciudad, formar una coalición, pintar un póster, volar para tomar parte en un mitin..., o vivir sin más abiertamente de acuerdo con el cambio operado en su corazón. «Por primera vez quizás en la historia del mundo, decía el psicólogo Carl Rogers en 1978, la gente se está comportando de una forma abierta, y expresan sus sentimientos sin miedo a ser juzgados. El tipo de comunicación es cualitativamente distinto al de nuestro pasado histórico, es más rico, más complejo.» Los Conspiradores de Acuario, actuando como catalizadores de la humanidad, aprovechan para exponer sus ideas en clase, en la televisión, en libros, en el cine, a través del arte, de la canción, de revistas especializadas, en ciclos de conferencias, en la pausa del café en el trabajo, en documentos oficiales, en reuniones, y en nuevas reglamentaciones y disposiciones de organización. Quienes no se atrevían al principio a enfrentarse a la opinión predominante, se sienten ahora con ánimo para ello. Las nuevas ideas transformadoras aparecen también en forma de manuales de salud, ocio, deporte, consejos dietéticos, gestión de negocios, auto-afirmación, estrés, relaciones y mejoramiento personal. Al revés que los antiguos manuales del tipo de «cómo hacer esto o lo otro», no se pone el acento en el comportamiento, sino en la actitud. Los ejercicios y experimentos que en ellos se recomiendan están diseñados para proporcionar, de un modo u otro, una experiencia directa de la nueva perspectiva. Porque sólo lo que sentimos profundamente tiene el poder de cambiarnos. Los argumentos racionales, por sí solos, no pueden penetrar las capas de miedo y acondicionamiento que bloquean y entumecen nuestros sistemas de creencias. La Conspiración de Acuario crea oportunidades para que la gente experimente cambios de conciencia siempre que sea posible. Es preciso que la comunicación no sólo sea amplia, sino también profunda. El consenso se puede comunicar de muchos modos, incluso a veces con el silencio, como señalaba Roszak ante una gran audiencia en el Symposium mundial de la Humanidad celebrado en Vancouver en 1976: "Se está redactando en nuestro tiempo un manifiesto secreto. Su lenguaje es una petición que podemos leer en los ojos de los demás. Es el deseo de conocer nuestra auténtica vocación en el mundo, de encontrar el modo de ser y de hacer propio de cada
  • 32. uno... Estoy hablando del Manifiesto de la Persona, la declaración de nuestro derecho soberano al auto-descubrimiento. No puedo decir si son millones los que han comparecido efectivamente en respuesta a su convocatoria, pero sí sé que su influjo se nota de forma significativa en torno nuestro, como una especie de corriente subterránea en nuestra historia, que despierta en todos aquellos a quienes toca una sensación embriagadora sobre la profundidad de las raíces del propio ser y las extrañas fuentes de energía con que está conectado..." Descendiendo hasta la misma raíz de los miedos y las dudas, podemos cambiar radicalmente. Algunos están comenzando a ocuparse, de palabra y de obra, de problemas sociales, a un nivel jamás alcanzado por medio de influencias exteriores como persuasión, propaganda, patriotismo, adscripción religiosa, amenazas o predicación de la fraternidad. Como siempre han dicho los místicos, un mundo nuevo es ante todo un espíritu nuevo. De la desesperación a la esperanza Muchos críticos sociales contemporáneos hablan con demasiada frecuencia de su propia desesperanza, o adoptan una especie de cinismo a la moda, a fin de enmascarar su propia sensación de impotencia. «El optimismo es de mal gusto», decía hace poco el filósofo Robert Solomon en la revista Newsweek. «Lo que aparece como preocupación se revela por debajo como indulgencia de sí mismo, como una amarga auto-justificación, que declara "depravada" a la sociedad a fin de poderse presentar como víctima "cogida" entre sus redes. Se culpa al mundo de la propia infelicidad, o de los propios errores políticos.» Si hemos de abrirnos paso a través de aguas turbulentas, más nos vale hacernos acompañar de quienes ya antes han construido puentes en otras ocasiones y han conseguido pasar más allá de la inercia y la desesperación. Los Conspiradores de Acuario no son capaces de tener esperanza por saber menos que los cínicos, sino por saber más, enriquecidos como están por su propia experiencia personal, por su conocimiento de la ciencia de vanguardia, o por noticias obtenidas confidencialmente de experiencias sociales que han tenido éxito en diversas partes del mundo. Han observado su propio cambio, el de sus amigos, el de su trabajo. Son pacientes y pragmáticos, saben ir atesorando esas pequeñas victorias cuya
  • 33. acumulación debe conducir al gran despertar cultural; saben que la oportunidad se presenta disfrazada de muchas formas, que el sufrimiento y la disolución son etapas necesarias en el proceso de renovación, y que los «fallos» pueden resultar enormemente ins- tructivos. Conscientes de que cualquier cambio profundo, en una persona o en una institución, solamente puede operarse desde su propio interior, no son nunca violentos al contrastar sus opiniones. Día tras día actúan y trabajan, afrontan las malas noticias y continúan trabajando. Han apostado por la vida, sin importarles el costo. Y, lo que es más, son conscientes de la fuerza que tienen en conjunto. La cultura emergente La sociedad occidental se encuentra en un punto decisivo de giro. Muchos pensadores de primera línea han experimentado el cambio de paradigma acerca del modo cómo suceden los cambios de paradigma, han protagonizado la revolución de comprender cómo comienzan las revoluciones: en un fermentar de preguntas, en el pacífico reconocimiento de que lo viejo ya no sirve. Como serio estudioso de las condiciones necesarias para una revolución, Tocqueville trató de prevenir a fines de los años 1840 a las fuerzas gubernamentales francesas sobre la posibilidad de una subversión. Estaba convencido que el Gobierno y la Justicia habían ofendido al pueblo hasta tal punto, que las pasiones democráticas habrían de derrocar pronto al gobierno. El 27 de enero de 1848, Tocqueville, diputado a la sazón, tomó la palabra en la Cámara de Diputados: «Me dicen que no hay peligro porque no hay disturbios», dijo. «Dicen que como no se observa perturbación alguna en la superficie de la sociedad, tampoco existen revoluciones debajo de ella. Permítanme decirles, Señores, que se equivocan. Los disturbios aún no se han adueñado de las calles, pero han tomado ya posesión de la mente de las gentes». A las cuatro semanas el pueblo se rebelaba, el rey huía y se proclamaba la Segunda República. Toda transformación cultural se anuncia por pequeños estallidos aquí y allá, a los que sirven de detonantes pequeños incidentes, al calor de las nuevas ideas que han podido estarse como larvas durante décadas. De hecho se han ido acumulando papel y astillas en muchos lugares y momentos diferentes, listos para arder en el fuego de la verdadera conflagración, la que ha de consumir antiguas demarcaciones y dejar alterado el paisaje para siempre. En La
  • 34. Democracia en América, Tocqueville escribía que el marchamo de toda revolución inminente es un período crítico de agitación, en el que unos cuantos reformadores clave pueden comunicar entre si lo suficiente como para estimularse unos a otros a que «las nuevas ideas cambien repentinamente la faz del mundo». Como veremos, toda revolución se aprecia primeramente observando las tendencias: conductas y trayectorias inusuales, que son fácilmente mal comprendidas, al tratar de buscarles explicación dentro del contexto del viejo paradigma, con lo cual se las toma por algo que no son. Y para confundir aún más las cosas, estos nuevos comportamientos pueden ser imitados y exagerados por quienes no comprenden que su base proviene de un cambio interior. Todas las revoluciones se convierten en foco de atracción de mercenarios, sensacionalistas e inestables, que se mezclan con los auténticamente comprometidos. Al principio, toda revolución que está tratando de ponerse en marcha, como en el caso de una revolución científica, suele ser rechazada por insensata o por sus escasas probabilidades de éxito. Cuando claramente comienza a hacer progresos, provoca sensa- ciones de alarma y de amenaza. Una vez que el poder ha cambiado de mano, al mirar retrospectivamente, se tiene la impresión que todo estaba dispuesto de antemano. Al desconocer el proceso de cambio histórico de los valores y los marcos de referencia, al no ser conscientes del carácter continuo, y sin embargo radical, de todo cambio, tendemos a ir de acá para allá, a la deriva de unas u otras revoluciones culturales, sin saber una palabra de sus posibles causas u objetivos. No hemos sido entrenados para saber estar a la expectativa, para presentir los primeros temblores de la erupción cultural que se aproxima, para apreciar señales sutiles de oscurecimiento o de aclaración del horizonte. Todas las revoluciones, sociales, científicas o políticas, cogen siempre por sorpresa a sus contemporáneos, si exceptuamos a los «visionarios», quienes parecen poder detectar el cambio que se avecinda, a partir de informaciones esquemáticas obtenidas desde el principio. La lógica por si sola no vale demasiado como profeta, según veremos. Para captar de forma completa la imagen de la situación, es necesaria la intuición. Las revoluciones, por definición, nunca son lineales, no avanzan paso a paso de tal modo que el hecho A conduce al hecho B, y así sucesivamente. Son muchas las causas mutua y simultáneamente implicadas entre sí. Las revoluciones aparecen en escena de repente,
  • 35. como una determinada combinación en un caleidoscopio. No es tanto un proceso, cuanto una cristalización. «Al ciego todo se le presenta de golpe», dice un viejo adagio. La revolución que se describe en La Conspiración de Acuario no pertenece al futuro remoto. Pertenece más bien al futuro inmediato, y en muy buena medida forma parte ya de la dinámica de nuestro presente. Para quienes pueden verla, la nueva sociedad que se está gestando en el seno de la antigua no constituye una contracultura, ni tampoco una reacción, sino una cultura emergente, el surgimiento por fusión de un nuevo orden social. Un grupo inglés la ha caracterizado como una colección de «culturas paralelas»: "Somos gente que está de acuerdo en la necesidad de sobrepasar la alienación y mutua hostilidad existentes en la sociedad, siguiendo la estrategia de construir culturas basadas en nuevos valores, que coexistan con las antiguas y lleguen tal vez a reemplazarlas. Creemos que la confrontación organizada, las llamadas de atención al sistema o las reformas paulatinas sólo sirven para preservar la alienación básica de la sociedad... Por eso, la mayor parte de nuestras energías están dirigidas positivamente a la estrategia de construir nuevas culturas. Consideramos que las luchas por el poder entre Izquierda- Centro-Derecha se mueven enteramente en una única y misma dirección dentro de los moldes del antiguo, alienante estilo de vida. Lejos de ser radicales, los extremos forman parte de la antigua cultura lo mismo que el statu quo al que se oponen. La Tercera Vía no es un grupo, ni una estrategia, es sólo un contexto..., aunque, eso sí, no nos equivoquemos, es un contexto radical. La lucha en favor de los valores sociales es una nueva dimensión de la acción social radical, una vía que no coincide con la Derecha ni con la Izquierda." The Whole Earth Papers, compuesto por una serie de monografías, describía el nuevo movimiento como «pro- revolucionario... el ascenso de un cambio de conciencia y de paradigmas... Las crisis que atravesamos no representan un desmoronamiento (breakdown) sino una ruptura de líneas (breakthrough) en el proceso de avance de la comunidad humana». Michael Lerner, cofundador de la red de centros de salud Commonwealth (Bienestar común) en California, al relacionar distintos
  • 36. esfuerzos realizados para atraer la atención sobre el estrés que nos invade por todas partes, dice: «No habríamos sido capaces de llevar a cabo esta oscura indagación, si no sintiéramos que nuestro trabajo no es sino una diminuta parte más dentro de un movimiento global... Tal vez otros puedan así reconocer los dos polos de la experiencia colectiva de nuestro tiempo: por un lado, el estrés causado por todo lo que nosotros mismos hemos creado y traído a la existencia, y por otro, la auténtica gracia del espíritu y el valor que experimentamos cuando buscamos un camino nuevo». Estrés y transformación son dos ideas emparentadas que apare- cen una y otra vez como un tema musical, que se repiten como una letanía, en la literatura de la Conspiración de Acuario. La Association for Humanistic Psychology, al anunciar su convención de Toronto en 1978, se refería a «este período de extraordinaria significación evolutiva... El material a transformar viene dado por el caos mismo que compone la existencia cotidiana. Hemos de buscar nuevos mitos y nuevas concepciones del mundo». Según Arianna Stassinopoulos, crítica social británica, «la energía de este movimiento constituye una especie de "campo de fuerza"», que está aglutinando a todos aquellos que "sacudidos por aspiraciones nacidas de las nuevas ideas, comienzan a mostrar una fuerza nueva, una conciencia nueva y un nuevo poder». Ideas que comienzan en unos pocos y acaban por irradiarse a otros muchos. Bernard Levin, colaborador del Times de Londres, en un comentario al «Festival del cuerpo y la mente» celebrado en las afueras de Londres en 1978, y al que asistieron casi noventa mil personas, preveía una rápida expansión del interés popular en la transformación: "Al mundo no le basta la vida que está llevando en el presente. Ni va a bastarle en el futuro; ni hay mucha gente ya que siga pensando que si que le va a bastar. Países como el nuestro están llenos de gente que tienen todo el confort material que pueden desear, y que, sin embargo, llevan una vida mortecina de callada (a veces ruidosa) desesperación, sin comprender nada de nada fuera del hecho de sentir que tienen un agujero dentro de ellos, y que por mucho que le echen de comer y de beber, por muchos coches y muchos televisores con que intenten rellenarlo, por mucho que busquen tapar sus bordes rodeándose de hijos sanos y amigos leales... sigue doliendo. Los asistentes al Festival venían buscando algo, no tanto certi-
  • 37. dumbre cuanto comprensión: comprensión de sí mismos. Casi todos los senderos ofrecidos tenían un mismo punto de partida: el propio interior de cada cual. La cuestión se está planteando hoy en día con más insistencia que nunca antes en la historia... Las muchedumbres que fluyen por las puertas giratorias del olimpo son sólo la primera gota de la ola que está a punto de romper sobre políticos e ideólogos, ahogando sus vacíos e inútiles esfuerzos en la profunda auto confianza nacida de la auténtica comprensión de su verdadera naturaleza". Un symposium sobre el futuro de la humanidad, que se celebró en 1979, anunciaba en su convocatoria: «El primer reto con el que nos encontramos es crear un consenso en torno a la idea de que es posible un cambio fundamental, crear un clima, una estructura que pueda organizar y coordinar íntegramente las fuerzas que hoy día luchan por desarrollarse siguiendo caminos aparentemente separados. Tenemos que crear una imagen irresistiblemente vibrante, un nuevo paradigma para toda acción humanística constructiva... Hasta que hayamos creado ese contexto-patrón, no tiene sentido alguno seguir hablando de estrategias». Este libro trata de ese contexto-patrón. Es un libro que pone de relieve la evidencia (a veces circunstancial, abrumadora en otros casos) que apunta incontestablemente hacia un cambio profundo, personal y cultural. Este libro es una guía para discernir paradigmas, hacerse nuevas preguntas, y comprender los cambios grandes y pequeños que están teniendo lugar por debajo de toda esta inmensa transformación en marcha. Este libro trata de la tecnología, los conspiradores y las redes del cambio, con sus peligros, ambiciones y promesas. También intenta mostrar que lo que algunos han podido considerar como un movimiento elitista, es por el contrario profundamente integrador, abierto a todo el mundo que quiera participar en él. Exploraremos las raíces históricas de la idea según la cual una conspiración puede generar una sociedad nueva, buscaremos en el correr de los años los signos premonitorios de esta transformación. Pasaremos revista a las señales que evidencian la ingente capacidad de transformación e innovación que posee el cerebro humano, a los métodos diversos que se están usando para fomentar esa transformación, y a una serie de testimonios individuales de experiencias que han transformado la vida de mucha gente. Veremos cómo las circunstancias históricas y culturales han
  • 38. conducido a nuestra sociedad a la situación actual, lista para el cambio, y cómo en América habían surgido hace tiempo visiones que anticipaban el actual punto de giro decisivo. Veremos formarse las líneas definitorias del mundo nuevo a la luz de las nuevas concepciones de la naturaleza, intuiciones sorprendentes que, al ser fruto de la convergencia de disciplinas científicas muy diversas, evidencian resquicios prometedores por donde intuir una nueva era de descubrimientos. Estudiaremos las corrientes subterráneas de cambio que están afectando a la política, y las redes que están surgiendo como nuevas formas sociales, características de nuestra época, que están dotando a los individuos de una fuente de poder sin precedentes. Examinaremos los profundos cambios de paradigma que se avecindan en el campo de la salud, del aprendizaje, del trabajo y de los valores. En cada una de estas áreas podremos comprobar la evidente retracción del apoyo popular a las instituciones establecidas. Emprenderemos la «aventura espiritual» que es, a fin de cuentas la Conspiración de Acuario, búsqueda de sentido que acaba siendo un fin en sí mismo. Seguiremos la huella del efecto poderoso, a veces perturbador, del proceso transformativo sobre las relaciones personales. Y finalmente, consideraremos la evidencia de la posibilidad de un cambio a escala mundial. Aquí y allá, a lo largo del texto, se aludirá a proyectos o gentes determinadas, pero sin citarlos nunca como prueba o como argumento de autoridad. Más bien se ofrecen a modo de mínimas piezas de un gran mosaico, formado por la abundancia abrumadora de signos que en este punto de la historia señalan un cambio de dirección del esfuerzo y el espíritu humano. Para muchos, esos ejemplos podrán servir de inspiración creadora, como modelos de cambio, como opciones que puede adaptar a su propia medida. Estos nuevos paradigmas puede que susciten una serie de preguntas que muchos preferirían dejar en la sombra. Los lectores pueden verse enfrentados a cuestiones o consecuencias cruciales para su propia vida. Las nuevas perspectivas tienen la facultad de desestabilizar antiguas creencias y valores; pueden socavar resistencias y defensas largo tiempo acumuladas. Las ramificaciones de una revolución personal, por mínima que sea, pueden resultarnos más alarmantes que el gran cambio cultural que se cierne sobre nosotros. En el curso de este viaje podremos llegar a comprender ciertas ideas clave, hasta ahora reducto acotado de especialistas y
  • 39. planificadores de diversas disciplinas, que tienen el poder de enriquecer y expansionar nuestras vidas. Tendremos que construir puentes entre la nueva y la vieja concepción del mundo. La comprensión del cambio básico que se está operando en alguno de los sectores más importantes, nos ayudará a entender mejor lo que sucede en otros. La captación de la nueva configuración trasciende cualquier posible explicación. El cambio es cualitativo, repentino, resultado de unos procesos neurológicos demasiado rápidos y complejos para poder seguir conscientemente su trayectoria. Aunque quepa dar explicaciones lógicas hasta un cierto punto, las configuraciones no se captan secuencialmente, sino de golpe. Si algún concepto nuevo no le encaja en su sitio al tropezarlo por primera vez, continúe leyendo. Según vaya avanzando en la lectura, se encontrará con otras ideas relacionadas, o conexiones, ejemplos, metáforas, analogías e historietas ilustrativas. A su debido tiempo va a surgir la configuración, se va a producir el cambio. Miradas desde la nueva perspectiva, muchas antiguas preguntas van a resultarle irrelevantes. Después de haber captado la esencia de esta transformación, acontecimientos y tendencias que apreciamos en nuestro entorno inmediato o en los periódicos, y para los que no encontrábamos explicación, nos resultarán pronto coherentes. Comprenderemos entonces también más fácilmente los cambios que están sucediendo en nuestras familias o comunidades, o en la sociedad en general. Al final, muchos de los acontecimientos que juzgábamos oscuros, acabarán por integrarse en el contexto luminoso de un cuadro histórico, un poco como hacemos ante una pintura puntillista, en que tenemos que recular para poder captar su sentido. Hay en literatura una técnica de eficacia comprobada: el empleo del Momento Negro, es decir el punto en que todo parece perdido justo antes de la salvación final. Esta técnica tiene su correlato en la tragedia: el Momento Blanco, la súbita aparición de la esperanza, la ocasión salvadora justo antes del desastre final inevitable. Algunos podrán especular con la idea de que la Conspiración de Acuario, con su promesa de un cambio en el último minuto, es sólo un Momento Blanco en la historia de nuestro planeta; un bravo y desesperado intento que acabará siendo eclipsado por la tragedia total, ecológica, nuclear. Exit la humanidad. Telón. Y sin embargo, ¿hay alguna otra opción de futuro que merezca la pena ensayar? Estamos al filo de una nueva era, dice Lewis Munford, la edad de un mundo abierto, una época de renovación en que la liberación de
  • 40. una fresca energía espiritual sobre la cultura mundial puede dar rienda suelta a nuevas posibilidades. «Nuestros días, en suma, son solamente el comienzo.» Vista a la luz de unos ojos nuevos, la vida de cada cual puede dejar de ser un accidente para transformarse en una aventura. Es posible ir más allá de antiguos acondicionamientos y expectativas miserables. Contamos hoy con nuevas maneras de nacer, y nuevos, más humanos y simbólicos modos de morir, se puede ser rico de otras maneras, existen comunidades dispuestas a ayudarnos en nuestro propio y singular viaje, tenemos a nuestro alcance nuevos modos de ser humanos y de descubrir qué somos los unos para con los otros. Después de las trágicas guerras, la alienación y las magulladuras sufridas por nuestro planeta, tal vez ésta es la respuesta a que se refería Wallace Stevens: tras el No final, viene el Sí del cual depende el futuro del mundo. El futuro, decía Teilhard, está en manos de quienes pueden ofrecer razones para vivir y para esperar a las generaciones del mañana. El mensaje de la Conspiración de Acuario es que estamos maduros para el Sí. II. ACORDES PREMONITORIOS Comenzó por la mañana al despertarme. Antes de despertar tuve un sueño en el que oía el batir de un tambor, tocando una marcha que venia desde los primeros chamanes de Neanderthal, pasando por los visionarios de los Vedas y todos los patriarcas. Daba la sensación de que nadie iba a poder pararla. MICHEL MURPHY, Jacob Atabet El surgimiento de la Conspiración de Acuario en este fin del siglo veinte hunde sus raíces en los mitos y metáforas, en las profecías y la poesía de tiempos pasados. A lo largo de la historia hubo individuos aislados aquí y allá, o pequeños grupos en la zona fronteriza de la ciencia y la religión, que, basados en sus propias experiencias, creían que algún día los hombres podrían trascender la estrechez de la conciencia «normal», y llegar así a extirpar toda brutalidad y alienación de la condición humana. De vez en cuando aparecía el presentimiento de que una minoría de individuos podría algún día constituirse en
  • 41. levadura suficiente para hacer fermentar a la sociedad entera. Sirviendo como de imán cultural, serían capaces de implantar un orden en torno a sí, y transformar así a la totalidad. La idea central permanecía constante: la humanidad sólo podría regenerarse a sí misma a través de un cambio de mente, pero el operar ese cambio estaba dentro de sus posibilidades naturales. Estos pocos individuos arriesgados han jugado el papel de radares en la historia de la humanidad, algo así como un Sistema preventivo de Alarma a Distancia para el planeta. Como veremos, algunos de ellos expresaron sus intuiciones en una vena romántica, Otros a través de conceptos intelectuales, pero todos apuntaban a la necesidad de ensanchar la visión. «Abrid los ojos, venían a decir, hay más.» Hay más profundidad, más altura, más dimensiones, más perspectivas, más opciones de lo que habíamos imaginado. Celebrando la libertad encontrada al ensanchar el propio contexto, ponían en guardia frente a los peligros de ceguera anejos a la visión dominante. Mucho antes de ser alcanzados por la guerra total, el estrés ecológico y la crisis nu- clear, ellos ya temían por el futuro de una humanidad desprovista de perspectiva. Por más que se movieran en un contexto que trascendía las ideas dominantes en su tiempo, fueron pocos los contemporáneos que les siguieron. Las más de las veces quedaron incomprendidos, solitarios, o sufrieron incluso el ostracismo. Antes de este siglo, con las facilidades de rápida comunicación que trajo consigo, era poco probable que estos individuos, diseminados aquí y allá, entrasen en contacto. Sus ideas, sin embargo, han servido de combustible para las generaciones siguientes. Quienes habían presentido la transformación creían que las generaciones futuras podrían detectar las leyes y fuerzas invisibles que nos rodean: las redes vitales de relaciones, la vinculación existente entre todos los aspectos de la vida y del conocimiento, el entrelazamiento recíproco de las gentes, los ritmos y armonías del universo, las conexiones que convierten las partes en todos, las pautas interpretativas del inmenso entramado del mundo. La humanidad, decían, sería capaz de reconocer los velos sutiles que limitan su visión, y podría tomar conciencia de la pantalla que supone la costumbre, de las prisiones del lenguaje y de la cultura, y de los límites de las circunstancias. Los temas relacionados con la transformación fueron emergiendo con fuerza y claridad crecientes a lo largo del tiempo, y la mayor facilidad de comunicación les fue dando aún mayor empuje. Al
  • 42. principio, las tradiciones se transmitían en círculos intimistas de alquimistas, gnósticos, cabalistas y herméticos. Con la invención de los caracteres móviles a mediados del siglo quince, se convirtieron en una especie de secreto abierto, pero siguieron siendo accesibles tan sólo a los pocos que contaban con las letras suficientes, y sufrieron a menudo la censura de la Iglesia o del Estado. Entre esas audaces voces aisladas, se cuentan Meister Eckart, teólogo y místico alemán del siglo catorce; Giovanni Pico della Mirándola en el siglo quince; Jacob Boehme, otro alemán, en los siglos dieciséis y diecisiete; y Emanuel Swedenborg, en los siglos diecisiete y dieciocho. Somos espiritualmente libres, decían, gestores de nuestra propia evolución. El ser humano puede elegir, y despertar a su verdadera naturaleza. Explotando al máximo sus recursos interiores, puede alcanzar una nueva dimensión del espíritu; es capaz de ver más. «Yo no veo con mi ojo, sino a través de él», decía el poeta y artista del grabado William Blake, que vivió a fines del siglo dieciocho y comienzos del diecinueve. Según él, el enemigo de la visión global era el divorcio entre nuestra imaginación y nuestra capacidad de razonar, «que se contrae como el acero». Siempre andamos con esa mente a medias, haciendo leyes y juicios morales, atufando la espontaneidad, el sentimiento y el arte. Para Blake, su propia época, caracterizada por el miedo, el conformismo, la envidia, el cinismo y el culto a la máquina se erigía en acusadora de sí misma. Con todo, esa fuerza oscura era solamente un «espectro», un espíritu de cuyo acoso podían liberarse las mentes mediante un exorcismo. «No cejaré en esta batalla mental, juraba, hasta haber construido una Jerusalén en las dulces y verdes tierras inglesas.» Blake, como los últimos místicos, consideraba las revoluciones francesa y norteamericana sólo como un primer paso en pos de la liberación mundial no sólo política, sino también espiritual. En 1836, nueve años después de la muerte de Blake, un puñado de intelectuales norteamericanos, con ocasión de celebrarse en Harvard el bicentenario de la nación, descubrieron su mutua pasión e interés por las nuevas tendencias filosóficas, y formaron el núcleo de lo que históricamente se conoce como movimiento transcendentalista norteamericano. Los transcendentalistas, entre los que figuraban Ralph Waldo Emerson, Henry Thoreau, Bronson Alcott y Margaret Fuller, junto a otros mucho, se rebelaron contra el intelectualismo aparentemente muerto y desecado de la época. Algo faltaba: una dimensión invisible
  • 43. de la realidad, que ellos a veces llamaban la Superalma. En busca de entendimiento, acudieron a beber a fuentes muy diversas: experiencia personal, intuición, la noción de Luz Interior de los cuáqueros, el Bhagavad Gita, los filósofos románticos alemanes, el historiador Thomas Carlyle, el poeta Samuel Coleridge, Swedenborg, y los escritores metafísicos ingleses del siglo diecisiete. Para ellos, intuición equivalía a «razón trascendental». Llegaron a anticiparse a investigaciones sobre la conciencia realizadas en nuestro tiempo, al proclamar que el otro modo de conocer del cerebro no es una alternativa al modo normal de razonar, sino una especie de lógica trascendente, demasiado rápida y compleja como para que podamos seguir su trayectoria con el modo de razonamiento lineal propio de la conciencia ordinaria. Lo mismo que Boehme influyó a Swedenborg, quien a su vez influyó a Blake, así estos tres autores influyeron a los transcen- dentalistas; éstos, a su vez, dejaron su huella en la literatura, la educación, la política y la economía de las generaciones siguientes, y ejercieron su influjo sobre Nathaniel Hawthorne, Emily Dickinson, Herman Melville, Walt Whitman, John Dewey, los fundadores del partido laborista británico, Gandhi y Martin Luther King. A fines del siglo diecinueve y comienzos del veinte el indus- trialismo estaba en plena floración. Una extensa transformación social en base a un cambio en los corazones podía parecer aún un sueño muy distante, pero Edward Carpenter predecía en Inglaterra que llegaría un día en que tradiciones acuñadas a lo largo de siglos perderían su forma y su contorno, como hielo que se derrite en el agua. Lentamente habrían de formarse redes interconectadas de individuos, círculos cada vez más amplios que, en un movimiento de encuentro y de solapamiento mutuo, acabarían cerrándose en torno a un nuevo centro de la humanidad, «o mejor, en torno al único centro, viejo como el mundo, revelado ahora una vez más». Esta última forma de conexión formaría como los ligamentos y los nervios de un cuerpo yacente en el interior del cuerpo externo de la sociedad. Esas redes se moverían en dirección al sueño fugitivo de «una sociedad libre y aca- bada». Carpenter añadía que las intuiciones presentes en las religiones orientales podrían ser la semilla de ese gran cambio, capaz de ensanchar los horizontes de la visión occidental de la realidad. Richard Bucke, físico canadiense, describía en 1901, en su libro Cosmic Conciousness, la experiencia electrizante que supuso para él el tomar conciencia de ser uno con toda la vida. Según decía, era creciente el número de personas que experimentaban estados de