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Detrás de las
ventanas encantadas
 Una misteriosa historia de Adviento



   CORNELIA FUNKE


        Traducción del alemán de
           Rosa Pilar Blanco

        Ilustraciones de la autora
              coloreadas por
        Yvonne Ziegenhals-Mohr




    Biblioteca Funke Ediciones Siruela
Detrás de las
ventanas encantadas
¿Por qué le habrán dado al tonto de mi hermano peque-
ño el estupendo calendario de Adviento con chocolatinas y a
mí solamente este estúpido calendario de papel?, se pregunta
Julia enfadada. Pero la casa reproducida en su calendario relu-
ce y brilla tan misteriosamente, que Julia no puede resistir la
tentación y abre la primera ventana del calendario. Entonces
descubre que la casa está habitada y que puede visitar a sus
moradores. Comienza una aventura extraordinaria...
Capítulo 1
                    El calendario falso




    Fuera oscurecía y continuaba nevando. Julia, sentada en la
repisa de la ventana, miraba hacia el exterior. El cielo estaba
gris oscuro y los árboles y casas parecían siluetas recortadas en
cartulina negra. Sólo las ventanas desprendían brillos ama-
rillos por la luz de las bombillas o azules por el televisor. De
vez en cuando una figura gris con los hombros hundidos y la
cabeza encogida pasaba por abajo, por la calle. Pero su ma-
dre tardaba en llegar. Llevaba allí sentada al menos una hora,
aplastando la nariz contra el cristal, esperando.
    Volvía a venir alguien. Julia se inclinó hacia delante. No, ésa
llevaba un perro. Nada. Dos niños pasaron saltando y desapa-
recieron tras la puerta de un jardín.
    Luego todo se quedó nuevamente silencioso y vacío. Los
copos de nieve caían silenciosos del cielo, cubriendo las ramas
negras y los tejados negros, los setos oscuros, la calle gris y los
coches aparcados que bajo la nieve parecían gruesos animales
agazapados.
    Julia bostezó y volvió a apretar la nariz contra el frío cristal.
«¡Siempre igual!», pensó. Cuando las madres dicen que salen

                                 13
a hacer la compra, les cuesta una eternidad regresar a casa. Y
casi siempre vuelven de mal humor.
   La puerta de su cuarto se abrió y se encendió la luz. Julia
entornó los ojos, malhumorada, y giró la cabeza.
   –Apaga la luz, Oli –gruñó a su hermano menor.
   –¿Por qué estás a oscuras?
   –Porque es la única manera de distinguir algo fuera. Así que
¡apaga la luz!
   –No lo entiendo –dijo Oli.
   Pero apagó la luz y cerró la puerta. Julia oyó cómo se aproxi-
maba andando a tientas en la oscuridad.
   –¿No te da miedo estar a oscuras? –preguntó él, gateando a
su lado sobre la repisa.
   –¡Maldita sea, enano! –le increpó Julia–. ¿Por qué no te vas
a tu habitación?
   –Ahí abajo no veo nada. Sólo ese estúpido seto. Aquí, bajo
el tejado, es mucho más bonito –su hermano se acercó un poco
más. La oscuridad le daba miedo–. Apuesto a que sé por qué
esperas –añadió.
   –Vamos, suéltalo.
   –Estás esperando a mamá.
   –Lo has adivinado –contestó Julia–. Ha prometido traerme
un calendario de Adviento.
   –¡A mí también!
   –Me lo figuraba.
   –¿Cuál le has pedido tú?
   Una figura muy cargada venía calle abajo. La gorra era la
suya. La chaqueta, también.

                               14
Al fin.
   Julia saltó de la ventana y corrió por la habitación oscura
hacia la puerta. Oli la siguió.
   –¿Cuál le pediste tú? –su hermano pequeño nunca olvidaba
una pregunta.
   –Uno con chocolatinas, por supuesto.
   –Yo también.
   –¡Por supuesto!
   Julia bajaba la escalera a saltos. Su habitación estaba en el
desván. Al principio le había parecido horrorosa, pero con el
paso del tiempo había acabado gustándole. Siempre saltaba
los escalones de dos en dos. Sabía que su hermano no podía
imitarla en eso. Cuando llegó sin aliento a la puerta de casa,

                              15
oyó a su madre echando pestes fuera. Otra vez no encontraba
la llave.
   Julia abrió la puerta. Mamá estaba allí congelada y desgre-
ñada, rodeada de bolsos y bolsas repletas. Con el brazo metido
hasta el codo en una de ellas, rebuscaba desesperada.
   –Lleva algo a la cocina –balbució sacando el brazo de la
bolsa. Sin la llave.
   –Mamá, ¿has traído mi calendario? –preguntó Julia.
   –Todo a su debido tiempo. Supongo que primero podré
recuperar el aliento, ¿no?
   De mal humor. Estaba de mal humor. Como era de esperar.
   Julia arrastró una bolsa hasta la cocina sin decir palabra. De
repente, Oli ya no tenía prisa por bajar la escalera.
   –¿Dónde está vuestro padre?
   –Se ha echado un rato después de trabajar.
   –Hum.
   Su madre asintió y se despojó de las prendas húmedas por
la nieve. Tras sacudirse los últimos copos de su pelo corto y
oscuro, se limpió la nariz enrojecida.
   –Bien –dijo, frotándose las manos–. Voy a preparar un café.
¿Os apetece un cacao?
   Julia registraba las bolsas con los ojos.
   –Mamá, por favor. ¿Dónde está el calendario?
   Su madre se acercó a la cafetera y la llenó de agua.
   –En realidad ¿no deberíais recibirlos mañana? –dijo.
   Julia dirigió a su hermano una mirada de desesperación.
   Éste le devolvió la mirada, sonriente. Era un maestro en
conseguir de su madre todo lo que deseaba. Y lo sabía.

                               16
–¡Ay, mamá, por favor! –exclamó–. ¡Con lo contentos que
estábamos por recibirlos!
   Grandes ojos suplicantes.
   Cabeza ladeada.
   Amplia, amplísima sonrisa.
   ¡Absolutamente irresistible!
   Su madre se volvió, miró a Oli... y se echó a reír. Su hijito
había vuelto a ganarle la partida.
   La madre metió la mano en la bolsa grande, sacó con mu-
cho cuidado dos calendarios y los colocó sobre la mesa de la
cocina, uno junto al otro.
   Uno era casi igual que el que habían regalado a Julia el año
anterior. Con un Papá Noel muy gordo y angelitos y animales
y abetos y un trineo repleto de regalos. En fin, maravilloso. Sin
la menor duda, un calendario con chocolatinas grande, grueso,
maravilloso.
   Pero el otro... Julia frunció el ceño, el otro tenía un aspecto
muy raro. Primero, no se veía un Papá Noel por ninguna parte.
Tampoco había ángeles o animales. Sólo una casa grande. Una
estúpida casa oscura con un par de estúpidos árboles a su alre-
dedor. Nada más. Absolutamente nada. Y segundo, y esto era
lo peor, el calendario era demasiado fino. Julia agarró el borde,
intrigada. No había duda. Allí no cabría ni la chocolatina más
birriosa.
   –Ése es para ti –dijo mamá.
   Oli, radiante, cogió el grande y grueso calendario con cho-
colatinas.
   Ya lo sabía. Desde que su madre había dejado sobre la mesa

                               17
ese calendario tan raro. Julia apretó los labios y dirigió a su
madre la mirada más sombría de que fue capaz.
   –Y éste de aquí es para ti, Julia –repitió la madre con una
sonrisa de orgullo.
   –Ése no es un calendario con chocolatinas –replicó Julia
cruzando las manos a la espalda–. No lo quiero.
   Su madre parecía muy decepcionada.
   –Pero si creía que... –enarcó las cejas, desconcertada–, creía
que ya eras muy mayor para esos...
   –¡Sólo tengo nueve años! –respondió Julia enfadada, diri-
giendo a su hermano una mirada de odio.
   Pero de todos modos éste se limitaba a observar, encantado,
su calendario de chocolatinas.
   –Ay, Julia, –dijo su madre consoladora, acariciándole el
pelo–, y yo que quería darte una alegría...
   –Pero es que yo quería un calendario de chocolatinas –re-
puso la niña clavando la mirada en sus pies–. ¡A él le has dado
uno!
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   Su madre se volvió irritada y regresó junto a su cafetera,
puso una ingente cantidad de café en el filtro y la enchufó.
El cacharro empezó casi al instante a borbotear y hacer glu-
glú.
   –Por favor, alcánzame una taza del armario.
   Julia fue al armario y sacó la taza. Le hubiera encantado
estrellarla encima del odioso calendario.
   –¡Al menos échale un vistazo! –le aconsejó su madre.
   Julia negó con la cabeza.

                               18
–¡Bueno, pues no lo hagas! –prosiguió su madre deposi-
tando ruidosamente la taza vacía sobre la mesa. Su voz ya no
sonaba amable–. Entonces este año no tendrás calendario. No
vayas a creer que voy a comprarte otro.
   –Mamá, ¿me cuelgas ahora mi calendario? –preguntó Oli
mientras dirigía una sonrisa de triunfo a su hermana mayor.
   –Sí, ya voy –contestó su madre dirigiéndose hacia la puer-
ta–. Y tú, Julia, será mejor que ahora subas de nuevo a tu cuar-
to y te tranquilices.
   Y con estas palabras tan poco amables se dio media vuelta
y desapareció con Oli en la habitación de éste. Julia y el calen-
dario se quedaron solos.
   –¡Estúpido y horrible pedazo de cartón! –farfulló echando
chispas, y le dio un empujón encima de la mesa.
   Después corrió escaleras arriba hacia su habitación.




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  • 1. Detrás de las ventanas encantadas Una misteriosa historia de Adviento CORNELIA FUNKE Traducción del alemán de Rosa Pilar Blanco Ilustraciones de la autora coloreadas por Yvonne Ziegenhals-Mohr Biblioteca Funke Ediciones Siruela
  • 3. ¿Por qué le habrán dado al tonto de mi hermano peque- ño el estupendo calendario de Adviento con chocolatinas y a mí solamente este estúpido calendario de papel?, se pregunta Julia enfadada. Pero la casa reproducida en su calendario relu- ce y brilla tan misteriosamente, que Julia no puede resistir la tentación y abre la primera ventana del calendario. Entonces descubre que la casa está habitada y que puede visitar a sus moradores. Comienza una aventura extraordinaria...
  • 4. Capítulo 1 El calendario falso Fuera oscurecía y continuaba nevando. Julia, sentada en la repisa de la ventana, miraba hacia el exterior. El cielo estaba gris oscuro y los árboles y casas parecían siluetas recortadas en cartulina negra. Sólo las ventanas desprendían brillos ama- rillos por la luz de las bombillas o azules por el televisor. De vez en cuando una figura gris con los hombros hundidos y la cabeza encogida pasaba por abajo, por la calle. Pero su ma- dre tardaba en llegar. Llevaba allí sentada al menos una hora, aplastando la nariz contra el cristal, esperando. Volvía a venir alguien. Julia se inclinó hacia delante. No, ésa llevaba un perro. Nada. Dos niños pasaron saltando y desapa- recieron tras la puerta de un jardín. Luego todo se quedó nuevamente silencioso y vacío. Los copos de nieve caían silenciosos del cielo, cubriendo las ramas negras y los tejados negros, los setos oscuros, la calle gris y los coches aparcados que bajo la nieve parecían gruesos animales agazapados. Julia bostezó y volvió a apretar la nariz contra el frío cristal. «¡Siempre igual!», pensó. Cuando las madres dicen que salen 13
  • 5. a hacer la compra, les cuesta una eternidad regresar a casa. Y casi siempre vuelven de mal humor. La puerta de su cuarto se abrió y se encendió la luz. Julia entornó los ojos, malhumorada, y giró la cabeza. –Apaga la luz, Oli –gruñó a su hermano menor. –¿Por qué estás a oscuras? –Porque es la única manera de distinguir algo fuera. Así que ¡apaga la luz! –No lo entiendo –dijo Oli. Pero apagó la luz y cerró la puerta. Julia oyó cómo se aproxi- maba andando a tientas en la oscuridad. –¿No te da miedo estar a oscuras? –preguntó él, gateando a su lado sobre la repisa. –¡Maldita sea, enano! –le increpó Julia–. ¿Por qué no te vas a tu habitación? –Ahí abajo no veo nada. Sólo ese estúpido seto. Aquí, bajo el tejado, es mucho más bonito –su hermano se acercó un poco más. La oscuridad le daba miedo–. Apuesto a que sé por qué esperas –añadió. –Vamos, suéltalo. –Estás esperando a mamá. –Lo has adivinado –contestó Julia–. Ha prometido traerme un calendario de Adviento. –¡A mí también! –Me lo figuraba. –¿Cuál le has pedido tú? Una figura muy cargada venía calle abajo. La gorra era la suya. La chaqueta, también. 14
  • 6. Al fin. Julia saltó de la ventana y corrió por la habitación oscura hacia la puerta. Oli la siguió. –¿Cuál le pediste tú? –su hermano pequeño nunca olvidaba una pregunta. –Uno con chocolatinas, por supuesto. –Yo también. –¡Por supuesto! Julia bajaba la escalera a saltos. Su habitación estaba en el desván. Al principio le había parecido horrorosa, pero con el paso del tiempo había acabado gustándole. Siempre saltaba los escalones de dos en dos. Sabía que su hermano no podía imitarla en eso. Cuando llegó sin aliento a la puerta de casa, 15
  • 7. oyó a su madre echando pestes fuera. Otra vez no encontraba la llave. Julia abrió la puerta. Mamá estaba allí congelada y desgre- ñada, rodeada de bolsos y bolsas repletas. Con el brazo metido hasta el codo en una de ellas, rebuscaba desesperada. –Lleva algo a la cocina –balbució sacando el brazo de la bolsa. Sin la llave. –Mamá, ¿has traído mi calendario? –preguntó Julia. –Todo a su debido tiempo. Supongo que primero podré recuperar el aliento, ¿no? De mal humor. Estaba de mal humor. Como era de esperar. Julia arrastró una bolsa hasta la cocina sin decir palabra. De repente, Oli ya no tenía prisa por bajar la escalera. –¿Dónde está vuestro padre? –Se ha echado un rato después de trabajar. –Hum. Su madre asintió y se despojó de las prendas húmedas por la nieve. Tras sacudirse los últimos copos de su pelo corto y oscuro, se limpió la nariz enrojecida. –Bien –dijo, frotándose las manos–. Voy a preparar un café. ¿Os apetece un cacao? Julia registraba las bolsas con los ojos. –Mamá, por favor. ¿Dónde está el calendario? Su madre se acercó a la cafetera y la llenó de agua. –En realidad ¿no deberíais recibirlos mañana? –dijo. Julia dirigió a su hermano una mirada de desesperación. Éste le devolvió la mirada, sonriente. Era un maestro en conseguir de su madre todo lo que deseaba. Y lo sabía. 16
  • 8. –¡Ay, mamá, por favor! –exclamó–. ¡Con lo contentos que estábamos por recibirlos! Grandes ojos suplicantes. Cabeza ladeada. Amplia, amplísima sonrisa. ¡Absolutamente irresistible! Su madre se volvió, miró a Oli... y se echó a reír. Su hijito había vuelto a ganarle la partida. La madre metió la mano en la bolsa grande, sacó con mu- cho cuidado dos calendarios y los colocó sobre la mesa de la cocina, uno junto al otro. Uno era casi igual que el que habían regalado a Julia el año anterior. Con un Papá Noel muy gordo y angelitos y animales y abetos y un trineo repleto de regalos. En fin, maravilloso. Sin la menor duda, un calendario con chocolatinas grande, grueso, maravilloso. Pero el otro... Julia frunció el ceño, el otro tenía un aspecto muy raro. Primero, no se veía un Papá Noel por ninguna parte. Tampoco había ángeles o animales. Sólo una casa grande. Una estúpida casa oscura con un par de estúpidos árboles a su alre- dedor. Nada más. Absolutamente nada. Y segundo, y esto era lo peor, el calendario era demasiado fino. Julia agarró el borde, intrigada. No había duda. Allí no cabría ni la chocolatina más birriosa. –Ése es para ti –dijo mamá. Oli, radiante, cogió el grande y grueso calendario con cho- colatinas. Ya lo sabía. Desde que su madre había dejado sobre la mesa 17
  • 9. ese calendario tan raro. Julia apretó los labios y dirigió a su madre la mirada más sombría de que fue capaz. –Y éste de aquí es para ti, Julia –repitió la madre con una sonrisa de orgullo. –Ése no es un calendario con chocolatinas –replicó Julia cruzando las manos a la espalda–. No lo quiero. Su madre parecía muy decepcionada. –Pero si creía que... –enarcó las cejas, desconcertada–, creía que ya eras muy mayor para esos... –¡Sólo tengo nueve años! –respondió Julia enfadada, diri- giendo a su hermano una mirada de odio. Pero de todos modos éste se limitaba a observar, encantado, su calendario de chocolatinas. –Ay, Julia, –dijo su madre consoladora, acariciándole el pelo–, y yo que quería darte una alegría... –Pero es que yo quería un calendario de chocolatinas –re- puso la niña clavando la mirada en sus pies–. ¡A él le has dado uno! –Oli es más pequeño que tú, y además... ¡bah...! Su madre se volvió irritada y regresó junto a su cafetera, puso una ingente cantidad de café en el filtro y la enchufó. El cacharro empezó casi al instante a borbotear y hacer glu- glú. –Por favor, alcánzame una taza del armario. Julia fue al armario y sacó la taza. Le hubiera encantado estrellarla encima del odioso calendario. –¡Al menos échale un vistazo! –le aconsejó su madre. Julia negó con la cabeza. 18
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  • 11. –¡Bueno, pues no lo hagas! –prosiguió su madre deposi- tando ruidosamente la taza vacía sobre la mesa. Su voz ya no sonaba amable–. Entonces este año no tendrás calendario. No vayas a creer que voy a comprarte otro. –Mamá, ¿me cuelgas ahora mi calendario? –preguntó Oli mientras dirigía una sonrisa de triunfo a su hermana mayor. –Sí, ya voy –contestó su madre dirigiéndose hacia la puer- ta–. Y tú, Julia, será mejor que ahora subas de nuevo a tu cuar- to y te tranquilices. Y con estas palabras tan poco amables se dio media vuelta y desapareció con Oli en la habitación de éste. Julia y el calen- dario se quedaron solos. –¡Estúpido y horrible pedazo de cartón! –farfulló echando chispas, y le dio un empujón encima de la mesa. Después corrió escaleras arriba hacia su habitación. 20