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CASO GARCIA BELSUNCE



    CARRASCOSA:



¿INOCENTE O CULPABLE?
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                                    CAPITULO I




                                  LA PROPUESTA




A lo largo de estas páginas trataré de analizar en detalle y con rigor metodológico los
hechos y circunstancias que giraron en torno de uno de los crímenes más resonantes de
la historia policial argentina.

El 27 de octubre de 2002, María Marta García Belsunce de Carrascosa fue encontrada
muerta en su casa del country Carmel, en las cercanías de Pilar.

No hay un solo testigo, no hay una sola pericia, en definitiva, no hay una sola prueba
directa que diga: el asesino fue Carlos Carrascosa.

Jamás se pudo determinar a ciencia cierta quién mató a María Marta.

Pero Carrascosa fue detenido, luego liberado, más tarde condenado por encubrimiento y
hoy cumple cadena perpetua por la muerte de su mujer, como consecuencia de un fallo
de la Casación Provincial.

Hace muchos años un jurista español comenzaba su recurso diciendo que si existiese un
museo de monstruosidades jurídicas, el fallo del cual se agraviaba, sin duda, ocuparía en
aquél un lugar destacado.

Al concluir la lectura de este libro, los que tengan la paciencia de hacerlo, decidirán si le
piden permiso al doctor Hermosilla Cívico para apropiarse de sus palabras.

A lo largo de los siete años que han transcurrido desde la muerte de María Marta García
Belsunce, he escuchado decir que tal vez Carrascosa no sea culpable del asesinato de su
mujer, o que al menos ese hecho no ha sido probado en forma indubitable, pero que su
condena es justa y merecida, porque mintió, ocultó pruebas y no solicitó la inmediata
realización de una autopsia.

Debe tenerse en cuenta que nuestro régimen jurídico y en general el de todos los países
civilizados, sólo prevén la posibilidad de condena por la comisión de un delito concreto
y determinado y de modo alguno se acepta que una persona sea penada por homicidio,
si no se le ha probado la autoría de ese crimen.

Aquí no resulta de aplicación la teoría de las compensaciones, admitida por los usos y
costumbres en otros medios ajenos al mundo de las leyes, de acuerdo a la cual se puede
sancionar a quien no es culpable de determinado hecho si, en conciencia, se lo tiene por
culpable de otro u otros hechos que resultan imposibles o al menos difíciles de probar.
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Antes de continuar debo decirles que soy abogado.

Un abogado jubilado que no ejerce la profesión y que está totalmente alejado del mundo
de abogados y jueces con el que convivió durante cuarenta años.

No conozco a Carlos Carrascosa. Sólo lo he visto por televisión.

Francamente, no me resulta simpático. Tal vez esto suene a prejuicio y hasta es probable
que lo sea, pero su imagen me hace pensar que no pertenece a la clase de gente con la
que me gustaría tomar café.

Tampoco conozco a sus familiares y amigos.

Para no faltar a la verdad, diré que escuché decir que Carrascosa es amigo de un
empresario y artista plástico con quien fuimos íntimos amigos durante nuestra
adolescencia y a quien quiero entrañablemente, aunque no nos hemos vuelto a ver en los
últimos cuarenta años, salvo una vez, hace mucho, no sé si una tarde o una mañana en
su casa de Uruguay y luego dos o tres veces en un restaurante de la calle Sinclair,
mientras él comía con su familia y yo con mis hijos mayores, que por aquél entonces
rozaban los veinte y hoy acarician los cuarenta.

La acusación del fiscal y sus motivaciones particulares para actuar como actuó, la
sentencia del Tribunal Oral de San Isidro que condena a Carrascosa por encubrimiento y
lo absuelve del homicidio y el fallo de la Casación, han tenido la virtud de permitirme
recuperar la capacidad de asombro, que ya creía definitivamente perdida en un mundo
donde, lamentablemente, ya nadie se sorprende de nada.

Si me gustasen las frases rimbombantes, que no me gustan, pero que algunas veces
siento la tentación de utilizar, diría algo así como que siento bajo mis piernas el costillar
de Rocinante y que vuelvo a la lucha con la adarga al brazo.

Pero esta frase ya la empleó Ernesto Guevara en una carta de despedida dirigida a sus
padres y no sólo sería un feo plagio, sino algo peor: un franco despropósito.

Tampoco desempolvaré togas ni pelucas, porque, afortunadamente, los abogados
argentinos no usamos semejante atuendo.

Espero que el Colegio Público no me reclame el bono ni el pago de la tasa anual por
esta suerte de alegato.

Simplemente me propongo indagar sí Carlos Carrascosa es penalmente responsable del
crimen por el cual está condenado.

Creo sí, que la opinión pública ya lo condenó.

Creo también que los jueces, con excepción del doctor Luis María Rizzi que votó por la
absolución total de Carrascosa en el Juicio Oral de San Isidro y tuvo que soportar las
voces infundadas del oprobio, se han cuidado, con la prudencia que hoy caracteriza a
muchos hombres de derecho, de ver el feo espectáculo de las hienas masticando su
honra.
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Les dije que soy abogado, pero aquí sólo me moveré en el mundo de los hechos, de las
conductas humanas, de la lógica y del sentido común. El derecho, con sus pesados
tomos de jurisprudencia y sus citas legales o de viejos aforismas romanos, continuará
reposando en un lejano rincón de mi biblioteca.

No trato de imponer una teoría, ni de tirarle un cabo salvador a Carrascosa y a sus
cuñados, o de hundirlos aún más en el fango en el que la sociedad ya los ha colocado.

Simplemente trato de llegar a la verdad, o al menos a la verdad jurídica, ya que la otra
muchas veces es privativa de la víctima, del asesino y de Dios.

La búsqueda de la verdad exige un presupuesto no negociable. Dejar en el zaguán los
prejuicios, las ideas predeterminadas, las simpatías y antipatías personales o de clase, e
ir colocando cada prueba, cada indicio, cada argumento, cada reflexión, sobre nuestra
mesa de trabajo y ponderarlos a todos objetivamente, sea que sirvan de sustento o que
destruyan de un plumazo la torre que pacientemente veníamos construyendo, para
arribar así a una conclusión aséptica y desapasionada.

Los invito a sumarse a esta tarea.

Quienes no puedan encararla de acuerdo a las bases antes expuestas, no serán de la
partida. A ellos les pido, en homenaje a las reglas de la investigación científica y sobre
todo a su valioso y no recuperable tiempo, que nos despidan desde el andén.
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                                 CAPITULO II




                        ALGO FLOTA EN EL AMBIENTE




Aunque consciente o inconscientemente tratemos de rechazar la idea, la verdad, como
siempre, se impone por sí sola.

Así como en los aviones viajan pasajeros de primera y de segunda clase, comúnmente
llamada económica o turista, también tenemos muertos de primera y de segunda.

Todos los días, por desgracia, mueren personas en accidentes de tránsito, episodios
domésticos o asesinatos callejeros.

De ellos poco dicen las noticias periodísticas. A lo sumo, dos líneas: “Matan jubilada en
Ezpeleta”.

Pero si el homicidio no se produce en un suburbio sino en un barrio elegante de la
ciudad, en un club de campo o en un barrio cerrado, la misma información se imprimirá
en otro molde y ocupará un lugar central y destacado.

Tampoco deberíamos extrañarnos si esa noticia se sostiene en el tiempo precedida por
titulares como: “Algo más sobre el crimen del country”. “Se indaga en su círculo
íntimo”. “Mensaje mafioso? ¿Ajuste de cuentas?”. “Crimen pasional”.

Si los hechos, o al menos ciertas circunstancias apenas confusas, dan pie para vestir con
ropaje de misterio a una muerte producida en ocasión de robo, ésta perderá su condición
de hecho cotidiano y la prensa sacará de ella su mayor provecho útil, tratando de
promover el episodio a la máxima categoría aspirada: boom periodístico.

Párrafo aparte merece el mecanismo que vincula a los comunicadores sociales con el
público y a éstos con aquéllos, que en un raro juego de idas y vueltas se retroalimentan
recíprocamente y le dan mayor impulso a la idea inicial.

La hipnosis del espejo: los medios excitan al público y el público, ya excitado, excita a
los comunicadores.

De esa manera se instala en la sociedad un pensamiento generalizado.

El pensamiento generalizado goza de la categoría de los primeros principios: no
requieren demostración, no se los discute.

Todos se hincan ante el altar de ese nuevo Dios y con la fe propia de los creyentes, no se
le exigen pruebas que confirmen su verdad.
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Pero tampoco acá debemos engañarnos.

Si la prensa pinta de colorado el agua del río, es porque las emociones del público se
avivan, como les sucede a algunos animales, con el inconfundible olor de la sangre.

Es decir: venden, porque compran.

Algunos dirán aquí que la responsabilidad es de los medios, pues ellos no pueden
desconocer el poder que ejercen sobre las masas.

Esto es cierto y si no que lo consulten a Goebbels.

Mucho antes de que él naciese la madre de Napoleón III solía decir que una mentira
repetida en forma constante, termina convirtiéndose en verdad.

Aún cuando la historia suele atribuir esa frase al Ministro de Propaganda del Tercer
Reich, quien sin duda la pronunció muchas veces, su autoría, hasta donde yo sé,
pertenece a Hortensia de Beauharnais.

Pero, de modo alguno me voy a asombrar, si algún día se descubre que ella, a su vez, la
tomó de Ramses I.

Si no quieren bucear en las fuentes de la historia, pregúntenle a los gobiernos porqué le
temen a la prensa.

Pero no por eso debemos exculpar a la sociedad. Si la prensa la manipula, es porque ella
es manipulable y así como Eva se dejó tentar por la serpiente, la sociedad se muestra
ávida por devorar las noticias que la exacerban.

Nadie exculpó a Adán y a su mujer por rendirse ante los encantos del demonio y comer
el fruto del árbol prohibido. No exculpemos nosotros a los que se dejan tentar por la
prensa y comen el fruto de noticias morbosas.

Pero el círculo medios-sociedad- sociedad- medios forma una ronda generosa y permite
que más pasajeros se sumen al alegre trencito.

Los nuevos integrantes de la comparsa no serán otros que prominentes funcionarios de
los tres poderes del estado.

Si un ministro o un juez se atreve a actuar en contra del pensamiento generalizado, en
pocos segundos se convertirá en cebo de buitres.

Es cierto que hay periodistas y medios que no lanzan sus noticias sin contar al menos
con la convicción íntima de su certeza y después de haberla confirmado con otras
fuentes, como también es cierto que no toda la sociedad se relame con sangre.

Del mismo modo hemos conocido funcionarios que se inmolaron en el altar de la
infamia, por hacer lo que bien o mal creyeron que era su deber.

Pero, como enseñaba Aristóteles en su Etica, una golondrina no hace verano.
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Traigo esto a colación, pues fue exactamente lo que sucedió en el caso García Belsunce.

Pero me adelanto a decir que si bien este caso ocupa un lugar importante en la historia
del pensamiento generalizado, justo es reconocer que ni un maestro del suspenso podría
haber diseñado cada acto, cada información, cada hallazgo, cada nueva sorpresa, como
la realidad, por sí sola, se ocupó de orquestar.

Reitero, si bien el público y los medios danzaron la ronda generosa y así se estableció
un pensamiento generalizado, aquí, ni unos ni otros, tiraron la primera piedra.

La piedra rodó por la fuerza propia del destino, pero sería esconder la verdad, no decir
que la avalancha también fue provocada por actos y omisiones cometidos por la familia
de la víctima.

La muerte de María Marta García Belsunce tenía todos los condimentos para ser un
“giallo”, como llaman los italianos a este tipo de casos policiales.

No murió en Ezpeleta ni en Turdera. No, murió en un country de Pilar.

No era hija de un sin techo o de un trabajador textil. Tampoco de un mediano
comerciante, siquiera de un profesional poco conocido.

Era la hija del Presidente de la Academia Nacional de Derecho.

Su muerte primero se difundió como un accidente doméstico. Un golpe en la cabeza con
el pico de la bañadera.

Tiempo más tarde un titular ganó la calle: “María Marta murió asesinada de cinco
balazos”.

Convengamos que la noticia golpeó fuerte.

Las dudas eran cantadas y la gente no podía dejar de preguntarse: ¿Cinco balazos y
ninguno de los familiares lo advirtió?.

A partir de allí y como sucedía con las antiguas novelas por entregas, todos los días el
público recibía y por cierto esperaba con labios voluptuosos, algún nuevo capítulo del
crimen- misterio.

Y así supimos que un hermano de la víctima solicitó a un alto jefe policial que
intercediera para que un patrullero no llegase hasta el velorio.

Más tarde uno de los dos médicos que atendieron a María Marta la noche del crimen,
declaró ante el fiscal que él había advertido a la familia de que se trataba de un
asesinato y que debían llamar a la policía.

Como es de imaginar, la sociedad se exacerbaba y los medios impedían que sus anhelos
se viesen frustrados.
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Después vino la historia del certificado de defunción. Lo extendió, como era de práctica,
de mala e ilegal práctica, un médico a sueldo de la empresa de servicios fúnebres.

Allí se consignó que la muerte se había producido en la Capital Federal y no en Pilar y
que su causa había sido un paro cardiorrespiratorio no traumático.

La enterraron con un certificado de defunción falso, informaban los diarios, e
informaban bien.

Pero algunas lenguas corrieron la especie de que Guillermo Bártoli, cuñado de María
Marta y encargado de contratar el servicio, intentó sin éxito una rápida cremación.

El ambiente se seguía recalentando.

Del resbalón en la bañadera, a los cinco balazos.

De los cinco balazos, a un certificado falso.

De un certificado falso, a oscuras maniobras para cremar el cadáver, con lo cual jamás
se hubiese detectado la verdadera causa de la muerte. El crimen perfecto.

La limpieza de las manchas de sangre, que hasta ese momento parecían algo normal y
atinado para evitar que los asistentes al velorio se enfrentasen a un cuadro no apto para
demasiado público, inmediatamente pasaron a la categoría superior de graves maniobras
de encubrimiento.

Como si todo esto fuera poco, como frutilla del postre, vino el tema del famoso
“pituto”.

Un medio hermano de la víctima, John Hurtig, encontró debajo del cuerpo de aquélla un
pequeño pedazo de plomo achatado, que terminó resultando, ni más ni menos, que la
sexta bala disparada contra María Marta.

Preocupado por su hallazgo, John se propuso averiguar qué podía ser ese extraño objeto
y así fue que se practicó un conciliábulo dentro del baño de la casa. De ese cónclave
participaron, además de él, un cuñado, su hermano, el abogado y periodista Horacio
García Belsunce y su padre, Constantino Hurtig, que es médico.

Horacio dijo que podría tratarse de un “pituto”, de esos que se utilizan en los estantes de
las bibliotecas.

Los estudiosos de la ontología del “pituto” llamaron a Carrascosa y le preguntaron si
sabía qué era ese pedazo de plomo, aclarándole que ellos pensaban tirarlo. Carrascosa
pensó que podría ser algo que se les había caído a los médicos y no se opuso al destino
dispuesto para el “pituto” por la familia de su mujer.

No podemos dejar de destacar que ese hecho fue insólito, como así también que nunca
nadie intentó dar una explicación, siquiera poco convincente, de semejante estupidez.
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En vez de dejar tranquilo al “pituto” dentro de un cajón o arriba de una mesa, acordaron
tirarlo por el inodoro.

La echazón del “pituto” terminó de darle al caso los ribetes de un crimen familiar con
participación generalizada o, al menos, con encubrimiento masivo.

En aras de excluir la posibilidad de un acto de locura colectivo, más adelante arrimaré
algunos elementos de reflexión, para tratar de establecer porqué hicieron lo que
hicieron, o, al menos, porqué alguno de ellos hizo lo que hizo.

Las noticias se sucedían unas a otras y con el mismo vértigo las habladurías corrían de
boca en boca.

Y así escuchamos y leímos sobre crimen pasional; marido engañado; desviaciones
sexuales de la víctima; sórdidos y oscuros negocios con dinero negro; dependencia
económica del entorno familiar de Carlos Carrascosa, lo que llevaría a padres y
hermanos a hincarse sin orgullo ni pudor frente al asesino de su hija o hermana.

Por último, mientras Bártoli, Carrascosa y otros testigos afirmaron que ellos se
encontraban en la casa del primero viendo un partido de fútbol, lugar en el que
permanecieron hasta algo después de las 18.47, la empleada de Bártoli sostiene que a las
seis de la tarde ya no había nadie en el living de aquélla y que el televisor estaba
apagado.

Por otra parte, la encargada del Club House declaró que en algún momento entre las seis
y las siete de la tarde Carrascosa estuvo con ella tomando café en el bar y que
permaneció allí quince o treinta minutos, hecho éste que Carrascosa negó
categóricamente.

Todo llegó a su climax con el fiscal de la causa, que por las razones que veremos más
adelante se convirtió en el principal enemigo de la familia y trató, sin el menor apoyo ni
sustento, de vincular el crimen con la mafia del narcotráfico, lo que explicaría así el
encubrimiento de la familia, sea por sus vinculaciones con el cartel de Juárez o por
temor a sus represalias.

También fue el fiscal quien sostuvo y aportó pruebas que en su momento habremos de
ponderar, afirmando que las heridas provocadas por los disparos no habían sido
fácilmente advertidas, pues los asesinos las cerraron mediante el uso de la casera
“gotita”.

Cinco balazos, un certificado de defunción falso, el intento de cremar a María Marta,
obstaculizar la llegada de la policía, limpiar las manchas de sangre, cerrar las heridas
con la “gotita”, tirar una bala por el inodoro, eran demasiados indicios para evitar que la
prensa y la sociedad se formasen la idea de que se trataba de un homicidio en el cual la
familia de la víctima, por una u otra razón, estaba seriamente comprometida.

Así nació, en este caso, lo que dí en llamar el pensamiento generalizado.
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                                    CAPITULO III


                             UNA FORMA DE TRABAJO


A lo largo de estas líneas no emplearé el estilo propio de la novela o del cuento, con los
que en la actualidad me siento más familiarizado, simplemente porque aquí dejé de lado
cualquier posibilidad de ficción, error éste en el que sí pareciera haber incurrido el
agente fiscal.

Tampoco seguiré el estilo que caracteriza a las investigaciones periodísticas. En primer
lugar porque esta no es una investigación periodística y, por otra parte, porque ese estilo
me resulta tan atrayente como extraño.

Trataré de exponer los hechos y de analizarlos para determinar si existen pruebas que
permitan atribuir la autoría del homicidio al condenado, utilizando el estilo que
habitualmente se usa en los alegatos judiciales.

Esto es así, porque tanto en ese acto procesal como en este trabajo se persiguen fines
idénticos. Persuadir a sus destinatarios, en un caso los jueces y en otro los lectores, de
que las cosas sucedieron o no sucedieron de la manera en que se las explica, desarrolla
y sostiene.

Qué pasó la noche del 27 de octubre de 2002 en el Carmel, sólo lo saben tres personas.

La víctima, el asesino y Dios.

Todo lo demás son conjeturas, meras conjeturas.

Pero las conjeturas, para que tengan validez, deben apoyarse en hechos comprobados y,
ante todo, tener en cuenta el accionar humano desde una óptica real y no antojadiza, es
decir, de acuerdo a lo que de ordinario sucede en el curso normal de las cosas, dejando
trabajar libremente a la lógica y al sentido común por encima de cualquier simpatía o
aversión, prejuicio o solidaridad de clase y haciendo caso omiso de las expectativas que
la opinión publicada haya podido generar en la opinión pública.

Tampoco se puede caer en conclusiones simplistas, más propias de un juego de niños
que de la forma correcta de valorar las pruebas en una causa judicial, porque así, sin
decirlo, pero casi gritándolo sin demasiado pudor, nos hemos encontrado frente a
afirmaciones tales como que la prueba de la mentira acredita, como yapa de kiosco, el
encubrimiento y el homicidio también.

Al formular algunas hipótesis, ciertamente no podré probar que las cosas hayan
sucedido del modo en que allí se las expone, porque aquí nadie ha tenido la bola de
cristal.

Simplemente quiero expresar que ellas bien podrían haber sucedido de esa manera o por
esa razón y, en suma, y esto es lo importante, que es más probable que los hechos hayan
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acontecido tal como acontecen en mi versión y no como han supuesto con excesivo
voluntarismo el acusador fiscal y los jueces de la causa.

A riesgo de resultar reiterativo, voy a permitirme insistir en un concepto.

Si se cuenta con pruebas categóricas e indubitables de que un hecho sucedió de
determinada manera, poco importa si ello es lógico y razonable, o si se ajusta o no a lo
que de ordinario sucede según el curso natural de las cosas.

Simplemente fue así, y eso es suficiente para tenerlo por probado.

El divorcio de la realidad probada con la realidad habitual, podrá llevarnos a bucear en
las aguas de la psiquiatría o a indagar en el mundo de los que sueñan despiertos, pero
carecerá de toda relevancia para modificar la determinación de los hechos que han sido
debidamente acreditados.

En cambio, cuando no contamos con pruebas categóricas e indubitables que nos
permitan conocer como sucedieron los hechos, aquí la realidad habitual, lo que es lógico
y razonable, lo que sucede de ordinario según el curso natural de las cosas, es el norte
del que no podremos apartarnos sin caer en el vicio de la arbitrariedad, del capricho
antojadizo o del exceso y la desviación de poder.

En el análisis de los hechos que no cuenten con pruebas directas acerca de la forma en
que ellos sucedieron, me ajustaré a la regla precedentemente expuesta. Ella será mi
norte.

Cuando hablo de razón y de lógica, muchos podrán preguntar de qué razón y de qué
lógica estoy hablando.

La cosa es simple. Yo estoy alegando. Mi misión es convencer. Si mi lógica y mi razón
no tocan en la misma sintonía que la lógica y la razón de los lectores, habré fracasado.

Por tanto, cuando recurro a la lógica y a la razón, recurro a vuestra lógica y a vuestra
razón. No a la mía, o al menos, no sólo a la mía.

En los próximos capítulos trataré los distintos puntos que son necesarios conocer para
poder arribar a una conclusión objetiva acerca de la culpabilidad de Carlos Carrascosa
en el homicidio por el cual fue condenado.

En primer lugar haré una breve referencia a los hechos que rodearon la muerte de María
Marta García Belsunce.

Después analizaremos todas y cada una de las acciones que se debieron realizar para
cometer el crimen, armar una estrategia defensiva, planear los pasos a seguir, preparar la
escena del falso accidente, limpiar el lugar y desaparecer de él.

En este caso trataremos de calcular el tiempo que razonablemente insumieron cada una
de esas tareas, ya que ello nos permitirá establecer sí Carrascosa y, eventualmente
algunos familiares, pudieron ser los asesinos de María Marta.
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En ese análisis tendremos en cuenta las dos hipótesis posibles en la materialización de
un homicidio.

   a) Crimen compulsivo, por tanto no premeditado.
   b) Crimen premeditado.

Cada una de estas dos hipótesis abre la puerta a otras dos variables:

  a) El autor actuó en complicidad con otros coautores.
  b) El autor actuó solo.

Cada alternativa ofrece facetas muy diferentes y nos obliga a analizarlas por separado.

Quiero detenerme un instante, porque muy al pasar acabo de mencionar un tema que es
fundamental para poder determinar como sucedieron o no sucedieron los hechos que
terminaron con la muerte de María Marta García Belsunce, aquella lluviosa tarde de
octubre de 2002 en el country Carmel.

Si bien más adelante me dedicaré a desarrollar la cuestión con todo detalle, creo
importante señalar que uno de los errores que a veces han cometido los investigadores y
estudiosos del caso, fue el de no distinguir, al analizar los hechos, que sólo se pudo
haber dado una de las cuatro alternativas expresadas más arriba y que según se trate de
una u otra de ellas, distinta deberá ser la óptica desde la cual deberá observarse el
homicidio y distintas las conclusiones a las que se podrán arribar, ya que situaciones
diversas no pueden ser valoradas y sopesadas como si fuesen situaciones idénticas.

Piensen por un segundo que si se trató de un crimen premeditado, el autor o autores sólo
tuvieron que ejecutar un plan.

Cómo hacerlo, los pasos a seguir, la coartada o coartadas elegidas, son acciones que
fueron analizadas y decididas en forma previa al crimen.

Por el contrario, si se trató de un crimen no premeditado, todas esas tareas debieron
practicarse con posterioridad a la muerte y, en ese caso, fácil es advertir que el tiempo
jugó, necesariamente, un papel preponderante.

Por último me detendré en el análisis de los indicios que, en este caso, como ya comenté
más arriba, han servido para conformar en la sociedad el pensamiento generalizado de la
culpabilidad de Carrascosa y de la familia y para condenarlo a aquél a cadena perpetua.

Antes de pasar al análisis de los hechos, creo conveniente detenerme una vez más para
comentar las distintas formas de proceder en la tarea de investigación.

Cuando el investigador persigue la verdad como única meta, recogerá todos los
elementos que hacen a su búsqueda y los colocará sobre su mesa de trabajo.

Puede ser que a cierta altura de la tarea comience a vislumbrar un resultado. No obstante
el investigador leal continuará ponderando objetivamente todos los elementos que
puedan aflorar, con total prescindencia de si éstos sirven o no para corroborar o rechazar
aquel resultado provisorio, que ya se estaba convirtiendo en la “niña de sus ojos”.
13



Por el contrario, cuando el investigador no persigue el hallazgo de la verdad sino el
logro de un resultado predeterminado que sea funcional a sus intereses, manipulará las
pruebas de modo tal que sólo colectará las que sean útiles para confirmar su tesis y
colocará debajo de la alfombra todas aquellas que la controviertan.

Este comentario viene a colación por la actividad desarrollada por el fiscal de la causa,
quien sólo siguió una línea de investigación.

El partió de un único presupuesto básico: la culpabilidad de la familia, ya sea en el
crimen o en su posterior encubrimiento.

Este procedimiento acientífico no sólo lo llevó a forzar el análisis de las pruebas en un
sentido determinado, sino que nos ha privado de conocer otros elementos que
deliberadamente se negó a investigar, por la simple razón de que ellos eran ajenos, no
ya a la búsqueda de la verdad, sino a la tesis que él estaba empeñado en demostrar.
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                                   CAPITULO IV


                         TARDE DE FUTBOL Y ALGO MAS


María Marta era menuda, de estatura mediana y figura interesante, sin resultar por ello
una mujer llamativa.

Su cara, que para algunos era bonita, otros la calificarían con el simpático y poco
conveniente apelativo de “feucha”.

Personalmente, para definirla, me apropiaría de un título del cine nacional.

A mi juicio su encanto, su raro encanto, giraba alrededor del “secreto de sus ojos”.

Digo raro encanto, porque sus ojos no eran ni grandes ni azules, ni tampoco negros y
brillantes como dos luceros, sino marrones y pequeños, pero su mirada transmitía una
calidez y simpatía difíciles de eludir.

Sí, era el secreto de su mirada y no el secreto de sus ojos, el que le daba a María Marta
ese halo tan particular.

También eran sus labios, delgados y carentes de una gracia especial, los que jugaban en
equipo con una sonrisa franca y agradable y hacía de ella esa eterna muchacha
interesante y atractiva.

Al momento de su muerte tocaba los cincuenta años. Vieja para muchos, demasiado
joven para otros. Por razones obvias, me sumo a este último bando.

Casada desde los veinticinco con Carlos Carrascosa, constituían uno de los tantos
matrimonios que, sin mayores afinidades ni intereses en común, habían logrado una
buena y cómplice relación.

El hecho de no tener hijos los convertía en polivalentes. Eran marido, mujer, hijo, hija,
padre, madre, de todo un poco y tal vez de nada demasiado.

María Clara y “el gordo”, como lo llamaban sus amigos, vivieron muchos años en
Buenos Aires, mientras aquél trabajaba en el pequeño y volátil mundillo de las finanzas.

Un hombre de “la city” que luego decidió cambiar su vertiginosa actividad por una vida
más apacible y bucólica.

No, no se fue a la pampa salvaje, ni siquiera al campo. Simplemente se mudó a un
country en la localidad de Pilar.

De acuerdo a todos los testimonios y comentarios que han circulado a lo largo de más
de siete años, se trataba de un matrimonio bien avenido y nadie pudo aportar ningún
elemento que permitiera pensar en conflictos de pareja y mucho menos en infidelidades.
15



En el mismo country vivía la media hermana de María Marta, Irene Hurtig, casada con
Guillermo Bártoli.

Los cuatro formaban un equipo inseparable.

No sólo vivían en el mismo barrio cerrado y compartían la mayor parte de las
actividades sociales, sino que veraneaban juntos, sea en el mar o en la casita del lago a
orillas del Quillén, allá lejos, en ese lugar maravilloso que se llama puerto Lussich.

En las temporadas de descanso se sumaban al grupo los sobrinos Bártoli, quienes
también compartían con sus tíos Carlos y María Marta los clásicos asados o almuerzos
en el Carmel.

Mientras que su mujer disfrutaba de los deportes al aire libre, Carrascosa era un
conocido habitué de los torneos de bridge.

El 27 de octubre de 2002 la reunión era, como tantas otras veces, en lo de Bártoli.

Esa tarde se jugaba el clásico: River vs. Boca.

Serían de la partida, además del dueño de casa y su cuñado Carlos Carrascosa, Tomás
Bártoli -hijo de Guillermo e Irene- Sergio Binello y su mujer, Diego Piazza y la novia
de éste, Delfina Figueroa.

Irene Bártoli regresó de un almuerzo y prefirió la paz de su cuarto al fútbol, pues no se
encontraba bien de salud. Nada grave. Naderías, dirían las abuelas.

Mientras tanto María Marta jugaba al tenis, partido que se debió suspender como
consecuencia de la lluvia. Así fue que también ella, tardíamente, se sumo al grupo de los
futbolistas.

Los Binello se retiraron poco antes de concluir el partido, en el que se impuso Boca por
dos goles contra uno y una vez terminado aquél, lo hicieron María Marta, Diego Piazza
y su novia Delfina Figueroa.

María Marta partió en dirección a su casa para bañarse y recibir los masajes que todos
los domingos a las 19 le daba su kinesióloga, Beatriz Michelini.

No obstante el ofrecimiento de Bártoli para acercarla en auto, ella optó por hacer el
recorrido en bicicleta. Diego Piazza y Delfina Figueroa, que tenían menos vocación que
aquélla por la lluvia, aceptaron la oferta de Bártoli, quien los llevó en su coche y regresó
pocos minutos más tarde.

Es importante precisar la hora en que se retiraron los Piazza, pues ellos serán testigos de
la ubicación de Carrascosa hasta ese momento.

Tal como recién les refería, dejaron lo de Bártoli pocos minutos después de terminado el
clásico. Según la información oficial de la AFA eso sucedió a las 18.07, lo que nos
16

permite presumir, sin mayor margen de error, que Diego y Delfina vieron por última vez
a Carrascosa entre las 18.10 y las 18.13.

De acuerdo al relato concordante de Carrascosa y de Guillermo, Irene y Francisco
Bártoli, los dos primeros permanecieron en la casa viendo el partido de Independiente
vs. Rosario Central, partido que también veía de a ratos Francisco, quien deambulaba
entre el living y el dormitorio de su madre.

Después de producirse el gol de Independiente a las 18.47 –siempre según el informe
oficial de la AFA- Carrascosa se retiró en dirección a su casa, aunque antes pasaría por
lo de los Taylor para interesarse por el resultado de un torneo de golf.

Los Bártoli declaran que Carrascosa dejó su casa algunos minutos después del gol de
Independiente, lo que nos permite presumir, aquí también sin mayor margen de error,
que su partida se produjo a las 18.50/ 18.53.

Carrascosa no vio movimiento en casa de los Taylor y continuó rumbo a la suya.

Al llegar a ésta encontró a uno de los vigiladores en la puerta de su domicilio, quien le
explicó que se había trasladado hasta allí porque nadie contestaba los llamados de
teléfono que hacían desde la guardia para comunicarle a María Marta la presencia de
Beatriz Michelini, su masajista.

Carrascosa dio su autorización para que se permitiese la entrada de Michelini al Carmel
e ingresó a su casa.

Por las constancias de la guardia y a las declaraciones del vigilador, esto nos sitúa entre
las 18.55 y las 19 horas.

Les pido que retengan ese hecho, ya que la hora en la que Carrascosa y el vigilador
Ortiz, pues así se llamaba el hombre, se encontraron en la puerta de la casa de aquél,
será un punto sobre el cuál, tanto los jueces que lo condenaron como yo en este libro,
volveremos una y otra vez, casi con excesiva reiteración.

Sé que lo que les voy a proponer es un poco pesado, pero les ruego que lo hagan.
Relean este capítulo detenidamente y, si fuese posible, dos veces los últimos diez
párrafos.
17

                                 CAPITULO V


                        EL ACCIDENTE EN LA BAÑADERA


   •

En el capítulo anterior dejamos a Carrascosa ingresando a su casa alrededor de las 19,
pues aquí, como en todos los casos en que exista una alternativa de tiempos mínimos y
máximos, siempre tomaré aquéllos que sean menos favorables para Carrascosa y sus
familiares o ponderaré los hechos a la luz de ambas posibilidades.

A partir de este momento y hasta el arribo de Beatriz Michelini, que como recordarán se
encontraba en la guardia del country esperando que María Marta autorizase su ingreso,
la declaración de Carrascosa no cuenta con más aval que sus propios dichos.

Aclaremos desde ya que entre uno y otro hecho, sólo medió una escasa fracción de
tiempo.

Exactamente la que se tarda en recorrer el camino que va desde la puerta del Carmel
hasta la casa de Carrascosa, que no excede, según la velocidad del automóvil, los 6
minutos.

Carrascosa dice que subió al piso superior y que encontró a su mujer vestida con la ropa
que había utilizado para jugar al tenis, con la cabeza lastimada, caída en el piso y con
medio cuerpo dentro de la bañadera.

Agrega que la retiró del agua y la colocó en el piso del baño.

En ese momento escuchó el auto de la masajista y relata que desde la ventana le pidió a
ésta que subiese, informándole que María Marta había sufrido un accidente.

Luego se suceden una serie de hechos que mencionaré en forma sintética y sólo en
cuanto ellos tengan relación directa con el cometido de este libro.

Beatriz Michelini, la masajista, en forma inmediata tomó las siguientes medidas:

   a) le hizo respiración boca a boca a María Marta, quien seguramente para ese
      entonces ya se encontraba muerta
   b) le indicó a Carrascosa que llamase urgente a lo de Bártoli para pedir ayuda.
   c) le indicó a Carrascosa que llamase a un médico.

Carrascosa llamó a los Bártoli y, según sus dichos, después a la empresa OSDE
requiriendo el envío de la ambulancia. Esta llamada, de acuerdo a los registros
telefónicos de la empresa y las pericias practicadas, se materializó a las 19.07 y así lo
tiene por probado la Cámara de Casación.

Llegaron los Bártoli y mientras Guillermo se sumó a las tareas de rehabilitación, Irene
partió desesperadamente en una suerte de rally por el country para buscar un médico
18

que atendiese a su hermana y sólo encontró a Diego Piazza, un estudiante aventajado de
medicina que es quien, junto a su novia Delfina Figueroa, había estado hasta momentos
antes viendo el partido de fútbol con Carrascosa y su cuñado.

Piazza también se sumó a las tareas de rehabilitación de María Marta, e Irene solicitó a
la guardia el envío de una ambulancia.

Es así que primero llegó, a las 19.24, la ambulancia pedida por Carrascosa a instancias
de Michelini y, más tarde, la segunda ambulancia pedida por la guardia del country a
instancias de Irene Bártoli.

El primero de los médicos en llegar, Gauvry Gordon, revisó a María Marta y le aplicó
varias inyecciones, pese a lo cual ésta jamás recobró el conocimiento.

Poco después les informó a los familiares que María Marta había fallecido.

Es ese médico quien hizo suya la versión familiar del accidente en la bañadera y se la
transmitió a su colega, es decir, al médico que llegó con la segunda ambulancia.

Es él también quien indicó a Michelini que limpiase las manchas de sangre del lugar
para evitar que parientes y amigos se encontrasen frente a un cuadro ciertamente
impresionante.

Los médicos omitieron comunicar el hecho a la policía, tal como era su obligación
frente a una muerte no natural.

La circunstancia de que se tratase de un accidente en la bañadera, importaba de por sí
una muerte dudosa y en ese sentido es clara la ley de procedimientos de la Provincia de
Buenos Aires cuando obliga a los médicos, farmacéuticos y otros profesionales a
denunciar el hecho.

Cuando Carrascosa le preguntó a Gauvry Gordon por el certificado de defunción, éste le
informó que aquél les sería otorgado por la empresa de servicios fúnebres.

Guillermo Bártoli, entonces, acompañado por un amigo y vecino del country de apellido
Taylor, partió a buscar una empresa para que se hiciese cargo del sepelio.

Siguiendo los consejos de la mujer de Taylor, quien tenía alguna experiencia en la
materia, fueron en primer lugar a una firma de Pilar, la cochería Ponce de León, la que
no pudo hacerse cargo del servicio pues carecía de médico para extender el certificado
de defunción por tratarse de día domingo.

Entonces se trasladaron a la Capital Federal y siempre siguiendo los consejos de la
familia Taylor, se dirigieron a Casa Sierra.

En esta empresa les informaron que ellos se ocuparían de enviar un médico a Pilar, el
que luego extendería el correspondiente certificado de defunción y asimismo les dijeron
que mientras tanto podían trasladar el cuerpo de María Marta a la cama, pues hasta ese
momento se encontraba en el piso del baño y a cuyo alrededor se iban ubicaban sus
familiares y amigos a medida que llegaban al lugar del accidente.
19



Las empresas fúnebres, para facilitar el trámite del entierro y poder prestar sus bien
remunerados servicios sin problemas ni dilaciones, contaban con médicos que extendían
el certificado de defunción.

La corruptela hizo que algunos médicos ni siquiera revisasen al muerto y convengamos
que con una simple revisación, tal vez pudiesen descartar un crimen violento, pero
difícilmente la acción del veneno o una sobredosis de droga.

Como veremos más adelante, en el caso de María Marta una simple revisación no
hubiese detectado los orificios causados por los proyectiles que provocaron su muerte.

Algunos médicos, tal vez conscientes de la inutilidad de su presencia junto al cadáver o
por simple desidia, dejaban en las empresas de servicios fúnebres los certificados
firmados en blanco.

En el caso que nos ocupa, Casa Sierra hizo mucho más y, como verán más adelante, lo
actuado por esta firma fue decisivo para que la causa se encaminase de una forma que
concluyó con el descubrimiento del homicidio de María Marta y no con su inmediato
archivo, como lo tenía decidido el fiscal.

Pasó lo siguiente. Como María Marta había fallecido en la Provincia y sería enterrada
en la bóveda familiar en el cementerio de la Recoleta que se encuentra en la Capital
Federal, para obviar los trámites burocráticos que exige el traslado de restos de una
jurisdicción a otra, la empresa hizo lo que era de práctica en esos casos y consignó que
ella había muerto en la ciudad de Buenos Aires.

Para evitar dar intervención a la policía, lo que supondría las complicaciones y demoras
que demandaría una autopsia como era de rigor realizar ante una muerte violenta y un
golpe en la bañadera sin duda lo era, colocaron en el certificado que la causa del deceso
se debió a un paro cardiorrespiratorio no traumático.

Volvamos a la casa de Carrascosa.

Familiares, amigos y vecinos se hicieron presentes en el velorio.

Aquí se producen dos hechos que más tarde darían lugar a todo tipo de conjeturas y
suspicacias, en el sentido de que la familia sabía que María Marta había sido asesinada y
que trató por todos los medios de encubrir el homicidio.

Comenzaré por enunciarlos y luego pasaremos a comentarlos con más detalle.

a) Se impidió el ingreso de la policía al velorio.
b) Se tiró por el inodoro un objeto de plomo encontrado debajo del cuerpo de María
Marta. El famoso “pituto”.

Un vigilador advirtió desde su puesto de observación que un patrullero de la policía se
dirigía a la entrada del country.

Inmediatamente da cuenta del hecho a su superior.
20



Este, antes de que el patrullero llegase a la guardia, se comunicó por teléfono con el
señor Alberto White, presidente del country Carmel y le trasmitió la información.

White, a su vez, se comunicó por teléfono con la casa de Carrascosa y le hizo saber a la
señora de Binello, que fue quien respondió a su llamado, que la policía estaba llegando
al country.

Aquí se desarrollaron dos acciones independientes, con un único y mismo objetivo:
impedir la llegada de la policía.

Por un lado, Sergio Binello, a quien su mujer le pasó el teléfono, le indicó a White que
hiciese todo lo que fuese necesario para impedir la llegada de la policía, aclarándole que
sí fuese necesario coimearlos, que los coimease.

Enterado Horacio García Belsunce, el hermano abogado y periodista de María Marta, de
la inminente llegada de la policía al velorio, se comunicó con un alto jefe de la policía
bonaerense, el comisario general Casafús y le explicó que su hermana había muerto en
un accidente doméstico y con el propósito de evitarles nuevos disgustos a sus padres,
quienes se encontraban lógicamente golpeados por lo sucedido, le solicitó que
interpusiese sus oficios para que la policía no concurriese al lugar.

La policía esa noche no concurrió al velorio.

Pero no fueron ni los buenos oficios del comisario Casafús ni la fornida billetera de
White, quienes impidieron su presencia.

La policía no fue, simplemente porque el patrullero que había avistado el vigilador no se
dirigía al country Carmel, como él equivocadamente había supuesto, sino a otro sitio de
los alrededores.

Nunca se sabrá si el comisario Casafús hubiese hecho algo por impedir la llegada de la
policía.

Todo pareciera indicar que el presidente del country, jamás se habría prestado para
cumplir con la instrucción de obstaculizar el acceso policial mediante un espurio
soborno.

Regresemos una vez más a la casa de Carrascosa.

Ahora es cuando el medio hermano de María Marta encuentra debajo de su cuerpo el
llamado “pituto”, respecto del cual informé con cierto detalle en el capítulo II.

John Hurtig no se sintió tranquilo ni con su extraño hallazgo ni menos aún con la
decisión conciliada por la familia y aceptada y ejecutada por él, de tirar el plomo por el
inodoro.

John comenzó a sospechar que podría tratarse de una bala.
21

“¿Y si entró un villero y la mató?”, fue la frase que él pronunció ante testigos la noche
del velorio, con esa facilidad que tiene cierta gente para pensar que los únicos que
cometen crímenes violentos en la Argentina son los pobres.

Pero más allá de la opinión prejuiciosa y clasista de Hurtig, es del caso destacar que ese
hecho lo llevó a insistir en la necesidad de investigar la causa de la muerte de su
hermana.

Su insistencia fue tal que sacó de quicio a su hermano Horacio, quien reconoció que las
dudas de John lo “tenían con los huevos al plato”.

Para satisfacer los deseos de su hermano, Horacio se comunicó por segunda vez con el
comisario Casafús y le pidió que enviase un médico forense.

A esa altura de los acontecimientos el doctor Romero Victorica, amigo de Horacio y
fiscal ante la Cámara de Casación Federal, que se había acercado al velorio por pedido
de aquél, también se ofreció para llamar a un médico forense.

Con el propósito de evitar una duplicación de tareas, Horacio llamó por tercera vez a
Casafús y le pasó el teléfono a Romero Victorica, para que coordinasen entre ellos las
medidas a adoptar.

De esa conversación entre Romero Victorica y el comisario Casafús, se desprendió la
necesidad de dar, además, intervención a la policía.

Casafús le hizo saber a Romero Victorica que él se comunicaría con el comisario
Degastaldi, jefe de la DDI de San Isidro, que es el organismo competente para actuar en
Pilar.

El médico forense al que llamó Romero Victorica se encontraba practicando una
diligencia en otro lugar y por esa razón no pudo concurrir al Carmel para revisar a
María Marta.

Minutos más tarde el comisario Degastaldi se comunicó con Romero Victorica, que
para ese entonces se había convertido, por delegación de la familia y por propia
decisión, en el encargado de coordinar las acciones tendientes a esclarecer la causa de la
muerte de María Marta.

En esa conversación Degastaldi informó que él se haría presente en el velorio y Romero
Victorica le sugirió que también convocase al fiscal de turno.

Y así fue que tanto el máximo jefe policial de la zona norte como el fiscal de turno, se
hicieron vivos en el velorio de María Marta.

El fiscal tomó conocimiento directo del hecho y nadie le ocultó que se había tratado de
un homicidio violento. Le dijeron que María Marta se había golpeado la cabeza contra
el pico de la bañadera.

¿Era esa acaso una muerte natural?.
22

Por cierto que no y así como los médicos que concurrieron a casa de Carrascosa
debieron haber formulado la denuncia, el fiscal debió haber ordenado sin más trámite
una autopsia para determinar las causas de la muerte, aún cuando con ello se demorase
el entierro y se inflingiese un serio fastidio a la familia.

Pero no, el fiscal no ordenó una autopsia. Se limitó a preguntar dónde se realizaría el
sepelio y cuando le informaron que sería en una bóveda en el cementerio de la Recoleta,
él se dio por satisfecho, ya que ello le permitiría exhumar el cadáver en caso de así
resultar necesario.

Si el fiscal fue especialmente convocado por el jefe de investigaciones para hacerse
presente en el lugar donde se había producido una muerte violenta ¿no es más que
evidente que esa presencia, tanto del jefe de la DDI de San Isidro como del fiscal de
turno, importaron la intervención oficial de la justicia?.

Es interesante averiguar qué hizo el fiscal en el lugar del hecho y qué medidas tomó
como consecuencia de su prevención personal y directa.

Aunque parezca difícil creer, el fiscal se limitó a conversar con su colega federal
Romero Victorica y con los familiares de la víctima. Recorrió el lugar, observó el
cadáver y se retiró.

Pero si bien todo ello resulta extraño, semejante comportamiento quedará empalidecido
frente al hecho de que el fiscal no labró ninguna actuación dejando constancia de su
convocatoria ante a una muerte violenta, como así tampoco de su inspección ocular en
el lugar del hecho.

Casi podríamos decir que el doctor Diego Molina Pico estuvo presente en el velorio de
María Marta como amigo de la familia, aunque por cierto no revestía ese carácter y no
cabe duda de que él allí fue expresamente convocado por el comisario Degastaldi como
fiscal y no para acompañar a los deudos en sus sentimientos.

En suma, el fiscal compareció al lugar del hecho como funcionario del Ministerio
Público, pero omitió llevar a cabo los actos procesales correspondientes para dar por
iniciada la causa.

Para decirlo en forma más sencilla, María Marta García Belsunce fue enterrada en el
cementerio de la Recoleta después de que el jefe de la DDI y el fiscal de turno se
hubiesen hecho presentes en el velorio y mientras se celebraba la inhumación aún no se
había iniciado la causa para averiguar los motivos de su muerte.

Muchas veces me pregunté lo que ustedes ahora se estarán preguntando.

¿Porqué actuó el fiscal de la forma en que actuó?.

Volvamos a las primeras líneas del capítulo II. Allí está la respuesta.

Dijimos que hay muertos de primera y muertos de segunda.
23

Y hay muertos de primera y muertos de segunda, porque también, es obvio, hay gente
de una y otra de esas dos categorías.

Los García Belsunce no transitan por la vida entre las estrechas filas de la clase
económica.

Gozan de una suerte de up-grade permanente.

Lo importante no es que eso sea así, sino que ellos están convencidos de que es así y
Diego Molina Pico, que aprendió a distinguir entre la oficial y la popular, también
comparte esa visión clasista de la vida.

No exagero un ápice ni dejo volar mi imaginación al viento, si sostengo que después de
mirar a la víctima y a su entorno, el joven fiscal, en su mudo soliloquio, dijo: “es gente
como uno”.

¿Porqué los García Belsunce hicieron lo que hicieron y dejaron de hacer las cosas que la
ley ordena?.

Porque ellos creyeron que la ley está hecha para la gente común y sólo ésta es la que
está obligada a darle cumplimiento.

Si muere alguien en la barriada de la vuelta o en la villa de emergencia, cómo no
practicarle una autopsia, aunque ello importe despanzurrar el cadáver, demorar 48 horas
el entierro y prolongar así el dolor de padres o hijos?.

Pero eso que parece tan natural ante la muerte de don nadie, resulta un despropósito sin
límites cuando se trata de muertos de primera clase.

Así pensaron y pensaron mal, los familiares de María Marta.

Así pensó y pensó peor, el fiscal de turno.

Esa visión “nose-up” de la vida trajo aparejadas feas consecuencias para unos y para
otros.

Carrascosa enfrenta la cárcel y sus parientes y amigos el tribunal.

Molina Pico enfrentó la brújula y perdió el norte.

Volvamos una vez más a los hechos de la causa.

La relación entre el fiscal y la familia era la normal entre “gente como uno”.

Jamás se habían visto, pero se tuteaban con espontánea naturalidad.

Si el muerto hubiese sido un farmacéutico de Garín o un plomero de Tigre ¿sus
familiares se hubiesen atrevido a tutear al fiscal?. ¿El doctor Molina Pico hubiese
permitido a los hermanos del farmacéutico o del plomero que le hablasen con la
confianza que sólo se confiere a amigos y parientes?.
24



Sin duda que no. Pero no nos equivoquemos. Es normal que la gente que considera que
pertenece a un mismo círculo social, se brinde entre sí un trato diferente del que le
brinda a los extraños.

Esa confianza o solidaridad de clase, es la que llevó al fiscal a actuar como amigo de
quienes no eran sus amigos y no como funcionario del ministerio público.

El fiscal y la familia creían de buena fe en la hipótesis del accidente doméstico.

Por esa razón Molina Pico esperaba que le acercaran el certificado de defunción para
cerrar la causa que él abrió recién tres días después del entierro, con el único propósito
de dar cierta prolijidad a sus anteriores desprolijidades.

Pero como ya reseñamos más arriba, Casa Sierra consignó en el certificado dos hechos
falsamente falsos, como diría Cataré, el celebre personaje de Andrea Camileri.

Por un lado ubicó la muerte de María Marta en la Capital Federal, cuando era más que
evidente que había muerto en su casa de Pilar y, como sí esto fuera poco, consignó
como causa de aquélla “un paro cardiorrespiratorio no traumático” y pareciera que
romperse la cabeza contra el pico de la bañadera, es un ejemplo escolar y gráfico de
accidente traumático.

Con ese certificado que vomitaba falsedad por los cuatro costados, ni el bien dispuesto
Molina Pico, ni el más íntimo amigo de la familia, hubiese podido cerrar la causa sin
más.

Entonces el fiscal dispuso algunas medidas light y ordenó, como no tenía más remedio
que ordenar, la exhumación del cadáver y su consecuente autopsia.

Fue durante esos días agitados en que el vínculo generado por la afinidad social
comenzó a resquebrajarse.

Los hermanos varones de María Marta, aconsejados por sus abogados, se presentaron a
declarar ante la fiscalía.

De esas declaraciones hay un solo hecho que merece destacarse y subrayarse.

Tanto Horacio García Belsunce como John Hurtig, le contaron al fiscal el insólito
episodio del “pituto”, con la aclaración de que ellos lo habían tirado por el inodoro.

Por favor y aunque después volveremos sobre este punto, les pido que se detengan un
segundo en este detalle, porque creo que vamos demasiado rápido.

Si no fuese por esa información espontánea de la familia, que no tenían obligación ni
necesidad de suministrar, el caso del plomo tirado al pozo ciego jamás hubiese llegado a
oídos de la prensa ni de la justicia y, obviamente, jamás se lo hubiese recuperado de su
absurdo destino.
25

Piensen por un momento que el episodio del “pituto” fue el hecho que más estigmatizó
a la familia frente a la opinión pública primero y a la justicia después y que ese hecho,
reitero, sólo trascendió por la innecesaria decisión de los hermanos de la víctima de
hacerlo trascender.

John Hurtig, el hombre que pidió que un forense revisara a su hermana para determinar
las causas de su muerte, por cuya insistencia se llamó a la policía y al fiscal para que se
hiciesen presentes en el velorio, que informó al fiscal del hallazgo del plomo achatado y
de su posterior echazón y que fue quien como espontáneo colaborador de la policía
encontró el “pituto” después de una intensa búsqueda entre los excrementos depositados
en el pozo ciego de la casa de Carrascosa, hoy se encuentra procesado por
encubrimiento, ni más ni menos que por haber sido él quien en su momento tiró el
plomo, después de habérselo decidido así en un cónclave familiar celebrado al pie del
inodoro.

Por favor, también retengan este hecho, cuya importancia a la hora de juzgar
intencionalidades no será menor.
26

                                   CAPITULO VI


                                OLOR A POLVORA


Dije en el capítulo anterior que el fiscal ordenó practicar la autopsia de María Marta
García Belsunce.

Lo que no les dije, es que antes de que el fiscal dispusiese esa medida, ésta ya le había
sido solicitada en la causa.

¿Saben ustedes quién fue la primera persona que pidió la autopsia de María Marta?.

Traten de adivinarlo.

La autopsia de María Marta fue peticionada, ni más ni menos, que por el propio Carlos
Carrascosa.

Si este hecho los sorprendió, me animo a anticiparme y a decirles que mucho más se
habrán de sorprender cuando les relate lo que hizo el fiscal Molina Pico frente al pedido
formal de Carrascosa.

El fiscal dispuso no hacer lugar al pedido de autopsia solicitado por Carrascosa hasta
tanto su abogado patrocinante acompañase el bono que debe adjuntarse con cada
presentación judicial, con destino a incrementar las arcas del Colegio de Abogados.

Acto seguido y como si se tratase de una iniciativa de su propia inspiración, sin siquiera
aludir ni mencionar el pedido de Carrascosa, requirió la exhumación del cadáver y la
realización de la autopsia.

Golpe bajo, gritarían en el Luna Park.

Hasta ese momento aquélla eso era sólo una mera formalidad para cerrar la causa.

Ni el fiscal ni nadie maliciaba su resultado. Pero el fiscal, que como ya expusimos más
arriba, había cometido desprolijidades al proceder el día del velorio más por solidaridad
de clase que como miembro del ministerio público, tenía necesidad de sacudirse el
polvo y mostrarse como diligente y responsable.

Por eso chicaneó a Carrascosa y lo primereó.

Los médicos forenses, expertos como nadie en ver muertos de bala, comenzaron su
tarea ante un cadáver especialmente exhumado para determinar las causas de su muerte
accidental.

No sólo su pericia profesional sino las circunstancias que rodeaban la autopsia,
necesariamente los mantenía con las luces de alerta bien encendidas.
27

No se trataba del sin techo hallado muerto en el frío de la noche, o el clásico
desprendimiento de monóxido de carbono por el mal uso de una estufa sin tiro
balanceado, ni contusiones múltiples en un accidente de tránsito, en las que los médicos
trabajan para confirmar la hipótesis cantada.

Se trataba de una exhumación por orden judicial, para practicar una autopsia ante una
muerte violenta.

No obstante eso, los médicos y pese al hecho de que ya habían observado las heridas en
la cabeza de María Marta y las habían analizado con puntillosa prolijidad, fue recién
más tarde, cuando ellos se encontraron con cinco proyectiles de plomo dentro del cráneo
de la víctima, que advirtieron que estaban frente a un homicidio causado por disparos de
arma de fuego y no ante un accidente doméstico, como todo les hacía pensar hasta una
fracción de segundo antes del hallazgo de los mencionados proyectiles.

Este punto es de suma importancia para comprender porque ni la familia ni los amigos
que se acercaron al cuerpo de María Marta advirtieron los orificios de bala en su cabeza.

Como dije en el capítulo II, es con las conclusiones de esa pericia que el caso tomó un
vuelo inesperado.

El fiscal, que hasta ese momento había cedido su condición de funcionario a su afinidad
social con los García Belsunce y procedido en consecuencia, siente que ha sido
engañado por la familia.

No hay peor sensación para un joven funcionario que ha dejado de lado el cumplimiento
estricto de sus obligaciones, en razón de la confianza que le merecían los familiares de
la víctima, que recibir sin anestesia la bofetada de la traición.

Así como antes dije que no exageraba un ápice ni dejaba volar mi imaginación al viento,
si sostenía que después de mirar a la víctima y a su entorno, en su mudo soliloquio el
joven fiscal dijo: “es gente como uno”, tampoco exagero ni deliro sí afirmo que el
mismo hombre, temblando de odio e impotencia, ahora dijo: “estos hijos de puta me
usaron”.

En ese párrafo se encierra la razón de ser de una actuación parcial y arbitraria por parte
del fiscal, que sólo persiguió dos objetivos herméticamente entrelazados:

   a) salvar su ropa, después de las faltas cometidas por su inacción el día en que se
      constituyó en el lugar del hecho.
   b) destrozar a los responsables de su baldón, a los que abusaron y burlaron de su
      confianza, a los infames traidores y asesinos.

Hijo de un oficial de la marina que llegó a la máxima jerarquía de la Armada, Diego
Molina Pico debería haber aprendido en sus días juveniles de Puerto Belgrano, algunas
nociones elementales de navegación a vela.

No es con un giro abrupto de timón que se regresa el barco al veril.

Sólo la calma y la serenidad nos permiten capear el temporal y arribar a puerto seguro.
28



Dejemos la náutica y volvamos al mundo del derecho.

No es arremetiendo con la ceguera de un toro de lidia que se busca y se hace justicia.

Comprendo su indignación.

Tal vez a su edad y en iguales circunstancias yo podría haber cometido sus mismos
errores aquella mañana en el Carmel.

Seguramente mi ira hubiese triplicado la suya, al sentirme mal usado y descubrir que la
chica que se resbaló de la bañadera, ni se resbaló ni se golpeó en la bañadera, sino que
la asesinaron de cinco balazos, mientras yo jugaba el fair play de la gente como uno.

Lo que sí tengo claro, es que con ese estado de ánimo me hubiese excusado de seguir
interviniendo.

Lo que sí tengo claro, es que jamás hubiese dirigido una investigación sesgada, con otro
norte que no fuese la objetiva determinación de la verdad.

Lo que sí tengo claro, es que no hubiese recurrido a teorías artificiosas y carentes de
sustento como la del cartel de Juarez.

Lo que sí tengo claro, es que no hubiese dado a los indicios hallados en la investigación
la interpretación y el sentido que él les dio.

Pero no sólo el fiscal y la prensa contribuyeron para formar una imagen no positiva, por
emplear un término que ha ganado su espacio en la vida política argentina, de Carlos
Carrascosa y la familia.

Tanto el propio abogado de la familia doctor Scelzi, como el amigo de Horacio García
Belsunce, el fiscal Romero Victorica, llevados por su buena fe y su deseo como
hombres de bien de encontrar la verdad sin tapujos, hicieron declaraciones ante la
prensa que poco ayudaron a aquéllos.

Scelzi, pese a ser abogado de la familia, siempre habló más como amigo de María Marta
que como abogado y le anticipó al marido y a sus cuñados que trabajaría para buscar al
asesino, fuese quien fuese.

Sus declaraciones en manos de la prensa, reitero, arrimaron más agua para el molino de
las sospechas que para la posición de Carrascosa.

Romero Victorica lanzó la idea del crimen pasional y dijo que en la muerte violenta de
toda mujer, el primer sospechado es el marido.

También sostuvo que la circunstancia de haberse efectuado cinco disparos, demostraba
la existencia de un crimen pasional. Esos disparos, según el fiscal federal, eran la más
clara demostración del odio que el asesino sentía por su víctima: “te mato, te remato y te
vuelvo a matar”, graficaba frente a las cámaras de televisión.
29

El doctor Romero Victorica habló en varias oportunidades de su larga experiencia en el
fuero penal. No pongo en duda ni su experiencia, ni sus conocimientos jurídicos, ni su
hombría de bien.

Sólo le formularía una pregunta: ¿a lo largo de su carrera, cuántas veces presenció las
postrimerías de una muerte causada por el disparo de un arma de fuego sobre la cabeza
de la víctima?.

Adelanto la respuesta.

Leyó muchas autopsias, escuchó muchos testigos y tal vez la confesión lisa y llana del
matador.

Pero nunca vio con sus propios ojos el efecto que causa un proyectil al romper la calota
craneana, deslizarse por la masa encefálica y penetrar en el cerebro.

Muchas veces el impacto es mortal. Esto quiere decir que la víctima del disparo
necesariamente se va a morir. Su destino está sellado. Es irreversible.

La pregunta es: cuándo morirá. Tardará dos segundos, cinco, diez, un minuto, dos,
cinco, diez?.

Mientras tanto, el cuerpo se convulsiona. El sistema nervioso sigue actuando como si
tuviese vida propia. Los esfínteres, a veces, se descontrolan.

Ese cuadro de muerte todavía sigue dando señales de vida.

Para el asesino no es lo mismo retirarse de la escena del crimen con la víctima muerta,
que con la víctima muriéndose. Los muertos ni hablan ni escriben. Los moribundos,
jamás se sabe.

Recuerdo, hace años, que la viuda de un coronel cayó de un séptimo piso a la calle en
pleno centro de la Capital. Murió pocos segundos después. Pero antes de morir llegó a
susurrar unas palabras que alcanzaron a escuchar los ocasionales testigos que se
acercaron a socorrerla: “fue el suboficial mengano, fue el suboficial mengano…” dijo y
no dijo más.

Pero esas últimas palabras sirvieron para individualizar al asesino.

Si después de recibir el primer disparo la víctima se mueve y también se sigue
moviendo después de recibir el segundo, es muy probable que el asesino, más aún si
está apremiado por huir, continúe disparando todos los proyectiles de su arma hasta que
escuche el “clic” del percutor cuando ya no percute nada.

En este caso se dispararon seis balazos, porque ésa es la munición total del arma
utilizada, un revólver calibre 32. Si el asesino hubiese disparado con una pistola FM
9mm, que carga catorce proyectiles, es muy probable que la víctima hubiese recibido
catorce impactos de bala.
30

Acá no hay un “te mato, te remato y te vuelvo a matar” propio del crimen pasional, sino
la necesidad del asesino de partir dejando tras de sí un cadáver inmóvil que ya no lo
pudiese inculpar.

Convengamos que ésta es otra alternativa valedera, que no debemos ni podemos
descartar.
31

                                     CAPITULO VII



                                       EL CRIMEN



Ahora trataré de introducirme dentro de la escena del crimen.

Quiero saber y sin duda ustedes también, qué pasó o qué pudo haber pasado esa noche
en el Carmel.

Creo que tan importante como eso, es saber además que no pasó o que no pudo haber
pasado ese 27 de octubre de 2002.

Reitero una vez más que al no contar con pruebas directas, deberemos manejarnos
teniendo en cuenta la lógica, la razón, lo que sucede de ordinario según el curso natural
de las cosas, poniéndonos en el lugar de los actores y de modo alguno tratar de armar un
rompecabezas para que la figura armada calce en el molde que diseñamos de antemano,
para satisfacer nuestros deseos, prejuicios o sospechas.

Si partimos del presupuesto de que el asesino es inteligente, sagaz, astuto, hombre de
mil recursos, no podemos a renglón seguido travestirlo en incapaz, idiota y torpe, con el
único propósito de que las cosas cierren como es necesario que cierren para poder
arribar adonde ya habíamos decidido llegar, más allá de cualquier evidencia o razón.

Como veremos en el capítulo siguiente, todo permite pensar que tanto el fiscal como los
jueces incurrieron en esos vicios y así construyeron una versión de los hechos que es
funcional con la solución que ellos, por las razones que enseguida habremos de ver
resolvieron darle al caso.

Tomaremos al crimen como si éste fuese un cuerpo inerte y desnudo, colocado sobre la
fría mesa del forense.

Escalpelo en mano comenzaremos con la disección.

Ya dijimos que los homicidios pueden ser clasificados en dos categorías:

   a) compulsivos o no premeditados, y
   b) premeditados.
.
En consecuencia, deberemos separar cuidadosamente un supuesto del otro. Primer corte.

Ya expliqué antes de ahora que en los casos de homicidios premeditados todos los pasos
han sido analizados, sopesados y decididos con anterioridad al asesinato y, por tanto, al
momento del crimen lo único que resta es ejecutar.
32

Por el contrario, cuando se mata en forma compulsiva, es con posterioridad a la
ejecución que el autor o autores deben planificar y decidir todos y cada uno los pasos
que habrán de darse de ahí en adelante.

El manejo de los tiempos será totalmente diferente en uno u otro supuesto, como
diferente será la aptitud de su autor para analizar y ponderar alternativas o para adoptar
decisiones.

En el primer caso, en la etapa de la planificación se actuará en forma serena, sin
apremios de tiempo y sin el impacto emocional del hecho físico de la muerte.

En el segundo, todo transcurrirá en forma turbulenta, bajo la presión de la aguja del
reloj y bajo la mirada de unos ojos inertes que ahora miran sin ver.

No podemos ni debemos olvidar que en el homicidio premeditado, el asesino asumió la
muerte con anterioridad a su ejecución, la valoró y decidió materializarla.

Muy por el contrario, en el crimen compulsivo la muerte cae sobre su autor, con su
imaginable carga emocional.

En cada una de esas dos categorías, el asesino puede haber actuado solo o con la
participación de cómplices primarios o secundarios. Segundo corte.

Así como el hecho de que se trate de un homicidio compulsivo o premeditado apareja
diferencias importantes, tanto a la hora de su materialización como a la del análisis del
crimen, la participación de cómplices también nos enfrenta a escenarios diferentes.

Vamos a ver más adelante que según sean los cómplices unos u otros, distinto será el
momento a partir del cual Carrascosa pudo comenzar a transitar lo que he dado en
llamar el camino de la muerte.

También la existencia de cómplices puede facilitar y reducir tiempos en la
materialización de las tareas que debieron llevarse a cabo después de consumado el
homicidio.

Pero la participación de dos o más personas importa un condicionamiento en el caso del
homicidio compulsivo. En esta hipótesis, ni Carrascosa ni sus cómplices fueron a matar
a María Marta. No había intencionalidad de matarla, por tanto su muerte es la resultante
de una discusión o de un hecho semejante que desencadenó en ellos una suerte de
ataque de ira colectivo que quebró sus frenos inhibitorios y los llevó a pasar, en un
instante, del diálogo al crimen.

Que una palabra, un gesto o una mirada, tengan la aptitud de generar semejante reacción
en más de dos personas al mismo tiempo, es un hecho difícil de concebir no sólo en el
mundo real, sino incluso en el más amplio de la ficción, si se pretende que ésta sea eso y
no un delirio disfrazado de obra literaria.

Dejaremos el escalpelo a un costado y tomaremos nuestro reloj. Sí, nuestro reloj, porque
ahora vendrá, ineludiblemente, la hora de los tiempos.
33

El tiempo es el gran condicionante de este crimen. No es un tiempo, son dos tiempos
diferentes que deben jugar armónicamente y con la perfección de un mecanismo de alta
precisión.

Por eso mi reloj cuenta ahora con dos cronómetros.

Un cronómetro nos marcará a partir de qué hora y hasta que hora Carrascosa y sus
eventuales cómplices pudieron recorrer el camino de la muerte.

Llamo camino de la muerte a todos y cada uno de los pasos que fueron necesarios
realizar antes de los disparos y después de éstos para enmascarar el homicidio como si
fuese un accidente.

Un segundo cronómetro medirá, segundo a segundo, el tiempo que pudo demandar la
ejecución de esos pasos.

Las páginas siguientes estarán tocadas por un conjunto de sonidos que transportarán al
lector al mundo ferroviario, tan plagado de silbatos, pitos y campanas.

Su lectura se asemejará, irremediablemente, a la lectura de un denso diálogo entre un
guarda y un motorman que discuten acaloradamente por minutos y segundos acerca del
horario en que pasó o dejó de pasar la locomotora por la estación.

También soy consciente de que los detalles y las precisiones de tiempos cansan y
aburren al lector o, al menos, me cansan y aburren a mí.

Pero acá no estamos haciendo ficción, donde podríamos prescindir de semejante
fárrago, sino tratando de determinar la posibilidad de que una serie de hechos, que he
dado en llamar el camino de la muerte, se hayan podido materializar dentro de un
tiempo determinado.

Ya que los aturdiré con silbidos, pitos y campanas, cada tanto, para amenizar, les
permitiré sentir los soplidos de un lobo

Sí, han leído bien. Los soplidos de un lobo. He creído conveniente enfrentar las
acusaciones del fiscal al astuto perro salvaje, quien previamente ha sido encadenado
para evitar bajas en el ministerio público. El se limitará a rebatirlas con la fuerza de sus
pulmones.

No me parece correcto llamar lobo al lobo como tampoco al hombre por su apelativo
genérico. Por tanto lo bautizaré y el lobo, de ahora en más, se llamará Atila.

Antes que nada quiero decirles que después de escribir los párrafos precedentes, sentí
que rondaba en mi memoria un recuerdo lejano, donde un abogado destruía con
soplidos los argumentos de la otra parte y seguramente me inspiré en él para escribir
esas líneas.

 Los recuerdos, que al comienzo se mostraban opacos, poco a poco se fueron aclarando
y así tuve la certeza de que el autor de esa idea genial no había sido otro que el doctor
Mario A. Oderigo, uno de los más grandes abogados penalistas de la Argentina. Busqué
34

un libro en mi biblioteca y allí encontré su obra “El Doctor Baturros y Otros Escritos”,
donde bajo el título “Soplando Espero”, nos enseñó como derribar con un complejo
sistema de soplidos los argumentos de su contraparte.

Lamentablemente hace mucho que Oderigo nos dejó y con él se fue su inteligencia, su
talento y su estilo único para expresarse ante la justicia.

Por eso no puedo pedirle permiso para utilizar sus soplidos, así que los tomaré por mi
cuenta y riesgo con la formal promesa de darle las explicaciones del caso cuando nos
volvamos a encontrar.

Además de sus soplidos, Atila nos ayudará con sus gestos. Así por ejemplo cuando un
hecho resulte palmariamente absurdo o improbable, él agitará su cola de derecha a
izquierda como si fuese el péndulo de un reloj. Si, por el contrario, se tratase de un
argumento de peso, difícil o imposible de rebatir, Atila nos dejará escuchar sus agudos
aullidos.

Ahora comenzaré a analizar las cuatro alternativas posibles del crimen de María Marta
García Belsunce, partiendo del supuesto de que su marido ha sido el autor o encubridor
de aquél.

Así como en los “Tres Mosqueteros” Alejandro Dumas nos presenta cuatro personajes
centrales y no tres, aquí las cuatro alternativas serán seis y no cuatro, por las razones
que pronto habrán de descubrir.




A HOMICIDIO COMPULSIVO CON PARTICIPACIÓN DE CÓMPLICES.



Los cómplices de Carrascosa pudieron ser Guillermo e Irene Bártoli, o personas ajenas a
ellos. Nuevo corte.

Este corte es indispensable y de aquí resulta que las alternativas sean seis y no cuatro,
ya que según se trate de una u otra de ellas, el inicio de lo que dí en llamar el camino de
la muerte será distinto.

Recuerden que tanto Carrascosa como los Bártoli declararon que ellos estuvieron juntos
en la casa de éstos hasta las 18.50/18.53, es decir, hasta pocos minutos después de
producirse a las 18.47 el gol de Independiente.

Pero si los Bártoli hubiesen integrado el grupo homicida, el tiempo del camino de la
muerte se vería notablemente ampliado, pues la coartada que sitúa a Carrascosa a las
18.50/18.53 en la casa de aquéllos se desmoronaría y permitiría que lo ubicásemos en la
puerta de su propia casa a las 18.25/ 18.27.
35

Esto es así, ya que ante la caída de esa coartada deberíamos retroceder hasta la última
hora en que Carrascosa y los Bártoli cuentan con una excusa inexpugnable.

Como ustedes recordarán, en la reseña de los hechos que rodearon al crimen
comentamos que la tarde del 27 de octubre, Carrascosa, Bártoli y un grupo de personas,
se reunieron en la casa de este último para ver el clásico.

También dijimos que a las 18.07 terminó el partido de River vs. Boca y poco después,
entre las 18.10 y las 18.13 se retiraron de la casa María Marta, que lo hizo en bicicleta y
Diego Piazza y Delfina Figueroa que fueron acercados por Bártoli hasta su domicilio.

Bártoli debió llevar a Piazza y a su novia y regresar.

Si tomamos como hora de la partida de Piazza la más desfavorable para Carrascosa, ese
ir y volver de Bártoli pone las agujas del reloj, aproximadamente, a las 18.17. Tres
minutos y medio para ir y otros tantos para volver.

No se olviden que en esta hipótesis no nos encontramos frente al complot criminal
premeditado, sino ante la muerte meramente compulsiva.

Por tanto no es dable pensar que Carrascosa e Irene Bártoli estuviesen esperando
ansiosos la llegada de Guillermo en la vereda, para subirse a su auto y correr a casa de
María Marta para matarla.

Esto, necesariamente, nos llevará a sumar el tiempo durante el cual ellos tres decidieron,
Dios sabrá por qué y para qué, trasladarse a lo de Carrascosa.

¿Cuánto tiempo pudo llevar ese pequeño cónclave?.

¿Cuánto tiempo pudo llevarle a Irene, que estaba recostada en su cama, alistarse para
partir?.

Creo que hablar de cuatro o cinco minutos, es un lapso que podrá pecar por breve, pero
no por excesivo.

Eso nos colocaría, como ya dije, en el umbral de Carrascosa a las 18.25/18.27.

¿18.25 o 18.27?

Ya he dicho que en todos los casos en que haya estimado o establecido que un hecho
pudo llevarse a cabo entre dos espacios de tiempo, siempre tomaré, para limitar al
máximo mi margen de error, aquél que resulte más desfavorable para Carrascosa.




   1. LOS COMPLICES FUERON LOS BARTOLI.
36




Analizaré esta alternativa desde dos ángulos: el de los tiempos y el de la lógica y el
sentido común.

Hablar de los tiempos nos obliga a distinguir entre dos tiempos distintos. Mis tiempos y
los tiempos del fiscal.

Según mi versión de cómo pudieron haber sucedido los hechos, el camino de la muerte
habría comenzado entre las 18.25 y las 18.27.

Para el fiscal, que parte del mismo punto inicial del que parto yo, pero que ubica a
Carrascosa en el Club House antes de llegar a su casa, el camino de la muerte,
necesariamente, habría comenzado más tarde.

Por otra parte, los pasos que a mi juicio recorrieron el camino de la muerte, excluyen
tanto el uso de pegamento para el maquillaje de los orificios de bala, como el lavado de
las paredes de la planta baja y de la escalera, que sí forman parte de los pasos del fiscal
y de la Cámara de Casación.

Esto es así porque en el capítulo VIII, al analizar los indicios incriminatorios,
demostraré que no se usó pegamento y que Carrascosa y sus eventuales cómplices no
lavaron esa tarde las paredes de la planta baja y de la escalera.

Por tanto, también en este aspecto, mis tiempos y los tiempos del fiscal son diferentes.

Es decir, en ambos supuestos, los tiempos del fiscal son más favorables para Carrascosa
y los Bártoli que los míos.

Si yo me limitase a alegar como alega un abogado defensor, tomaría para este análisis
exclusivamente la versión del fiscal, ya que ella es, en este punto, la más conveniente
para Carrascosa. Pero como dije en un comienzo y lo reitero, estoy tratando, junto con
ustedes, de indagar la verdad. Por esa razón, meto mis narices en todos los rincones.



MI VERSION DE LOS HECHOS



El camino de la muerte se habría comenzado a recorrer a las 18.25 y la hora límite de
Carrascosa estaría marcada, demasiado ajustadamente, a las 18.57, ya que de ese modo
éste contaría con el escaso margen de tres minutos para salir de su casa, subir al auto,
partir, dar una vuelta y regresar antes de las 19 cuando fue visto arribar por el vigilador
Ortiz, quién se encontraba allí para comunicar personalmente la presencia de la
masajista en el country, dado que en la casa de Carrascosa nadie respondía a los
llamados de teléfono que hacían desde la guardia.
37

Debo aclarar que ese encuentro entre Carrascosa y Ortiz se habría producido entre las
18.55 y las 19 pero, por las razones apuntadas precedentemente, he tomado la hora
menos favorable para aquél.

Son 32 minutos. 32 minutos. ¿Parece un título de Alfred Hitchcock, no?.

Ha llegado el momento de tomar nuevamente el bisturí para ir cortando todas y cada
una de las capas que necesariamente revistieron el crimen.

Después volveremos a dejar a un lado el filoso escalpelo y será otra vez el reloj el que
nos permitirá cronometrar los tiempos.

El camino de la muerte, según mi versión de los hechos, fue transitado por todos y cada
uno de estos pasos:

   a)   comenzar un diálogo
   b)   elevarse su volumen
   c)   llegarse al climax
   d)   desencadenarse la furia colectiva
   e)   librarse la pelea
   f)   buscar el arma
   g)   dispararle a María Marta
   h)   discutir entre cómplices los pasos a seguir y sus coartadas
   i)   adoptar decisiones
   j)   colocar el cadáver en el piso del baño
   k)   limpiar las manchas de sangre
   l)   lavarse
   m)   cambiarse de ropa
   n)   partir

Como puede verse no he contemplado entre estos pasos ni el maquillaje del cadáver con
pegamento ni el lavado de las paredes de la planta baja y del primer piso, que sí serán
tenidos en cuenta al contemplar la hipótesis del fiscal.

Como María Marta iba a su casa para bañarse antes de recibir a la masajista a las 19, lo
más probable es que a las 18.25 ya estuviese en la bañadera.

Pero vamos a admitir, ya que también eso es posible, que cuando las visitas llegaron a
su casa ella aún no hubiese ingresado al baño.

Vamos a admitir también, pues también eso es posible aunque no seguro, que para ese
entonces María Marta ya hubiese llenado la bañadera.

Hago estas aclaraciones, ya que sí los asesinos la hubiesen sorprendido en el baño, el
diálogo y la discusión de la muerte se hubiese tenido que desarrollar entre aguas y
jabones, lo que no sólo suena a absurdo, sino que el cadáver de María Marta hubiese
estado desnudo y totalmente mojado y, como es sabido, ella fue vista por la masajista,
por los médicos, paramédicos, Piazza y los demás asistentes al velorio, vestida con las
ropas deportivas que había usado esa misma tarde, humedecidas en parte.
38

De no haber sido así, a todos los pasos señalados sería necesario adicionar el de secar el
cuerpo y vestirlo, del mismo modo que de no haber llenado María Marta la bañadera
antes del arribo de las visitas, también habría que sumar ese paso a las tantas acciones
que se debieron llevar a cabo al recorrer el camino de la muerte. Piénsese que sólo el
llenado de la bañadera insumiría, cuanto menos, 8 minutos.

Como podrán observar, trato de actuar con la mayor objetividad posible, sin recoger las
piedras que encuentro en el camino para rellenar mis agujeros, ni mucho menos para
cascotear al fiscal.

Como en esta hipótesis se trata de un crimen grupal y compulsivo –no premeditado- en
forma inmediata al arribo del grupo se debió entablar, como es lógico y natural, un
diálogo entre María Marta y sus visitas.

María Marta, Carrascosa o los Bártoli dijeron una palabra o una frase que desencadenó
la discusión y la discusión aumentó de tono.

De repente, en forma espontánea, Carrascosa y sus cuñados, al mismo tiempo, se ven
dominados por la ira. Patinan sus frenos inhibitorios y todos ellos se transforman, en
cuestión de minutos, de pacíficos ciudadanos en feroces y encarnizados criminales que
golpean a María Marta.

Al comienzo la golpean con sus manos o lanzándole objetos contundentes, como de
ordinario sucede en los arrebatos impulsivos.

Luego con el atizador, y, finalmente, después de buscar un arma que afortunadamente
no se encontraba registrada a nombre de Carrascosa, la matan, disparándole seis
balazos, de los cuales cinco penetran en su cabeza y el restante rebota y se pierde,
convirtiéndose en el famoso “pituto”.

¿Qué pudo haber desatado esa ira loca y compulsiva?

Les pido que se tomen un momento para sentarse y reflexionar.

Traten de imaginar la escena.

Un grupo de personas se reúne para conversar o para tomar café una lluviosa tarde de
domingo.

Hagan un esfuerzo y exijan al máximo su imaginación. Si quieren divagar divaguen, si
quieren construir hipótesis fantasiosas, constrúyanlas.

Ahora, díganme, ¿cuál fue la palabra mágica que desató al león enjaulado, al animal
feroz que reposaba oculto dentro de cada uno de los atacantes?.

Para que a tres personas que son familiares y amigos de la víctima se les genere
espontáneamente una reacción compulsiva y mancomunada que los lleve a saltar sobre
ella, golpearla, buscar un arma y dispararle seis tiros en la cabeza, es necesario concluir
que se debió tratar de una discusión muy pesada, que excede en mucho las pasiones
propias que pudo provocar el resultado del clásico.
39



Recuerden que el grupo no iba a matar, sino sólo a conversar, tomar café o ver
televisión y, por tanto, fue algo que se dijo en esa conversación lo que convirtió a tres
personas en tres fieras salvajes que atacan, golpean y no contentos con eso, le pegan seis
tiros en la cabeza a quien los contradice o agrede con sus palabras, gestos o miradas.

Francamente gozo de una imaginación bastante frondosa, pero en este caso confieso que
no logro encender la chispa.

¿Qué pudo haber pasado para que una reunión entre parientes concluyese con un
homicidio colectivo?.

¿Les suena poco creíble, no?.

Casi los estoy escuchando sugerirme que deje esta alternativa de lado y pase a la
segunda hipótesis.

Pero daré una vuelta de tuerca para bucear en aguas más turbias y profundas.

Es posible que Carrascosa y los Bártoli no hayan concurrido a tomar café y conversar
sobre trivialidades.

Tal vez fueron a increpar a María Marta por un tema concreto. Pero quede claro que
matarla, en esta hipótesis, de modo alguno formaba parte de sus planes.

¿Qué pudo haberlos llevado a hacer un planteo concreto y urgente, cuando sabían que
en pocos minutos más la conversación sería interrumpida por la llegada de la masajista?.

¿No era más razonable conversar sin esa limitación temporal después del masaje?.

Todo esto indica que la hipótesis que analizamos, es más teórica que real.

Atila deja sentir sus aullidos.

Pero si bien este crimen producto de la compulsión homicida que desató una palabra o
una frase, que sin exagerar he dado en llamar mágica, no luce como probable, nuestra
tarea de analistas ceñidos por convicción y decisión a un método científico, nos exige
tratarlo dentro de la categoría de los hechos no probables pero posibles.

Por eso, pese a todo, trataremos de pescar en la arena.

A algunas lenguas filosas hemos escuchado decir que María Marta tenía preferencias
sexuales diferentes y que su sobrina, la hija de los Bártoli, no sería ajena a tales
preferencias.

Entonces la hipótesis de trabajo sería que los Bártoli le plantearon el hecho a María
Marta, ella lo admitió sin más y allí a Irene y a Guillermo se les soltó la cadena y la
atacaron.
40

Reitero que todo esto no me resulta convincente y arriesgo a pensar que a ustedes
tampoco.

La hipótesis de la corrupción sexual no ha sido sostenida, siquiera invocada por el fiscal
de la causa, que no ha mostrado reparos de ninguna naturaleza en afirmar cualquier
despropósito en su afán de llevarse puesta a “la familia”, como a él le gusta llamarla
para individualizar a su objetivo y para darles una pátina mafiosa funcional a sus
aventuradas teorías.

Creo que ésta es una de las más grandes canalladas que cierta parte de la sociedad
argentina lanzó para avivar el fuego y regodearse con versiones perversas, sin advertir
que lo único perverso vivía dentro de ellos.

Simplemente lo planteo porque el tema ha rodado por las mesas de bridge y en los
cócteles del verano y también porque la hipótesis que analizamos requiere de un
estímulo demasiado fuerte para desencadenar las acciones que terminaron con la muerte
de María Marta.

Pero convengamos que no obstante que descarto de plano tamaña felonía, sólo un hecho
de proporciones similares, que excediesen en mucho cualquier simple diferendo o
controversia, pudo ser capaz de arrojar semejante resultado.

Aún así cabría preguntarse cómo se explicaría en este supuesto la reacción del marido,
que según la decisión judicial es él y no otro, el autor principal del homicidio.

Ya no hablamos de los padres, que ante la confirmación de la existencia de una extraña
relación que involucraba a su hija perdieron los frenos inhibitorios –justamente eso que
nos distingue de los animales- y en un estado de convulsión lindante con la locura
emprendieron a golpes con su hermana, sino de un tío político de la afectada que se
contagió de la locura familiar y no dudó en buscar un arma y matar a tiros a su propia
mujer.

Nuevamente les pido que reflexionen un minuto y que piensen si todo esto les parece
probable, o si más bien les suena poco creíble.

Pero como debemos concluir con nuestro análisis, vamos a admitir, aún por vía de
hipótesis, que tuvo que existir una fuerte discusión que despertó simultáneamente en
tres personas una furia incontenible que los llevó a matar a golpes y a tiros a quien era
su mujer, hermana y cuñada.

No me atrevería a plantear un caso semejante en una obra de ficción, porque no le
resultaría creíble a mis lectores.

Pero regresemos a las 18.25.

El trío que en pocos minutos pasará del papel de pasivos televidentes al de furibundos
homicidas, ingresó a la casa.

María Marta los escuchó y seguramente sorprendida bajó las escaleras.
41

Nada impediría, por cierto, que en mérito a la confianza e intimidad que mediaba entre
ambos matrimonios, la tertulia se hubiese desarrollado en el dormitorio.

Las agujas del reloj continúan avanzando. ¿18.26, 18.27?.

Comienza una conversación que en un momento llega a su clímax con el despertar
súbito de la violencia colectiva.

¿Cuánto tiempo pudo haber durado ese diálogo?.

¿En 4 o 5 minutos una conversación puede pasar del saludo a la irritación total?

Pongamos el cronómetro. Calculemos 4 o 5 minutos. ¿Demasiado poco, no?

Habrán sido 10, tal vez 15?.

Me inclinaría por una discusión larga, borrascosa, plagada de llantos e insultos,
interrupciones, réplicas y contrarréplicas. ¿20, 30 minutos?.

Prácticamente la hora de la llegada de la masajista se nos cae encima. Pero a Carrascosa
y a los Bártoli todavía les queda mucho por hacer.

¿Cuánto tiempo pudieron demandar la lucha, los golpes de puño, del atizador, la busca
del arma y, finalmente, el concierto de disparos?.

¿1 minuto, 2?. Tomen el reloj. ¿Les parece posible?. Sin duda que no. ¿3?.

Sin que la muerte de la mujer, hermana y cuñada les haga mella, como si en su vida no
hubiesen hecho otra cosa que matar, deliberan frente al cadáver.

Las agujas del reloj siguen avanzando. Ellas no se detienen para esperar el resultado de
los conciliábulos.

Muchas son las cosas para analizar, discutir y decidir:

   a) abandonar la escena del crimen y mantenerse juntos, dándose recíproca coartada,
      o tratar de disimular el homicidio para hacerlo pasar por un accidente
      doméstico?.
   b) de optarse por la segunda de las alternativas expuestas en a), era necesario
      analizar si resultaba posible disimular seis balazos en una nuca sangrante y cuál
      era la mejor forma de llevarlo a cabo.
   c) cómo conseguir que su maquillaje no fuese descubierto por los médicos que
      acudirán a revisar el cadáver para expedir posteriormente el certificado de
      defunción?. Es posible que este obstáculo pensaran superarlo consiguiendo un
      certificado de favor, pero, como ya se verá, esa variante en ningún momento
      estuvo en la mira de los asesinos.
   d) Qué hacer con la masajista que a esa hora estaba a punto de llegar al country
      como todos los domingos?. Negarle la entrada con la excusa de que María Marta
      había sufrido un accidente y que estaban esperando al médico o dejarla pasar,
      como efectivamente sucedió?. En este caso, cómo se aseguraban de que la mujer
42

      a quien pusieron a hacer tareas de resucitación, no advirtiera los balazos que
      ellos pretendían ocultar?.
   e) Cómo evitar que los médicos diesen intervención a la policía y el fiscal
      solicitase una autopsia, por tratarse el accidente doméstico de una muerte
      dudosa?.
   f) Cómo limpiar la escena del crimen antes de que ingresase la masajista y los
      médicos que ellos mismos llamaron para que atendieran a María Marta?.
   g) Cómo huir antes de que llegase la masajista, sin ser vistos por ningún vecino?.

   A esa altura de los acontecimientos también era necesario que ellos tuviesen la
   certeza de un hecho imposible de controlar. Que nadie hubiese visto el auto de
   Carrascosa estacionado frente a su casa, ya que con él se hubiese delatado la
   presencia de éste antes de las 19, que es la hora en que él dice que llegó a su
   domicilio y así lo abona el vigilador Ortiz que en ese momento se encontraba en la
   puerta de aquél.

   Alguien podrá decir que tal auto no existió, porque Carrascosa y sus cuñados fueron
   caminando desde la casa de éstos.

   No olvidemos que ellos no fueron a matar, sino simplemente a conversar de bueyes
   perdidos o, en el peor de los supuestos, a pedir explicaciones o a discutir un hecho
   concreto.

   En ese caso no se explicaría que hayan hecho caminando bajo la lluvia el trayecto
   que habitualmente hacían en automóvil.

   Por otra parte, de haber sido así, debería tenerse presente que el cálculo de tiempo
   de traslado efectuado más arriba, que situaba a los asesinos llegando a casa de María
   Marta a las 18.25, debería ser incrementado en diez minutos, lo que entonces nos
   llevaría a las 18.35 y reduciría notablemente el ya reducido lapso para reunirse,
   discutir, golpear, matar, deliberar, limpiar y huir.

   Como esa reducción de tiempo excluye totalmente la posibilidad de esta alternativa,
   para poder continuar con su desarrollo y agotar así todas las posibilidades fácticas,
   partiremos del presupuesto de que asumieron el riesgo comentado y tuvieron la
   fortuna de que ningún vecino ni vigilador advirtiese el automóvil de Carrascosa, lo
   que es francamente difícil.

   Atila mueve la cola.

¿Cuántos minutos puede haber demandado el análisis, discusión y decisión de cada uno
de estos items?.

Piensen por un segundo que no se trata de personas como nosotros, que tratan el tema
con serenidad y con asepsia de cirujanos en el living de su casa o en la mesa de un bar.

Se trata de tres personas que no fueron allí para matar, pero que algo los exaltó al
mismo momento y terminaron matando a la mujer, hermana y cuñada.
43

El cadáver ensangrentado yace frente a ellos o a escasa distancia, si tuvieron el buen
gusto de deliberar en otro ambiente. Un cadáver que aún los mira, con unos ojos que ya
no pueden ver.

Destaco esto, porque es fácil analizar una acción de guerra o la decisión del comandante
de un avión o de un barco, sentado en el sillón de un escritorio, lejos de las balas o de la
tormenta.

Debemos suponer que tres personas que no son asesinos profesionales y que acaban de
matar a un pariente cercano, a quien no tenían pensado eliminar minutos antes, hablan,
razonan y deciden, bajo la influencia de un estado emocional muy particular.

El que sostenga lo contrario, o es un asesino experto y sabe por propia experiencia que
nada de eso lo altera ni lo inmuta, en cuyo caso esa persona no nos sirve para medir la
reacción de tres neófitos, o es alguien que deja que los prejuicios o la mala fe primen
sobre su sentido común, en cuyo caso tampoco nos sirve para medir la reacción de
nadie.

Volvamos ahora al implacable cronómetro.

Hablar de diez o de quince minutos, en esas circunstancias ¿parece demasiado para
analizar, discutir y decidir todos y cada uno de los siete puntos señalados más arriba?.

Pareciera, sí, que es demasiado. Demasiado poco, por cierto. Pero dejémoslo ahí y
tomemos el lapso más breve de 10 minutos.

Siento el agudo silbato del guarda. Detengamos por un momento la marcha.

Más arriba dijimos que Carrascosa debió partir de su casa a las 18.57 para regresar a las
19 y encontrarse cara a cara con el vigilador Ortiz.

Tomando en todos los casos los tiempos mínimos calculados, ya han transcurrido 34
minutos desde que se comenzó a recorrer el camino de la muerte hasta el instante en que
sonó el silbato.

Esto significaría 2 minutos más del lapso con que contaba Carrascosa si el camino de la
muerte se hubiese comenzado a recorrer a las 18.25 y 4 minutos más si aquél hubiese
tenido comienzo a las 18.27.

Suena la campana. Tiempo cumplido, habría gritado con su voz inconfundible Augusto
Bonardo.

¿Pero Carrascosa está en condiciones de partir o aún le quedan en su mochila tareas
pendientes?.

Del cuerpo de María Marta, según relatan los primeros testigos que vieron su cadáver,
manaba sangre. Carrascosa, necesariamente, tuvo que mancharse. Se manchó, eso es
indudable. Entones al terminar su tarea tuvo que lavarse y cambiar sus ropas para
mostrarse impoluto frente a su coartada, el vigilador Ortiz.
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Caso García Belsunce: ¿Inocente o culpable

  • 1. 1 CASO GARCIA BELSUNCE CARRASCOSA: ¿INOCENTE O CULPABLE?
  • 2. 2 CAPITULO I LA PROPUESTA A lo largo de estas páginas trataré de analizar en detalle y con rigor metodológico los hechos y circunstancias que giraron en torno de uno de los crímenes más resonantes de la historia policial argentina. El 27 de octubre de 2002, María Marta García Belsunce de Carrascosa fue encontrada muerta en su casa del country Carmel, en las cercanías de Pilar. No hay un solo testigo, no hay una sola pericia, en definitiva, no hay una sola prueba directa que diga: el asesino fue Carlos Carrascosa. Jamás se pudo determinar a ciencia cierta quién mató a María Marta. Pero Carrascosa fue detenido, luego liberado, más tarde condenado por encubrimiento y hoy cumple cadena perpetua por la muerte de su mujer, como consecuencia de un fallo de la Casación Provincial. Hace muchos años un jurista español comenzaba su recurso diciendo que si existiese un museo de monstruosidades jurídicas, el fallo del cual se agraviaba, sin duda, ocuparía en aquél un lugar destacado. Al concluir la lectura de este libro, los que tengan la paciencia de hacerlo, decidirán si le piden permiso al doctor Hermosilla Cívico para apropiarse de sus palabras. A lo largo de los siete años que han transcurrido desde la muerte de María Marta García Belsunce, he escuchado decir que tal vez Carrascosa no sea culpable del asesinato de su mujer, o que al menos ese hecho no ha sido probado en forma indubitable, pero que su condena es justa y merecida, porque mintió, ocultó pruebas y no solicitó la inmediata realización de una autopsia. Debe tenerse en cuenta que nuestro régimen jurídico y en general el de todos los países civilizados, sólo prevén la posibilidad de condena por la comisión de un delito concreto y determinado y de modo alguno se acepta que una persona sea penada por homicidio, si no se le ha probado la autoría de ese crimen. Aquí no resulta de aplicación la teoría de las compensaciones, admitida por los usos y costumbres en otros medios ajenos al mundo de las leyes, de acuerdo a la cual se puede sancionar a quien no es culpable de determinado hecho si, en conciencia, se lo tiene por culpable de otro u otros hechos que resultan imposibles o al menos difíciles de probar.
  • 3. 3 Antes de continuar debo decirles que soy abogado. Un abogado jubilado que no ejerce la profesión y que está totalmente alejado del mundo de abogados y jueces con el que convivió durante cuarenta años. No conozco a Carlos Carrascosa. Sólo lo he visto por televisión. Francamente, no me resulta simpático. Tal vez esto suene a prejuicio y hasta es probable que lo sea, pero su imagen me hace pensar que no pertenece a la clase de gente con la que me gustaría tomar café. Tampoco conozco a sus familiares y amigos. Para no faltar a la verdad, diré que escuché decir que Carrascosa es amigo de un empresario y artista plástico con quien fuimos íntimos amigos durante nuestra adolescencia y a quien quiero entrañablemente, aunque no nos hemos vuelto a ver en los últimos cuarenta años, salvo una vez, hace mucho, no sé si una tarde o una mañana en su casa de Uruguay y luego dos o tres veces en un restaurante de la calle Sinclair, mientras él comía con su familia y yo con mis hijos mayores, que por aquél entonces rozaban los veinte y hoy acarician los cuarenta. La acusación del fiscal y sus motivaciones particulares para actuar como actuó, la sentencia del Tribunal Oral de San Isidro que condena a Carrascosa por encubrimiento y lo absuelve del homicidio y el fallo de la Casación, han tenido la virtud de permitirme recuperar la capacidad de asombro, que ya creía definitivamente perdida en un mundo donde, lamentablemente, ya nadie se sorprende de nada. Si me gustasen las frases rimbombantes, que no me gustan, pero que algunas veces siento la tentación de utilizar, diría algo así como que siento bajo mis piernas el costillar de Rocinante y que vuelvo a la lucha con la adarga al brazo. Pero esta frase ya la empleó Ernesto Guevara en una carta de despedida dirigida a sus padres y no sólo sería un feo plagio, sino algo peor: un franco despropósito. Tampoco desempolvaré togas ni pelucas, porque, afortunadamente, los abogados argentinos no usamos semejante atuendo. Espero que el Colegio Público no me reclame el bono ni el pago de la tasa anual por esta suerte de alegato. Simplemente me propongo indagar sí Carlos Carrascosa es penalmente responsable del crimen por el cual está condenado. Creo sí, que la opinión pública ya lo condenó. Creo también que los jueces, con excepción del doctor Luis María Rizzi que votó por la absolución total de Carrascosa en el Juicio Oral de San Isidro y tuvo que soportar las voces infundadas del oprobio, se han cuidado, con la prudencia que hoy caracteriza a muchos hombres de derecho, de ver el feo espectáculo de las hienas masticando su honra.
  • 4. 4 Les dije que soy abogado, pero aquí sólo me moveré en el mundo de los hechos, de las conductas humanas, de la lógica y del sentido común. El derecho, con sus pesados tomos de jurisprudencia y sus citas legales o de viejos aforismas romanos, continuará reposando en un lejano rincón de mi biblioteca. No trato de imponer una teoría, ni de tirarle un cabo salvador a Carrascosa y a sus cuñados, o de hundirlos aún más en el fango en el que la sociedad ya los ha colocado. Simplemente trato de llegar a la verdad, o al menos a la verdad jurídica, ya que la otra muchas veces es privativa de la víctima, del asesino y de Dios. La búsqueda de la verdad exige un presupuesto no negociable. Dejar en el zaguán los prejuicios, las ideas predeterminadas, las simpatías y antipatías personales o de clase, e ir colocando cada prueba, cada indicio, cada argumento, cada reflexión, sobre nuestra mesa de trabajo y ponderarlos a todos objetivamente, sea que sirvan de sustento o que destruyan de un plumazo la torre que pacientemente veníamos construyendo, para arribar así a una conclusión aséptica y desapasionada. Los invito a sumarse a esta tarea. Quienes no puedan encararla de acuerdo a las bases antes expuestas, no serán de la partida. A ellos les pido, en homenaje a las reglas de la investigación científica y sobre todo a su valioso y no recuperable tiempo, que nos despidan desde el andén.
  • 5. 5 CAPITULO II ALGO FLOTA EN EL AMBIENTE Aunque consciente o inconscientemente tratemos de rechazar la idea, la verdad, como siempre, se impone por sí sola. Así como en los aviones viajan pasajeros de primera y de segunda clase, comúnmente llamada económica o turista, también tenemos muertos de primera y de segunda. Todos los días, por desgracia, mueren personas en accidentes de tránsito, episodios domésticos o asesinatos callejeros. De ellos poco dicen las noticias periodísticas. A lo sumo, dos líneas: “Matan jubilada en Ezpeleta”. Pero si el homicidio no se produce en un suburbio sino en un barrio elegante de la ciudad, en un club de campo o en un barrio cerrado, la misma información se imprimirá en otro molde y ocupará un lugar central y destacado. Tampoco deberíamos extrañarnos si esa noticia se sostiene en el tiempo precedida por titulares como: “Algo más sobre el crimen del country”. “Se indaga en su círculo íntimo”. “Mensaje mafioso? ¿Ajuste de cuentas?”. “Crimen pasional”. Si los hechos, o al menos ciertas circunstancias apenas confusas, dan pie para vestir con ropaje de misterio a una muerte producida en ocasión de robo, ésta perderá su condición de hecho cotidiano y la prensa sacará de ella su mayor provecho útil, tratando de promover el episodio a la máxima categoría aspirada: boom periodístico. Párrafo aparte merece el mecanismo que vincula a los comunicadores sociales con el público y a éstos con aquéllos, que en un raro juego de idas y vueltas se retroalimentan recíprocamente y le dan mayor impulso a la idea inicial. La hipnosis del espejo: los medios excitan al público y el público, ya excitado, excita a los comunicadores. De esa manera se instala en la sociedad un pensamiento generalizado. El pensamiento generalizado goza de la categoría de los primeros principios: no requieren demostración, no se los discute. Todos se hincan ante el altar de ese nuevo Dios y con la fe propia de los creyentes, no se le exigen pruebas que confirmen su verdad.
  • 6. 6 Pero tampoco acá debemos engañarnos. Si la prensa pinta de colorado el agua del río, es porque las emociones del público se avivan, como les sucede a algunos animales, con el inconfundible olor de la sangre. Es decir: venden, porque compran. Algunos dirán aquí que la responsabilidad es de los medios, pues ellos no pueden desconocer el poder que ejercen sobre las masas. Esto es cierto y si no que lo consulten a Goebbels. Mucho antes de que él naciese la madre de Napoleón III solía decir que una mentira repetida en forma constante, termina convirtiéndose en verdad. Aún cuando la historia suele atribuir esa frase al Ministro de Propaganda del Tercer Reich, quien sin duda la pronunció muchas veces, su autoría, hasta donde yo sé, pertenece a Hortensia de Beauharnais. Pero, de modo alguno me voy a asombrar, si algún día se descubre que ella, a su vez, la tomó de Ramses I. Si no quieren bucear en las fuentes de la historia, pregúntenle a los gobiernos porqué le temen a la prensa. Pero no por eso debemos exculpar a la sociedad. Si la prensa la manipula, es porque ella es manipulable y así como Eva se dejó tentar por la serpiente, la sociedad se muestra ávida por devorar las noticias que la exacerban. Nadie exculpó a Adán y a su mujer por rendirse ante los encantos del demonio y comer el fruto del árbol prohibido. No exculpemos nosotros a los que se dejan tentar por la prensa y comen el fruto de noticias morbosas. Pero el círculo medios-sociedad- sociedad- medios forma una ronda generosa y permite que más pasajeros se sumen al alegre trencito. Los nuevos integrantes de la comparsa no serán otros que prominentes funcionarios de los tres poderes del estado. Si un ministro o un juez se atreve a actuar en contra del pensamiento generalizado, en pocos segundos se convertirá en cebo de buitres. Es cierto que hay periodistas y medios que no lanzan sus noticias sin contar al menos con la convicción íntima de su certeza y después de haberla confirmado con otras fuentes, como también es cierto que no toda la sociedad se relame con sangre. Del mismo modo hemos conocido funcionarios que se inmolaron en el altar de la infamia, por hacer lo que bien o mal creyeron que era su deber. Pero, como enseñaba Aristóteles en su Etica, una golondrina no hace verano.
  • 7. 7 Traigo esto a colación, pues fue exactamente lo que sucedió en el caso García Belsunce. Pero me adelanto a decir que si bien este caso ocupa un lugar importante en la historia del pensamiento generalizado, justo es reconocer que ni un maestro del suspenso podría haber diseñado cada acto, cada información, cada hallazgo, cada nueva sorpresa, como la realidad, por sí sola, se ocupó de orquestar. Reitero, si bien el público y los medios danzaron la ronda generosa y así se estableció un pensamiento generalizado, aquí, ni unos ni otros, tiraron la primera piedra. La piedra rodó por la fuerza propia del destino, pero sería esconder la verdad, no decir que la avalancha también fue provocada por actos y omisiones cometidos por la familia de la víctima. La muerte de María Marta García Belsunce tenía todos los condimentos para ser un “giallo”, como llaman los italianos a este tipo de casos policiales. No murió en Ezpeleta ni en Turdera. No, murió en un country de Pilar. No era hija de un sin techo o de un trabajador textil. Tampoco de un mediano comerciante, siquiera de un profesional poco conocido. Era la hija del Presidente de la Academia Nacional de Derecho. Su muerte primero se difundió como un accidente doméstico. Un golpe en la cabeza con el pico de la bañadera. Tiempo más tarde un titular ganó la calle: “María Marta murió asesinada de cinco balazos”. Convengamos que la noticia golpeó fuerte. Las dudas eran cantadas y la gente no podía dejar de preguntarse: ¿Cinco balazos y ninguno de los familiares lo advirtió?. A partir de allí y como sucedía con las antiguas novelas por entregas, todos los días el público recibía y por cierto esperaba con labios voluptuosos, algún nuevo capítulo del crimen- misterio. Y así supimos que un hermano de la víctima solicitó a un alto jefe policial que intercediera para que un patrullero no llegase hasta el velorio. Más tarde uno de los dos médicos que atendieron a María Marta la noche del crimen, declaró ante el fiscal que él había advertido a la familia de que se trataba de un asesinato y que debían llamar a la policía. Como es de imaginar, la sociedad se exacerbaba y los medios impedían que sus anhelos se viesen frustrados.
  • 8. 8 Después vino la historia del certificado de defunción. Lo extendió, como era de práctica, de mala e ilegal práctica, un médico a sueldo de la empresa de servicios fúnebres. Allí se consignó que la muerte se había producido en la Capital Federal y no en Pilar y que su causa había sido un paro cardiorrespiratorio no traumático. La enterraron con un certificado de defunción falso, informaban los diarios, e informaban bien. Pero algunas lenguas corrieron la especie de que Guillermo Bártoli, cuñado de María Marta y encargado de contratar el servicio, intentó sin éxito una rápida cremación. El ambiente se seguía recalentando. Del resbalón en la bañadera, a los cinco balazos. De los cinco balazos, a un certificado falso. De un certificado falso, a oscuras maniobras para cremar el cadáver, con lo cual jamás se hubiese detectado la verdadera causa de la muerte. El crimen perfecto. La limpieza de las manchas de sangre, que hasta ese momento parecían algo normal y atinado para evitar que los asistentes al velorio se enfrentasen a un cuadro no apto para demasiado público, inmediatamente pasaron a la categoría superior de graves maniobras de encubrimiento. Como si todo esto fuera poco, como frutilla del postre, vino el tema del famoso “pituto”. Un medio hermano de la víctima, John Hurtig, encontró debajo del cuerpo de aquélla un pequeño pedazo de plomo achatado, que terminó resultando, ni más ni menos, que la sexta bala disparada contra María Marta. Preocupado por su hallazgo, John se propuso averiguar qué podía ser ese extraño objeto y así fue que se practicó un conciliábulo dentro del baño de la casa. De ese cónclave participaron, además de él, un cuñado, su hermano, el abogado y periodista Horacio García Belsunce y su padre, Constantino Hurtig, que es médico. Horacio dijo que podría tratarse de un “pituto”, de esos que se utilizan en los estantes de las bibliotecas. Los estudiosos de la ontología del “pituto” llamaron a Carrascosa y le preguntaron si sabía qué era ese pedazo de plomo, aclarándole que ellos pensaban tirarlo. Carrascosa pensó que podría ser algo que se les había caído a los médicos y no se opuso al destino dispuesto para el “pituto” por la familia de su mujer. No podemos dejar de destacar que ese hecho fue insólito, como así también que nunca nadie intentó dar una explicación, siquiera poco convincente, de semejante estupidez.
  • 9. 9 En vez de dejar tranquilo al “pituto” dentro de un cajón o arriba de una mesa, acordaron tirarlo por el inodoro. La echazón del “pituto” terminó de darle al caso los ribetes de un crimen familiar con participación generalizada o, al menos, con encubrimiento masivo. En aras de excluir la posibilidad de un acto de locura colectivo, más adelante arrimaré algunos elementos de reflexión, para tratar de establecer porqué hicieron lo que hicieron, o, al menos, porqué alguno de ellos hizo lo que hizo. Las noticias se sucedían unas a otras y con el mismo vértigo las habladurías corrían de boca en boca. Y así escuchamos y leímos sobre crimen pasional; marido engañado; desviaciones sexuales de la víctima; sórdidos y oscuros negocios con dinero negro; dependencia económica del entorno familiar de Carlos Carrascosa, lo que llevaría a padres y hermanos a hincarse sin orgullo ni pudor frente al asesino de su hija o hermana. Por último, mientras Bártoli, Carrascosa y otros testigos afirmaron que ellos se encontraban en la casa del primero viendo un partido de fútbol, lugar en el que permanecieron hasta algo después de las 18.47, la empleada de Bártoli sostiene que a las seis de la tarde ya no había nadie en el living de aquélla y que el televisor estaba apagado. Por otra parte, la encargada del Club House declaró que en algún momento entre las seis y las siete de la tarde Carrascosa estuvo con ella tomando café en el bar y que permaneció allí quince o treinta minutos, hecho éste que Carrascosa negó categóricamente. Todo llegó a su climax con el fiscal de la causa, que por las razones que veremos más adelante se convirtió en el principal enemigo de la familia y trató, sin el menor apoyo ni sustento, de vincular el crimen con la mafia del narcotráfico, lo que explicaría así el encubrimiento de la familia, sea por sus vinculaciones con el cartel de Juárez o por temor a sus represalias. También fue el fiscal quien sostuvo y aportó pruebas que en su momento habremos de ponderar, afirmando que las heridas provocadas por los disparos no habían sido fácilmente advertidas, pues los asesinos las cerraron mediante el uso de la casera “gotita”. Cinco balazos, un certificado de defunción falso, el intento de cremar a María Marta, obstaculizar la llegada de la policía, limpiar las manchas de sangre, cerrar las heridas con la “gotita”, tirar una bala por el inodoro, eran demasiados indicios para evitar que la prensa y la sociedad se formasen la idea de que se trataba de un homicidio en el cual la familia de la víctima, por una u otra razón, estaba seriamente comprometida. Así nació, en este caso, lo que dí en llamar el pensamiento generalizado.
  • 10. 10 CAPITULO III UNA FORMA DE TRABAJO A lo largo de estas líneas no emplearé el estilo propio de la novela o del cuento, con los que en la actualidad me siento más familiarizado, simplemente porque aquí dejé de lado cualquier posibilidad de ficción, error éste en el que sí pareciera haber incurrido el agente fiscal. Tampoco seguiré el estilo que caracteriza a las investigaciones periodísticas. En primer lugar porque esta no es una investigación periodística y, por otra parte, porque ese estilo me resulta tan atrayente como extraño. Trataré de exponer los hechos y de analizarlos para determinar si existen pruebas que permitan atribuir la autoría del homicidio al condenado, utilizando el estilo que habitualmente se usa en los alegatos judiciales. Esto es así, porque tanto en ese acto procesal como en este trabajo se persiguen fines idénticos. Persuadir a sus destinatarios, en un caso los jueces y en otro los lectores, de que las cosas sucedieron o no sucedieron de la manera en que se las explica, desarrolla y sostiene. Qué pasó la noche del 27 de octubre de 2002 en el Carmel, sólo lo saben tres personas. La víctima, el asesino y Dios. Todo lo demás son conjeturas, meras conjeturas. Pero las conjeturas, para que tengan validez, deben apoyarse en hechos comprobados y, ante todo, tener en cuenta el accionar humano desde una óptica real y no antojadiza, es decir, de acuerdo a lo que de ordinario sucede en el curso normal de las cosas, dejando trabajar libremente a la lógica y al sentido común por encima de cualquier simpatía o aversión, prejuicio o solidaridad de clase y haciendo caso omiso de las expectativas que la opinión publicada haya podido generar en la opinión pública. Tampoco se puede caer en conclusiones simplistas, más propias de un juego de niños que de la forma correcta de valorar las pruebas en una causa judicial, porque así, sin decirlo, pero casi gritándolo sin demasiado pudor, nos hemos encontrado frente a afirmaciones tales como que la prueba de la mentira acredita, como yapa de kiosco, el encubrimiento y el homicidio también. Al formular algunas hipótesis, ciertamente no podré probar que las cosas hayan sucedido del modo en que allí se las expone, porque aquí nadie ha tenido la bola de cristal. Simplemente quiero expresar que ellas bien podrían haber sucedido de esa manera o por esa razón y, en suma, y esto es lo importante, que es más probable que los hechos hayan
  • 11. 11 acontecido tal como acontecen en mi versión y no como han supuesto con excesivo voluntarismo el acusador fiscal y los jueces de la causa. A riesgo de resultar reiterativo, voy a permitirme insistir en un concepto. Si se cuenta con pruebas categóricas e indubitables de que un hecho sucedió de determinada manera, poco importa si ello es lógico y razonable, o si se ajusta o no a lo que de ordinario sucede según el curso natural de las cosas. Simplemente fue así, y eso es suficiente para tenerlo por probado. El divorcio de la realidad probada con la realidad habitual, podrá llevarnos a bucear en las aguas de la psiquiatría o a indagar en el mundo de los que sueñan despiertos, pero carecerá de toda relevancia para modificar la determinación de los hechos que han sido debidamente acreditados. En cambio, cuando no contamos con pruebas categóricas e indubitables que nos permitan conocer como sucedieron los hechos, aquí la realidad habitual, lo que es lógico y razonable, lo que sucede de ordinario según el curso natural de las cosas, es el norte del que no podremos apartarnos sin caer en el vicio de la arbitrariedad, del capricho antojadizo o del exceso y la desviación de poder. En el análisis de los hechos que no cuenten con pruebas directas acerca de la forma en que ellos sucedieron, me ajustaré a la regla precedentemente expuesta. Ella será mi norte. Cuando hablo de razón y de lógica, muchos podrán preguntar de qué razón y de qué lógica estoy hablando. La cosa es simple. Yo estoy alegando. Mi misión es convencer. Si mi lógica y mi razón no tocan en la misma sintonía que la lógica y la razón de los lectores, habré fracasado. Por tanto, cuando recurro a la lógica y a la razón, recurro a vuestra lógica y a vuestra razón. No a la mía, o al menos, no sólo a la mía. En los próximos capítulos trataré los distintos puntos que son necesarios conocer para poder arribar a una conclusión objetiva acerca de la culpabilidad de Carlos Carrascosa en el homicidio por el cual fue condenado. En primer lugar haré una breve referencia a los hechos que rodearon la muerte de María Marta García Belsunce. Después analizaremos todas y cada una de las acciones que se debieron realizar para cometer el crimen, armar una estrategia defensiva, planear los pasos a seguir, preparar la escena del falso accidente, limpiar el lugar y desaparecer de él. En este caso trataremos de calcular el tiempo que razonablemente insumieron cada una de esas tareas, ya que ello nos permitirá establecer sí Carrascosa y, eventualmente algunos familiares, pudieron ser los asesinos de María Marta.
  • 12. 12 En ese análisis tendremos en cuenta las dos hipótesis posibles en la materialización de un homicidio. a) Crimen compulsivo, por tanto no premeditado. b) Crimen premeditado. Cada una de estas dos hipótesis abre la puerta a otras dos variables: a) El autor actuó en complicidad con otros coautores. b) El autor actuó solo. Cada alternativa ofrece facetas muy diferentes y nos obliga a analizarlas por separado. Quiero detenerme un instante, porque muy al pasar acabo de mencionar un tema que es fundamental para poder determinar como sucedieron o no sucedieron los hechos que terminaron con la muerte de María Marta García Belsunce, aquella lluviosa tarde de octubre de 2002 en el country Carmel. Si bien más adelante me dedicaré a desarrollar la cuestión con todo detalle, creo importante señalar que uno de los errores que a veces han cometido los investigadores y estudiosos del caso, fue el de no distinguir, al analizar los hechos, que sólo se pudo haber dado una de las cuatro alternativas expresadas más arriba y que según se trate de una u otra de ellas, distinta deberá ser la óptica desde la cual deberá observarse el homicidio y distintas las conclusiones a las que se podrán arribar, ya que situaciones diversas no pueden ser valoradas y sopesadas como si fuesen situaciones idénticas. Piensen por un segundo que si se trató de un crimen premeditado, el autor o autores sólo tuvieron que ejecutar un plan. Cómo hacerlo, los pasos a seguir, la coartada o coartadas elegidas, son acciones que fueron analizadas y decididas en forma previa al crimen. Por el contrario, si se trató de un crimen no premeditado, todas esas tareas debieron practicarse con posterioridad a la muerte y, en ese caso, fácil es advertir que el tiempo jugó, necesariamente, un papel preponderante. Por último me detendré en el análisis de los indicios que, en este caso, como ya comenté más arriba, han servido para conformar en la sociedad el pensamiento generalizado de la culpabilidad de Carrascosa y de la familia y para condenarlo a aquél a cadena perpetua. Antes de pasar al análisis de los hechos, creo conveniente detenerme una vez más para comentar las distintas formas de proceder en la tarea de investigación. Cuando el investigador persigue la verdad como única meta, recogerá todos los elementos que hacen a su búsqueda y los colocará sobre su mesa de trabajo. Puede ser que a cierta altura de la tarea comience a vislumbrar un resultado. No obstante el investigador leal continuará ponderando objetivamente todos los elementos que puedan aflorar, con total prescindencia de si éstos sirven o no para corroborar o rechazar aquel resultado provisorio, que ya se estaba convirtiendo en la “niña de sus ojos”.
  • 13. 13 Por el contrario, cuando el investigador no persigue el hallazgo de la verdad sino el logro de un resultado predeterminado que sea funcional a sus intereses, manipulará las pruebas de modo tal que sólo colectará las que sean útiles para confirmar su tesis y colocará debajo de la alfombra todas aquellas que la controviertan. Este comentario viene a colación por la actividad desarrollada por el fiscal de la causa, quien sólo siguió una línea de investigación. El partió de un único presupuesto básico: la culpabilidad de la familia, ya sea en el crimen o en su posterior encubrimiento. Este procedimiento acientífico no sólo lo llevó a forzar el análisis de las pruebas en un sentido determinado, sino que nos ha privado de conocer otros elementos que deliberadamente se negó a investigar, por la simple razón de que ellos eran ajenos, no ya a la búsqueda de la verdad, sino a la tesis que él estaba empeñado en demostrar.
  • 14. 14 CAPITULO IV TARDE DE FUTBOL Y ALGO MAS María Marta era menuda, de estatura mediana y figura interesante, sin resultar por ello una mujer llamativa. Su cara, que para algunos era bonita, otros la calificarían con el simpático y poco conveniente apelativo de “feucha”. Personalmente, para definirla, me apropiaría de un título del cine nacional. A mi juicio su encanto, su raro encanto, giraba alrededor del “secreto de sus ojos”. Digo raro encanto, porque sus ojos no eran ni grandes ni azules, ni tampoco negros y brillantes como dos luceros, sino marrones y pequeños, pero su mirada transmitía una calidez y simpatía difíciles de eludir. Sí, era el secreto de su mirada y no el secreto de sus ojos, el que le daba a María Marta ese halo tan particular. También eran sus labios, delgados y carentes de una gracia especial, los que jugaban en equipo con una sonrisa franca y agradable y hacía de ella esa eterna muchacha interesante y atractiva. Al momento de su muerte tocaba los cincuenta años. Vieja para muchos, demasiado joven para otros. Por razones obvias, me sumo a este último bando. Casada desde los veinticinco con Carlos Carrascosa, constituían uno de los tantos matrimonios que, sin mayores afinidades ni intereses en común, habían logrado una buena y cómplice relación. El hecho de no tener hijos los convertía en polivalentes. Eran marido, mujer, hijo, hija, padre, madre, de todo un poco y tal vez de nada demasiado. María Clara y “el gordo”, como lo llamaban sus amigos, vivieron muchos años en Buenos Aires, mientras aquél trabajaba en el pequeño y volátil mundillo de las finanzas. Un hombre de “la city” que luego decidió cambiar su vertiginosa actividad por una vida más apacible y bucólica. No, no se fue a la pampa salvaje, ni siquiera al campo. Simplemente se mudó a un country en la localidad de Pilar. De acuerdo a todos los testimonios y comentarios que han circulado a lo largo de más de siete años, se trataba de un matrimonio bien avenido y nadie pudo aportar ningún elemento que permitiera pensar en conflictos de pareja y mucho menos en infidelidades.
  • 15. 15 En el mismo country vivía la media hermana de María Marta, Irene Hurtig, casada con Guillermo Bártoli. Los cuatro formaban un equipo inseparable. No sólo vivían en el mismo barrio cerrado y compartían la mayor parte de las actividades sociales, sino que veraneaban juntos, sea en el mar o en la casita del lago a orillas del Quillén, allá lejos, en ese lugar maravilloso que se llama puerto Lussich. En las temporadas de descanso se sumaban al grupo los sobrinos Bártoli, quienes también compartían con sus tíos Carlos y María Marta los clásicos asados o almuerzos en el Carmel. Mientras que su mujer disfrutaba de los deportes al aire libre, Carrascosa era un conocido habitué de los torneos de bridge. El 27 de octubre de 2002 la reunión era, como tantas otras veces, en lo de Bártoli. Esa tarde se jugaba el clásico: River vs. Boca. Serían de la partida, además del dueño de casa y su cuñado Carlos Carrascosa, Tomás Bártoli -hijo de Guillermo e Irene- Sergio Binello y su mujer, Diego Piazza y la novia de éste, Delfina Figueroa. Irene Bártoli regresó de un almuerzo y prefirió la paz de su cuarto al fútbol, pues no se encontraba bien de salud. Nada grave. Naderías, dirían las abuelas. Mientras tanto María Marta jugaba al tenis, partido que se debió suspender como consecuencia de la lluvia. Así fue que también ella, tardíamente, se sumo al grupo de los futbolistas. Los Binello se retiraron poco antes de concluir el partido, en el que se impuso Boca por dos goles contra uno y una vez terminado aquél, lo hicieron María Marta, Diego Piazza y su novia Delfina Figueroa. María Marta partió en dirección a su casa para bañarse y recibir los masajes que todos los domingos a las 19 le daba su kinesióloga, Beatriz Michelini. No obstante el ofrecimiento de Bártoli para acercarla en auto, ella optó por hacer el recorrido en bicicleta. Diego Piazza y Delfina Figueroa, que tenían menos vocación que aquélla por la lluvia, aceptaron la oferta de Bártoli, quien los llevó en su coche y regresó pocos minutos más tarde. Es importante precisar la hora en que se retiraron los Piazza, pues ellos serán testigos de la ubicación de Carrascosa hasta ese momento. Tal como recién les refería, dejaron lo de Bártoli pocos minutos después de terminado el clásico. Según la información oficial de la AFA eso sucedió a las 18.07, lo que nos
  • 16. 16 permite presumir, sin mayor margen de error, que Diego y Delfina vieron por última vez a Carrascosa entre las 18.10 y las 18.13. De acuerdo al relato concordante de Carrascosa y de Guillermo, Irene y Francisco Bártoli, los dos primeros permanecieron en la casa viendo el partido de Independiente vs. Rosario Central, partido que también veía de a ratos Francisco, quien deambulaba entre el living y el dormitorio de su madre. Después de producirse el gol de Independiente a las 18.47 –siempre según el informe oficial de la AFA- Carrascosa se retiró en dirección a su casa, aunque antes pasaría por lo de los Taylor para interesarse por el resultado de un torneo de golf. Los Bártoli declaran que Carrascosa dejó su casa algunos minutos después del gol de Independiente, lo que nos permite presumir, aquí también sin mayor margen de error, que su partida se produjo a las 18.50/ 18.53. Carrascosa no vio movimiento en casa de los Taylor y continuó rumbo a la suya. Al llegar a ésta encontró a uno de los vigiladores en la puerta de su domicilio, quien le explicó que se había trasladado hasta allí porque nadie contestaba los llamados de teléfono que hacían desde la guardia para comunicarle a María Marta la presencia de Beatriz Michelini, su masajista. Carrascosa dio su autorización para que se permitiese la entrada de Michelini al Carmel e ingresó a su casa. Por las constancias de la guardia y a las declaraciones del vigilador, esto nos sitúa entre las 18.55 y las 19 horas. Les pido que retengan ese hecho, ya que la hora en la que Carrascosa y el vigilador Ortiz, pues así se llamaba el hombre, se encontraron en la puerta de la casa de aquél, será un punto sobre el cuál, tanto los jueces que lo condenaron como yo en este libro, volveremos una y otra vez, casi con excesiva reiteración. Sé que lo que les voy a proponer es un poco pesado, pero les ruego que lo hagan. Relean este capítulo detenidamente y, si fuese posible, dos veces los últimos diez párrafos.
  • 17. 17 CAPITULO V EL ACCIDENTE EN LA BAÑADERA • En el capítulo anterior dejamos a Carrascosa ingresando a su casa alrededor de las 19, pues aquí, como en todos los casos en que exista una alternativa de tiempos mínimos y máximos, siempre tomaré aquéllos que sean menos favorables para Carrascosa y sus familiares o ponderaré los hechos a la luz de ambas posibilidades. A partir de este momento y hasta el arribo de Beatriz Michelini, que como recordarán se encontraba en la guardia del country esperando que María Marta autorizase su ingreso, la declaración de Carrascosa no cuenta con más aval que sus propios dichos. Aclaremos desde ya que entre uno y otro hecho, sólo medió una escasa fracción de tiempo. Exactamente la que se tarda en recorrer el camino que va desde la puerta del Carmel hasta la casa de Carrascosa, que no excede, según la velocidad del automóvil, los 6 minutos. Carrascosa dice que subió al piso superior y que encontró a su mujer vestida con la ropa que había utilizado para jugar al tenis, con la cabeza lastimada, caída en el piso y con medio cuerpo dentro de la bañadera. Agrega que la retiró del agua y la colocó en el piso del baño. En ese momento escuchó el auto de la masajista y relata que desde la ventana le pidió a ésta que subiese, informándole que María Marta había sufrido un accidente. Luego se suceden una serie de hechos que mencionaré en forma sintética y sólo en cuanto ellos tengan relación directa con el cometido de este libro. Beatriz Michelini, la masajista, en forma inmediata tomó las siguientes medidas: a) le hizo respiración boca a boca a María Marta, quien seguramente para ese entonces ya se encontraba muerta b) le indicó a Carrascosa que llamase urgente a lo de Bártoli para pedir ayuda. c) le indicó a Carrascosa que llamase a un médico. Carrascosa llamó a los Bártoli y, según sus dichos, después a la empresa OSDE requiriendo el envío de la ambulancia. Esta llamada, de acuerdo a los registros telefónicos de la empresa y las pericias practicadas, se materializó a las 19.07 y así lo tiene por probado la Cámara de Casación. Llegaron los Bártoli y mientras Guillermo se sumó a las tareas de rehabilitación, Irene partió desesperadamente en una suerte de rally por el country para buscar un médico
  • 18. 18 que atendiese a su hermana y sólo encontró a Diego Piazza, un estudiante aventajado de medicina que es quien, junto a su novia Delfina Figueroa, había estado hasta momentos antes viendo el partido de fútbol con Carrascosa y su cuñado. Piazza también se sumó a las tareas de rehabilitación de María Marta, e Irene solicitó a la guardia el envío de una ambulancia. Es así que primero llegó, a las 19.24, la ambulancia pedida por Carrascosa a instancias de Michelini y, más tarde, la segunda ambulancia pedida por la guardia del country a instancias de Irene Bártoli. El primero de los médicos en llegar, Gauvry Gordon, revisó a María Marta y le aplicó varias inyecciones, pese a lo cual ésta jamás recobró el conocimiento. Poco después les informó a los familiares que María Marta había fallecido. Es ese médico quien hizo suya la versión familiar del accidente en la bañadera y se la transmitió a su colega, es decir, al médico que llegó con la segunda ambulancia. Es él también quien indicó a Michelini que limpiase las manchas de sangre del lugar para evitar que parientes y amigos se encontrasen frente a un cuadro ciertamente impresionante. Los médicos omitieron comunicar el hecho a la policía, tal como era su obligación frente a una muerte no natural. La circunstancia de que se tratase de un accidente en la bañadera, importaba de por sí una muerte dudosa y en ese sentido es clara la ley de procedimientos de la Provincia de Buenos Aires cuando obliga a los médicos, farmacéuticos y otros profesionales a denunciar el hecho. Cuando Carrascosa le preguntó a Gauvry Gordon por el certificado de defunción, éste le informó que aquél les sería otorgado por la empresa de servicios fúnebres. Guillermo Bártoli, entonces, acompañado por un amigo y vecino del country de apellido Taylor, partió a buscar una empresa para que se hiciese cargo del sepelio. Siguiendo los consejos de la mujer de Taylor, quien tenía alguna experiencia en la materia, fueron en primer lugar a una firma de Pilar, la cochería Ponce de León, la que no pudo hacerse cargo del servicio pues carecía de médico para extender el certificado de defunción por tratarse de día domingo. Entonces se trasladaron a la Capital Federal y siempre siguiendo los consejos de la familia Taylor, se dirigieron a Casa Sierra. En esta empresa les informaron que ellos se ocuparían de enviar un médico a Pilar, el que luego extendería el correspondiente certificado de defunción y asimismo les dijeron que mientras tanto podían trasladar el cuerpo de María Marta a la cama, pues hasta ese momento se encontraba en el piso del baño y a cuyo alrededor se iban ubicaban sus familiares y amigos a medida que llegaban al lugar del accidente.
  • 19. 19 Las empresas fúnebres, para facilitar el trámite del entierro y poder prestar sus bien remunerados servicios sin problemas ni dilaciones, contaban con médicos que extendían el certificado de defunción. La corruptela hizo que algunos médicos ni siquiera revisasen al muerto y convengamos que con una simple revisación, tal vez pudiesen descartar un crimen violento, pero difícilmente la acción del veneno o una sobredosis de droga. Como veremos más adelante, en el caso de María Marta una simple revisación no hubiese detectado los orificios causados por los proyectiles que provocaron su muerte. Algunos médicos, tal vez conscientes de la inutilidad de su presencia junto al cadáver o por simple desidia, dejaban en las empresas de servicios fúnebres los certificados firmados en blanco. En el caso que nos ocupa, Casa Sierra hizo mucho más y, como verán más adelante, lo actuado por esta firma fue decisivo para que la causa se encaminase de una forma que concluyó con el descubrimiento del homicidio de María Marta y no con su inmediato archivo, como lo tenía decidido el fiscal. Pasó lo siguiente. Como María Marta había fallecido en la Provincia y sería enterrada en la bóveda familiar en el cementerio de la Recoleta que se encuentra en la Capital Federal, para obviar los trámites burocráticos que exige el traslado de restos de una jurisdicción a otra, la empresa hizo lo que era de práctica en esos casos y consignó que ella había muerto en la ciudad de Buenos Aires. Para evitar dar intervención a la policía, lo que supondría las complicaciones y demoras que demandaría una autopsia como era de rigor realizar ante una muerte violenta y un golpe en la bañadera sin duda lo era, colocaron en el certificado que la causa del deceso se debió a un paro cardiorrespiratorio no traumático. Volvamos a la casa de Carrascosa. Familiares, amigos y vecinos se hicieron presentes en el velorio. Aquí se producen dos hechos que más tarde darían lugar a todo tipo de conjeturas y suspicacias, en el sentido de que la familia sabía que María Marta había sido asesinada y que trató por todos los medios de encubrir el homicidio. Comenzaré por enunciarlos y luego pasaremos a comentarlos con más detalle. a) Se impidió el ingreso de la policía al velorio. b) Se tiró por el inodoro un objeto de plomo encontrado debajo del cuerpo de María Marta. El famoso “pituto”. Un vigilador advirtió desde su puesto de observación que un patrullero de la policía se dirigía a la entrada del country. Inmediatamente da cuenta del hecho a su superior.
  • 20. 20 Este, antes de que el patrullero llegase a la guardia, se comunicó por teléfono con el señor Alberto White, presidente del country Carmel y le trasmitió la información. White, a su vez, se comunicó por teléfono con la casa de Carrascosa y le hizo saber a la señora de Binello, que fue quien respondió a su llamado, que la policía estaba llegando al country. Aquí se desarrollaron dos acciones independientes, con un único y mismo objetivo: impedir la llegada de la policía. Por un lado, Sergio Binello, a quien su mujer le pasó el teléfono, le indicó a White que hiciese todo lo que fuese necesario para impedir la llegada de la policía, aclarándole que sí fuese necesario coimearlos, que los coimease. Enterado Horacio García Belsunce, el hermano abogado y periodista de María Marta, de la inminente llegada de la policía al velorio, se comunicó con un alto jefe de la policía bonaerense, el comisario general Casafús y le explicó que su hermana había muerto en un accidente doméstico y con el propósito de evitarles nuevos disgustos a sus padres, quienes se encontraban lógicamente golpeados por lo sucedido, le solicitó que interpusiese sus oficios para que la policía no concurriese al lugar. La policía esa noche no concurrió al velorio. Pero no fueron ni los buenos oficios del comisario Casafús ni la fornida billetera de White, quienes impidieron su presencia. La policía no fue, simplemente porque el patrullero que había avistado el vigilador no se dirigía al country Carmel, como él equivocadamente había supuesto, sino a otro sitio de los alrededores. Nunca se sabrá si el comisario Casafús hubiese hecho algo por impedir la llegada de la policía. Todo pareciera indicar que el presidente del country, jamás se habría prestado para cumplir con la instrucción de obstaculizar el acceso policial mediante un espurio soborno. Regresemos una vez más a la casa de Carrascosa. Ahora es cuando el medio hermano de María Marta encuentra debajo de su cuerpo el llamado “pituto”, respecto del cual informé con cierto detalle en el capítulo II. John Hurtig no se sintió tranquilo ni con su extraño hallazgo ni menos aún con la decisión conciliada por la familia y aceptada y ejecutada por él, de tirar el plomo por el inodoro. John comenzó a sospechar que podría tratarse de una bala.
  • 21. 21 “¿Y si entró un villero y la mató?”, fue la frase que él pronunció ante testigos la noche del velorio, con esa facilidad que tiene cierta gente para pensar que los únicos que cometen crímenes violentos en la Argentina son los pobres. Pero más allá de la opinión prejuiciosa y clasista de Hurtig, es del caso destacar que ese hecho lo llevó a insistir en la necesidad de investigar la causa de la muerte de su hermana. Su insistencia fue tal que sacó de quicio a su hermano Horacio, quien reconoció que las dudas de John lo “tenían con los huevos al plato”. Para satisfacer los deseos de su hermano, Horacio se comunicó por segunda vez con el comisario Casafús y le pidió que enviase un médico forense. A esa altura de los acontecimientos el doctor Romero Victorica, amigo de Horacio y fiscal ante la Cámara de Casación Federal, que se había acercado al velorio por pedido de aquél, también se ofreció para llamar a un médico forense. Con el propósito de evitar una duplicación de tareas, Horacio llamó por tercera vez a Casafús y le pasó el teléfono a Romero Victorica, para que coordinasen entre ellos las medidas a adoptar. De esa conversación entre Romero Victorica y el comisario Casafús, se desprendió la necesidad de dar, además, intervención a la policía. Casafús le hizo saber a Romero Victorica que él se comunicaría con el comisario Degastaldi, jefe de la DDI de San Isidro, que es el organismo competente para actuar en Pilar. El médico forense al que llamó Romero Victorica se encontraba practicando una diligencia en otro lugar y por esa razón no pudo concurrir al Carmel para revisar a María Marta. Minutos más tarde el comisario Degastaldi se comunicó con Romero Victorica, que para ese entonces se había convertido, por delegación de la familia y por propia decisión, en el encargado de coordinar las acciones tendientes a esclarecer la causa de la muerte de María Marta. En esa conversación Degastaldi informó que él se haría presente en el velorio y Romero Victorica le sugirió que también convocase al fiscal de turno. Y así fue que tanto el máximo jefe policial de la zona norte como el fiscal de turno, se hicieron vivos en el velorio de María Marta. El fiscal tomó conocimiento directo del hecho y nadie le ocultó que se había tratado de un homicidio violento. Le dijeron que María Marta se había golpeado la cabeza contra el pico de la bañadera. ¿Era esa acaso una muerte natural?.
  • 22. 22 Por cierto que no y así como los médicos que concurrieron a casa de Carrascosa debieron haber formulado la denuncia, el fiscal debió haber ordenado sin más trámite una autopsia para determinar las causas de la muerte, aún cuando con ello se demorase el entierro y se inflingiese un serio fastidio a la familia. Pero no, el fiscal no ordenó una autopsia. Se limitó a preguntar dónde se realizaría el sepelio y cuando le informaron que sería en una bóveda en el cementerio de la Recoleta, él se dio por satisfecho, ya que ello le permitiría exhumar el cadáver en caso de así resultar necesario. Si el fiscal fue especialmente convocado por el jefe de investigaciones para hacerse presente en el lugar donde se había producido una muerte violenta ¿no es más que evidente que esa presencia, tanto del jefe de la DDI de San Isidro como del fiscal de turno, importaron la intervención oficial de la justicia?. Es interesante averiguar qué hizo el fiscal en el lugar del hecho y qué medidas tomó como consecuencia de su prevención personal y directa. Aunque parezca difícil creer, el fiscal se limitó a conversar con su colega federal Romero Victorica y con los familiares de la víctima. Recorrió el lugar, observó el cadáver y se retiró. Pero si bien todo ello resulta extraño, semejante comportamiento quedará empalidecido frente al hecho de que el fiscal no labró ninguna actuación dejando constancia de su convocatoria ante a una muerte violenta, como así tampoco de su inspección ocular en el lugar del hecho. Casi podríamos decir que el doctor Diego Molina Pico estuvo presente en el velorio de María Marta como amigo de la familia, aunque por cierto no revestía ese carácter y no cabe duda de que él allí fue expresamente convocado por el comisario Degastaldi como fiscal y no para acompañar a los deudos en sus sentimientos. En suma, el fiscal compareció al lugar del hecho como funcionario del Ministerio Público, pero omitió llevar a cabo los actos procesales correspondientes para dar por iniciada la causa. Para decirlo en forma más sencilla, María Marta García Belsunce fue enterrada en el cementerio de la Recoleta después de que el jefe de la DDI y el fiscal de turno se hubiesen hecho presentes en el velorio y mientras se celebraba la inhumación aún no se había iniciado la causa para averiguar los motivos de su muerte. Muchas veces me pregunté lo que ustedes ahora se estarán preguntando. ¿Porqué actuó el fiscal de la forma en que actuó?. Volvamos a las primeras líneas del capítulo II. Allí está la respuesta. Dijimos que hay muertos de primera y muertos de segunda.
  • 23. 23 Y hay muertos de primera y muertos de segunda, porque también, es obvio, hay gente de una y otra de esas dos categorías. Los García Belsunce no transitan por la vida entre las estrechas filas de la clase económica. Gozan de una suerte de up-grade permanente. Lo importante no es que eso sea así, sino que ellos están convencidos de que es así y Diego Molina Pico, que aprendió a distinguir entre la oficial y la popular, también comparte esa visión clasista de la vida. No exagero un ápice ni dejo volar mi imaginación al viento, si sostengo que después de mirar a la víctima y a su entorno, el joven fiscal, en su mudo soliloquio, dijo: “es gente como uno”. ¿Porqué los García Belsunce hicieron lo que hicieron y dejaron de hacer las cosas que la ley ordena?. Porque ellos creyeron que la ley está hecha para la gente común y sólo ésta es la que está obligada a darle cumplimiento. Si muere alguien en la barriada de la vuelta o en la villa de emergencia, cómo no practicarle una autopsia, aunque ello importe despanzurrar el cadáver, demorar 48 horas el entierro y prolongar así el dolor de padres o hijos?. Pero eso que parece tan natural ante la muerte de don nadie, resulta un despropósito sin límites cuando se trata de muertos de primera clase. Así pensaron y pensaron mal, los familiares de María Marta. Así pensó y pensó peor, el fiscal de turno. Esa visión “nose-up” de la vida trajo aparejadas feas consecuencias para unos y para otros. Carrascosa enfrenta la cárcel y sus parientes y amigos el tribunal. Molina Pico enfrentó la brújula y perdió el norte. Volvamos una vez más a los hechos de la causa. La relación entre el fiscal y la familia era la normal entre “gente como uno”. Jamás se habían visto, pero se tuteaban con espontánea naturalidad. Si el muerto hubiese sido un farmacéutico de Garín o un plomero de Tigre ¿sus familiares se hubiesen atrevido a tutear al fiscal?. ¿El doctor Molina Pico hubiese permitido a los hermanos del farmacéutico o del plomero que le hablasen con la confianza que sólo se confiere a amigos y parientes?.
  • 24. 24 Sin duda que no. Pero no nos equivoquemos. Es normal que la gente que considera que pertenece a un mismo círculo social, se brinde entre sí un trato diferente del que le brinda a los extraños. Esa confianza o solidaridad de clase, es la que llevó al fiscal a actuar como amigo de quienes no eran sus amigos y no como funcionario del ministerio público. El fiscal y la familia creían de buena fe en la hipótesis del accidente doméstico. Por esa razón Molina Pico esperaba que le acercaran el certificado de defunción para cerrar la causa que él abrió recién tres días después del entierro, con el único propósito de dar cierta prolijidad a sus anteriores desprolijidades. Pero como ya reseñamos más arriba, Casa Sierra consignó en el certificado dos hechos falsamente falsos, como diría Cataré, el celebre personaje de Andrea Camileri. Por un lado ubicó la muerte de María Marta en la Capital Federal, cuando era más que evidente que había muerto en su casa de Pilar y, como sí esto fuera poco, consignó como causa de aquélla “un paro cardiorrespiratorio no traumático” y pareciera que romperse la cabeza contra el pico de la bañadera, es un ejemplo escolar y gráfico de accidente traumático. Con ese certificado que vomitaba falsedad por los cuatro costados, ni el bien dispuesto Molina Pico, ni el más íntimo amigo de la familia, hubiese podido cerrar la causa sin más. Entonces el fiscal dispuso algunas medidas light y ordenó, como no tenía más remedio que ordenar, la exhumación del cadáver y su consecuente autopsia. Fue durante esos días agitados en que el vínculo generado por la afinidad social comenzó a resquebrajarse. Los hermanos varones de María Marta, aconsejados por sus abogados, se presentaron a declarar ante la fiscalía. De esas declaraciones hay un solo hecho que merece destacarse y subrayarse. Tanto Horacio García Belsunce como John Hurtig, le contaron al fiscal el insólito episodio del “pituto”, con la aclaración de que ellos lo habían tirado por el inodoro. Por favor y aunque después volveremos sobre este punto, les pido que se detengan un segundo en este detalle, porque creo que vamos demasiado rápido. Si no fuese por esa información espontánea de la familia, que no tenían obligación ni necesidad de suministrar, el caso del plomo tirado al pozo ciego jamás hubiese llegado a oídos de la prensa ni de la justicia y, obviamente, jamás se lo hubiese recuperado de su absurdo destino.
  • 25. 25 Piensen por un momento que el episodio del “pituto” fue el hecho que más estigmatizó a la familia frente a la opinión pública primero y a la justicia después y que ese hecho, reitero, sólo trascendió por la innecesaria decisión de los hermanos de la víctima de hacerlo trascender. John Hurtig, el hombre que pidió que un forense revisara a su hermana para determinar las causas de su muerte, por cuya insistencia se llamó a la policía y al fiscal para que se hiciesen presentes en el velorio, que informó al fiscal del hallazgo del plomo achatado y de su posterior echazón y que fue quien como espontáneo colaborador de la policía encontró el “pituto” después de una intensa búsqueda entre los excrementos depositados en el pozo ciego de la casa de Carrascosa, hoy se encuentra procesado por encubrimiento, ni más ni menos que por haber sido él quien en su momento tiró el plomo, después de habérselo decidido así en un cónclave familiar celebrado al pie del inodoro. Por favor, también retengan este hecho, cuya importancia a la hora de juzgar intencionalidades no será menor.
  • 26. 26 CAPITULO VI OLOR A POLVORA Dije en el capítulo anterior que el fiscal ordenó practicar la autopsia de María Marta García Belsunce. Lo que no les dije, es que antes de que el fiscal dispusiese esa medida, ésta ya le había sido solicitada en la causa. ¿Saben ustedes quién fue la primera persona que pidió la autopsia de María Marta?. Traten de adivinarlo. La autopsia de María Marta fue peticionada, ni más ni menos, que por el propio Carlos Carrascosa. Si este hecho los sorprendió, me animo a anticiparme y a decirles que mucho más se habrán de sorprender cuando les relate lo que hizo el fiscal Molina Pico frente al pedido formal de Carrascosa. El fiscal dispuso no hacer lugar al pedido de autopsia solicitado por Carrascosa hasta tanto su abogado patrocinante acompañase el bono que debe adjuntarse con cada presentación judicial, con destino a incrementar las arcas del Colegio de Abogados. Acto seguido y como si se tratase de una iniciativa de su propia inspiración, sin siquiera aludir ni mencionar el pedido de Carrascosa, requirió la exhumación del cadáver y la realización de la autopsia. Golpe bajo, gritarían en el Luna Park. Hasta ese momento aquélla eso era sólo una mera formalidad para cerrar la causa. Ni el fiscal ni nadie maliciaba su resultado. Pero el fiscal, que como ya expusimos más arriba, había cometido desprolijidades al proceder el día del velorio más por solidaridad de clase que como miembro del ministerio público, tenía necesidad de sacudirse el polvo y mostrarse como diligente y responsable. Por eso chicaneó a Carrascosa y lo primereó. Los médicos forenses, expertos como nadie en ver muertos de bala, comenzaron su tarea ante un cadáver especialmente exhumado para determinar las causas de su muerte accidental. No sólo su pericia profesional sino las circunstancias que rodeaban la autopsia, necesariamente los mantenía con las luces de alerta bien encendidas.
  • 27. 27 No se trataba del sin techo hallado muerto en el frío de la noche, o el clásico desprendimiento de monóxido de carbono por el mal uso de una estufa sin tiro balanceado, ni contusiones múltiples en un accidente de tránsito, en las que los médicos trabajan para confirmar la hipótesis cantada. Se trataba de una exhumación por orden judicial, para practicar una autopsia ante una muerte violenta. No obstante eso, los médicos y pese al hecho de que ya habían observado las heridas en la cabeza de María Marta y las habían analizado con puntillosa prolijidad, fue recién más tarde, cuando ellos se encontraron con cinco proyectiles de plomo dentro del cráneo de la víctima, que advirtieron que estaban frente a un homicidio causado por disparos de arma de fuego y no ante un accidente doméstico, como todo les hacía pensar hasta una fracción de segundo antes del hallazgo de los mencionados proyectiles. Este punto es de suma importancia para comprender porque ni la familia ni los amigos que se acercaron al cuerpo de María Marta advirtieron los orificios de bala en su cabeza. Como dije en el capítulo II, es con las conclusiones de esa pericia que el caso tomó un vuelo inesperado. El fiscal, que hasta ese momento había cedido su condición de funcionario a su afinidad social con los García Belsunce y procedido en consecuencia, siente que ha sido engañado por la familia. No hay peor sensación para un joven funcionario que ha dejado de lado el cumplimiento estricto de sus obligaciones, en razón de la confianza que le merecían los familiares de la víctima, que recibir sin anestesia la bofetada de la traición. Así como antes dije que no exageraba un ápice ni dejaba volar mi imaginación al viento, si sostenía que después de mirar a la víctima y a su entorno, en su mudo soliloquio el joven fiscal dijo: “es gente como uno”, tampoco exagero ni deliro sí afirmo que el mismo hombre, temblando de odio e impotencia, ahora dijo: “estos hijos de puta me usaron”. En ese párrafo se encierra la razón de ser de una actuación parcial y arbitraria por parte del fiscal, que sólo persiguió dos objetivos herméticamente entrelazados: a) salvar su ropa, después de las faltas cometidas por su inacción el día en que se constituyó en el lugar del hecho. b) destrozar a los responsables de su baldón, a los que abusaron y burlaron de su confianza, a los infames traidores y asesinos. Hijo de un oficial de la marina que llegó a la máxima jerarquía de la Armada, Diego Molina Pico debería haber aprendido en sus días juveniles de Puerto Belgrano, algunas nociones elementales de navegación a vela. No es con un giro abrupto de timón que se regresa el barco al veril. Sólo la calma y la serenidad nos permiten capear el temporal y arribar a puerto seguro.
  • 28. 28 Dejemos la náutica y volvamos al mundo del derecho. No es arremetiendo con la ceguera de un toro de lidia que se busca y se hace justicia. Comprendo su indignación. Tal vez a su edad y en iguales circunstancias yo podría haber cometido sus mismos errores aquella mañana en el Carmel. Seguramente mi ira hubiese triplicado la suya, al sentirme mal usado y descubrir que la chica que se resbaló de la bañadera, ni se resbaló ni se golpeó en la bañadera, sino que la asesinaron de cinco balazos, mientras yo jugaba el fair play de la gente como uno. Lo que sí tengo claro, es que con ese estado de ánimo me hubiese excusado de seguir interviniendo. Lo que sí tengo claro, es que jamás hubiese dirigido una investigación sesgada, con otro norte que no fuese la objetiva determinación de la verdad. Lo que sí tengo claro, es que no hubiese recurrido a teorías artificiosas y carentes de sustento como la del cartel de Juarez. Lo que sí tengo claro, es que no hubiese dado a los indicios hallados en la investigación la interpretación y el sentido que él les dio. Pero no sólo el fiscal y la prensa contribuyeron para formar una imagen no positiva, por emplear un término que ha ganado su espacio en la vida política argentina, de Carlos Carrascosa y la familia. Tanto el propio abogado de la familia doctor Scelzi, como el amigo de Horacio García Belsunce, el fiscal Romero Victorica, llevados por su buena fe y su deseo como hombres de bien de encontrar la verdad sin tapujos, hicieron declaraciones ante la prensa que poco ayudaron a aquéllos. Scelzi, pese a ser abogado de la familia, siempre habló más como amigo de María Marta que como abogado y le anticipó al marido y a sus cuñados que trabajaría para buscar al asesino, fuese quien fuese. Sus declaraciones en manos de la prensa, reitero, arrimaron más agua para el molino de las sospechas que para la posición de Carrascosa. Romero Victorica lanzó la idea del crimen pasional y dijo que en la muerte violenta de toda mujer, el primer sospechado es el marido. También sostuvo que la circunstancia de haberse efectuado cinco disparos, demostraba la existencia de un crimen pasional. Esos disparos, según el fiscal federal, eran la más clara demostración del odio que el asesino sentía por su víctima: “te mato, te remato y te vuelvo a matar”, graficaba frente a las cámaras de televisión.
  • 29. 29 El doctor Romero Victorica habló en varias oportunidades de su larga experiencia en el fuero penal. No pongo en duda ni su experiencia, ni sus conocimientos jurídicos, ni su hombría de bien. Sólo le formularía una pregunta: ¿a lo largo de su carrera, cuántas veces presenció las postrimerías de una muerte causada por el disparo de un arma de fuego sobre la cabeza de la víctima?. Adelanto la respuesta. Leyó muchas autopsias, escuchó muchos testigos y tal vez la confesión lisa y llana del matador. Pero nunca vio con sus propios ojos el efecto que causa un proyectil al romper la calota craneana, deslizarse por la masa encefálica y penetrar en el cerebro. Muchas veces el impacto es mortal. Esto quiere decir que la víctima del disparo necesariamente se va a morir. Su destino está sellado. Es irreversible. La pregunta es: cuándo morirá. Tardará dos segundos, cinco, diez, un minuto, dos, cinco, diez?. Mientras tanto, el cuerpo se convulsiona. El sistema nervioso sigue actuando como si tuviese vida propia. Los esfínteres, a veces, se descontrolan. Ese cuadro de muerte todavía sigue dando señales de vida. Para el asesino no es lo mismo retirarse de la escena del crimen con la víctima muerta, que con la víctima muriéndose. Los muertos ni hablan ni escriben. Los moribundos, jamás se sabe. Recuerdo, hace años, que la viuda de un coronel cayó de un séptimo piso a la calle en pleno centro de la Capital. Murió pocos segundos después. Pero antes de morir llegó a susurrar unas palabras que alcanzaron a escuchar los ocasionales testigos que se acercaron a socorrerla: “fue el suboficial mengano, fue el suboficial mengano…” dijo y no dijo más. Pero esas últimas palabras sirvieron para individualizar al asesino. Si después de recibir el primer disparo la víctima se mueve y también se sigue moviendo después de recibir el segundo, es muy probable que el asesino, más aún si está apremiado por huir, continúe disparando todos los proyectiles de su arma hasta que escuche el “clic” del percutor cuando ya no percute nada. En este caso se dispararon seis balazos, porque ésa es la munición total del arma utilizada, un revólver calibre 32. Si el asesino hubiese disparado con una pistola FM 9mm, que carga catorce proyectiles, es muy probable que la víctima hubiese recibido catorce impactos de bala.
  • 30. 30 Acá no hay un “te mato, te remato y te vuelvo a matar” propio del crimen pasional, sino la necesidad del asesino de partir dejando tras de sí un cadáver inmóvil que ya no lo pudiese inculpar. Convengamos que ésta es otra alternativa valedera, que no debemos ni podemos descartar.
  • 31. 31 CAPITULO VII EL CRIMEN Ahora trataré de introducirme dentro de la escena del crimen. Quiero saber y sin duda ustedes también, qué pasó o qué pudo haber pasado esa noche en el Carmel. Creo que tan importante como eso, es saber además que no pasó o que no pudo haber pasado ese 27 de octubre de 2002. Reitero una vez más que al no contar con pruebas directas, deberemos manejarnos teniendo en cuenta la lógica, la razón, lo que sucede de ordinario según el curso natural de las cosas, poniéndonos en el lugar de los actores y de modo alguno tratar de armar un rompecabezas para que la figura armada calce en el molde que diseñamos de antemano, para satisfacer nuestros deseos, prejuicios o sospechas. Si partimos del presupuesto de que el asesino es inteligente, sagaz, astuto, hombre de mil recursos, no podemos a renglón seguido travestirlo en incapaz, idiota y torpe, con el único propósito de que las cosas cierren como es necesario que cierren para poder arribar adonde ya habíamos decidido llegar, más allá de cualquier evidencia o razón. Como veremos en el capítulo siguiente, todo permite pensar que tanto el fiscal como los jueces incurrieron en esos vicios y así construyeron una versión de los hechos que es funcional con la solución que ellos, por las razones que enseguida habremos de ver resolvieron darle al caso. Tomaremos al crimen como si éste fuese un cuerpo inerte y desnudo, colocado sobre la fría mesa del forense. Escalpelo en mano comenzaremos con la disección. Ya dijimos que los homicidios pueden ser clasificados en dos categorías: a) compulsivos o no premeditados, y b) premeditados. . En consecuencia, deberemos separar cuidadosamente un supuesto del otro. Primer corte. Ya expliqué antes de ahora que en los casos de homicidios premeditados todos los pasos han sido analizados, sopesados y decididos con anterioridad al asesinato y, por tanto, al momento del crimen lo único que resta es ejecutar.
  • 32. 32 Por el contrario, cuando se mata en forma compulsiva, es con posterioridad a la ejecución que el autor o autores deben planificar y decidir todos y cada uno los pasos que habrán de darse de ahí en adelante. El manejo de los tiempos será totalmente diferente en uno u otro supuesto, como diferente será la aptitud de su autor para analizar y ponderar alternativas o para adoptar decisiones. En el primer caso, en la etapa de la planificación se actuará en forma serena, sin apremios de tiempo y sin el impacto emocional del hecho físico de la muerte. En el segundo, todo transcurrirá en forma turbulenta, bajo la presión de la aguja del reloj y bajo la mirada de unos ojos inertes que ahora miran sin ver. No podemos ni debemos olvidar que en el homicidio premeditado, el asesino asumió la muerte con anterioridad a su ejecución, la valoró y decidió materializarla. Muy por el contrario, en el crimen compulsivo la muerte cae sobre su autor, con su imaginable carga emocional. En cada una de esas dos categorías, el asesino puede haber actuado solo o con la participación de cómplices primarios o secundarios. Segundo corte. Así como el hecho de que se trate de un homicidio compulsivo o premeditado apareja diferencias importantes, tanto a la hora de su materialización como a la del análisis del crimen, la participación de cómplices también nos enfrenta a escenarios diferentes. Vamos a ver más adelante que según sean los cómplices unos u otros, distinto será el momento a partir del cual Carrascosa pudo comenzar a transitar lo que he dado en llamar el camino de la muerte. También la existencia de cómplices puede facilitar y reducir tiempos en la materialización de las tareas que debieron llevarse a cabo después de consumado el homicidio. Pero la participación de dos o más personas importa un condicionamiento en el caso del homicidio compulsivo. En esta hipótesis, ni Carrascosa ni sus cómplices fueron a matar a María Marta. No había intencionalidad de matarla, por tanto su muerte es la resultante de una discusión o de un hecho semejante que desencadenó en ellos una suerte de ataque de ira colectivo que quebró sus frenos inhibitorios y los llevó a pasar, en un instante, del diálogo al crimen. Que una palabra, un gesto o una mirada, tengan la aptitud de generar semejante reacción en más de dos personas al mismo tiempo, es un hecho difícil de concebir no sólo en el mundo real, sino incluso en el más amplio de la ficción, si se pretende que ésta sea eso y no un delirio disfrazado de obra literaria. Dejaremos el escalpelo a un costado y tomaremos nuestro reloj. Sí, nuestro reloj, porque ahora vendrá, ineludiblemente, la hora de los tiempos.
  • 33. 33 El tiempo es el gran condicionante de este crimen. No es un tiempo, son dos tiempos diferentes que deben jugar armónicamente y con la perfección de un mecanismo de alta precisión. Por eso mi reloj cuenta ahora con dos cronómetros. Un cronómetro nos marcará a partir de qué hora y hasta que hora Carrascosa y sus eventuales cómplices pudieron recorrer el camino de la muerte. Llamo camino de la muerte a todos y cada uno de los pasos que fueron necesarios realizar antes de los disparos y después de éstos para enmascarar el homicidio como si fuese un accidente. Un segundo cronómetro medirá, segundo a segundo, el tiempo que pudo demandar la ejecución de esos pasos. Las páginas siguientes estarán tocadas por un conjunto de sonidos que transportarán al lector al mundo ferroviario, tan plagado de silbatos, pitos y campanas. Su lectura se asemejará, irremediablemente, a la lectura de un denso diálogo entre un guarda y un motorman que discuten acaloradamente por minutos y segundos acerca del horario en que pasó o dejó de pasar la locomotora por la estación. También soy consciente de que los detalles y las precisiones de tiempos cansan y aburren al lector o, al menos, me cansan y aburren a mí. Pero acá no estamos haciendo ficción, donde podríamos prescindir de semejante fárrago, sino tratando de determinar la posibilidad de que una serie de hechos, que he dado en llamar el camino de la muerte, se hayan podido materializar dentro de un tiempo determinado. Ya que los aturdiré con silbidos, pitos y campanas, cada tanto, para amenizar, les permitiré sentir los soplidos de un lobo Sí, han leído bien. Los soplidos de un lobo. He creído conveniente enfrentar las acusaciones del fiscal al astuto perro salvaje, quien previamente ha sido encadenado para evitar bajas en el ministerio público. El se limitará a rebatirlas con la fuerza de sus pulmones. No me parece correcto llamar lobo al lobo como tampoco al hombre por su apelativo genérico. Por tanto lo bautizaré y el lobo, de ahora en más, se llamará Atila. Antes que nada quiero decirles que después de escribir los párrafos precedentes, sentí que rondaba en mi memoria un recuerdo lejano, donde un abogado destruía con soplidos los argumentos de la otra parte y seguramente me inspiré en él para escribir esas líneas. Los recuerdos, que al comienzo se mostraban opacos, poco a poco se fueron aclarando y así tuve la certeza de que el autor de esa idea genial no había sido otro que el doctor Mario A. Oderigo, uno de los más grandes abogados penalistas de la Argentina. Busqué
  • 34. 34 un libro en mi biblioteca y allí encontré su obra “El Doctor Baturros y Otros Escritos”, donde bajo el título “Soplando Espero”, nos enseñó como derribar con un complejo sistema de soplidos los argumentos de su contraparte. Lamentablemente hace mucho que Oderigo nos dejó y con él se fue su inteligencia, su talento y su estilo único para expresarse ante la justicia. Por eso no puedo pedirle permiso para utilizar sus soplidos, así que los tomaré por mi cuenta y riesgo con la formal promesa de darle las explicaciones del caso cuando nos volvamos a encontrar. Además de sus soplidos, Atila nos ayudará con sus gestos. Así por ejemplo cuando un hecho resulte palmariamente absurdo o improbable, él agitará su cola de derecha a izquierda como si fuese el péndulo de un reloj. Si, por el contrario, se tratase de un argumento de peso, difícil o imposible de rebatir, Atila nos dejará escuchar sus agudos aullidos. Ahora comenzaré a analizar las cuatro alternativas posibles del crimen de María Marta García Belsunce, partiendo del supuesto de que su marido ha sido el autor o encubridor de aquél. Así como en los “Tres Mosqueteros” Alejandro Dumas nos presenta cuatro personajes centrales y no tres, aquí las cuatro alternativas serán seis y no cuatro, por las razones que pronto habrán de descubrir. A HOMICIDIO COMPULSIVO CON PARTICIPACIÓN DE CÓMPLICES. Los cómplices de Carrascosa pudieron ser Guillermo e Irene Bártoli, o personas ajenas a ellos. Nuevo corte. Este corte es indispensable y de aquí resulta que las alternativas sean seis y no cuatro, ya que según se trate de una u otra de ellas, el inicio de lo que dí en llamar el camino de la muerte será distinto. Recuerden que tanto Carrascosa como los Bártoli declararon que ellos estuvieron juntos en la casa de éstos hasta las 18.50/18.53, es decir, hasta pocos minutos después de producirse a las 18.47 el gol de Independiente. Pero si los Bártoli hubiesen integrado el grupo homicida, el tiempo del camino de la muerte se vería notablemente ampliado, pues la coartada que sitúa a Carrascosa a las 18.50/18.53 en la casa de aquéllos se desmoronaría y permitiría que lo ubicásemos en la puerta de su propia casa a las 18.25/ 18.27.
  • 35. 35 Esto es así, ya que ante la caída de esa coartada deberíamos retroceder hasta la última hora en que Carrascosa y los Bártoli cuentan con una excusa inexpugnable. Como ustedes recordarán, en la reseña de los hechos que rodearon al crimen comentamos que la tarde del 27 de octubre, Carrascosa, Bártoli y un grupo de personas, se reunieron en la casa de este último para ver el clásico. También dijimos que a las 18.07 terminó el partido de River vs. Boca y poco después, entre las 18.10 y las 18.13 se retiraron de la casa María Marta, que lo hizo en bicicleta y Diego Piazza y Delfina Figueroa que fueron acercados por Bártoli hasta su domicilio. Bártoli debió llevar a Piazza y a su novia y regresar. Si tomamos como hora de la partida de Piazza la más desfavorable para Carrascosa, ese ir y volver de Bártoli pone las agujas del reloj, aproximadamente, a las 18.17. Tres minutos y medio para ir y otros tantos para volver. No se olviden que en esta hipótesis no nos encontramos frente al complot criminal premeditado, sino ante la muerte meramente compulsiva. Por tanto no es dable pensar que Carrascosa e Irene Bártoli estuviesen esperando ansiosos la llegada de Guillermo en la vereda, para subirse a su auto y correr a casa de María Marta para matarla. Esto, necesariamente, nos llevará a sumar el tiempo durante el cual ellos tres decidieron, Dios sabrá por qué y para qué, trasladarse a lo de Carrascosa. ¿Cuánto tiempo pudo llevar ese pequeño cónclave?. ¿Cuánto tiempo pudo llevarle a Irene, que estaba recostada en su cama, alistarse para partir?. Creo que hablar de cuatro o cinco minutos, es un lapso que podrá pecar por breve, pero no por excesivo. Eso nos colocaría, como ya dije, en el umbral de Carrascosa a las 18.25/18.27. ¿18.25 o 18.27? Ya he dicho que en todos los casos en que haya estimado o establecido que un hecho pudo llevarse a cabo entre dos espacios de tiempo, siempre tomaré, para limitar al máximo mi margen de error, aquél que resulte más desfavorable para Carrascosa. 1. LOS COMPLICES FUERON LOS BARTOLI.
  • 36. 36 Analizaré esta alternativa desde dos ángulos: el de los tiempos y el de la lógica y el sentido común. Hablar de los tiempos nos obliga a distinguir entre dos tiempos distintos. Mis tiempos y los tiempos del fiscal. Según mi versión de cómo pudieron haber sucedido los hechos, el camino de la muerte habría comenzado entre las 18.25 y las 18.27. Para el fiscal, que parte del mismo punto inicial del que parto yo, pero que ubica a Carrascosa en el Club House antes de llegar a su casa, el camino de la muerte, necesariamente, habría comenzado más tarde. Por otra parte, los pasos que a mi juicio recorrieron el camino de la muerte, excluyen tanto el uso de pegamento para el maquillaje de los orificios de bala, como el lavado de las paredes de la planta baja y de la escalera, que sí forman parte de los pasos del fiscal y de la Cámara de Casación. Esto es así porque en el capítulo VIII, al analizar los indicios incriminatorios, demostraré que no se usó pegamento y que Carrascosa y sus eventuales cómplices no lavaron esa tarde las paredes de la planta baja y de la escalera. Por tanto, también en este aspecto, mis tiempos y los tiempos del fiscal son diferentes. Es decir, en ambos supuestos, los tiempos del fiscal son más favorables para Carrascosa y los Bártoli que los míos. Si yo me limitase a alegar como alega un abogado defensor, tomaría para este análisis exclusivamente la versión del fiscal, ya que ella es, en este punto, la más conveniente para Carrascosa. Pero como dije en un comienzo y lo reitero, estoy tratando, junto con ustedes, de indagar la verdad. Por esa razón, meto mis narices en todos los rincones. MI VERSION DE LOS HECHOS El camino de la muerte se habría comenzado a recorrer a las 18.25 y la hora límite de Carrascosa estaría marcada, demasiado ajustadamente, a las 18.57, ya que de ese modo éste contaría con el escaso margen de tres minutos para salir de su casa, subir al auto, partir, dar una vuelta y regresar antes de las 19 cuando fue visto arribar por el vigilador Ortiz, quién se encontraba allí para comunicar personalmente la presencia de la masajista en el country, dado que en la casa de Carrascosa nadie respondía a los llamados de teléfono que hacían desde la guardia.
  • 37. 37 Debo aclarar que ese encuentro entre Carrascosa y Ortiz se habría producido entre las 18.55 y las 19 pero, por las razones apuntadas precedentemente, he tomado la hora menos favorable para aquél. Son 32 minutos. 32 minutos. ¿Parece un título de Alfred Hitchcock, no?. Ha llegado el momento de tomar nuevamente el bisturí para ir cortando todas y cada una de las capas que necesariamente revistieron el crimen. Después volveremos a dejar a un lado el filoso escalpelo y será otra vez el reloj el que nos permitirá cronometrar los tiempos. El camino de la muerte, según mi versión de los hechos, fue transitado por todos y cada uno de estos pasos: a) comenzar un diálogo b) elevarse su volumen c) llegarse al climax d) desencadenarse la furia colectiva e) librarse la pelea f) buscar el arma g) dispararle a María Marta h) discutir entre cómplices los pasos a seguir y sus coartadas i) adoptar decisiones j) colocar el cadáver en el piso del baño k) limpiar las manchas de sangre l) lavarse m) cambiarse de ropa n) partir Como puede verse no he contemplado entre estos pasos ni el maquillaje del cadáver con pegamento ni el lavado de las paredes de la planta baja y del primer piso, que sí serán tenidos en cuenta al contemplar la hipótesis del fiscal. Como María Marta iba a su casa para bañarse antes de recibir a la masajista a las 19, lo más probable es que a las 18.25 ya estuviese en la bañadera. Pero vamos a admitir, ya que también eso es posible, que cuando las visitas llegaron a su casa ella aún no hubiese ingresado al baño. Vamos a admitir también, pues también eso es posible aunque no seguro, que para ese entonces María Marta ya hubiese llenado la bañadera. Hago estas aclaraciones, ya que sí los asesinos la hubiesen sorprendido en el baño, el diálogo y la discusión de la muerte se hubiese tenido que desarrollar entre aguas y jabones, lo que no sólo suena a absurdo, sino que el cadáver de María Marta hubiese estado desnudo y totalmente mojado y, como es sabido, ella fue vista por la masajista, por los médicos, paramédicos, Piazza y los demás asistentes al velorio, vestida con las ropas deportivas que había usado esa misma tarde, humedecidas en parte.
  • 38. 38 De no haber sido así, a todos los pasos señalados sería necesario adicionar el de secar el cuerpo y vestirlo, del mismo modo que de no haber llenado María Marta la bañadera antes del arribo de las visitas, también habría que sumar ese paso a las tantas acciones que se debieron llevar a cabo al recorrer el camino de la muerte. Piénsese que sólo el llenado de la bañadera insumiría, cuanto menos, 8 minutos. Como podrán observar, trato de actuar con la mayor objetividad posible, sin recoger las piedras que encuentro en el camino para rellenar mis agujeros, ni mucho menos para cascotear al fiscal. Como en esta hipótesis se trata de un crimen grupal y compulsivo –no premeditado- en forma inmediata al arribo del grupo se debió entablar, como es lógico y natural, un diálogo entre María Marta y sus visitas. María Marta, Carrascosa o los Bártoli dijeron una palabra o una frase que desencadenó la discusión y la discusión aumentó de tono. De repente, en forma espontánea, Carrascosa y sus cuñados, al mismo tiempo, se ven dominados por la ira. Patinan sus frenos inhibitorios y todos ellos se transforman, en cuestión de minutos, de pacíficos ciudadanos en feroces y encarnizados criminales que golpean a María Marta. Al comienzo la golpean con sus manos o lanzándole objetos contundentes, como de ordinario sucede en los arrebatos impulsivos. Luego con el atizador, y, finalmente, después de buscar un arma que afortunadamente no se encontraba registrada a nombre de Carrascosa, la matan, disparándole seis balazos, de los cuales cinco penetran en su cabeza y el restante rebota y se pierde, convirtiéndose en el famoso “pituto”. ¿Qué pudo haber desatado esa ira loca y compulsiva? Les pido que se tomen un momento para sentarse y reflexionar. Traten de imaginar la escena. Un grupo de personas se reúne para conversar o para tomar café una lluviosa tarde de domingo. Hagan un esfuerzo y exijan al máximo su imaginación. Si quieren divagar divaguen, si quieren construir hipótesis fantasiosas, constrúyanlas. Ahora, díganme, ¿cuál fue la palabra mágica que desató al león enjaulado, al animal feroz que reposaba oculto dentro de cada uno de los atacantes?. Para que a tres personas que son familiares y amigos de la víctima se les genere espontáneamente una reacción compulsiva y mancomunada que los lleve a saltar sobre ella, golpearla, buscar un arma y dispararle seis tiros en la cabeza, es necesario concluir que se debió tratar de una discusión muy pesada, que excede en mucho las pasiones propias que pudo provocar el resultado del clásico.
  • 39. 39 Recuerden que el grupo no iba a matar, sino sólo a conversar, tomar café o ver televisión y, por tanto, fue algo que se dijo en esa conversación lo que convirtió a tres personas en tres fieras salvajes que atacan, golpean y no contentos con eso, le pegan seis tiros en la cabeza a quien los contradice o agrede con sus palabras, gestos o miradas. Francamente gozo de una imaginación bastante frondosa, pero en este caso confieso que no logro encender la chispa. ¿Qué pudo haber pasado para que una reunión entre parientes concluyese con un homicidio colectivo?. ¿Les suena poco creíble, no?. Casi los estoy escuchando sugerirme que deje esta alternativa de lado y pase a la segunda hipótesis. Pero daré una vuelta de tuerca para bucear en aguas más turbias y profundas. Es posible que Carrascosa y los Bártoli no hayan concurrido a tomar café y conversar sobre trivialidades. Tal vez fueron a increpar a María Marta por un tema concreto. Pero quede claro que matarla, en esta hipótesis, de modo alguno formaba parte de sus planes. ¿Qué pudo haberlos llevado a hacer un planteo concreto y urgente, cuando sabían que en pocos minutos más la conversación sería interrumpida por la llegada de la masajista?. ¿No era más razonable conversar sin esa limitación temporal después del masaje?. Todo esto indica que la hipótesis que analizamos, es más teórica que real. Atila deja sentir sus aullidos. Pero si bien este crimen producto de la compulsión homicida que desató una palabra o una frase, que sin exagerar he dado en llamar mágica, no luce como probable, nuestra tarea de analistas ceñidos por convicción y decisión a un método científico, nos exige tratarlo dentro de la categoría de los hechos no probables pero posibles. Por eso, pese a todo, trataremos de pescar en la arena. A algunas lenguas filosas hemos escuchado decir que María Marta tenía preferencias sexuales diferentes y que su sobrina, la hija de los Bártoli, no sería ajena a tales preferencias. Entonces la hipótesis de trabajo sería que los Bártoli le plantearon el hecho a María Marta, ella lo admitió sin más y allí a Irene y a Guillermo se les soltó la cadena y la atacaron.
  • 40. 40 Reitero que todo esto no me resulta convincente y arriesgo a pensar que a ustedes tampoco. La hipótesis de la corrupción sexual no ha sido sostenida, siquiera invocada por el fiscal de la causa, que no ha mostrado reparos de ninguna naturaleza en afirmar cualquier despropósito en su afán de llevarse puesta a “la familia”, como a él le gusta llamarla para individualizar a su objetivo y para darles una pátina mafiosa funcional a sus aventuradas teorías. Creo que ésta es una de las más grandes canalladas que cierta parte de la sociedad argentina lanzó para avivar el fuego y regodearse con versiones perversas, sin advertir que lo único perverso vivía dentro de ellos. Simplemente lo planteo porque el tema ha rodado por las mesas de bridge y en los cócteles del verano y también porque la hipótesis que analizamos requiere de un estímulo demasiado fuerte para desencadenar las acciones que terminaron con la muerte de María Marta. Pero convengamos que no obstante que descarto de plano tamaña felonía, sólo un hecho de proporciones similares, que excediesen en mucho cualquier simple diferendo o controversia, pudo ser capaz de arrojar semejante resultado. Aún así cabría preguntarse cómo se explicaría en este supuesto la reacción del marido, que según la decisión judicial es él y no otro, el autor principal del homicidio. Ya no hablamos de los padres, que ante la confirmación de la existencia de una extraña relación que involucraba a su hija perdieron los frenos inhibitorios –justamente eso que nos distingue de los animales- y en un estado de convulsión lindante con la locura emprendieron a golpes con su hermana, sino de un tío político de la afectada que se contagió de la locura familiar y no dudó en buscar un arma y matar a tiros a su propia mujer. Nuevamente les pido que reflexionen un minuto y que piensen si todo esto les parece probable, o si más bien les suena poco creíble. Pero como debemos concluir con nuestro análisis, vamos a admitir, aún por vía de hipótesis, que tuvo que existir una fuerte discusión que despertó simultáneamente en tres personas una furia incontenible que los llevó a matar a golpes y a tiros a quien era su mujer, hermana y cuñada. No me atrevería a plantear un caso semejante en una obra de ficción, porque no le resultaría creíble a mis lectores. Pero regresemos a las 18.25. El trío que en pocos minutos pasará del papel de pasivos televidentes al de furibundos homicidas, ingresó a la casa. María Marta los escuchó y seguramente sorprendida bajó las escaleras.
  • 41. 41 Nada impediría, por cierto, que en mérito a la confianza e intimidad que mediaba entre ambos matrimonios, la tertulia se hubiese desarrollado en el dormitorio. Las agujas del reloj continúan avanzando. ¿18.26, 18.27?. Comienza una conversación que en un momento llega a su clímax con el despertar súbito de la violencia colectiva. ¿Cuánto tiempo pudo haber durado ese diálogo?. ¿En 4 o 5 minutos una conversación puede pasar del saludo a la irritación total? Pongamos el cronómetro. Calculemos 4 o 5 minutos. ¿Demasiado poco, no? Habrán sido 10, tal vez 15?. Me inclinaría por una discusión larga, borrascosa, plagada de llantos e insultos, interrupciones, réplicas y contrarréplicas. ¿20, 30 minutos?. Prácticamente la hora de la llegada de la masajista se nos cae encima. Pero a Carrascosa y a los Bártoli todavía les queda mucho por hacer. ¿Cuánto tiempo pudieron demandar la lucha, los golpes de puño, del atizador, la busca del arma y, finalmente, el concierto de disparos?. ¿1 minuto, 2?. Tomen el reloj. ¿Les parece posible?. Sin duda que no. ¿3?. Sin que la muerte de la mujer, hermana y cuñada les haga mella, como si en su vida no hubiesen hecho otra cosa que matar, deliberan frente al cadáver. Las agujas del reloj siguen avanzando. Ellas no se detienen para esperar el resultado de los conciliábulos. Muchas son las cosas para analizar, discutir y decidir: a) abandonar la escena del crimen y mantenerse juntos, dándose recíproca coartada, o tratar de disimular el homicidio para hacerlo pasar por un accidente doméstico?. b) de optarse por la segunda de las alternativas expuestas en a), era necesario analizar si resultaba posible disimular seis balazos en una nuca sangrante y cuál era la mejor forma de llevarlo a cabo. c) cómo conseguir que su maquillaje no fuese descubierto por los médicos que acudirán a revisar el cadáver para expedir posteriormente el certificado de defunción?. Es posible que este obstáculo pensaran superarlo consiguiendo un certificado de favor, pero, como ya se verá, esa variante en ningún momento estuvo en la mira de los asesinos. d) Qué hacer con la masajista que a esa hora estaba a punto de llegar al country como todos los domingos?. Negarle la entrada con la excusa de que María Marta había sufrido un accidente y que estaban esperando al médico o dejarla pasar, como efectivamente sucedió?. En este caso, cómo se aseguraban de que la mujer
  • 42. 42 a quien pusieron a hacer tareas de resucitación, no advirtiera los balazos que ellos pretendían ocultar?. e) Cómo evitar que los médicos diesen intervención a la policía y el fiscal solicitase una autopsia, por tratarse el accidente doméstico de una muerte dudosa?. f) Cómo limpiar la escena del crimen antes de que ingresase la masajista y los médicos que ellos mismos llamaron para que atendieran a María Marta?. g) Cómo huir antes de que llegase la masajista, sin ser vistos por ningún vecino?. A esa altura de los acontecimientos también era necesario que ellos tuviesen la certeza de un hecho imposible de controlar. Que nadie hubiese visto el auto de Carrascosa estacionado frente a su casa, ya que con él se hubiese delatado la presencia de éste antes de las 19, que es la hora en que él dice que llegó a su domicilio y así lo abona el vigilador Ortiz que en ese momento se encontraba en la puerta de aquél. Alguien podrá decir que tal auto no existió, porque Carrascosa y sus cuñados fueron caminando desde la casa de éstos. No olvidemos que ellos no fueron a matar, sino simplemente a conversar de bueyes perdidos o, en el peor de los supuestos, a pedir explicaciones o a discutir un hecho concreto. En ese caso no se explicaría que hayan hecho caminando bajo la lluvia el trayecto que habitualmente hacían en automóvil. Por otra parte, de haber sido así, debería tenerse presente que el cálculo de tiempo de traslado efectuado más arriba, que situaba a los asesinos llegando a casa de María Marta a las 18.25, debería ser incrementado en diez minutos, lo que entonces nos llevaría a las 18.35 y reduciría notablemente el ya reducido lapso para reunirse, discutir, golpear, matar, deliberar, limpiar y huir. Como esa reducción de tiempo excluye totalmente la posibilidad de esta alternativa, para poder continuar con su desarrollo y agotar así todas las posibilidades fácticas, partiremos del presupuesto de que asumieron el riesgo comentado y tuvieron la fortuna de que ningún vecino ni vigilador advirtiese el automóvil de Carrascosa, lo que es francamente difícil. Atila mueve la cola. ¿Cuántos minutos puede haber demandado el análisis, discusión y decisión de cada uno de estos items?. Piensen por un segundo que no se trata de personas como nosotros, que tratan el tema con serenidad y con asepsia de cirujanos en el living de su casa o en la mesa de un bar. Se trata de tres personas que no fueron allí para matar, pero que algo los exaltó al mismo momento y terminaron matando a la mujer, hermana y cuñada.
  • 43. 43 El cadáver ensangrentado yace frente a ellos o a escasa distancia, si tuvieron el buen gusto de deliberar en otro ambiente. Un cadáver que aún los mira, con unos ojos que ya no pueden ver. Destaco esto, porque es fácil analizar una acción de guerra o la decisión del comandante de un avión o de un barco, sentado en el sillón de un escritorio, lejos de las balas o de la tormenta. Debemos suponer que tres personas que no son asesinos profesionales y que acaban de matar a un pariente cercano, a quien no tenían pensado eliminar minutos antes, hablan, razonan y deciden, bajo la influencia de un estado emocional muy particular. El que sostenga lo contrario, o es un asesino experto y sabe por propia experiencia que nada de eso lo altera ni lo inmuta, en cuyo caso esa persona no nos sirve para medir la reacción de tres neófitos, o es alguien que deja que los prejuicios o la mala fe primen sobre su sentido común, en cuyo caso tampoco nos sirve para medir la reacción de nadie. Volvamos ahora al implacable cronómetro. Hablar de diez o de quince minutos, en esas circunstancias ¿parece demasiado para analizar, discutir y decidir todos y cada uno de los siete puntos señalados más arriba?. Pareciera, sí, que es demasiado. Demasiado poco, por cierto. Pero dejémoslo ahí y tomemos el lapso más breve de 10 minutos. Siento el agudo silbato del guarda. Detengamos por un momento la marcha. Más arriba dijimos que Carrascosa debió partir de su casa a las 18.57 para regresar a las 19 y encontrarse cara a cara con el vigilador Ortiz. Tomando en todos los casos los tiempos mínimos calculados, ya han transcurrido 34 minutos desde que se comenzó a recorrer el camino de la muerte hasta el instante en que sonó el silbato. Esto significaría 2 minutos más del lapso con que contaba Carrascosa si el camino de la muerte se hubiese comenzado a recorrer a las 18.25 y 4 minutos más si aquél hubiese tenido comienzo a las 18.27. Suena la campana. Tiempo cumplido, habría gritado con su voz inconfundible Augusto Bonardo. ¿Pero Carrascosa está en condiciones de partir o aún le quedan en su mochila tareas pendientes?. Del cuerpo de María Marta, según relatan los primeros testigos que vieron su cadáver, manaba sangre. Carrascosa, necesariamente, tuvo que mancharse. Se manchó, eso es indudable. Entones al terminar su tarea tuvo que lavarse y cambiar sus ropas para mostrarse impoluto frente a su coartada, el vigilador Ortiz.