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El elemento único
  (desde la irrealidad de lo tangible
hasta la realidad física de lo intangible)

          Fragmento obsequio

          Rafael Cañete Mesa



                    Colección
             Filosofía y Teoría Social




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Dirección de Contenidos: Ivana Basset
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Imagen de cubierta: Rafael Cañete Mesa
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Índice




Prólogo                                                            5
Capítulo tercero                                                   9
Separatas                                                         55
     Fundamento estructural del modelo estándar y de la materia
       elemental (esencia de las cosas materiales)                56
            Introducción                                          56
            Discusión                                             58
            Algunas consideraciones:                              64
            El modelo estándar                                    68
            Resto de partículas: generalización                   71
            Relatividad                                           77
            Conclusión                                            79
            Anexo                                                 80
     La cosa per se                                               86
            Sobre el espacio y el tiempo                          86
            Sobre la adimensionalidad y la multidimensionalidad
              de las cosas                                        99
Acerca del autor                                                  112
Editorial LibrosEnRed                                             113
Prólogo




La ciencia y la espiritualidad se presentan como disciplinas, expresiones o
anhelos del alma irreconciliables. ¿Cuál es el problema? El problema radi-
ca en que la metafísica, tal como expuso Kant, no puede ser ciencia (no
existen los juicios sintéticos a priori en la metafísica dice él) y no se pue-
de, por tanto, tener conocimiento (saber científico) del ser, del alma o de
Dios (que expresado de otra forma se elevaría al problema más general del
conocimiento o al de la imposibilidad de poder obtener un conocimiento
trascendente). El problema radica en que la fuente de dicho conocimien-
to, por parte de quien lo tiene o dice tenerlo, es el propio ser, por lo que
queda desvinculado de nuestra realidad física y lo relega a una cuestión de
creencia o de capacidad incontrastable. El problema, refundiendo los dos
anteriores, radica en la imposibilidad de poder aplicar los conceptos de la
metafísica a algún tipo de intuición (representación) bien porque ésta no
existe o porque es interna.
Parménides, en su poema, presentó las vías del conocimiento. En él dice
que una vía es la vía noética del Ente (del ser, de lo que es), que acabamos
de mostrar, en la que identifica ser con conocer. La otra vía o camino, llama-
do Doxa, es el camino de la opinión, del ser con el no ser (de lo Ente con el
no Ente), que no es otro que el camino de la realidad física que nos rodea o,
por decirlo de otra manera, el camino de la vida. ¿Se puede encontrar, por
tanto, una vía de conocimiento, una solución? La solución no siendo la de la
primera vía, radicaría en la consecución del conocimiento por el camino de
la percepción (Opinión) y del cambio, pero éste como hemos visto se encon-
traría aparentemente invalidado por «La crítica de la razón pura» de Kant.
El elemento único es un camino de conocimiento (desarrollado —como
usualmente se hace— sobre la figura de un viaje como metáfora de la vida)
que persigue mediante procedimientos físicos, y allí donde procede filosó-
ficos, restaurar la posibilidad de alcanzar un conocimiento trascendente de
una forma racional. El elemento único es un cuento sin aditivos (porque el
verdadero enigma es el conocimiento) que mediante anexos (entre los que
citamos: «La esencia de las cosas materiales», «La cosa per se», «Sobre cau-
salidad y argumentos de indeterminación»), toma forma de ensayo cada



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vez que se encuentra con alguna cuestión que precisa de un análisis más
detallado para ser algo más que «un cuento».
En este sentido, la obra está dirigida a quienes necesitan la realidad (y la
irrealidad) estructurada o, dicho de otra manera, a quienes sólo entienden
(y, por otra parte, a los que por lo menos entienden) los mecanismos dis-
cursivos del conocimiento, si bien es cierto que las cuestiones principales
son abordadas en el desarrollo general de una forma algo más liviana y
menos rigurosa. La lectura detallada puede restringirse, si se quiere, a la
del capítulo 3-I y sus anexos por ser aquí donde se trata el problema plan-
teado, mientras que la otra se extiende al cuerpo principal de la obra, que
pretende una comprensión suficiente de la problemática anterior para el
tratamiento de otra problemática más general que es la problemática de
la vida, es decir, que una vez superado el problema del conocimiento (y
precisamente por haberlo superado) se aborda finalmente la problemática
existencial desde una perspectiva que se ha ido esbozando a lo largo de
toda ella.
Estas separatas abordan cuestiones que precisan de la sutiliza del lengua-
je, que en lo que nos ocupa viene arrastrada por la de los conceptos, que
en ocasiones necesitan de un discurso específico y preciso que he tratado
de endulzar y colorear, y de hacerlo comprensible paso a paso (que es lo
que se le pediría a todo discurso) mediante el uso de matices pertinentes
y aclaraciones o referencias on line, esto es, sobre la propia línea princi-
pal, para que el lector sepa a qué me estoy refiriendo en todo momento
(a riesgo de hacerlo poco fluido) sin tener que imaginar (como ocurre en
otros textos) y decidir con ambigua determinación que lo hace a alguna de
las frases precedentes, sobre todo cuando éstas implican alguna variedad
de silogismo o de razonamiento lógico. Las mismas tratan de justificar, allí
donde son llamadas, los argumentos expuestos en el cuerpo principal para
que éstos puedan ser tomados como puntos de apoyo innegables, entre
los que se encuentra aquellos argumentos que corrigen puntos de vista
que por su asentamiento, pareciendo ciertos, desvirtúan un escenario real y
necesario. Lo del establecimiento de estos puntos de apoyo como se puede
comprender no es cuestión sin importancia y no en vano, por no tenerlos,
la filosofía, —como refiere Ortega— parece haber estado —sin posibilidad
de establecer un punto de ruptura o establecimiento mínimo— hablando
siempre de lo mismo y siempre (todo se presta a segundas y terceras lectu-
ras tanto en la forma como en el fondo) sin esa determinación.
La Filosofía no tiene esos puntos de apoyo porque ha llegado a la conclu-
sión de que su problema es anterior a cualquier problema y que, por tanto,
tiene y debe prescindir de las ciencias naturales para su solución, pero si


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El elemento único



bien es cierto que es anterior ontológicamente no lo es gnoseológicamente
(caso contrario invalidaría la vía de conocimiento elegida), y con esto que
no tenemos por qué preguntarnos si «la cosa» es, necesariamente antes de
preguntarnos de qué es «la cosa».
La Física, por su parte, si bien no cesa de diseñar o perfeccionar sus marcos
teóricos con los que poder interpretar, en realidad no interpreta, en reali-
dad con esos marcos diseña una mera estructura fenomenológica (a fin de
cuentas ese es el campo de la física), una construcción, pero no interpreta.
La Física así se constituye como una construcción previsible (modelo) verte-
brada por un formalismo matemático subyacente que si bien por un lado
mecaniza sus posibilidades por otro las condiciona y limita. Todo físico sabe
que cada modelo debe contener al anterior y explicar, como caso particular,
la realidad física que éste explicaba. El modelo partiendo de unas premisas
puede dar lugar a todo lo que se puede derivar de las mismas pero nada de
lo que le queda anterior a ellas o, simplemente, fuera. Lo segundo (lo de
fuera) es susceptible de ser integrado en un nuevo modelo o esquema pero
lo anterior no porque lo anterior se constituye como un núcleo primigenio,
inasociable; estableciéndose el conocimiento como un sistema de cáscaras
concéntricas sobre el mismo. La Física ha renunciado sistemáticamente a
incluir lo anterior en el esquema, es decir, ha renunciado a su comprensión
y le ha llamado Principio. El Principio es algo de lo que se parte (como de los
axiomas matemáticos), que se da, pero de lo que no se alcanza compren-
sión. La Física ha renunciado a la comprensión de los Principios, que es su
verdadero fundamento, y se ha quedado en lo fenomenológico. La Física
se puede decir que no tiene ni idea, por ejemplo, de lo que es la masa, para
ella, una vez más, la masa tiene un tratamiento fenomenológico: la masa
es eso que relaciona fuerza con aceleración mediante la ley de Newton, la
masa es eso que relaciona a la energía con la velocidad de la luz mediante
la famosa fórmula de Einstein, pero, ¿qué es la masa? La Física supo decir
poco de ella en sus orígenes (recordemos la substancia aristotélica) y menos
aún en las últimas teorías donde se establece como un nivel energético de
referencia. De la misma manera, respecto de la naturaleza ondulatoria, las
propias teorías (principalmente de la relatividad), estableciendo un límite
teórico de las variables lo ha hecho al conocimiento que podamos tener de
ellas, al establecer dos sistemas físicos diferenciados, uno el sistema de lo
relativo (el que acontece por debajo de la velocidad C y que puede tratar
fenomenológicamente) y el sistema de la luz (de velocidad C) que se pre-
senta por tanto desde el anterior como una singularidad o Principio. Con
esto la Física estudia sistemas relativistas y, queriendo aproximarse más a
ese límite —puesto que se corresponde con uno matemático—, estudia sis-
temas ultrarelativistas, pero una vez más obedece a esquemas envolventes


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que se olvidan del esquema anterior: del Principio. Es la ausencia de estos
Principios, en lo referente a la materia y en lo referente a la luz, la que no
ha permitido establecer una teoría que salve la dicotomía onda-corpúsculo
de la materia.
La cuestión es que mientras que para la Física y la Matemática la imposibi-
lidad de explicar sus Principios no supone problema, y se puede desarrollar
como una ciencia, para la Metafísica sí lo es porque estos Principios de la
Física son los únicos que se pueden establecer como objetos para la Meta-
física. Ésta es la verdadera piedra angular. El núcleo de la obra, persiguen
este fin, obtener estos objetos de la metafísica a través de la física y de-
sarrollarlos como tales. Este bloque plantea y resuelve el problema pero
siendo el problema a resolver de tal entidad, los anexos no son, ni mucho
menos, auxiliares, sino más bien necesarios y esenciales, esto es, con enti-
dad propia, como esencial resulta ser el efectuar sobre el modelo estándar
una descripción físico-matemática (entiendo —y por esto es modelo y no
teoría— que la única) del fundamento estructural de dicho modelo para la
ordenación de las partículas elementales y, yendo más allá, de la materia
como tal (y más…), que, por otra parte, supere los tratamientos al uso (cor-
pusculares u ondulatorios) de la misma. Se podrá entender su esencialidad
para lo que nos ocupa si tenemos en cuenta que, como dijimos, el proble-
ma planteado se eleva al problema más general del conocimiento o al de
la imposibilidad de poder obtener un conocimiento trascendente y éste
al de la comunicación de las dos substancias, conciencia y mundo, y éste,
en primera instancia al de la certidumbre de su existencia. La tarea abor-
dada conlleva, tal como se está mostrando, la comprensión de la realidad
subyacente y ésta, como no puede ser de otra forma, la del espacio y el
tiempo, lo que da lugar a un escenario tan manido, y estereotipado en las
formas, como inevitable; aunque en este caso esencialmente diferente. Es-
to se consigue en primer término superando el carácter apriorístico —y en
consecuencia inabordable— de estos dos conceptos (ver «La cosa per se»),
esto es, reintegrándole el carácter inherente y con él el fenomenológico,
para establecer finalmente sobre los mismos un nuevo Principio de espacio-
temporalidad que, como ocurriera con las velocidades (C frente a cualquier
v), deriva del establecimiento de una singularidad, la adimensionalidad,
frente a la multidimensionalidad, susceptible de ser aplicado como Criterio
de espacio-temporalidad y con esto como test de realidad.




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caPÍtulo tercero




i.
Todo estaba igual. Su pasillo primero, su pasillo postrero, los estantes tizna-
dos, los libros avejentados, los ventanales, la luz penumbrosa, las mesas y
los bancos. Resultaba curioso; tanto tiempo para acabar igual. ¿Igual? Sí, el
escenario era el mismo, pero ellos eran otros. Era otro estado. Se sentaron
en las posiciones que habitualmente tomaban. Se miraron. No compren-
dían. Cada uno cruzó sus brazos a lo ancho de la mesa buscándose las ma-
nos. Era reconfortante. Era como estar en casa. ¿Por qué estaban allí? No
habían tenido mucho tiempo para ellos desde que partieron. Muchas veces,
antaño, utilizaron la Biblioteca como lugar de recreo, de confidencias, de
refugio. Ahora, en esa espera sin fin, encontraron el silencio para darse
ternura con los ojos, en silencio, para expresarse el amor, la complicidad
de historias pasadas, en silencio. ¿Cuánto no se podrían querer ya si cada
segundo de la vida era canjeable por una existencia entera? Cada segun-
do había tenido las pasiones, los sinsabores, la amargura, el amor de una
existencia, y ahora, mirándose, se volcaban todos ellos en la mirada de un
segundo. Cuando salieron del momento que se habían regalado, repararon
en que no estaban solos. ¿Quién era?
—¡Es Autor! —exclamaron los dos—. Es el autor —dijo Canto cayendo en
la cuenta de que aquel antropónimo era de uso restringido—. Como tú lo
eres de un libro...
Canto, confusamente, se había visto obligado a explicarse y a tomar otro
apelativo como solución más razonable. Su amigo de la Biblioteca estaba
allí, de pie, esperando pacientemente en el extremo libre de la mesa. En
cierto sentido, pasado el primer desconcierto, asumieron esta situación co-
mo natural: si allí estaba la biblioteca al completo por qué no iba a estar el
personaje, casi ocasional compañero de viaje, que al parecer tan a menudo
la visitaba.
—¿Estáis extrañados, verdad? Ya me imagino. Lleváis mucho camino an-
dado y, sin embargo, parece que no habéis hecho nada más que empezar.
Aprendisteis la carga y la importancia del mundo de la opinión, primero a


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través de estos libros con sus infinitas y variopintas perspectivas; hasta el
punto de dudar de su valor. Luego lo habéis sentido con los juicios contra-
dictorios de los árboles, y con aquellos esclavizados; esclavos de sus con-
vicciones o de su saber. Y ahora, diréis: «¡Otra vez los libros!» Pero esto es
otra cosa. Hay libros a los que os debéis. ¿No pensaréis que, en verdad, se
puede negar su valor? Y... además, no se puede buscar la verdad, lo único,
lo infinito, lo oculto, y a la par desechar el saber que tenemos a la mano;
demostrando con ello una única satisfacción y empeño: la de conocer lo
que nadie conoce, ser el elegido —escenificaba— de la divinidad y el que
por ella todo lo sabe; sin esfuerzo. Por eso también quiero que aprendáis
esto, para que conozcáis lo tangible, la tierra antes que las estrellas, las mo-
léculas antes que los átomos y... Pero contadme, ¿cómo lo habéis pasado?
A veces se está mal, ¿verdad?, y triste; triste y sólo.
—Sí que es verdad —afirmó rotundamente Beldad—. Al principio es la an-
gustia de no saber qué objeto tiene la andadura ni si merece la pena. Lue-
go, en el laberinto de la vida, se empieza sufriendo con las propias penas
y se termina sufriendo con las ajenas. Menos mal que finalmente hay sen-
timientos que reorganizan la estructura de las pasiones y las debilidades, y
recomponen las almas rotas.
—Aunque en ocasiones hemos contado con la orientación de la Dueña del
Tiempo —apuntó Canto—, bueno, el Señor de los Espacios también nos
dijo cosas.
—¡Ah! ¿Entonces no habéis estado solos?
—No. En ocasiones no hemos estado solos —repitió Canto.
—¡Ah! Entonces, ¿no habéis estado solos? —volvió a repetir.
—No, no hemos estado solos —repitió nuevamente.
El autor miraba de uno a otro con una sonrisa picarona, y ellos lo miraban a
él sin saber. También se miraban entre ellos sin comprender. Por fin Beldad
dio un cogotazo a Canto mientras le decía:
—«Os recordaré que no habéis estado solos. Os recordaré que no habéis
estado solos —repitió».
—Yo que sé —dijo Canto, como disculpándose—, yo que sé. Tú no te rías
—le recriminó a ella bromeando—, que tú también has caído...
Beldad, pasada la chirigota, y encogiéndose de hombros como si no fuera
con ella, retomó la conversación.
—Es cierto que la solución del enigma, más allá de la retórica, reside en la
certeza del reencuentro, pero no lo es menos que algunas referencias llega-


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El elemento único



ron a nosotros por el camino de la casualidad —manifestó Beldad—. Todo
este camino parece que ha estado sujeto a la suerte, a lo circunstancial; no
digamos las vidas de la caverna.
—En realidad no, en realidad no hay línea más recta que la de la mirada.
Una palabra, un mensaje, que se lanza al aire, está a manos de la casualidad
porque está en manos del viento, pero el viento va y viene. Antaño dije:
«Bueno, yo estoy aquí, ¿no?». Ahora digo: «Bueno, yo estoy aquí, ¿no?». Yo
voy y vengo pero siempre he estado aquí, y siempre en vuestra mirada.
Ellos entendieron lo que quiso decir, el autor quiso decir que la línea más
recta, y quizás la más corta es la que hay entre nosotros y nuestras inten-
ciones. Después continuó.
—¿Qué colores os gustan más? —dijo cambiando de tema abiertamente.
—El rojo —dijo Beldad perpleja.
—El verde —dijo Canto de igual forma.
—Recorreréis la biblioteca, y tú —dijo señalando a Canto—, recogerás
todos los libros cuyo lomo tome una viva luminiscencia verde, y tú, niña
—dijo con tono cariñoso—, cogerás todos los que se iluminen de rojo. Es
hora. Esos libros tienen luz propia: leed con la suave luz que emana de sus
páginas.
Recorrieron la biblioteca, como les indicó, recogiendo a su paso todos los li-
bros que destacaban por su color entre la conocida oscuridad de los pasillos
y estantes. Al cabo de un rato se encontraron con diversos volúmenes en las
manos. El autor ya no estaba en su sitio. Se sentaron; comprobando que los
textos de uno y otros se correspondían. Estaban numerados. El número uno
reseñaba al de Filosofía, el dos a Física, el tres a Matemáticas, el cuatro a
Música. Por supuesto cada materia con amplios tratados específicos, apén-
dices y anexos que profundizaban muy especialmente en algunas materias.
La Química y la Biología se trataban como apéndices de la Física, pues los
procesos químicos se consideraban como extensiones de los físicos y los
biológicos como extensiones de los químicos. Tenían en que entretenerse
y tiempo para hacerlo, por lo que empezaron sin demora, no sin antes lan-
zarse una última sonrisa.
—Se me ha pasado una cuestión —confesó Canto, mientras abría el primer
tomo.
—¿Qué cosa? —preguntó Beldad intrigada.
—Acuérdate. Quería saber de qué libro es autor.



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Beldad asintió con la cabeza —mientras que abría igualmente el primer
volumen—; ya se acordó de aquella cuestión añeja. Comenzaron el estu-
dio. Sólo se permitían unas palabras de descanso y relajación, otras veces
un sueño y un alimento cada vez que concluían un tema. Algunas veces
comentaba algún dato curioso o explicaban algún punto oscuro. De esta
forma un libro tras otro. Parecían dos colegiales en los exámenes finales,
dos moradores de la madrugada. De vez en cuando crujía la madera de los
bancos, con un sonido seco y limpio, y se estremecían ellos con la sensibi-
lidad exacerbada por la quietud y el silencio. Estuvieron bastante tiempo;
pero pasó. Parecía no llegar el momento; pero llegó. Su amigo estaba nue-
vamente en la sala. Esta vez en un banco de atrás. Ellos, con la atención de-
positada en la lectura y la penumbra reinante, no se percataron. Ya cuando
cerraron el último libro, y éste apagó su luz, se hizo dominante el espacio
exterior.
—Ya tenéis que saber más que yo —bromeó—. Los libros que escogí son
muy didácticos: se trataba de aprender cosas, y no de poner barreras a la in-
teligencia. El hombre desde la antigüedad se ha encontrado en el mundo y
ha querido romper esas barreras, y saber la verdad de las cosas: ha querido
conocer. ¿Qué hombre? —se preguntó—. Algún tipo de hombre. Natural-
mente las preguntas aunque eran simples tenían una repuesta compleja o,
más que compleja, imposible dado su nivel de conocimiento. Esto verda-
deramente no ha cambiado demasiado con el paso de los años y mientras
la antigüedad imaginaba los átomos para la constitución de la sustancia,
adelantando formalmente la idea sobre las cosas a la realidad observable,
aunque luego la realidad sobrepasara a la idea de las cosas —matizó—,
otros imaginaban otras estructuras o composiciones que pudieran cuadrar
con el escenario histórico y satisfacer su propia profundidad mental. Es-
te hecho tiene dos consideraciones, una, que en la aceptación que todo
hombre hace de sus propias afirmaciones está o tiene que venir incluidas
aquellas afirmaciones que el hombre como tal acepta de forma intuitiva,
que en alguna medida son las que dan riqueza y pueden contribuir al saber
general, y otra es, precisamente, que el saber general, el momento históri-
co, modula y orienta nuestras afirmaciones y nuestro interés. Cada vez que
el hombre ha abordado el tema del Hombre lo ha hecho con todo lo que
sabía en ese momento y hasta el límite de sus posibilidades. Luego, bien
porque la realidad no aportaba elementos para el debate o bien porque los
elementos apuntaban, con otros aspectos, en otro sentido, ha tenido que
reconsiderar su discurso.
—Un punto de vista filosófico, aunque sea muy rico en apariencia, no deja
de ser un punto de vista filosófico —afirmó Canto en ese sentido, que, ade-


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El elemento único



más, había sufrido la lucha de propuestas y mil debates inútiles—. Muchos
utilizan unos supuestos iniciales muy endebles o una lógica mediatizada
por el dogma y la fe, que resta poder a los argumentos y a la posibilidad
de construir nada sobre ellos; pues una suposición sobre una suposición es
un absurdo.
—En efecto, siempre han sido tan carentes de fundamento las tesis inicia-
les como aquéllas que trataban de superarlas porque éstas partían de sus
resultados. «Si se da A implica que se da B», podría ser muy interesante si
supiéramos si se da o no se da A; a partir de aquí tendría sentido utilizar B
como proposición inicial. La única cuestión que deja clara es la capacidad del
hombre para buscar una solución alternativa a las objeciones y a las críticas.
Desde lo infinito, diminuto, con substancia, sin substancia, interconectado,
sin interconectar, real, ideal, se plantean mil sistemas filosóficos sin una sola
evidencia, sin un verdadero punto de apoyo. En cambio —continuó el au-
tor— si algún dato científico, comprobable, avala algún supuesto ya es otra
cosa, ya es una pieza de construcción del pensamiento, del pensamiento
formal. Los sistemas filosóficos nuevos surgen como una reelaboración de
los antiguos, arrastrados por el movimiento inercial de algún conocimien-
to o concepto nuevo. Ya dije que el hombre filósofo abordaba cuestiones
simples y daba respuestas complejas o imposibles. En realidad la respuesta
no viene definida por la complejidad del tema tratado sino por él descono-
cimiento total del tema sobre el que habla y la imposibilidad de tomar un
lenguaje adecuado. Un conocimiento nuevo nos da ese lenguaje.
—¿Pero cómo tomar ese lenguaje? —se preguntó así mismo Canto—. La
Filosofía habla del ser, de Dios, de la relación del ser con Dios, del cono-
cimiento, de cómo se obtiene el conocimiento y de otros temas que a la
postre conforma un debate estéril para la solución de los problemas que
pretende dejar zanjados; aunque quizás no diga yo tanto para el desarrollo
del hombre.
El autor se reclinó como para tomar con toda la consideración que merecía
las objeciones de Canto. Se tomó su tiempo, quedó en silencio, moviendo
los ojos de un lado para otro. Parecería que con el movimiento de los ojos
desplazara las ideas y las ajustara. Por fin comenzó a hablar.
—¿Por qué alguien dice que hay dos substancias? Porque antes alguien ha
dicho que hay substancia —se respondió, para seguir con un ritmo más
acelerado—. ¿Y por qué alguien dice que hay substancia? Porque antes
alguien ha dicho que hay algo que es el ser de las cosas. ¿Y por qué..., por
qué alguien dice que lo que es, es el ente y que el ente es, y dice, ade-
más, que lo que el ente es, es el ser y es Uno? Porque alguien dijo alguna
otra cosa que, junto con la nueva realidad —la altura de su tiempo— dio

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lugar a ese tipo de pensamientos. El debate filosófico —continuó en un
tono sosegado— persigue tener conocimiento o conciencia de las cosas,
y esa conciencia de las cosas se ha ido obteniendo con la aportación de
aquéllos que sobre un particular tuvieron conciencia de las cosas, es de-
cir, que vieron de forma clara esa realidad fundamental que vieron. Cada
aportación en la Historia de la Filosofía como la del resto de la Historia
del pensamiento no ha sido otra cosa que una solución intelectualmente
plausible al problema preexistente. Si nos situamos inicialmente en Par-
ménides, la cuestión por él expuesta no fue otra que la que más que pro-
bablemente había que decir en virtud del conocimiento de su tiempo y su
propia realidad, entendida ésta incluso como realidad personal, y, si cabe,
la solución más posible y la que parece y aparece con una evidencia más
fundamental. No se precisa más. Un sólo dato nos obliga a replantearnos
todas aquellas cosas en las que éste puede intervenir, y una sola eviden-
cia experimental todo un cuerpo teórico. Eso es el conocimiento. Tras el
experimento daremos cierta credibilidad, es decir, creeremos razonable-
mente: creemos. En el mismo sentido hablar y considerar algo diferente a
los dioses tuvo su momento y lo tuvo porque el momento anterior no lo
fue, y no lo fue porque todavía imperaban los factores o la razón que jus-
tificaba esa creencia en el pensamiento de los hombres; o su eco. En eso
se apoya la creencia: en un conjunto de factores que la hacen plausible o
que hacen más creíble que otras, y lo mismo ocurre para las descreencias.
De esta forma cada cosa cantada o recitada tenía —sin resistencia— cabi-
da y era un alegato justificable y razonable, que se va transformando de
forma natural. Parménides, en su idea de las cosas, contaba para empezar
con la idea de los otros, de su mundo, y dentro de su mundo estaba más
o menos cercano, Jenófanes de Colofón que con los mismos ingredientes
—elementos precursores de un cierto panteísmo— trataba de romper,
modular o alterar la idea anterior. Esa idea anterior no era otra que el
politeísmo antropomórfico de Homero, que como creencia tendría, a su
vez, su justificación anterior. Esto es metafísica. ¿Qué es metafísica? Me-
tafísica es principalmente no creerse una realidad, la realidad que se vive,
la realidad que nos cuentan, la creencia, y, por tanto, buscar otra realidad
y con ella un poco de orden en la desorientación vital que todo individuo
tiene en el mundo. Nadie trata de romper la desorientación del hombre
de la generación anterior, ni sus circunstancias, sino la suya y las circuns-
tancias propias. Jenófanes no podía, buscando la realidad, hacer otra cosa
que combatir la creencia del momento, y una creencia no se combate con
la verdad, una creencia se combate con los argumentos propicios para la
misma que pueden ser, sin duda, parte de otra creencia. Eso hizo, y com-
puso un universo radicalmente diferente, aunque susceptible de mejora:


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El dios “verdadero” se describe, por contraste, como sigue:
Un solo dios, entre dioses y hombres, más grande que nadie, ni en cuerpo
igual a mortales ni en cuanto a pensar se refiere. Siempre en lo mismo que-
dando y sin mudarse en nada, ni le conviene afanarse andando de un lado
a otro. Todo él ve, y todo él piensa, y todo él oye; mas sin esfuerzo el querer
de su mente todo lo mueve.
¿Y cómo construyó ese universo? Ese universo se puede construir haciendo
uso de otra creencia de otros versos que trae y lleva el viento. A medida que
se mira hacia atrás en el tiempo los razonamientos se cambian por versos y
los conceptos por imágenes. Nuestras fuentes son los versos y por los versos
sabemos que primero fue el Uno, y por los versos sabemos que primero fue
el Noûs y que se dividió, se transformó en dos naturalezas, lo que tiene con-
ciencia de lo que no la tiene. Hubo de llegar el día en el que se cambiaron los
versos por los razonamientos y las imágenes por los conceptos, ya algunos,
en el decurso, estaban en franquía. Soltamos una creencia y cogemos otra
que viene mejor: que nos viene mejor. La creencia es la verdad con máscara
y a fuerza de cambiar de máscara, entre máscara y máscara, podemos llegar
a ver la verdad desnuda. Parménides también construyó su universo con
unos pocos versos. Unos pocos versos que hablaban del ente, de los caminos
del conocimiento (el ser, el no-ser y el de la opinión o Doxa); y que fueron,
abriéndose en abanico, fuente de toda filosofía... Aunque —titubeó—, en
realidad, de una poesía, sin una interpretación de primera mano, es difícil
decir cuál es el sentido último de las palabras; y por esto las poesías no tras-
cienden más allá de lo que es natural en ellas. Pero ocurre casi siempre que
la importancia de las cosas es la importancia que sepan dar los otros a las
mismas y, con esto, no hay vida maravillosa sino biógrafo atento y eficiente.
En el caso de Parménides no sabemos —dijo guiñando un ojo y con un ges-
to de complicidad— si las interpretaciones han sido un asidero pertinente
y recurrente (y el poema para ellas) o, por el contrario, como efecto de una
lectura polarizada, no le han hecho nada más que un flaco favor, pues su
doctrina filosófica muy bien podría tener otros alcances.
El autor hizo un breve descanso para tomar aliento y lanzar lo que, sin du-
da, tomaría formato de monólogo o ensayo1.
—Hemos dicho —continuó— que como consecuencia de la interpretación
de lo ente y toda la filosofía Parmenidéa se abrió en abanico la Filosofía
pero no hemos dicho en lo relatado aquí sobre el ser de lo ente en qué
radica substancialmente esta segregación. No sólo fueron tres formas de
entender el poema sino que lo fueron por poner el acento en algo di-
  1 A partir de aquí se puede ir a «El ser de lo ente», y luego volver a lectura o seguir tal
cual obviando esta nota.


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ferente respecto de su principal concepto. Podemos decir que desde sus
inicios la Filosofía había planteado por boca de Heráclito, Platón y Aris-
tóteles sus temas o sus tres ejes centrales, aunque alguno de ellos no se
pondría en liza con suficiente peso hasta siglos más tarde: el pensamiento
(o la cosa pensante), el pensamiento de la cosa (o la cosa pensada) y, pro-
piamente, la cosa. Descartes posteriormente —continuó como si tratara
de un comentario a pie de página—, salvando las diferencias, se centra
en el pensamiento y en la realidad primordial y única constatable de este
hecho: «Pienso, luego soy». Él no sólo pone de relieve frente al realismo
de Aristóteles la existencia de una entidad pensante o cogitatio frente al
mundo sino que, si ésta es substancia separada del mismo y, por tanto,
existen dos substancias, éstas no se pueden comunicar. Esto, respecto al
argumentario realista, supone que no se pueda establecer, sin más, que
la substancia sea la unidad analógica o análoga a todas las cosas pues,
cuando menos, existe una que no comparte esa analogía y que, por tanto,
es substancia separada.
Beldad y Canto escuchaban en silencio aquellos preliminares que, sin em-
bargo —aun siendo preliminares— les había puesto en los antecedentes
del problema más grande del conocimiento.
—Esto es sólo el punto de partida —explicó—, a partir de aquí la tarea
del filósofo ha sido ingrata y más que ingrata estéril pues ha tenido
que hablar del mundo relacionado con el yo desde un yo aislado del
mundo, o ha tenido que negar ese yo, o integrarlo en el mundo. El co-
nocimiento filosófico es un discurrir divergente que trata de contemplar
todas las posibilidades —explico el autor como premisa necesaria a su
argumento—. La ciencia es convergente —se queda con los hechos que
derivan lógicamente de su conocimiento—, pues usa de un aparato ma-
temático para formular sus teorías y de los hechos experimentales para
contrastarlas. La Filosofía necesita de los conocimientos convergentes de
la ciencia para poder aplicar sus conceptos y abrirse en abanico desde
puntos concretos, y no ser una especulación baldía y sin fin. Descartes
(aunque parejamente hizo ciencia), tras su sentencia, lo intentó desde el
consentimiento de la existencia de Dios, y prácticamente, de una forma
u otra, todos lo han intentado desde algún consentimiento. Tenían que
hablar de la comunicación de las dos substancias, sujeto y mundo, pero
la comunicación de las dos substancias no es otro que el problema más
esencial de «el ser» de las mismas, que es, en principio, un problema
físico; o de la acción entre ellas, que también lo es. Él de alguna forma
entendió (aunque esto lo colijamos únicamente de su vocación científi-
ca) que la solución del problema metafísico pasaba por la solución del


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problema físico subyacente, igual que Demócrito lo entendió al darle al
problema del ente, con el átomo, una solución material, apartándose
de la metafísica de Parménides y de toda la tradición oriental. Desde
entonces la cuestión metafísica no ha dejado de ser un problema físi-
co, porque la explicación de las relaciones del ente con su mundo pasa
por la explicación de la esencia material del ser, o del ente en su forma
más honda y elemental o, si se quiere, por la explicación de su mundo,
que es igualmente un problema físico —solucionable, no solucionable,
pero físico—, sin embargo ha seguido siendo tanto más problema de la
Filosofía cuanto más la Física no estaba en condiciones de abordarlo o
no gustaba de ello. La Física no lo ha tratado porque hasta la fecha ha
sido incapaz de expresar algo tan notorio, palpable y cotidiano como la
materia —la substancia en su manifestación más burda—, de una forma
intrínseca y suficiente, haciéndolo, por el contrario, sólo mediante una
mera relación de magnitudes (fuerza y aceleración o energía y velocidad
de la luz, etc.) conocidas. La masa, las constantes de interacción y los
Principios se establecen así como parte de una estructura axiomática
inicial, que como tal sólo procura la arquitectura de cualquier formalis-
mo en una dirección, dando lugar a un punto de ruptura entre todo lo
formalizado y lo anterior al esquema inicial. Por esto, al lado de cada
punto de ruptura se precisa una mirada divergente, heurística, que lo
suponga todo, que contemple todas las posibilidades: un filósofo. ¿Qué
sería de cada descubrimiento si a pesar de las dificultades, no se hubiera
contemplado todas las posibilidades?; y con todas ellas, las erradas y las
de errar.
El autor, tras una breve pausa, prosiguió en lo que verdaderamente le inte-
resaba con un tono enfatizado que daba rotundidad a su discurso a la vez
que lo centraba.
—Pensar si nuestra identidad existe y si, en ese caso, es substancia ajena
a la substancia del mundo, o no, es o puede ser una cuestión necesaria e
inevitable pero más primordial es, no cabe duda, preguntarse y conocer
de qué está hecho ese mundo, cuál es su esencia, y una vez que tengamos
ese conocimiento, ese concepto, comprobar si, allí donde encontramos su
fundamento —y física y metafísica son una misma cosa—, podemos apli-
carles todas nuestras intuiciones y con ellas obtener algún juicio propio de
la ciencia, y hacer ciencia. ¿Qué lenguaje adoptar —se preguntó de forma
retórica como corolario pertinente—, ése que entienden los físicos —y de-
jar, por tanto, el problema sin interpretación— o el filosófico y dejarlo sin
una correcta formulación?




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—¿Podemos saber de qué está hecho todo? Y en ese caso, ¿será argumento
suficiente para volver la mirada al problema metafísico con garantías? Ya
hemos estudiado los átomos, los quarks —dijo Canto calibrando la altura
de su conocimiento—; se presentan como el súmmum de la simplicidad y,
sin embargo, no parece que hayan dado otra profundidad al pensamiento
ni más alcance.
—Lo diminuto no puede ser lo pequeño partido por dos —sentenció, resol-
viendo la cuestión—. Nosotros, teniendo esto en cuenta, si queréis, pode-
mos intentarlo.
—Intentémoslo —le pidió Beldad.
El autor asintió con una sonrisa generosa. Tras el gesto se rodeo de silencio.
El silencio así borraría la huella de las palabras, como un sueño reparador,
recobrando la frescura. Había que aprender y había que olvidar, todo el
camino había consistido en esto: en empezar de nuevo con lo sabido; pero
empezar de nuevo. Llegado el momento reinició su discurso, en efecto, con
un empuje nuevo, con un nuevo tono.
—Existen argumentos fenomenológicos que inducen a pensar que el campo
eléctrico es consecuencia de la carga y el gravitatorio de la masa —comenzó
a exponer el autor como preliminar—. En realidad, con esta afirmación es-
tamos diciendo que masa y campo gravitatorio están relacionados y como
lo tangible es la masa pensamos que ésta es causa y lo otro consecuencia,
pero ninguna relación física nos muestra de forma evidente esta cuestión y
nos demuestra, por tanto, que no pueda ser inversa.
—Tampoco de ninguna de ellas de deduce la masa de forma natural —re-
plicó Beldad.
—Ya veremos —dijo el autor, dándose un plazo—. La realidad, en cualquier
caso, es superior a lo que circunstancialmente podamos decir de ella. Puede
ser que no podamos demostrar la verdad pero lo que es seguro es que ésta
existe y que podemos imaginarla. Podemos imaginar una serie de cuerdas
paralelas cogidas en los extremos, como las de un arpa. Asociemos la idea
de tensión de la cuerda a la de campo gravitatorio y la idea de nudo a la
de masa. Las cuerdas tienen su propia tensión, por estar cogidas en los ex-
tremos, pero no tienen nada en lo que se tropiecen los dedos al pasarlos
de un extremo al otro. Si ahora anudamos todas las cuerdas por el centro
con otra cuerda, como haciéndole una estrecha cintura, veremos que ha
alcanzado masa, es decir, ya nos encontramos el nudo, algo en lo que tro-
pezarnos al pasar los dedos. Podremos pensar que como consecuencia del
nudo se ha alcanzado un campo gravitatorio —la tensión suma de todas las
tensiones—, pero esto último es incierto pues esa tensión-campo ya existía


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en cada una de las cuerdas y, en realidad, ha sido como suma de todas ellas,
y del anudamiento final, que se ha originado el nudo-masa.
Beldad y Canto se quedaron con la mirada extraviada pensando en el ejem-
plo. Se les vino a la cabeza aquello que el Señor de los Espacios le dijo acer-
ca de «la cosa envuelta».
—¿Contentos? —les dijo el autor.
Canto sabía que la pregunta venía referida a la calidad de la explicación da-
da. El ejemplo había sido muy didáctico, pero los ejemplos eran ejemplos.
Los ejemplos son posibilidades o explicaciones plausibles, pero él no quería
ni eso ni más mentiras enmascaradas, él quería definiciones exactas. Canto
siguió con la mirada perdida y más que perdida esquiva pues no podría
mantenerla firme con ninguna de las contestaciones. El autor entendió sus
sentimientos.
—Existen otros argumentos teóricos más poderosos que explican el ser de
las cosas. Sobre esta materia se pueden decir, y se han dicho, cientos de
miles de palabras y no aportar ni una sola verdad porque cada vez que se
aborda la parte fundamental de lo que se ocupa, se repliegan las palabras
y balbucean las bocas, y las frases se llenan de esoterismo, de nostalgia y
de esperanza. La cuestión es —les dijo mirándoles a los ojos— si queremos
seguir siendo filósofos con conceptos pero sin una posible representación
de sus objetos o queremos, por el contrario, abordar definitivamente los
temas por muy áridos y dificultosos que se nos presenten en primera ins-
tancia. Ésa es la cuestión —repitió—. Si verdaderamente queremos llegar a
la verdad de las cosas no nos queda otra opción que la alcanzar un lenguaje
necesario.
Canto lo miró, asintiendo con la mirada, contento de ser entendido. El au-
tor se puso en pie, y ellos con él, y salieron de la biblioteca por una puerta
existente en el lado opuesto. Volvieron a disfrutar de la naturaleza en
todo su esplendor, en todo su misterio, como una representación capri-
chosa y particular del mismo. La naturaleza era un ejemplo del problema,
tal vez un ejemplo de la solución. A los pocos pasos el autor se sentó en
una piedra, y Beldad y Canto en otras contiguas que rodeaban otra plana
de pizarra negra sobre la que desarrolló aquel supuesto desde unos pre-
supuestos físicos2.
—Como dije, la ciencia es convergente, sigue una línea y si se tropieza, y no
tiene más evidencias, se detiene. Nosotros no tuvimos esas evidencias pero
no nos detuvimos. Nosotros ahora sí tenemos esas evidencias; una eviden-
  2 A partir de aquí se puede ir a «La esencia de las cosas materiales», y luego volver a
lectura o seguir tal cual obviando esta nota.


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cia —concluyó, en virtud de todo lo expuesto como esencia de las cosas
materiales, y que ahora trataba de delimitar—. Hemos visto que a través
de la onda podemos constituir un paquete de ondas que se presenta como
un plegado, como una singularidad que, respondiendo a todas las variables
cinéticas y energéticas, se corresponde con la localización determinada de
la partícula asociada a dicha onda.
En este punto consideró lanzar una idea más esquemática o puntual de lo
alcanzado.
—De dicho análisis energético deducimos que:
*Existen dos intervalos (en el espacio de las velocidades —equivalente al
de los momentos—, que es un espacio de afinidad más natural que el de
las posiciones) diferenciados (en el valor de expectación de la energía) de
diferente significación, uno del valor v=0 a cualquier otro valor inferior a
la velocidad de la luz C, esto es [0, C[, que es el que de forma inmediata
asociamos a los estados de las partículas libres y otro desde una velocidad
–C hasta el reposo [-C, 0[ que se corresponde con un estadio de formación
de las mismas.
*Como consecuencia de haber desarrollado dicho balance energético sobre
estos intervalos y más concretamente como consecuencia de haberlo desa-
rrollado sobre la idea de formación de la partícula, obtenemos una expre-
sión física que da cuenta de la masa de la misma de forma explícita.
*El primer intervalo, como hemos visto, es en realidad una secuencia cíclica
que transforma las partículas elementales de una generación en otra, es
decir, que llegando a C[ la partícula de la generación uno (electrón, por
ejemplo) se transforma, junto con toda su energía cinética, en la partícula
de generación dos (muón), y nuevamente de la dos a la tres (tauón).
*El segundo intervalo, tomando –C como referencia, se convierte en un
nuevo intervalo [0, C[ (que podemos adscribir a una generación cero) y di-
cha referencia, en el origen de esa secuencia.
*Tanto la formación de las partículas elementales de nuestro mundo (pri-
mera generación) como las del resto de las generaciones obedecen a la
transformación de la energía cinética (onda desplegada, asociada a una
masa o sin asociar) en materia (onda plegada). La formación de cada una de
las partículas elementales electrónicas (electrón, muón, tauón) lleva implíci-
ta la formación de un antineutrino (que naturalmente sigue una trayectoria
independiente) sobre la base de la materialización de un único pulso, que
explica de forma natural que en los decaimientos (que hacen tránsito en di-
chos paquetes) se formen las partículas y antipartículas correspondientes.


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*El final de este proceso se alcanza cuando partiendo del reposo en el siste-
ma de referencia propio se adquiere una velocidad cercana a la de la luz, y
con ella un nuevo reposo por síntesis o masificación de toda la carga ener-
gética. De la contemplación del proceso del primer intervalo (la formación
del paquete a partir de la onda), que es el único que se nos presenta neta-
mente ondulatorio (no existe una masa conocida hasta el final del mismo),
y su comparación con cualquiera de los otros, advertimos los ingredientes
de la materialidad.
*El factor diferencial del proceso que sustenta la última afirmación —dijo
ya a modo de coletilla— se deduce de la génesis del mismo que implica un
diferente estado de materialidad, pero a su vez este diferente estado de
materialidad implica una diferenciación del proceso derivado de los (dife-
rentes) límites (de integración) del mismo. En efecto, el estado anterior es
de inmaterialidad e inespacialidad, caso de que el intervalo sea cerrado pa-
ra –C, esto es [-C, 0[, o contrario a esto si se llega a una efectiva generación
cero y por tanto a un corpúsculo material original (de una diminuta pero
significativa masa mi), caso de intervalo abierto, ]-C, 0[, que respondería a
una espacio-temporalidad (e/t). Dado que en nuestro intervalo e/t existe
la partícula libre, en todo él, y no existe para v<0, se deduce que no existe
para todo el intervalo anterior a v=0, esto es, en todo el intervalo de la
generación cero, o que la e/t de dicho intervalo no se corresponde con la
nuestra (que para los efectos es lo mismo), y con esto que el intervalo de
integración para el primer ciclo o proceso es el primero propuesto, y [-C, C[
para el conjunto de los mismos.
—Pero eso —le interpeló Beldad—, es una conversión simple de masa en
energía establecida por la fórmula E=mC2 y puesta de manifiesto en los
procesos nucleares.
—Sí y no. Estamos afirmando que el estado previo a un cuerpo material es
un cuerpo inmaterial, esto es, que la consecuencia de quitar energía a un
cuerpo elemental (considerando como tal sólo a la primera generación)
en reposo absoluto, es la aniquilación. No digamos inmaterial, digamos
material de otra especie; «amaterial». Y esto se da porque «el reposo
absoluto o la ausencia de energía derivada del movimiento, por parte de
un cuerpo material, se corresponde con resultado final de un proceso que
parte de un cuerpo amaterial como estado previo». Recordad que ése era
el segundo término esencial en el balance de energético. Esto, enuncia-
do técnicamente, es lo que ocurre cuando una partícula se desintegra; la
luminificación de su masa: energía pura. Para quitarle energía a un ob-
jeto en absoluto reposo tenemos que quitar la cuerda que lo anudaba,
¿os acordáis? Hasta lo presente, el carácter inmaterial de la materia sólo


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podía ser atribuido a la espaciosidad de los elementos verdaderamente
materiales de la misma, diferenciados en una inacabable secuencia. La
naturaleza lumínica resuelve cualquier recelo y pone límite a esta secuen-
cia al relacionar estas dos naturalezas. Aquí hay tres cosas —recopiló el
autor—. Una, que a la partícula antes de alcanzar la velocidad límite le
ocurre algo. Dos, que ese algo que le ocurre es un proceso en el que la
energía cinética cae a cero y como consecuencia la velocidad —y no al
revés—. Tres, que el resultado final, que es su importancia, se basa en la
conversión de dicha energía cinética en masa. Esa energía se constituiría
como una nueva energía de formación, la masa como una masa en repo-
so, y el proceso como el salto de un escalón y una aparente discontinuidad
energética fundamentada en el cambio de estado o fase que se repite cí-
clicamente, dando lugar a las generaciones que, dicho con toda intención,
se generan a partir de la primera. Esto no es otra cosa que una explicación
y justificación físico-matemática del modelo estándar.
—De todas formas, no comprendo a dónde nos lleva todo esto —inquirió
Beldad, después de la explicación—. Está claro que enlaza definitivamente
la física de partículas con la luz, que a tenor de las expresiones que nos has
enseñado se obtiene una primera expresión física de la masa y… todo lo
demás, pero a pesar de eso no sé a dónde quieres ir a parar.
Con estos puntos el autor había formado un universo, un sistema total, que
ellos no acababan de comprender.
—¿No lo entendéis? —dijo por fin, mirando a uno y a otro—. Normalmente
se habla de la función de onda asociada a la masa (llamada onda material)
como de una mera entidad matemática sobre la que se aplican las varie-
dades físicas en forma de operadores cuánticos, y en verdad ésta existe
asociada a la misma —a su energía cinética— como un grado de libertad
más. Aquí se demuestra —dijo elevando el tono— que la onda asociada a
la masa en reposo (cuya precursora es la onda amaterial), una vez plega-
da, es la masa misma y no hay otra cosa en la masa que no sea la onda.
No es difícil imaginar —continuó nostálgico— que el universo entero esté
formado por cuasi infinitas ondas que alcanzando la velocidad (de reposo)
correspondiente queden atrapadas unas con otras formando las partículas
elementales, y a partir de aquí la materia en su conjunto; como la cono-
cemos. No es difícil imaginar que el estado de generación cero se corres-
ponda a una onda con la masa definida en toda ella (que es propiamente
un estado amaterial), y que entre esta situación y el paquete de ondas
tratado podamos encontrar infinitos estados cuasi materiales de diferente
densidad; diferente amaterialidad, de los que los estados cuánticos son un
ejemplo. Y no es difícil imaginar, tampoco, que sean estos estados la ex-


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presión más plausible de las líneas de fuerza de los campos gravitatorios; y
el conjunto de las leyes, mera consecuencia. Tampoco sería difícil imaginar
que ése fuese en el principio de los tiempos el... ¿cómo le llamaban?... ¿el
caldo cósmico?, y que a partir de ahí se produjese la materialización de ele-
mentos, y que hasta entonces sólo fueran infinitos estados cuasi materiales.
Entes que respondiendo a otras leyes, a otra física…
—…no fueran objetos aplicables en ésta —le interrumpió Canto, emulando
a el Señor de los Espacios.
—Eso es —afirmó el autor, contento de ser comprendido—. Cuando se in-
tenta explicar la interacción de las partículas con las ondas, y, en definitiva,
la naturaleza de la luz misma se da un tratamiento corpuscular u ondula-
torio, según las necesidades. Así han pasado siglos, moviendo la balanza
según los acontecimientos dieran peso a unos u otros argumentos. Aquí
estamos demostrando que las ondas materiales tienen naturaleza ondu-
latoria hasta que por diversas circunstancias se pliegan en un paquete de
ondas y toman un carácter corpuscular. Vosotros sabéis que a los corpús-
culos luminosos se les llama fotones, pues bien, un fotón es toda onda
viajera que entrando en contacto con un paquete de ondas, esto es, con la
materia, se ve frenada a la velocidad del paquete, plegándose, por lo que
concentra toda la energía en una zona limitada del espacio: esta ubicación
es la que le da un carácter cuasi material, un carácter corpuscular. Esto es
un caso particular de lo que estamos hablando, un plegado providencial
que puede perpetuarse mediante la adhesión.
—Me parece todo fantástico pero, en cualquier caso, sigo sin comprender a
dónde nos lleva todo esto. Lo siento —se reafirmó Beldad.
—¿No lo entendéis? ¿No lo entendéis?
Y mientras lo decía daba pequeños golpes en la pasta del libro que todo
el tiempo sostuvo entre las manos y que había servido de soporte para las
explicaciones. Allí pudieron leer lo que parecía ser el título de algo más
general: «Teoría del elemento único». Ahora sí habían comprendido. Esto
delataban sus caras. Ella misma había caído en la cuenta de que entre las
consecuencias de todas las consideraciones hechas estaba la unificación de
las partículas elementales y, ahora, más concretamente, la constitución de
ellas como una única cosa. Por sus mentes pasó la idea del arché que tan
felizmente proclamaban los filósofos del camino. Ocurría muchas veces que
de la ignorancia o del saber ancestral nace una idea elemental, y que tras
pasar por todos los estadios del conocimiento lo que más se aproxima a
la realidad, o es la realidad misma, es aquella idea elemental. El autor no
quiso entregarse a ella con todo el énfasis que merecía pues le quedaban


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todavía —y así se evidenciaría— un motón de cuestiones previas que abor-
dar. Lo suyo sólo fue una referencia necesaria.
—En cierto sentido en el escenario que has dibujado la masa está constitui-
da desde fuera hacia dentro —apuntó Canto.
—Es cierto, pero dicho con todas las reservas, pues para hablar de dentro
hacia afuera o de afuera a dentro tendríamos que tener una disposición
espacial previa a la constitución de la materia y no es el caso pues estamos
diciendo que la masa es el plegado de una onda o la formación de un pa-
quete de ondas y que esta constitución es la que le da el carácter material
a la misma, pero decimos algo más, decimos que este plegado es el que le
da el carácter espacial. Dicho de otro modo, la materia —corpúsculo ma-
terial mínimo— es una singularidad en una onda de la misma manera que
el fotón es una singularidad en la onda electromagnética: el espacio surge
cuando ponemos algo y sin ese algo no hay espacio. Más que desde fuera
hacia dentro tendríamos que decir desde la existencia a la existencia en
un lugar. Éste es en realidad, a efectos físicos e históricos, como ya hemos
mencionado, el caso del Big-Bang; con él se creo el espacio. En efecto, se
produjo la materialización de los elementos en el caldo cósmico que no
era otra cosa que la creación de singularidades en el mismo y, por tanto, la
ubicación dimensional.
Beldad y Canto se acordaron de las palabras de el Señor de los Espacios. Él
les dijo que la importancia de que las cosas estén está en que, por estar,
están en un sitio.
—Comprender esto, por tanto, presenta un escollo —continuó el autor—.
En el proceso de materialización, la partícula sólo está material y espacial-
mente definida a partir del reposo (v=0). La situación anterior al mismo [-C,
0[ es un estado inicial ([-C) o transitorio (y en consecuencia inexistente) o
cuántico, es decir, de una estabilidad adquirida mediante la incorporación
de unas determinadas condiciones de contorno y/o potenciales. Mientras
que los estados cuánticos son los que caracterizan el tránsito de la amateria-
lidad (inespacilalidad) a la materialidad el estado inicial es propiamente el
germen o esencia de dicha amaterialidad y el origen de cualquier proceso.
—El escollo surge cuando tratamos de averiguar dónde se produce ese ple-
gado, si no existe espacio previo —advirtió Canto.
—En efecto.
El autor realizó un alto para formular convenientemente el quid de la
cuestión.




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—Como tal queda explicado que se produce en el intervalo [–C, 0[, pero,
dado que dicho intervalo es inespacial, la cuestión no está resuelta. Esto
nos lleva a establecer que como consecuencia de un fenómeno se produce
una situación física y que en esta situación podemos explicar el fenómeno,
pero que ese mismo fenómeno, que como tal existe, tiene una explicación
física diferente en el entorno físico previo. Y, naturalmente —dijo por fin—,
antes de esto, a caracterizar ese espacio físico previo.
—Nosotros podemos hablar de las moléculas de agua antes y después de
congelarse porque podemos vivir las dos realidades y las podemos vivir a la
vez, pero no podemos hacer lo mismo con la existencia-no existencia de es-
pacio —se explicó Beldad, tratando de comprender lo que allí se hablaba.
—Este fenómeno hace, en efecto, que la realidad que percibo sea diferente
tras él y que, en principio, sólo hable de esa realidad.
—¿En principio? Entonces, ¿podemos saber algo de la situación anterior a la
creación de ese espacio? —preguntó Beldad, verdaderamente interesada.
—En realidad sí. Una consecuencia de la relatividad es la dilatación de tiem-
pos y la contracción de longitudes. Esto se manifiesta de forma más notoria
para velocidades cercanas a la de la luz y, naturalmente, la física se plantea
qué ocurre, en este caso, con los objetos. La física se plantea cómo viven
los sucesos (que nosotros vivimos) estos objetos que se aproximan a un va-
lor de esta velocidad —digamos del 99% de ella—. Y esto lo hace porque
está amparada por la posibilidad teórica y real, y no lo hace por la razón
contraria para objetos de nuestro sistema que alcancen la propia velocidad
de la luz pues se haría necesaria —lo da la teoría— una energía infinita
para que este caso se pudiera dar; y, por tanto, no se puede dar. Nosotros
sabemos que para un muón, por ejemplo y sin ánimo de ser rigurosos con
las cantidades, a una velocidad equivalente al 99,5% la velocidad C de la
luz, 20 de nuestros segundos serían 2 segundos en su tiempo —tiempo
llamado propio—. Esto se llama dilatación del tiempo porque, dicho en
Román paladín, cada uno de esos 2 segundos es tan grande como 10 de los
nuestros, fenómeno que viene asociado a un acortamiento proporcional en
la distancia, denominado contracción de longitudes, y a un valor particular
de ésta —longitud propia—.
El autor realizó unos pequeños cálculos y continuó, enlazando nuevamente
con su tesis principal.
—A la velocidad 939,975%, 20 de nuestros segundos serían 1, a la veloci-
dad de 99,99995%, 20 segundos serían 0,001 y así sucesivamente. Para el
límite teórico de la velocidad C de la luz estos 20 segundos representarían
0 segundos, pero igualmente, como consecuencia de la indeterminación


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matemática que se produce, 1000000000 segundos serían 0 segundos y,
en resumen, cualquier tiempo es un tiempo nulo o, dicho de otra manera,
su tiempo propio es siempre cero, sea cual sea el tiempo que queramos
considerar en nuestro sistema. Nosotros dijimos que este caso no se podía
dar para ningún cuerpo material porque para llevarlo hasta esa velocidad
se requeriría una energía infinita, pero nada impide alcanzarla a todo tipo
de corpúsculos inmateriales como el fotón; que de hecho la tiene. Nos po-
demos preguntar, por tanto, —para empezar— cómo vive el fotón de luz
los sucesos. Se podría decir que, aunque no haya sido la fuente de nuestro
debate, toda la cuestión física se podría plantear con esa pregunta, que
naturalmente tendremos que delimitar: ¿Cómo nos ve la luz?; o, dicho de
otra forma, ¿qué somos para la luz? La pregunta, puesto que el sistema de
la luz es el inicialmente distinto y diferenciado, es coherente. Es coherente y
natural que, al encontrarnos con una barrera, un límite o limitación conoci-
da, nos preguntemos cómo se ven las cosas desde el otro lado de la misma.
Es natural pues no sabemos si, además de ofrecernos algún tipo de hecho
diferencial cuantitativo, nos oculta (y revelará) algún otro de carácter cuali-
tativo y aspectos de su naturaleza ajenos a cualquier otra. La respuesta ha
sido ya expresada: para un fotón cualquier tiempo es un tiempo inexistente
o, dicho de otra manera, vive en un eterno presente. Idéntico comentario
se puede realizar respecto del espacio pues cualquier distancia para dicho
fotón es una distancia nula.
—Pero si para él el espacio es nulo, ¿dónde desarrolla su velocidad?
—Nuestro universo parece un universo inabarcable, pero creedme que si
tuviera el tamaño de la cabeza de un alfiler todo lo que existe en él cabría
en ella pues las dimensiones de las cosas no dejan de ser una relación de ta-
maños, y si en el universo nosotros somos algo más pequeño que él en una
relación exponencial de mil negativo, en ese alfiler sólo tendríamos que ser
algo más pequeño que el mismo en la misma relación. Esto es una visión
más prosaica de la relatividad del espacio que, sin embargo, nos ayuda a
comprender que aquello que consideramos absoluto no lo es y pierde su
identidad en primera instancia por una cuestión de proporcionalidad. Esa
proporcionalidad en la relatividad que nos ocupa, la derivada del tiempo,
es violada en un punto. Estamos diciendo, pues, que existe un sistema físico
para el que todo el espacio está concentrado en un punto adimensional y
todo el tiempo en un instante atemporal. Ese sistema, propiamente dicho,
es el de la luz. Sólo el sistema de la luz tiene esta característica y por esto
nos parece inalcanzable. Pero en realidad el sistema de la luz, para él mis-
mo, no tiene sensación de estar corriendo en alguna parte o de alguna
parte a alguna otra porque para tener esa sensación de velocidad hay que


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recorrer un espacio y hacerlo en algún tiempo; y ninguna de esas dos cosas
se da. En realidad la luz ni recorre ni está, es que... Es mejor que antes ha-
gamos otras consideraciones —concluyó dando término a su alocución.
Todos se miraron satisfechos y disfrutaron de una merecida pausa. Hasta
ese momento habían destacado en su desarrollo el carácter originariamen-
te lumínico de la materia y la existencia de un único componente en la
misma, derivada de la Teoría del elemento único, y el carácter atemporal y
adimensional del sistema de la luz, derivado de la Teoría de la relatividad,
desarrollados como Principios de materialidad y relatividad. De esta forma,
desde la aceptación del mundo como realidad, se había llegado a la conclu-
sión de otra realidad como precursora, la onda amaterial, que no gozaba
del carácter espacio-temporal de la primera y se revelaba como realidad
primigenia adimensional.
—Como dije —continuó, contento de haber dado término, aunque provi-
sionalmente, a esa parte—, el conocimiento filosófico es divergente y trata
de contemplar todas las posibilidades. La ciencia es convergente se queda
con los hechos que derivan lógicamente de su conocimiento, a los que le
aplica un método constructivo. La filosofía necesita de conocimientos con-
vergentes de la ciencia para poder abrirse en abanico desde puntos concre-
tos y no ser una especulación sin fin. La filosofía tiene que echar mano de
la física, del estudio de lo invisible y diminuto para desvelar la esencia de
las cosas. Pero esa esencia es, más que nada, una unidad analógica aristo-
télica que, como hemos referido ya, se ve dramáticamente minada por el
idealismo al establecer que, cuando menos, existe un ente cuya substancia
no participa de esta analogía. No obstante, para el idealismo el problema
es aún más agudo puesto que si no se puede salir de la existencia del yo a la
del mundo, o si el mundo, como cosa separada, no puede trascender, nada
se puede decir de la existencia de ese mundo. La cuestión se complica si, de
acuerdo con Hume, consideramos que en verdad lo único cierto es la exis-
tencia de percepciones y pensamientos pero no la de un yo que vaya más
allá de la suma psicológica de éstos. La problemática no termina aquí por-
que las ideas de Platón, junto con las matemáticas, hay que encuadrarlas
en este sistema, es decir, que, si bien podríamos caracterizar las substancias
—pensamiento y cosa—, también tendríamos que encuadrar en este siste-
ma la cosa pensada convenientemente. Vemos, por tanto, que la demanda
filosófica es anterior y más fundamental que la física puesto que a pesar de
que podemos decir de qué es la cosa somos incapaces de determinar si la
cosa es, esto es, si eso de lo que es, es.
—Que es su debate primordial —apuntó Beldad.



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—En efecto. Podemos notar que la filosofía, toda, gira sobre estos tres ejes:
mundo, yo y la cosa pensada, y sobre el carácter real, irreal o ideado de
los mismos; caracterizando los diferente modelos filosóficos. Uno de ellos
fue el de Husserl. Husserl atajó el problema del conocimiento trascendente
restringiendo nuestro conocimiento de las cosas a lo inmanente, esto es, a
lo que nos es propio, y lo que nos es propio no sólo somos nosotros sino
nuestra vivencia de las cosas, lo que nos ocurre. En resumen, lo que hizo fue
extender el yo a esa parte de la impresión que pertenece al yo, como con-
secuencia de que si bien es cierto que no puedo asegurar que, por ejemplo,
esté esta roca, sí que lo es mi ver la roca; quedándonos en la esfera del
fenómeno. Sobre estos objetos establece una reducción fenomenológica
(fenomenología) y llega a los objetos ideales. Los objetos ideales de Husserl
son una extensión de los objetos matemáticos o, en sentido inverso, los
matemáticos una concreción —o caso particular— de los objetos ideales
(con tan sólo un giro —idea objeto/objeto idea—, obtenemos una mejor
concreción y, además aprensible, de lo que sin duda Platón hubiese queri-
do definir); en consecuencia las consideraciones hechas para aquéllos son
válidas para éstos, es decir, que se rigen por los mismos principios de atem-
poralidad, coexistencia y ubicuidad y, en definitiva, por una imposibilidad
de concretarse dimensionalmente. La fenomenología podemos interpre-
tarla como la aplicación de la dialéctica (toda filosofía lo es) al empirismo
de Hume, esto es, el intento de superar el argumentario empirista por el
cual lo verdaderamente insoslayable son la impresiones, quedando la ideas
como resultado de aquéllas y el yo como suma psicológica de éstas. Supe-
rarlo supone aceptar, incluir y reconocer esa parte del mundo presente,
idealizándolo mediante la supresión de los elementos espacio-temporales
(reducción fenomenológica) que no sólo eliminan ese carácter de la percep-
ción como tal sino a lo percibido y al perceptor; liberando al mismo de los
aspectos psicológicos. La fenomenología no es un tratamiento total porque
restringe la impresión a lo que me importa, esto es, a lo que yo soy capaz
de percibir de ella, integrando en mí —y eso es vivencia— aquello que ocu-
rre en el mundo (en el supuesto mundo) que además me ocurre a mí, pero
no dice nada de lo no percibido, de lo que no me repercute, es decir, que
sigue habiendo una parte del mundo de la que no puedo dar cuenta. Por
otro lado, de la que puedo dar cuenta, una vez, sustraída al mundo y redu-
cida fenomenológicamente tampoco puedo decir que pertenezca a él (de
hecho no sabe situar los objetos ideales). Este modelo no sólo no supera el
problema idealista sino que se convierte en un eslabón más de esta proble-
mática. Nosotros nos serviremos de unas acotaciones precisas efectuadas
por Kant para abordarla:



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El idealismo (me refiero al material) es la teoría que declara que la exis-
tencia de los objetos en el espacio fuera de nosotros es o meramente du-
dosa e indemostrable o falsa e imposible. El primero es el problemático de
Descartes, que declaró indudable sólo una afirmación empírica (assertio) a
saber: «yo soy». El segundo es el dogmático de Berkeley quién declara que
el espacio, con todas las cosas a las cuales está adherido, como condición
indispensable, es algo imposible en sí y por ende que las cosas en el espacio
son meras imaginaciones.
—El idealismo problemático —continuó el autor—, tal como se ha referido,
no dice que todo sea pensamiento sino que, asumiendo que está el pensa-
miento —la cogitatio— como realidad, no se puede demostrar que el resto
de la realidad, no sea sino pensamiento —cosa pensada o realidad idea-
da—, es decir, no puede salir de ese pensamiento al mundo y demostrar
las cosas del mundo: trascender, alcanzar conocimiento trascendente. Por
tanto, tenemos dos claves:
1ª Sobre el yo la idea y la realidad ideada coinciden ontológicamente (no
transito entre una y otra) La idea de mi propio yo es ya mi propio yo (no
por lo mentado sino por el mentar mismo) Sujeto y objeto coinciden. No se
puede pensar el yo sino existiendo-no puede existir el yo sino pensando.
2ª Para el resto de las cosas tenemos que lo que inmediatamente tenemos
no es la existencia de la cosa ideada o representada sino la existencia de
su idea.
Esto se entenderá bien. En primer lugar, para decidir si las cosas que veo en
lo que llamamos mundo son reales o no son reales tengo que definir de qué
tipo de cosas estoy hablando porque, en realidad, yo mismo, las cosas del
mundo, soy capaz de verlas de muy diferente manera. Así, soy capaz de ver
una roca, soy capaz de ver moléculas interactuando y sometidas a fuerzas
de repulsión y de atracción, y soy capaz de ver átomos como constituyentes
de esas moléculas; y así sucesivamente. En el mismo sentido, pues, queda
claro que cuando debato sobre si los objetos que veo son reales, o no lo
son, no me estoy refiriendo —no puedo referirme— a una roca o a un ár-
bol pues vistos éstos desde el interior está claro que son cosas diferentes
a lo que a mí se me presenta o representa, es decir, que se presenta para
ese interior como un sinnúmero de objetos espaciados en un universo. El
planteamiento efectuado hasta ahora es idéntico tanto si se trata de una
realidad como si es una ideación porque no estoy analizando ni la cosa ni la
idea sino —como ya dijimos— mi ver la cosa que es incuestionable. Con es-
ta posibilidad y el planteamiento inicial alcanzo a pensar que las diferentes
formas de ver dependen de mi perspectiva espacial, de mi forma de mirar
la cosa —lo que veo, lo visto— o de la distancia a las que la miro, pues si la

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miro a una distancia suficiente, desde un afuera, la veo como una roca, y
si la veo desde un punto interior, la veo como moléculas y átomos o como
cualesquiera otros tipos de objetos distantes o diferenciados. De este aná-
lisis sí puedo concluir, en primera instancia, que, tanto si el objeto es real
como si lo estoy pensando o es producto de mi imaginación, ese objeto
deja de representárseme como un objeto y se presenta como una configu-
ración idéntica (cada vez más idéntica hasta llegar a un único constituyente
—átomo, quark, onda— cada vez más elemental) para todos los objetos,
con lo que las cosas —concluyo— son una única cosa (un elemento único,
dicho de forma genérica) o yo imagino que están hecha de una única cosa.
Es decir, que cuando menos mi pensamiento es capaz de advertir que si lo
que veo es realidad por lo menos es una realidad que está hecha de una
única cosa y que a partir de esa única cosa soy capaz de construir las otras o
las ideas que representan las otras. Dicho de otra forma, puesto que tengo
que ver la constitución de la realidad, y ésta es básicamente materia, tendré
que ver la constitución de la misma en su forma real más elemental o en
la más elemental que sea capaz de pensar: si una parte de algo se me pre-
senta como real, tendré que todo lo que construya con ese algo será real.
Pero la cuestión no es si lo que vemos, nuestro mundo, es una construcción
de la mente puesto que, aun considerando presupuestos materialistas (en
virtud de la diferentes concepciones posibles de la realidad que acabamos
de explicar), está claro que es así, la cuestión es, por tanto, si esa realidad
está construida originariamente con elementos de la propia mente u otros
ajenos a ella. Para ello, tendremos que saber con qué parámetros de la
realidad vemos la parte más minúscula de materia que seamos capaces de
advertir, en este caso, de la onda constituyente de todo el universo o, yen-
do aún más lejos en nuestro intento de universalizar nuestra mirada, no
diríamos ni siquiera, como percepción distinta, cómo lo vería otro ser vivo
sino cómo lo vería otro objeto. En este caso, tendríamos que preguntarnos
por cómo o con qué parámetros de la realidad ve una de estas ondas a las
otras. Con las respuestas nos damos cuenta de que en realidad el mecanis-
mo de «visualización» de unas ondas o elementos básicos constituyentes
a otras es el mismo que utiliza los objetos grandes o cosas propiamente
dichas respecto al resto de las cosas, esto es, mediante las leyes de la física
que los relaciona. Es decir, que más allá de la percepción está la interacción
como fundamento de la realidad.
—Entonces está claro, ¿no? —preguntó Beldad, creyendo concluida la
cuestión.
—Si bien es cierto que este argumento no es desechable y, como ya vere-
mos, en algún punto necesario, no es suficiente porque toda la percepción,


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incluida la percepción de la interacción, no deja de ser mi percepción, es
decir, que mi ver la cosa no deja de ser mi ver (mi sentir, etc.) por lo que
tampoco puedo concluir que exista la cosa vista. Incluso mi cuerpo puede
ser una invención mía y el comportamiento entre uno y otro, otra con-
secuencia de mis dos invenciones. El que yo pueda hacer juicios sobre las
cosas, y obtenga un conocimiento de ellas, no me asegura que existan ta-
les cosas porque la universalidad se la da, en efecto, que se comporte de
acuerdo a unas leyes, pero, puesto a ser todo un producto de mi mente,
mi mente también podría imaginarse un comportamiento que respondiera
a esas leyes. Es decir, que, en principio, ni siquiera por el comportamiento
de los objetos elementales ni por la concreción física de los mismos puedo
asegurar su existencia. En consecuencia necesitamos otro criterio de distin-
ción. La cuestión, por tanto, es saber si existe algo ajeno o, por oposición,
demostrar que es imposible que yo piense cosas y me coloque en medio de
ellas ignorante de este hecho.
—Pero todos pensamos ante las cosas que vemos de una forma que se
puede explicar mediante las mismas leyes como puestas en común acuerdo
—comentó Canto pretendiendo salvar la cuestión.
—O que en realidad yo pienso, igualmente, que los demás están de acuerdo
conmigo (y pienso, porque puedo, que algunas veces están en desacuerdo)
y, por tanto, que ellos no piensan sino que los pienso yo, es decir, que no
son: en definitiva, que sería yo sólo en un universo imaginado a mi forma
y necesidades, esto es, una simple ensoñación o como un Dios; aunque un
Dios pobre pues no puede dominar ni al universo, ni a los otros pensados
por mí, ni a mí mismo en mi pensar. Como dije, como un Dios ignorante de
la situación espacio-temporal en la que él mismo se ha puesto. Me supongo
(puesto que este caso ni estáis para suponerme ni os puedo suponer como
a mí) un Dios con amnesia... Como dijimos el idealismo problemático eleva
el problema de la certidumbre de lo existente al problema más hondo del
conocimiento —ya planteado en la comunicación de la dos substancias—,
es decir, de cómo lo existente puede trascender y ser fuente de conocimien-
to si no existe esa comunicación, pero esto pasa por la correcta caracteriza-
ción de las mismas en un plano distinto de la percepción.
Como consecuencia, el autor trató el problema del conocimiento largamen-
te3 centrándose en primer lugar, como cuestión previa y fundamental, en
demostrar que el espacio y el tiempo no son formas puras a priori de la sen-
sibilidad para establecer un criterio de espacio-temporalidad. Cuando hubo
acabado resumió los puntos esenciales establecidos en su discurso.
  3 A partir de aquí se puede ir a «La cosa per se », y luego volver a lectura o seguir tal
cual obviando esta nota.


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—Nosotros descubrimos la cosa en su forma más genuina y primigenia y
ahora, tal como acabamos de mostrar, ya no sólo podemos decir de qué es
la cosa sino que es, y que eso que es, es necesariamente diferente a la cosa
pensada, y es diferente porque responde a diferentes criterios de espacio-
temporalidad. En este sentido, lo mismo que partiendo del mundo (espa-
cio-temporal) tengo que aceptar por los criterios físicos de materialidad y
relatividad la existencia de un sistema adimensional (no espacio-temporal)
—y entre uno y otro un sistema de multidimensionalidad formal— igual-
mente, por los mismos criterios, partiendo de la legalidad de la mente ten-
go que aceptar la del mundo porque la espacio-temporalidad que percibo
cuando me pienso en medio de cosas pensadas, sustentada por la adimen-
sionalidad del cognoscente, es de características diferentes a la que me vie-
ne dada a través de las cosas —sobre las que trato de evaluar su realidad—.
No siendo el espacio-tiempo formas puras a priori de la sensibilidad, noso-
tros no podemos ponerlas en el acto de conocer. En primer lugar no puedo
alcanzar la idea de tiempo sin que algo cambie (en las cosas o en el conoci-
miento que tengo de ellas), si el pensamiento fuera la única fuente del co-
nocimiento tendríamos que el mismo es primero ignorante y luego sabedor
sin intervención externa, tampoco puedo alcanzar la idea de coexistencia
espacial imposible (que a su vez deriva de la idea de materialidad, que
a su vez deriva de la dimensionalidad fijada por la espacio-temporalidad)
en mi idea de espacialidad. Pero incluso si por algún sistema desconocido
fuésemos capaces de alcanzar dicha idea al margen de la realidad (en las
ensoñaciones se hace pero tenemos la realidad como referencia) tenemos
mecanismos para diferenciarla. En este caso, la sucesión ordenada e inelu-
dible de estados, junto a la perspectiva existencial, es la que nos da idea de
realidad ajena, en contraposición a una pensada. La perspectiva existencial
es consecuencia de una definición apropiada del espacio: espacio no es un
lugar donde estoy sino un lugar donde soy, en consecuencia, mi espacio es
donde yo soy, y yo sólo soy en mí, en el resto, donde yo no soy, no existo
sino que con ello coexisto. Con esto puedo distinguir que yo no existo en
todo lo que hay, que es una forma de pensarme (si queremos decirlo así)
radicalmente distinta de la que el cognoscente tiene de su existencia (yo
soy totalmente en el universo que yo soy; que soy yo) y que sólo coyuntural-
mente puede abandonar para alcanzar una recreación espacio-temporal (y
perspectiva emulada) que carece de dicha ordenación temporal de la que,
contrariamente a lo que sucede en el sistema real, fácilmente puede esca-
par. Tanto por lo referido a la ordenación temporal ineludible (contigüidad
determinada) como por la forma particular del antes y el después de la
interacción, el Principio de causalidad se constituye como la condición de
la validez empírica de nuestras percepciones, puesto que sólo conocemos a


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posteriori cómo se va a desenvolver la relación causa-efecto (de forma más
general todo conocimiento derivado de la percepción es a posteriori). Es
decir, el hecho de que se dé siempre primero A y luego B, y que además yo
no pueda deducir B de A nos da que o bien obedece a una realidad distin-
ta (mundo frente a nuestro pensamiento) o a la misma separada por una
distinta, que nos daría, dicho sea de paso, una conexión lógica subyacente
entre A y B (por tener la misma naturaleza). En este sentido, ya dijimos que
el mundo matemático estructura al físico (a partir de la adimensionalidad
del sistema primigenio inicial) y éste mediante la impresión genera una
idea del mundo matemático original que subyace, siendo el fundamento
ontológico entre la conexión o comunicación (a través de la realidad del
mundo) entre las realidades multidimensionales de la cosa pensada y la de
la matemática formal que subyace a la física de los Principios, y entre ellos
el de causalidad, y más allá entre la no espacio-temporalidad de la mente
y la de la realidad primigenia adimensional; aunque de esto hablaremos
sobradamente.
—Yo deduzco de todo lo escuchado —intervino Canto— que tu tesis fun-
damental es que existe en la realidad una triada de estados: mundo real
tridimensional, espacio físico multidimensional y sistema primigenio adi-
mensional, que se corresponde con los objetos matemáticos, la matemática
formal multidimensional y la intuitiva adimensional, esto es, con la mate-
mática como caso particular de pensamiento, estableciendo una idéntica
conexión con éste mediante la adimensionalidad de la cosa pensante, la
multidimensionalidad de la pensada y… ¿Y qué más? —preguntó, perplejo.
—Y la tridimensionalidad de la realidad aparente de las ensoñaciones
—concluyó el autor mientras se sonreía—. Muy bien —dijo finalmente.
El autor no se agotó en esto, de inmediato continuó con la siguiente cues-
tión de su programa.
—De momento nos interesa establecer como demostrado que la cosa es (y
que es de acuerdo a como previamente, desde el principio de materialidad,
dijimos que era) para desde esa asunción poder proseguir nuestro desarro-
llo con argumentos físicos, una vez validados por los filosóficos, con total
libertad. Todos estos puntos no sólo aclaran las cuestiones pretendidas sino
que establecen un escenario necesario para el desarrollo de nuestras ideas.
Nosotros dijimos que existe esa otra situación física previa y que, como con-
secuencia de determinado suceso o fenómeno, se presenta la situación es-
pacio-temporal que conocemos, pero no hemos dicho en ningún momento
que la situación previa desaparezca o haya desaparecido para dar lugar a
la otra, muy al contrario, esta situación pervive o, dicho con más naturali-
dad, está porque para que una situación aparezca o desaparezca tiene que

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estar sujeta a la temporalidad y esto en este sistema previo no se da. Para
ese sistema previo, todo lo acaecido desde el principio de los tiempos hasta
ahora ha pasado en cero segundos, propiamente dicho, no ha pasado: está;
incluido en ese estar la situación previa a que acaeciera cosa alguna. Idénti-
co comentario a todo lo que ocurrirá desde ahora en adelante. En cuanto al
espacio, para ese sistema, todo lo que hay en el universo, todos lo miles de
millones de años luz de distancia, se queda reducido a una distancia nula,
esto, dicho de otra manera, quiere decir que no está. Vemos pues que en
la situación física previa las cosas están no por una situación espacial sino
por una atemporal. Ya tratamos lo que comportaba la adimensionalidad
del cognoscente, y de forma genérica la adimensionalidad. Estamos viendo
que todo aquello que tan lastimosamente planteamos como argumentario
de la existencia del mundo físico surge de forma natural, es decir, que toda
la idealidad —premisas y consecuencias— se pone de manifiesto no como
resultado de un debate filosófico sino físico, y, con ello, que si bien es ne-
cesario superar y obviar los presupuestos naturales (de esto se encarga la
filosofía) éstos alcanzan finalmente con todo rigor las mismas conclusiones.
La cuestión, por tanto, es que en la situación física anterior no se pueden
dar fenómenos ni sucesos porque todas las cosas están y...
—¿Cómo es esto posible, cómo se pueden superponer los estados que ve-
mos tan claramente diferenciados? —preguntó Canto, extrañado de las
consecuencias del planteamiento, casi incrédulo.
—En realidad, no verías esto tan extraño si hubieras comprendido con toda
profundidad la fenomenología de los sucesos y la esencia del tiempo, trata-
das con anterioridad. Pero si no lo comprendéis por la vía de la adimensio-
nalidad podemos intentarlo por la de la multidimensionalidad. La libertad
del ser de las cosas que tenemos en la adimensionalidad la podemos alcan-
zar mentalmente mediante la dimensionalidad infinita de las matemáticas
que, como dijimos, podemos entenderla como una formalización de dicha
adimensionalidad y sirve de soporte para modelos físicos que gocen de
dicha libertad. Esto quiere decir que lo que en un sistema de determina-
do número n de dimensiones se nos presenta como una restricción, en un
sistema de n+1 dimensiones no se nos aparece como tal porque hablar de
dimensiones es hablar de grados de libertad y en este último caso tenemos
uno más. En este sentido, y a título de ejemplo, sobre un cuadrado —de
dos dimensiones—, la altura, que nos permite formar un cubo —de tres
dimensiones—, supone un grado de libertad más frente a la situación pre-
via, y una forma de coexistencia —diferentes alturas— sobre ella. Esta idea
hace que la inclusión de la coordenada temporal, junto con la velocidad
de la luz, como una coordenada espacial más —formalizada en la métri-


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                                 LibrosEnRed
El elemento único



ca de Minkowski—, no sea una ideación sino una concreción de la misma
pues convierte el tiempo en otra forma de espacialidad que aniquila las
restricciones de coexistencia dada por las otras. Nos encontramos, por tan-
to —prosiguió—, que existen diferentes espacios físicos tridimensionales
—o estados— perceptibles, en correspondencia con una cuarta dimensión
que nos los hace actuales y tangibles. Cada estado se presenta como un
cosmos. Las tres coordenadas espaciales junto con la coordenada –Ct for-
man, físicamente hablando un cuadrivector, esto es, un vector del espacio
cuadrivectorial. Podemos reeditar el símil del túnel —que introdujimos en
nuestro estudio de la cosa per se, para demostrar cómo se llevaba a cabo
la simplificación de la percepción existencial a la temporal—, ahora con la
pretensión, entre otras, de comprender lo anterior. El caso era el de un va-
gón tridimensional que circula por un túnel oscuro a la velocidad de la luz.
Allí dijimos de otra forma lo que estamos diciendo aquí: que no existe un
mecanismo para determinar en qué punto coordenada espacial Ct nos en-
contramos (por esto simplificábamos de Ct a t, siendo además C=constante)
porque la misma tiene todos sus puntos indistinguibles (es oscuro) y tam-
poco tenemos percepción de movimiento respecto de sus puntos porque
moviéndose a la velocidad de la luz los sucesos que ocurren en el exterior
se presentan tan a la velocidad de la luz como los originados en el interior
del vagón. Ahora podemos entender que esa coordenada temporal que
conforma el cuadrivector, que de forma insospechada utilizamos para de-
terminar nuestra posición cuadrivectorial, es la onda, y ese desplazamiento
(de la partícula tridimensional) a la velocidad de la luz a través de un túnel
no es otro que el desplazamiento de la misma sobre la onda que la confor-
ma o, si queremos —teniendo en cuenta la Energía Dinámica de Fase vista
cuando hablamos de la esencia de las cosas materiales—, de la onda, aque-
lla que no estando constreñida representaba un grado de libertad más, a
través de la partícula.
Beldad y Canto habían comprendido con éstas últimas consideraciones el
sentido esencial de algunas de las afirmaciones que el autor había vertido
difusamente con anterioridad. Siguieron escuchando el relato de su amigo.
—La velocidad relativa pone en comunicación presentes diferentes y la ve-
locidad absoluta de la luz —liberada de la dimensionalidad espacial— los
pone en comunicación a todos. Ya lo dijimos, la luz —dado que su t=0 es
para cualquier tiempo— vive un eterno presente, consecuencia, por otra
parte, de que desde su sistema nuestra velocidad es nula puesto que ni pue-
de ser relativa —por simetría— ni la velocidad de ella misma (estaríamos en
su sistema). Esto último es una aparente paradoja que sólo se puede resol-
ver tomando en consideración lo que ya tomamos para el desarrollo físico,


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                                 LibrosEnRed
Rafael Cañete Mesa



esto es, la existencia de intervalos cíclicos para las velocidades y, por tanto,
la coincidencia del límite superior de uno (C) con el inferior del siguiente
(el reposo). Existe, por tanto, un sistema para el cual cualquier tiempo es
un tiempo nulo y cualesquiera dos acontecimientos son simultáneos. En un
análisis más profundo podemos descubrir que, tal como apuntabas tú, y yo
entonces quise velar —dijo dirigiéndose a Canto—, en él las cosas ni siquie-
ra se puede decir que estén porque en sentido estricto —tal como indica-
mos respecto de la adimensionalidad— no tienen un espacio donde estar
sino que son. Y puesto que son, son, y ya, una vez siendo, cuando las vea
cada uno de los sistemas relativos es otra historia. Si a esta idea de infinitud
espacial, que hemos asemejado a un cosmos, le acompañamos de la idea
de perpetuidad de todos los estados alcanzados o por alcanzar, es decir, la
concreción de todos los cosmos existentes, tendremos la idea de eternidad
que va más allá de la de intemporalidad.
El autor efectuó una larga pausa. Beldad y Canto no sabían si su intención
era que aquella sesión se diluyera en el olvido, pero al cabo continuó.
—Fijaos que precisamente partimos de un sistema absoluto y sobre él se in-
cluyen unos conceptos de relatividad (la relatividad de cuándo suceden las
cosas y la relatividad de dónde suceden las cosas). ¿Dónde está el futuro?,
¿dónde está el pasado? Ambos conceptos, obviamente, sólo tienen sentido
en esos sistemas relativos. Sólo en los sistemas relativos tiene sentido hablar
de tránsito de estados, entre un pasado y un futuro, al que nos referimos
como fenómeno o suceso causal. Ya dije que no existe el tiempo, existe el
tránsito entre estados de forma ordenada que, por un lado, nos da una
idea de realidad, pues este tránsito es irrevocable y, por otro —como co-
menté—, de envejecimiento, y con él de la línea del tiempo. Y sólo en esos
sistemas tiene sentido hablar de hechos que condicionan, de circunstancias,
pues en el sistema de lo absoluto sólo existe coexistencia de estados y, por
tanto, conocimiento.
—Si en el sistema de lo absoluto tenemos simplemente una coexistencia de
estados, ¿cómo se organizan éstos en el sistema de lo relativo? —preguntó
Beldad.
—Anteriormente Canto preguntó cómo se podían superponer los estados
que tan claramente veían diferenciados y ahora tú en realidad preguntas
por cómo se pueden diferenciar en el sistema de lo relativo los estados su-
perpuestos de lo absoluto. Muy bien. Tal como dije, tanto por lo referido
a la ordenación temporal ineludible (contigüidad determinada) como por
la forma particular del antes y el después de la interacción, el Principio de
causalidad se constituye como la condición de la validez empírica de las



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El elemento único



percepciones y, en consecuencia, la forma de relacionarse los estados toda
vez que éstos se nos presentan porque somos ignorantes de ellos.
El autor se paró en este punto, sabía que se dejaba algo atrás. El Principio
de causalidad era el fundamento de la existencia de ese sistema relativo y
de la realidad ineludible de la existencia del mismo, pero estaba sin deter-
minar el fundamento del Principio. Era necesario cerrar el círculo4. Cuando
concluyó hizo una semblanza de su intervención.
—Hemos dicho que la ley física nos habla de un comportamiento homo-
géneo y parejo de la colectividad del ente físico (resumida en él) hasta el
punto de poder considerarlo a todos los efectos como una individualidad.
Cada uno de los elementos constituyentes se ve afectado por la misma
causa que el ente físico, hasta allí donde esa forma de afectarse tenga sen-
tido. En línea con esto, como ya hemos referido, si empujo una pastilla de
mantequilla que se desplaza y deforma, el parámetro deformación pierde
sentido una vez que llego al nivel molecular —puesto que es una reubi-
cación de moléculas—, y más aún al atómico, mientras que el parámetro
movimiento o cantidad de movimiento sigue teniendo sentido en éstos.
Todas las características, por tanto, pierden su sentido a medida que nos
introducimos en una constitución más elemental (es por este mismo hecho
por el que tampoco podemos hacer una defensa a ultranza y universal del
Principio pues como ya hemos dicho sólo es aplicable allí donde existe un
antes y un después y, como sabemos, al menos existe un sistema en el que
esto no se da) salvo aquéllas que son inherentes a dicha constitución —del
propio elemento constitutivo— que son las que dan lugar o se ponen en
juego en las modificaciones elementales. En consecuencia siempre hay un
plano de entendimiento y de construcción física para el que tal parámetro
físico pierde validez y obedece internamente a otra característica o pecu-
liaridad diferente. De aquí, si os acordáis, sacábamos dos conclusiones: que
obedece a otra peculiaridad diferente y, propiamente dicho, que obedece,
es decir, que aunque la transformación física subyacente tenga un sentido
bien diferente al que se nos pone de manifiesto en la observación, ésta
existe, y existe hasta llegar al nivel de máxima simplicidad en el que sólo
puede tener lugar modificaciones elementales y discretas. Son estas modi-
ficaciones las que se trasmiten desde lo más grande —el ente físico— a lo
más pequeño (la onda o unidad elemental) y nos garantizan, a través de
las condiciones irreductibles, el fundamento lógico del Principio de causa-
lidad. Estas condiciones irreductibles se materializan, desde un punto de
vista físico en la reducción de toda operación a la operación de asociación.
Las ondas sólo responden a la operación determinada por la asociación del
  4 A partir de aquí se puede ir a «Sobre causalidad y argumentos de indeterminación»,
y luego volver a lectura o seguir tal cual obviando esta nota.


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  • 1.
  • 2. El elemento único (desde la irrealidad de lo tangible hasta la realidad física de lo intangible) Fragmento obsequio Rafael Cañete Mesa Colección Filosofía y Teoría Social www.librosenred.com
  • 3. Dirección General: Marcelo Perazolo Dirección de Contenidos: Ivana Basset Diseño de cubierta: Daniela Ferrán Imagen de cubierta: Rafael Cañete Mesa Diagramación de interiores: Guillermo W. Alegre Está prohibida la reproducción total o parcial de este libro, su tratamiento informático, la transmisión de cualquier forma o de cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, registro u otros métodos, sin el permiso previo escrito de los titulares del Copyright. Primera edición en español en versión digital © LibrosEnRed, 2009 Una marca registrada de Amertown International S.A. Para encargar más copias de este libro o conocer otros libros de esta colección visite www.librosenred.com
  • 4. Índice Prólogo 5 Capítulo tercero 9 Separatas 55 Fundamento estructural del modelo estándar y de la materia elemental (esencia de las cosas materiales) 56 Introducción 56 Discusión 58 Algunas consideraciones: 64 El modelo estándar 68 Resto de partículas: generalización 71 Relatividad 77 Conclusión 79 Anexo 80 La cosa per se 86 Sobre el espacio y el tiempo 86 Sobre la adimensionalidad y la multidimensionalidad de las cosas 99 Acerca del autor 112 Editorial LibrosEnRed 113
  • 5. Prólogo La ciencia y la espiritualidad se presentan como disciplinas, expresiones o anhelos del alma irreconciliables. ¿Cuál es el problema? El problema radi- ca en que la metafísica, tal como expuso Kant, no puede ser ciencia (no existen los juicios sintéticos a priori en la metafísica dice él) y no se pue- de, por tanto, tener conocimiento (saber científico) del ser, del alma o de Dios (que expresado de otra forma se elevaría al problema más general del conocimiento o al de la imposibilidad de poder obtener un conocimiento trascendente). El problema radica en que la fuente de dicho conocimien- to, por parte de quien lo tiene o dice tenerlo, es el propio ser, por lo que queda desvinculado de nuestra realidad física y lo relega a una cuestión de creencia o de capacidad incontrastable. El problema, refundiendo los dos anteriores, radica en la imposibilidad de poder aplicar los conceptos de la metafísica a algún tipo de intuición (representación) bien porque ésta no existe o porque es interna. Parménides, en su poema, presentó las vías del conocimiento. En él dice que una vía es la vía noética del Ente (del ser, de lo que es), que acabamos de mostrar, en la que identifica ser con conocer. La otra vía o camino, llama- do Doxa, es el camino de la opinión, del ser con el no ser (de lo Ente con el no Ente), que no es otro que el camino de la realidad física que nos rodea o, por decirlo de otra manera, el camino de la vida. ¿Se puede encontrar, por tanto, una vía de conocimiento, una solución? La solución no siendo la de la primera vía, radicaría en la consecución del conocimiento por el camino de la percepción (Opinión) y del cambio, pero éste como hemos visto se encon- traría aparentemente invalidado por «La crítica de la razón pura» de Kant. El elemento único es un camino de conocimiento (desarrollado —como usualmente se hace— sobre la figura de un viaje como metáfora de la vida) que persigue mediante procedimientos físicos, y allí donde procede filosó- ficos, restaurar la posibilidad de alcanzar un conocimiento trascendente de una forma racional. El elemento único es un cuento sin aditivos (porque el verdadero enigma es el conocimiento) que mediante anexos (entre los que citamos: «La esencia de las cosas materiales», «La cosa per se», «Sobre cau- salidad y argumentos de indeterminación»), toma forma de ensayo cada 5 LibrosEnRed
  • 6. Rafael Cañete Mesa vez que se encuentra con alguna cuestión que precisa de un análisis más detallado para ser algo más que «un cuento». En este sentido, la obra está dirigida a quienes necesitan la realidad (y la irrealidad) estructurada o, dicho de otra manera, a quienes sólo entienden (y, por otra parte, a los que por lo menos entienden) los mecanismos dis- cursivos del conocimiento, si bien es cierto que las cuestiones principales son abordadas en el desarrollo general de una forma algo más liviana y menos rigurosa. La lectura detallada puede restringirse, si se quiere, a la del capítulo 3-I y sus anexos por ser aquí donde se trata el problema plan- teado, mientras que la otra se extiende al cuerpo principal de la obra, que pretende una comprensión suficiente de la problemática anterior para el tratamiento de otra problemática más general que es la problemática de la vida, es decir, que una vez superado el problema del conocimiento (y precisamente por haberlo superado) se aborda finalmente la problemática existencial desde una perspectiva que se ha ido esbozando a lo largo de toda ella. Estas separatas abordan cuestiones que precisan de la sutiliza del lengua- je, que en lo que nos ocupa viene arrastrada por la de los conceptos, que en ocasiones necesitan de un discurso específico y preciso que he tratado de endulzar y colorear, y de hacerlo comprensible paso a paso (que es lo que se le pediría a todo discurso) mediante el uso de matices pertinentes y aclaraciones o referencias on line, esto es, sobre la propia línea princi- pal, para que el lector sepa a qué me estoy refiriendo en todo momento (a riesgo de hacerlo poco fluido) sin tener que imaginar (como ocurre en otros textos) y decidir con ambigua determinación que lo hace a alguna de las frases precedentes, sobre todo cuando éstas implican alguna variedad de silogismo o de razonamiento lógico. Las mismas tratan de justificar, allí donde son llamadas, los argumentos expuestos en el cuerpo principal para que éstos puedan ser tomados como puntos de apoyo innegables, entre los que se encuentra aquellos argumentos que corrigen puntos de vista que por su asentamiento, pareciendo ciertos, desvirtúan un escenario real y necesario. Lo del establecimiento de estos puntos de apoyo como se puede comprender no es cuestión sin importancia y no en vano, por no tenerlos, la filosofía, —como refiere Ortega— parece haber estado —sin posibilidad de establecer un punto de ruptura o establecimiento mínimo— hablando siempre de lo mismo y siempre (todo se presta a segundas y terceras lectu- ras tanto en la forma como en el fondo) sin esa determinación. La Filosofía no tiene esos puntos de apoyo porque ha llegado a la conclu- sión de que su problema es anterior a cualquier problema y que, por tanto, tiene y debe prescindir de las ciencias naturales para su solución, pero si 6 LibrosEnRed
  • 7. El elemento único bien es cierto que es anterior ontológicamente no lo es gnoseológicamente (caso contrario invalidaría la vía de conocimiento elegida), y con esto que no tenemos por qué preguntarnos si «la cosa» es, necesariamente antes de preguntarnos de qué es «la cosa». La Física, por su parte, si bien no cesa de diseñar o perfeccionar sus marcos teóricos con los que poder interpretar, en realidad no interpreta, en reali- dad con esos marcos diseña una mera estructura fenomenológica (a fin de cuentas ese es el campo de la física), una construcción, pero no interpreta. La Física así se constituye como una construcción previsible (modelo) verte- brada por un formalismo matemático subyacente que si bien por un lado mecaniza sus posibilidades por otro las condiciona y limita. Todo físico sabe que cada modelo debe contener al anterior y explicar, como caso particular, la realidad física que éste explicaba. El modelo partiendo de unas premisas puede dar lugar a todo lo que se puede derivar de las mismas pero nada de lo que le queda anterior a ellas o, simplemente, fuera. Lo segundo (lo de fuera) es susceptible de ser integrado en un nuevo modelo o esquema pero lo anterior no porque lo anterior se constituye como un núcleo primigenio, inasociable; estableciéndose el conocimiento como un sistema de cáscaras concéntricas sobre el mismo. La Física ha renunciado sistemáticamente a incluir lo anterior en el esquema, es decir, ha renunciado a su comprensión y le ha llamado Principio. El Principio es algo de lo que se parte (como de los axiomas matemáticos), que se da, pero de lo que no se alcanza compren- sión. La Física ha renunciado a la comprensión de los Principios, que es su verdadero fundamento, y se ha quedado en lo fenomenológico. La Física se puede decir que no tiene ni idea, por ejemplo, de lo que es la masa, para ella, una vez más, la masa tiene un tratamiento fenomenológico: la masa es eso que relaciona fuerza con aceleración mediante la ley de Newton, la masa es eso que relaciona a la energía con la velocidad de la luz mediante la famosa fórmula de Einstein, pero, ¿qué es la masa? La Física supo decir poco de ella en sus orígenes (recordemos la substancia aristotélica) y menos aún en las últimas teorías donde se establece como un nivel energético de referencia. De la misma manera, respecto de la naturaleza ondulatoria, las propias teorías (principalmente de la relatividad), estableciendo un límite teórico de las variables lo ha hecho al conocimiento que podamos tener de ellas, al establecer dos sistemas físicos diferenciados, uno el sistema de lo relativo (el que acontece por debajo de la velocidad C y que puede tratar fenomenológicamente) y el sistema de la luz (de velocidad C) que se pre- senta por tanto desde el anterior como una singularidad o Principio. Con esto la Física estudia sistemas relativistas y, queriendo aproximarse más a ese límite —puesto que se corresponde con uno matemático—, estudia sis- temas ultrarelativistas, pero una vez más obedece a esquemas envolventes 7 LibrosEnRed
  • 8. Rafael Cañete Mesa que se olvidan del esquema anterior: del Principio. Es la ausencia de estos Principios, en lo referente a la materia y en lo referente a la luz, la que no ha permitido establecer una teoría que salve la dicotomía onda-corpúsculo de la materia. La cuestión es que mientras que para la Física y la Matemática la imposibi- lidad de explicar sus Principios no supone problema, y se puede desarrollar como una ciencia, para la Metafísica sí lo es porque estos Principios de la Física son los únicos que se pueden establecer como objetos para la Meta- física. Ésta es la verdadera piedra angular. El núcleo de la obra, persiguen este fin, obtener estos objetos de la metafísica a través de la física y de- sarrollarlos como tales. Este bloque plantea y resuelve el problema pero siendo el problema a resolver de tal entidad, los anexos no son, ni mucho menos, auxiliares, sino más bien necesarios y esenciales, esto es, con enti- dad propia, como esencial resulta ser el efectuar sobre el modelo estándar una descripción físico-matemática (entiendo —y por esto es modelo y no teoría— que la única) del fundamento estructural de dicho modelo para la ordenación de las partículas elementales y, yendo más allá, de la materia como tal (y más…), que, por otra parte, supere los tratamientos al uso (cor- pusculares u ondulatorios) de la misma. Se podrá entender su esencialidad para lo que nos ocupa si tenemos en cuenta que, como dijimos, el proble- ma planteado se eleva al problema más general del conocimiento o al de la imposibilidad de poder obtener un conocimiento trascendente y éste al de la comunicación de las dos substancias, conciencia y mundo, y éste, en primera instancia al de la certidumbre de su existencia. La tarea abor- dada conlleva, tal como se está mostrando, la comprensión de la realidad subyacente y ésta, como no puede ser de otra forma, la del espacio y el tiempo, lo que da lugar a un escenario tan manido, y estereotipado en las formas, como inevitable; aunque en este caso esencialmente diferente. Es- to se consigue en primer término superando el carácter apriorístico —y en consecuencia inabordable— de estos dos conceptos (ver «La cosa per se»), esto es, reintegrándole el carácter inherente y con él el fenomenológico, para establecer finalmente sobre los mismos un nuevo Principio de espacio- temporalidad que, como ocurriera con las velocidades (C frente a cualquier v), deriva del establecimiento de una singularidad, la adimensionalidad, frente a la multidimensionalidad, susceptible de ser aplicado como Criterio de espacio-temporalidad y con esto como test de realidad. 8 LibrosEnRed
  • 9. caPÍtulo tercero i. Todo estaba igual. Su pasillo primero, su pasillo postrero, los estantes tizna- dos, los libros avejentados, los ventanales, la luz penumbrosa, las mesas y los bancos. Resultaba curioso; tanto tiempo para acabar igual. ¿Igual? Sí, el escenario era el mismo, pero ellos eran otros. Era otro estado. Se sentaron en las posiciones que habitualmente tomaban. Se miraron. No compren- dían. Cada uno cruzó sus brazos a lo ancho de la mesa buscándose las ma- nos. Era reconfortante. Era como estar en casa. ¿Por qué estaban allí? No habían tenido mucho tiempo para ellos desde que partieron. Muchas veces, antaño, utilizaron la Biblioteca como lugar de recreo, de confidencias, de refugio. Ahora, en esa espera sin fin, encontraron el silencio para darse ternura con los ojos, en silencio, para expresarse el amor, la complicidad de historias pasadas, en silencio. ¿Cuánto no se podrían querer ya si cada segundo de la vida era canjeable por una existencia entera? Cada segun- do había tenido las pasiones, los sinsabores, la amargura, el amor de una existencia, y ahora, mirándose, se volcaban todos ellos en la mirada de un segundo. Cuando salieron del momento que se habían regalado, repararon en que no estaban solos. ¿Quién era? —¡Es Autor! —exclamaron los dos—. Es el autor —dijo Canto cayendo en la cuenta de que aquel antropónimo era de uso restringido—. Como tú lo eres de un libro... Canto, confusamente, se había visto obligado a explicarse y a tomar otro apelativo como solución más razonable. Su amigo de la Biblioteca estaba allí, de pie, esperando pacientemente en el extremo libre de la mesa. En cierto sentido, pasado el primer desconcierto, asumieron esta situación co- mo natural: si allí estaba la biblioteca al completo por qué no iba a estar el personaje, casi ocasional compañero de viaje, que al parecer tan a menudo la visitaba. —¿Estáis extrañados, verdad? Ya me imagino. Lleváis mucho camino an- dado y, sin embargo, parece que no habéis hecho nada más que empezar. Aprendisteis la carga y la importancia del mundo de la opinión, primero a 9 LibrosEnRed
  • 10. Rafael Cañete Mesa través de estos libros con sus infinitas y variopintas perspectivas; hasta el punto de dudar de su valor. Luego lo habéis sentido con los juicios contra- dictorios de los árboles, y con aquellos esclavizados; esclavos de sus con- vicciones o de su saber. Y ahora, diréis: «¡Otra vez los libros!» Pero esto es otra cosa. Hay libros a los que os debéis. ¿No pensaréis que, en verdad, se puede negar su valor? Y... además, no se puede buscar la verdad, lo único, lo infinito, lo oculto, y a la par desechar el saber que tenemos a la mano; demostrando con ello una única satisfacción y empeño: la de conocer lo que nadie conoce, ser el elegido —escenificaba— de la divinidad y el que por ella todo lo sabe; sin esfuerzo. Por eso también quiero que aprendáis esto, para que conozcáis lo tangible, la tierra antes que las estrellas, las mo- léculas antes que los átomos y... Pero contadme, ¿cómo lo habéis pasado? A veces se está mal, ¿verdad?, y triste; triste y sólo. —Sí que es verdad —afirmó rotundamente Beldad—. Al principio es la an- gustia de no saber qué objeto tiene la andadura ni si merece la pena. Lue- go, en el laberinto de la vida, se empieza sufriendo con las propias penas y se termina sufriendo con las ajenas. Menos mal que finalmente hay sen- timientos que reorganizan la estructura de las pasiones y las debilidades, y recomponen las almas rotas. —Aunque en ocasiones hemos contado con la orientación de la Dueña del Tiempo —apuntó Canto—, bueno, el Señor de los Espacios también nos dijo cosas. —¡Ah! ¿Entonces no habéis estado solos? —No. En ocasiones no hemos estado solos —repitió Canto. —¡Ah! Entonces, ¿no habéis estado solos? —volvió a repetir. —No, no hemos estado solos —repitió nuevamente. El autor miraba de uno a otro con una sonrisa picarona, y ellos lo miraban a él sin saber. También se miraban entre ellos sin comprender. Por fin Beldad dio un cogotazo a Canto mientras le decía: —«Os recordaré que no habéis estado solos. Os recordaré que no habéis estado solos —repitió». —Yo que sé —dijo Canto, como disculpándose—, yo que sé. Tú no te rías —le recriminó a ella bromeando—, que tú también has caído... Beldad, pasada la chirigota, y encogiéndose de hombros como si no fuera con ella, retomó la conversación. —Es cierto que la solución del enigma, más allá de la retórica, reside en la certeza del reencuentro, pero no lo es menos que algunas referencias llega- 10 LibrosEnRed
  • 11. El elemento único ron a nosotros por el camino de la casualidad —manifestó Beldad—. Todo este camino parece que ha estado sujeto a la suerte, a lo circunstancial; no digamos las vidas de la caverna. —En realidad no, en realidad no hay línea más recta que la de la mirada. Una palabra, un mensaje, que se lanza al aire, está a manos de la casualidad porque está en manos del viento, pero el viento va y viene. Antaño dije: «Bueno, yo estoy aquí, ¿no?». Ahora digo: «Bueno, yo estoy aquí, ¿no?». Yo voy y vengo pero siempre he estado aquí, y siempre en vuestra mirada. Ellos entendieron lo que quiso decir, el autor quiso decir que la línea más recta, y quizás la más corta es la que hay entre nosotros y nuestras inten- ciones. Después continuó. —¿Qué colores os gustan más? —dijo cambiando de tema abiertamente. —El rojo —dijo Beldad perpleja. —El verde —dijo Canto de igual forma. —Recorreréis la biblioteca, y tú —dijo señalando a Canto—, recogerás todos los libros cuyo lomo tome una viva luminiscencia verde, y tú, niña —dijo con tono cariñoso—, cogerás todos los que se iluminen de rojo. Es hora. Esos libros tienen luz propia: leed con la suave luz que emana de sus páginas. Recorrieron la biblioteca, como les indicó, recogiendo a su paso todos los li- bros que destacaban por su color entre la conocida oscuridad de los pasillos y estantes. Al cabo de un rato se encontraron con diversos volúmenes en las manos. El autor ya no estaba en su sitio. Se sentaron; comprobando que los textos de uno y otros se correspondían. Estaban numerados. El número uno reseñaba al de Filosofía, el dos a Física, el tres a Matemáticas, el cuatro a Música. Por supuesto cada materia con amplios tratados específicos, apén- dices y anexos que profundizaban muy especialmente en algunas materias. La Química y la Biología se trataban como apéndices de la Física, pues los procesos químicos se consideraban como extensiones de los físicos y los biológicos como extensiones de los químicos. Tenían en que entretenerse y tiempo para hacerlo, por lo que empezaron sin demora, no sin antes lan- zarse una última sonrisa. —Se me ha pasado una cuestión —confesó Canto, mientras abría el primer tomo. —¿Qué cosa? —preguntó Beldad intrigada. —Acuérdate. Quería saber de qué libro es autor. 11 LibrosEnRed
  • 12. Rafael Cañete Mesa Beldad asintió con la cabeza —mientras que abría igualmente el primer volumen—; ya se acordó de aquella cuestión añeja. Comenzaron el estu- dio. Sólo se permitían unas palabras de descanso y relajación, otras veces un sueño y un alimento cada vez que concluían un tema. Algunas veces comentaba algún dato curioso o explicaban algún punto oscuro. De esta forma un libro tras otro. Parecían dos colegiales en los exámenes finales, dos moradores de la madrugada. De vez en cuando crujía la madera de los bancos, con un sonido seco y limpio, y se estremecían ellos con la sensibi- lidad exacerbada por la quietud y el silencio. Estuvieron bastante tiempo; pero pasó. Parecía no llegar el momento; pero llegó. Su amigo estaba nue- vamente en la sala. Esta vez en un banco de atrás. Ellos, con la atención de- positada en la lectura y la penumbra reinante, no se percataron. Ya cuando cerraron el último libro, y éste apagó su luz, se hizo dominante el espacio exterior. —Ya tenéis que saber más que yo —bromeó—. Los libros que escogí son muy didácticos: se trataba de aprender cosas, y no de poner barreras a la in- teligencia. El hombre desde la antigüedad se ha encontrado en el mundo y ha querido romper esas barreras, y saber la verdad de las cosas: ha querido conocer. ¿Qué hombre? —se preguntó—. Algún tipo de hombre. Natural- mente las preguntas aunque eran simples tenían una repuesta compleja o, más que compleja, imposible dado su nivel de conocimiento. Esto verda- deramente no ha cambiado demasiado con el paso de los años y mientras la antigüedad imaginaba los átomos para la constitución de la sustancia, adelantando formalmente la idea sobre las cosas a la realidad observable, aunque luego la realidad sobrepasara a la idea de las cosas —matizó—, otros imaginaban otras estructuras o composiciones que pudieran cuadrar con el escenario histórico y satisfacer su propia profundidad mental. Es- te hecho tiene dos consideraciones, una, que en la aceptación que todo hombre hace de sus propias afirmaciones está o tiene que venir incluidas aquellas afirmaciones que el hombre como tal acepta de forma intuitiva, que en alguna medida son las que dan riqueza y pueden contribuir al saber general, y otra es, precisamente, que el saber general, el momento históri- co, modula y orienta nuestras afirmaciones y nuestro interés. Cada vez que el hombre ha abordado el tema del Hombre lo ha hecho con todo lo que sabía en ese momento y hasta el límite de sus posibilidades. Luego, bien porque la realidad no aportaba elementos para el debate o bien porque los elementos apuntaban, con otros aspectos, en otro sentido, ha tenido que reconsiderar su discurso. —Un punto de vista filosófico, aunque sea muy rico en apariencia, no deja de ser un punto de vista filosófico —afirmó Canto en ese sentido, que, ade- 12 LibrosEnRed
  • 13. El elemento único más, había sufrido la lucha de propuestas y mil debates inútiles—. Muchos utilizan unos supuestos iniciales muy endebles o una lógica mediatizada por el dogma y la fe, que resta poder a los argumentos y a la posibilidad de construir nada sobre ellos; pues una suposición sobre una suposición es un absurdo. —En efecto, siempre han sido tan carentes de fundamento las tesis inicia- les como aquéllas que trataban de superarlas porque éstas partían de sus resultados. «Si se da A implica que se da B», podría ser muy interesante si supiéramos si se da o no se da A; a partir de aquí tendría sentido utilizar B como proposición inicial. La única cuestión que deja clara es la capacidad del hombre para buscar una solución alternativa a las objeciones y a las críticas. Desde lo infinito, diminuto, con substancia, sin substancia, interconectado, sin interconectar, real, ideal, se plantean mil sistemas filosóficos sin una sola evidencia, sin un verdadero punto de apoyo. En cambio —continuó el au- tor— si algún dato científico, comprobable, avala algún supuesto ya es otra cosa, ya es una pieza de construcción del pensamiento, del pensamiento formal. Los sistemas filosóficos nuevos surgen como una reelaboración de los antiguos, arrastrados por el movimiento inercial de algún conocimien- to o concepto nuevo. Ya dije que el hombre filósofo abordaba cuestiones simples y daba respuestas complejas o imposibles. En realidad la respuesta no viene definida por la complejidad del tema tratado sino por él descono- cimiento total del tema sobre el que habla y la imposibilidad de tomar un lenguaje adecuado. Un conocimiento nuevo nos da ese lenguaje. —¿Pero cómo tomar ese lenguaje? —se preguntó así mismo Canto—. La Filosofía habla del ser, de Dios, de la relación del ser con Dios, del cono- cimiento, de cómo se obtiene el conocimiento y de otros temas que a la postre conforma un debate estéril para la solución de los problemas que pretende dejar zanjados; aunque quizás no diga yo tanto para el desarrollo del hombre. El autor se reclinó como para tomar con toda la consideración que merecía las objeciones de Canto. Se tomó su tiempo, quedó en silencio, moviendo los ojos de un lado para otro. Parecería que con el movimiento de los ojos desplazara las ideas y las ajustara. Por fin comenzó a hablar. —¿Por qué alguien dice que hay dos substancias? Porque antes alguien ha dicho que hay substancia —se respondió, para seguir con un ritmo más acelerado—. ¿Y por qué alguien dice que hay substancia? Porque antes alguien ha dicho que hay algo que es el ser de las cosas. ¿Y por qué..., por qué alguien dice que lo que es, es el ente y que el ente es, y dice, ade- más, que lo que el ente es, es el ser y es Uno? Porque alguien dijo alguna otra cosa que, junto con la nueva realidad —la altura de su tiempo— dio 13 LibrosEnRed
  • 14. Rafael Cañete Mesa lugar a ese tipo de pensamientos. El debate filosófico —continuó en un tono sosegado— persigue tener conocimiento o conciencia de las cosas, y esa conciencia de las cosas se ha ido obteniendo con la aportación de aquéllos que sobre un particular tuvieron conciencia de las cosas, es de- cir, que vieron de forma clara esa realidad fundamental que vieron. Cada aportación en la Historia de la Filosofía como la del resto de la Historia del pensamiento no ha sido otra cosa que una solución intelectualmente plausible al problema preexistente. Si nos situamos inicialmente en Par- ménides, la cuestión por él expuesta no fue otra que la que más que pro- bablemente había que decir en virtud del conocimiento de su tiempo y su propia realidad, entendida ésta incluso como realidad personal, y, si cabe, la solución más posible y la que parece y aparece con una evidencia más fundamental. No se precisa más. Un sólo dato nos obliga a replantearnos todas aquellas cosas en las que éste puede intervenir, y una sola eviden- cia experimental todo un cuerpo teórico. Eso es el conocimiento. Tras el experimento daremos cierta credibilidad, es decir, creeremos razonable- mente: creemos. En el mismo sentido hablar y considerar algo diferente a los dioses tuvo su momento y lo tuvo porque el momento anterior no lo fue, y no lo fue porque todavía imperaban los factores o la razón que jus- tificaba esa creencia en el pensamiento de los hombres; o su eco. En eso se apoya la creencia: en un conjunto de factores que la hacen plausible o que hacen más creíble que otras, y lo mismo ocurre para las descreencias. De esta forma cada cosa cantada o recitada tenía —sin resistencia— cabi- da y era un alegato justificable y razonable, que se va transformando de forma natural. Parménides, en su idea de las cosas, contaba para empezar con la idea de los otros, de su mundo, y dentro de su mundo estaba más o menos cercano, Jenófanes de Colofón que con los mismos ingredientes —elementos precursores de un cierto panteísmo— trataba de romper, modular o alterar la idea anterior. Esa idea anterior no era otra que el politeísmo antropomórfico de Homero, que como creencia tendría, a su vez, su justificación anterior. Esto es metafísica. ¿Qué es metafísica? Me- tafísica es principalmente no creerse una realidad, la realidad que se vive, la realidad que nos cuentan, la creencia, y, por tanto, buscar otra realidad y con ella un poco de orden en la desorientación vital que todo individuo tiene en el mundo. Nadie trata de romper la desorientación del hombre de la generación anterior, ni sus circunstancias, sino la suya y las circuns- tancias propias. Jenófanes no podía, buscando la realidad, hacer otra cosa que combatir la creencia del momento, y una creencia no se combate con la verdad, una creencia se combate con los argumentos propicios para la misma que pueden ser, sin duda, parte de otra creencia. Eso hizo, y com- puso un universo radicalmente diferente, aunque susceptible de mejora: 14 LibrosEnRed
  • 15. El elemento único El dios “verdadero” se describe, por contraste, como sigue: Un solo dios, entre dioses y hombres, más grande que nadie, ni en cuerpo igual a mortales ni en cuanto a pensar se refiere. Siempre en lo mismo que- dando y sin mudarse en nada, ni le conviene afanarse andando de un lado a otro. Todo él ve, y todo él piensa, y todo él oye; mas sin esfuerzo el querer de su mente todo lo mueve. ¿Y cómo construyó ese universo? Ese universo se puede construir haciendo uso de otra creencia de otros versos que trae y lleva el viento. A medida que se mira hacia atrás en el tiempo los razonamientos se cambian por versos y los conceptos por imágenes. Nuestras fuentes son los versos y por los versos sabemos que primero fue el Uno, y por los versos sabemos que primero fue el Noûs y que se dividió, se transformó en dos naturalezas, lo que tiene con- ciencia de lo que no la tiene. Hubo de llegar el día en el que se cambiaron los versos por los razonamientos y las imágenes por los conceptos, ya algunos, en el decurso, estaban en franquía. Soltamos una creencia y cogemos otra que viene mejor: que nos viene mejor. La creencia es la verdad con máscara y a fuerza de cambiar de máscara, entre máscara y máscara, podemos llegar a ver la verdad desnuda. Parménides también construyó su universo con unos pocos versos. Unos pocos versos que hablaban del ente, de los caminos del conocimiento (el ser, el no-ser y el de la opinión o Doxa); y que fueron, abriéndose en abanico, fuente de toda filosofía... Aunque —titubeó—, en realidad, de una poesía, sin una interpretación de primera mano, es difícil decir cuál es el sentido último de las palabras; y por esto las poesías no tras- cienden más allá de lo que es natural en ellas. Pero ocurre casi siempre que la importancia de las cosas es la importancia que sepan dar los otros a las mismas y, con esto, no hay vida maravillosa sino biógrafo atento y eficiente. En el caso de Parménides no sabemos —dijo guiñando un ojo y con un ges- to de complicidad— si las interpretaciones han sido un asidero pertinente y recurrente (y el poema para ellas) o, por el contrario, como efecto de una lectura polarizada, no le han hecho nada más que un flaco favor, pues su doctrina filosófica muy bien podría tener otros alcances. El autor hizo un breve descanso para tomar aliento y lanzar lo que, sin du- da, tomaría formato de monólogo o ensayo1. —Hemos dicho —continuó— que como consecuencia de la interpretación de lo ente y toda la filosofía Parmenidéa se abrió en abanico la Filosofía pero no hemos dicho en lo relatado aquí sobre el ser de lo ente en qué radica substancialmente esta segregación. No sólo fueron tres formas de entender el poema sino que lo fueron por poner el acento en algo di- 1 A partir de aquí se puede ir a «El ser de lo ente», y luego volver a lectura o seguir tal cual obviando esta nota. 15 LibrosEnRed
  • 16. Rafael Cañete Mesa ferente respecto de su principal concepto. Podemos decir que desde sus inicios la Filosofía había planteado por boca de Heráclito, Platón y Aris- tóteles sus temas o sus tres ejes centrales, aunque alguno de ellos no se pondría en liza con suficiente peso hasta siglos más tarde: el pensamiento (o la cosa pensante), el pensamiento de la cosa (o la cosa pensada) y, pro- piamente, la cosa. Descartes posteriormente —continuó como si tratara de un comentario a pie de página—, salvando las diferencias, se centra en el pensamiento y en la realidad primordial y única constatable de este hecho: «Pienso, luego soy». Él no sólo pone de relieve frente al realismo de Aristóteles la existencia de una entidad pensante o cogitatio frente al mundo sino que, si ésta es substancia separada del mismo y, por tanto, existen dos substancias, éstas no se pueden comunicar. Esto, respecto al argumentario realista, supone que no se pueda establecer, sin más, que la substancia sea la unidad analógica o análoga a todas las cosas pues, cuando menos, existe una que no comparte esa analogía y que, por tanto, es substancia separada. Beldad y Canto escuchaban en silencio aquellos preliminares que, sin em- bargo —aun siendo preliminares— les había puesto en los antecedentes del problema más grande del conocimiento. —Esto es sólo el punto de partida —explicó—, a partir de aquí la tarea del filósofo ha sido ingrata y más que ingrata estéril pues ha tenido que hablar del mundo relacionado con el yo desde un yo aislado del mundo, o ha tenido que negar ese yo, o integrarlo en el mundo. El co- nocimiento filosófico es un discurrir divergente que trata de contemplar todas las posibilidades —explico el autor como premisa necesaria a su argumento—. La ciencia es convergente —se queda con los hechos que derivan lógicamente de su conocimiento—, pues usa de un aparato ma- temático para formular sus teorías y de los hechos experimentales para contrastarlas. La Filosofía necesita de los conocimientos convergentes de la ciencia para poder aplicar sus conceptos y abrirse en abanico desde puntos concretos, y no ser una especulación baldía y sin fin. Descartes (aunque parejamente hizo ciencia), tras su sentencia, lo intentó desde el consentimiento de la existencia de Dios, y prácticamente, de una forma u otra, todos lo han intentado desde algún consentimiento. Tenían que hablar de la comunicación de las dos substancias, sujeto y mundo, pero la comunicación de las dos substancias no es otro que el problema más esencial de «el ser» de las mismas, que es, en principio, un problema físico; o de la acción entre ellas, que también lo es. Él de alguna forma entendió (aunque esto lo colijamos únicamente de su vocación científi- ca) que la solución del problema metafísico pasaba por la solución del 16 LibrosEnRed
  • 17. El elemento único problema físico subyacente, igual que Demócrito lo entendió al darle al problema del ente, con el átomo, una solución material, apartándose de la metafísica de Parménides y de toda la tradición oriental. Desde entonces la cuestión metafísica no ha dejado de ser un problema físi- co, porque la explicación de las relaciones del ente con su mundo pasa por la explicación de la esencia material del ser, o del ente en su forma más honda y elemental o, si se quiere, por la explicación de su mundo, que es igualmente un problema físico —solucionable, no solucionable, pero físico—, sin embargo ha seguido siendo tanto más problema de la Filosofía cuanto más la Física no estaba en condiciones de abordarlo o no gustaba de ello. La Física no lo ha tratado porque hasta la fecha ha sido incapaz de expresar algo tan notorio, palpable y cotidiano como la materia —la substancia en su manifestación más burda—, de una forma intrínseca y suficiente, haciéndolo, por el contrario, sólo mediante una mera relación de magnitudes (fuerza y aceleración o energía y velocidad de la luz, etc.) conocidas. La masa, las constantes de interacción y los Principios se establecen así como parte de una estructura axiomática inicial, que como tal sólo procura la arquitectura de cualquier formalis- mo en una dirección, dando lugar a un punto de ruptura entre todo lo formalizado y lo anterior al esquema inicial. Por esto, al lado de cada punto de ruptura se precisa una mirada divergente, heurística, que lo suponga todo, que contemple todas las posibilidades: un filósofo. ¿Qué sería de cada descubrimiento si a pesar de las dificultades, no se hubiera contemplado todas las posibilidades?; y con todas ellas, las erradas y las de errar. El autor, tras una breve pausa, prosiguió en lo que verdaderamente le inte- resaba con un tono enfatizado que daba rotundidad a su discurso a la vez que lo centraba. —Pensar si nuestra identidad existe y si, en ese caso, es substancia ajena a la substancia del mundo, o no, es o puede ser una cuestión necesaria e inevitable pero más primordial es, no cabe duda, preguntarse y conocer de qué está hecho ese mundo, cuál es su esencia, y una vez que tengamos ese conocimiento, ese concepto, comprobar si, allí donde encontramos su fundamento —y física y metafísica son una misma cosa—, podemos apli- carles todas nuestras intuiciones y con ellas obtener algún juicio propio de la ciencia, y hacer ciencia. ¿Qué lenguaje adoptar —se preguntó de forma retórica como corolario pertinente—, ése que entienden los físicos —y de- jar, por tanto, el problema sin interpretación— o el filosófico y dejarlo sin una correcta formulación? 17 LibrosEnRed
  • 18. Rafael Cañete Mesa —¿Podemos saber de qué está hecho todo? Y en ese caso, ¿será argumento suficiente para volver la mirada al problema metafísico con garantías? Ya hemos estudiado los átomos, los quarks —dijo Canto calibrando la altura de su conocimiento—; se presentan como el súmmum de la simplicidad y, sin embargo, no parece que hayan dado otra profundidad al pensamiento ni más alcance. —Lo diminuto no puede ser lo pequeño partido por dos —sentenció, resol- viendo la cuestión—. Nosotros, teniendo esto en cuenta, si queréis, pode- mos intentarlo. —Intentémoslo —le pidió Beldad. El autor asintió con una sonrisa generosa. Tras el gesto se rodeo de silencio. El silencio así borraría la huella de las palabras, como un sueño reparador, recobrando la frescura. Había que aprender y había que olvidar, todo el camino había consistido en esto: en empezar de nuevo con lo sabido; pero empezar de nuevo. Llegado el momento reinició su discurso, en efecto, con un empuje nuevo, con un nuevo tono. —Existen argumentos fenomenológicos que inducen a pensar que el campo eléctrico es consecuencia de la carga y el gravitatorio de la masa —comenzó a exponer el autor como preliminar—. En realidad, con esta afirmación es- tamos diciendo que masa y campo gravitatorio están relacionados y como lo tangible es la masa pensamos que ésta es causa y lo otro consecuencia, pero ninguna relación física nos muestra de forma evidente esta cuestión y nos demuestra, por tanto, que no pueda ser inversa. —Tampoco de ninguna de ellas de deduce la masa de forma natural —re- plicó Beldad. —Ya veremos —dijo el autor, dándose un plazo—. La realidad, en cualquier caso, es superior a lo que circunstancialmente podamos decir de ella. Puede ser que no podamos demostrar la verdad pero lo que es seguro es que ésta existe y que podemos imaginarla. Podemos imaginar una serie de cuerdas paralelas cogidas en los extremos, como las de un arpa. Asociemos la idea de tensión de la cuerda a la de campo gravitatorio y la idea de nudo a la de masa. Las cuerdas tienen su propia tensión, por estar cogidas en los ex- tremos, pero no tienen nada en lo que se tropiecen los dedos al pasarlos de un extremo al otro. Si ahora anudamos todas las cuerdas por el centro con otra cuerda, como haciéndole una estrecha cintura, veremos que ha alcanzado masa, es decir, ya nos encontramos el nudo, algo en lo que tro- pezarnos al pasar los dedos. Podremos pensar que como consecuencia del nudo se ha alcanzado un campo gravitatorio —la tensión suma de todas las tensiones—, pero esto último es incierto pues esa tensión-campo ya existía 18 LibrosEnRed
  • 19. El elemento único en cada una de las cuerdas y, en realidad, ha sido como suma de todas ellas, y del anudamiento final, que se ha originado el nudo-masa. Beldad y Canto se quedaron con la mirada extraviada pensando en el ejem- plo. Se les vino a la cabeza aquello que el Señor de los Espacios le dijo acer- ca de «la cosa envuelta». —¿Contentos? —les dijo el autor. Canto sabía que la pregunta venía referida a la calidad de la explicación da- da. El ejemplo había sido muy didáctico, pero los ejemplos eran ejemplos. Los ejemplos son posibilidades o explicaciones plausibles, pero él no quería ni eso ni más mentiras enmascaradas, él quería definiciones exactas. Canto siguió con la mirada perdida y más que perdida esquiva pues no podría mantenerla firme con ninguna de las contestaciones. El autor entendió sus sentimientos. —Existen otros argumentos teóricos más poderosos que explican el ser de las cosas. Sobre esta materia se pueden decir, y se han dicho, cientos de miles de palabras y no aportar ni una sola verdad porque cada vez que se aborda la parte fundamental de lo que se ocupa, se repliegan las palabras y balbucean las bocas, y las frases se llenan de esoterismo, de nostalgia y de esperanza. La cuestión es —les dijo mirándoles a los ojos— si queremos seguir siendo filósofos con conceptos pero sin una posible representación de sus objetos o queremos, por el contrario, abordar definitivamente los temas por muy áridos y dificultosos que se nos presenten en primera ins- tancia. Ésa es la cuestión —repitió—. Si verdaderamente queremos llegar a la verdad de las cosas no nos queda otra opción que la alcanzar un lenguaje necesario. Canto lo miró, asintiendo con la mirada, contento de ser entendido. El au- tor se puso en pie, y ellos con él, y salieron de la biblioteca por una puerta existente en el lado opuesto. Volvieron a disfrutar de la naturaleza en todo su esplendor, en todo su misterio, como una representación capri- chosa y particular del mismo. La naturaleza era un ejemplo del problema, tal vez un ejemplo de la solución. A los pocos pasos el autor se sentó en una piedra, y Beldad y Canto en otras contiguas que rodeaban otra plana de pizarra negra sobre la que desarrolló aquel supuesto desde unos pre- supuestos físicos2. —Como dije, la ciencia es convergente, sigue una línea y si se tropieza, y no tiene más evidencias, se detiene. Nosotros no tuvimos esas evidencias pero no nos detuvimos. Nosotros ahora sí tenemos esas evidencias; una eviden- 2 A partir de aquí se puede ir a «La esencia de las cosas materiales», y luego volver a lectura o seguir tal cual obviando esta nota. 19 LibrosEnRed
  • 20. Rafael Cañete Mesa cia —concluyó, en virtud de todo lo expuesto como esencia de las cosas materiales, y que ahora trataba de delimitar—. Hemos visto que a través de la onda podemos constituir un paquete de ondas que se presenta como un plegado, como una singularidad que, respondiendo a todas las variables cinéticas y energéticas, se corresponde con la localización determinada de la partícula asociada a dicha onda. En este punto consideró lanzar una idea más esquemática o puntual de lo alcanzado. —De dicho análisis energético deducimos que: *Existen dos intervalos (en el espacio de las velocidades —equivalente al de los momentos—, que es un espacio de afinidad más natural que el de las posiciones) diferenciados (en el valor de expectación de la energía) de diferente significación, uno del valor v=0 a cualquier otro valor inferior a la velocidad de la luz C, esto es [0, C[, que es el que de forma inmediata asociamos a los estados de las partículas libres y otro desde una velocidad –C hasta el reposo [-C, 0[ que se corresponde con un estadio de formación de las mismas. *Como consecuencia de haber desarrollado dicho balance energético sobre estos intervalos y más concretamente como consecuencia de haberlo desa- rrollado sobre la idea de formación de la partícula, obtenemos una expre- sión física que da cuenta de la masa de la misma de forma explícita. *El primer intervalo, como hemos visto, es en realidad una secuencia cíclica que transforma las partículas elementales de una generación en otra, es decir, que llegando a C[ la partícula de la generación uno (electrón, por ejemplo) se transforma, junto con toda su energía cinética, en la partícula de generación dos (muón), y nuevamente de la dos a la tres (tauón). *El segundo intervalo, tomando –C como referencia, se convierte en un nuevo intervalo [0, C[ (que podemos adscribir a una generación cero) y di- cha referencia, en el origen de esa secuencia. *Tanto la formación de las partículas elementales de nuestro mundo (pri- mera generación) como las del resto de las generaciones obedecen a la transformación de la energía cinética (onda desplegada, asociada a una masa o sin asociar) en materia (onda plegada). La formación de cada una de las partículas elementales electrónicas (electrón, muón, tauón) lleva implíci- ta la formación de un antineutrino (que naturalmente sigue una trayectoria independiente) sobre la base de la materialización de un único pulso, que explica de forma natural que en los decaimientos (que hacen tránsito en di- chos paquetes) se formen las partículas y antipartículas correspondientes. 20 LibrosEnRed
  • 21. El elemento único *El final de este proceso se alcanza cuando partiendo del reposo en el siste- ma de referencia propio se adquiere una velocidad cercana a la de la luz, y con ella un nuevo reposo por síntesis o masificación de toda la carga ener- gética. De la contemplación del proceso del primer intervalo (la formación del paquete a partir de la onda), que es el único que se nos presenta neta- mente ondulatorio (no existe una masa conocida hasta el final del mismo), y su comparación con cualquiera de los otros, advertimos los ingredientes de la materialidad. *El factor diferencial del proceso que sustenta la última afirmación —dijo ya a modo de coletilla— se deduce de la génesis del mismo que implica un diferente estado de materialidad, pero a su vez este diferente estado de materialidad implica una diferenciación del proceso derivado de los (dife- rentes) límites (de integración) del mismo. En efecto, el estado anterior es de inmaterialidad e inespacialidad, caso de que el intervalo sea cerrado pa- ra –C, esto es [-C, 0[, o contrario a esto si se llega a una efectiva generación cero y por tanto a un corpúsculo material original (de una diminuta pero significativa masa mi), caso de intervalo abierto, ]-C, 0[, que respondería a una espacio-temporalidad (e/t). Dado que en nuestro intervalo e/t existe la partícula libre, en todo él, y no existe para v<0, se deduce que no existe para todo el intervalo anterior a v=0, esto es, en todo el intervalo de la generación cero, o que la e/t de dicho intervalo no se corresponde con la nuestra (que para los efectos es lo mismo), y con esto que el intervalo de integración para el primer ciclo o proceso es el primero propuesto, y [-C, C[ para el conjunto de los mismos. —Pero eso —le interpeló Beldad—, es una conversión simple de masa en energía establecida por la fórmula E=mC2 y puesta de manifiesto en los procesos nucleares. —Sí y no. Estamos afirmando que el estado previo a un cuerpo material es un cuerpo inmaterial, esto es, que la consecuencia de quitar energía a un cuerpo elemental (considerando como tal sólo a la primera generación) en reposo absoluto, es la aniquilación. No digamos inmaterial, digamos material de otra especie; «amaterial». Y esto se da porque «el reposo absoluto o la ausencia de energía derivada del movimiento, por parte de un cuerpo material, se corresponde con resultado final de un proceso que parte de un cuerpo amaterial como estado previo». Recordad que ése era el segundo término esencial en el balance de energético. Esto, enuncia- do técnicamente, es lo que ocurre cuando una partícula se desintegra; la luminificación de su masa: energía pura. Para quitarle energía a un ob- jeto en absoluto reposo tenemos que quitar la cuerda que lo anudaba, ¿os acordáis? Hasta lo presente, el carácter inmaterial de la materia sólo 21 LibrosEnRed
  • 22. Rafael Cañete Mesa podía ser atribuido a la espaciosidad de los elementos verdaderamente materiales de la misma, diferenciados en una inacabable secuencia. La naturaleza lumínica resuelve cualquier recelo y pone límite a esta secuen- cia al relacionar estas dos naturalezas. Aquí hay tres cosas —recopiló el autor—. Una, que a la partícula antes de alcanzar la velocidad límite le ocurre algo. Dos, que ese algo que le ocurre es un proceso en el que la energía cinética cae a cero y como consecuencia la velocidad —y no al revés—. Tres, que el resultado final, que es su importancia, se basa en la conversión de dicha energía cinética en masa. Esa energía se constituiría como una nueva energía de formación, la masa como una masa en repo- so, y el proceso como el salto de un escalón y una aparente discontinuidad energética fundamentada en el cambio de estado o fase que se repite cí- clicamente, dando lugar a las generaciones que, dicho con toda intención, se generan a partir de la primera. Esto no es otra cosa que una explicación y justificación físico-matemática del modelo estándar. —De todas formas, no comprendo a dónde nos lleva todo esto —inquirió Beldad, después de la explicación—. Está claro que enlaza definitivamente la física de partículas con la luz, que a tenor de las expresiones que nos has enseñado se obtiene una primera expresión física de la masa y… todo lo demás, pero a pesar de eso no sé a dónde quieres ir a parar. Con estos puntos el autor había formado un universo, un sistema total, que ellos no acababan de comprender. —¿No lo entendéis? —dijo por fin, mirando a uno y a otro—. Normalmente se habla de la función de onda asociada a la masa (llamada onda material) como de una mera entidad matemática sobre la que se aplican las varie- dades físicas en forma de operadores cuánticos, y en verdad ésta existe asociada a la misma —a su energía cinética— como un grado de libertad más. Aquí se demuestra —dijo elevando el tono— que la onda asociada a la masa en reposo (cuya precursora es la onda amaterial), una vez plega- da, es la masa misma y no hay otra cosa en la masa que no sea la onda. No es difícil imaginar —continuó nostálgico— que el universo entero esté formado por cuasi infinitas ondas que alcanzando la velocidad (de reposo) correspondiente queden atrapadas unas con otras formando las partículas elementales, y a partir de aquí la materia en su conjunto; como la cono- cemos. No es difícil imaginar que el estado de generación cero se corres- ponda a una onda con la masa definida en toda ella (que es propiamente un estado amaterial), y que entre esta situación y el paquete de ondas tratado podamos encontrar infinitos estados cuasi materiales de diferente densidad; diferente amaterialidad, de los que los estados cuánticos son un ejemplo. Y no es difícil imaginar, tampoco, que sean estos estados la ex- 22 LibrosEnRed
  • 23. El elemento único presión más plausible de las líneas de fuerza de los campos gravitatorios; y el conjunto de las leyes, mera consecuencia. Tampoco sería difícil imaginar que ése fuese en el principio de los tiempos el... ¿cómo le llamaban?... ¿el caldo cósmico?, y que a partir de ahí se produjese la materialización de ele- mentos, y que hasta entonces sólo fueran infinitos estados cuasi materiales. Entes que respondiendo a otras leyes, a otra física… —…no fueran objetos aplicables en ésta —le interrumpió Canto, emulando a el Señor de los Espacios. —Eso es —afirmó el autor, contento de ser comprendido—. Cuando se in- tenta explicar la interacción de las partículas con las ondas, y, en definitiva, la naturaleza de la luz misma se da un tratamiento corpuscular u ondula- torio, según las necesidades. Así han pasado siglos, moviendo la balanza según los acontecimientos dieran peso a unos u otros argumentos. Aquí estamos demostrando que las ondas materiales tienen naturaleza ondu- latoria hasta que por diversas circunstancias se pliegan en un paquete de ondas y toman un carácter corpuscular. Vosotros sabéis que a los corpús- culos luminosos se les llama fotones, pues bien, un fotón es toda onda viajera que entrando en contacto con un paquete de ondas, esto es, con la materia, se ve frenada a la velocidad del paquete, plegándose, por lo que concentra toda la energía en una zona limitada del espacio: esta ubicación es la que le da un carácter cuasi material, un carácter corpuscular. Esto es un caso particular de lo que estamos hablando, un plegado providencial que puede perpetuarse mediante la adhesión. —Me parece todo fantástico pero, en cualquier caso, sigo sin comprender a dónde nos lleva todo esto. Lo siento —se reafirmó Beldad. —¿No lo entendéis? ¿No lo entendéis? Y mientras lo decía daba pequeños golpes en la pasta del libro que todo el tiempo sostuvo entre las manos y que había servido de soporte para las explicaciones. Allí pudieron leer lo que parecía ser el título de algo más general: «Teoría del elemento único». Ahora sí habían comprendido. Esto delataban sus caras. Ella misma había caído en la cuenta de que entre las consecuencias de todas las consideraciones hechas estaba la unificación de las partículas elementales y, ahora, más concretamente, la constitución de ellas como una única cosa. Por sus mentes pasó la idea del arché que tan felizmente proclamaban los filósofos del camino. Ocurría muchas veces que de la ignorancia o del saber ancestral nace una idea elemental, y que tras pasar por todos los estadios del conocimiento lo que más se aproxima a la realidad, o es la realidad misma, es aquella idea elemental. El autor no quiso entregarse a ella con todo el énfasis que merecía pues le quedaban 23 LibrosEnRed
  • 24. Rafael Cañete Mesa todavía —y así se evidenciaría— un motón de cuestiones previas que abor- dar. Lo suyo sólo fue una referencia necesaria. —En cierto sentido en el escenario que has dibujado la masa está constitui- da desde fuera hacia dentro —apuntó Canto. —Es cierto, pero dicho con todas las reservas, pues para hablar de dentro hacia afuera o de afuera a dentro tendríamos que tener una disposición espacial previa a la constitución de la materia y no es el caso pues estamos diciendo que la masa es el plegado de una onda o la formación de un pa- quete de ondas y que esta constitución es la que le da el carácter material a la misma, pero decimos algo más, decimos que este plegado es el que le da el carácter espacial. Dicho de otro modo, la materia —corpúsculo ma- terial mínimo— es una singularidad en una onda de la misma manera que el fotón es una singularidad en la onda electromagnética: el espacio surge cuando ponemos algo y sin ese algo no hay espacio. Más que desde fuera hacia dentro tendríamos que decir desde la existencia a la existencia en un lugar. Éste es en realidad, a efectos físicos e históricos, como ya hemos mencionado, el caso del Big-Bang; con él se creo el espacio. En efecto, se produjo la materialización de los elementos en el caldo cósmico que no era otra cosa que la creación de singularidades en el mismo y, por tanto, la ubicación dimensional. Beldad y Canto se acordaron de las palabras de el Señor de los Espacios. Él les dijo que la importancia de que las cosas estén está en que, por estar, están en un sitio. —Comprender esto, por tanto, presenta un escollo —continuó el autor—. En el proceso de materialización, la partícula sólo está material y espacial- mente definida a partir del reposo (v=0). La situación anterior al mismo [-C, 0[ es un estado inicial ([-C) o transitorio (y en consecuencia inexistente) o cuántico, es decir, de una estabilidad adquirida mediante la incorporación de unas determinadas condiciones de contorno y/o potenciales. Mientras que los estados cuánticos son los que caracterizan el tránsito de la amateria- lidad (inespacilalidad) a la materialidad el estado inicial es propiamente el germen o esencia de dicha amaterialidad y el origen de cualquier proceso. —El escollo surge cuando tratamos de averiguar dónde se produce ese ple- gado, si no existe espacio previo —advirtió Canto. —En efecto. El autor realizó un alto para formular convenientemente el quid de la cuestión. 24 LibrosEnRed
  • 25. El elemento único —Como tal queda explicado que se produce en el intervalo [–C, 0[, pero, dado que dicho intervalo es inespacial, la cuestión no está resuelta. Esto nos lleva a establecer que como consecuencia de un fenómeno se produce una situación física y que en esta situación podemos explicar el fenómeno, pero que ese mismo fenómeno, que como tal existe, tiene una explicación física diferente en el entorno físico previo. Y, naturalmente —dijo por fin—, antes de esto, a caracterizar ese espacio físico previo. —Nosotros podemos hablar de las moléculas de agua antes y después de congelarse porque podemos vivir las dos realidades y las podemos vivir a la vez, pero no podemos hacer lo mismo con la existencia-no existencia de es- pacio —se explicó Beldad, tratando de comprender lo que allí se hablaba. —Este fenómeno hace, en efecto, que la realidad que percibo sea diferente tras él y que, en principio, sólo hable de esa realidad. —¿En principio? Entonces, ¿podemos saber algo de la situación anterior a la creación de ese espacio? —preguntó Beldad, verdaderamente interesada. —En realidad sí. Una consecuencia de la relatividad es la dilatación de tiem- pos y la contracción de longitudes. Esto se manifiesta de forma más notoria para velocidades cercanas a la de la luz y, naturalmente, la física se plantea qué ocurre, en este caso, con los objetos. La física se plantea cómo viven los sucesos (que nosotros vivimos) estos objetos que se aproximan a un va- lor de esta velocidad —digamos del 99% de ella—. Y esto lo hace porque está amparada por la posibilidad teórica y real, y no lo hace por la razón contraria para objetos de nuestro sistema que alcancen la propia velocidad de la luz pues se haría necesaria —lo da la teoría— una energía infinita para que este caso se pudiera dar; y, por tanto, no se puede dar. Nosotros sabemos que para un muón, por ejemplo y sin ánimo de ser rigurosos con las cantidades, a una velocidad equivalente al 99,5% la velocidad C de la luz, 20 de nuestros segundos serían 2 segundos en su tiempo —tiempo llamado propio—. Esto se llama dilatación del tiempo porque, dicho en Román paladín, cada uno de esos 2 segundos es tan grande como 10 de los nuestros, fenómeno que viene asociado a un acortamiento proporcional en la distancia, denominado contracción de longitudes, y a un valor particular de ésta —longitud propia—. El autor realizó unos pequeños cálculos y continuó, enlazando nuevamente con su tesis principal. —A la velocidad 939,975%, 20 de nuestros segundos serían 1, a la veloci- dad de 99,99995%, 20 segundos serían 0,001 y así sucesivamente. Para el límite teórico de la velocidad C de la luz estos 20 segundos representarían 0 segundos, pero igualmente, como consecuencia de la indeterminación 25 LibrosEnRed
  • 26. Rafael Cañete Mesa matemática que se produce, 1000000000 segundos serían 0 segundos y, en resumen, cualquier tiempo es un tiempo nulo o, dicho de otra manera, su tiempo propio es siempre cero, sea cual sea el tiempo que queramos considerar en nuestro sistema. Nosotros dijimos que este caso no se podía dar para ningún cuerpo material porque para llevarlo hasta esa velocidad se requeriría una energía infinita, pero nada impide alcanzarla a todo tipo de corpúsculos inmateriales como el fotón; que de hecho la tiene. Nos po- demos preguntar, por tanto, —para empezar— cómo vive el fotón de luz los sucesos. Se podría decir que, aunque no haya sido la fuente de nuestro debate, toda la cuestión física se podría plantear con esa pregunta, que naturalmente tendremos que delimitar: ¿Cómo nos ve la luz?; o, dicho de otra forma, ¿qué somos para la luz? La pregunta, puesto que el sistema de la luz es el inicialmente distinto y diferenciado, es coherente. Es coherente y natural que, al encontrarnos con una barrera, un límite o limitación conoci- da, nos preguntemos cómo se ven las cosas desde el otro lado de la misma. Es natural pues no sabemos si, además de ofrecernos algún tipo de hecho diferencial cuantitativo, nos oculta (y revelará) algún otro de carácter cuali- tativo y aspectos de su naturaleza ajenos a cualquier otra. La respuesta ha sido ya expresada: para un fotón cualquier tiempo es un tiempo inexistente o, dicho de otra manera, vive en un eterno presente. Idéntico comentario se puede realizar respecto del espacio pues cualquier distancia para dicho fotón es una distancia nula. —Pero si para él el espacio es nulo, ¿dónde desarrolla su velocidad? —Nuestro universo parece un universo inabarcable, pero creedme que si tuviera el tamaño de la cabeza de un alfiler todo lo que existe en él cabría en ella pues las dimensiones de las cosas no dejan de ser una relación de ta- maños, y si en el universo nosotros somos algo más pequeño que él en una relación exponencial de mil negativo, en ese alfiler sólo tendríamos que ser algo más pequeño que el mismo en la misma relación. Esto es una visión más prosaica de la relatividad del espacio que, sin embargo, nos ayuda a comprender que aquello que consideramos absoluto no lo es y pierde su identidad en primera instancia por una cuestión de proporcionalidad. Esa proporcionalidad en la relatividad que nos ocupa, la derivada del tiempo, es violada en un punto. Estamos diciendo, pues, que existe un sistema físico para el que todo el espacio está concentrado en un punto adimensional y todo el tiempo en un instante atemporal. Ese sistema, propiamente dicho, es el de la luz. Sólo el sistema de la luz tiene esta característica y por esto nos parece inalcanzable. Pero en realidad el sistema de la luz, para él mis- mo, no tiene sensación de estar corriendo en alguna parte o de alguna parte a alguna otra porque para tener esa sensación de velocidad hay que 26 LibrosEnRed
  • 27. El elemento único recorrer un espacio y hacerlo en algún tiempo; y ninguna de esas dos cosas se da. En realidad la luz ni recorre ni está, es que... Es mejor que antes ha- gamos otras consideraciones —concluyó dando término a su alocución. Todos se miraron satisfechos y disfrutaron de una merecida pausa. Hasta ese momento habían destacado en su desarrollo el carácter originariamen- te lumínico de la materia y la existencia de un único componente en la misma, derivada de la Teoría del elemento único, y el carácter atemporal y adimensional del sistema de la luz, derivado de la Teoría de la relatividad, desarrollados como Principios de materialidad y relatividad. De esta forma, desde la aceptación del mundo como realidad, se había llegado a la conclu- sión de otra realidad como precursora, la onda amaterial, que no gozaba del carácter espacio-temporal de la primera y se revelaba como realidad primigenia adimensional. —Como dije —continuó, contento de haber dado término, aunque provi- sionalmente, a esa parte—, el conocimiento filosófico es divergente y trata de contemplar todas las posibilidades. La ciencia es convergente se queda con los hechos que derivan lógicamente de su conocimiento, a los que le aplica un método constructivo. La filosofía necesita de conocimientos con- vergentes de la ciencia para poder abrirse en abanico desde puntos concre- tos y no ser una especulación sin fin. La filosofía tiene que echar mano de la física, del estudio de lo invisible y diminuto para desvelar la esencia de las cosas. Pero esa esencia es, más que nada, una unidad analógica aristo- télica que, como hemos referido ya, se ve dramáticamente minada por el idealismo al establecer que, cuando menos, existe un ente cuya substancia no participa de esta analogía. No obstante, para el idealismo el problema es aún más agudo puesto que si no se puede salir de la existencia del yo a la del mundo, o si el mundo, como cosa separada, no puede trascender, nada se puede decir de la existencia de ese mundo. La cuestión se complica si, de acuerdo con Hume, consideramos que en verdad lo único cierto es la exis- tencia de percepciones y pensamientos pero no la de un yo que vaya más allá de la suma psicológica de éstos. La problemática no termina aquí por- que las ideas de Platón, junto con las matemáticas, hay que encuadrarlas en este sistema, es decir, que, si bien podríamos caracterizar las substancias —pensamiento y cosa—, también tendríamos que encuadrar en este siste- ma la cosa pensada convenientemente. Vemos, por tanto, que la demanda filosófica es anterior y más fundamental que la física puesto que a pesar de que podemos decir de qué es la cosa somos incapaces de determinar si la cosa es, esto es, si eso de lo que es, es. —Que es su debate primordial —apuntó Beldad. 27 LibrosEnRed
  • 28. Rafael Cañete Mesa —En efecto. Podemos notar que la filosofía, toda, gira sobre estos tres ejes: mundo, yo y la cosa pensada, y sobre el carácter real, irreal o ideado de los mismos; caracterizando los diferente modelos filosóficos. Uno de ellos fue el de Husserl. Husserl atajó el problema del conocimiento trascendente restringiendo nuestro conocimiento de las cosas a lo inmanente, esto es, a lo que nos es propio, y lo que nos es propio no sólo somos nosotros sino nuestra vivencia de las cosas, lo que nos ocurre. En resumen, lo que hizo fue extender el yo a esa parte de la impresión que pertenece al yo, como con- secuencia de que si bien es cierto que no puedo asegurar que, por ejemplo, esté esta roca, sí que lo es mi ver la roca; quedándonos en la esfera del fenómeno. Sobre estos objetos establece una reducción fenomenológica (fenomenología) y llega a los objetos ideales. Los objetos ideales de Husserl son una extensión de los objetos matemáticos o, en sentido inverso, los matemáticos una concreción —o caso particular— de los objetos ideales (con tan sólo un giro —idea objeto/objeto idea—, obtenemos una mejor concreción y, además aprensible, de lo que sin duda Platón hubiese queri- do definir); en consecuencia las consideraciones hechas para aquéllos son válidas para éstos, es decir, que se rigen por los mismos principios de atem- poralidad, coexistencia y ubicuidad y, en definitiva, por una imposibilidad de concretarse dimensionalmente. La fenomenología podemos interpre- tarla como la aplicación de la dialéctica (toda filosofía lo es) al empirismo de Hume, esto es, el intento de superar el argumentario empirista por el cual lo verdaderamente insoslayable son la impresiones, quedando la ideas como resultado de aquéllas y el yo como suma psicológica de éstas. Supe- rarlo supone aceptar, incluir y reconocer esa parte del mundo presente, idealizándolo mediante la supresión de los elementos espacio-temporales (reducción fenomenológica) que no sólo eliminan ese carácter de la percep- ción como tal sino a lo percibido y al perceptor; liberando al mismo de los aspectos psicológicos. La fenomenología no es un tratamiento total porque restringe la impresión a lo que me importa, esto es, a lo que yo soy capaz de percibir de ella, integrando en mí —y eso es vivencia— aquello que ocu- rre en el mundo (en el supuesto mundo) que además me ocurre a mí, pero no dice nada de lo no percibido, de lo que no me repercute, es decir, que sigue habiendo una parte del mundo de la que no puedo dar cuenta. Por otro lado, de la que puedo dar cuenta, una vez, sustraída al mundo y redu- cida fenomenológicamente tampoco puedo decir que pertenezca a él (de hecho no sabe situar los objetos ideales). Este modelo no sólo no supera el problema idealista sino que se convierte en un eslabón más de esta proble- mática. Nosotros nos serviremos de unas acotaciones precisas efectuadas por Kant para abordarla: 28 LibrosEnRed
  • 29. El elemento único El idealismo (me refiero al material) es la teoría que declara que la exis- tencia de los objetos en el espacio fuera de nosotros es o meramente du- dosa e indemostrable o falsa e imposible. El primero es el problemático de Descartes, que declaró indudable sólo una afirmación empírica (assertio) a saber: «yo soy». El segundo es el dogmático de Berkeley quién declara que el espacio, con todas las cosas a las cuales está adherido, como condición indispensable, es algo imposible en sí y por ende que las cosas en el espacio son meras imaginaciones. —El idealismo problemático —continuó el autor—, tal como se ha referido, no dice que todo sea pensamiento sino que, asumiendo que está el pensa- miento —la cogitatio— como realidad, no se puede demostrar que el resto de la realidad, no sea sino pensamiento —cosa pensada o realidad idea- da—, es decir, no puede salir de ese pensamiento al mundo y demostrar las cosas del mundo: trascender, alcanzar conocimiento trascendente. Por tanto, tenemos dos claves: 1ª Sobre el yo la idea y la realidad ideada coinciden ontológicamente (no transito entre una y otra) La idea de mi propio yo es ya mi propio yo (no por lo mentado sino por el mentar mismo) Sujeto y objeto coinciden. No se puede pensar el yo sino existiendo-no puede existir el yo sino pensando. 2ª Para el resto de las cosas tenemos que lo que inmediatamente tenemos no es la existencia de la cosa ideada o representada sino la existencia de su idea. Esto se entenderá bien. En primer lugar, para decidir si las cosas que veo en lo que llamamos mundo son reales o no son reales tengo que definir de qué tipo de cosas estoy hablando porque, en realidad, yo mismo, las cosas del mundo, soy capaz de verlas de muy diferente manera. Así, soy capaz de ver una roca, soy capaz de ver moléculas interactuando y sometidas a fuerzas de repulsión y de atracción, y soy capaz de ver átomos como constituyentes de esas moléculas; y así sucesivamente. En el mismo sentido, pues, queda claro que cuando debato sobre si los objetos que veo son reales, o no lo son, no me estoy refiriendo —no puedo referirme— a una roca o a un ár- bol pues vistos éstos desde el interior está claro que son cosas diferentes a lo que a mí se me presenta o representa, es decir, que se presenta para ese interior como un sinnúmero de objetos espaciados en un universo. El planteamiento efectuado hasta ahora es idéntico tanto si se trata de una realidad como si es una ideación porque no estoy analizando ni la cosa ni la idea sino —como ya dijimos— mi ver la cosa que es incuestionable. Con es- ta posibilidad y el planteamiento inicial alcanzo a pensar que las diferentes formas de ver dependen de mi perspectiva espacial, de mi forma de mirar la cosa —lo que veo, lo visto— o de la distancia a las que la miro, pues si la 29 LibrosEnRed
  • 30. Rafael Cañete Mesa miro a una distancia suficiente, desde un afuera, la veo como una roca, y si la veo desde un punto interior, la veo como moléculas y átomos o como cualesquiera otros tipos de objetos distantes o diferenciados. De este aná- lisis sí puedo concluir, en primera instancia, que, tanto si el objeto es real como si lo estoy pensando o es producto de mi imaginación, ese objeto deja de representárseme como un objeto y se presenta como una configu- ración idéntica (cada vez más idéntica hasta llegar a un único constituyente —átomo, quark, onda— cada vez más elemental) para todos los objetos, con lo que las cosas —concluyo— son una única cosa (un elemento único, dicho de forma genérica) o yo imagino que están hecha de una única cosa. Es decir, que cuando menos mi pensamiento es capaz de advertir que si lo que veo es realidad por lo menos es una realidad que está hecha de una única cosa y que a partir de esa única cosa soy capaz de construir las otras o las ideas que representan las otras. Dicho de otra forma, puesto que tengo que ver la constitución de la realidad, y ésta es básicamente materia, tendré que ver la constitución de la misma en su forma real más elemental o en la más elemental que sea capaz de pensar: si una parte de algo se me pre- senta como real, tendré que todo lo que construya con ese algo será real. Pero la cuestión no es si lo que vemos, nuestro mundo, es una construcción de la mente puesto que, aun considerando presupuestos materialistas (en virtud de la diferentes concepciones posibles de la realidad que acabamos de explicar), está claro que es así, la cuestión es, por tanto, si esa realidad está construida originariamente con elementos de la propia mente u otros ajenos a ella. Para ello, tendremos que saber con qué parámetros de la realidad vemos la parte más minúscula de materia que seamos capaces de advertir, en este caso, de la onda constituyente de todo el universo o, yen- do aún más lejos en nuestro intento de universalizar nuestra mirada, no diríamos ni siquiera, como percepción distinta, cómo lo vería otro ser vivo sino cómo lo vería otro objeto. En este caso, tendríamos que preguntarnos por cómo o con qué parámetros de la realidad ve una de estas ondas a las otras. Con las respuestas nos damos cuenta de que en realidad el mecanis- mo de «visualización» de unas ondas o elementos básicos constituyentes a otras es el mismo que utiliza los objetos grandes o cosas propiamente dichas respecto al resto de las cosas, esto es, mediante las leyes de la física que los relaciona. Es decir, que más allá de la percepción está la interacción como fundamento de la realidad. —Entonces está claro, ¿no? —preguntó Beldad, creyendo concluida la cuestión. —Si bien es cierto que este argumento no es desechable y, como ya vere- mos, en algún punto necesario, no es suficiente porque toda la percepción, 30 LibrosEnRed
  • 31. El elemento único incluida la percepción de la interacción, no deja de ser mi percepción, es decir, que mi ver la cosa no deja de ser mi ver (mi sentir, etc.) por lo que tampoco puedo concluir que exista la cosa vista. Incluso mi cuerpo puede ser una invención mía y el comportamiento entre uno y otro, otra con- secuencia de mis dos invenciones. El que yo pueda hacer juicios sobre las cosas, y obtenga un conocimiento de ellas, no me asegura que existan ta- les cosas porque la universalidad se la da, en efecto, que se comporte de acuerdo a unas leyes, pero, puesto a ser todo un producto de mi mente, mi mente también podría imaginarse un comportamiento que respondiera a esas leyes. Es decir, que, en principio, ni siquiera por el comportamiento de los objetos elementales ni por la concreción física de los mismos puedo asegurar su existencia. En consecuencia necesitamos otro criterio de distin- ción. La cuestión, por tanto, es saber si existe algo ajeno o, por oposición, demostrar que es imposible que yo piense cosas y me coloque en medio de ellas ignorante de este hecho. —Pero todos pensamos ante las cosas que vemos de una forma que se puede explicar mediante las mismas leyes como puestas en común acuerdo —comentó Canto pretendiendo salvar la cuestión. —O que en realidad yo pienso, igualmente, que los demás están de acuerdo conmigo (y pienso, porque puedo, que algunas veces están en desacuerdo) y, por tanto, que ellos no piensan sino que los pienso yo, es decir, que no son: en definitiva, que sería yo sólo en un universo imaginado a mi forma y necesidades, esto es, una simple ensoñación o como un Dios; aunque un Dios pobre pues no puede dominar ni al universo, ni a los otros pensados por mí, ni a mí mismo en mi pensar. Como dije, como un Dios ignorante de la situación espacio-temporal en la que él mismo se ha puesto. Me supongo (puesto que este caso ni estáis para suponerme ni os puedo suponer como a mí) un Dios con amnesia... Como dijimos el idealismo problemático eleva el problema de la certidumbre de lo existente al problema más hondo del conocimiento —ya planteado en la comunicación de la dos substancias—, es decir, de cómo lo existente puede trascender y ser fuente de conocimien- to si no existe esa comunicación, pero esto pasa por la correcta caracteriza- ción de las mismas en un plano distinto de la percepción. Como consecuencia, el autor trató el problema del conocimiento largamen- te3 centrándose en primer lugar, como cuestión previa y fundamental, en demostrar que el espacio y el tiempo no son formas puras a priori de la sen- sibilidad para establecer un criterio de espacio-temporalidad. Cuando hubo acabado resumió los puntos esenciales establecidos en su discurso. 3 A partir de aquí se puede ir a «La cosa per se », y luego volver a lectura o seguir tal cual obviando esta nota. 31 LibrosEnRed
  • 32. Rafael Cañete Mesa —Nosotros descubrimos la cosa en su forma más genuina y primigenia y ahora, tal como acabamos de mostrar, ya no sólo podemos decir de qué es la cosa sino que es, y que eso que es, es necesariamente diferente a la cosa pensada, y es diferente porque responde a diferentes criterios de espacio- temporalidad. En este sentido, lo mismo que partiendo del mundo (espa- cio-temporal) tengo que aceptar por los criterios físicos de materialidad y relatividad la existencia de un sistema adimensional (no espacio-temporal) —y entre uno y otro un sistema de multidimensionalidad formal— igual- mente, por los mismos criterios, partiendo de la legalidad de la mente ten- go que aceptar la del mundo porque la espacio-temporalidad que percibo cuando me pienso en medio de cosas pensadas, sustentada por la adimen- sionalidad del cognoscente, es de características diferentes a la que me vie- ne dada a través de las cosas —sobre las que trato de evaluar su realidad—. No siendo el espacio-tiempo formas puras a priori de la sensibilidad, noso- tros no podemos ponerlas en el acto de conocer. En primer lugar no puedo alcanzar la idea de tiempo sin que algo cambie (en las cosas o en el conoci- miento que tengo de ellas), si el pensamiento fuera la única fuente del co- nocimiento tendríamos que el mismo es primero ignorante y luego sabedor sin intervención externa, tampoco puedo alcanzar la idea de coexistencia espacial imposible (que a su vez deriva de la idea de materialidad, que a su vez deriva de la dimensionalidad fijada por la espacio-temporalidad) en mi idea de espacialidad. Pero incluso si por algún sistema desconocido fuésemos capaces de alcanzar dicha idea al margen de la realidad (en las ensoñaciones se hace pero tenemos la realidad como referencia) tenemos mecanismos para diferenciarla. En este caso, la sucesión ordenada e inelu- dible de estados, junto a la perspectiva existencial, es la que nos da idea de realidad ajena, en contraposición a una pensada. La perspectiva existencial es consecuencia de una definición apropiada del espacio: espacio no es un lugar donde estoy sino un lugar donde soy, en consecuencia, mi espacio es donde yo soy, y yo sólo soy en mí, en el resto, donde yo no soy, no existo sino que con ello coexisto. Con esto puedo distinguir que yo no existo en todo lo que hay, que es una forma de pensarme (si queremos decirlo así) radicalmente distinta de la que el cognoscente tiene de su existencia (yo soy totalmente en el universo que yo soy; que soy yo) y que sólo coyuntural- mente puede abandonar para alcanzar una recreación espacio-temporal (y perspectiva emulada) que carece de dicha ordenación temporal de la que, contrariamente a lo que sucede en el sistema real, fácilmente puede esca- par. Tanto por lo referido a la ordenación temporal ineludible (contigüidad determinada) como por la forma particular del antes y el después de la interacción, el Principio de causalidad se constituye como la condición de la validez empírica de nuestras percepciones, puesto que sólo conocemos a 32 LibrosEnRed
  • 33. El elemento único posteriori cómo se va a desenvolver la relación causa-efecto (de forma más general todo conocimiento derivado de la percepción es a posteriori). Es decir, el hecho de que se dé siempre primero A y luego B, y que además yo no pueda deducir B de A nos da que o bien obedece a una realidad distin- ta (mundo frente a nuestro pensamiento) o a la misma separada por una distinta, que nos daría, dicho sea de paso, una conexión lógica subyacente entre A y B (por tener la misma naturaleza). En este sentido, ya dijimos que el mundo matemático estructura al físico (a partir de la adimensionalidad del sistema primigenio inicial) y éste mediante la impresión genera una idea del mundo matemático original que subyace, siendo el fundamento ontológico entre la conexión o comunicación (a través de la realidad del mundo) entre las realidades multidimensionales de la cosa pensada y la de la matemática formal que subyace a la física de los Principios, y entre ellos el de causalidad, y más allá entre la no espacio-temporalidad de la mente y la de la realidad primigenia adimensional; aunque de esto hablaremos sobradamente. —Yo deduzco de todo lo escuchado —intervino Canto— que tu tesis fun- damental es que existe en la realidad una triada de estados: mundo real tridimensional, espacio físico multidimensional y sistema primigenio adi- mensional, que se corresponde con los objetos matemáticos, la matemática formal multidimensional y la intuitiva adimensional, esto es, con la mate- mática como caso particular de pensamiento, estableciendo una idéntica conexión con éste mediante la adimensionalidad de la cosa pensante, la multidimensionalidad de la pensada y… ¿Y qué más? —preguntó, perplejo. —Y la tridimensionalidad de la realidad aparente de las ensoñaciones —concluyó el autor mientras se sonreía—. Muy bien —dijo finalmente. El autor no se agotó en esto, de inmediato continuó con la siguiente cues- tión de su programa. —De momento nos interesa establecer como demostrado que la cosa es (y que es de acuerdo a como previamente, desde el principio de materialidad, dijimos que era) para desde esa asunción poder proseguir nuestro desarro- llo con argumentos físicos, una vez validados por los filosóficos, con total libertad. Todos estos puntos no sólo aclaran las cuestiones pretendidas sino que establecen un escenario necesario para el desarrollo de nuestras ideas. Nosotros dijimos que existe esa otra situación física previa y que, como con- secuencia de determinado suceso o fenómeno, se presenta la situación es- pacio-temporal que conocemos, pero no hemos dicho en ningún momento que la situación previa desaparezca o haya desaparecido para dar lugar a la otra, muy al contrario, esta situación pervive o, dicho con más naturali- dad, está porque para que una situación aparezca o desaparezca tiene que 33 LibrosEnRed
  • 34. Rafael Cañete Mesa estar sujeta a la temporalidad y esto en este sistema previo no se da. Para ese sistema previo, todo lo acaecido desde el principio de los tiempos hasta ahora ha pasado en cero segundos, propiamente dicho, no ha pasado: está; incluido en ese estar la situación previa a que acaeciera cosa alguna. Idénti- co comentario a todo lo que ocurrirá desde ahora en adelante. En cuanto al espacio, para ese sistema, todo lo que hay en el universo, todos lo miles de millones de años luz de distancia, se queda reducido a una distancia nula, esto, dicho de otra manera, quiere decir que no está. Vemos pues que en la situación física previa las cosas están no por una situación espacial sino por una atemporal. Ya tratamos lo que comportaba la adimensionalidad del cognoscente, y de forma genérica la adimensionalidad. Estamos viendo que todo aquello que tan lastimosamente planteamos como argumentario de la existencia del mundo físico surge de forma natural, es decir, que toda la idealidad —premisas y consecuencias— se pone de manifiesto no como resultado de un debate filosófico sino físico, y, con ello, que si bien es ne- cesario superar y obviar los presupuestos naturales (de esto se encarga la filosofía) éstos alcanzan finalmente con todo rigor las mismas conclusiones. La cuestión, por tanto, es que en la situación física anterior no se pueden dar fenómenos ni sucesos porque todas las cosas están y... —¿Cómo es esto posible, cómo se pueden superponer los estados que ve- mos tan claramente diferenciados? —preguntó Canto, extrañado de las consecuencias del planteamiento, casi incrédulo. —En realidad, no verías esto tan extraño si hubieras comprendido con toda profundidad la fenomenología de los sucesos y la esencia del tiempo, trata- das con anterioridad. Pero si no lo comprendéis por la vía de la adimensio- nalidad podemos intentarlo por la de la multidimensionalidad. La libertad del ser de las cosas que tenemos en la adimensionalidad la podemos alcan- zar mentalmente mediante la dimensionalidad infinita de las matemáticas que, como dijimos, podemos entenderla como una formalización de dicha adimensionalidad y sirve de soporte para modelos físicos que gocen de dicha libertad. Esto quiere decir que lo que en un sistema de determina- do número n de dimensiones se nos presenta como una restricción, en un sistema de n+1 dimensiones no se nos aparece como tal porque hablar de dimensiones es hablar de grados de libertad y en este último caso tenemos uno más. En este sentido, y a título de ejemplo, sobre un cuadrado —de dos dimensiones—, la altura, que nos permite formar un cubo —de tres dimensiones—, supone un grado de libertad más frente a la situación pre- via, y una forma de coexistencia —diferentes alturas— sobre ella. Esta idea hace que la inclusión de la coordenada temporal, junto con la velocidad de la luz, como una coordenada espacial más —formalizada en la métri- 34 LibrosEnRed
  • 35. El elemento único ca de Minkowski—, no sea una ideación sino una concreción de la misma pues convierte el tiempo en otra forma de espacialidad que aniquila las restricciones de coexistencia dada por las otras. Nos encontramos, por tan- to —prosiguió—, que existen diferentes espacios físicos tridimensionales —o estados— perceptibles, en correspondencia con una cuarta dimensión que nos los hace actuales y tangibles. Cada estado se presenta como un cosmos. Las tres coordenadas espaciales junto con la coordenada –Ct for- man, físicamente hablando un cuadrivector, esto es, un vector del espacio cuadrivectorial. Podemos reeditar el símil del túnel —que introdujimos en nuestro estudio de la cosa per se, para demostrar cómo se llevaba a cabo la simplificación de la percepción existencial a la temporal—, ahora con la pretensión, entre otras, de comprender lo anterior. El caso era el de un va- gón tridimensional que circula por un túnel oscuro a la velocidad de la luz. Allí dijimos de otra forma lo que estamos diciendo aquí: que no existe un mecanismo para determinar en qué punto coordenada espacial Ct nos en- contramos (por esto simplificábamos de Ct a t, siendo además C=constante) porque la misma tiene todos sus puntos indistinguibles (es oscuro) y tam- poco tenemos percepción de movimiento respecto de sus puntos porque moviéndose a la velocidad de la luz los sucesos que ocurren en el exterior se presentan tan a la velocidad de la luz como los originados en el interior del vagón. Ahora podemos entender que esa coordenada temporal que conforma el cuadrivector, que de forma insospechada utilizamos para de- terminar nuestra posición cuadrivectorial, es la onda, y ese desplazamiento (de la partícula tridimensional) a la velocidad de la luz a través de un túnel no es otro que el desplazamiento de la misma sobre la onda que la confor- ma o, si queremos —teniendo en cuenta la Energía Dinámica de Fase vista cuando hablamos de la esencia de las cosas materiales—, de la onda, aque- lla que no estando constreñida representaba un grado de libertad más, a través de la partícula. Beldad y Canto habían comprendido con éstas últimas consideraciones el sentido esencial de algunas de las afirmaciones que el autor había vertido difusamente con anterioridad. Siguieron escuchando el relato de su amigo. —La velocidad relativa pone en comunicación presentes diferentes y la ve- locidad absoluta de la luz —liberada de la dimensionalidad espacial— los pone en comunicación a todos. Ya lo dijimos, la luz —dado que su t=0 es para cualquier tiempo— vive un eterno presente, consecuencia, por otra parte, de que desde su sistema nuestra velocidad es nula puesto que ni pue- de ser relativa —por simetría— ni la velocidad de ella misma (estaríamos en su sistema). Esto último es una aparente paradoja que sólo se puede resol- ver tomando en consideración lo que ya tomamos para el desarrollo físico, 35 LibrosEnRed
  • 36. Rafael Cañete Mesa esto es, la existencia de intervalos cíclicos para las velocidades y, por tanto, la coincidencia del límite superior de uno (C) con el inferior del siguiente (el reposo). Existe, por tanto, un sistema para el cual cualquier tiempo es un tiempo nulo y cualesquiera dos acontecimientos son simultáneos. En un análisis más profundo podemos descubrir que, tal como apuntabas tú, y yo entonces quise velar —dijo dirigiéndose a Canto—, en él las cosas ni siquie- ra se puede decir que estén porque en sentido estricto —tal como indica- mos respecto de la adimensionalidad— no tienen un espacio donde estar sino que son. Y puesto que son, son, y ya, una vez siendo, cuando las vea cada uno de los sistemas relativos es otra historia. Si a esta idea de infinitud espacial, que hemos asemejado a un cosmos, le acompañamos de la idea de perpetuidad de todos los estados alcanzados o por alcanzar, es decir, la concreción de todos los cosmos existentes, tendremos la idea de eternidad que va más allá de la de intemporalidad. El autor efectuó una larga pausa. Beldad y Canto no sabían si su intención era que aquella sesión se diluyera en el olvido, pero al cabo continuó. —Fijaos que precisamente partimos de un sistema absoluto y sobre él se in- cluyen unos conceptos de relatividad (la relatividad de cuándo suceden las cosas y la relatividad de dónde suceden las cosas). ¿Dónde está el futuro?, ¿dónde está el pasado? Ambos conceptos, obviamente, sólo tienen sentido en esos sistemas relativos. Sólo en los sistemas relativos tiene sentido hablar de tránsito de estados, entre un pasado y un futuro, al que nos referimos como fenómeno o suceso causal. Ya dije que no existe el tiempo, existe el tránsito entre estados de forma ordenada que, por un lado, nos da una idea de realidad, pues este tránsito es irrevocable y, por otro —como co- menté—, de envejecimiento, y con él de la línea del tiempo. Y sólo en esos sistemas tiene sentido hablar de hechos que condicionan, de circunstancias, pues en el sistema de lo absoluto sólo existe coexistencia de estados y, por tanto, conocimiento. —Si en el sistema de lo absoluto tenemos simplemente una coexistencia de estados, ¿cómo se organizan éstos en el sistema de lo relativo? —preguntó Beldad. —Anteriormente Canto preguntó cómo se podían superponer los estados que tan claramente veían diferenciados y ahora tú en realidad preguntas por cómo se pueden diferenciar en el sistema de lo relativo los estados su- perpuestos de lo absoluto. Muy bien. Tal como dije, tanto por lo referido a la ordenación temporal ineludible (contigüidad determinada) como por la forma particular del antes y el después de la interacción, el Principio de causalidad se constituye como la condición de la validez empírica de las 36 LibrosEnRed
  • 37. El elemento único percepciones y, en consecuencia, la forma de relacionarse los estados toda vez que éstos se nos presentan porque somos ignorantes de ellos. El autor se paró en este punto, sabía que se dejaba algo atrás. El Principio de causalidad era el fundamento de la existencia de ese sistema relativo y de la realidad ineludible de la existencia del mismo, pero estaba sin deter- minar el fundamento del Principio. Era necesario cerrar el círculo4. Cuando concluyó hizo una semblanza de su intervención. —Hemos dicho que la ley física nos habla de un comportamiento homo- géneo y parejo de la colectividad del ente físico (resumida en él) hasta el punto de poder considerarlo a todos los efectos como una individualidad. Cada uno de los elementos constituyentes se ve afectado por la misma causa que el ente físico, hasta allí donde esa forma de afectarse tenga sen- tido. En línea con esto, como ya hemos referido, si empujo una pastilla de mantequilla que se desplaza y deforma, el parámetro deformación pierde sentido una vez que llego al nivel molecular —puesto que es una reubi- cación de moléculas—, y más aún al atómico, mientras que el parámetro movimiento o cantidad de movimiento sigue teniendo sentido en éstos. Todas las características, por tanto, pierden su sentido a medida que nos introducimos en una constitución más elemental (es por este mismo hecho por el que tampoco podemos hacer una defensa a ultranza y universal del Principio pues como ya hemos dicho sólo es aplicable allí donde existe un antes y un después y, como sabemos, al menos existe un sistema en el que esto no se da) salvo aquéllas que son inherentes a dicha constitución —del propio elemento constitutivo— que son las que dan lugar o se ponen en juego en las modificaciones elementales. En consecuencia siempre hay un plano de entendimiento y de construcción física para el que tal parámetro físico pierde validez y obedece internamente a otra característica o pecu- liaridad diferente. De aquí, si os acordáis, sacábamos dos conclusiones: que obedece a otra peculiaridad diferente y, propiamente dicho, que obedece, es decir, que aunque la transformación física subyacente tenga un sentido bien diferente al que se nos pone de manifiesto en la observación, ésta existe, y existe hasta llegar al nivel de máxima simplicidad en el que sólo puede tener lugar modificaciones elementales y discretas. Son estas modi- ficaciones las que se trasmiten desde lo más grande —el ente físico— a lo más pequeño (la onda o unidad elemental) y nos garantizan, a través de las condiciones irreductibles, el fundamento lógico del Principio de causa- lidad. Estas condiciones irreductibles se materializan, desde un punto de vista físico en la reducción de toda operación a la operación de asociación. Las ondas sólo responden a la operación determinada por la asociación del 4 A partir de aquí se puede ir a «Sobre causalidad y argumentos de indeterminación», y luego volver a lectura o seguir tal cual obviando esta nota. 37 LibrosEnRed