La esperanza de los abuelos: el encuentro entre generaciones
1. La esperanza de los abuelos
“El acontecimiento de la presentación en el templo (Lc 2.41-50) nos pone ante encuentro de
generaciones: los niños y los ancianos. El niño que asoma a la vida, asumiendo y cumpliendo la
Ley, y los ancianos que la festejan con el gozo del Espíritu Santo. Niños y ancianos construyen
el futuro de los pueblos.
Los niños porque llevarán adelante la historia, los ancianos porque transmiten la experiencia y
la sabiduría de sus vidas”.
La figura del viejo Simeón me resulta simpática por más que el pobre esté ya muy carca.
Personalmente me sugiere un poco la idea de la presencia del abuelo, una figura venida a
menos hoy día, pero tan importante en la familia y concretamente en la vida de los niños.
Ver al Niño Jesús en brazos de Simeón es algo parecido a contemplar esos viejos troncos del
bosque, pero que brotan en nuevos retoños.
Es el encuentro y el abrazo entre el pasado y el presente y el futuro.
Es lo viejo que se abre gozoso a lo nuevo y que siente la plenitud de su vida, no contando
precisamente la experiencia de sus años, sino acogiendo con alegría el futuro. “Ahora, Señor,
según tu promesa puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han vista a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos, luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu
pueblo Israel”.
Es el encuentro de generaciones. Y no precisamente como un problema entre el ayer y el
mañana, sino como el ayer que abraza y estrecha contra su corazón el futuro. Como el ayer
que ya se va y la alegría de contemplar lo nuevo. Es el hoy que no mira con nostalgia el pasado,
sino que se goza y deleita con el futuro.
Simeón no es el anciano que mira las huellas de su paso y tiene miedo de que el tiempo las
borre. Por el contrario, es el viejo que anuncia el futuro: “Mira, éste está puesto para que
muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida; así quedará clara la
actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el corazón”.
Hoy, nuestra cultura está marginando a los ancianos y a los viejos. Como que lo viejos ya están
fuera de circulación. Y con ello, aún sin pretenderlo, hemos también oscurecido un poco la
imagen de los abuelos, que normalmente, ni viven en la misma casa de los nietos. Y con ello les
hemos privado:
A los abuelos: del consuelo y la alegría de verse ellos mismos retoñados en sus nietos.
Y a los nietos: del cariño, del amor y de la ilusión de sus abuelitos. Porque, al fin y al cabo, los
abuelos, que son un poco la chochera de los nietos, son como el puente entre el ayer y el hoy.
Incluso, en muchas circunstancias, son ellos los que suavizan la relación entre padres e hijos.
La figura de los abuelos ha sido siempre una figura necesaria en nuestras vidas. Sobre todo
hoy, que los padres suelen trabajar los dos, y los niños ya no quedan bajo el cuidado de los
abuelos, sino que éstos son reemplazados por la “niñera”, la “empleada de casa”.
Y la “niñera” desempeña unas “funciones”, pero no unas verdaderas “relaciones”. Y lo que los
niños necesitan, más que funciones, son relaciones personales tan necesarias para su
desarrollo emocional y sicológico de los mismos.
2. Los abuelos tienen necesidad de sentir, en el ocaso de sus vidas, el calor, el cariño, la tierna
sonrisa de los niños. No se trata de “cargarlos” con los nietos mientras los padres se quedan
libres. Se trata de una simple presencia.
Una presencia que alegra el corazón de los abuelos.
Y una presencia que da seguridad y ternura a los niños.
El viejo Simeón se siente feliz de ver que el futuro y lo nuevo ya han llegado.
Los abuelos se sienten felices de ver que sus vidas continúan rejuvenecidas en la tierna carne y
en la sonrisa de sus nietos.
Que en este día de la Sagrada Familia de Jesús, María y José, nos ayude a recordar a esas
figuras tan venidas a menos y que tiernamente llamamos “abuelitos”