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¿Acaso es justo?
—Debió haber dolido…— Murmuró una sombra que miraba con piedad el cuerpo
de un pequeño polluelo recién nacido, las plumas todavía no brotaban de su piel
manchada de rojo.

Desesperado chillaba en clamor a su madre… Lo había abandonado por ser
diferente..

Una de sus alas no había crecido correctamente, la encorvaba sobre el suelo en
un pobre intento por sostenerse y poder levantarse. Sus patas habían sido heridas
por la caída, durante la cruel indiferencia de su progenitora.

La sombra se inclinó hacia el desdichado animal, tomándolo suavemente entre
sus grandes manos. Lo llevó hacia su pecho para darle calor con los retazos de
tela que tenía por vestimenta. Lo estrechó un poco en un momento de cólera al
pensar en el crimen que cometió su madre ante una criatura inocente.

La figura comenzó a caminar hacia una vieja mesa de madera podrida, rasgó un
pedazo de su ropa y lo acomodó de tal manera que sirviera de cama al polluelo.
Quien a tal acción se acurrucó entre las arrugas para poder observar mejor a su
salvador.

No era un hombre, su rostro y fisionomía no eran acordes a las de un humano
normal.

Su piel parecía muerta y seca, de un tono verdoso. No tenía cabello alguno, su
cabeza era cuadrada, y de sus sienes sobresalían dos extraños fierros.

Su cuerpo…



Era enorme, sus brazos parecieran haber sido armados por un niño travieso, sus
brazos y piernas tenían marcas de coceduras, los retazos de trapo que usaba
sobre su torso no era lo suficientemente largo para ocultar las cicatrices que
cubrían sus extremidades. A pesar de todo esto, su mirada era amable, piadosa y
hasta triste en algún punto.

Su sonrisa estaba al revés… ¿Por cuánto habrás pasado, mi dulce amigo?
—Sé lo que se siente el ser apartado por ser diferente..— Susurró con voz ronca,
aunque amigable y tranquila. El retoño observó alrededor del gigante… estaba en
una habitación obscura, en ruinas, casi sin muebles, en una esquina se podía
apreciar una manta vieja sobre hojas de paja apiladas al azar.

 Al mirar tal acomodo se puede adivinar que se trata de su cama. Delante de la
mesa donde se encontraba había una silla algo grande, de madera igualmente
aunque desgastada y vieja.

En el otro extremo había unas cajas ordenadas una detrás de la otra, apiladas en
forma rectangular, sobre ellas había una especie de tazón viejo que tenía algo
espeso y blanquecino.

La bondadosa criatura tomó aquel tazón y con una pequeñísima cuchara de metal
la batió, después se acercó al polluelo y lo acomodó para empezar a alimentarlo.



—Yo te cuidaré hasta que te mejores y te enseñaré a volar… Seré tu amigo—
Volvió a susurrar con una leve y delicada sonrisa mientras con toda la suavidad
del mundo le daba la espesa masa en el pico a la cría.

Un rato después, ya que terminó de alimentarlo, le unto una combinación de
plantas molidas con algunos extraños líquidos, en las patas y el ala mal formada.

El polluelo lo miraba con gratitud desbordante, que alma tan buena le había
mandado el supremo para auxiliarlo en el momento en que todo parecía perdido,
cuando recién llegaba a este mundo… a este cruel mundo…



Cayó la noche, el gigante preparaba los harapos y la vieja paja que le servía de
cobijo, las cajas de madera que lo sostenían rechinaban, faltará poco para que
estas expiren. Antes de meterse a la cama, echó un vistazo hacia la vieja mesa,
donde yacía el polluelo, dormido en un profundo sueño, con las patas ya vendadas
y su ala sostenida por un diminuto trapo que le ataba al cuerpo. Tras comprobar
que respiraba aunque con dificultad, pudo al fin irse a dormir. Para despertar en la
mañana… ahora tiene compañía.
Tres días después…………..



—Mi papá decía… que el ser diferentes nos hace especiales, y que las demás
personas no entienden cuan especiales somos… por eso nos odian— Dijo
piadoso, mientras preparaba el alimento de su huésped. Quien lo miraba desde su
cama improvisada sobre la mesita de madera.

Para esto, el diminuto animal, ya ha crecido un poco, las plumas comienzan a salir
de su piel, sus patitas están curadas, pero debe mantener el reposo y no caminar
aún. Ya canta por las mañanas y ahora está bien nutrido.



—Disculpa el que siempre te de lo mismo de comer… pero es todo lo que puedo
conseguir— Musitó acercándose al pajarito, levantándolo con un dedo para
alimentarlo, quien a esto movió un ala en signo de felicidad. La mirada de nuestro
amable monstruo adoptó un brillo sin igual. Daba aliento y esperanzas a su
amiguito otorgándole una pequeña y sutil sonrisa, pero que para el polluelo era
toda su vida.

Terminando de alimentarlo lo cargó en su gran mano con cuidado y lo situó en la
húmeda y fría madera, intentando hacer que caminase.

La cría se mantenía erguido durante 2 segundos y caía por lo débil de sus patas.



—Aún no es la hora, parece ser…— Dijo sonriéndole, sin importar el que no
hubiera podido caminar, el simple hecho de haberlo intentado le daba felicidad.
Como un padre a su hijo al enseñarle a caminar.



Al atardecer, nuestro grande amigo tenía que ir al río cercano a por agua.
Necesitaba lavar a su huésped, y también darse un baño. Acomodó al pequeño en
los trapos y este se acurrucó enseguida, quedándose dormido.

Mirándolo con ternura durante unos minutos, pensando que al fin estaba haciendo
algo bueno en su vida. Su padre había muerto en el intento por salvarlo de la
gente que trataba de atraparlo y asesinarlo, y a ese pequeñín su mama le había
abandonado cruelmente, solo por no tener la capacidad de volar.



Sacando esos tristes pensamientos de su mente, tomó un balde de madera, mal
construido, hecho por él. Salió de su pequeña cabaña y se dirigió al río.

Al regresar se llevaría la tristeza más grande de su vida… y la última.



Cayó la noche demasiado pronto, el gigante corrió como loco para llegar a la
cabaña, no debía estar en el bosque a esas horas, podrían descubrirlo.

Al visualizar su hogar sintió un alivio profundo, sin más tiempo que perder llegó
casi azotando la puertita de madera que había construido con sus propias manos.
Dejó el balde de agua en una esquina y se dirigió a la mesita para despertar a su
amigo….. despertarlo…



Tomó al polluelo en sus manos, pero algo estaba mal…

No se movía… por más que le hablaba y lo picaba, el pequeñín no se movía. Al
sentirlo mejor pudo notar que… estaba totalmente rígido…no respiraba… ya no
sentía su corazón palpitar…



Había muerto…….



Cristalinas lagrimas brotaron instantáneamente por los ojos del gigante… casi sin
darse cuenta ya estaba ahogado en llanto. ¿Qué había pasado? ¿Qué había
hecho mal?

Abrazo con delicadeza el cadáver de su amiguito, sin poder contener el agua
salada que mojaba su rostro. Ni siquiera se había podido despedir de él. Todo
parecía estar bien cuando él se fue.

                      ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
Volvió a acurrucar a la cría en los trapos sucios, lo envolvió entre ellos, en un
pobre intento por abrigarlo y lo dejó recostado en la mesita. Ni siquiera podía
prender una vela para iluminar su camino hacia el cielo.




Ya era de noche, tenía que dormir, nuestro desconsolado gigante se ahogaba en
sus lágrimas, se recostó en la vieja paja y los harapos esparcidos, se dejó caer y
las cajas dieron su ultimo crujido, pues se rompieron… no le importó el dolor
punzante que sintió al clavarse los pedazos de madera y las astillas en su cuerpo..
La cabeza le dolía, la mirada le pesaba, el corazón lo mataba…




Entonces…



           Cerró los ojos y ya nunca volvió a despertar… ya nunca…



                                ¿Acaso es justo?

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  • 1. ¿Acaso es justo? —Debió haber dolido…— Murmuró una sombra que miraba con piedad el cuerpo de un pequeño polluelo recién nacido, las plumas todavía no brotaban de su piel manchada de rojo. Desesperado chillaba en clamor a su madre… Lo había abandonado por ser diferente.. Una de sus alas no había crecido correctamente, la encorvaba sobre el suelo en un pobre intento por sostenerse y poder levantarse. Sus patas habían sido heridas por la caída, durante la cruel indiferencia de su progenitora. La sombra se inclinó hacia el desdichado animal, tomándolo suavemente entre sus grandes manos. Lo llevó hacia su pecho para darle calor con los retazos de tela que tenía por vestimenta. Lo estrechó un poco en un momento de cólera al pensar en el crimen que cometió su madre ante una criatura inocente. La figura comenzó a caminar hacia una vieja mesa de madera podrida, rasgó un pedazo de su ropa y lo acomodó de tal manera que sirviera de cama al polluelo. Quien a tal acción se acurrucó entre las arrugas para poder observar mejor a su salvador. No era un hombre, su rostro y fisionomía no eran acordes a las de un humano normal. Su piel parecía muerta y seca, de un tono verdoso. No tenía cabello alguno, su cabeza era cuadrada, y de sus sienes sobresalían dos extraños fierros. Su cuerpo… Era enorme, sus brazos parecieran haber sido armados por un niño travieso, sus brazos y piernas tenían marcas de coceduras, los retazos de trapo que usaba sobre su torso no era lo suficientemente largo para ocultar las cicatrices que cubrían sus extremidades. A pesar de todo esto, su mirada era amable, piadosa y hasta triste en algún punto. Su sonrisa estaba al revés… ¿Por cuánto habrás pasado, mi dulce amigo?
  • 2. —Sé lo que se siente el ser apartado por ser diferente..— Susurró con voz ronca, aunque amigable y tranquila. El retoño observó alrededor del gigante… estaba en una habitación obscura, en ruinas, casi sin muebles, en una esquina se podía apreciar una manta vieja sobre hojas de paja apiladas al azar. Al mirar tal acomodo se puede adivinar que se trata de su cama. Delante de la mesa donde se encontraba había una silla algo grande, de madera igualmente aunque desgastada y vieja. En el otro extremo había unas cajas ordenadas una detrás de la otra, apiladas en forma rectangular, sobre ellas había una especie de tazón viejo que tenía algo espeso y blanquecino. La bondadosa criatura tomó aquel tazón y con una pequeñísima cuchara de metal la batió, después se acercó al polluelo y lo acomodó para empezar a alimentarlo. —Yo te cuidaré hasta que te mejores y te enseñaré a volar… Seré tu amigo— Volvió a susurrar con una leve y delicada sonrisa mientras con toda la suavidad del mundo le daba la espesa masa en el pico a la cría. Un rato después, ya que terminó de alimentarlo, le unto una combinación de plantas molidas con algunos extraños líquidos, en las patas y el ala mal formada. El polluelo lo miraba con gratitud desbordante, que alma tan buena le había mandado el supremo para auxiliarlo en el momento en que todo parecía perdido, cuando recién llegaba a este mundo… a este cruel mundo… Cayó la noche, el gigante preparaba los harapos y la vieja paja que le servía de cobijo, las cajas de madera que lo sostenían rechinaban, faltará poco para que estas expiren. Antes de meterse a la cama, echó un vistazo hacia la vieja mesa, donde yacía el polluelo, dormido en un profundo sueño, con las patas ya vendadas y su ala sostenida por un diminuto trapo que le ataba al cuerpo. Tras comprobar que respiraba aunque con dificultad, pudo al fin irse a dormir. Para despertar en la mañana… ahora tiene compañía.
  • 3. Tres días después………….. —Mi papá decía… que el ser diferentes nos hace especiales, y que las demás personas no entienden cuan especiales somos… por eso nos odian— Dijo piadoso, mientras preparaba el alimento de su huésped. Quien lo miraba desde su cama improvisada sobre la mesita de madera. Para esto, el diminuto animal, ya ha crecido un poco, las plumas comienzan a salir de su piel, sus patitas están curadas, pero debe mantener el reposo y no caminar aún. Ya canta por las mañanas y ahora está bien nutrido. —Disculpa el que siempre te de lo mismo de comer… pero es todo lo que puedo conseguir— Musitó acercándose al pajarito, levantándolo con un dedo para alimentarlo, quien a esto movió un ala en signo de felicidad. La mirada de nuestro amable monstruo adoptó un brillo sin igual. Daba aliento y esperanzas a su amiguito otorgándole una pequeña y sutil sonrisa, pero que para el polluelo era toda su vida. Terminando de alimentarlo lo cargó en su gran mano con cuidado y lo situó en la húmeda y fría madera, intentando hacer que caminase. La cría se mantenía erguido durante 2 segundos y caía por lo débil de sus patas. —Aún no es la hora, parece ser…— Dijo sonriéndole, sin importar el que no hubiera podido caminar, el simple hecho de haberlo intentado le daba felicidad. Como un padre a su hijo al enseñarle a caminar. Al atardecer, nuestro grande amigo tenía que ir al río cercano a por agua. Necesitaba lavar a su huésped, y también darse un baño. Acomodó al pequeño en los trapos y este se acurrucó enseguida, quedándose dormido. Mirándolo con ternura durante unos minutos, pensando que al fin estaba haciendo algo bueno en su vida. Su padre había muerto en el intento por salvarlo de la
  • 4. gente que trataba de atraparlo y asesinarlo, y a ese pequeñín su mama le había abandonado cruelmente, solo por no tener la capacidad de volar. Sacando esos tristes pensamientos de su mente, tomó un balde de madera, mal construido, hecho por él. Salió de su pequeña cabaña y se dirigió al río. Al regresar se llevaría la tristeza más grande de su vida… y la última. Cayó la noche demasiado pronto, el gigante corrió como loco para llegar a la cabaña, no debía estar en el bosque a esas horas, podrían descubrirlo. Al visualizar su hogar sintió un alivio profundo, sin más tiempo que perder llegó casi azotando la puertita de madera que había construido con sus propias manos. Dejó el balde de agua en una esquina y se dirigió a la mesita para despertar a su amigo….. despertarlo… Tomó al polluelo en sus manos, pero algo estaba mal… No se movía… por más que le hablaba y lo picaba, el pequeñín no se movía. Al sentirlo mejor pudo notar que… estaba totalmente rígido…no respiraba… ya no sentía su corazón palpitar… Había muerto……. Cristalinas lagrimas brotaron instantáneamente por los ojos del gigante… casi sin darse cuenta ya estaba ahogado en llanto. ¿Qué había pasado? ¿Qué había hecho mal? Abrazo con delicadeza el cadáver de su amiguito, sin poder contener el agua salada que mojaba su rostro. Ni siquiera se había podido despedir de él. Todo parecía estar bien cuando él se fue. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
  • 5. Volvió a acurrucar a la cría en los trapos sucios, lo envolvió entre ellos, en un pobre intento por abrigarlo y lo dejó recostado en la mesita. Ni siquiera podía prender una vela para iluminar su camino hacia el cielo. Ya era de noche, tenía que dormir, nuestro desconsolado gigante se ahogaba en sus lágrimas, se recostó en la vieja paja y los harapos esparcidos, se dejó caer y las cajas dieron su ultimo crujido, pues se rompieron… no le importó el dolor punzante que sintió al clavarse los pedazos de madera y las astillas en su cuerpo.. La cabeza le dolía, la mirada le pesaba, el corazón lo mataba… Entonces… Cerró los ojos y ya nunca volvió a despertar… ya nunca… ¿Acaso es justo?