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 ANTROPOLOGÍA LITÚRGICA 
- OBJETIVO: «…Conocer la naturaleza, relación y finalidad antropológica, religiosa y litúrgica de los
gestos, signos, con el fin de que los alumnos comprendan el carácter eminentemente simbólico de
la liturgia…».
I. Nociones Generales de ‘Antropología’.
Se puede hablar del hombre, y se habla de él, de hecho, desde muchos puntos de vista: la filosofía, la
psicología, la medicina, la sociología... Es claro que el término «antropología» nos remite al hombre,
nos hace ver que éste es el objeto material de nuestro estudio. Pero no basta con esto; tenemos también
que precisar, y esto es sin duda más importante, el punto de vista desde el que tratamos de abordarlo.
El adjetivo «teológica» nos señala cuál es este punto de vista: se trata de lo que el hombre es en su
relación con el Dios uno y trino revelado en Cristo.
Cuando en la teología cristiana se habla de revelación es Dios el que se da a conocer. A nosotros nos
corresponde dar respuesta a otra pregunta: si es Dios el que se revela en su Hijo Jesús, ¿qué sentido
tiene hablar de lo que la revelación cristiana nos dice sobre el hombre? El Concilio Vaticano II, en un
texto de importancia capital, sobre el que tenemos que volver a lo largo de nuestra exposición, ha
señalado que Cristo, en la revelación del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio
hombre y le da a conocer su altísima vocación (cf. GS 22). En cuanto destinatario del amor del Padre,
el hombre llega a saber hasta las últimas consecuencias quién es él mismo.
La verdad revelada es verdad de salvación. Es precisamente esta verdad la que nos dice quién es el
hombre, al darnos a conocer a qué está llamado; hay que presuponer una coherencia básica entre
nuestro ser y nuestro destino si no queremos que éste aparezca como algo meramente exterior a
nosotros mismos, que no nos plenifica interiormente. Desde este punto de vista tiene sentido la
denominación «antropología teológica». También por ello se explica la pretensión del cristianismo de
ofrecer una visión original del hombre, conocida en la fe. Esta visión deriva de lo que la fe nos dice
sobre Dios y sobre su Hijo Jesucristo hecho hombre por nosotros.
La propia revelación cristiana, que nos habla de Jesucristo como el Hijo de Dios encarnado y de nuestro
encuentro con él en la fe, presupone un conocimiento y una experiencia de lo que es ser hombre como
sujeto libre y responsable de sí. De lo contrario no podríamos tener ningún acceso a Jesús ni al misterio
de su encarnación. Por ello la revelación cristiana no pretende en modo alguno ser la única fuente de
conocimientos sobre el hombre. Más todavía, presupone expresamente lo contrario. Sin perder nada de
la especificidad teológica, la reflexión cristiana sobre el hombre se ha de enriquecer con los datos y las
intuiciones que proporcionan la filosofía y las ciencias humanas.
Pero todos estos contenidos han de ser contemplados bajo una luz nueva y más profunda: la de la
relación del hombre con Dios. Esta es la dimensión última y más profunda del ser humano, la única
que nos da la medida exacta de lo que somos: el objeto privilegiado del amor de Dios, la única criatura
de la tierra que Dios ha querido por sí misma (Vaticano II,Gaudium et Spes, 24) y que ha sido llamada
en lo más profundo de su ser a la comunión de vida con el propio Dios uno y trino.
a) La dimensión más propia y específica de la antropología teológica es la que hace referencia a la
relación de amor y de paternidad que Dios quiere establecer con todos los hombres en Jesucristo su
Hijo. Volviendo al texto del Vaticano II (GS 22) al que nos referíamos al comienzo de estas reflexiones,
Jesús manifiesta el hombre al propio hombre en la revelación del misterio del Padre y de su amor. El
hombre ha sido llamado, «por la gracia», por favor divino, a la filiación divina, a participar en el
Espíritu Santo en esta relación que es propia sólo de Jesús. Estamos llamados a participar plenamente
de su vida en la consumación escatológica.
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2b) Pero esta «llamada» y esta «gracia» presuponen nuestra existencia como criaturas libres. Nosotros
no tenemos en nosotros mismos la última razón de ser de nuestra existencia. Existimos porque se nos
ha dado este don, por la bondad de Dios que libremente quiere darnos el ser. Es verdad que Dios nos ha
creado para podernos llamar a la gracia de la comunión con él.
No existe otro hombre sino el que desde el primer momento ha sido creado a imagen y semejanza de
Dios; y todo ha sido creado por medio de Cristo y camina hacia él. La condición creatural del hombre es
un determinante fundamental y total de su ser, y ha de ser teológicamente considerado en su propia
consistencia en cuanto orientado de hecho a la comunión personal con Dios de la que a la vez es el
presupuesto necesario.
c) En tercer lugar, el hombre creado por Dios y llamado a la comunión con él se halla siempre (aunque
en diversa medida según las circunstancias) bajo el signo del pecado, de la infidelidad a Dios propia y
de los demás. El amor de Dios, que nos ha creado y nos quiere hacer sus hijos, no ha encontrado en el
hombre una adecuada respuesta de aceptación, sino, ya desde el principio, no sólo la indiferencia, sino
el positivo rechazo.
El estudio del hombre bajo el punto de vista de la relación con Dios, articulada en el modo que
brevemente hemos expuesto, constituye el objeto fundamental de la antropología teológica. Hemos
hablado de la condición creatural del hombre. Pero no sólo él, sino también todo el mundo que nos
rodea es también criatura de Dios. En este mundo creado por Dios vive y actúa el ser humano.
La existencia cristiana en la fe, esperanza y caridad, las virtudes teologales, es también parte integrante
de la antropología teológica. Por último, también la escatología está en conexión con la antropología
teológica. Significa el estado de plenitud de la humanidad agraciada por Dios. También nos ocuparemos
brevemente de ella, aunque, junto a las conexiones con la antropología, hay que poner de relieve las que
tiene además con la cristología y la eclesiología.
II. Signos, Símbolos y Gestos en la Liturgia.
- Palabra vs. Símbolo. Estudiaremos en la liturgia lo que procede de la bipolaridad entre símbolo y
palabra. El símbolo sin palabra es hechicería. La palabra sin símbolo es verbalismo estéril. A primera
vista, el gran cambio introducido por el Vat II es la potenciación de la ‘palabra’ en la liturgia. La
introducción de la lengua vernácula insiste en la inteligibilidad de la palabra, más que en fórmulas
esotéricas en lenguas sagradas ininteligibles para el pueblo.
La introducción de las lenguas vernáculas en el texto de la constitución fue muy tímido (SC 36) y quedó
muy pronto desbordado y superado por los acontecimientos (SC 36). La constitución mantiene como
norma general que “se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos, salvo derechos
particular”. El latín se sigue considerando como la norma, y la lengua vernácula, la excepción. Muy
pronto la situación se invirtió totalmente en la práctica.
Una vez que la palabra se podía ya entender, su uso comenzó a dilatarse. La liturgia de la palabra tiene
ahora su ubicación en todos los sacramentos, y no sólo en la Eucaristía (SC 35,1). La homilía se
“recomienda encarecidamente” en todas las celebraciones, y se hace obligatoria en las Misas de los
domingos. “Nunca se omita, si no es por causa grave” (SC 52; cf. 35,2).
La palabra en la liturgia pasó a ser por antonomasia la Palabra de Dios contenida en la Sagrada
Escritura. El concilio dio una extrema importancia a todos los textos bíblicos utilizados en la liturgia:
lecturas, salmos, cánticos... (SC 24). Una de las líneas de reforma fue “preparar la mesa de la palabra
de Dios con más abundancia” y para ello, “abrir con mayor amplitud los tesoros de la Biblia (SC 51).
También la Dei Verbum compara la Palabra de Dios con la Eucaristía, en un contexto litúrgico y subraya
cómo “la Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor,
no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios
como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Sagrada Liturgia (DV 21).
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3Exhorta también a los sacerdotes que presiden la Eucaristía a que “se sumerjan en las Escrituras con
asidua lectura y con estudio diligente, para que ninguno de ellos resulte ‘predicador vacío y superfluo
de la palabra de Dios que no la escucha en su interior’, puesto que debe comunicar a los fieles que se le
han confiado, sobre todo en la Sagrada Liturgia, las inmensas riquezas de la palabra divina (DV 25). La
reforma litúrgica ha hecho realidad la afirmación del Deuteronomio: “Tienes la palabra cerca de ti” (Dt
30,14; Rm 10,8).
Al servicio de esta palabra, una de las grandes novedades del postconcilio ha sido la reconfiguración del
ministerio de lector como un ministerio permanente, tal como ya comentamos anteriormente. No se
trata simplemente de una función. Su ministerio es fuente de espiritualidad para quien lo ejerce. “Para
realizar mejor y más perfectamente estas funciones, medite con asiduidad la Sagrada Escritura. El
lector, consciente de la responsabilidad adquirida, procure con todo empeño y ponga los medios aptos
para conseguir cada día más plenamente el suave y vivo amor, así como el conocimiento de la Sagrada
Escritura, para llegar a ser más perfecto discípulo del Señor”.
El concilio ha insistido en la unidad profunda que hay entre palabra y rito. “Las dos partes de que costa
la Misa, a saber, Liturgia de la palabra y Eucaristía, están tan íntimamente unidas que constituyen un
solo acto de culto” (SC 56).
Por eso la liturgia de la Palabra no es una simple preparación al sacramento, sino que es una celebración
en sí misma que interpela, juzga y anima a la comunidad celebrante. La palabra era ya una realidad
previa al sacramento. Se proclamó en la evangelización y en la catequización. Tiene ya por sí misma una
dimensión salvífica. No sólo anuncia la salvación, sino que la hace presente. La palabra celebrada en el
contexto sacramental es la actualización y síntesis de esa palabra proclamada en muchos contextos
diversos presacramentales. Los sacramentos celebran una salvación y una gracia que ya ha llegado
inicialmente por la predicación de la palabra, que ha tenido lugar en una etapa presacramental de
evangelización, y que culmina en la proclamación misma que es ya parte integrante del rito sacramental.
Esto relativiza el sacramento, que deja de estar en un “espléndido aislamiento”, como fuente única de
gracia. La liturgia de la palabra enlaza con la palabra predicada pre-sacramentalmente y comparte con
ella su condición de palabra eficaz y salvífica. No es sólo en el sacramento donde se activa la gracia y la
salvación.
Pero entonces, si la palabra ya era eficaz y salvífica, ¿no es superfluo el sacramento? ¿No tendrá razón
Lutero? ¿Son dos vías paralelas? En un nivel teórico, la respuesta es clara: no, el sacramento no es
superfluo. Pero ¿por qué?
Porque la palabra sólo culmina en el sacramento. Por eso no se puede oponer ambas realidades
salvíficas. La palabra conduce hacia el sacramento para alcanzar la culminación de su acción salvadora,
y el sacramento no puede realizar su acción con eficacia si falta la palabra que da sentido a sus ritos.
No son dos realidades autónomas, sino interdependientes. El no ser conscientes de esta bipolaridad ha
llevado a algunas comunidades a escorarse a favor de la liturgia de la palabra más que a la celebración
de los sacramentos. Hoy parece encontrarse un nuevo equilibrio. Rahner dice que la palabra acaece en
la Iglesia con intensidad diversa según los diversos grados de comunicación con Dios. Cuando llega a
su máxima actualización de la acción salvífica y de su visibilización histórica, tenemos el sacramento.
La Reforma protestante radicalizó la Palabra como única fuente que suscita la fe. Para los protestantes
sólo hay logos; no se necesita ninguna visibilidad para acoger la Palabra en fe. Lo más que cabría sería
una imagen pedagógica como soporte didáctico a la Palabra que despierta la fe que justifica. Los
protestantes sólo valoran los sacramentos como medios audiovisuales.
Estamos todos de acuerdo, católicos y protestantes en que la Palabra engendra y crea vida (Sant 1,19).
La asamblea de los creyentes tiene el valor de la Palabra viva que la ilumina y penetra. Pero hemos de
aprender que Logos y Pneuma van siempre unidos. El hecho de privilegiar el Logos en la celebración no
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4debe excluir el dejarse inundar por el Pneuma, que, sin palabras, penetra en lo profundo del corazón.
La palabra sin espíritu es verbalismo, racionalismo, mesa redonda, tertulia. El Espíritu sin palabra
equivale a folklore, alienación, orgía. Ya Pablo se planteaba el problema de la conjunción de lo racional
y lo no-verbal en la oración, cuando contraponía el “orar con la mente”, y el “orar con el Espíritu”. Esta
oración con el Espíritu es la oración no-verbal del canto en lenguas. La conclusión de Pablo ante el
dilema de orar de una u otra forma es inclusiva: “Oraré con el espíritu, pero oraré también con la mente
(1 Cor 14,15).
Dice Rovira Belloso que si el Logos es amigo de conceptos, el Pneuma es amigo de símbolos. Sería
excesivo querer excluir de la liturgia cualquier Palabra en acción, que sea capaz de visibilizarse en el
cuerpo de la Iglesia. No debemos impedir que el Pneuma arraigue en los símbolos que le prestan
visibilidad y eficacia antropológica y pueden ser instrumentos de santificación del creyente. Cristo se
sigue expresando a través y por medio de los sacramentos.
La liturgia de la palabra es ya liturgia, y no una catequesis, ni una mesa redonda que precede a la liturgia.
La Escritura no se lee, se proclama como un acontecimiento, acompañada de gestos, cantos y oraciones.
La belleza de un evangelio bien cantado con una música adecuada es sobrecogedora. Sería absurdo que
el presidente se revistiese sólo en el ofertorio, después de la liturgia de la palabra, como si fuera sólo
entonces cuando comenzara la etapa ritual de la Eucaristía. La Palabra es ya proclamación ritual. Está
viva cuando resuena en la boca, no cuando es meramente leída. La Palabra no se limita a instruir;
convoca, pone a las personas en estado de comunicación y de diálogo, enseña, impera, convierte,
transforma y configura.
La palabra lleva consigo una demanda de conversión. Para acoger la Palabra hay que negar otras
palabras que nos habitan y que se resisten a aceptar la palabra que se nos proclama. Esta negación de
uno mismo propia de toda escucha receptiva, es ya un gesto sacrificial que pertenece a la entraña de la
Eucaristía. La comunión con la palabra es ya una comunión eucarística.
Hay que mostrar la continuidad entre la Palabra y la Acción, el lazo entre la proclamación de la Palabra
y la Pascua de Cristo. Palabra y acción simbólica constituyen el sacramento. Uno de los grandes escollos
de la acción litúrgica es que no se vea en ella la unidad de Palabra y símbolo. O bien la palabra queda
excesivamente ritualizada, como si no fuese el brillo de una comunicación viva, como si no fuese una
primera asimilación de Cristo que nos prepara a la comunión eucarística. O bien, como si la acción
simbólica –, comunión del pan y el vino, inmersión en el agua, unción, participación de la Cena- fueran
un elemento meramente didáctico, una segunda pieza de enseñanza después de la doctrina expresada
en la Palabra. Como si la acción simbólica fuera simplemente una ayuda visual catequética al servicio
de una doctrina.
Cada parte de la celebración debe tener su propio genio; palabra que da, símbolo en el que nos
sumergimos para hacer memoria y anticipación de la presencia del Señor. En su libro Los sacramentos
símbolos del Espíritu, Rovira Belloso tiene un profunda síntesis de antropología y teología del símbolo,
como punto abierto a la comunión con la trascendencia, en la que la inmensidad de Dios se hace
presente en la pequeñez del símbolo, la contradicción de una música callada o un silencio elocuente. La
realidad última se esconde y se comunica en el símbolo, con una inmediatez que la palabra conceptual
nunca podrá alcanzar. Ahora cuatro características al símbolo:
a) Rehace el recuerdo de la memoria humana y nos retrotrae al inicio, antes de toda división, a un
momento primigenio de unidad, cuando éramos de Dios, cuando éramos de la madre, cuando éramos
de la tierra; el tronco a la raíz, las ramas al tronco y los frutos a las ramas. El símbolo señala el origen
común antes de la diferenciación.
b) El símbolo es anticipación de la escatología divina en el mundo humano. Es memorial, pero es
también anticipación, religa el pasado rememorado con el futuro anticipado, poniendo en comunicación
todos los niveles del tiempo.
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5c) El valor del símbolo viene de la iniciativa gratuita de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. No son
recursos que los hombres utilicen para la función mediática, sino que son un don inventado por Dios.
Su efecto no se produce por arte de magia, por la eficacia antropológica que los signos tienen por sí
mismos, sino porque son portadores de una presencia de Jesús resucitado, que actúa a través de ellos
repitiendo en ellos los mismos signos que realizó en su vida temporal.
d) En el símbolo se produce la asunción de la materia y la corporalidad. No podemos excluir la vida
divina del ámbito de la carne, del ámbito del tiempo. El símbolo es el abrazo de lo eterno con lo
temporal, de lo visible con lo invisible.
El mundo de lo simbólico nos ayudará a neutralizar la gran amenaza del racionalismo y el pragmatismo
propios de la modernidad, que nos había llevado a la “despoetización del mundo”.
III. Lenguaje simbólico y lenguaje litúrgico.
- El Simbolismo del Cuerpo. El hombre es animal simbólico. El símbolo no es un recurso circunstancial
para el hombre, sino que es consustancial al ser humano. Es anterior al lenguaje y al conocimiento
racional discursivo. Las actitudes espiritualistas son una amenaza letal para la liturgia. Piensan los
espiritualistas que si Dios es espíritu, el encuentro con él debe abstraerse de todo lo que no sea espíritu,
y por consiguiente del mundo visible.
La Reforma tenía un componente maniqueo que alejaba al mundo pecaminoso de la relación con Dios.
A esto contribuye también el intelectualismo de la Ilustración. No saben encontrar en la liturgia nada
provechoso salvo acciones didácticas al servicio de la palabra que es único ámbito en el que el hombre
se encuentra con Dios. Hay que reducir las ceremonias al mínimo “para hacer una concesión a la
estupidez humana” (Zwinglio). Para el espiritualismo nada de lo creado es sagrado, nada de lo creado
conduce a Dios ni es portador de santidad. El mundo es profano, lo accesible a los sentidos no es
portador de santidad. En el fondo esta actitud cuestiona la comunicación misma de Dios con la creación.
a) El cuerpo humano como símbolo. La presencia mutua entre las personas en este mundo se hace posible
si existe un espacio intermedio. Lo material que hay entre ellos es vehículo de comunicación: la
corporeidad a través de la cual nos exteriorizamos, nos permite salir fuera. El hombre lleva un secreto
en lo profundo, que sólo se puede expresar aproximativamente. Pero el hombre tiene la capacidad de
relacionarse, y la persona se define esencialmente a partir de su relación. La presencia se da sólo cuando
hay una relación, una manifestación hacia fuera. Lo inanimado no puede entrar en relación y no puede
estar presente.
El hombre necesariamente se relaciona a través de las realidades exteriores a él, y primeramente a través
de su cuerpo. El primer afectado por nuestra acción simbólica es nuestro cuerpo, porque él es el lugar
de la relación. No hay más que observar cómo nuestras actitudes, gestos, miradas y hasta el timbre de
nuestra voz cambian, según la relación que tengamos con lo que no es nosotros mismos. Si queremos
entrar en relación con los demás o con Dios hemos de recuperar nuestro cuerpo.
Cuando un amigo se encuentra entristecido, el apretón de manos o el abrazo afectuoso nos acercan más
a él que muchas palabras. Nuestros gestos hablan más que nuestras palabras. Y en la liturgia también.
Lo que hacemos cuenta más que lo que decimos. “Podemos predicar hasta desfallecer que la Iglesia no
es solamente una jerarquía, pero si de hecho todo está clericalizado en nuestras asambleas, muestra
palabra se la lleva el viento. Se nos puede llenar la boca de expresiones como comunidad fraterna y
comunión, pero si luego la asamblea no forma comunidad agrupándose, por ejemplo, en lugar de
dispersarse por la nave, si nadie tiene una mirada para su vecino, nuestro discurso no vale nada”.
El cuerpo del hombre es el símbolo real de su persona, porque es en el cuerpo donde el hombre se hace
presente. El yo personal necesita del cuerpo para penetrar en el espacio y el tiempo. El cuerpo es el
instrumento que necesita el alma para manifestarse, y para entrar en comunicación. El cuerpo es el
símbolo primigenio del hombre.
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6Puede también el hombre asumir los objetos de su entorno y de esa manera expande su cuerpo más allá
de sus límites. Nos situamos y nos manifestamos también a través de otras realidades materiales tales
como ropas, instrumentos, espacios, que son prolongación de nuestro cuerpo. La línea de los miembros
se une al utensilio. Una bandeja en la mano prolonga el brazo en actitud de ofrenda. Un martillo da
pujanza al golpe que da el brazo. Cuerpo, vestido y utensilio son los tres primeros caparazones que
rodean nuestro cuerpo. Más allá está también la casa como espacio expresivo y comunicador. Luego la
ciudad, el paisaje, la patria.
El hombre, pues, se da a conocer mediante su elección de unas cosas u otras, mediante el modo como
se viste o como amuebla su casa. Todas estas cosas son símbolo real de su persona, y manifiestan su
presencia. El hombre deja su huella en el mundo de su entorno y lo configura, convirtiéndolo así en
prolongación de su ser y en manifestación de su ser.
Ese espacio intermedio garantiza al mismo tiempo la alteridad, y la preservación de la identidad,
garantiza que el yo no sea absorbido por el tú. Incluso en la relación más amorosa nunca se da una
fusión o a una disolución del yo en el tú. En el espacio intermedio están ambos presentes pero siguen
siendo conscientes de sí mismos. El mundo del entorno repercute en cómo se siente un hombre en la
medida en que le permite expresarse mejor y comunicarse mejor.
Todo lo que hacemos tiene una dimensión simbólica. En todo lo que hacemos y tenemos hay un lenguaje
implícito, quizás inconsciente para nosotros mismos, pero muy elocuente para los demás. Ellos ven en
todo lo que hacemos la imagen que intentamos cultivar y proyectar.
El mejor modelo de símbolo que podemos escoger es el cuerpo, como símbolo de la persona. No es una
realidad distinta de la persona porque forma parte de ella. Permite exteriorizar la persona, manifestarla,
comunicarla de una manera más inmediata y verdadera que cualquier lenguaje que esté compuesto de
signos.
Decir que la cara es el espejo del alma significa decir que la cara es un símbolo natural, que expresa algo
misterioso y oculto, que no puede darse a conocer de otro modo. Dicen que a partir de los cincuenta
años cada uno tiene la cara que se merece, la que ha ido construyendo día a día, la que refleja todos los
avatares de la vida.
b) Dimensión simbólica del sacrilegio. En la expresión simbólica de lo inexpresable hay también la
posibilidad de la mentira. Es verdad que normalmente hablamos de mentira en el contexto del lenguaje
y decimos que mentir es decir lo contrario de lo que uno siente. Pero también en el lenguaje corporal
cabe la mentira, que consiste en dar expresión simbólica a lo que no existe. Pongamos por ejemplo el
caso del beso. El beso es la manera de expresar corporalmente el amor y la amistad. En cambio, el beso
de Judas viene a expresar engañosamente la amistad, cuando en realidad es su signo que ha sido
acordado previamente con los sumos sacerdotes como señal de traición. Las lágrimas son símbolo de
una emoción profunda, pero el hombre también puede valerse de “lágrimas de cocodrilo” para
exteriorizar afectos inexistentes.
Lo que la palabra religiosa “sacrilegio” expresa es esta violación del mundo de lo simbólico por parte de
quien hace unos gestos que no son expresión auténtica de sus actitudes interiores. Así, por ejemplo,
comete un sacrilegio quien expresa la comunión con Cristo comiendo su cuerpo, cuando en realidad no
se encuentra en verdadera comunión con él.
Con el cuerpo es más difícil mentir que con el lenguaje. El lenguaje corporal es complexivo; no se reduce
a un gesto único, sino que todo nuestro cuerpo habla simultáneamente. Puedo forzar una sonrisa cuando
estoy triste, pero mis ojos seguirán revelando mi tristeza al que es buen lector del lenguaje corporal. Por
mejor actor dramático que sea, siempre habrá una parte de mi cuerpo que se escape a mi control, y
revele mi verdadero estado de ánimo.
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7c) Naturaleza de los símbolos. Hay que distinguir entre señales y símbolos. La señal es artificial,
convencional (semáforo verde o rojo), pone en relación un significante y un significado; rojo =
prohibición de pasar. Posibilita el conocimiento de la realidad significada. Remite a una realidad
distinta de sí misma, con la que el hombre convencionalmente ha establecido una relación, que ha sido
aceptada socialmente. En este sentido, el lenguaje y la escritura no son sino un sistema de signos.
En cambio, el símbolo es natural. Pone en relación mutua a dos sujetos, no a dos objetos. Establece
entre ellos un reconocimiento. No remite una realidad distinta, sino que remite al propio sujeto con el
que está unido mediante una relación objetiva, que no es convencional, que uno no proyecta ni crea,
sino que encuentra en la naturaleza. La realidad a la que accedemos por el símbolo es una realidad a la
que no existe un acceso directo. El símbolo participa de la realidad de lo simbolizado, está enraizado en
ella y de algún modo lo hace presente. La realidad a la que remite el símbolo no es por supuesto una
idea abstracta a la que podemos llegar por el discurso o la abstracción, sino a un sujeto real y misterioso.
El símbolo es irreductible al lenguaje. Nunca el lenguaje podrá comunicar la plenitud de lo que
comunica el símbolo, lo que Ricoeur llama el exceso de significación. El símbolo, “realizando un
cortocircuito del lenguaje, es como la expresión exasperada de aquello que está siempre por decir,
porque es indecible”.
d) Valor cognitivo del símbolo. Los símbolos tienen a la vez un valor cognitivo y un valor expresivo. Me
ayudan a conocer a los demás en su reducto íntimo más misterioso, y al mismo tiempo me ayudan a
expresar y a comunicar a los demás mi reducto más misterioso, de modo que me conozcan
En primer lugar los símbolos nos ayudan a captar las verdades profundas de los demás a las que no
tenemos otro acceso. Los sentidos son más receptivos que el entendimiento. Acogen las sensaciones que
les llegan, están realmente abiertos. No necesitan seleccionar los datos ni reordenarlos dentro de
categorías preestablecidas, como hace la razón. La aproximación a la realidad que hacen los sentidos es
más ingenua y directa, también más pasiva, pero más penetrante. En los símbolos se nos da una
capacidad perceptiva de lo inmediato, que nos abre mejor a la trascendencia del otro y de ese modo
posibilita la función integradora y social del lenguaje. Lo real del hombre se alcanza muy limitadamente
a través de la observación y las funciones comparativas y cuantificacionales de la ciencia o por medio
de los sistemas lógicos de la razón.
Si lo real para el hombre es algo significativo y espiritual, símbolo y rito son el único medio para
captarlo. El mismo lenguaje, cuando trata de describir hondas experiencias humanas, tiene que
remitirse últimamente a otros modos de expresión distintos del lenguaje. “No tengo palabras para
decirte”. “Dígaselo con flores”.
e) Valor expresivo del símbolo. La liturgia es un conjunto de símbolos y gestos incorporados a la acción
sensible para expresar la fe: alimento comido, aceite aplicado, agua vertida, luz encendida. En realidad
deberíamos hablar más de acciones simbólicas que de símbolos, porque lo que simboliza de verdad no
es simplemente el pan, el aceite, el agua o la vela, sino la acción de comer, la unción, el baño, la acción
de encender. Mientras estas realidades estaban en reposo, no eran aún símbolos. Tenían meramente
una capacidad para simbolizar. Es sólo cuando son utilizadas en una acción por un sujeto, cuando
ejercen su dinamismo simbólico y son capaces de comunicar algo a nuestra subjetividad
Pongamos un ejemplo. Siempre ha sido muy común en la Iglesia el encender una vela para acompañar
un rato de oración. En este caso, el símbolo no es la vela, sino el acto de prenderla. Una vez prendida,
la vela continúa ejerciendo su función simbólica, incluso cuando el que la encendió ya se ha marchado
del templo.
Encender velas es una de las acciones simbólicas más antiguas y tradicionales que habría que rescatar.
La gente llega a un santuario y quieren expresar su experiencia de estar allí. Quiere orar, pero sus
palabras son muy pobres. Entonces enciende una vela que habla por sí misma. Cuando abandona el
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8santuario, la vela queda encendida, y a través de ella la persona se mantiene en oración, aun cuando
haya pasado a ocuparse de otros asuntos.
Los ritos encauzan los afectos y configuran las emociones. Ayudan a que las experiencias profundas se
expresen y pasen de ámbitos inconscientes a conscientes mediante representaciones diversas: el dibujo
en los niños traumatizados.
Los ritos liberan, encauzan las fuerzas arquetípicas positivas y protegen de las negativas. Gracias a ellas
recibimos fuerza para superar las crisis graves. Una persona privada de poderse expresar en
celebraciones rituales puede caer en depresión profunda.
f) Ritualización. Las acciones simbólicas tienen una dimensión social. No podría ser de otro modo,
supuesto que el hombre es un animal social. A pesar de que los símbolos no son convencionales, sino
que pertenecen a la naturaleza de la realidad, tienen que integrarse dentro de un sistema cultural. Nunca
son totalmente espontáneos.
Un sistema cultural es un cosmos de significantes para interpretar las experiencias de los hombres de
esa cultura. Sobre la base de la naturaleza, cada cultura articula un conjunto de símbolos y los ritualiza,
dándoles una dimensión regulada y repetitiva.
“El rito puede ser un dispositivo cautelar instituido para delimitar cuidadosamente las circunstancias,
los tiempos, los lugares en los que se mueven las personas, evitando confusiones”. En un contexto ritual
el hombre y la mujer se pueden dar un beso que fuera de lo ritual resultaría improcedente. En las gradas
del estadio se puede gritar de una manera que fuera del estadio se consideraría una grosería
imperdonable. “Este marco es un cauce que canaliza y aprovecha energías y evita las extralimitaciones
y el desorden”.
Según la interpretación freudiana, rito es el gesto reiterado, obsesivo, realizado con vistas a descargar
un estado de angustia. Lavarse las manos compulsivamente, morderse las uñas, fumar. Es un acto
reductor de la tensión psicológica, que se repite continuamente de un modo rígido, para defenderse de
un deseo poderoso que nos produce un miedo profundo. Se defiende uno retornando a los orígenes, a
la infancia, a lo totémico. Ese gesto protector y enmascarador ahuyenta el objeto deseado, pero al mismo
tiempo lo acerca no en su realidad sino en forma de sustitución o sucedáneo. Pero este rito impide la
madurez, nos paraliza en el pasado.
g) Gesto y palabra en la liturgia cristiana. El gesto humano tiene su autonomía respecto a la palabra. La
gestualidad no es un ejercicio para traducir la palabra a gestos, para doblar o reforzar su mensaje, para
ilustrarlo. Es un lenguaje autónomo que tiene su propia expresividad aporta algo distinto de lo que
pueden aportar otros lenguajes.
“Frente a la lengua hablada analítica y sucesiva, secuencial, la comunicación gestual es más
concentrada, sintética y sincrónica, totalizante. Su encarnación es más densa. Muchas veces el gesto se
emplea cuando la palabra resulta impotente para transmitir lo que se desea comunicar. Por eso el
lenguaje gestual se sitúa más bien del lado del silencio y de un cierto apofatismo. El silencio apofático
es el clima propio de la experiencia religiosa y el terreno mejor abonado para que surja la palabra
verdadera, esencial, pregnante. El gesto no viene tanto a subrayar la palabra cuanto a reforzar y adensar
el silencio. Por eso no debe seguir a la palabra, sino precederla, como sucede en la imposición de manos
de la ordenación. Entonces suscita un clima para que la palabra sea bien recibida. Crea como una caja
de resonancia en la que la palabra logra toda una amplitud que permite a sus ondas alcanzar, sacudir
los corazones, es decir, el núcleo último y central de la persona”.
Aunque más adelante dedicaremos un tema especial para tratar de los gestos en la liturgia, resumiremos
ahora la relación que existe entre la liturgia cristiana y lo que nos ha explicado la antropología cultura
a propósito de lo simbólico. La tradición litúrgica es una de las típicas áreas de emergencia de lo
simbólico, es decir de aquel conjunto de elementos sensibles a través de los cuales los hombres gustan
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9de los dones de Dios, y aprehenden significados que trascienden las realidades tangibles siguiendo el
dinamismo de las imágenes.
Dice San Agustín: “Los signos de las realidades divinas son desde luego visibles, pero en ellos se
veneran realidades invisibles”. “Porque todo lo que sugieren los símbolos toca e inflama el corazón
mucho más vivamente de cuanto pudiera hacerlo la realidad misma, si se nos presentara sin los
misterioso revestimientos de estas imágenes... Yo creo que la sensibilidad es lenta para inflamarse,
mientras está trabada en las realidades puramente concretas; pero si se las orienta hacia símbolos
tomados del mundo corporal y se la transporta desde ahí al plano de las realidades espirituales
significadas por estos símbolos, gana en vivacidad, ya por el mismo hecho de este paso, y se inflama
más, como una antorcha en movimiento, hasta que una pasión más ardiente la arrastre hasta el reposo
eterno”.
h) Un ejemplo: el banquete. Un bonito ejemplo es el significado antropológico del banquete. En la
historia de la humanidad existen una especie de sacramentos primitivos, que diversamente modulados
están presentes incluso en nuestro mundo moderno y secularizado. Estos sacramentos de la creación
brotan en momentos relevantes de la vida humana y se convierten en hendiduras de lo cotidiano, a
través de las cuales se puede observar el ser del hombre en su apertura al absoluto. Entre estos
momentos están momentos como el nacimiento, la muerte, el acto sexual y la comida. En estas
experiencias el hombre bordea sus propios límites, barrunta lo distante e inmenso, y se percibe en
constante interacción y renovación como ser biológico y propiamente humano (comida).
El hecho de comer revela ante todo que el hombre es un ser de necesidades. Según Simone Weil, tenemos
necesidad de pan. Somos seres que tomamos continuamente nuestra energía del exterior, pues a medida
que la recibimos la agotamos con nuestros esfuerzos. Si nuestra energía no es renovada continuamente,
nos quedamos sin fuerza y somos incapaces de cualquier movimiento. Dice Xabier Basurko que el
hombre debe mendigar su ser en las cosas, debe “morder en la realidad”. Y añade Levinas, que al entrar
en comunión con el universo material mediante la comida, el ser humano percibe oscuramente que él
no se fundamenta en sí mismo, que vive recibiendo. La existencia humana se apoya en la compañía de
las cosas, se nutre en su mismo torrente de vida, se funda en esa comunión con el cosmos”.
Aparte de la comida, propiamente dicha, en el sentido general del término, todo lo que que genera un
estímulo es para nosotros fuente de energía. Hay un pan de este mundo: dinero, progreso,
consideración, recompensas, celebridad, poder, seres queridos, todo lo que estimula nuestra capacidad
de actuar es como el pan. Pero hay una energía trascendente cuya fuente está en el cielo y se derrama
sobre nosotros en el momento en que lo deseamos. Es realmente una energía y actúa por mediación del
alma y el cuerpo.
Tomar algo juntos no significa que tengamos hambre o sed. Es una manera de sentarse en torno a la
comida o bebida, para charlar, para cerrar un trato, para hacer una pausa en el trabajo. Las comidas de
trabajo son una monstruosidad antropológica. Aceptar o rechazar una copa, es rechazar una amistad.
Cuando estamos enfadados con alguien, nos negamos a tomar una copa con él.
A lo largo de la historia esta dimensión social del alimento ha llegado a alcanzar un sentido místico. A
través del alimento el hombre ha experimentado la comunión con la divinidad, ha tenido acceso a la
intimidad con los seres superiores, más estrecha que la del diálogo de la oración.
El hombre ansía encontrar un pan de inmortalidad. Que no haya que volver a comer. Parecido es el
snetido del ayuno, como vía de purificación, pero Jesús escogió el banquete. La liturgia actual al colocar
el pan y el vino en la mesa los reconoce como frutos de la tierra y del trabajo de los hombres, naturaleza
humanizada, un resumen cósmico-cultural de gran expresividad simbólica. Significan a la vez lo que
nosotros hacemos con nuestro esfuerzo y trabajo solidario, y lo que nos es dado, lo que el mundo y
nosotros mismos somos como don misterioso, regalo originario que ha surgido generosamente de las
manos de Dios creador.
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10El pan y el vino se prestan a una nueva red de significaciones. El pan representa el alimento cotidiano,
el vino la propina, la fiesta. Lo cotidiano y lo festivo se juntan en la mesa, y son asumidos en la eucaristía
cristiana.
Esta actitud hacia los alimentos lleva en todas las religiones a bendecir la mesa y a dar gracias. Estos
ritos domésticos de la mesa están en la raíz de la plegaria eucarística cristiana. Las comidas inclusivas
de Jesús expresan el sustrato antropológico del banquete, como manifestación del Reino ya presente,
y prefiguran la culminación de ese Reino en el ésjaton.
IV. Inculturación.
- Tradición vs. Inculturación. Pasamos a examinar una nueva polaridad en la liturgia que genera una
tensión entre la fidelidad a la tradición y la fidelidad a la cultura propia de cada pueblo en el contexto
histórico. Se suele usar la palabra “inculturación” en un sentido muy light, para todo tipo de subculturas
o contraculturas. En un sentido estricto no cabe hablar de una cultura de los jóvenes, ni de una cultura
del pueblo andaluz o vasco. Todas ellas son pequeñas variantes de la cultura occidental moderna. Las
contraposiciones culturales se establecen entre modelos realmente diversos, como puede suceder entre
sociedades primitivas y sociedades evolucionadas, o entre la cultura occidental y la cultura del Extremo
Oriente, o de África, por poner algún ejemplo.
En algunos puntos, como el uso del latín, la Sacrosanctum Concilium se quedó muy corta y fue muy
pronto desbordada por la realidad. En cambio, en el tema de la inculturación, la SC fue muy lejos en sus
buenas intenciones, pero luego en la recepción postconciliar se ha quedado en un nivel muy pobre de
desarrollo.
El Vaticano II propició el respeto a la diversidad y a los méritos y valores de los otros, y la preocupación
por adaptarse a diferentes culturas (SC 37-40). Respeta debidamente las tradiciones de cada pueblo y
la diversidad resultante (SC 37). La normativa de pluralismo se aplica a las Iglesias orientales, pero vale
también para las diferencias que se puedan introducir en el mismo rito romano (SC 38), especialmente
en las misiones (SC 40, 39, 119, 123). En el Decreto Ad Gentes (AG 9) se habla de una catequesis
adaptada y una liturgia acomodada a la idiosincrasia de cada pueblo.
Para ello se conceden a los obispos poderes en el terreno litúrgico. “La reglamentación de la sagrada
liturgia es de competencia exclusiva de la autoridad eclesiástica; ésta reside en la Sede apostólica, y en
la medida que determine la ley, en el obispo. En virtud del poder concedido por el de derecho, la
reglamentación de las cuestiones litúrgicas corresponde también, dentro de los límites establecidos, a
las competentes asambleas territoriales de Obispos de distintas clases, legítimamente constituidos” (SC
22).
Reconoce el Vaticano II que en determinadas áreas hace falta una adaptación más profunda. Es sobre
todo en SC 40, donde se propone un proyecto valiente e imaginativo, con las debidas reservas. Es
precisamente éste el proyecto que, en gran parte, se ha quedado sin desarrollar en la etapa postconciliar.
Especialmente en esta última década se han multiplicado los conflictos entre dicasterios romanos y
conferencias episcopales, en lo que respecta a innovaciones litúrgicas, traducciones oficiales, etc. La
curia romana parece estar tomando en estos últimos tiempos una interpretación muy restrictiva de estas
orientaciones conciliares del n. 40 de la Sacrosanctum Concilium.
El hombre de hoy está muy marcado por tendencias de la mentalidad y la ideología contemporánea. El
concilio quiere que el lenguaje ritual y verbal se adapte a esta cultura. Pretende crear un clima ritual
que no resulte extraño al hombre de hoy. La Iglesia debe mantener una doble fidelidad. Fidelidad a la
liturgia como don confiado a la Iglesia, y fidelidad al hombre de hoy. Eso llevará a discernir entre los
elementos permanentes y los adventicios (SC 1). Comienza reconociendo el concilio que en la liturgia
hay una parte inmutable, y otras partes sujetas a cambio (SC 21). Por eso se refiere a la conservación de
la sana tradición y el progreso legítimo (SC 23). En este mismo número se dan los principios generales
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11que deben regir esta atención simultánea a la sana tradición y al progreso: investigación concienzuda,
experiencia, y decisión de no innovar por innovar, a menos que haya una utilidad verdadera y cierta de
la Iglesia.
Estos principios han llevado a lo que se ha dado en llamar inculturación de la liturgia (SC 37-40). La
Iglesia no pretende imponer una rígida uniformidad. Los libros litúrgicos normativos preverán una
cierta flexibilidad, pero incluso en ciertos lugares puede haber adaptaciones más profundas que
equivalgan a nuevos ritos.
Desde un pluralismo litúrgico es necesario adaptarse a razas, clases sociales, edades, pero hay el peligro
de que estos grupos se vayan convirtiendo en sectas. Se requiere una doble fidelidad a la Iglesia y al
propio grupo, lo cual provoca tensión y búsqueda de equilibrio entre espontaneidad y objetividad,
creatividad y tradición, libertad y comunión eclesial.
V. Antropología Litúrgica y Piedad Popular.
a) La Piedad Popular. Al afirmar el primado de la liturgia, “la cumbre a la cual tiende la actividad de la
Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” (S. C. 10), el Concilio Vaticano II
recuerda todavía, que “la participación en la Sagrada liturgia no abarca toda la vida espiritual. En efecto,
el cristiano, llamado a orar en común, debe, no obstante, entrar también en su interior para orar al
Padre en secreto; más aún, debe orar sin tregua, según enseña el Apóstol”. A lo largo de la historia de
la Iglesia el pueblo cristiano ha alimentado su fe y su unión con Cristo mediante los ejercicios de piedad.
Conscientes del beneficio que la piedad popular ha aportado a lo largo de los siglos a la vida espiritual
de los fieles, los Padres conciliares afirman en S. C. 13 “Se recomiendan encarecidamente los ejercicios
piadosos del pueblo cristiano, con tal que sean conforme a las leyes y a las normas de la Iglesia”.
Ahora bien, es preciso que estos mismos ejercicios se organicen teniendo en cuenta los tiempos
litúrgicos, de fe, de tal modo que vayan de acuerdo con la Sagrada liturgia, en cierto modo deriven de
ella y a ella conduzcan al pueblo. “Entre otras muchas acciones para llevar a cabo este proceso de
religiosidad popular, se sugiere el fomento de prácticas sencillas de piedad popular como momentos de
oración personal y comunitaria y, por lo tanto, de encuentro con Cristo. Para enfocar debidamente el
papel de la piedad popular en nuestra vida cristiana nos fijaremos en los principios y orientaciones que
nos da el “Directorio sobre la Piedad popular y la Liturgia” de la congregación para el Culto Divino y la
Disciplina de los Sacramentos. (17 de Diciembre de 2001). En nuestra preocupación por llevar el
mensaje de la Buena Nueva de Nuestro Señor Jesucristo a todos los hombres, haciendo uso de todos los
medios posibles para lograrlo, queremos aprovechar la Religiosidad Popular, que de por sí ha ayudado
a hermanos a estar en cierta comunión con Dios.
El sentido religioso del pueblo cristiano ha encontrado en todo tiempo, su expresión en formas variadas
de piedad en torno a la vida sacramental de la Iglesia, tales como la veneración de las reliquias, las
procesiones, el vía crucis, las danzas religiosas, el rosario, el uso de medallas, etc. La vida cristiana se
nutre de formas variadas de piedad popular, enraizada en las distintas culturas. Esclareciéndolas a la
luz de la fe, la Iglesia favorece aquellas formas de religiosidad popular que expresan mejor un sentido
evangélico y una sabiduría humana, y que enriquece la vida cristiana (CATIC, nn1674 y 1679).
Esto es esencialmente el objeto del estudio que presentamos de cada una de las expresiones populares
de fe, tomando en cuenta las palabras del Papa Juan Pablo II a nuestros obispos en Santo Domingo: “La
arraigada religiosidad popular de vuestros fieles, con sus extraordinarios valores de fe y de piedad,
de sacrificio y de solidaridad, convenientemente evangelizada y gozosamente celebrada, orientada en
torno a los misterios de Cristo y de la Virgen María, puede ser, por sus raíces eminentemente católicas,
un antídoto contra las sectas y una garantía de fidelidad al mensaje de salvación”. (Discurso inaugural
1, 12).
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12Los invitamos, pues, a adentrarnos en este maravilloso mar del conocimiento sobre la religiosida d
popular con la finalidad de crecer en la valoración de la misma: de tal forma, que podamos integrar la
planificación y proyección de esa misión continental propuesta por el Papa Benedicto XVI a cada obispo
de este continente cuando les invitó a tomar en cuenta el Documento Conclusivo como luz y aliente para
una fecunda labor pastoral y evangelizadora en los años venideros, dando así respuesta incesante al
gran desafío que enfrentamos en nuestro continente; lograr que todo cristiano se encuentre con el Señor
Jesús como principio fundamental de la vida (Aparecida Documento conclusivo Ed. CEM Méx. 2007
pp. 7-8).
b) La religiosidad popular, herramienta de expresión pública de la fe. El Papa Juan Pablo II dice en un
reciente mensaje, con el que anunciaba la preparación de un directorio sobre religiosidad popular, que
esta manifestación, “cuando es genuina, tiene como fuente la fe y, por lo tanto, tiene que ser apreciada
y favorecida”. En esta línea, el pontífice reflexiona sobre la idea de que la religiosidad popular no es
contraria al carácter central de la liturgia sino que, fomentando la fe del pueblo que la considera una
expresión connatural, prepara adecuadamente para la celebración de los sagrados misterios.
Sobre el que algunas veces las muestras de religiosidad popular son contaminadas por elementos no
coherentes con la doctrina católica, Juan Pablo II comenta que esta manera de transmitir la creencia en
Dios “tiene que estar purificada con prudencia y paciencia”. Como ejemplo claro, está el de las
traducciones de textos litúrgicos, que no tienen que ser “un ejercicio de creatividad, sino un gran
esfuerzo para conservar el sentido del original sin cambios, omisiones o añadidos”.
En España, decenas de millares de creyentes forman parte de cofradías y hermandades de todo tipo
(sacramentales, marianas, penitenciales...). El gran reto del siglo XXI para llenar de valores morales y
espirituales este importante sector es, sin duda, la formación. Los hermanos y los cofrades tienen que
ser también sujetos y actores de la nueva evangelización. De hecho ya se han puesto en marcha, en
algunas diócesis, experiencias formativas dirigidas principalmente a dirigentes de entidades que
promueven esta vertiente de la vivencia cristiana.
c) Las imágenes, un elemento clave. Las imágenes son la gran fuente de la devoción de las cofradías y la
religiosidad popular en general. De hecho, una imagen de Cristo crucificado, bajo las ricas y diversas
manifestaciones, o una de la Madre de Dios también bajo cualquier advocación representan el gran
espejo donde los creyentes expresan su fe y desde el cual se dirigen a Dios ya sea directamente o
mediante la figura de algún intercesor.
La manera de entender la iconografía o las imágenes ha generado a menudo controversias incluso entre
muchos cristianos. Decir una frase bonita o un calificativo elogioso a un trozo de piedra, a menudo con
gritos apasionados, no siempre es bien visto por los creyentes. Como todo, estas muestras de afecto
siempre son positivas si tienen como idea no el convertir la imagen en una persona sino simplemente
utilizarla como un instrumento desde el cual se llega a lo que es sobrenatural. Ésta es la esencia de la
religiosidad popular. Por eso las procesiones, en muchos casos llenas de muestras de sacrificio y
expresiones de adoración a una escultura o un icono, requieren unas auténticas motivaciones de
relación con la Divinidad aunque estén llenas de ritos que son, por ejemplo, bien distintos a los de la
liturgia, aunque sean respetables o compatibles con la doctrina de la Iglesia católica.
d) La formación, clave para poner a cada uno a su sitio. Ciertamente, hace falta una auténtica catequesis
de la religiosidad popular y también de las devociones en general. María o los santos sin Cristo no tienen
sentido. Es decir, la Madre de Dios o las vidas ejemplares de hijos de Dios son unos instrumentos que
tienen que ayudarnos a llegar, a conocer o a encontrar a Nuestro Señor y, si en cambio son un obstáculo,
no sirven.
Por ejemplo, los ortodoxos tienen una religiosidad popular que saben adecuar muy bien a la liturgia,
que constituye siempre la gran herramienta que evita que haya excesos. Los practicantes de esta
confesión, a través de la liturgia, moderan los posibles excesos de esta forma de expresar la fe. En esta
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13línea, la Santa Sede quiere difundir pronto un directorio que regule las prácticas devocionales
especialmente arraigadas en muchas comunidades cristianas.
“Examinarlo todo y retener aquello que es bueno”. Éste tiene que ser el principio básico a la hora de
hablar cristianamente de cofradías y religiosidad popular. Algunas formas de apasionamiento excesivo,
que existen en acontecimientos como los peregrinajes en El Rocío, tendrían que ser replanteadas o
incluso eliminadas. Sólo con una formación desde el principio, puede conseguirse esto. No debemos
olvidar que, cuando hablamos de fe cristiana, cada uno (Cristo el primero) tiene que estar en su lugar.
- IDENTIDAD DE LA COMUNIDAD PARROQUIAL Y LA PIEDAD POPULAR.
Las manifestaciones de la PP se encuentran en los varios campos en los que se desarrollan los ejercicios
piadosos, bien sea a nivel personal, familiar o grupal, en los Santuarios y en las peregrinaciones, así
como en el ámbito de la ‘Comunidad Parroquial’, a la que hemos llamado "la Casa de la PP". En efecto,
la parroquia es el lugar privilegiado para el desarrollo y la práctica de la PP, de suerte que los fieles
puedan tener una experiencia concreta de Cristo y de la comunidad eclesial (DA 170).
Es muy importante caer en la cuenta de que dentro de la comunidad parroquial se dan múltiples
experiencias de PP que se deben purificar, encauzar y promover, ya que en la parroquia se dan muchas
formas de ejercicios piadosos. No hay que olvidar que la PP debe ayudar a que la parroquia sea una
comunidad eucarística por excelencia, reunida en la fracción del pan de la Palabra y de la Eucaristía,
como lo hace ver DA (175).
La parroquia debe cuidar que la praxis de la PP sea realmente "escuela de vida cristiana" (DA 175), para
llegar así a ser una comunidad eclesial que vive, se expresa y se manifiesta con las formas que el genio
de los pueblos ha concretizado en la PP. Por este motivo, la experiencia y vivencia del Señor Jesús no
puede ser únicamente catequética y litúrgica. Para que esté más encerrada en la vivencia cristiana,
requiere de las expresiones de la PP que son una ayuda para educar y celebrar la fe (DA 170).
La parroquia, hoy por hoy, está llamada a la conversión pastoral en muchos campos, especialmente en
el ámbito de la PP, también llamada en DA Catolicismo Popular, Mística del Pueblo o Espiritualidad
Popular, realizada en las expresiones de los ejercicios devocionales, "tesoro de la Iglesia en América
Latina" (DA 258) a fin de protegerla y promoverla, teniendo en cuenta que la PP forma parte, en su
sentido más amplio, de la celebración de la fe.
Una de las tareas más importantes de la comunidad parroquial es su renovación, la cual se puede hacer
incrementando la PP, fundamentándose en aquella gran petición del Concilio Vaticano II de que
absolutamente todo debe revisarse. Aparecida pone en alerta a propósito de las devociones o prácticas
de la PP que no tienen suficiente fundamento, porque finalmente no resistirían al embate del tiempo
(DA 12).
Por lo tanto, pide custodiar y alimentar la fe (DA 10), para llegar a ser discípulos misioneros de
Jesucristo. Esto lo podemos realizar con el instrumento que la Providencia de Dios en muchos siglos ha
ido elaborando, a saber, la PP. Para ello es necesario manejarla con fidelidad y audacia, para confirmar,
renovar y revitalizar la novedad del Evangelio con este instrumento que está a nuestro alcance y que,
por su sencillez, es puerta privilegiada de acceso a los corazones de los cristianos, especialmente los
más sencillos, a fin de que la parroquia llegue a ser "La Casa de la PP" y escuela de comunión (NMI 43).
Ante la hora histórica que vive América Latina, la Iglesia debe seguir anunciando el Evangelio, y estos
esfuerzos pastorales deben orientar a todos hacia el encuentro con Jesucristo. Se debe destacar la
renovación litúrgica a la que está anexa el incremento de las manifestaciones de la PP, especialmente la
piedad eucarística y la devoción mariana, que deben tener como base la verdadera fe (DA 99 b).
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14DA 99 c afirma que se debe seguir incrementando la renovación parroquial con miras a favorecer el
encuentro con Cristo vivo, valiéndose de los diversos métodos de nueva evangelización —entre los que
hay que tener en cuenta la PP— para que este encuentro se vuelva una realidad en las comunidades
eclesiales de base, en los movimientos eclesiales, en las nuevas y antiguas comunidades, y sobre todo,
en la pastoral familiar, infantil y juvenil.
DA 99 g. No se puede negar la búsqueda actual por parte de los cristianos de una espiritualida d
profunda, de una oración mística, búsqueda que expresa hambre y sed de Dios. Pero se deben evitar
todas las formas nuevas de pseudo espiritualidad, manifestada especialmente en los mass media.
Es muy importante tomar en serio el papel trascendente de los actores en la tarea de la renovación y
transformación de la parroquia. Se deberá tener en cuenta la Diócesis (DA 164-169), y con ella el lugar
importantísimo de la Comisión de pastoral litúrgica; también, la tarea de los mismos obispos (DA 186-
190), los presbíteros (DA 191-200), los párrocos (DA 201-203) en el ámbito de la PP, tomando muy en
serio la invitación de que el párroco sea el primer discípulo misionero y, junto con él, la comunidad que
se le ha confiado.
Para lograr esto se necesita la formación. Aquí radica la importancia de saber conducir y clarificar la
PP, pues si la lex orandi es lex credendi y tiene su aplicación en la liturgia de la Iglesia,
aproximadamente algo así podemos decir de la PP, que para ser una auténtica lex orandi, requiere de la
iluminación desde la teología para lograr tener ideas y conceptos claros y diáfanos que manifiesten la
sana y ortodoxa fe y doctrina. Es necesario que los ejercicios devocionales también cumplan la tarea de
ser catequesis permanente y constante que brota de la oración cristiana y así cada expresión devocional
sea una auténtica síntesis de la profesión de fe del creyente.
- Mil gracias –
Sr. Canónigo
Pbro. Lic. Juan José Martínez Mireles
Arquidiócesis de Durango

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  • 1. Cursos de Verano Celaya-2015 Pbro. Lic. Juan José Martínez M 1  ANTROPOLOGÍA LITÚRGICA  - OBJETIVO: «…Conocer la naturaleza, relación y finalidad antropológica, religiosa y litúrgica de los gestos, signos, con el fin de que los alumnos comprendan el carácter eminentemente simbólico de la liturgia…». I. Nociones Generales de ‘Antropología’. Se puede hablar del hombre, y se habla de él, de hecho, desde muchos puntos de vista: la filosofía, la psicología, la medicina, la sociología... Es claro que el término «antropología» nos remite al hombre, nos hace ver que éste es el objeto material de nuestro estudio. Pero no basta con esto; tenemos también que precisar, y esto es sin duda más importante, el punto de vista desde el que tratamos de abordarlo. El adjetivo «teológica» nos señala cuál es este punto de vista: se trata de lo que el hombre es en su relación con el Dios uno y trino revelado en Cristo. Cuando en la teología cristiana se habla de revelación es Dios el que se da a conocer. A nosotros nos corresponde dar respuesta a otra pregunta: si es Dios el que se revela en su Hijo Jesús, ¿qué sentido tiene hablar de lo que la revelación cristiana nos dice sobre el hombre? El Concilio Vaticano II, en un texto de importancia capital, sobre el que tenemos que volver a lo largo de nuestra exposición, ha señalado que Cristo, en la revelación del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le da a conocer su altísima vocación (cf. GS 22). En cuanto destinatario del amor del Padre, el hombre llega a saber hasta las últimas consecuencias quién es él mismo. La verdad revelada es verdad de salvación. Es precisamente esta verdad la que nos dice quién es el hombre, al darnos a conocer a qué está llamado; hay que presuponer una coherencia básica entre nuestro ser y nuestro destino si no queremos que éste aparezca como algo meramente exterior a nosotros mismos, que no nos plenifica interiormente. Desde este punto de vista tiene sentido la denominación «antropología teológica». También por ello se explica la pretensión del cristianismo de ofrecer una visión original del hombre, conocida en la fe. Esta visión deriva de lo que la fe nos dice sobre Dios y sobre su Hijo Jesucristo hecho hombre por nosotros. La propia revelación cristiana, que nos habla de Jesucristo como el Hijo de Dios encarnado y de nuestro encuentro con él en la fe, presupone un conocimiento y una experiencia de lo que es ser hombre como sujeto libre y responsable de sí. De lo contrario no podríamos tener ningún acceso a Jesús ni al misterio de su encarnación. Por ello la revelación cristiana no pretende en modo alguno ser la única fuente de conocimientos sobre el hombre. Más todavía, presupone expresamente lo contrario. Sin perder nada de la especificidad teológica, la reflexión cristiana sobre el hombre se ha de enriquecer con los datos y las intuiciones que proporcionan la filosofía y las ciencias humanas. Pero todos estos contenidos han de ser contemplados bajo una luz nueva y más profunda: la de la relación del hombre con Dios. Esta es la dimensión última y más profunda del ser humano, la única que nos da la medida exacta de lo que somos: el objeto privilegiado del amor de Dios, la única criatura de la tierra que Dios ha querido por sí misma (Vaticano II,Gaudium et Spes, 24) y que ha sido llamada en lo más profundo de su ser a la comunión de vida con el propio Dios uno y trino. a) La dimensión más propia y específica de la antropología teológica es la que hace referencia a la relación de amor y de paternidad que Dios quiere establecer con todos los hombres en Jesucristo su Hijo. Volviendo al texto del Vaticano II (GS 22) al que nos referíamos al comienzo de estas reflexiones, Jesús manifiesta el hombre al propio hombre en la revelación del misterio del Padre y de su amor. El hombre ha sido llamado, «por la gracia», por favor divino, a la filiación divina, a participar en el Espíritu Santo en esta relación que es propia sólo de Jesús. Estamos llamados a participar plenamente de su vida en la consumación escatológica.
  • 2. Cursos de Verano Celaya-2015 Pbro. Lic. Juan José Martínez M 2b) Pero esta «llamada» y esta «gracia» presuponen nuestra existencia como criaturas libres. Nosotros no tenemos en nosotros mismos la última razón de ser de nuestra existencia. Existimos porque se nos ha dado este don, por la bondad de Dios que libremente quiere darnos el ser. Es verdad que Dios nos ha creado para podernos llamar a la gracia de la comunión con él. No existe otro hombre sino el que desde el primer momento ha sido creado a imagen y semejanza de Dios; y todo ha sido creado por medio de Cristo y camina hacia él. La condición creatural del hombre es un determinante fundamental y total de su ser, y ha de ser teológicamente considerado en su propia consistencia en cuanto orientado de hecho a la comunión personal con Dios de la que a la vez es el presupuesto necesario. c) En tercer lugar, el hombre creado por Dios y llamado a la comunión con él se halla siempre (aunque en diversa medida según las circunstancias) bajo el signo del pecado, de la infidelidad a Dios propia y de los demás. El amor de Dios, que nos ha creado y nos quiere hacer sus hijos, no ha encontrado en el hombre una adecuada respuesta de aceptación, sino, ya desde el principio, no sólo la indiferencia, sino el positivo rechazo. El estudio del hombre bajo el punto de vista de la relación con Dios, articulada en el modo que brevemente hemos expuesto, constituye el objeto fundamental de la antropología teológica. Hemos hablado de la condición creatural del hombre. Pero no sólo él, sino también todo el mundo que nos rodea es también criatura de Dios. En este mundo creado por Dios vive y actúa el ser humano. La existencia cristiana en la fe, esperanza y caridad, las virtudes teologales, es también parte integrante de la antropología teológica. Por último, también la escatología está en conexión con la antropología teológica. Significa el estado de plenitud de la humanidad agraciada por Dios. También nos ocuparemos brevemente de ella, aunque, junto a las conexiones con la antropología, hay que poner de relieve las que tiene además con la cristología y la eclesiología. II. Signos, Símbolos y Gestos en la Liturgia. - Palabra vs. Símbolo. Estudiaremos en la liturgia lo que procede de la bipolaridad entre símbolo y palabra. El símbolo sin palabra es hechicería. La palabra sin símbolo es verbalismo estéril. A primera vista, el gran cambio introducido por el Vat II es la potenciación de la ‘palabra’ en la liturgia. La introducción de la lengua vernácula insiste en la inteligibilidad de la palabra, más que en fórmulas esotéricas en lenguas sagradas ininteligibles para el pueblo. La introducción de las lenguas vernáculas en el texto de la constitución fue muy tímido (SC 36) y quedó muy pronto desbordado y superado por los acontecimientos (SC 36). La constitución mantiene como norma general que “se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos, salvo derechos particular”. El latín se sigue considerando como la norma, y la lengua vernácula, la excepción. Muy pronto la situación se invirtió totalmente en la práctica. Una vez que la palabra se podía ya entender, su uso comenzó a dilatarse. La liturgia de la palabra tiene ahora su ubicación en todos los sacramentos, y no sólo en la Eucaristía (SC 35,1). La homilía se “recomienda encarecidamente” en todas las celebraciones, y se hace obligatoria en las Misas de los domingos. “Nunca se omita, si no es por causa grave” (SC 52; cf. 35,2). La palabra en la liturgia pasó a ser por antonomasia la Palabra de Dios contenida en la Sagrada Escritura. El concilio dio una extrema importancia a todos los textos bíblicos utilizados en la liturgia: lecturas, salmos, cánticos... (SC 24). Una de las líneas de reforma fue “preparar la mesa de la palabra de Dios con más abundancia” y para ello, “abrir con mayor amplitud los tesoros de la Biblia (SC 51). También la Dei Verbum compara la Palabra de Dios con la Eucaristía, en un contexto litúrgico y subraya cómo “la Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Sagrada Liturgia (DV 21).
  • 3. Cursos de Verano Celaya-2015 Pbro. Lic. Juan José Martínez M 3Exhorta también a los sacerdotes que presiden la Eucaristía a que “se sumerjan en las Escrituras con asidua lectura y con estudio diligente, para que ninguno de ellos resulte ‘predicador vacío y superfluo de la palabra de Dios que no la escucha en su interior’, puesto que debe comunicar a los fieles que se le han confiado, sobre todo en la Sagrada Liturgia, las inmensas riquezas de la palabra divina (DV 25). La reforma litúrgica ha hecho realidad la afirmación del Deuteronomio: “Tienes la palabra cerca de ti” (Dt 30,14; Rm 10,8). Al servicio de esta palabra, una de las grandes novedades del postconcilio ha sido la reconfiguración del ministerio de lector como un ministerio permanente, tal como ya comentamos anteriormente. No se trata simplemente de una función. Su ministerio es fuente de espiritualidad para quien lo ejerce. “Para realizar mejor y más perfectamente estas funciones, medite con asiduidad la Sagrada Escritura. El lector, consciente de la responsabilidad adquirida, procure con todo empeño y ponga los medios aptos para conseguir cada día más plenamente el suave y vivo amor, así como el conocimiento de la Sagrada Escritura, para llegar a ser más perfecto discípulo del Señor”. El concilio ha insistido en la unidad profunda que hay entre palabra y rito. “Las dos partes de que costa la Misa, a saber, Liturgia de la palabra y Eucaristía, están tan íntimamente unidas que constituyen un solo acto de culto” (SC 56). Por eso la liturgia de la Palabra no es una simple preparación al sacramento, sino que es una celebración en sí misma que interpela, juzga y anima a la comunidad celebrante. La palabra era ya una realidad previa al sacramento. Se proclamó en la evangelización y en la catequización. Tiene ya por sí misma una dimensión salvífica. No sólo anuncia la salvación, sino que la hace presente. La palabra celebrada en el contexto sacramental es la actualización y síntesis de esa palabra proclamada en muchos contextos diversos presacramentales. Los sacramentos celebran una salvación y una gracia que ya ha llegado inicialmente por la predicación de la palabra, que ha tenido lugar en una etapa presacramental de evangelización, y que culmina en la proclamación misma que es ya parte integrante del rito sacramental. Esto relativiza el sacramento, que deja de estar en un “espléndido aislamiento”, como fuente única de gracia. La liturgia de la palabra enlaza con la palabra predicada pre-sacramentalmente y comparte con ella su condición de palabra eficaz y salvífica. No es sólo en el sacramento donde se activa la gracia y la salvación. Pero entonces, si la palabra ya era eficaz y salvífica, ¿no es superfluo el sacramento? ¿No tendrá razón Lutero? ¿Son dos vías paralelas? En un nivel teórico, la respuesta es clara: no, el sacramento no es superfluo. Pero ¿por qué? Porque la palabra sólo culmina en el sacramento. Por eso no se puede oponer ambas realidades salvíficas. La palabra conduce hacia el sacramento para alcanzar la culminación de su acción salvadora, y el sacramento no puede realizar su acción con eficacia si falta la palabra que da sentido a sus ritos. No son dos realidades autónomas, sino interdependientes. El no ser conscientes de esta bipolaridad ha llevado a algunas comunidades a escorarse a favor de la liturgia de la palabra más que a la celebración de los sacramentos. Hoy parece encontrarse un nuevo equilibrio. Rahner dice que la palabra acaece en la Iglesia con intensidad diversa según los diversos grados de comunicación con Dios. Cuando llega a su máxima actualización de la acción salvífica y de su visibilización histórica, tenemos el sacramento. La Reforma protestante radicalizó la Palabra como única fuente que suscita la fe. Para los protestantes sólo hay logos; no se necesita ninguna visibilidad para acoger la Palabra en fe. Lo más que cabría sería una imagen pedagógica como soporte didáctico a la Palabra que despierta la fe que justifica. Los protestantes sólo valoran los sacramentos como medios audiovisuales. Estamos todos de acuerdo, católicos y protestantes en que la Palabra engendra y crea vida (Sant 1,19). La asamblea de los creyentes tiene el valor de la Palabra viva que la ilumina y penetra. Pero hemos de aprender que Logos y Pneuma van siempre unidos. El hecho de privilegiar el Logos en la celebración no
  • 4. Cursos de Verano Celaya-2015 Pbro. Lic. Juan José Martínez M 4debe excluir el dejarse inundar por el Pneuma, que, sin palabras, penetra en lo profundo del corazón. La palabra sin espíritu es verbalismo, racionalismo, mesa redonda, tertulia. El Espíritu sin palabra equivale a folklore, alienación, orgía. Ya Pablo se planteaba el problema de la conjunción de lo racional y lo no-verbal en la oración, cuando contraponía el “orar con la mente”, y el “orar con el Espíritu”. Esta oración con el Espíritu es la oración no-verbal del canto en lenguas. La conclusión de Pablo ante el dilema de orar de una u otra forma es inclusiva: “Oraré con el espíritu, pero oraré también con la mente (1 Cor 14,15). Dice Rovira Belloso que si el Logos es amigo de conceptos, el Pneuma es amigo de símbolos. Sería excesivo querer excluir de la liturgia cualquier Palabra en acción, que sea capaz de visibilizarse en el cuerpo de la Iglesia. No debemos impedir que el Pneuma arraigue en los símbolos que le prestan visibilidad y eficacia antropológica y pueden ser instrumentos de santificación del creyente. Cristo se sigue expresando a través y por medio de los sacramentos. La liturgia de la palabra es ya liturgia, y no una catequesis, ni una mesa redonda que precede a la liturgia. La Escritura no se lee, se proclama como un acontecimiento, acompañada de gestos, cantos y oraciones. La belleza de un evangelio bien cantado con una música adecuada es sobrecogedora. Sería absurdo que el presidente se revistiese sólo en el ofertorio, después de la liturgia de la palabra, como si fuera sólo entonces cuando comenzara la etapa ritual de la Eucaristía. La Palabra es ya proclamación ritual. Está viva cuando resuena en la boca, no cuando es meramente leída. La Palabra no se limita a instruir; convoca, pone a las personas en estado de comunicación y de diálogo, enseña, impera, convierte, transforma y configura. La palabra lleva consigo una demanda de conversión. Para acoger la Palabra hay que negar otras palabras que nos habitan y que se resisten a aceptar la palabra que se nos proclama. Esta negación de uno mismo propia de toda escucha receptiva, es ya un gesto sacrificial que pertenece a la entraña de la Eucaristía. La comunión con la palabra es ya una comunión eucarística. Hay que mostrar la continuidad entre la Palabra y la Acción, el lazo entre la proclamación de la Palabra y la Pascua de Cristo. Palabra y acción simbólica constituyen el sacramento. Uno de los grandes escollos de la acción litúrgica es que no se vea en ella la unidad de Palabra y símbolo. O bien la palabra queda excesivamente ritualizada, como si no fuese el brillo de una comunicación viva, como si no fuese una primera asimilación de Cristo que nos prepara a la comunión eucarística. O bien, como si la acción simbólica –, comunión del pan y el vino, inmersión en el agua, unción, participación de la Cena- fueran un elemento meramente didáctico, una segunda pieza de enseñanza después de la doctrina expresada en la Palabra. Como si la acción simbólica fuera simplemente una ayuda visual catequética al servicio de una doctrina. Cada parte de la celebración debe tener su propio genio; palabra que da, símbolo en el que nos sumergimos para hacer memoria y anticipación de la presencia del Señor. En su libro Los sacramentos símbolos del Espíritu, Rovira Belloso tiene un profunda síntesis de antropología y teología del símbolo, como punto abierto a la comunión con la trascendencia, en la que la inmensidad de Dios se hace presente en la pequeñez del símbolo, la contradicción de una música callada o un silencio elocuente. La realidad última se esconde y se comunica en el símbolo, con una inmediatez que la palabra conceptual nunca podrá alcanzar. Ahora cuatro características al símbolo: a) Rehace el recuerdo de la memoria humana y nos retrotrae al inicio, antes de toda división, a un momento primigenio de unidad, cuando éramos de Dios, cuando éramos de la madre, cuando éramos de la tierra; el tronco a la raíz, las ramas al tronco y los frutos a las ramas. El símbolo señala el origen común antes de la diferenciación. b) El símbolo es anticipación de la escatología divina en el mundo humano. Es memorial, pero es también anticipación, religa el pasado rememorado con el futuro anticipado, poniendo en comunicación todos los niveles del tiempo.
  • 5. Cursos de Verano Celaya-2015 Pbro. Lic. Juan José Martínez M 5c) El valor del símbolo viene de la iniciativa gratuita de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. No son recursos que los hombres utilicen para la función mediática, sino que son un don inventado por Dios. Su efecto no se produce por arte de magia, por la eficacia antropológica que los signos tienen por sí mismos, sino porque son portadores de una presencia de Jesús resucitado, que actúa a través de ellos repitiendo en ellos los mismos signos que realizó en su vida temporal. d) En el símbolo se produce la asunción de la materia y la corporalidad. No podemos excluir la vida divina del ámbito de la carne, del ámbito del tiempo. El símbolo es el abrazo de lo eterno con lo temporal, de lo visible con lo invisible. El mundo de lo simbólico nos ayudará a neutralizar la gran amenaza del racionalismo y el pragmatismo propios de la modernidad, que nos había llevado a la “despoetización del mundo”. III. Lenguaje simbólico y lenguaje litúrgico. - El Simbolismo del Cuerpo. El hombre es animal simbólico. El símbolo no es un recurso circunstancial para el hombre, sino que es consustancial al ser humano. Es anterior al lenguaje y al conocimiento racional discursivo. Las actitudes espiritualistas son una amenaza letal para la liturgia. Piensan los espiritualistas que si Dios es espíritu, el encuentro con él debe abstraerse de todo lo que no sea espíritu, y por consiguiente del mundo visible. La Reforma tenía un componente maniqueo que alejaba al mundo pecaminoso de la relación con Dios. A esto contribuye también el intelectualismo de la Ilustración. No saben encontrar en la liturgia nada provechoso salvo acciones didácticas al servicio de la palabra que es único ámbito en el que el hombre se encuentra con Dios. Hay que reducir las ceremonias al mínimo “para hacer una concesión a la estupidez humana” (Zwinglio). Para el espiritualismo nada de lo creado es sagrado, nada de lo creado conduce a Dios ni es portador de santidad. El mundo es profano, lo accesible a los sentidos no es portador de santidad. En el fondo esta actitud cuestiona la comunicación misma de Dios con la creación. a) El cuerpo humano como símbolo. La presencia mutua entre las personas en este mundo se hace posible si existe un espacio intermedio. Lo material que hay entre ellos es vehículo de comunicación: la corporeidad a través de la cual nos exteriorizamos, nos permite salir fuera. El hombre lleva un secreto en lo profundo, que sólo se puede expresar aproximativamente. Pero el hombre tiene la capacidad de relacionarse, y la persona se define esencialmente a partir de su relación. La presencia se da sólo cuando hay una relación, una manifestación hacia fuera. Lo inanimado no puede entrar en relación y no puede estar presente. El hombre necesariamente se relaciona a través de las realidades exteriores a él, y primeramente a través de su cuerpo. El primer afectado por nuestra acción simbólica es nuestro cuerpo, porque él es el lugar de la relación. No hay más que observar cómo nuestras actitudes, gestos, miradas y hasta el timbre de nuestra voz cambian, según la relación que tengamos con lo que no es nosotros mismos. Si queremos entrar en relación con los demás o con Dios hemos de recuperar nuestro cuerpo. Cuando un amigo se encuentra entristecido, el apretón de manos o el abrazo afectuoso nos acercan más a él que muchas palabras. Nuestros gestos hablan más que nuestras palabras. Y en la liturgia también. Lo que hacemos cuenta más que lo que decimos. “Podemos predicar hasta desfallecer que la Iglesia no es solamente una jerarquía, pero si de hecho todo está clericalizado en nuestras asambleas, muestra palabra se la lleva el viento. Se nos puede llenar la boca de expresiones como comunidad fraterna y comunión, pero si luego la asamblea no forma comunidad agrupándose, por ejemplo, en lugar de dispersarse por la nave, si nadie tiene una mirada para su vecino, nuestro discurso no vale nada”. El cuerpo del hombre es el símbolo real de su persona, porque es en el cuerpo donde el hombre se hace presente. El yo personal necesita del cuerpo para penetrar en el espacio y el tiempo. El cuerpo es el instrumento que necesita el alma para manifestarse, y para entrar en comunicación. El cuerpo es el símbolo primigenio del hombre.
  • 6. Cursos de Verano Celaya-2015 Pbro. Lic. Juan José Martínez M 6Puede también el hombre asumir los objetos de su entorno y de esa manera expande su cuerpo más allá de sus límites. Nos situamos y nos manifestamos también a través de otras realidades materiales tales como ropas, instrumentos, espacios, que son prolongación de nuestro cuerpo. La línea de los miembros se une al utensilio. Una bandeja en la mano prolonga el brazo en actitud de ofrenda. Un martillo da pujanza al golpe que da el brazo. Cuerpo, vestido y utensilio son los tres primeros caparazones que rodean nuestro cuerpo. Más allá está también la casa como espacio expresivo y comunicador. Luego la ciudad, el paisaje, la patria. El hombre, pues, se da a conocer mediante su elección de unas cosas u otras, mediante el modo como se viste o como amuebla su casa. Todas estas cosas son símbolo real de su persona, y manifiestan su presencia. El hombre deja su huella en el mundo de su entorno y lo configura, convirtiéndolo así en prolongación de su ser y en manifestación de su ser. Ese espacio intermedio garantiza al mismo tiempo la alteridad, y la preservación de la identidad, garantiza que el yo no sea absorbido por el tú. Incluso en la relación más amorosa nunca se da una fusión o a una disolución del yo en el tú. En el espacio intermedio están ambos presentes pero siguen siendo conscientes de sí mismos. El mundo del entorno repercute en cómo se siente un hombre en la medida en que le permite expresarse mejor y comunicarse mejor. Todo lo que hacemos tiene una dimensión simbólica. En todo lo que hacemos y tenemos hay un lenguaje implícito, quizás inconsciente para nosotros mismos, pero muy elocuente para los demás. Ellos ven en todo lo que hacemos la imagen que intentamos cultivar y proyectar. El mejor modelo de símbolo que podemos escoger es el cuerpo, como símbolo de la persona. No es una realidad distinta de la persona porque forma parte de ella. Permite exteriorizar la persona, manifestarla, comunicarla de una manera más inmediata y verdadera que cualquier lenguaje que esté compuesto de signos. Decir que la cara es el espejo del alma significa decir que la cara es un símbolo natural, que expresa algo misterioso y oculto, que no puede darse a conocer de otro modo. Dicen que a partir de los cincuenta años cada uno tiene la cara que se merece, la que ha ido construyendo día a día, la que refleja todos los avatares de la vida. b) Dimensión simbólica del sacrilegio. En la expresión simbólica de lo inexpresable hay también la posibilidad de la mentira. Es verdad que normalmente hablamos de mentira en el contexto del lenguaje y decimos que mentir es decir lo contrario de lo que uno siente. Pero también en el lenguaje corporal cabe la mentira, que consiste en dar expresión simbólica a lo que no existe. Pongamos por ejemplo el caso del beso. El beso es la manera de expresar corporalmente el amor y la amistad. En cambio, el beso de Judas viene a expresar engañosamente la amistad, cuando en realidad es su signo que ha sido acordado previamente con los sumos sacerdotes como señal de traición. Las lágrimas son símbolo de una emoción profunda, pero el hombre también puede valerse de “lágrimas de cocodrilo” para exteriorizar afectos inexistentes. Lo que la palabra religiosa “sacrilegio” expresa es esta violación del mundo de lo simbólico por parte de quien hace unos gestos que no son expresión auténtica de sus actitudes interiores. Así, por ejemplo, comete un sacrilegio quien expresa la comunión con Cristo comiendo su cuerpo, cuando en realidad no se encuentra en verdadera comunión con él. Con el cuerpo es más difícil mentir que con el lenguaje. El lenguaje corporal es complexivo; no se reduce a un gesto único, sino que todo nuestro cuerpo habla simultáneamente. Puedo forzar una sonrisa cuando estoy triste, pero mis ojos seguirán revelando mi tristeza al que es buen lector del lenguaje corporal. Por mejor actor dramático que sea, siempre habrá una parte de mi cuerpo que se escape a mi control, y revele mi verdadero estado de ánimo.
  • 7. Cursos de Verano Celaya-2015 Pbro. Lic. Juan José Martínez M 7c) Naturaleza de los símbolos. Hay que distinguir entre señales y símbolos. La señal es artificial, convencional (semáforo verde o rojo), pone en relación un significante y un significado; rojo = prohibición de pasar. Posibilita el conocimiento de la realidad significada. Remite a una realidad distinta de sí misma, con la que el hombre convencionalmente ha establecido una relación, que ha sido aceptada socialmente. En este sentido, el lenguaje y la escritura no son sino un sistema de signos. En cambio, el símbolo es natural. Pone en relación mutua a dos sujetos, no a dos objetos. Establece entre ellos un reconocimiento. No remite una realidad distinta, sino que remite al propio sujeto con el que está unido mediante una relación objetiva, que no es convencional, que uno no proyecta ni crea, sino que encuentra en la naturaleza. La realidad a la que accedemos por el símbolo es una realidad a la que no existe un acceso directo. El símbolo participa de la realidad de lo simbolizado, está enraizado en ella y de algún modo lo hace presente. La realidad a la que remite el símbolo no es por supuesto una idea abstracta a la que podemos llegar por el discurso o la abstracción, sino a un sujeto real y misterioso. El símbolo es irreductible al lenguaje. Nunca el lenguaje podrá comunicar la plenitud de lo que comunica el símbolo, lo que Ricoeur llama el exceso de significación. El símbolo, “realizando un cortocircuito del lenguaje, es como la expresión exasperada de aquello que está siempre por decir, porque es indecible”. d) Valor cognitivo del símbolo. Los símbolos tienen a la vez un valor cognitivo y un valor expresivo. Me ayudan a conocer a los demás en su reducto íntimo más misterioso, y al mismo tiempo me ayudan a expresar y a comunicar a los demás mi reducto más misterioso, de modo que me conozcan En primer lugar los símbolos nos ayudan a captar las verdades profundas de los demás a las que no tenemos otro acceso. Los sentidos son más receptivos que el entendimiento. Acogen las sensaciones que les llegan, están realmente abiertos. No necesitan seleccionar los datos ni reordenarlos dentro de categorías preestablecidas, como hace la razón. La aproximación a la realidad que hacen los sentidos es más ingenua y directa, también más pasiva, pero más penetrante. En los símbolos se nos da una capacidad perceptiva de lo inmediato, que nos abre mejor a la trascendencia del otro y de ese modo posibilita la función integradora y social del lenguaje. Lo real del hombre se alcanza muy limitadamente a través de la observación y las funciones comparativas y cuantificacionales de la ciencia o por medio de los sistemas lógicos de la razón. Si lo real para el hombre es algo significativo y espiritual, símbolo y rito son el único medio para captarlo. El mismo lenguaje, cuando trata de describir hondas experiencias humanas, tiene que remitirse últimamente a otros modos de expresión distintos del lenguaje. “No tengo palabras para decirte”. “Dígaselo con flores”. e) Valor expresivo del símbolo. La liturgia es un conjunto de símbolos y gestos incorporados a la acción sensible para expresar la fe: alimento comido, aceite aplicado, agua vertida, luz encendida. En realidad deberíamos hablar más de acciones simbólicas que de símbolos, porque lo que simboliza de verdad no es simplemente el pan, el aceite, el agua o la vela, sino la acción de comer, la unción, el baño, la acción de encender. Mientras estas realidades estaban en reposo, no eran aún símbolos. Tenían meramente una capacidad para simbolizar. Es sólo cuando son utilizadas en una acción por un sujeto, cuando ejercen su dinamismo simbólico y son capaces de comunicar algo a nuestra subjetividad Pongamos un ejemplo. Siempre ha sido muy común en la Iglesia el encender una vela para acompañar un rato de oración. En este caso, el símbolo no es la vela, sino el acto de prenderla. Una vez prendida, la vela continúa ejerciendo su función simbólica, incluso cuando el que la encendió ya se ha marchado del templo. Encender velas es una de las acciones simbólicas más antiguas y tradicionales que habría que rescatar. La gente llega a un santuario y quieren expresar su experiencia de estar allí. Quiere orar, pero sus palabras son muy pobres. Entonces enciende una vela que habla por sí misma. Cuando abandona el
  • 8. Cursos de Verano Celaya-2015 Pbro. Lic. Juan José Martínez M 8santuario, la vela queda encendida, y a través de ella la persona se mantiene en oración, aun cuando haya pasado a ocuparse de otros asuntos. Los ritos encauzan los afectos y configuran las emociones. Ayudan a que las experiencias profundas se expresen y pasen de ámbitos inconscientes a conscientes mediante representaciones diversas: el dibujo en los niños traumatizados. Los ritos liberan, encauzan las fuerzas arquetípicas positivas y protegen de las negativas. Gracias a ellas recibimos fuerza para superar las crisis graves. Una persona privada de poderse expresar en celebraciones rituales puede caer en depresión profunda. f) Ritualización. Las acciones simbólicas tienen una dimensión social. No podría ser de otro modo, supuesto que el hombre es un animal social. A pesar de que los símbolos no son convencionales, sino que pertenecen a la naturaleza de la realidad, tienen que integrarse dentro de un sistema cultural. Nunca son totalmente espontáneos. Un sistema cultural es un cosmos de significantes para interpretar las experiencias de los hombres de esa cultura. Sobre la base de la naturaleza, cada cultura articula un conjunto de símbolos y los ritualiza, dándoles una dimensión regulada y repetitiva. “El rito puede ser un dispositivo cautelar instituido para delimitar cuidadosamente las circunstancias, los tiempos, los lugares en los que se mueven las personas, evitando confusiones”. En un contexto ritual el hombre y la mujer se pueden dar un beso que fuera de lo ritual resultaría improcedente. En las gradas del estadio se puede gritar de una manera que fuera del estadio se consideraría una grosería imperdonable. “Este marco es un cauce que canaliza y aprovecha energías y evita las extralimitaciones y el desorden”. Según la interpretación freudiana, rito es el gesto reiterado, obsesivo, realizado con vistas a descargar un estado de angustia. Lavarse las manos compulsivamente, morderse las uñas, fumar. Es un acto reductor de la tensión psicológica, que se repite continuamente de un modo rígido, para defenderse de un deseo poderoso que nos produce un miedo profundo. Se defiende uno retornando a los orígenes, a la infancia, a lo totémico. Ese gesto protector y enmascarador ahuyenta el objeto deseado, pero al mismo tiempo lo acerca no en su realidad sino en forma de sustitución o sucedáneo. Pero este rito impide la madurez, nos paraliza en el pasado. g) Gesto y palabra en la liturgia cristiana. El gesto humano tiene su autonomía respecto a la palabra. La gestualidad no es un ejercicio para traducir la palabra a gestos, para doblar o reforzar su mensaje, para ilustrarlo. Es un lenguaje autónomo que tiene su propia expresividad aporta algo distinto de lo que pueden aportar otros lenguajes. “Frente a la lengua hablada analítica y sucesiva, secuencial, la comunicación gestual es más concentrada, sintética y sincrónica, totalizante. Su encarnación es más densa. Muchas veces el gesto se emplea cuando la palabra resulta impotente para transmitir lo que se desea comunicar. Por eso el lenguaje gestual se sitúa más bien del lado del silencio y de un cierto apofatismo. El silencio apofático es el clima propio de la experiencia religiosa y el terreno mejor abonado para que surja la palabra verdadera, esencial, pregnante. El gesto no viene tanto a subrayar la palabra cuanto a reforzar y adensar el silencio. Por eso no debe seguir a la palabra, sino precederla, como sucede en la imposición de manos de la ordenación. Entonces suscita un clima para que la palabra sea bien recibida. Crea como una caja de resonancia en la que la palabra logra toda una amplitud que permite a sus ondas alcanzar, sacudir los corazones, es decir, el núcleo último y central de la persona”. Aunque más adelante dedicaremos un tema especial para tratar de los gestos en la liturgia, resumiremos ahora la relación que existe entre la liturgia cristiana y lo que nos ha explicado la antropología cultura a propósito de lo simbólico. La tradición litúrgica es una de las típicas áreas de emergencia de lo simbólico, es decir de aquel conjunto de elementos sensibles a través de los cuales los hombres gustan
  • 9. Cursos de Verano Celaya-2015 Pbro. Lic. Juan José Martínez M 9de los dones de Dios, y aprehenden significados que trascienden las realidades tangibles siguiendo el dinamismo de las imágenes. Dice San Agustín: “Los signos de las realidades divinas son desde luego visibles, pero en ellos se veneran realidades invisibles”. “Porque todo lo que sugieren los símbolos toca e inflama el corazón mucho más vivamente de cuanto pudiera hacerlo la realidad misma, si se nos presentara sin los misterioso revestimientos de estas imágenes... Yo creo que la sensibilidad es lenta para inflamarse, mientras está trabada en las realidades puramente concretas; pero si se las orienta hacia símbolos tomados del mundo corporal y se la transporta desde ahí al plano de las realidades espirituales significadas por estos símbolos, gana en vivacidad, ya por el mismo hecho de este paso, y se inflama más, como una antorcha en movimiento, hasta que una pasión más ardiente la arrastre hasta el reposo eterno”. h) Un ejemplo: el banquete. Un bonito ejemplo es el significado antropológico del banquete. En la historia de la humanidad existen una especie de sacramentos primitivos, que diversamente modulados están presentes incluso en nuestro mundo moderno y secularizado. Estos sacramentos de la creación brotan en momentos relevantes de la vida humana y se convierten en hendiduras de lo cotidiano, a través de las cuales se puede observar el ser del hombre en su apertura al absoluto. Entre estos momentos están momentos como el nacimiento, la muerte, el acto sexual y la comida. En estas experiencias el hombre bordea sus propios límites, barrunta lo distante e inmenso, y se percibe en constante interacción y renovación como ser biológico y propiamente humano (comida). El hecho de comer revela ante todo que el hombre es un ser de necesidades. Según Simone Weil, tenemos necesidad de pan. Somos seres que tomamos continuamente nuestra energía del exterior, pues a medida que la recibimos la agotamos con nuestros esfuerzos. Si nuestra energía no es renovada continuamente, nos quedamos sin fuerza y somos incapaces de cualquier movimiento. Dice Xabier Basurko que el hombre debe mendigar su ser en las cosas, debe “morder en la realidad”. Y añade Levinas, que al entrar en comunión con el universo material mediante la comida, el ser humano percibe oscuramente que él no se fundamenta en sí mismo, que vive recibiendo. La existencia humana se apoya en la compañía de las cosas, se nutre en su mismo torrente de vida, se funda en esa comunión con el cosmos”. Aparte de la comida, propiamente dicha, en el sentido general del término, todo lo que que genera un estímulo es para nosotros fuente de energía. Hay un pan de este mundo: dinero, progreso, consideración, recompensas, celebridad, poder, seres queridos, todo lo que estimula nuestra capacidad de actuar es como el pan. Pero hay una energía trascendente cuya fuente está en el cielo y se derrama sobre nosotros en el momento en que lo deseamos. Es realmente una energía y actúa por mediación del alma y el cuerpo. Tomar algo juntos no significa que tengamos hambre o sed. Es una manera de sentarse en torno a la comida o bebida, para charlar, para cerrar un trato, para hacer una pausa en el trabajo. Las comidas de trabajo son una monstruosidad antropológica. Aceptar o rechazar una copa, es rechazar una amistad. Cuando estamos enfadados con alguien, nos negamos a tomar una copa con él. A lo largo de la historia esta dimensión social del alimento ha llegado a alcanzar un sentido místico. A través del alimento el hombre ha experimentado la comunión con la divinidad, ha tenido acceso a la intimidad con los seres superiores, más estrecha que la del diálogo de la oración. El hombre ansía encontrar un pan de inmortalidad. Que no haya que volver a comer. Parecido es el snetido del ayuno, como vía de purificación, pero Jesús escogió el banquete. La liturgia actual al colocar el pan y el vino en la mesa los reconoce como frutos de la tierra y del trabajo de los hombres, naturaleza humanizada, un resumen cósmico-cultural de gran expresividad simbólica. Significan a la vez lo que nosotros hacemos con nuestro esfuerzo y trabajo solidario, y lo que nos es dado, lo que el mundo y nosotros mismos somos como don misterioso, regalo originario que ha surgido generosamente de las manos de Dios creador.
  • 10. Cursos de Verano Celaya-2015 Pbro. Lic. Juan José Martínez M 10El pan y el vino se prestan a una nueva red de significaciones. El pan representa el alimento cotidiano, el vino la propina, la fiesta. Lo cotidiano y lo festivo se juntan en la mesa, y son asumidos en la eucaristía cristiana. Esta actitud hacia los alimentos lleva en todas las religiones a bendecir la mesa y a dar gracias. Estos ritos domésticos de la mesa están en la raíz de la plegaria eucarística cristiana. Las comidas inclusivas de Jesús expresan el sustrato antropológico del banquete, como manifestación del Reino ya presente, y prefiguran la culminación de ese Reino en el ésjaton. IV. Inculturación. - Tradición vs. Inculturación. Pasamos a examinar una nueva polaridad en la liturgia que genera una tensión entre la fidelidad a la tradición y la fidelidad a la cultura propia de cada pueblo en el contexto histórico. Se suele usar la palabra “inculturación” en un sentido muy light, para todo tipo de subculturas o contraculturas. En un sentido estricto no cabe hablar de una cultura de los jóvenes, ni de una cultura del pueblo andaluz o vasco. Todas ellas son pequeñas variantes de la cultura occidental moderna. Las contraposiciones culturales se establecen entre modelos realmente diversos, como puede suceder entre sociedades primitivas y sociedades evolucionadas, o entre la cultura occidental y la cultura del Extremo Oriente, o de África, por poner algún ejemplo. En algunos puntos, como el uso del latín, la Sacrosanctum Concilium se quedó muy corta y fue muy pronto desbordada por la realidad. En cambio, en el tema de la inculturación, la SC fue muy lejos en sus buenas intenciones, pero luego en la recepción postconciliar se ha quedado en un nivel muy pobre de desarrollo. El Vaticano II propició el respeto a la diversidad y a los méritos y valores de los otros, y la preocupación por adaptarse a diferentes culturas (SC 37-40). Respeta debidamente las tradiciones de cada pueblo y la diversidad resultante (SC 37). La normativa de pluralismo se aplica a las Iglesias orientales, pero vale también para las diferencias que se puedan introducir en el mismo rito romano (SC 38), especialmente en las misiones (SC 40, 39, 119, 123). En el Decreto Ad Gentes (AG 9) se habla de una catequesis adaptada y una liturgia acomodada a la idiosincrasia de cada pueblo. Para ello se conceden a los obispos poderes en el terreno litúrgico. “La reglamentación de la sagrada liturgia es de competencia exclusiva de la autoridad eclesiástica; ésta reside en la Sede apostólica, y en la medida que determine la ley, en el obispo. En virtud del poder concedido por el de derecho, la reglamentación de las cuestiones litúrgicas corresponde también, dentro de los límites establecidos, a las competentes asambleas territoriales de Obispos de distintas clases, legítimamente constituidos” (SC 22). Reconoce el Vaticano II que en determinadas áreas hace falta una adaptación más profunda. Es sobre todo en SC 40, donde se propone un proyecto valiente e imaginativo, con las debidas reservas. Es precisamente éste el proyecto que, en gran parte, se ha quedado sin desarrollar en la etapa postconciliar. Especialmente en esta última década se han multiplicado los conflictos entre dicasterios romanos y conferencias episcopales, en lo que respecta a innovaciones litúrgicas, traducciones oficiales, etc. La curia romana parece estar tomando en estos últimos tiempos una interpretación muy restrictiva de estas orientaciones conciliares del n. 40 de la Sacrosanctum Concilium. El hombre de hoy está muy marcado por tendencias de la mentalidad y la ideología contemporánea. El concilio quiere que el lenguaje ritual y verbal se adapte a esta cultura. Pretende crear un clima ritual que no resulte extraño al hombre de hoy. La Iglesia debe mantener una doble fidelidad. Fidelidad a la liturgia como don confiado a la Iglesia, y fidelidad al hombre de hoy. Eso llevará a discernir entre los elementos permanentes y los adventicios (SC 1). Comienza reconociendo el concilio que en la liturgia hay una parte inmutable, y otras partes sujetas a cambio (SC 21). Por eso se refiere a la conservación de la sana tradición y el progreso legítimo (SC 23). En este mismo número se dan los principios generales
  • 11. Cursos de Verano Celaya-2015 Pbro. Lic. Juan José Martínez M 11que deben regir esta atención simultánea a la sana tradición y al progreso: investigación concienzuda, experiencia, y decisión de no innovar por innovar, a menos que haya una utilidad verdadera y cierta de la Iglesia. Estos principios han llevado a lo que se ha dado en llamar inculturación de la liturgia (SC 37-40). La Iglesia no pretende imponer una rígida uniformidad. Los libros litúrgicos normativos preverán una cierta flexibilidad, pero incluso en ciertos lugares puede haber adaptaciones más profundas que equivalgan a nuevos ritos. Desde un pluralismo litúrgico es necesario adaptarse a razas, clases sociales, edades, pero hay el peligro de que estos grupos se vayan convirtiendo en sectas. Se requiere una doble fidelidad a la Iglesia y al propio grupo, lo cual provoca tensión y búsqueda de equilibrio entre espontaneidad y objetividad, creatividad y tradición, libertad y comunión eclesial. V. Antropología Litúrgica y Piedad Popular. a) La Piedad Popular. Al afirmar el primado de la liturgia, “la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” (S. C. 10), el Concilio Vaticano II recuerda todavía, que “la participación en la Sagrada liturgia no abarca toda la vida espiritual. En efecto, el cristiano, llamado a orar en común, debe, no obstante, entrar también en su interior para orar al Padre en secreto; más aún, debe orar sin tregua, según enseña el Apóstol”. A lo largo de la historia de la Iglesia el pueblo cristiano ha alimentado su fe y su unión con Cristo mediante los ejercicios de piedad. Conscientes del beneficio que la piedad popular ha aportado a lo largo de los siglos a la vida espiritual de los fieles, los Padres conciliares afirman en S. C. 13 “Se recomiendan encarecidamente los ejercicios piadosos del pueblo cristiano, con tal que sean conforme a las leyes y a las normas de la Iglesia”. Ahora bien, es preciso que estos mismos ejercicios se organicen teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos, de fe, de tal modo que vayan de acuerdo con la Sagrada liturgia, en cierto modo deriven de ella y a ella conduzcan al pueblo. “Entre otras muchas acciones para llevar a cabo este proceso de religiosidad popular, se sugiere el fomento de prácticas sencillas de piedad popular como momentos de oración personal y comunitaria y, por lo tanto, de encuentro con Cristo. Para enfocar debidamente el papel de la piedad popular en nuestra vida cristiana nos fijaremos en los principios y orientaciones que nos da el “Directorio sobre la Piedad popular y la Liturgia” de la congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. (17 de Diciembre de 2001). En nuestra preocupación por llevar el mensaje de la Buena Nueva de Nuestro Señor Jesucristo a todos los hombres, haciendo uso de todos los medios posibles para lograrlo, queremos aprovechar la Religiosidad Popular, que de por sí ha ayudado a hermanos a estar en cierta comunión con Dios. El sentido religioso del pueblo cristiano ha encontrado en todo tiempo, su expresión en formas variadas de piedad en torno a la vida sacramental de la Iglesia, tales como la veneración de las reliquias, las procesiones, el vía crucis, las danzas religiosas, el rosario, el uso de medallas, etc. La vida cristiana se nutre de formas variadas de piedad popular, enraizada en las distintas culturas. Esclareciéndolas a la luz de la fe, la Iglesia favorece aquellas formas de religiosidad popular que expresan mejor un sentido evangélico y una sabiduría humana, y que enriquece la vida cristiana (CATIC, nn1674 y 1679). Esto es esencialmente el objeto del estudio que presentamos de cada una de las expresiones populares de fe, tomando en cuenta las palabras del Papa Juan Pablo II a nuestros obispos en Santo Domingo: “La arraigada religiosidad popular de vuestros fieles, con sus extraordinarios valores de fe y de piedad, de sacrificio y de solidaridad, convenientemente evangelizada y gozosamente celebrada, orientada en torno a los misterios de Cristo y de la Virgen María, puede ser, por sus raíces eminentemente católicas, un antídoto contra las sectas y una garantía de fidelidad al mensaje de salvación”. (Discurso inaugural 1, 12).
  • 12. Cursos de Verano Celaya-2015 Pbro. Lic. Juan José Martínez M 12Los invitamos, pues, a adentrarnos en este maravilloso mar del conocimiento sobre la religiosida d popular con la finalidad de crecer en la valoración de la misma: de tal forma, que podamos integrar la planificación y proyección de esa misión continental propuesta por el Papa Benedicto XVI a cada obispo de este continente cuando les invitó a tomar en cuenta el Documento Conclusivo como luz y aliente para una fecunda labor pastoral y evangelizadora en los años venideros, dando así respuesta incesante al gran desafío que enfrentamos en nuestro continente; lograr que todo cristiano se encuentre con el Señor Jesús como principio fundamental de la vida (Aparecida Documento conclusivo Ed. CEM Méx. 2007 pp. 7-8). b) La religiosidad popular, herramienta de expresión pública de la fe. El Papa Juan Pablo II dice en un reciente mensaje, con el que anunciaba la preparación de un directorio sobre religiosidad popular, que esta manifestación, “cuando es genuina, tiene como fuente la fe y, por lo tanto, tiene que ser apreciada y favorecida”. En esta línea, el pontífice reflexiona sobre la idea de que la religiosidad popular no es contraria al carácter central de la liturgia sino que, fomentando la fe del pueblo que la considera una expresión connatural, prepara adecuadamente para la celebración de los sagrados misterios. Sobre el que algunas veces las muestras de religiosidad popular son contaminadas por elementos no coherentes con la doctrina católica, Juan Pablo II comenta que esta manera de transmitir la creencia en Dios “tiene que estar purificada con prudencia y paciencia”. Como ejemplo claro, está el de las traducciones de textos litúrgicos, que no tienen que ser “un ejercicio de creatividad, sino un gran esfuerzo para conservar el sentido del original sin cambios, omisiones o añadidos”. En España, decenas de millares de creyentes forman parte de cofradías y hermandades de todo tipo (sacramentales, marianas, penitenciales...). El gran reto del siglo XXI para llenar de valores morales y espirituales este importante sector es, sin duda, la formación. Los hermanos y los cofrades tienen que ser también sujetos y actores de la nueva evangelización. De hecho ya se han puesto en marcha, en algunas diócesis, experiencias formativas dirigidas principalmente a dirigentes de entidades que promueven esta vertiente de la vivencia cristiana. c) Las imágenes, un elemento clave. Las imágenes son la gran fuente de la devoción de las cofradías y la religiosidad popular en general. De hecho, una imagen de Cristo crucificado, bajo las ricas y diversas manifestaciones, o una de la Madre de Dios también bajo cualquier advocación representan el gran espejo donde los creyentes expresan su fe y desde el cual se dirigen a Dios ya sea directamente o mediante la figura de algún intercesor. La manera de entender la iconografía o las imágenes ha generado a menudo controversias incluso entre muchos cristianos. Decir una frase bonita o un calificativo elogioso a un trozo de piedra, a menudo con gritos apasionados, no siempre es bien visto por los creyentes. Como todo, estas muestras de afecto siempre son positivas si tienen como idea no el convertir la imagen en una persona sino simplemente utilizarla como un instrumento desde el cual se llega a lo que es sobrenatural. Ésta es la esencia de la religiosidad popular. Por eso las procesiones, en muchos casos llenas de muestras de sacrificio y expresiones de adoración a una escultura o un icono, requieren unas auténticas motivaciones de relación con la Divinidad aunque estén llenas de ritos que son, por ejemplo, bien distintos a los de la liturgia, aunque sean respetables o compatibles con la doctrina de la Iglesia católica. d) La formación, clave para poner a cada uno a su sitio. Ciertamente, hace falta una auténtica catequesis de la religiosidad popular y también de las devociones en general. María o los santos sin Cristo no tienen sentido. Es decir, la Madre de Dios o las vidas ejemplares de hijos de Dios son unos instrumentos que tienen que ayudarnos a llegar, a conocer o a encontrar a Nuestro Señor y, si en cambio son un obstáculo, no sirven. Por ejemplo, los ortodoxos tienen una religiosidad popular que saben adecuar muy bien a la liturgia, que constituye siempre la gran herramienta que evita que haya excesos. Los practicantes de esta confesión, a través de la liturgia, moderan los posibles excesos de esta forma de expresar la fe. En esta
  • 13. Cursos de Verano Celaya-2015 Pbro. Lic. Juan José Martínez M 13línea, la Santa Sede quiere difundir pronto un directorio que regule las prácticas devocionales especialmente arraigadas en muchas comunidades cristianas. “Examinarlo todo y retener aquello que es bueno”. Éste tiene que ser el principio básico a la hora de hablar cristianamente de cofradías y religiosidad popular. Algunas formas de apasionamiento excesivo, que existen en acontecimientos como los peregrinajes en El Rocío, tendrían que ser replanteadas o incluso eliminadas. Sólo con una formación desde el principio, puede conseguirse esto. No debemos olvidar que, cuando hablamos de fe cristiana, cada uno (Cristo el primero) tiene que estar en su lugar. - IDENTIDAD DE LA COMUNIDAD PARROQUIAL Y LA PIEDAD POPULAR. Las manifestaciones de la PP se encuentran en los varios campos en los que se desarrollan los ejercicios piadosos, bien sea a nivel personal, familiar o grupal, en los Santuarios y en las peregrinaciones, así como en el ámbito de la ‘Comunidad Parroquial’, a la que hemos llamado "la Casa de la PP". En efecto, la parroquia es el lugar privilegiado para el desarrollo y la práctica de la PP, de suerte que los fieles puedan tener una experiencia concreta de Cristo y de la comunidad eclesial (DA 170). Es muy importante caer en la cuenta de que dentro de la comunidad parroquial se dan múltiples experiencias de PP que se deben purificar, encauzar y promover, ya que en la parroquia se dan muchas formas de ejercicios piadosos. No hay que olvidar que la PP debe ayudar a que la parroquia sea una comunidad eucarística por excelencia, reunida en la fracción del pan de la Palabra y de la Eucaristía, como lo hace ver DA (175). La parroquia debe cuidar que la praxis de la PP sea realmente "escuela de vida cristiana" (DA 175), para llegar así a ser una comunidad eclesial que vive, se expresa y se manifiesta con las formas que el genio de los pueblos ha concretizado en la PP. Por este motivo, la experiencia y vivencia del Señor Jesús no puede ser únicamente catequética y litúrgica. Para que esté más encerrada en la vivencia cristiana, requiere de las expresiones de la PP que son una ayuda para educar y celebrar la fe (DA 170). La parroquia, hoy por hoy, está llamada a la conversión pastoral en muchos campos, especialmente en el ámbito de la PP, también llamada en DA Catolicismo Popular, Mística del Pueblo o Espiritualidad Popular, realizada en las expresiones de los ejercicios devocionales, "tesoro de la Iglesia en América Latina" (DA 258) a fin de protegerla y promoverla, teniendo en cuenta que la PP forma parte, en su sentido más amplio, de la celebración de la fe. Una de las tareas más importantes de la comunidad parroquial es su renovación, la cual se puede hacer incrementando la PP, fundamentándose en aquella gran petición del Concilio Vaticano II de que absolutamente todo debe revisarse. Aparecida pone en alerta a propósito de las devociones o prácticas de la PP que no tienen suficiente fundamento, porque finalmente no resistirían al embate del tiempo (DA 12). Por lo tanto, pide custodiar y alimentar la fe (DA 10), para llegar a ser discípulos misioneros de Jesucristo. Esto lo podemos realizar con el instrumento que la Providencia de Dios en muchos siglos ha ido elaborando, a saber, la PP. Para ello es necesario manejarla con fidelidad y audacia, para confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio con este instrumento que está a nuestro alcance y que, por su sencillez, es puerta privilegiada de acceso a los corazones de los cristianos, especialmente los más sencillos, a fin de que la parroquia llegue a ser "La Casa de la PP" y escuela de comunión (NMI 43). Ante la hora histórica que vive América Latina, la Iglesia debe seguir anunciando el Evangelio, y estos esfuerzos pastorales deben orientar a todos hacia el encuentro con Jesucristo. Se debe destacar la renovación litúrgica a la que está anexa el incremento de las manifestaciones de la PP, especialmente la piedad eucarística y la devoción mariana, que deben tener como base la verdadera fe (DA 99 b).
  • 14. Cursos de Verano Celaya-2015 Pbro. Lic. Juan José Martínez M 14DA 99 c afirma que se debe seguir incrementando la renovación parroquial con miras a favorecer el encuentro con Cristo vivo, valiéndose de los diversos métodos de nueva evangelización —entre los que hay que tener en cuenta la PP— para que este encuentro se vuelva una realidad en las comunidades eclesiales de base, en los movimientos eclesiales, en las nuevas y antiguas comunidades, y sobre todo, en la pastoral familiar, infantil y juvenil. DA 99 g. No se puede negar la búsqueda actual por parte de los cristianos de una espiritualida d profunda, de una oración mística, búsqueda que expresa hambre y sed de Dios. Pero se deben evitar todas las formas nuevas de pseudo espiritualidad, manifestada especialmente en los mass media. Es muy importante tomar en serio el papel trascendente de los actores en la tarea de la renovación y transformación de la parroquia. Se deberá tener en cuenta la Diócesis (DA 164-169), y con ella el lugar importantísimo de la Comisión de pastoral litúrgica; también, la tarea de los mismos obispos (DA 186- 190), los presbíteros (DA 191-200), los párrocos (DA 201-203) en el ámbito de la PP, tomando muy en serio la invitación de que el párroco sea el primer discípulo misionero y, junto con él, la comunidad que se le ha confiado. Para lograr esto se necesita la formación. Aquí radica la importancia de saber conducir y clarificar la PP, pues si la lex orandi es lex credendi y tiene su aplicación en la liturgia de la Iglesia, aproximadamente algo así podemos decir de la PP, que para ser una auténtica lex orandi, requiere de la iluminación desde la teología para lograr tener ideas y conceptos claros y diáfanos que manifiesten la sana y ortodoxa fe y doctrina. Es necesario que los ejercicios devocionales también cumplan la tarea de ser catequesis permanente y constante que brota de la oración cristiana y así cada expresión devocional sea una auténtica síntesis de la profesión de fe del creyente. - Mil gracias – Sr. Canónigo Pbro. Lic. Juan José Martínez Mireles Arquidiócesis de Durango