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La Gran Contadora de

     historias
Había sido una noche mas calurosa de lo habitual, de principios de primavera.

El sol empezaba a despuntar en el horizonte y los primeros rayos de luz

inundaban el parque.

Rummer entrecerró los ojos y se llevó una mano para tapárselos. Parpadeó un

       par de veces antes de poder volver a abrir los ojos. Miró a su alrededor,

       confusa, sin saber demasiado bien dónde estaba. ¿Había salido todo bien?

           Intentó sacudirse las alas solo para notar, con una perturbadora

              sorpresa, que no las sentía. Se llevó las manos a la espalda mientras

              intentaba girar la cabeza y el terror empezaba a apoderarse de ella.

              Nadie le dijo que esto pasaría, nadie le había advertido de que cupiese

           siquiera esa posibilidad y eso lo cambiaba todo y lo dificultaba

           sobremanera.

               Inspiró y espiró intentando mantener la calma y miró a su

        alrededor para hacerse una idea de dónde se encontraba. Frunció el ceño.

        Los árboles parecían muy… muy pequeños…

Un pensamiento se fue hundiendo poco a poco en su mente. Tal vez ahora

tuviese ella también otro tamaño. Tal vez ella fuese mas grande…

Concéntrate, Rummer. Debía calmarse, debía mantener la calma y emprender

la misión que le habían encomendado. Si la habían mandado allí debía ser

porque estaba cerca de todo lo que había venido a buscar.




	
                                                                                   II	
  
Thomas salió de casa riendo mientras su hermana pequeña, la niña del cabello

color de oro le sacaba la lengua. Él cerró la puerta mientras le daba un mordisco

a su donut.

        Su móvil emitió un sonido y lo comprobó. Era Jack diciéndole que se iba a

        saltar las clases.

        –Menudo cabrón –soltó Tom entre risotadas.

           Salió del jardín de su casa. Iba con tiempo mas que suficiente así que

              decidió que tomaría el sendero del parque porque era mucho mas

              agradable. Le gustaba respirar el aire fresco que le brindaban los

              árboles del parque, pasar al lado del pantano escuchando a los patos y

              ver el final del amanecer.

           Se encontraba a la altura del pantano cuando escuchó un sonido

        procedente de detrás de un árbol.

       –¿Harry? –preguntó.

No era la primera vez que su amigo le gastaba la broma de salir de detrás de

alguno de esos árboles. Harry vivía cerca del parque y también lo utilizaba a

menudo para darse un paseo agradable de camino al instituto.

Sin embargo, nadie le respondió. Le pareció ver un cabello cobrizo y un brazo

níveo.




	
                                                                               III	
  
Sacudió la cabeza, quizás no debiese darle mayor importancia. Siguió

    caminando, pero apenas había dado un paso cuando escuchó una vocecita

    pronunciar:

           –¿Peter?

             Tom se detuvo en seco y se giró. Descubrió un pequeño rostro observándole,

                      a mitad escondido detrás de un árbol. Era un rostro demasiado

                      angelical, demasiado perfecto para ser humano, con facciones

                      perfectamente simétricas y redondas. Se sintió sobrecogido ante esos

                      enormes ojos azules observándole.

               –¿Cómo dices? –preguntó él.

                       Ella salió de detrás del árbol mientras una sonrisa se ensanchaba

            en sus labios. Tom abrió mucho los ojos al contemplar su cuerpo desnudo.

            Tardó unos instantes antes de reaccionar y apartar la mirada. ¿Qué hacía

            una joven desnuda en mitad del bosque? Una gran preocupación empezó a

            invadirle, mientras descartaba las opciones. Y volvió a mirar a la

            muchacha, esta vez sin pudor, intentando ignorar el hecho de que no llevase

            ropa.

    –¿Estás bien? ¿Qué haces aquí? –le preguntó.

–¡He venido a buscarte! –la chica corrió hacia él y Tom dio un par de pasos hacia

atrás, enarcando una ceja.




    	
                                                                                 IV	
  
Ella pareció darse cuenta del rechazo y frunció el ceño.

    –¿Te han hecho daño? –insistió Tom–. Te llevaré a la policía, si alguien te ha

    hecho algo cuéntales quien ha sido y qué ha pasado, ellos te ayudarán.

    –¿Qué? –ella sacudió la cabeza–. No, Peter, nadie me ha hecho daño. Pero con el

           viaje… he aparecido sin ropa.

            –¿Viaje?

                   El chico cerró los ojos un momento, intentando entender algo de la

               situación.

                   –¡Peter! –repitió ella.

                       –A ver… Para empezar… Todo esto sería mucho mas fácil y algo

             menos raro si dejases de llamarme Peter –Ella parecía no comprender–.

             ¿De dónde has salido? ¿Cuál es tu nombre?

           –Soy Rummer, sé que conmigo no tenías tanta confianza como con

    Campanilla, pero…

    –¿Qué… coño… dices?

    Tom alzó las manos al aire, abriendo mucho los ojos. ¿Campanilla? Claro, ahora

    tenía sentido lo de Peter. ¿De qué manicomio se habría escapado esta pirada?

–¡BUUU! –Harry salió de detrás de un árbol corriendo pero se detuvo

inmediatamente al ver la imagen ante sus ojos. Sin poder evitarlo abrió la boca,

formando una O.




    	
                                                                             V	
  
–¿Por qué tienes dos cicatrices en la espalda? –preguntó Harry.

    Rummer se volvió hacia él, sorprendida.

    –¿Cicatrices? –giró la cabeza como intentando llegar a verse la espalda–. ¿Dónde?

    ¿Cómo son?

                Empezó a dar vueltas sobre sí misma así que Tom también pudo verlas.

            Tenía dos cicatrices verticales largas, muy juntas la una de la otra, en el

            centro de la espalda.

                  –¿Estás segura de que nadie te ha hecho nada? –preguntó Tom,

                   horrorizado.

             –Claro que no, son mis alas. Ahí es donde deberían estar, maldita sea.

               Los dos chicos se miraron, cómplices, a la vez asustados, sorprendidos y

             divertidos por la situación.

           Rummer se dio por vencida y puso los brazos en jarra, se giró hacia Harry,

    quien intentaba no mirarla directamente. La seriedad de la muchacha no duró,

    inmediatamente una sonrisa se apoderó de su rostro y empezó a dar saltos de

    alegría.

    –¡Zorrillo!

 –¿Pe… perdón? –preguntó el muchacho.

–¡Zorrillo! ¡Eres tú!

 –No… –empezó Harry–. Yo me llamo Harry. ¿Y se puede saber por qué vas…? –




    	
                                                                                VI	
  
hizo un gesto, pero Rummer seguía mirándole interrogante– ya sabes… desnuda.

   –Ah… –dijo ella, como si aquella noticia la pillase desprevenida–. ¿Por eso estáis

   incómodos? ¿Cuántos años tenéis?

   –Dieciséis –respondió Harry.

              Ella se llevó una mano a la boca, como si aquello acabase de destrozarla.

           Parpadeó un par de veces, con aquellas pestañas largas.

          –¿Y no recordáis nada…? –les miró primero a uno y luego a otro–. ¿Peter?

                    –Ya te he dicho que no me llamo Peter –protestó el chico–, mi

                  nombre es Tom…

              –¿Y los demás? –preguntó ella, como si no hubiera escuchado lo que el

            chico acababa de decir–. ¿Dónde están Osezno, Conejo y Mofeta? ¿Y los

            gemelos?

          Los dos chicos volvieron a mirarse, pero esta vez de manera extraña.

   –Tengo razón, ¿verdad? –dijo ella–. Hay unos gemelos…

   –Sí… –empezó Harry.

   –¡Ahá! Lo sabía –se llevó las manos a la cabeza–. No entiendo por qué no lo

   recordáis, no me dijeron que esto pasaría…

   –¿Recordar qué? –preguntó Harry bajo una mirada reprobadora de Tom.

 –¡Nunca Jamás!

–Escucha… –empezó Tom despacio–. Tenemos que irnos al instituto…




   	
                                                                                VII	
  
–¿Puedo ir con vosotros?

    –¿Desnuda?

    Ella agachó ligeramente la cabeza.

    –Esta tarde pasaremos por el parque… –dijo Harry–. Podemos vernos aquí sobre

           las cuatro.

              Tom le acusó con la mirada. Rummer, sin embargo, pareció satisfecha

           ante tal oferta y asintió con la cabeza.

               –Perfecto.

                   Los dos chicos continuaron con su camino. Tom guardaba silencio,

              pero era un silencio cargado de reprobación por la conducta de su amigo.

                     –¿Qué? –se defendió Harry–. Tal vez esté en problemas, ¿vale?

              Quizás necesite ayuda.

           –No, si ayuda es evidente que necesita. Lo que no sé es si psiquiátrica o de

    rehabilitación… Pero ayuda necesita.



    Cuando el sonido de los pasos de los chicos se desvaneció, Rummer decidió que

    era el momento de ponerse en marcha. Ellos no recordaban Nunca Jamás, y solo

    había una manera de convencerles.

    Llamó a la puerta unas cuantas veces antes de que una mujer de unos cuarenta

le abriese.




    	
                                                                              VIII	
  
–¡Dios mío! –exclamó la mujer–. ¿Necesita ropa? Pase por favor, pase…

     Rummer no dijo nada, simplemente la siguió al interior de una casa pequeña

     pero acogedora. Había un espejo en la entrada y al observar su imagen desnuda

     comprendió por qué aquello habría sido incómodo para dos chicos adolescentes.

            –Espere aquí, por favor –le dijo la mujer.

                Subió apresuradamente unas escaleras. Rummer permaneció allí,

                    mirando a su alrededor. En las paredes había muchos cuadros,

                    cuadros de un lugar que ella conocía muy bien. Sí, no se había

                    equivocado de casa.

                La mujer no tardó en volver con ropa interior y un vestido blanco sencillo

              pero bonito. Rummer se vistió mientras miraba de reojo a la mujer que

              parecía preocupada. Cabello rubio, ojos azules… Podría haber sido ella.

              Pero era demasiado joven.

     –¿Puedo hacerte una pregunta? –dijo Rummer, una vez se hubo vestido.

     –Claro…

     –¿Tu madre vive aquí?

 La mujer frunció el ceño como respuesta, quizás preguntándose cómo una

 desconocida que había aparecido sin ropa frente a la puerta de su casa sabía aquello.

 Rummer intentó reprimir una sonrisa, aquello simplificaba las cosas.

–¿Y por algún casual no se llamará tu madre Wendy?




     	
                                                                                IX	
  
–¿La conoces? –la mujer parecía atónita.

–Sí… Su abuela también se llamaba Wendy. Ella fue la primera…

–¿Disculpe? –la mujer sacudió la cabeza–. No la entiendo.

–¿Podría hablar con tu madre? Hace muchos años que no nos vemos, pero…

        La mujer la miró de arriba abajo, preguntándose cómo era posible que

           hiciese “muchos años” que esa joven que tenía enfrente no hubiese visto

           a su madre. Consideró la opción de pedirle que se marchase. Sin

           embargo, finalmente le dijo que esperase un momento y se fue a buscar

           a Wendy.

        Rummer recorrió con la mirada los cuadros uno a uno. Había muchos

       paisajes, también aparecían las sirenas, las hadas. Incluso los piratas.

       Había un cuadro de Garfio junto al famoso cocodrilo que le había

       arrancado la mano. Rummer soltó una risita por lo bajo, pensando qué

       diría el “Capitán” si viese aquello.

Escuchó unos pasos y, al girarse, contempló una imagen aterradora. Una mujer

de cabello blanco y piel arrugada caminaba, apoyada sobre el brazo de la mujer

que le había abierto la puerta. En los diminutos ojos de la mujer se podía

percibir el azul que siempre la había caracterizado a ella, a su madre y a su

abuela. Menudas consecuencias tenía el tiempo… Poco había en aquella anciana

de la Wendy que ella una vez había conocido.




	
                                                                              X	
  
Las dos mujeres la miraban con cierta desconfianza.

  –Mi hija dice que me conoces…

  –Wendy… Soy Rummer. Sé que a mí no me conocías tanto, pero las hadas

         decidieron mandarme a mí. Peter está en la tierra y no recuerda nada.

         Necesito tu ayuda.

             La mujer joven miraba a su madre de manera inquisitiva, como si

           quisiera saber si debía llamar a la policía.

               Un brillo fugaz iluminó los ojos de Wendy. Sin embargo,

                  inmediatamente sacudió la cabeza.

              –Perdona, pero no sé de qué me hablas.

              –¡De Peter Pan, Wendy! De Nunca Jamás…

              –Aquello no fueron mas que sueños… –dijo la mujer joven–. Me lo contó

          mi madre, pero no eran mas que historias.

  La anciana permaneció en silencio, observando a la recién llegada,

  preguntándose quién sería exactamente y qué querría de ella.

  –Linda, cariño, ¿puedes dejarnos solas? –se giró hacia su hija.

  –De ninguna manera, no voy a dejarte con una desconocida aquí sola…

  –No es una desconocida, cariño, ya nos conocemos.

Linda frunció el ceño, nada convencida. Sin embargo, se dio la vuelta y se marchó,

refunfuñando por lo bajo.




  	
                                                                            XI	
  
–¿Me recuerdas? –preguntó Rummer.

    –Me preguntaba por qué Peter no había venido a ver a mi nieta. Vino a hacer

           una visita a mi hija, pero yo le dije que se marchase… Y no volvió nunca mas.

           Ella no lo recuerda, cree que fue un sueño producto de todas las historias que

           yo le había contado –miró a la joven–. Dices que necesitas mi ayuda.

             –Hubo un hechizo y Peter y los niños perdidos volvieron a la tierra como

                   recién nacidos. El portal a la tierra se cerró. Las hadas tardamos

                   dieciséis años en encontrar la magia necesaria para enviar a una de

                   nosotras a la tierra a buscarlos. Pero ellos no recuerdan Nunca

                   Jamás…

               –¿Por qué no vino Campanilla?

               Rummer agachó la cabeza un instante y Wendy lo entendió antes de que

           el hada le diese una respuesta.

    –Un niño dijo que no… que no creía en las hadas.

    Wendy se tapó la boca con una mano, conmovida. Se sentó con dificultad sobre

    un peldaño de las escaleras.

    –¿Y tus alas?

    Rummer se quitó el vestido un instante y le mostró las cicatrices en su espalda.

    Luego se volvió a vestir inmediatamente.

–Al parecer es uno de los efectos secundarios de la magia que me trajo hasta aquí.




    	
                                                                                XII	
  
El silencio inundó la estancia. Rummer pudo escuchar sonidos en la habitación de al

    lado, probablemente sería Linda, que había preferido no irse demasiado lejos y

    dejar a su madre con una desconocida.

             Miró a Wendy, quien tenía la mirada fija en sus manos y daba vueltas al

            anillo que llevaba en el dedo anular.

             –Rummer… –empezó la mujer, y se detuvo, como si no estuviese segura de

            cómo debía continuar.

                       –¿Sí?

                       Wendy suspiró, dejó de dar vueltas a su anillo y alzó la mirada

                hacia la joven, como si acabase de tomar la determinación de decir

                aquello que no se atrevía.

               –¿Has pensado en la posibilidad de que tal vez no quieran volver a Nunca

               Jamás?

           Las palabras parecían pender de hilos invisibles mientras empezaban a

           difuminarse en el aire. Rummer miró a la mujer como si no pudiese

           comprender el sentido de la pregunta que acababa de formular. Wendy sostuvo

           su mirada solo un instante, antes de apartarla para pronunciar las siguientes

           palabras:

    –Yo no quise volver.




    	
                                                                              XIII	
  
Los días pasaron lentos. Rummer volvió al parque y observó a los chicos de lejos.

 Estaban todos. Los gemelos, Osezno, Conejo, Mofeta, Zorrillo y Peter. Todos eran

            adolescentes, amigos, hormonados. Les interesaban los viajes, los videojuegos

            y las chicas. No hablaban de mundos mágicos, ni de batallas con piratas.

            Seguro que la parte de las hermosas sirenas les hubiese gustado mas, pero

            aquella no era la cuestión. Ninguno de ellos recordaba Nunca Jamás.

               Rummer volvió a hablar con ellos algunas veces, pero ante todo se

                   mantenía a distancia, para intentar comprender. La afirmación de

                   Wendy le había parecido una locura al principio, pero ahora

                   empezaba a pensar que quizás tuviese razón. Quizás los chicos ya

                   eran demasiado mayores.

             Eran las cuatro y los amigos atravesaron el parque. Encontraron a

           Rummer paseándose, pensativa, con la mirada clavada en el suelo. No era

           difícil darse cuenta de que algo parecía preocupar a la chica siempre alegre.

           Ya no sonreía ni hablaba de mundos extraños, el brillo de sus ojos había

           comenzado a apagarse.

    Todos miraron a Tom y éste suspiró y asintió con la cabeza.

–¿Rummer? –dijo Osezno.

Ella alzó la cabeza.

–¿Por qué no vienes con nosotros?




    	
                                                                               XIV	
  
Llegaron a casa de Tom y se sentaron en el salón, en los sofás. Los gemelos cogieron

    cervezas de la cocina y le dieron una botella a cada uno. Rummer la aceptó por

    sorpresa y miró la botella intentando descifrar qué era.

           Los chicos hablaron del instituto y del viaje que tendrían en unos meses.

            Rummer, mientras, los observaba, con cierta ternura y melancolía.

              Le dio un sorbo a la cerveza e inmediatamente puso cara de asco. ¿Qué

            diablos era aquello que sabía tan mal?

                 –Rummer, ¿por qué no nos cuentas de dónde vienes? –preguntó uno de

                      los gemelos de pronto.

              Ella tardó un instante en reaccionar, no esperaba ser interpelada en

              aquella conversación de la que se sentía tan ausente. ¿Qué podía decir? La

              primera vez que les habló a Peter y a Zorrillo de Nunca Jamás ellos

              pensaron que no era mas que una loca. Sin embargo, pensó que no podía

              esperar mas. Cada día mas que pasaban en aquella tierra los chicos

              crecían y se hacían mayores. Allí les decían que debían comportarse como

              adultos y cada vez aceptaban mas aquella orden. Era el momento de poner

              todas las cartas sobre la mesa: debía contarles todo.

 Así que empezó a relatar la historia. Primero habló de Nunca Jamás, el lugar con

 el que todos los niños soñaban y donde nunca crecían. Continuó relatando el origen

 de los niños perdidos, de cómo habían nombrado a Peter su “líder”. Les habló de la




    	
                                                                               XV	
  
familia Darling y en especial de Wendy, de Campanilla y las hadas en general y

    del eterno enfrentamiento que los niños tenían con el Capitán Garfio. Les contó

    la historia del cocodrilo y mencionó a las Sirenas.

           Ellos escucharon maravillados, soltando de cuando en cuando exclamaciones

           sorprendidas.

               Rummer continuó para hablarles del hechizo que les había mandado de

                  vuelta a la tierra y Nunca Jamás había quedado incomunicado. Les

                  contó que las hadas habían pasado cada instante de cada día desde

                  entonces buscando una manera de volver para buscarlos.

               –Y me eligieron a mí –dijo–, pero nadie me advirtió de que no recordaríais

               nada…

             Las miradas de los chicos contenían una variedad de sentimientos.

           Algunos de ellos parecían apenados por aquella historia, otros conmovidos o

           maravillados. Tom permanecía bastante incrédulo.

             –¿Sabes, Peter? –casi automáticamente Tom la miró–. Sabía que tú serías

           el único que no me creería.

–No puedes esperar llegar aquí y contarnos esta historia y que crea que todo lo que

dices es verdad –se defendió el muchacho–. No puedo negar que me encantaría que lo

fuera, pero…

 –A mí me gustaría volver a ser un niño –intervino Mofeta con una sonrisa




    	
                                                                               XVI	
  
inocente–. Pero ya no lo soy…

–Sí… –Osezno bajó cabeza cuando todas las miradas se centraron en él.

  –Si tuviera diez años menos, me encantaría visitar ese lugar del que hablas… –

         añadió Zorrillo–. Pero tengo la impresión de que ya no es para mí, soy

         demasiado mayor. Y no me quiero quedar para siempre como ahora, con

         tanta hormona y tanto grano –el resto de chicos rió.

             Rummer asintió con la cabeza, apenada, mientras los chicos seguían

                 diciendo que les gustaría seguir siendo niños, pero que no lo eran ni

                 podían volver a serlo y que negar aquello era negar la realidad mas

                 absoluta y mas cruda que tenían.

             Sonó el timbre y Tom se levantó para abrir la puerta. Mientras los

           demás seguían bebiendo cerveza y hablando entre risas.

          Rummer se levantó, dispuesta marcharse visto que ya no tenía nada que

         hacer allí. Sin embargo, cuando Tom volvió, su rostro descompuesto y mirada

         perdida hicieron que Rummer sintiera una punzada de curiosidad y

         preocupación.

  –¿Qué sucede?

  El chico extendió la mano en la que sostenía una bolsita dorada atada con un

  lazo rosa y una nota rosa en la que había escrito: Queridos Peter y niños

  perdidos, esto es para Rummer.
  Una sonrisa se extendió por los labios de Rummer mientras comprendía cuál




  	
                                                                             XVII	
  
era el contenido de aquella pequeña bolsa y, al abrirla, los chicos hicieron un

corro a su alrededor, alzando la cabeza para poder ver bien qué era aquello que

tanta ilusión había hecho a la muchacha. Se pasaban unos a otros aquella

pequeña carta, fascinados.

         Rummer deshizo el lazo y todos pudieron ver el contenido de la bolsa: unos

         polvos plateados.

         –¿Es coca? –preguntó uno de los gemelos, pero Zorrilo le dio un codazo–. ¡Ay!

            –Son polvos mágicos de hada –sonrió ella–. ¿Quién quiere probarlos?

                  Los chicos se miraron unos a otros asustados y finalmente Tom fue

           quien decidió probarlo. Rummer le dio la orden de pensar en cosas

           hermosas. Él cerró los ojos, al principio algo inseguro. Ella esparció una

           pequeña cantidad de polvo de hada sobre la cabeza del chico.

         Él empezó a bufar al darse cuenta de que no sucedía absolutamente nada.

       Sin embargo, continuó pensando en cosas hermosas tal y como ella le había

       dicho que hiciera. Y, poco a poco, dejó de sentir el suelo bajo sus pies. Lo único

       que le demostraba que aquello no era una ilusión de su mente eran las

       exclamaciones de sorpresa de sus amigos. Abrió los ojos y comprobó que se

       había elevado. Y, sin poder evitarlo, empezó a reír, fascinado. Las risas de los

       demás se fueron uniendo a la suya, al principio eran risas nerviosas que poco a

       poco se fueron calmando.




	
                                                                                 XVIII	
  
Cuando los efectos de los polvos de hada se hubieron pasado, los chicos volvieron a

  sentarse, Rummer entre ellos con una sonrisa triunfal en sus labios.

            Había sorpresa en las caras de todos ellos, y algo de bochorno por no haber

           creído antes lo que ella les había contado.

            Hablaron y hablaron y, aunque todos estaban fascinados, seguían estando de

           acuerdo en que eran demasiado mayores.

               –Yo no puedo volver –dijo Rummer, sacudiendo la cabeza–. No sin vosotros.

                 Me mandaron para buscaros, no puedo volver sola.

                     Todos comenzaron a hablar a la vez, preocupados, intentando buscar

                 alguna solución al problema de la joven hada.

                 –Pues quédate –dijo Tom.

               Todos se giraron hacia él, sin comprender cómo aquello solucionaba el

              problema. El chico se encogió de hombros

            –Si de una cosa no hay duda –empezó él– es de que tienes muchas historias en

    tu interior, muchas historias que compartir con el mundo. Y este mundo no es

    tan malo como tú crees que es, y crecer no es tan terrible como parece en un

    principio. Y si algo no falta en este mundo son niños perdidos. Niños y jóvenes…

    y no tan jóvenes… que están en circunstancias que dejan que desear, que no

    saben qué camino tomar… Nosotros al lado de toda esa gente tenemos mucha

    suerte.




    	
                                                                              XIX	
  
>Tú podrías ayudar a todos esos niños perdidos con tus historias, llenando sus

          vidas de ilusión y sus sueños de fantasía y mundos maravillosos en los que

          luchan con piratas –Los ojos de Rummer brillaron con aquel brillo que

          caracterizaba a las hadas, mientras una sonrisa se extendía por sus labios–.

          ¿Las hadas qué hacéis en Nunca Jamás?

             –Cuidar a los Niños Perdidos –respondió con un hilo de voz, tras aquel

              discurso que la había conmovido.

                Él asintió con la cabeza como si aquella fuese exactamente la respuesta

                  que había esperado.

                  –Aquí encontrarás a muchos mas niños perdidos que allí.

              Los otros chicos le dieron la razón. Osezno se secó las lágrimas que

              empezaban a formarse en sus ojos.

           –Serás la Gran Contadora de Historias –exclamó Zorrillo con ilusión.

         Rummer paseó su mirada por todos aquellos chicos que parecían tan

  emocionados ante la historia. Habían crecido, tenía que aceptarlo. Y se estaban

  convirtiendo en grandes personas.

         Tom volvió a sonreírle

 –Algún día todos hablarán de Rummer, la Gran Contadora de Historias. Y las

  otras hadas no podrán recriminarte el no habernos llevado de vuelta. Diles que

  vengan y que entre todas salvéis a todos los niños perdidos del mundo.




  	
                                                                                XX	
  

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Amigo Invisible Rummer

  • 1. La Gran Contadora de historias
  • 2. Había sido una noche mas calurosa de lo habitual, de principios de primavera. El sol empezaba a despuntar en el horizonte y los primeros rayos de luz inundaban el parque. Rummer entrecerró los ojos y se llevó una mano para tapárselos. Parpadeó un par de veces antes de poder volver a abrir los ojos. Miró a su alrededor, confusa, sin saber demasiado bien dónde estaba. ¿Había salido todo bien? Intentó sacudirse las alas solo para notar, con una perturbadora sorpresa, que no las sentía. Se llevó las manos a la espalda mientras intentaba girar la cabeza y el terror empezaba a apoderarse de ella. Nadie le dijo que esto pasaría, nadie le había advertido de que cupiese siquiera esa posibilidad y eso lo cambiaba todo y lo dificultaba sobremanera. Inspiró y espiró intentando mantener la calma y miró a su alrededor para hacerse una idea de dónde se encontraba. Frunció el ceño. Los árboles parecían muy… muy pequeños… Un pensamiento se fue hundiendo poco a poco en su mente. Tal vez ahora tuviese ella también otro tamaño. Tal vez ella fuese mas grande… Concéntrate, Rummer. Debía calmarse, debía mantener la calma y emprender la misión que le habían encomendado. Si la habían mandado allí debía ser porque estaba cerca de todo lo que había venido a buscar.   II  
  • 3. Thomas salió de casa riendo mientras su hermana pequeña, la niña del cabello color de oro le sacaba la lengua. Él cerró la puerta mientras le daba un mordisco a su donut. Su móvil emitió un sonido y lo comprobó. Era Jack diciéndole que se iba a saltar las clases. –Menudo cabrón –soltó Tom entre risotadas. Salió del jardín de su casa. Iba con tiempo mas que suficiente así que decidió que tomaría el sendero del parque porque era mucho mas agradable. Le gustaba respirar el aire fresco que le brindaban los árboles del parque, pasar al lado del pantano escuchando a los patos y ver el final del amanecer. Se encontraba a la altura del pantano cuando escuchó un sonido procedente de detrás de un árbol. –¿Harry? –preguntó. No era la primera vez que su amigo le gastaba la broma de salir de detrás de alguno de esos árboles. Harry vivía cerca del parque y también lo utilizaba a menudo para darse un paseo agradable de camino al instituto. Sin embargo, nadie le respondió. Le pareció ver un cabello cobrizo y un brazo níveo.   III  
  • 4. Sacudió la cabeza, quizás no debiese darle mayor importancia. Siguió caminando, pero apenas había dado un paso cuando escuchó una vocecita pronunciar: –¿Peter? Tom se detuvo en seco y se giró. Descubrió un pequeño rostro observándole, a mitad escondido detrás de un árbol. Era un rostro demasiado angelical, demasiado perfecto para ser humano, con facciones perfectamente simétricas y redondas. Se sintió sobrecogido ante esos enormes ojos azules observándole. –¿Cómo dices? –preguntó él. Ella salió de detrás del árbol mientras una sonrisa se ensanchaba en sus labios. Tom abrió mucho los ojos al contemplar su cuerpo desnudo. Tardó unos instantes antes de reaccionar y apartar la mirada. ¿Qué hacía una joven desnuda en mitad del bosque? Una gran preocupación empezó a invadirle, mientras descartaba las opciones. Y volvió a mirar a la muchacha, esta vez sin pudor, intentando ignorar el hecho de que no llevase ropa. –¿Estás bien? ¿Qué haces aquí? –le preguntó. –¡He venido a buscarte! –la chica corrió hacia él y Tom dio un par de pasos hacia atrás, enarcando una ceja.   IV  
  • 5. Ella pareció darse cuenta del rechazo y frunció el ceño. –¿Te han hecho daño? –insistió Tom–. Te llevaré a la policía, si alguien te ha hecho algo cuéntales quien ha sido y qué ha pasado, ellos te ayudarán. –¿Qué? –ella sacudió la cabeza–. No, Peter, nadie me ha hecho daño. Pero con el viaje… he aparecido sin ropa. –¿Viaje? El chico cerró los ojos un momento, intentando entender algo de la situación. –¡Peter! –repitió ella. –A ver… Para empezar… Todo esto sería mucho mas fácil y algo menos raro si dejases de llamarme Peter –Ella parecía no comprender–. ¿De dónde has salido? ¿Cuál es tu nombre? –Soy Rummer, sé que conmigo no tenías tanta confianza como con Campanilla, pero… –¿Qué… coño… dices? Tom alzó las manos al aire, abriendo mucho los ojos. ¿Campanilla? Claro, ahora tenía sentido lo de Peter. ¿De qué manicomio se habría escapado esta pirada? –¡BUUU! –Harry salió de detrás de un árbol corriendo pero se detuvo inmediatamente al ver la imagen ante sus ojos. Sin poder evitarlo abrió la boca, formando una O.   V  
  • 6. –¿Por qué tienes dos cicatrices en la espalda? –preguntó Harry. Rummer se volvió hacia él, sorprendida. –¿Cicatrices? –giró la cabeza como intentando llegar a verse la espalda–. ¿Dónde? ¿Cómo son? Empezó a dar vueltas sobre sí misma así que Tom también pudo verlas. Tenía dos cicatrices verticales largas, muy juntas la una de la otra, en el centro de la espalda. –¿Estás segura de que nadie te ha hecho nada? –preguntó Tom, horrorizado. –Claro que no, son mis alas. Ahí es donde deberían estar, maldita sea. Los dos chicos se miraron, cómplices, a la vez asustados, sorprendidos y divertidos por la situación. Rummer se dio por vencida y puso los brazos en jarra, se giró hacia Harry, quien intentaba no mirarla directamente. La seriedad de la muchacha no duró, inmediatamente una sonrisa se apoderó de su rostro y empezó a dar saltos de alegría. –¡Zorrillo! –¿Pe… perdón? –preguntó el muchacho. –¡Zorrillo! ¡Eres tú! –No… –empezó Harry–. Yo me llamo Harry. ¿Y se puede saber por qué vas…? –   VI  
  • 7. hizo un gesto, pero Rummer seguía mirándole interrogante– ya sabes… desnuda. –Ah… –dijo ella, como si aquella noticia la pillase desprevenida–. ¿Por eso estáis incómodos? ¿Cuántos años tenéis? –Dieciséis –respondió Harry. Ella se llevó una mano a la boca, como si aquello acabase de destrozarla. Parpadeó un par de veces, con aquellas pestañas largas. –¿Y no recordáis nada…? –les miró primero a uno y luego a otro–. ¿Peter? –Ya te he dicho que no me llamo Peter –protestó el chico–, mi nombre es Tom… –¿Y los demás? –preguntó ella, como si no hubiera escuchado lo que el chico acababa de decir–. ¿Dónde están Osezno, Conejo y Mofeta? ¿Y los gemelos? Los dos chicos volvieron a mirarse, pero esta vez de manera extraña. –Tengo razón, ¿verdad? –dijo ella–. Hay unos gemelos… –Sí… –empezó Harry. –¡Ahá! Lo sabía –se llevó las manos a la cabeza–. No entiendo por qué no lo recordáis, no me dijeron que esto pasaría… –¿Recordar qué? –preguntó Harry bajo una mirada reprobadora de Tom. –¡Nunca Jamás! –Escucha… –empezó Tom despacio–. Tenemos que irnos al instituto…   VII  
  • 8. –¿Puedo ir con vosotros? –¿Desnuda? Ella agachó ligeramente la cabeza. –Esta tarde pasaremos por el parque… –dijo Harry–. Podemos vernos aquí sobre las cuatro. Tom le acusó con la mirada. Rummer, sin embargo, pareció satisfecha ante tal oferta y asintió con la cabeza. –Perfecto. Los dos chicos continuaron con su camino. Tom guardaba silencio, pero era un silencio cargado de reprobación por la conducta de su amigo. –¿Qué? –se defendió Harry–. Tal vez esté en problemas, ¿vale? Quizás necesite ayuda. –No, si ayuda es evidente que necesita. Lo que no sé es si psiquiátrica o de rehabilitación… Pero ayuda necesita. Cuando el sonido de los pasos de los chicos se desvaneció, Rummer decidió que era el momento de ponerse en marcha. Ellos no recordaban Nunca Jamás, y solo había una manera de convencerles. Llamó a la puerta unas cuantas veces antes de que una mujer de unos cuarenta le abriese.   VIII  
  • 9. –¡Dios mío! –exclamó la mujer–. ¿Necesita ropa? Pase por favor, pase… Rummer no dijo nada, simplemente la siguió al interior de una casa pequeña pero acogedora. Había un espejo en la entrada y al observar su imagen desnuda comprendió por qué aquello habría sido incómodo para dos chicos adolescentes. –Espere aquí, por favor –le dijo la mujer. Subió apresuradamente unas escaleras. Rummer permaneció allí, mirando a su alrededor. En las paredes había muchos cuadros, cuadros de un lugar que ella conocía muy bien. Sí, no se había equivocado de casa. La mujer no tardó en volver con ropa interior y un vestido blanco sencillo pero bonito. Rummer se vistió mientras miraba de reojo a la mujer que parecía preocupada. Cabello rubio, ojos azules… Podría haber sido ella. Pero era demasiado joven. –¿Puedo hacerte una pregunta? –dijo Rummer, una vez se hubo vestido. –Claro… –¿Tu madre vive aquí? La mujer frunció el ceño como respuesta, quizás preguntándose cómo una desconocida que había aparecido sin ropa frente a la puerta de su casa sabía aquello. Rummer intentó reprimir una sonrisa, aquello simplificaba las cosas. –¿Y por algún casual no se llamará tu madre Wendy?   IX  
  • 10. –¿La conoces? –la mujer parecía atónita. –Sí… Su abuela también se llamaba Wendy. Ella fue la primera… –¿Disculpe? –la mujer sacudió la cabeza–. No la entiendo. –¿Podría hablar con tu madre? Hace muchos años que no nos vemos, pero… La mujer la miró de arriba abajo, preguntándose cómo era posible que hiciese “muchos años” que esa joven que tenía enfrente no hubiese visto a su madre. Consideró la opción de pedirle que se marchase. Sin embargo, finalmente le dijo que esperase un momento y se fue a buscar a Wendy. Rummer recorrió con la mirada los cuadros uno a uno. Había muchos paisajes, también aparecían las sirenas, las hadas. Incluso los piratas. Había un cuadro de Garfio junto al famoso cocodrilo que le había arrancado la mano. Rummer soltó una risita por lo bajo, pensando qué diría el “Capitán” si viese aquello. Escuchó unos pasos y, al girarse, contempló una imagen aterradora. Una mujer de cabello blanco y piel arrugada caminaba, apoyada sobre el brazo de la mujer que le había abierto la puerta. En los diminutos ojos de la mujer se podía percibir el azul que siempre la había caracterizado a ella, a su madre y a su abuela. Menudas consecuencias tenía el tiempo… Poco había en aquella anciana de la Wendy que ella una vez había conocido.   X  
  • 11. Las dos mujeres la miraban con cierta desconfianza. –Mi hija dice que me conoces… –Wendy… Soy Rummer. Sé que a mí no me conocías tanto, pero las hadas decidieron mandarme a mí. Peter está en la tierra y no recuerda nada. Necesito tu ayuda. La mujer joven miraba a su madre de manera inquisitiva, como si quisiera saber si debía llamar a la policía. Un brillo fugaz iluminó los ojos de Wendy. Sin embargo, inmediatamente sacudió la cabeza. –Perdona, pero no sé de qué me hablas. –¡De Peter Pan, Wendy! De Nunca Jamás… –Aquello no fueron mas que sueños… –dijo la mujer joven–. Me lo contó mi madre, pero no eran mas que historias. La anciana permaneció en silencio, observando a la recién llegada, preguntándose quién sería exactamente y qué querría de ella. –Linda, cariño, ¿puedes dejarnos solas? –se giró hacia su hija. –De ninguna manera, no voy a dejarte con una desconocida aquí sola… –No es una desconocida, cariño, ya nos conocemos. Linda frunció el ceño, nada convencida. Sin embargo, se dio la vuelta y se marchó, refunfuñando por lo bajo.   XI  
  • 12. –¿Me recuerdas? –preguntó Rummer. –Me preguntaba por qué Peter no había venido a ver a mi nieta. Vino a hacer una visita a mi hija, pero yo le dije que se marchase… Y no volvió nunca mas. Ella no lo recuerda, cree que fue un sueño producto de todas las historias que yo le había contado –miró a la joven–. Dices que necesitas mi ayuda. –Hubo un hechizo y Peter y los niños perdidos volvieron a la tierra como recién nacidos. El portal a la tierra se cerró. Las hadas tardamos dieciséis años en encontrar la magia necesaria para enviar a una de nosotras a la tierra a buscarlos. Pero ellos no recuerdan Nunca Jamás… –¿Por qué no vino Campanilla? Rummer agachó la cabeza un instante y Wendy lo entendió antes de que el hada le diese una respuesta. –Un niño dijo que no… que no creía en las hadas. Wendy se tapó la boca con una mano, conmovida. Se sentó con dificultad sobre un peldaño de las escaleras. –¿Y tus alas? Rummer se quitó el vestido un instante y le mostró las cicatrices en su espalda. Luego se volvió a vestir inmediatamente. –Al parecer es uno de los efectos secundarios de la magia que me trajo hasta aquí.   XII  
  • 13. El silencio inundó la estancia. Rummer pudo escuchar sonidos en la habitación de al lado, probablemente sería Linda, que había preferido no irse demasiado lejos y dejar a su madre con una desconocida. Miró a Wendy, quien tenía la mirada fija en sus manos y daba vueltas al anillo que llevaba en el dedo anular. –Rummer… –empezó la mujer, y se detuvo, como si no estuviese segura de cómo debía continuar. –¿Sí? Wendy suspiró, dejó de dar vueltas a su anillo y alzó la mirada hacia la joven, como si acabase de tomar la determinación de decir aquello que no se atrevía. –¿Has pensado en la posibilidad de que tal vez no quieran volver a Nunca Jamás? Las palabras parecían pender de hilos invisibles mientras empezaban a difuminarse en el aire. Rummer miró a la mujer como si no pudiese comprender el sentido de la pregunta que acababa de formular. Wendy sostuvo su mirada solo un instante, antes de apartarla para pronunciar las siguientes palabras: –Yo no quise volver.   XIII  
  • 14. Los días pasaron lentos. Rummer volvió al parque y observó a los chicos de lejos. Estaban todos. Los gemelos, Osezno, Conejo, Mofeta, Zorrillo y Peter. Todos eran adolescentes, amigos, hormonados. Les interesaban los viajes, los videojuegos y las chicas. No hablaban de mundos mágicos, ni de batallas con piratas. Seguro que la parte de las hermosas sirenas les hubiese gustado mas, pero aquella no era la cuestión. Ninguno de ellos recordaba Nunca Jamás. Rummer volvió a hablar con ellos algunas veces, pero ante todo se mantenía a distancia, para intentar comprender. La afirmación de Wendy le había parecido una locura al principio, pero ahora empezaba a pensar que quizás tuviese razón. Quizás los chicos ya eran demasiado mayores. Eran las cuatro y los amigos atravesaron el parque. Encontraron a Rummer paseándose, pensativa, con la mirada clavada en el suelo. No era difícil darse cuenta de que algo parecía preocupar a la chica siempre alegre. Ya no sonreía ni hablaba de mundos extraños, el brillo de sus ojos había comenzado a apagarse. Todos miraron a Tom y éste suspiró y asintió con la cabeza. –¿Rummer? –dijo Osezno. Ella alzó la cabeza. –¿Por qué no vienes con nosotros?   XIV  
  • 15. Llegaron a casa de Tom y se sentaron en el salón, en los sofás. Los gemelos cogieron cervezas de la cocina y le dieron una botella a cada uno. Rummer la aceptó por sorpresa y miró la botella intentando descifrar qué era. Los chicos hablaron del instituto y del viaje que tendrían en unos meses. Rummer, mientras, los observaba, con cierta ternura y melancolía. Le dio un sorbo a la cerveza e inmediatamente puso cara de asco. ¿Qué diablos era aquello que sabía tan mal? –Rummer, ¿por qué no nos cuentas de dónde vienes? –preguntó uno de los gemelos de pronto. Ella tardó un instante en reaccionar, no esperaba ser interpelada en aquella conversación de la que se sentía tan ausente. ¿Qué podía decir? La primera vez que les habló a Peter y a Zorrillo de Nunca Jamás ellos pensaron que no era mas que una loca. Sin embargo, pensó que no podía esperar mas. Cada día mas que pasaban en aquella tierra los chicos crecían y se hacían mayores. Allí les decían que debían comportarse como adultos y cada vez aceptaban mas aquella orden. Era el momento de poner todas las cartas sobre la mesa: debía contarles todo. Así que empezó a relatar la historia. Primero habló de Nunca Jamás, el lugar con el que todos los niños soñaban y donde nunca crecían. Continuó relatando el origen de los niños perdidos, de cómo habían nombrado a Peter su “líder”. Les habló de la   XV  
  • 16. familia Darling y en especial de Wendy, de Campanilla y las hadas en general y del eterno enfrentamiento que los niños tenían con el Capitán Garfio. Les contó la historia del cocodrilo y mencionó a las Sirenas. Ellos escucharon maravillados, soltando de cuando en cuando exclamaciones sorprendidas. Rummer continuó para hablarles del hechizo que les había mandado de vuelta a la tierra y Nunca Jamás había quedado incomunicado. Les contó que las hadas habían pasado cada instante de cada día desde entonces buscando una manera de volver para buscarlos. –Y me eligieron a mí –dijo–, pero nadie me advirtió de que no recordaríais nada… Las miradas de los chicos contenían una variedad de sentimientos. Algunos de ellos parecían apenados por aquella historia, otros conmovidos o maravillados. Tom permanecía bastante incrédulo. –¿Sabes, Peter? –casi automáticamente Tom la miró–. Sabía que tú serías el único que no me creería. –No puedes esperar llegar aquí y contarnos esta historia y que crea que todo lo que dices es verdad –se defendió el muchacho–. No puedo negar que me encantaría que lo fuera, pero… –A mí me gustaría volver a ser un niño –intervino Mofeta con una sonrisa   XVI  
  • 17. inocente–. Pero ya no lo soy… –Sí… –Osezno bajó cabeza cuando todas las miradas se centraron en él. –Si tuviera diez años menos, me encantaría visitar ese lugar del que hablas… – añadió Zorrillo–. Pero tengo la impresión de que ya no es para mí, soy demasiado mayor. Y no me quiero quedar para siempre como ahora, con tanta hormona y tanto grano –el resto de chicos rió. Rummer asintió con la cabeza, apenada, mientras los chicos seguían diciendo que les gustaría seguir siendo niños, pero que no lo eran ni podían volver a serlo y que negar aquello era negar la realidad mas absoluta y mas cruda que tenían. Sonó el timbre y Tom se levantó para abrir la puerta. Mientras los demás seguían bebiendo cerveza y hablando entre risas. Rummer se levantó, dispuesta marcharse visto que ya no tenía nada que hacer allí. Sin embargo, cuando Tom volvió, su rostro descompuesto y mirada perdida hicieron que Rummer sintiera una punzada de curiosidad y preocupación. –¿Qué sucede? El chico extendió la mano en la que sostenía una bolsita dorada atada con un lazo rosa y una nota rosa en la que había escrito: Queridos Peter y niños perdidos, esto es para Rummer. Una sonrisa se extendió por los labios de Rummer mientras comprendía cuál   XVII  
  • 18. era el contenido de aquella pequeña bolsa y, al abrirla, los chicos hicieron un corro a su alrededor, alzando la cabeza para poder ver bien qué era aquello que tanta ilusión había hecho a la muchacha. Se pasaban unos a otros aquella pequeña carta, fascinados. Rummer deshizo el lazo y todos pudieron ver el contenido de la bolsa: unos polvos plateados. –¿Es coca? –preguntó uno de los gemelos, pero Zorrilo le dio un codazo–. ¡Ay! –Son polvos mágicos de hada –sonrió ella–. ¿Quién quiere probarlos? Los chicos se miraron unos a otros asustados y finalmente Tom fue quien decidió probarlo. Rummer le dio la orden de pensar en cosas hermosas. Él cerró los ojos, al principio algo inseguro. Ella esparció una pequeña cantidad de polvo de hada sobre la cabeza del chico. Él empezó a bufar al darse cuenta de que no sucedía absolutamente nada. Sin embargo, continuó pensando en cosas hermosas tal y como ella le había dicho que hiciera. Y, poco a poco, dejó de sentir el suelo bajo sus pies. Lo único que le demostraba que aquello no era una ilusión de su mente eran las exclamaciones de sorpresa de sus amigos. Abrió los ojos y comprobó que se había elevado. Y, sin poder evitarlo, empezó a reír, fascinado. Las risas de los demás se fueron uniendo a la suya, al principio eran risas nerviosas que poco a poco se fueron calmando.   XVIII  
  • 19. Cuando los efectos de los polvos de hada se hubieron pasado, los chicos volvieron a sentarse, Rummer entre ellos con una sonrisa triunfal en sus labios. Había sorpresa en las caras de todos ellos, y algo de bochorno por no haber creído antes lo que ella les había contado. Hablaron y hablaron y, aunque todos estaban fascinados, seguían estando de acuerdo en que eran demasiado mayores. –Yo no puedo volver –dijo Rummer, sacudiendo la cabeza–. No sin vosotros. Me mandaron para buscaros, no puedo volver sola. Todos comenzaron a hablar a la vez, preocupados, intentando buscar alguna solución al problema de la joven hada. –Pues quédate –dijo Tom. Todos se giraron hacia él, sin comprender cómo aquello solucionaba el problema. El chico se encogió de hombros –Si de una cosa no hay duda –empezó él– es de que tienes muchas historias en tu interior, muchas historias que compartir con el mundo. Y este mundo no es tan malo como tú crees que es, y crecer no es tan terrible como parece en un principio. Y si algo no falta en este mundo son niños perdidos. Niños y jóvenes… y no tan jóvenes… que están en circunstancias que dejan que desear, que no saben qué camino tomar… Nosotros al lado de toda esa gente tenemos mucha suerte.   XIX  
  • 20. >Tú podrías ayudar a todos esos niños perdidos con tus historias, llenando sus vidas de ilusión y sus sueños de fantasía y mundos maravillosos en los que luchan con piratas –Los ojos de Rummer brillaron con aquel brillo que caracterizaba a las hadas, mientras una sonrisa se extendía por sus labios–. ¿Las hadas qué hacéis en Nunca Jamás? –Cuidar a los Niños Perdidos –respondió con un hilo de voz, tras aquel discurso que la había conmovido. Él asintió con la cabeza como si aquella fuese exactamente la respuesta que había esperado. –Aquí encontrarás a muchos mas niños perdidos que allí. Los otros chicos le dieron la razón. Osezno se secó las lágrimas que empezaban a formarse en sus ojos. –Serás la Gran Contadora de Historias –exclamó Zorrillo con ilusión. Rummer paseó su mirada por todos aquellos chicos que parecían tan emocionados ante la historia. Habían crecido, tenía que aceptarlo. Y se estaban convirtiendo en grandes personas. Tom volvió a sonreírle –Algún día todos hablarán de Rummer, la Gran Contadora de Historias. Y las otras hadas no podrán recriminarte el no habernos llevado de vuelta. Diles que vengan y que entre todas salvéis a todos los niños perdidos del mundo.   XX