1. Su nombre lo dice todo
Fue sepultado sin hábito pero era el hermano más
hermano de las Escuelas Cristianas del Ecuador. Lo
acompañó en su sepultura ese traje azul marino con
el que, sin querer haber llegado a ser rector o
superior del Colegio y de su orden religiosa, impuso
más respeto, dignidad, sobriedad y cariño que
cualquier otro. Era la institución dentro de la
institución.
Qué chocantes puede que resulten estas palabras a
algunos pero creo que en honor a la verdad era el
mejor. Y en honor al honor que merece esa insigne
institución llamada San José, cuando algún joven
pregunte cómo debe ser para convertirse en un buen
hermano de las escuelas de La Salle, un buen amigo,
un buen maestro, un buen educador, un buen
cristiano, todos a una deben responder: como Adolfo
Armijos!
Su nombre lo dice todo. Ser excepcional. De esos
pocos que hay en el mundo que creen que para servir
se tiene vida y para nada más.
De esos, también pocos, que tienen un sentido totalitario de lealtad al lugar que se debe y a sus
principios. De esos que aman con la vida lo que hacía y donde se pertenecía tanto que, como hizo
Jesús, por ellos dio la vida misma. Porque les recuerdo que a Adolfo la muerte lo sorprende no
en el asilo donde los new age lo querían mandar. Lo encuentra trabajando por su colegio-casa-
causa. Lo sorprende ahí en su amado San José. En su habitación. En su comunidad. Entre los que
se consagró. Se lo lleva… lo que es la vida… como él y Dios quiso porque nadie pudo contra
eso: hasta el último minuto al servicio del Hno. Miguel y San Juan Bautista que tanto imitaba…
Estaba en su mejor momento: lúcido, comprensivo,
conciliador, cariñoso… Quienes estábamos cerca de
él sabíamos que ya se había graduado con todas las
especializaciones y doctorados posibles como hijo
de Dios!. Porque no sólo que ya no veía defectos
sino virtudes en los demás sino que había llegado al
punto del no retorno de esos seres más de allá que
de acá que perdonan por perdonar, como si fuera
algo demasiado natural. Para quienes lo intentaron
dañar… tranquilos! Pueden vivir con la certeza de
que con ustedes se fue en paz. Los perdonó y los
perdonó de corazón. Es más gracias a él no los fuimos a buscar para responderles como los hijos
le responden a quienes agreden a su padre y estoy convencido ya no lo haremos porque eso sería
2. faltarle a sus convicciones. Los perdonamos también.
Es que Adolfo fue un hombre de choques y rupturas. De transformación en la oscuridad. No iba
con la corriente, iba contra la corriente y por eso es que muchos no lo entendían. No era un doble
moral sino un roble de moral para quien los valores no cambiaron ni cambiarían nunca. Era el
“imposible de negociar” cuando de principios se trataba. Puntualidad, presencia, silencio,
respeto, disciplina, piedad, ahora que son escasos, lo hacían el extraño. Pero fue precisamente
por eso que brilló. Fue por eso que sus alumnos lo respetaban. Fue por eso que los que se
graduaron se fueron con el mejor de los recuerdos. Fue por eso que miles volvimos a él. Fue por
eso que siempre en distintos ámbitos fue reconocido y aplaudido. Fue por eso que la noticia de su
muerte impactó y trascendió. Y es por eso que, para la leyenda, cuando se escuche Adolfo
Armijos a través del tiempo se escuchará el respeto mismo. Aprendan de él!
El inculcaba formación real! Formación para formar! Su vida fue una permanente enseñanza.
Libros, discursos, videos, frases, palabras, mensajes, consejos, también castigos, todos sabios. Y
hay algo que en sus postrimerías este maravilloso hombre cambió y debería quedar como uno de
sus principales aportes para los anales de la vida de los lasallanos. Nos enseñó con sus actos, a
sus más cercanos, que eso de que “los amigos están en las buenas y las malas” es mentira. Los
amigos, versión Adolfo Armijos, “están en las malas”. Y en realidad así fue! No me acuerdo
haberlo visto en alguna de mis fiestas… en algunos de mis éxitos… Nunca recibí su llamada en
los momentos en que disfrutaba ni en los que me daban aplausos. El aparecía cuando estaba mal.
Cuando necesitaba aliento. Cuando requería fuerzas. Cuando murieron mi papá y mis abuelos…
ahí en sus sepelios, sumido en el dolor, alzaba la mirada y lo veía parado a la distancia… Estuvo
a mi lado en las malas y me buscaba cuando alguien estaba mal para ir a ayudarlo! Porque detrás
de esas gafas, que para muchos eran el símbolo de la fortaleza, habían ojos que lloraban, y
mucho, cuando uno de sus seres queridos sufría!
Y claro que hay una explicación lógica de por qué este caballero de La Salle era así de
fenomenal: es que estaba curtido! Curtido en Dios, curtido en la Virgen y en su Llama de Amor,
curtido en la fe y en la esperanza que nunca, pese a la frialdad de la desestimación por su edad,
perdió. Curtido en el Rosario, que con tanta devoción rezaba; curtido en las 40 horas y Corpus
Cristi, que con harto sacrificio organizaba; curtido en la Serenata Mariana, que desde la
planificación disfrutaba; curtido en la misa de cada domingo, donde se confesaba y comulgaba;
curtido en el Ropero Lasallano, maravillosa obra de generosidad que comandaba; curtido en las
novenas que animaba y convocaba. Era, en consecuencia, un fruto de los buenos. “La lámpara
encendida y con bastante aceite” que nos manda a hacer la Biblia.
Ensimismado en la piedad cristiana no podía ser de otra manera que como fue pues si pasaba
ocupado en las cosas de Dios! Lo demás… es más. Que la semana cultural, que la semana de
integración, que la jura y ceremonia de la bandera, que la banda de guerra, que las olimpiadas de
estudiantes, que los deportes, que la cancha de fútbol, que las obras de teatro, que el día del ex
alumno, que las olimpiadas de los ex alumnos, que los retiros, que la pastoral juvenil… Eran el
andamiaje de su vida con la que le daba vida a La Salle de aquí.
Para quienes quedan, es LA herencia!... Recíbanla con el amor y con la sapiencia con las que las
dejó y no la despilfarren sino que busquen multiplicarla sencillamente siendo como él: la
vocación misma del servicio. Por favor… que no tengamos que ver que sus zapatos les quedan
3. muy grandes porque grandes, en buena onda, sabemos quedarán porque como Adolfo no hay ni
habrá.
Desde esta página y, sin temor a equivocarme, a nombre de los más de diez mil hombres de
buena fe que él formó, y de las miles más a cuyos corazones con sus obras tocó, celebro la
existencia de Adolfo Armijos Jarrín. Tengo tanto y más que decir de él… pero su nombre lo dice
todo.
Luis Antonio Ruiz